01 sep 2018 / 09 nov 2018 16:08
Joaquín Mortiz, fundada en la Ciudad de México en 1962 por Joaquín Díez-Canedo, pronto se convirtió en una de las editoriales más importantes del país. Fue la primera casa mexicana que con recursos privados y durante un tiempo prolongado se dedicó casi por entero a publicar literatura contemporánea, en gran medida nacional pero también extranjera. Para ello, Díez-Canedo creó 16 colecciones, de las cuales nueve fueron exclusivamente literarias, mientras que otras incluyeron una considerable cantidad de obras del mismo rubro. Así, de los poco más de 500 títulos publicados por el sello en la época referida (sin tomar en cuenta nuevas ediciones o reimpresiones), más del 80 por ciento fueron de o sobre literatura.[1] Estos números no dejan de ser asombrosos, pues si bien muchas editoriales en México publicaron literatura con anterioridad o simultáneamente, ninguna de ellas dio al arte literario tal prioridad en su catálogo.[2] Igual de excepcional fue que desde un principio Joaquín Mortiz abriera con amplitud sus puertas para acoger a nuevos talentos, quienes se sumaron a una nómina rica en autores consagrados y lograron así tener una difusión inusitada.
El ritmo de producción de Joaquín Mortiz fue en rápido aumento. Inicia con sus primeros seis libros en 1962, produce el doble al año siguiente y desde 1964 en adelante publica en promedio dos o más títulos al mes. En el catálogo de la editorial de 1972 ya se registran 245 obras publicadas. Sus años más fructíferos, con un mínimo de 30 libros anuales, fueron 1969, 1970, 1972, 1976 y 1977 (sin contar reediciones o reimpresiones). Fue en este último año cuando llega a su máxima producción al publicar 37 títulos nuevos, de los cuales todos fueron de literatura, salvo tres.[3]
Joaquín Mortiz se vio favorecida por la coyuntura del contexto social y cultural en el que surgió. Sin embargo, el positivo desarrollo y aceptación de los que gozó en su primera época también respondieron a diversos factores igualmente decisivos para el éxito contundente que logró tener la empresa, si bien no en el sentido financiero,[4] sí definitivamente en cuanto a su impacto y trascendencia en el campo cultural. Entre dichos factores se encuentran la experiencia acumulada por Joaquín Díez-Canedo como editor a lo largo de más de veinte años de trabajo;[5] el equipo de colaboradores que conformaron la empresa; la heterogénea, rigurosa y audaz selección de obras; la coherencia interna de las colecciones; el diseño moderno y atractivo de los libros, así como su cuidadosa confección y sus precios relativamente accesibles; sin olvidar una serie de estrategias eficaces de promoción, difusión y distribución. En las décadas de los sesenta y setenta, para un público amplio incluso más allá de las fronteras nacionales, la editorial Joaquín Mortiz se convirtió en sinónimo de “innovación, calidad y prestigio”.[6]
José Emilio Pacheco no vaciló en afirmar que Joaquín Mortiz fue “la editorial justa en el momento preciso”.[7] La experiencia de Díez-Canedo como editor y las relaciones que a lo largo de muchos años de actividad en el campo pudo mantener y fortalecer le permitieron calcular que el momento era propicio para lanzarse como editor independiente. Su impulso coincidió con una efervescencia inusitada en el entorno cultural nacional, plenamente favorable para un sello literario innovador y cosmopolita.
Fue una dicha ser joven en los sesenta. Editoriales, libros, autores, librerías, revistas, público: todo se conjuntó para hacer de aquellos breves años 1962-1968 lo que hoy vemos como una pequeña edad de oro mexicana. Mortiz, Era, el mismo Fondo y a partir de 1966 Siglo xxi, las ediciones de la Universidad Veracruzana en manos de Sergio Galindo, los suplementos, las revistas, la Casa del Lago, los cineclubes, el nuevo periodismo, la nueva narrativa, la nueva poesía, la nueva música, la nueva pintura, el nuevo cine, el teatro universitario. Quizá sólo en los veinte México había vivido con tanta intensidad las actividades intelectuales y artísticas.[8]
Ciertamente, el incremento en la variedad de medios culturales y editoriales existentes dio cabida a corrientes artísticas y formas de expresión originales, lo que paulatinamente fue moldeando el gusto y los intereses de un público en constante aumento. Aún así, no es exagerado afirmar que ninguno de estos espacios contribuyó tanto, desde la edición, al desarrollo y difusión de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx como Joaquín Mortiz.
En la década anterior Juan José Arreola, Jorge Hernández Campos, Henrique González Casanova y Ernesto Mejía Sánchez dieron a conocer la primera serie de Los Presentes, conformada por nueve plaquettes publicadas entre 1950 y 1953; y más adelante Arreola en solitario prolongó este esfuerzo con una segunda serie de volúmenes más extensos en formato de libros cocidos y encuadernados, conformada por 71 títulos, 11 de ellos “fuera de serie”, publicados entre 1954 y 1959.[9] También existían para entonces la colección Ficción creada en 1958 por Sergio Galindo en la Editorial de la Universidad Veracruzana (en su primera época, de 1958 a 1968, Ficción publicó 77 volúmenes numerados) y la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, iniciada en 1952, en la que intervino directamente el propio Joaquín Díez-Canedo cuando trabajó en esta casa dirigiendo el departamento técnico y luego como gerente de producción.
Destacan estos tres espacios porque fueron los primeros en abrir sus puertas tan ampliamente a nuevos talentos, escritores que apenas presentaban su primera obra o bien que antes habían publicado muy poco. Joaquín Mortiz dio continuidad sin reservas a esta fórmula. Pero es importante notar las diferencias entre todos estos proyectos.[10] Si bien las ediciones de Arreola fueron las que abrieron brecha en el sentido de dar oportunidad a las voces jóvenes (las de sus amigos y las de los participantes de sus talleres literarios, dentro y fuera del Centro Mexicano de Escritores), la circulación no comercial de sus plaquettes, de tirajes menores y sin página legal, fue muy limitada; los libros de la segunda serie de Los Presentes tuvieron una circulación mayor, pero por lo general el tiraje fue sólo de 500 ejemplares, costeados por los propios autores y el editor. En cuanto a Ficción y la revista La Palabra y el Hombre en la que se promocionaba la colección literaria, estaban respaldadas con el presupuesto de la institución académica a la que pertenecían; gracias a ello, Galindo pudo gozar de mucha libertad al dirigir la colección. Por su parte, para cuando el Fondo de Cultura Económica inició Letras Mexicanas había logrado acumular mucho prestigio luego de 17 años de saludable existencia, y contaba con el subsidio estatal, por lo que pudo dar a conocer a escritores nóveles sin poner mucho en riesgo. A diferencia de las instancias anteriores, financiadas externamente o en parte por los mismos autores, Joaquín Mortiz fungió como una editorial independiente de mayor escala y buena distribución, asumiendo por cuenta propia tanto los costos como los riesgos de publicar a autores poco conocidos.
