Enciclopedia de la Literatura en México

Jaime Sabines

Rogelio Guedea
2015 / 05 abr 2018

mostrar Introducción

Jaime Sabines (Chiapas, 1926 - ciudad de México, 1999) fue un poeta mexicano perteneciente a la conocida Generación del Medio Siglo. Escribió tres libros fundamentales señalados como tales por la crítica especializada: Horal (1950), Tarumba (1956) y Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973). Su obra, aunque con resonancia continental, poco se conoce fuera de México, pero esto no niega que su poesía ocupe un lugar de privilegio en la tradición poética de lengua española. Estilísticamente, Sabines perteneció, dentro del imaginario puramente latinoamericano, a la vertiente poética denominada “coloquialista” o “conversaciones” en la que también podrían clasificarse poetas como Juan Gelman (Argentina), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Roque Dalton (El Salvador), Mario Benedetti (Uruguay), Pedro Mir (República Dominicana) y Roberto Fernández Retamar (Cuba); cuyo momento de mayor importancia se dio en la década de los cincuenta y sesenta del siglo xx, época histórica que coincidió no sólo con el triunfo de la Revolución cubana primer proyecto comunista en Latinoamérica–, sino también con las dictaduras que retardaron la evolución democrática de los países latinoamericanos. La Revolución cubana dejó una impronta considerable en Sabines, sobre la cual escribiría un poema en el que graba las impresiones que le dejó su visita a la isla, a la que lo ligaban lazos sentimentales y filiales. Dentro de la tradición poética mexicana, Jaime Sabines se inscribe en una poesía de tono popular, contraria a la vertiente culta hegemónica del tiempo que le tocó escribir, misma que impulsaba Octavio Paz a través de su grupo Taller.

Dentro de su propia generación, el autor de Horal encontró interlocutores de su misma filiación estética, entre ellos Rosario Castellanos, Eduardo Lizalde y Jaime García Terrés, así como el Rubén Bonifaz Nuño de Fuego de pobresEl manto y la corona y Los demonios y los días, y el Tomás Segovia de los poemas de guiño popular como los que puede leerse en Bisutería. Estos poetas tuvieron como referentes visibles, dentro de la geografía mexicana, a poetas como Renato Leduc (con El aula, etc…) y Juan de Dios Peza (con sus Cantos del hogar). Una revisión de la poesía de corte popular en la lírica mexicana seguramente arrojaría mucha claridad sobre la evolución de esta vertiente escritural de los últimos dos siglos. Del siglo xx es posible decir que Sabines es la figura central. Su obra dentro del canon poético mexicano es imprescindible para entender la evolución que han tenido las formas de la poesía no culta, su lenguaje y su universo de temas, la mayoría de ellos en consonancia con las más grandes preocupaciones del hombre: el amor, la soledad, la muerte, Dios y, ante todo, el tiempo. Sobre el tema del tiempo, por ejemplo, Mónica Mansour escribió:

El tiempo, en la obra de Sabines, aparece de todas las maneras: como tema, dentro de símiles o metáforas, en verbos y otras formas gramaticales y, naturalmente –es poesía– en el ritmo y la sonoridad. Tanto en los poemas escritos en verso como en los escritos en prosa, el ritmo –los ritmos– está presente: fluye y luego se rompe para volver a fluir. Y volvemos a la sorpresa que antes mencioné: a veces lo fluido o quebrado del ritmo sonoro no concuerda con el tema tratado y entonces cambian el significado y la sensación producida en el lector, y vuelve a provocarse la tensión.[1]

Para entender a Jaime Sabines hay que poner su obra y su vida en una misma dirección, pues están estrechamente relacionadas. Una crónica vital acompañada de un recorrido bibliográfico y una descripción de su contexto histórico (social, cultural y político) podrá dibujar el perfil de un poeta que, como pocos, supo conciliar su concepción ética con su propuesta estética, esto es, la congruencia entre su pragmática moral y el ejercicio de su vocación poética, que mantuvo a lo largo de su vida.

mostrar Primeros años. Chiapas

Jaime Sabines nació en Tuxlta Gutiérrez, Chiapas. Sus padres fueron Julio Sabines, de origen libanés, y Luz Gutiérrez, chiapaneca. Tuvo dos hermanos, Juan y Jorge, el primero de los cuales fue una especie de figura tutelar para él. Doña Luz pertenecía a la aristocracia y era sobrina nieta de Joaquín Miguel Gutiérrez, de quien la ciudad de Tuxtla Gutiérrez tomó su apellido. El padre de Sabines, en cambio, salió de Líbano en 1902, rumbo a Cuba, a la edad de doce años, a donde llegó luego de una larga travesía. El mayor Sabines vivió en Cuba, desde donde viajó a México después de trabajar en Nueva Orleans y formar parte del equipo que construyó el Canal de Panamá. Ya radicado en México ingresó como teniente en el ejército, en Mérida, Yucatán, justo en los albores de la Revolución mexicana. De Mérida pasó a Chiapas, en 1914, con la división 21, bajo el mando de Venustiano Carranza; ahí se convirtió en capitán primero de la División de Jesús Castro. En ese tiempo conoció a la que sería la madre del poeta; se casó con ella en 1915 y con esto abandonó su carrera militar, afincándose con su mujer en Tuxtla Gutiérrez.

Aunque el mayor Sabines no era un hombre de gran cultura, contaba con una filosofía importante de vida gracias a los avatares que había padecido a lo largo de su existencia, llegando a estar cerca de la muerte cuando quisieron fusilarlo. No era culto, pero le leyó a Sabines un libro que lo marcaría para siempre: Las mil y una noches. Se lo leía de noche y siempre procuraba dejar en suspenso la lectura, para entonces mantener viva la curiosidad para la siguiente velada.