Otras dos editoriales mexicanas privadas que, por su proximidad en el año de su fundación, sus intereses culturales y su ideología de izquierda, suelen hermanarse a Joaquín Mortiz son Ediciones Era y Siglo xxi Editores. La primera fue fundada en 1960 por los hermanos Espresate, Vicente Rojo y José Azorín, apoyados por Tomás Espresate y Enrique Naval, dueños de la Librería Madero y la imprenta homónima. Unos años más tarde, en 1966, Arnaldo Orfila Reynal fundó Siglo xxi Editores, gracias al respaldo que le mostraron numerosos artistas e intelectuales luego de su salida forzada como director del Fondo por motivos políticos unos meses antes.
Joaquín Mortiz se distinguió de estas dos editoriales sobre todo por haber sido ideada desde un principio con un perfil esencialmente literario. Esta intención fue definitiva y se mantuvo a lo largo de toda la primera época del sello. De las tres, Mortiz fue, por mucho, la que más literatura publicó.[11]
Dado el origen español común de los directores de Ediciones Era y de Díez-Canedo y el compromiso con la causa republicana, en ambas editoriales se dieron a conocer obras de autores españoles exiliados o que tenían dificultades para publicar en la península por la censura franquista. Ellas y también Siglo xxi tuvieron la misma apertura para acoger a autores de Hispanoamérica, muchos de ellos afectados igualmente por los conflictos políticos y económicos de sus respectivos países. Un efecto secundario de dichos conflictos fue que debilitaron algunas de las industrias editoriales que competían con la nacional dentro del mercado del libro en español, por lo que Era, Joaquín Mortiz y Siglo xxi se vieron favorecidas. También incidieron en el ejercicio de sus tareas editoriales la Revolución cubana y el surgimiento del boom, factores que despertaron mayor interés a nivel mundial por la realidad social y la producción cultural latinoamericana. Todo ello en conjunto incrementó el alcance internacional que lograron tener estas casas en las décadas de los sesenta y setenta.
Es importante considerar, sin embargo, que los editores de estos tres sellos pertenecen a distintas generaciones.[12] Los jóvenes fundadores de Era y Joaquín Díez-Canedo gozaron del apoyo de quien fungiera en muchos sentidos como uno de sus mentores en el oficio editorial: Arnaldo Orfila Reynal. Díez-Canedo trabajó en el Fondo durante casi todo el periodo que Orfila dirigió esta casa (de 1948 a 1965), y entre ambos cultivaron una relación laboral armoniosa además de una gran amistad. En algún punto Díez-Canedo comentó con Orfila sus intenciones de independizarse. Los deseos que desde una temprana edad manifestó Díez-Canedo de editar literatura a través de diversos proyectos editoriales en los que participó se vieron satisfechos sólo parcialmente con la colección Letras Mexicanas del Fondo: “En cierto momento noté que a los directores les interesaba menos que otras líneas. Entonces decidí organizar mi propia empresa, dedicada básicamente a la literatura”, contaba.[13] Desde unos años antes de renunciar al Fondo (renunció a finales de 1961, dejando su puesto de gerente de producción a Alí Chumacero) ya lo venía pensando y las pláticas que sostuvo por entonces con los editores catalanes y futuros socios suyos Víctor Seix y Carlos Barral le dieron el último impulso que necesitaba para decidirse.[14] También debió haberlo motivado el apoyo que recibió para ello de parte de Orfila. Incluso bromeaba al respecto: “En un principio hasta Orfila llegó a estar de acuerdo con que sacara de allí [del fce] a la colección ‘Letras Mexicanas’ para hacerla yo por otro lado. Desde luego se arrepintió”.[15]
Letras Mexicanas continuó en el Fondo. Aún así, esta colección determinó en gran medida el perfil que adoptaría más adelante Joaquín Mortiz y también contribuyó a nutrir su catálogo. Alrededor de 20 autores publicados en Letras Mexicanas antes de la salida de Díez-Canedo del Fondo se convirtieron después también en autores de Joaquín Mortiz; entre ellos, por nombrar a los más jóvenes, se encuentran Tomás Mojarro, Juan Bañuelos, Marco Antonio Montes de Oca, Luisa Josefina Hernández, Amparo Dávila, Carlos Fuentes, Sergio Galindo, Emilio Carballido, Rosario Castellanos y Luis Spota. Mortiz promovió y difundió ampliamente las letras mexicanas, pero, a diferencia de la colección del Fondo, ninguna de sus colecciones literarias, excepto las dedicadas a un autor, se limitaron a una única nacionalidad, aunque algunas sí se afianzaron sobre la unidad de la lengua española.
Otra herencia que Joaquín Mortiz recibió del Fondo fueron los derechos de publicación del estudio antropológico de Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, traducido por Carlos Villegas. Precisamente esta obra fue el detonante que desencadenó la salida forzada de Arnaldo Orfila Reynal de esta casa, en noviembre de 1965, bajo el pretexto de que, en la opinión de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, era inaceptable que una editorial apoyada por el Estado (y además bajo la dirección de un extranjero) publicara una obra cuyo contenido resultaba denigrante para el país. Díez-Canedo, quien conocía muy bien la obra pues la había corregido para su publicación en el Fondo, preparó la siguiente edición de Los hijos de Sánchez mientras en el Tribunal Superior de Justicia de la Nación se resolvía el caso por la demanda interpuesta contra el antropólogo y el editor argentino. Desde ese mismo año de 1965 comenzó a publicarse la obra en Mortiz, donde se hicieron desde la tercera hasta la décima octava edición, todas con tirajes de 10,000 ejemplares. Haciendo aún más explícita su solidaridad con Orfila, las ediciones de Mortiz de Los hijos de Sánchez incluyen como apéndice el fallo absolutorio de la Procuraduría General de la República. Sin embargo, en un principio todo esto no fue fácil; así lo relata Bernardo Giner de los Ríos:
La inversión era alta para las condiciones económicas en que ya estaba la editorial: las cerca de 800 páginas del libro cuya primera edición estaba agotada antes de imprimirse requerían tanto papel como el que se gastaba en medio año, implicaban un alto costo de composición y significaban varias toneladas de metal […] Todo el mundo decía que en Mortiz nos íbamos a hacer ricos, pero nadie estaba dispuesto a ofrecer apoyo económico, y el problema [de la falta de liquidez] le quitó el sueño a Joaquín Díez-Canedo durante varias noches. […] Se contaba con pequeñas líneas de crédito, pero eran a todas luces insuficientes y, cuando salió la tercera edición de Los hijos de Sánchez, el problema se hizo muy agudo. El azar, sin duda, estaba con la empresa, pues de la noche a la mañana se pudo solucionar todo el asunto y se abrió para los editores mexicanos un mundo que, con los años, ha resultado muy rentable. Una cadena de grandes supermercados [la Comercial Mexicana] se dio cuenta de que la obra se vendía muy bien, de modo que se dirigió a nosotros para lograr un buen descuento con la garantía de la compra masiva.[16]
Debido, entre otras razones, al debate público que había suscitado, el éxito de ventas de esta obra fue inmenso, en realidad el mayor de todo el catálogo de Mortiz. Esto motivó que se creara la colección titulada Obras de Oscar Lewis, conformada por ésta y otras cinco obras más, algunas de las cuales funcionaron y otras, en cambio, se vendieron poco.[17]
Estos apoyos, intercambios y colaboraciones entre todos los sellos editoriales mencionados no fueron los únicos. Por seguir con el caso de Mortiz, en ella se publicaron La comparsa (1964), Nudo (1970), ¡Oh, hermoso mundo! (1975) y El hombre de los hongos (1976) de Sergio Galindo, y los libros de la Universidad Veracruzana fueron puestos en el mercado por Avándaro, empresa de distribución de Joaquín Díez-Canedo; Juan José Arreola inauguró la Serie del Volador con La Feria (1963) ilustrada con los asteriscos de Vicente Rojo, obra que después, en 1971, formó parte de la colección Obras de Juan José Arreola, de Mortiz, en donde también se incluyó Confabulario (cuya edición original fue el segundo número de Letras Mexicanas); Vicente Rojo, editor fundador de Ediciones Era, quien ya había trabajado antes para el Fondo, colaboró en Mortiz con numerosos diseños; Era y Mortiz hicieron un arreglo especial para publicar la obra de José Emilio Pacheco: la primera publicaría toda la poesía y la segunda, la prosa;[18] a la larga este acuerdo no se respetó, pero Pacheco no olvidó que fue Rojo quien lo llevó a conocer a Díez-Canedo, etcétera. Estos ejemplos de proyectos y trabajos mancomunados muestran que, desde una perspectiva de conjunto, fue muy benéfica la solidaridad entre los que en esos años se propusieron revitalizar y fortalecer la publicación de literatura en México. “Por ahora las editoriales más bien se ayudan unas a otras, y mientras más se ayuden mejor para todas”, aseguraba Díez-Canedo a mediados de los sesenta.[19]
Imagen 1. Primera de forros de José Emilio Pacheco, Morirás lejos, México, Joaquín Mortiz (Serie del Volador), 1967. Fotografía de la autora.