Cuando el padre de Sabines compró un pequeño rancho a las afueras de Tuxtla Gutiérrez, la vida del futuro poeta se transformó radicalmente, pues ese cambio significó el encuentro de un elemento que perviviría en su poesía: la naturaleza. Sabines se bañó en el río Sabinal, ordeñó vacas, corrió libremente por el campo entre árboles y pájaros, respiró aire puro y fresco. Pero esta libertad terminó cuando el rancho fue vendido y la familia decidió trasladarse a la ciudad de México, donde Sabines inició sus cursos de secundaria. El contraste entre lo citadino y lo rural tendría una profunda marca en la obra poética de Jaime Sabines y esto se vería reflejado en obras como Diario semanario y poemas en prosa un canto a la ciudad o en Horal un canto a la vida campestre y rural, a la naturaleza paradisiaca de su natal Chiapas.

Jaime Sabines terminó el primer año de secundaria en  la ciudad de México y volvió, para fortuna suya, a Tuxtla Gutiérrez, donde continuó sus estudios, siempre demostrando una memoria prodigiosa, gracias a la cual había logrado memorizar la historia de México cuando cursó el cuarto año de primaria. Su gran hazaña fue aprenderse los nombres de los reyes chichimecas. Esta memoria fotográfica convirtió al pequeño Sabines en el declamador de la familia y de la escuela, donde siempre estuvo presto para recitar en festividades cívicas o patrióticas. Sabines fue marcado por la vida rural mexicana como ningún otro poeta de su generación –o de generaciones posteriores–, salvo por algunos miembros de la llamada La espiga amotinada como Juan Bañuelos y Eraclio Zepeda, quienes, por cierto, recibieron su influencia.

En 1935, Tuxtla Gutiérrez tenía unos 18 mil habitantes. Todo el pueblo era una sola familia, de ahí que su encuentro con la ciudad cambiara su forma de ver la realidad y, por supuesto, de escribir poesía. Fue durante su etapa de declamador que también ingresó en el ámbito de la escritura, especialmente de poemas. Sus primeros títulos fueron “Ruego inútil”, “A la bandera” y “Primaveral”, que publicó en periódicos estudiantiles, uno de los cuales (El estudiantil) había sido dirigido por él mismo. No tenía más fuentes que los libros, pues al pueblo no llegaban obras de teatro, óperas ni ningún otro tipo de expresión artística. Sería ya en su viaje a la ciudad de México que el mundo literario se abriría de par en par para el joven Sabines. El ambiente que imperaba en la gran urbe en ese momento estaba marcado por ideas nacionalistas y cosmopolitas, además de la influencia que tenían en todo el orbe la Segunda Guerra Mundial y la división del mundo en las facciones capitalista y socialista. En el ambiente cultural de la capital del país predominaba todavía la influencia de algunos miembros del Ateneo de la Juventud, el magisterio del grupo Contemporáneos y, sin duda, la presencia cultural de Octavio Paz y su generación, que impulsaban, por un lado, ideas nacionalistas y revolucionarias todavía venidas de la Revolución mexicana y, por otro, también cosmopolitas que habían llegado vía las vanguardias poéticas, principalmente de Francia. Armando Pereira lo describe así:

Si ha habido una polémica, en la cultura mexicana, que haya recorrido todo el siglo xx –desde sus albores, con el grupo del Ateneo de la Juventud, hasta mediados de la década de los ochenta al menos con algunas confrontaciones entre los grupos de Nexos y de Vuelta, pasando por el Estridentismo, los Contemporáneos, la generación de Taller y Tierra nueva y el grupo de la Revista Mexicana de Literatura, esa ha sido la polémica entre nacionalistas y universalistas, que a lo largo de este siglo se ha venido manifestando con distintos matices y diversas derivaciones ideológicas.
No nos es posible realizar aquí el recuento detallado de la historia de esa polémica y de los diferentes registros en los que ha encarnado. El objetivo de este trabajo es mucho más humilde: se circunscribe a los debates que, en este sentido, marcaron una década de la cultura mexicana: 1955-1965, a través de la que sin duda fue una de las revistas literarias más importantes de la época: la Revista Mexicana de Literatura.
¿Por qué esa década en particular y no otra? Porque se trata de una década crucial para la cultura mexicana. En ella se consolida el paso de una cultura eminentemente rural, ligada a los problemas de la tierra y heredera de la gesta revolucionaria, a otra en la que predomina su carácter urbano y cosmopolita, mucho más acorde con la imagen de un México moderno que ya desde los años cuarenta, con Ávila Camacho y Miguel Alemán, venía fraguándose en los ámbitos económico y político.
¿Por qué la Revista Mexicana de Literatura y no otra? No sólo, como señalábamos antes, porque fue una de las revistas literarias más significativas de la década, sino, sobre todo, porque en ella la polémica entre nacionalistas y universalistas alcanzó momentos climáticos que, por una parte, vendrían a sintetizar todo lo que se había dicho hasta entonces y, por otra, plantearían nuevos derroteros a esa vieja controversia.[2]

Empezaban además, por esta misma época, a ingresar las ideas del escritor comprometido, principalmente generadas alrededor del círculo de Jean Paul Sartre y Albert Camus, que tanta influencia tendrían en los escritores de la generación del Boom latinoamericano, por lo menos en tres de ellos: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Guillermo Cabrera Infante, quienes ya para entonces creaban una obra importante de rescate de la cultura e identidad latinoamericanas, como no se había visto antes a escala internacional. Un nuevo lenguaje, una nueva dicción que pretendía un mensaje claro y que tomaba en cuenta al lector empezó a gestarse en estas generaciones, de la que formó parte Jaime Sabines y en la que se inscribió su propia poesía: coloquial, sencilla, dialógica.

mostrar Adiós a Chiapas. El encuentro con la vocación

Jaime Sabines llegó a la ciudad de México con la firme intención de estudiar medicina. Ingresó a la facultad pero pronto se sintió defraudado al darse cuenta que los grandes descubrimientos no sucedían de la noche a la mañana sino que, para conseguirlos, debía sentarse detrás de un microscopio por décadas y esperar el milagro. Estudió durante tres años, viviendo en un pequeño apartamento de condiciones precarias ubicado en el número 43 de la calle Belisario Domínguez. Cuando ya no resistió, aprovechó uno de los viajes que hizo a Chiapas para hablar con su padre; lo hizo nervioso, pues pensó que su padre lo reprendería. Sin embargo, su sorpresa fue enorme cuando su papá le dijo que no debía preocuparse, que si no le gustaba medicina la dejara; igualmente, le dijo que lamentaba que hubiera tenido que aguantar tanto tiempo para decírselo. Sabines cuenta que se deshizo en llanto, pues no esperaba esa respuesta.

Entonces, al volver a México en 1949, se mudó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde desde el primer momento se sintió en su hábitat natural. Ahí conoció a los que serían sus compañeros de generación literaria y a otros maestros que serían clave para su formación, como Eduardo Nicol y José Gaos, quien fuera alumno de José Ortega y Gasset y quien le enseñaría todo lo que tendría que ver con la filosofía existencialista, tan en boga en Europa en ese momento. La filosofía existencialista (especialmente la de línea sartreana y heideggeriana) sería de gran influencia para Sabines en su formación como poeta, siendo él mismo por naturaleza un poeta existencial, vital; de tal forma que todo lo que tuviera relación con las grandes pasiones, obsesiones y sufrimientos del hombre en relación con su entorno no le serían ajenos. Su entrañable amigo Toni Borges, por ejemplo, murió a causa de un accidente en avión y Sabines debió ir a reconocerlo, situación que le impactó tanto que inspiró su primer poema sobre la muerte (“Introducción a la muerte”), tema que, junto al amor y el tiempo, sería una constante de su obra poética.

Mientras conocía a sus compañeros de generación (como Rosario Castellanos, Eduardo Lizalde, Tomás Segovia, Rubén Bonifaz Nuño), también empezó a adentrarse en los poetas que lo marcarían para siempre: Pablo Neruda y César Vallejo. Mientras los románticos y modernistas mexicanos (Ramón López Velarde, Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera) le parecían muy lejanos a su propia sentimentalidad, Neruda y Vallejo ambos impulsores de la corriente coloquialista en Latinoamérica le eran cercanos y los sentía dentro de su mismo universo emocional, de forma que influyeron en él más de lo que incluso el propio Sabines reconoció.

Época de soledad, descubrimiento, encuentro desenfrenado con la pasión por la poesía... Por estos mismos días Sabines conoció a quien se convertirá en la mujer de su vida: Josefa Rodríguez Zebadúa, Chepita, quien también era chiapaneca y entonces estudiaba odontología. Desde ese día de 1946 que se encontraron por la calle jamás se separarían. La lectura fundamental de esta época fue, de entre todas, la Biblia, que Sabines leyó profusamente. No hizo de ella una interpretación puramente religiosa, sino más bien humana, en la versión de Casidoro de Reyna. La filosofía perenne, de Aldous Huxley, igualmente fue un libro fundamental.

Mientras estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras, vivió en la emblemática calle Cuba, que tendría muchas connotaciones para él. Era la calle de la perdición, pues abajo había dos bares y un teatro, a los que asistía luego de volver de la universidad, donde tuvo maestros que hoy son considerados fundadores de la tradición literaria mexicana, tales como Julio Torri, Agustín Yáñez, Amancio Bolaño e Isla, y Julio Jiménez Rueda. De igual modo, ahí se gestó su amistad con los compañeros de generación, quienes también se convertirían en escritores de gran resonancia nacional: Emilio Carballido, Rosario Castellanos, Sergio Magaña, Alejandro Rossi, Sergio Galindo, Fernando Salmerón, Jesús Arellano, Miguel Guardia, Dolores Castro y Ramón Xirau.

Haber estado entre escritores y poetas de relevancia, incluso dramaturgos, le dio a Sabines una certeza: necesitaba rigor si quería ser un gran poeta, pues la complacencia que vivió mientras residió en Tuxlta, donde ya todos fácilmente le llamaban “vate” o “poeta”, no le serviría para nada. Fue entre estos escritores que se acercó a un radio más amplio de autores (Federico García Lorca, Rafael Alberti, León Felipe, Juan Ramón Jiménez) y de libros que fueron decisivos en su formación, como el propio Ulises, de James Joyce. Sabines cuenta que leyó el Ulises de una sola sentada, en tres días que permaneció encerrado en casa. Joyce, más que todo, le dio a Sabines –según cuenta– la libertad. Lo hizo sentirse dueño de sí mismo, capaz de expresar lo que quisiera y de la forma que quisiera, lo que le ayudó a encontrarse con su propia voz, que resultaría una voz muy personal y genuina, fácilmente reconocible y difícilmente imitable.

mostrar Horal

El joven Sabines formaba parte de un círculo literario que se reunía una vez por semana en casa de Efrén Hernández y que estaba integrado por otros escritores como Juan José Arreola, Juan RulfoGuadalupe Amor. Esto encuentros dotaron a Sabines de madurez creativa, disciplina y perseverancia, además del rigor lectivo que lo hizo adentrarse en el conocimiento de la tradición lírica nacional, desde los poetas coetáneos hasta los pertenecientes a épocas anteriores (los románticos decimonónicos, los miembros del Ateneo de la Juventud, los Contemporáneos, las propias vanguardias). Sabines leía y escribía profusamente hasta altas horas de la noche en su habitación de la calle Cuba.