La mayoría de los editores, autores y colaboradores de estos y otros espacios de difusión cultural pertenecieron al grupo llamado “La Mafia”, también conocido como “el grupo de [Fernando] Benítez”, periodista literario y promotor cultural, director de dos suplementos donde la colaboración de los miembros del grupo se concentró: México en la Cultura (febrero 1949- diciembre 1961) del periódico Novedades y La Cultura en México (1962- ) de la revista Siempre! La cercanía de Joaquín Díez-Canedo con este grupo y el fuerte apoyo que de él recibió quedaron plasmados en algunas noticias que se publicaron en esos suplementos. En La Cultura en México, publicación que nació al mismo tiempo que la editorial, se anunció el surgimiento de Mortiz en el número 5, del 21 de marzo de 1962: “Una nueva editorial Joaquín Mortiz dirigida por Joaquín Díez-Canedo comenzará en breve a introducir obras de literatura en el mercado nacional e hispanoamericano”; y en el número 35, del 17 de octubre de 1962: “Con la publicación simultánea de tres grandes novelas [Las tierras flacas de Agustín Yáñez, La compasión divina de Jean Cau y Oficio de tinieblas de Rosario Castellanos], inicia sus actividades la Editorial Joaquín Mortiz, llamada a ser una de las más importantes de nuestro idioma y a influir en las corrientes que están modificando la literatura hispanoamericana”.[20] También en varios números de 1962 se publicaron adelantos de los primeros títulos de Mortiz y entrevistas a sus autores; lo mismo pasó en la Revista de la Universidad de México, el otro polo donde convergió el grupo de La Mafia cuando Jaime García Terrés fue director de Difusión Cultural de la unam y de la revista entre 1953 y 1965.[21] Esto, sumado a la considerable reputación que ya tenía Díez-Canedo como editor, ayudó a aumentar las expectativas de los lectores, preparando así el terreno para el lanzamiento de Mortiz.
Joaquín Mortiz se constituyó desde 1961 como una sociedad anónima, con domicilio en la calle de Guaymas 33, en la colonia Roma de la Ciudad de México, si bien, en virtud de su crecimiento, desde 1970 se mudó a un edificio ubicado a unas cuadras, en la calle de Tabasco 106 esquina con Mérida. Gran parte del capital inicial que se logró reunir para crear esta empresa, 2 millones 700 mil pesos,[22] provino del suegro de Díez-Canedo, el empresario Alfredo Flores Hesse. Entre los socios accionistas también estuvieron, en un principio, el impresor Vicente Polo, los encuadernadores Francisco Suari Martí y Jorge Flores del Prado, y los editores catalanes Víctor Seix y Carlos Barral.[23]
La distribución de los libros de Mortiz funcionó bien, gracias a que poco después de fundar la editorial, Díez-Canedo creó con Jorge Flores del Prado la distribuidora Avándaro; ésta en un principio compartió domicilio con Joaquín Mortiz, pero en algún momento se mudó a la calle de Ayuntamiento 162, en el Centro Histórico.[24] Avándaro se encargó de distribuir en México, Centro y Sudamérica los libros de Joaquín Mortiz, Seix Barral, la Universidad Veracruzana y otras editoriales. Según el testimonio de Jorge Flores del Prado (hijo), llegaron a tener representantes en Guatemala, Honduras, Panamá, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Perú, Colombia, Argentina y Chile. Además, los directores de Seix Barral, como parte del acuerdo con Díez-Canedo, dieron a conocer los libros de Mortiz en España, y, por otro lado, Carlos Barral, en su calidad de titular de la literatura latinoamericana, representó a la editorial mexicana ante el grupo internacional de editores conocido como Formentor.[25]
Lamentablemente, los libros de Mortiz no interesaron mucho en España. Y en cuanto a las retribuciones correspondientes a las ventas en Hispanoamérica, éstas no solían ser puntuales y en ocasiones ni siquiera llegaron, lo que se tradujo en limitaciones económicas para la empresa. “La falta de liquidez se debía, ante todo, a los largos plazos que se daban a los libreros, a lo lento y difícil que resultaba cobrarles, y a los deudores que, sobre todo en el extranjero, se acumulaban escudándose en cierta impunidad, por un lado, y el convencimiento de que Joaquín Mortiz era una editorial fuerte, por otro”.[26]
Antes del primer año, Vicente Polo, fundador y director (hasta 1966) de Gráfica Panamericana, donde por mucho tiempo se hicieron los libros del Fondo, vendió sus acciones al artista gráfico Abel Quezada, amigo cercano de Díez-Canedo. Quizá esto explica por qué fueron pocos los libros de Mortiz que se imprimieron en Gráfica Panamericana; la mayoría se confeccionaron en los Talleres de la Editorial Muñoz y de la Editorial Galache (en Privada del Dr. Márquez 81, en la colonia Doctores) o en los talleres de Litoarte (en Ferrocarril de Cuernavaca 683, por Tacuba). En cambio, casi todos los libros de Mortiz se encuadernaron en Encuadernación Suari Martínez (en Golfo de California 32, también por Tacuba).
Bernardo Giner de los Ríos (Ciudad de México, 7 de abril de 1940- Nerja, Málaga, 6 de enero de 1999), sobrino de Joaquín Díez-Canedo, quien con sólo 22 años comenzó a trabajar como su mano derecha en la editorial desde agosto de 1963 y continuó haciéndolo hasta mediados de los años ochenta,[27] dejó testimonio de cómo se hacían los libros:
Se trabajaba con linotipia y prensa plana y se usaba el offset para portadas y el color […]. La encuadernación era cosida y se tardó muchísimo en aceptar los pegamentos porque cuando empezaron a usarse fueron origen de muchos disgustos. Ahora bien, si lo descrito tiene apariencia de apego a la tradición, cabe decir que Mortiz siempre estuvo pendiente de los avances tecnológicos que, en artes gráficas, se suceden vertiginosamente. Hay dos o tres libros que se hicieron cuando las computadoras y los medios actuales estaban en pañales; se logró una solución al secado y fijación del laminado de polietileno que dio posibilidad a que el sistema se implantase con mucha más aceptación que en sus principios. En fin, se estaba al día, se probaba, se empleaba lo que daba resultados satisfactorios y se incorporaba un sistema de producción en el que se llegó a usar desde la composición a mano hasta lo más avanzado tecnológicamente, que no siempre es lo mejor. [28]
En el diseño de las colecciones y los libros intervino activamente el propio Joaquín Díez-Canedo, pues uno de sus grandes intereses desde que empezó a trabajar en el campo editorial fue el aspecto físico de las publicaciones y su composición tipográfica. Aunque nunca se registró un crédito a su trabajo como diseñador o tipógrafo, Díez-Canedo llevó a cabo estas funciones en múltiples publicaciones. Tuvo mucho que ver en el diseño de las portadas de la serie menor de la colección Letras Mexicanas del Fondo, por ejemplo. En sus gustos tipográficos –manifestados plenamente en la edición de Epigramas americanos (1945) de su padre Enrique Díez-Canedo, con viñetas e ilustraciones de Ricardo Martínez, el primer libro que apreció con el pie de imprenta “Joaquín Mortiz, Editor” mucho antes de que se creara la editorial–, se nota la influencia de Juan Ramón Jiménez, José Bergamín y Miguel Prieto (más innovador), entre otros. Más tarde, también aprendió del holandés Alexandre A. M. Stols, quien, en parte por intermediación suya, vino a México para dar unos cursos de actualización editorial en el Fondo de Cultura Económica a finales de los años cincuenta. El logotipo de Joaquín Mortiz es obra de Ietswaart Balduino,[29] un discípulo de Stols, también holandés, que lo acompañó a México e hizo varios trabajos para la unam, la Universidad Veracruzana y el Fondo.
A pesar de cierta tendencia tradicional o clásica en sus preferencias tipográficas, Díez-Canedo se mostró interesado en ofrecer en Mortiz no sólo libros hermosos y bien hechos, sino además modernos. Qué mejor ejemplo que las portadas de la colección Las Dos Orillas que él mismo diseñó: muy sencillas, lisas, de un color diferente de volumen a volumen, con tipografía en mayúsculas blancas (negras o de color, si el fondo era blanco) indicando autor y título, abajo el logotipo de la editorial y nada más.
Imagen 2. Cuarta y primera de forros de Tomás Segovia, Terceto, México, Joaquín Mortiz (Las Dos Orillas), 1972. Fotografía de la autora.
También supo escoger muy bien a sus colaboradores gráficos entre las pocas opciones que había en esa época. Llamó, antes que a nadie, a quien empezaba a demostrar con creces su capacidad para hacer diseños modernos de excelente calidad: Vicente Rojo. Se conocieron en el Fondo de Cultura Económica, donde Rojo hizo portadas de la colección Breviarios y muchas más. En Mortiz, la maqueta de la Serie del Volador y la de los Cuadernos de Joaquín Mortiz fueron de Rojo, al igual que muchísimas portadas en éstas y casi todas las demás colecciones. A principios de los años setenta, otro diseñador gráfico realizó trabajos para Mortiz, gracias a la recomendación del propio Rojo: Rafael López Castro; de él es, por ejemplo, el diseño de la colección más tardía, Contrapuntos.
Cuando Rojo habló directamente de su trabajo para la editorial de Díez-Canedo en una entrevista realizada por Llanos Delgado, dejó claro cómo el editor, a pesar de saber de tipografía él mismo, supo respetar su trabajo dándole toda la libertad para tomar decisiones propias:
él sabía perfectamente de qué iban los libros, porque, en realidad, mientras yo sí tenía acceso, por muchos motivos que no vienen al caso, a los libros de Era, podía leerlos o podía tomar notas de lectura, en el caso de Joaquín, él me contaba los libros y me los contaba maravillosamente, se los conocía muy bien, me hacía la síntesis, extraordinaria, de lo que era el libro. No me ponía ninguna condición [para hacer las portadas], yo lo hacía a mi manera, teníamos muy buena relación porque ya la habíamos establecido en el Fondo […] Yo no intervenía en la estructura tipográfica de los libros, ni el Fondo ni en Mortiz; en Mortiz, desde luego, eran [las intervenciones tipográficas] obviamente de Joaquín; yo creo que él era muy buen tipógrafo. El único pero que pondría a Joaquín es que, bueno, resultó un editor excepcional, y quedaron un poco ocultos su gran conocimiento, su extraordinario conocimiento literario y su gran conocimiento tipográfico, sabía muy bien lo que quería, aunque no lo hiciera.[30]
En cuanto a la composición tipográfica de los textos, es de suponerse, por lo que afirma Rojo en la cita, que el trabajo y las decisiones de Díez-Canedo fueron cruciales especialmente en todas aquellas obras en las que la composición tipográfica se aleja de las convenciones editoriales a las que está acostumbrado el lector.
El trabajo de otros artistas se puede encontrar en diversas ediciones de Mortiz. Por ejemplo, La Mafia de Luis Guillermo Piazza tiene cuatro ilustraciones de José Luis Cuevas (Serie del Volador, 1967); La casa que arde de noche de Ricardo Garibay, viñetas de Rafael López Castro (Serie del Volador, 1971); El hombre de los hongos de Sergio Galindo, ilustraciones de Leticia Tarragó (Nueva Narrativa Hispánica, 1977). Un caso aparte es la hermosa edición limitada de Algo sobre la muerte del mayor Sabines de Jaime Sabines (1973, no perteneció a ninguna colección), con 250 ejemplares numerados y firmados por el autor, en formato de 29 x 26 cm, empastado en tela y con un linóleo de Alberto Maldonado Zambrano. Por lo general, en los interiores de los libros de Mortiz no se incluyeron imágenes o ilustraciones; muy pocas colecciones se caracterizaron por que todos sus libros estuvieran ilustrados (Contrapuntos y Culturas Básicas del Mundo, con 10 y 9 títulos cada una). Sin embargo, en el catálogo se pueden encontrar alrededor de 50 libros con imágenes o ilustraciones.
Joaquín Díez-Canedo se involucró también en todos los otros ámbitos relacionados con la producción de sus libros. Se recuerda frecuentemente que las puertas de su oficina eran abatibles y a ella podía entrar cualquiera sin mayor obstáculo. Con los autores mantenía un trato amable, aunque un tanto rudo, y con muchos de ellos entabló amistad. Leía los manuscritos, los editaba, supervisaba las traducciones, corregía pruebas, sugería títulos, escribía solapas, diseñaba algunas portadas y los interiores, vigilaba de cerca cada una de las distintas etapas de la producción en las imprentas. Su hija Aurora recuerda:
En su mesa de trabajo tenía instrumentos propios del oficio: una guillotina, su invariable tipómetro, muestras de papel, muestrarios de tipos de imprenta, tijeras para cortar papel, entre otras cosas, con los que constantemente diseñaba y medía las cajas, marcaba los espaciados, ajustaba líneas y lomos. En un principio, los libros se componían en imprenta de linotipo y él pasaba diario, antes de llegar a las oficinas de la editorial, a las dos imprentas con las que generalmente trabajaba para supervisar el avance de sus libros.[31]
Al inicio el personal fijo de Mortiz fue mínimo: además del director gerente, la secretaria Magdalena Blanco, un encargado de almacén y un contador. Muy pronto se incorporó Bernardo Giner de los Ríos, y poco a poco fue creciendo el personal hasta llegar a constituir un equipo de 18 personas.[32] Asimismo, varios de los autores jóvenes de Mortiz colaboraron con la editorial realizando dictámenes, escribiendo solapas, haciendo correcciones o atrayendo y recomendando a nuevos autores. Entre ellos, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo, Angelina Muñiz-Huberman, Vicente Leñero, Gustavo Sainz y José Agustín.