En una de aquellas madrugadas surgió el libro que le daría a Sabines un lugar en el canon poético nacional: Horal. En esta colección de dieciocho poemas está concentrado todo el universo poético de Jaime Sabines; en ésta se aprecia los temas que el poeta desplegaría después en sus siguientes libros: el amor, la muerte, la soledad, el tiempo, Dios. En este texto, además, se vislumbraba ya su propio estilo: coloquial, íntimo, como si se tratara de una confesión hecha en una cena entre amigos. Horal fue publicado en 1950 y de inmediato se convirtió en la bandera no sólo de una generación, sino también de todo un tipo de sentimentalidad mexicana: la poesía se convertía en una interlocutora real, salía a la calle y nos hablaba de la calle; su mensaje era claro y sencillo, y se dirigía al corazón. Horal empezaba con el siguiente breve poema que ahora forma parte del imaginario popular mexicano:

El mar se mide por olas, el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada…[3]

Al terminar de escribir estos primeros versos (que Sabines no corrigió), volvió a apagar la luz y se quedó dormido. Como siempre, al día siguiente regresó a los versos, para ver si habían pasado la prueba, y luego de su lectura quedó satisfecho. Los dejó intactos, sin cambiarles ni una sola coma. Esa espontaneidad sería en Sabines una marca de su actividad creadora, pues a diferencia de otros poetas (como el propio José Gorostiza), el vate chiapaneco apelaba a la espontaneidad y a la naturalidad expresiva, y si se daba cuenta desde un principio de que el poema no servía, entonces lo arrojaba a la basura, jamás insistía en insuflarle vida artificialmente, ese empeño le parecía un embuste. Jaime García Ascot resume así sus ideas sobre Sabines:

El genio poético de Sabines parece consistir en dejar ante nosotros, a cada instante, no la forma admirable con que nos revela el sentimiento, sino el sentimiento mismo, como si de siempre hubiera estado necesariamente ligado a esas palabras precisas, a ese extraordinario descubrimiento del vocablo natural que preside su obra.[4]

En esta misma colección de poemas se encuentra junto con el largo poema que es Algo sobre la muerte del mayor Sabines el poema más famoso de Sabines: “Los amorosos”. Este poema es su estética y su ética. Más que eso: es su filosofía de vida. En los versos últimos se nos da noticia de la percepción que Sabines tenía del sentido de la existencia humana. Cuando escribe que los amorosos “se van llorando, llorando la hermosa vida”, no hace sino afirmar que la vida, para él, es ese gozo doloroso o ese dolor gozoso que se tiene que padecer y disfrutar desde que se nace hasta que se muere. Que la vida no es pura felicidad ni puro dolor, que ni siquiera es dolor y felicidad alternativamente, sino que al mismo tiempo se sufre y se goza, y que en ello radica su esencia.

mostrar Volver a Chiapas. El nacimiento de Tarumba

Un año después de haber publicado Horal (1950) y La señal (1951), Sabines regresó a Tuxtla Gutiérrez. En 1953 se casó con Chepita y, para sostenerse, se hizo cargo de una tienda de telas de su hermano Juan, llamada “El modelo”. El poeta que había ganado cierta fama en la capital del país y se había hecho de un círculo literario importante, ahora tenía que estar detrás de un mostrador midiendo y vendiendo telas. La vuelta a Tuxtla Gutiérrez significó, en principio, el inicio del fracaso. No podía concebir que dos actividades tan distantes (la de poeta y la de mercachifle) pudieran compaginarse, pero poco a poco la enseñanza que le daría ese tiempo de comerciante le brindaría un espectro a su poesía que ninguna otra obra poética de su generación alcanzaría: le otorgaría un sentido humano, haría al poeta poner los pies sobre la tierra, darse cuenta de que la actividad poética no era un asunto de elegidos por los dioses, que nada tenía que ver la divinidad en ello. Jaime Sabines aprendió a ser, por sobre todas las cosas, un hombre, un ser de carne y hueso que, además, escribía poesía y no a la inversa. Primero era hombre y luego poeta. Gracias a esto Sabines pudo sortear esos días que se le imponían aciagos, un trasiego de penurias y fatalidades que parecían no darle tregua. En ese habitar hostil, no obstante, el poeta escribió uno de sus libros más celebrados y jubilosos: Tarumba (1956). En una entrevista que le concedió a Javier Molina, el propio Sabines rememoró el surgimiento de tal obra:

Era el joven poeta que regresaba a la provincia después de haber publicado ya dos libros, con cierto prestigio y obligado a trabajar en esos menesteres. Y entonces la provincia resultó para mí un medio hostil, pero con una hostilidad diferente a la que había experimentado en la ciudad de México, cuando llegué a estudiar ocho años antes.
…En provincia la hostilidad es diferente, la hostilidad de la rutina, del trabajo obligatorio, de la mediocridad del ambiente, de los elogios fáciles. Esa costumbre de llamar poeta, o vate, sin saber si has crecido. Ésa era la hostilidad en 1953 y años siguientes, que está muy clara en los mismos textos de Tarumba.
Entonces te sientes asfixiado, oprimido, limitado; Tarumba no es más que una protesta, casi fisiológica, contra el ambiente.
…Cuando yo lo escribí se lo mandé a dos o tres amigos míos aquí en México, en cuya capacidad crítica confiaba yo mucho. Y noté que lo recibían con displicencia y me mandaban opiniones como muy consideradas y muy paternales, que me demostraban a ciencia cierta que no les había gustado.
Y te digo, un acto de fe porque yo sí creía en Tarumba. Sabía que era tal vez mi primer poema integrado, completo, cuya novedad sacaba de quicio a uno de mis amigos más entusiastas. Un día llegó a Tuxtla don Pedro Garfias, le leí los originales. Solamente él me confirmó aquella confianza que yo tenía en Tarumba. Es el primer gran poema que escribe usted, me dijo. Fue Tarumba pues un acto de afirmación de uno mismo en el mundo, y creo que lo sigue siendo para todos los jóvenes: aquí estoy, estoy plantado en el mundo, a pesar de los vendavales y las tormentas.[5]