Imagen 3. Primera de forros de José Agustín, Inventando que sueño, México, Joaquín Mortiz (Nueva Narrativa Hispánica), 1968. Fotografía de la autora.
Puede decirse que la especialidad de Joaquín Mortiz fue la publicación de literatura en español: en orden de importancia, primero de autores de origen mexicano –más de dos terceras partes del catálogo–, luego españoles y después autores de otros países hispanohablantes (estos últimos juntos ocupan más o menos el mismo espacio que los españoles). No obstante, alrededor del once por ciento de su catálogo son traducciones, algo bastante nuevo en el México de entonces, donde muy pocas editoriales traducían literatura. Agustí Bartra tradujo seis libros para Mortiz, entre los que se encuentran tres de André Breton: Nadja (1963; incluye las imágenes de la edición de Gallimard de 1963, pero adaptadas por Vicente Rojo), Los vasos comunicantes (1965) y El amor loco (1967), todos en la Serie del Volador. Carlos Villegas hizo la traducción de cinco libros de la colección Culturas Básicas del Mundo. Juan García Ponce fue el traductor de tres libros de Herbert Marcuse que tuvieron mucho éxito y por lo tanto varias ediciones cada uno: Eros y civilización (una investigación filosófica sobre Freud) (1965), El hombre unidimensional (1968) y Ensayo sobre la liberación (1969); el cuarto libro de Marcuse en Mortiz, Contrarrevolución y revuelta (1973), lo tradujo Antonio González de León. Carlos Gerhard fue el traductor de todas las obras de Günter Grass que, por motivos de censura, no se publicaron en Seix Barral sino en Joaquín Mortiz: El tambor de hojalata (1963), El gato y el ratón (1964), Años de perro (1966) y Anestesia local (1972). Mención especial merece José Vázquez Amaral, quien durante más de veinte años trabajó estrechamente con Ezra Pound; Joaquín Mortiz publicó su traducción de los ensayos del poeta reunidos en El arte de la poesía (1970, Serie del Volador) y los Cantares completos i-cxx (1975), trabajo que le valió el Premio Xavier Villaurrutia del mismo año. María Luisa Díez-Canedo, hermana del editor, también tradujo varios títulos, al igual que Francisca Perujo. Finalmente, Martí Soler, Isabel Fraire, José Agustín, Juan Tovar, José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, entre otros, tradujeron uno o dos títulos. Octavio Paz es el único “traductor-autor” del catálogo, con Versiones y diversiones (1974, Las Dos Orillas), donde el poeta “da sus versiones castellanas de la obra de 37 poetas de Occidente y Oriente y muchos ejemplos de Tanka y Haikú”; también tradujo los poemas de Jacques Roubaud, Eduardo Sanguineti y Charles Tomlinson para el experimento de poesía en el que él también participó como autor y que apareció en Mortiz bajo el título de Renga (1972, Las Dos Orillas).
Imagen 4. Primera de forros de Apollinaire, Poesía, versión de Agustí Bartra, México, Joaquín Mortiz (Los Nuevos Clásicos), 1967. Fotografía de la autora.
Salvo por los textos traducidos y otras cuantas excepciones, el resto del catálogo de Mortiz se conformó de obras inéditas y casi todas contemporáneas. Pronto la editorial comenzó a recibir cientos de manuscritos, de los que sólo llegó a publicar una mínima parte. Las propuestas pasaban por un proceso de selección bajo rigurosos criterios, que el investigador Danny J. Anderson (quien tuvo oportunidad de revisar un conjunto extenso de dictámenes) sintetizó en cuatro indicadores de calidad: oficio, originalidad, malicia o penetración literaria y el grado en el que las obras demandaban o incitaban el involucramiento del lector.[33] Además del tiempo que debían esperar los autores para saber si la respuesta sería favorable, una vez aceptado un texto, su publicación, en algunos casos, llegó a tardar aún algunos años. No obstante, abundan los testimonios de escritores que afirman que para ellos valía la pena la espera, con tal de ver cumplidas sus aspiraciones de formar parte del catálogo de Mortiz.
Los premios literarios constituyeron una vía más directa para los autores para formar parte del catálogo de Mortiz. Desde 1969, comenzaron a aparecer anualmente en Las Dos Orillas las obras galardonadas con el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, respetando el diseño de los otros libros de la colección; a partir de 1973 y hasta 1982 las obras que ganaron este premio se siguieron publicando en Mortiz pero fuera de la serie de poesía, pues en las portadas se incluyó la leyenda de “Premio Nacional de Poesía” y se eligió otra tipografía.[34] Asimismo, de 1974 a 1980 se publicaron en la Serie del Volador, con la leyenda en portada anunciando el premio, más la mención en el texto de solapa, las obras ganadoras del Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí.[35] También formaron parte del catálogo de la editorial, en diversas colecciones, algunas obras ganadoras del Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero, al igual que dos obras ganadoras del Premio Biblioteca Breve organizado en España por la editorial.[36] No fueron los únicos premios literarios nacionales y también internacionales (el Premio Goncourt y el Premio Internacional de Literatura, ambos de 1961, se publicaron poco después, traducidos, en Mortiz) aprovechados estratégicamente por su valor simbólico. Por otra parte, la editorial fue aumentando su prestigio gracias a que 16 de sus publicaciones obtuvieron el Premio Xavier Villaurrutia, otorgado a una obra ya publicada.
Si bien las colecciones y las ediciones de Mortiz estaban dirigidas principalmente a una élite culta de lectores que pudieran enfrentarse a textos narrativos frecuentemente complejos o experimentales sin renunciar a ellos, así como a aquella minoría que gozaba de la lectura de géneros literarios más exigentes –la poesía, el ensayo u obras dramáticas–, la política de la editorial siempre fue la de procurar mantener los precios de los libros relativamente bajos para que fueran accesibles al público general; en palabras de Díez-Canedo: “ajustábamos los precios para que la gente pudiera comprar nuestros libros”.[37] Dos grandes obstáculos para mantener esta práctica en Mortiz fueron, por un lado, los altos costos del papel en México, y por otro lado, que, si bien estaba creciendo, el mercado de lectores no era todavía muy grande, por lo que no resultaba tan factible para una editorial privada arriesgarse a hacer grandes tirajes para rebajar los costos de las ediciones.
Hubo excepciones: en el catálogo se pueden encontrar algunos tirajes mayores de 8,000 o 10,000 ejemplares, cuando el promedio normal era de entre 2,000 y 4,000 unidades; y algunos libros exitosos fueron editados varias veces. Sin embargo, el criterio económico, hasta donde fue posible, no fue el factor que rigió en la toma de decisiones en Joaquín Mortiz durante su época independiente. Aunque por supuesto a Joaquín Díez-Canedo le interesaba que sus libros circularan y se leyeran, solía privilegiar por encima de todo la publicación y difusión de la literatura que consideraba original, innovadora y de calidad.
Con las colecciones Novelistas Contemporáneos, Las Dos Orillas y Confrontaciones se inauguró en 1962 la editorial Joaquín Mortiz. Al año siguiente apareció la Serie del Volador. En la misma década de los sesenta Díez-Canedo fue creando otras nueve colecciones más (Culturas Básicas del Mundo, El Legado de la América Indígena, Obras de Obras Incompletas de Max Aub, Obras de Oscar Lewis, Psicología y Psicoanálisis/ Cuestiones Sociales, Nueva Narrativa Hispánica, Cuadernos de Joaquín Mortiz) y en los años setenta nacieron las últimas tres (Contrapuntos, Obras de Juan José Arreola, Biblioteca Paralela). Los libros fuera de serie se registran bajo un apartado llamado “Otros títulos” en el Catálogo general Joaquín Mortiz de enero de 1981.
Imagen 5. Primera de forros del Catálogo de Joaquín Mortiz, 1981. Fotografía de la autora.
En la siguiente tabla se conserva el orden de las colecciones establecido en el catálogo de 1981, donde predomina un criterio, no cronológico, sino por géneros literarios y, en segundo nivel, por tipo de colección (se agrupan al final las dedicadas a un sólo autor). El número de títulos indicado en la tabla incluye también los que se publicaron en los últimos años de la etapa independiente de la editorial, esto es, entre febrero 1981 y mayo de 1983. No se consideran nuevas ediciones excepto en tres casos.[38] Asimismo, se aprovecha la información registrada en el Catálogo general Joaquín Mortiz de 1972 con respecto a los precios de los libros, información sumamente útil pues permite tener un parámetro de comparación justo a la mitad de la época independiente de la editorial, cuando la empresa ya estaba plenamente consolidada.[39]
Tabla 1. Relación de datos sobre las colecciones basada en el Catálogo de Joaquín Mortiz de 1981.
Varias obras de Joaquín Mortiz podrían pertenecer a más de un género literario, pero, simplificando un poco el problema al clasificarlas dentro del género más evidente en ellas, se puede observar que en el catálogo de la época independiente de Joaquín Mortiz predominó claramente la novela (41.10%), seguido de la poesía (14.87%) y del cuento o relato (12.72%); también están presentes el ensayo literario o sobre literatura (7.05%), así como el teatro o la crítica teatral (4.31%). El relato de viaje, las memorias, la biografía, la conferencia, la crónica o el género epistolar están representados con pocas obras cada uno (suman entre todos 4.5%). Finalmente, las obras que pertenecen a otras disciplinas o áreas del conocimiento –en orden de importancia en el catálogo: psicología y psicoanálisis, política, sociología, antropología, economía, historia y filosofía, entre otros– ocupan 15.46% del total.
Tabla 2. Relación de géneros literarios por colecciones basada en el Catálogo de Joaquín Mortiz de 1981.
Por sí mismos, los primeros tres títulos con los que se inaugura Joaquín Mortiz en 1962, pertenecientes a la colección Novelistas Contemporáneos, son una pequeña muestra del tipo de autores y de obras que se proponía publicar la editorial en esta y las siguientes colecciones literarias. Conviven un escritor de larga trayectoria ampliamente reconocida (Agustín Yáñez, con Las tierras flacas); Jean Cau, un autor francés desconocido para entonces en México, pero que acababa de ganar el Premio Goncourt el año pasado con su novela La Pitié de Dieu, publicada en París por una de las editoriales de mayor prestigio a nivel internacional: Éditions Gallimard; y una joven escritora que apenas había comenzado a publicar sus primeras obras (Rosario Castellanos, con Oficio de tinieblas). De esta manera, Díez-Canedo se presentó como un promotor de las letras mexicanas, pero con un criterio abierto y cosmopolita, que también se atrevía a traer a nuestro ámbito cultural, por medio de las traducciones, parte de la producción más reciente en otras lenguas. Muchas de las traducciones de literatura en Mortiz se concentran en esta misma colección, con obras del escritor alemán Günter Grass, del italiano Oreste del Buono, del francés Hervé Bazin, del canadiense-estadounidense Saul Below, de las estadounidenses Hortense Calisher, Mary McCarthy y Susan Sontag, del inglés Allan Sillitoe y de la irlandesa Iris Murdoch. Entre los mexicanos en esta serie estuvieron, además de los antes mencionados, Luis Spota con La carcajada del gato (1964) y La plaza (1972) y Las cajas (1973), Carlos Fuentes con Cambio de piel (1968) y Terra Nostra (1975), Rafael Bernal con El complot mongol (1969), Gustavo Sainz con La princesa del palacio de Hierro (1974) y Elena Garro con Los recuerdos del porvenir (1963), Fernando del Paso con Palinuro de México (1980). También destacó el español Juan Goytisolo con Señas de identidad (1966) y Reivindicación del Conde Don Julián (1970). La mayor parte de los títulos de Novelistas Contemporáneos son de la década de los sesenta; probablemente el ritmo de producción de la serie bajó cuando en 1968 se creó otra colección que aceptaba textos narrativos de mayor extensión: Nueva Narrativa Hispánica.
Imagen 6. Primera de forros de Inés Arredondo, Río subterráneo, México, Joaquín Mortiz (Nueva Narrativa Hispánica), 1979. Fotografía de la autora.
La particularidad de Nueva Narrativa Hispánica fue ser una colección bilateral que publicaron en conjunto la editorial Seix Barral en Barcelona (desde 1965) y Joaquín Mortiz en México (a partir de 1968, con idéntico título y maqueta que los de la colección catalana). La idea surgió durante una estancia de tres semanas de Carlos Barral en México a finales de 1967: “Yo me pasaba el día con Joaquín Díez-Canedo en la editorial o en su casa o con escritores amigos. El objeto de mi viaje […] era el diseño y planificación de unas colecciones comunes […] se trataba de un trabajo muy detallado y de mucha conversación con unos y con otros”, cuenta Barral en sus memorias.[40] Al final no fueron varias sino sólo una colección la que comenzaron a publicar paralelamente. A partir de entonces, lo único que permitía distinguir a simple vista a qué editorial pertenecía un libro de Nueva Narrativa Hispánica eran el logotipo y a veces el nombre (de Joaquín Mortiz o Seix Barral) en la portada. Como parte de la misma estrategia para favorecerse mutuamente al unir sus capitales simbólicos y sus campos de expansión, en las solapas de algunos volúmenes se anunciaban otros títulos de la colección publicados por cada editorial: por lo general en la solapa de enfrente los de quien editaba ese libro particular, en la de atrás los del socio editor. Algunos autores de Nueva Narrativa Hispánica tuvieron la suerte de ver sus obras publicadas en Barcelona y otras en México, pero lo común fue que sólo una de las dos casas publicara a cada autor. Hasta principios de los años ochenta fueron 92 los títulos que publicó en esta colección Joaquín Mortiz, mientras que Seix Barral publicó aproximadamente otros 90 más en Barcelona.