El libro, apenas concluido, se lo dio a leer a Fernando Salmerón y a Rosario Castellanos, pero no les gustó. Sin embargo, Sabines, que confiaba en la genuinidad de Tarumba, se quedó con aquel comentario de Pedro Garfias en torno a que era el primer gran poema que escribía. El poeta confirmó lo que sospechaba de la originalidad de Tarumba, de la cual no se equivocaría, porque hoy la crítica destaca precisamente la genuinidad de este libro en particular, su frescura y espontaneidad, su fuerza expresiva. Edmundo Valadés lo confirma cuando escribe:

La de Jaime Sabines, en Tarumba, nos enreda en sus saltos de sarcasmos y cinismos, en sus oscuras surrealidades, en su tenaz diálogo, contrapunto para descarnar sucias realidades, para confesar la derrota o para arañar la leve esperanza. Tarumba es una incisiva pregunta, dicha entre burlas e ironías, tirándose la piel –“Todos vamos a vendernos, Tarumba”, “¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo y no tengo ganas sino de mirar y mirar?”, “Y una fatiga, un cansancio, un remordimiento de estar vivo”, “Quebrado como un plato, quebrado de deseos, de nostalgias, de sueños”–; es un como estar arrancándose costras y descubriéndonos heridas. Poesía nihilista que va y que viene, golpeándose a sí misma, a quien la lee y que, en máxima desesperación, se aferra a un cinismo a veces extremoso que se hunde en momentos en el cieno de las palabras vulgares o absurdas, pero dichas, no hay duda, por un poeta capaz, a pesar de todo –y en ello hay una confesión íntima valedera–, de amar la luz adolescente de una mañana y su tierra húmeda y de pedir no morirse ni que el viento desate sus hojas ni ser arrancado “de esta tierra alegre”. Quizá ningún poeta como Sabines apela, casi dando puñetazos, a las imágenes más inesperadas y violentas.[6]

Tarumba, pues, iluminaba el panorama de la poesía mexicana de una forma distinta. Era un libro que se alejaba de las dicciones imperantes, todas ellas en busca de mensajes grandilocuentes, torrentes expresivos artificiosos y solemnes; mientras tanto Tarumba ofrecía un reposo, era como meterle aire nuevo al pulmón de la poesía nacional aunque esto no lo pudieran percibir los críticos del momento. Se puede decir que Tarumba, junto con La señal y Horal, fue el fundador del movimiento coloquialista latinoamericano, antes incluso de la irrupción de la antipoesía de Nicanor Parra, quien publicó sus Poemas y antipoemas en 1954.

Con Tarumba Sabines reafirmó la convicción de que la poesía no sólo no te hacía diferente a los demás sino, por encima de todo, que tenía que acercarte a los demás, fundirse en los otros, porque su concepción del hombre consistía en que éste era una isla, todos los hombres islas o soledades que van al encuentro de otras islas, otros hombres, para acabar con su soledad.

Creo que el hombre está solo: la poesía es un puente que se tiende de una soledad a otra. Todo el arte verdadero no es más que un intento de comunicación, de comunión humana […] Siempre que responda a una vivencia humana, será poesía. El poema no tiene más que una medida: la de su autenticidad […] No se tiene derecho a hablar de lo que no se ha vivido.[7]

mostrar La poesía, un acto de comunión: De Diario semanario a Algo sobre la muerte del mayor Sabines

Sabines creía que la poesía era el acto de comunión más perfecto que podía existir y él aspiraba a eso siempre que escribía un poema. Sabía que era un poeta, pero también que era un marido, un comerciante, un padre, un hijo; un hombre común y corriente entre hombres comunes y corrientes como él. Sabines supo que su poesía se cristalizaba en la medida en que él cumplía a cabalidad su oficio de ser hombre. Esta enseñanza se la dejaron los años trabajados vendiendo telas en Tuxtla Gutiérrez, los cuales le dieron una estética y una ética, y con ello una congruencia que no dejaría jamás.

Con esa filosofía de la vida y del arte, Sabines regresó a la ciudad de México en 1959. Era otro ya. Tenía en su haber una sólida obra, aunque escasa, y ahora la convicción de que debía trabajar como hombre para ganarse el sustento. En la ciudad de México se hizo cargo de un negocio familiar de venta de alimentos para animales, llamado "Sahnos" (Sabines Hermanos). De esta experiencia recorriendo 150 kilómetros diarios nació Diario semanario y poemas en prosa en 1961. Esta obra fue el primer gran canto a la ciudad de Sabines y un contrapunto para sus libros anteriores, llenos de la naturaleza chiapaneca.