Imagen 7. Cuarta de forros de Jorge Ibargüengoitia, La ley de Herodes, México, Joaquín Mortiz (Serie del Volador), 1967. Fotografía de la autora.
Sin embargo, en opinión de muchos lectores, la estrella del catálogo de Joaquín Mortiz fue la Serie del Volador, iniciada en 1963. Sus libros se distinguen por los característicos diseños de sus portadas, con una estructura geométrica dividida en varios cuadros o rectángulos, cuya disposición, color y diseño interior variaba de volumen a volumen; en la cuarta de forros estos espacios estaban ocupados uno por las fotografías de los autores, otro por la indicación de los géneros literarios de la serie y el tercero por texto de solapa (inclusive a veces las fotografías de los autores cambiaban de edición a edición). No obstante, el éxito de la colección se explica también por otras muchas razones. Fue la colección más profusa de todas, la que conjuntó más géneros literarios distintos, la que acogió a más autores nuevos, la que solía presentar con mayor frecuencia obras audaces y experimentales; además sus textos solían ser más cortos y sus precios menores. Dentro de la Serie del Volador comenzó a aparecer en 1970 una subserie llamada Teatro del Volador, en la que se incluyeron obras dramáticas, acompañadas de fotografías de alguna de sus puestas en escena. Al igual que en Novelistas Contemporáneos, esta colección también acogió muchas traducciones, por ejemplo, Harry es un perro con las mujeres (1965) de Jules Feiffer, Cómo es (1966) de Samuel Becket, La lechuza ciega (1966) de Sadegh Hedayat, Comienza Cabot Wright (1968) de James Purdy y La infancia dorada (1970) de Elena Croce.
Imagen 8. Primera de forros de Vicente Leñero, El juicio, México, Joaquín Mortiz (Teatro del Volador), 1964. Fotografía de la autora.
Por su naturaleza, los ocho títulos que conforman la Biblioteca Paralela hubieran podido integrarse a la Serie del Volador, pero por alguna razón no especificada conforman una serie aparte, sin una identidad gráfica bien definida. Todos los títulos se publicaron el mismo año, 1977, salvo Recolección a medio día del poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez, que apareció en 1980. De ellos destaca, por las sus múltiples ediciones y rediciones que ha seguido teniendo hasta la fecha, Nuevo recuento de poemas de Jaime Sabines.
En estas colecciones literarias no sólo se estrenaron autores sino también otras formas de expresión sumamente originales para la época. Seix Barral y la distribuidora Avándaro contribuyeron por esos años a dar a conocer en México las tendencias más recientes de la escritura literaria en Europa, particularmente la conocida como nouveau roman. De ella se pueden encontrar resonancias en las nuevas creaciones de los escritores mexicanos e hispanoamericanos, quienes, sin embargo, fueron delineando tendencias estéticas con características propias. En Mortiz se desarrollaron, por ejemplo, la novela del lenguaje, las manifestaciones postvanguardistas o la corriente de La Onda, representada por los autores Gustavo Sainz, José Agustín y Parménides García Saldaña.
Joaquín Díez-Canedo fue lo suficientemente visionario, al extender a los jóvenes escritores de los sesenta un rotundo certificado de adscripción a una sociedad tan cerrada como era la de entonces, en tiempos de Díaz Ordaz, avalando de ese modo a esa generación destinada a caer en Tlatelolco, y a todas las generaciones que, después de recoger los cadáveres de la plaza, ocuparon un lugar muy distinto en la vida pública de México y cambaron la vida privada rápidamente.[41]
Si la Serie del Volador fue la colección que más asociaron los lectores con el nombre de Joaquín Mortiz, Las Dos Orillas fue la que le aportó el mayor capital simbólico vinculado a la altura cultura, con sus 54 volúmenes de poesía, muy bien cuidados y de menor tiraje (de 1,000 ejemplares en promedio). Las colección inició en 1962 con Salamandra de Octavio Paz y el último poemario de Luis Cernuda, Desolación de la quimera. Sin embargo, las dos orillas aludidas en el nombre de la colección no fueron solamente México y España; la serie también incluyó a varios autores hispanoamericanos: el peruano Alejandro Romualdo, el costarricense Alfredo Cardona Peña y la puertorriqueña Rosario Ferré, entre ellos. Esta colección, al igual que Nueva Narrativa Hispánica, alojó exclusivamente obras en español, salvo las dos traducciones de Octavio Paz antes mencionadas. Destacan las características de la puesta en página de la edición del poema Blanco (1967) de Octavio Paz incluido en esta colección, pues está impreso en varias columnas irregulares, a dos tintas y con diferentes tipografías, ocupando una sola y muy extensa página que se despliega. Para la creación de este libro-objeto, Paz envió los originales ya con un esquema muy exacto de la disposición del texto tal como la deseaba, y a partir de él Joaquín Díez-Canedo y Vicente Rojo descifraron lo que el poeta pedía y realizaron los ajustes tipográficos necesarios.
Otra colección dedicada a la poesía pero que se conformó únicamente por dos títulos fue Los Nuevos Clásicos. El primer volumen, de 1967, reúne la poesía de Guillaume Apollinaire, en traducción de Agustí Bartra, con las ilustraciones de Juan Soriano hechas especialmente para ello. El segundo título, de 1975, son los Cantares completos de Ezra Pound, traducidos por José Vázquez Amaral. En estas dos ediciones se tuvo especial cuidado en que las versiones en español de los versos, los ideogramas y especialmente de los caligramas incluidos reprodujeran fielmente la disposición de los textos originales, algo que implicó un enorme desafío no sólo para el traductor sino también para el formador de las páginas.
Imagen 9. Primera de forros de Ezra Pound, Cantares Completos, versión de José Vázquez Amaral, México, Joaquín Mortiz (Los Nuevos Clásicos), 1975. Fotografía de la autora.
Resulta difícil definir el común denominador de los diez títulos que componen la colección más tardía, Contrapuntos. Ahí se reunieron obras tan heterogéneas como Viajes a la América ignota (1972) de Jorge Ibargüengoitia, Cartas taurinas (1973) de Juan Pellicer Cámara o Vivir del teatro (1982) de Vicente Leñero. Otra colección de Mortiz en la que se pueden encontrar diferentes géneros además del ensayo es Confrontaciones, la cual se compuso a su vez por otras subseries como “Los Críticos” y “Los Testigos”. Entre sus libros están los dos conocidos volúmenes de Los narradores ante el público (publicados en 1966 y 1967), donde se recogen 43 intervenciones de la serie de conferencias organizadas en 1965 por en Instituto Nacional de Bellas Artes; gran parte de los escritores aquí incluidos fueron autores de Joaquín Mortiz. También en Confrontaciones se publicaron varias obras del género de las memorias: las de Ilia Ehrenburg –compuestas por Gente, años, vida (1962), Un escritor de la revolución (1966) y Los dos polos (1966)–; Mi vida entre los surrealistas (1963) de Mathew Josephson; Memorias (1976) de Daniel Cosío Villegas; y Reloj de Atenas (1977) de Jaime García Terrés, por ejemplo. Asimismo formó parte de la colección el ensayo Daniel Cosío Villegas, una biografía intelectual (1980) de Enrique Krauze.