Juan García Ponce, al referirse a Diario semanario, señala también esta característica esencial del conjunto de poemas:

Si la biografía del poeta son sus poemas, uno titulado “diario semanario”, por su misma índole confesional, subjetiva, lo será más que nunca; pero al mismo tiempo, como poema, crea forzosamente un mundo, una realidad propia, que ya no es la del poeta, sino la del poema. Ante la obra, todos los datos suplementarios desaparecen y sólo ella es la que actúa. La importancia del poema, entonces, está siempre en razón directa de la realidad que su autor haya sabido crear en él. Éste es el punto en el que me interesa detenerme: la dimensión de la realidad contenida en Diario semanario. Siguiendo efectivamente la forma tradicional de un diario, Sabines ha construido su poema mediante un sistema de anotaciones de distinta dimensión realizadas en un supuesto orden cronológico que van revelando la forma en la que el ambiente en que vive actúa sobre la conciencia o la sensibilidad o el alma, del poeta. Así, simultáneamente, se entrega a sí mismo y entrega la visión del mundo que actúa sobre él, que lo forma como persona y lo obliga a definirse, a ser. El poema, entonces, tiene una doble imagen, una realidad con dos caras: la subjetiva, del escritor del hombre, creada a base de revelar sus emociones y sentimientos, y la objetiva del medio ambiente que actúa constantemente sobre él. Para mí, éste es el tema fundamental de Diario: el choque entre la sensibilidad del poeta y la realidad contemporánea, esencialmente antiheroica y antipoética, y este tema es el que lo convierte en un gran poema, en el poema verdaderamente importante de que hablaba al principio.[8]

Un libro que era a la vez el diario de un hombre común y corriente que dejaba en esas páginas su testimonio, el testimonio de un hombre que no sabía que era un gran poeta y de un poeta que parecía no saber tampoco que era un gran hombre, y no porque estuvieran alejado el uno (el hombre) del otro (el poeta), sino porque estaban tan fundidos que eran una y la misma cosa. Por eso, Sabines escribió:

Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.[9]

Fue en 1961 cuando le avisaron a Sabines que su padre tenía cáncer; le detectaron un tumor en el pulmón del tamaño de una bola de billar. Lo operaron de urgencia un 15 de junio de ese mismo año; luego de la cirugía lo llevaron a Acapulco para su recuperación, pero recayó y su agonía duró tres largos meses. Durante este tiempo, Sabines escribió el poema más importante de toda su obra: Algo sobre la muerte del mayor Sabines, que no publicaría sino hasta 1973. Un largo poema desesperado, desgarrador y que pone al lector frente al delirio del acabamiento y la certeza de nuestra un día inevitable desaparición. José Joaquín Blanco resume sus valores estéticos:

Algo sobre la muerte del mayor Sabines es una lectura desagradable y dura: la brutal descarga con que un hombre doliente arremete con todas sus fuerzas contra alguien (el lector) después de resistir hasta el fondo la muerte de su padre. No sólo ver morir, sino comprometerse tanto en la muerte ajena que también se pudren muchas cosas en la vida propia. No es, pues, un texto literario que nos invite a conversar con él; por el contrario, se nos impone, nos golpea, y el lector debe ponerse en guardia: endurecerse, no conmoverse, resistir el poema como el golpe de un amigo desesperado. Es una experiencia extrema de crudeza radical, un “alimento de los fuertes” y para momentos de gran fortaleza. Las consecuencias de la lectura serán posteriores y acaso perdurables, y nada tienen qué ver con una momentánea complicidad sentimental que le permita al lector falso consumir a salvo la intensidad ajena.[10]

Sabines nos cuenta, a su vez, el proceso de su dolorosa escritura:

El poema fue escrito en el curso precisamente de la enfermedad de mi padre. Fue iniciado cuando los médicos nos dijeron que tenía cáncer. Entonces, bajo la presión tremenda de la imposibilidad de curarlo, fui testigo impotente y destruido de la muerte que se le aproximaba. El poema fue escrito durante esos días, y cuando digo “Ayer se murió mi padre”, fue que ayer lo enterramos. Casi todo el final de la primera parte, que está en Recuento de poemas, fue escrito diariamente: toda esa serie de sonetos. León Felipe me decía que a él le parecía estupendo el poema, pero que no se explicaba por qué había escrito esos sonetos. Yo le decía que los sonetos fueron escritos precisamente porque su forma era una forma establecida; y que yo recurrí a ella para concretar mi emoción. Esos ocho o diez sonetos fueron escritos día tras día, uno tras otro. La forma soneto era para mí un vaso para contener la emoción, porque si no, no hubiera escrito nada; sobre todo en aquellos primeros días en que yo sentía su muerte como mi muerte.
[…] Entre la primera parte que apareció publicada en Recuento de poemas, y la segunda que es de dos años y medio después de la muerte de mi padre, yo seguí insistiendo en el tema; o mejor dicho, el tema siguió insistiendo en mí. Después de que desalojé la emoción inmediata –digamos, el Viejo murió en octubre y yo escribí todo lo que consta en la primera parte de Recuento durante noviembre y diciembre–, al año siguiente yo seguí escribiendo periódicamente cada ocho, diez o quince días, pero ya con cierta vergüenza de mí mismo, de seguir escribiendo sobre aquello. Hasta que un día, casi dos años después, me dije: es necesario enfrentarme, seguir pero ya sin vergüenza y terminar el poema. Entonces destruí todos los poemas que había escrito durante ese lapso de indecisión y en ocho días escribí la segunda parte. Entonces sí ya me sentí colmado, liberado.[11]

mostrar La madurez del poeta: encontrar el silencio

Después de emerger de ese infierno y esa catarsis que significaron la escritura de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, el poeta volvió a las aguas mansas de los versos con Yuria, que escribió luego de visitar Cuba en 1965, país que le traía un sinfín de connotaciones sentimentales en más de un sentido. No sólo representaba la Revolución cubana, el comunismo, la gran oleada izquierdista de Latinoamérica, sino también las remembranzas de su padre que había vivido ahí. Sabines no pudo librarse de incursionar en el poema social. Escribió un poema dedicado a Cuba y con éste, como pocos críticos lo han visto, se insertó en el gran río de la poesía social latinoamericana, que estaba también en manos de los coloquialistas, como Ernesto Cardenal, Juan Gelman, Mario Benedetti y Roque Dalton, quienes tuvieron como punto de partida de su poesía el poema de vocación social, revolucionaria y política. Esto lo confirma S. Umaña cuando escribe:

Mas, para el segundo punto de nuestra observación: los cambios que registran su ascendente evolución, sí se hace necesario referirse a Yuria, el sexto libro; en éste no sólo se retoman conocidos y manejados temas con valor cualitativo creciente, sino que se incluye “Cuba 65” que es un poema firme, sincero, sin compromiso ni interés, un poema escrito por un poeta que hasta antes de entonces no había elaborado algo de este matiz o tono político. Hasta antes de ese poema, sólo encontramos aproximaciones, alusión a desagradables situaciones sociales, ironías enfiladas hacia la injusticia; nada, pues, que contenga esta actitud destinada a definir mejor los contornos humanos en la obra de Jaime Sabines. En Yuria, el primer poema y el más extenso es “Cuba 65”; para la honradez del poeta es un poema importante dentro del libro. Precisamente, porque fue escrito bajo un signo de personal honradez, con la ingenuidad, el sentimiento y la lucidez puestos por el autor en otros temas y preocupaciones.[12]

Aunque en 1980 Sabines se desencantó de la Revolución cubana y de lo que era realmente la izquierda que utilizaba a los obreros y campesinos como carne de cañón siempre tuvo una inclinación considerable por escribir sobre las injusticias sociales y la explotación del hombre por el hombre. No escribió poesía panfletaria, pero esta preocupación se nota en los matices de su poesía: humana, sencilla, en simpatía con los desprotegidos y los pobres. Su poema a las prostitutas del pueblo o al campesino humilde que lleva a su hijo muerto en la bicicleta nos demuestra esta sensibilidad. En 1966 murió su madre, Doña Luz, y entonces Sabines no tuvo más remedio que volver al tema de la muerte en un libro que apareció en 1972: Maltiempo. Esta vez, sin embargo, prefirió un tono menos oscuro; en cambio, más luminoso. No quería volver a la queja, al llanto, al grito de dolor. Malkah Rabell describe así la propuesta sabiniana:

Maltiempo, el más bello canto a la madre, a su madre, y no a esa absurda imagen de la “madre universal” que trata de envolver “comercialmente” a todas las progenitoras del mundo, en el mismo halo. Aunque Freud, el máximo enemigo de la idealización materna, él, que arrojó su imagen del pedestal milenario –una destrucción quizá definitiva–, no dejó de insistir que no obstante todos sus rasgos negativos, la madre es el único ser que nos entrega su amor gratuito, sin pedir nada a cambio.[13]

Por eso los poemas a su madre son transparentes, frágiles, delgados y sencillos. Esta estética se ve reflejada cuando escribe: “Acabo de desenterrar a mi madre, muerta hace tiempo. Y lo que desenterré fue una caja de rosas: frescas, fragantes, como si hubieran estado en un invernadero”.[14]

mostrar Últimos años

Sabines ya no escribiría después un poema de la altura de Horal, Tarumba o Algo sobre la muerte del mayor Sabines, que se constituirían como sus tres libros fundamentales. Luego de estas tres colecciones de poemas, la obra de Sabines fue encontrando lo que el poeta siempre anheló: “el pudor necesario del silencio”. Desde entonces escribió poco, hasta prácticamente dejar de escribir en los últimos años, que fueron ya de homenajes y elogios al poeta consolidado y popular. Sabines llegó a reunir a más de cinco mil personas en sus lecturas poéticas.

Su final se acercó cuando se fracturó el fémur izquierdo el 12 de noviembre de 1989. Luego de varias operaciones sin éxito este accidente lo dejó postrado en una silla de ruedas. Tenía que levantarse de la cama usando cadenas para impulsarse. Uno de sus últimos poemas que escribió fue “Me encanta Dios”, con el que prácticamente cerraba toda su obra, en una especie de unión con la divinidad, por la cual nunca se sintió subyugado. Sabines es hoy por hoy el poeta popular más importante del siglo xx mexicano. Como lo dijo José Emilio Pacheco: “Sabines se equivoca como todos, pero acierta como pocos”.[15]

La dimensión real de la poesía de Jaime Sabines en el contexto de la lengua española todavía está por desvelarse.

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Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 25 de marzo de 1926; murió en la Ciudad de México, el 19 de marzo de 1999. Poeta. Estudió en las facultades de Medicina y Filosofía y Letras de la unam. Fue diputado federal y presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados. Su poesía fue grabada en la colección Voz Viva de México de la unam y traducida a doce idiomas. El ceca-Chiapas instituyó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. Becario del cme, 1964. Miembro del snca, como creador emérito, desde 1994. Premio Chiapas 1959. Premio Xavier Villaurrutia 1972. Premio Sourasky de Letras 1982. Premio Nacional de Lingüística y Literatura 1983. Presea Juchimán de Plata en Letras y Artes 1986. Presea Ciudad de México 1991. Premio Mazatlán 1996.

Hizo sus estudios primarios y de enseñanza media en su ciudad natal. Publicó sus primeros poemas en 1943, en el periódico del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas: El Estudiante, del cual llegó a ser director. En 1945 viajó a la Ciudad de México para estudiar Medicina, carrera que abandonó tres años después para dedicarse a las Letras. En 1949 se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras (ffl) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) donde hizo contacto con Efrén Hernández, Sergio Magaña, Sergio Galindo, Rosario Castellanos, Emilio Carballido y Luisa Josefina Hernández. Por enfermedad de su padre, en 1951, regresa a Tuxtla Gutiérrez, donde se hizo cargo de “El Modelo”, tienda de telas de su hermano Juan. Regresó a la Ciudad de México en 1959 a trabajar en una fábrica de alimentos para animales que su hermano Juan acababa de instalar, actividad que realizó durante diecisiete años, sin dejar el ejercicio de la poesía. De 1976 a 1979, desempeñó el cargo de diputado por el estado de Chiapas, y por un distrito de la Ciudad de México, en 1988.

Poeta por antonomasia, Jaime Sabines fue, ante todo, el “escribano de la vida”, según sus propias palabras, y preside por derecho propio, una generación de poetas chiapanecos que ha alcanzado especial renombre en la historia de nuestras letras como Rosario Castellanos, Juan Bañuelos, Óscar Oliva y Elva Macías. Desde su primer libro, Horal (1950), Sabines sorprendió gratamente a la crítica con una poesía de vigoroso desafío, escrita no sólo con el corazón, sino con todas las entrañas; todo lo que conforma la realidad cotidiana lo convirtió en material poético: más que poesía, sus textos son vida palpitante, la hermosa y dolorosa vida a la que el poeta se entregó totalmente. La poesía se le dio desde el principio; los temas principales que le preocuparon y que están presentes en toda su obra, fueron el amor y la muerte. En su segundo poemario, La señal (1951), la desolación de su libro anterior se acentúa en un permanente choque con la realidad burguesa y hostil. Tarumba (1956) es el testimonio de la inadaptación y la soledad en un lenguaje directo, claro y objetivo, y un profundo sentido sensual, ya puesto de manifiesto en su poesía anterior, lo que le permitió adueñarse plenamente de su realidad. Diario semanario y poemas en prosa (1961) presenta un universo poético clasificado y coherente y a su autor como uno de los mejores poetas mexicanos contemporáneos, el cual sabe recrear la vida cotidiana en todo su encanto y misteriosa esencia. A la primera aparición de Recuento de poemas, en 1962, la cual recogió todos sus libros anteriores más poemas sueltos, le han seguido varias ediciones más, cada una enriquecida con poemas y poemarios publicados entre ellas. Nuevo recuento de poemas (1977) recoge, además de los anteriores, Yuria (1967), Maltiempo (1972) y Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (1973, escrito a raíz de la muerte de su padre), su poema más largo y desgarrador, y tal vez su obra maestra. Este Nuevo recuento de poemas se reeditó, cada vez con nuevos poemas sueltos, en 1983, 1986 y, en 1991, bajo el título de Otro recuento de poemas, tuvimos por fin toda su poesía reunida. Por otro lado, se han hecho muchas antologías de su obra, así como sus poemas han sido seleccionados en numerosas antologías de poetas publicadas en México y el extranjero. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, alemán, francés, neerlandés, chino, servo-croata, ruso, checo, polaco, húngaro, hebreo, búlgaro y otros. Su poesía es, a fin de cuentas, un diálogo consigo mismo, un rebelarse ante todo y ante todos, pero Sabines lo hizo con seguro instinto poético y con dolida ternura; será por eso que ha llegado a ser uno de los más leídos y queridos poetas de México. Su obra, como la de Neruda, ha sabido penetrar y expresar el alma de los seres humanos que pueblan nuestra América.

Seudónimos:
  • O.K.

Jaime Sabines

Editorial: Dirección de Literatura UNAM
Lectura a cargo de: Jaime Sabines
Estudio de grabación: Estudio 19
Dirección: Mauricio Molina / Lizbeth Suárez / Margarita Heredia
Operación y postproducción: Rodolfo Sánchez Alvarado/ Mauricio Molina/ David Bojorges
Año de grabación: 1965
Género: Poesía
Temas: Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1926 - Ciudad de México, 1999). Poeta que revela la fragilidad de la condición humana al ahondar con sus versos en temas universales como el amor, la muerte o la soledad. A través de un lenguaje sencillo, alejado de rebuscamientos estilísticos, logró no sólo la aceptación de la academia sino la de gran parte del pueblo mexicano. Con el fin de difundir algunas de las más célebres grabaciones realizadas en la serie «Voz Viva de México», Descarga Cultura.UNAM, con el apoyo de la Dirección de Literatura, inaugura esta nueva serie con un fragmento del CD: Jaime Sabines, poemas, que se puede adquirir completo en http://www.literatura.unam.mx. Agradecemos a la Dirección de Literatura de la UNAM su autorización para hacer la comunicación pública de este fragmento. D.R. © UNAM 2010

Jaime Sabines

Lectura a cargo de: Jaime Sabines
Estudio de grabación: Sala Nezahualcóyotl
Música: Beto Caletti
Operación y postproducción: Francisco Mejía/ Sonia Ramírez
Año de grabación: 1997
Género: Poesía
Temas: Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, Chis., 1926-DF, 1999), poeta y político chiapaneco. Sabines revela la fragilidad de la condición humana al ahondar con sus versos en temas universales como el amor, la muerte o la soledad. A través de un lenguaje sencillo, alejado de rebuscamientos estilísticos, logró no sólo la aceptación de la Academia sino la de gran parte del pueblo mexicano. Los títulos que a continuación presentamos fueron leídos por el poeta ante un auditorio desbordante y entusiasta, el 25 de septiembre de 1997, en la sala Nezahualcóyotl de la UNAM. A “Los amorosos” le falta una línea que no leyó Sabines ese día, ¿sabes cuál es? Si lo descubres, escríbenos a contacto@descarga cultura.unam.mx. Agradecemos la colaboración y autorización de la familia Sabines para hacer la comunicación pública de este material, así como las colaboraciones musicales de Beto Caletti D.R. © UNAM 2009

Instituciones, distinciones o publicaciones


Centro Mexicano de Escritores
Fecha de ingreso: 1964
Fecha de egreso: 1965
Becario

Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes
Fecha de ingreso: 1983
Fecha de egreso: 1983
Ganador en el campo de Lingüística y Literatura

Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores
Fecha de ingreso: 1972
Fecha de egreso: 1972
Por su obra en general

Premio Mazatlán de Literatura
Fecha de ingreso: 1996
Fecha de egreso: 1996
Ganador con la obra "Pieces of shadow"