La colección Cuadernos de Joaquín Mortiz sí se conforma principalmente de ensayos de diversas disciplinas, sobre todo política, sociología, economía, filosofía e historia. Aunque sean pocas, también se incluyen obras sobre literatura: La nueva novela hispanoamericana (1969) de Carlos Fuentes; Unidad y diversidad de la literatura latinoamericana (1972) de José Luis Martínez; Leer poesía (1972) y Cómo leer en bicicleta (1975) de Gabriel Zaid, o Poesía y conocimiento (1978) de Ramón Xirau.
Por sugerencia de Jaime García Terrés, Díez-Canedo creó en 1965 una colección particular para disciplinas que se alejan de la literatura: Psicología y Psicoanálisis/ Cuestiones Sociales. Reunió a autores de las nuevas corrientes del pensamiento que interesaron mucho en México. Las obras de Herbert Marcuse, como se ha dicho, fueron un éxito de ventas y tuvieron varias ediciones o reimpresiones; dos de ellas, Eros y civilización y El hombre unidimensional, pertenecen a esta colección. Otros autores de la serie fueron Norman O. Brown con Eros y tánatos (El sentido psicoanalítico de la historia) (1967); Margaret S. Mahler con Simbiosis humana (1972) e Iván Illich con Némesis médica (1978).
Dos colecciones que nacieron al mismo tiempo, en 1964, y con características semejantes –de precio sumamente accesible y con tirajes mayores (desde 5,000 hasta 8,000 ejemplares), dirigidas a un público más amplio y con un propósito didáctico o divulgativo– son Culturas Básicas del Mundo y El Legado de la América Indígena. Tuvieron varias ediciones y generaron un ingreso económico relativamente continuo para la editorial. La primera de ellas se conformó de nueve traducciones que aparecieron en pequeños libros ilustrados (cuatro por Alberto Beltrán); las culturas incluidas fueron Egipto, China, los bizantinos, India, los romanos, Mesopotamia, más tres culturas prehispánicas: los aztecas, los incas y los mayas. Según Bernardo Giner de los Ríos, Culturas Básicas del Mundo:
fue quizás una de las más exitosas y generosas durante los primeros veinte años de la editorial; son libros juveniles, de fácil lectura, que atrapan al lector y le dan una buena dosis de conocimientos; sin duda, fueron textos en muchos centros de enseñanza, y fue una pena que los títulos que quedaron sin traducir no estuvieran a la altura de los que se publicaron y que, por mucho que se intentó, nadie escribiese buenos libros para las muchas culturas faltantes.[42]
El Legado de la América Indígena complementó con cuatro títulos más el conocimiento ofrecido sobre el mundo prehispánico por Joaquín Mortiz. Ésta es la única colección dirigida por externos; se realizó en coedición con el Instituto Indigenista Interamericano en colaboración con la Fundación Wenner Gren para Investigaciones Antropológicas, bajo la coordinación de Miguel León Portilla y Demetrio Sodi M. Ofrece antologías de las literaturas indígenas, para entonces poco conocidas por el público general. En un tono semejante al de Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista de León Portilla (publicado por primera vez en 1959, en la Biblioteca del Estudiante de la unam), esta serie de Joaquín Mortiz se encabezó por El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas (1964) de León Portilla, seguido de La literatura de los mayas (1964) preparado por Sodi; La literatura de los aztecas (1964), por Ángel M. Garibay K., y La literatura de los guaraníes (1965), en edición de Alfredo López Austin con la versión de los textos guaraníes de León Cadogan. A estas obras sobre las culturas indígenas se suma el estudio de María Sten, Las extraordinarias historias de los códices mexicanos (1972, Contrapuntos).
Imagen 10. Primera de forros de La literatura de los guaraníes, introducción de Alfredo López Austin y versiones de León Cadogan, México, Joaquín Mortiz (El legado de la América Indígena), 1965. Fotografía de la autora.
El catálogo de Mortiz se completa con las colecciones dedicadas a un autor. En la presentación de la colección Obras de Juan José Arreola que apareció en el Catálogo general Joaquín Mortiz de 1972 se lee: “Con el afán de devolver a su obra su sentido original, que en sucesivas ediciones se había ido perdiendo, Arreola ha decidido restituir a cada uno de sus libros su individualidad inicial, y completar con nuevos títulos una serie que queda abierta al gusto del autor y que contempla ya la publicación de 9 volúmenes”.[43] En realidad, sólo llegaron a publicarse cinco títulos: Confabulario (1971), Palindroma (1971), Varia invención (1971), La feria (1971) y Bestiario (1972); quedaron sólo como promesa Arte de letras menores, Memoria y olvido, Hombre, mujer y mundo y Poemas y dibujos. La misma información de la presentación se sigue repitiendo en el catálogo de 1981, como si aún entonces no se hubiera perdido la esperanza de que Arreola sí llegara a entregar las obras propuestas, algo que no hizo.
A diferencia de las Obras de Juan José Arreola, mucho más recientes, las Obras incompletas de Max Aub reúnen varios textos publicados anteriormente en diferentes medios, gran parte de ellos mexicanos. Así lo explica el catálogo de 1972: “Max Aub es seguramente el escritor más destacado de la generación llegada a madurez con la guerra española, y sus obras se han traducido a todos los idiomas importantes. Pero en el nuestro es cada día más difícil encontrar la mayoría de sus libros, nunca editados en grandes tiradas. En espera de una edición completa, Joaquín Mortiz ha iniciado la publicación de sus obras menores, agotadas o inéditas. Por su misma variedad, el orden que se sigue es más bien capricho”.[44] La relación entre Joaquín Díez-Canedo y Max Aub, a pesar de la diferencia de generaciones (Aub era casi 15 años mayor) empezó desde la adolescencia del primero y duró hasta la muerte del segundo (acaecida en la Ciudad de México en 1972). “Max era un tipo sensacional, con gran imaginación, que me enseñó muchas cosas del oficio de editor”, dijo en alguna entrevista Díez-Canedo, quien durante muchos años coincidió con Aub en el Fondo de Cultura Económica.[45] Aub fue uno de los autores más publicados por Mortiz, no sólo en esta colección.
Las Obras completas de Enrique Díez-Canedo incluyeron tres volúmenes de Conversaciones literarias (publicados en 1964), el volumen Estudios de poesía española contemporánea (1965) y cuatro volúmenes de Artículos de crítica teatral (publicados en 1968). Este proyecto que prometía incluir muchos otros títulos “en preparación” –Estudios de literatura española, Letras de América, Sala de retratos, Lecturas extranjeras, Revista de libros, Artículos de crítica teatral (Teatro extranjero), Cuestiones de teatro, Estudios de crítica de arte, Poesías y Versiones poéticas– lamentablemente no llegó a completarse: “Los libros que editamos de mi padre, los costeamos mis hermanos y yo. Cuando me di cuenta de que no interesaban, pues ya no seguí publicando más”, explicó Joaquín Díez-Canedo.[46]
Para distinguir las obras que conforman las bibliotecas personales publicadas por Joaquín Mortiz –con excepción de la de Oscar Lewis antes mencionada, donde cada título tenía una fotografía distinta al frente–, los forros de cada colección fueron de un color particular. Las de Arreola fueron de un color diferente cada volumen con tipografía negra de tamaño grande, sobre todo en los textos de la cuarta de forros. Los de Aub fueron naranjas, con el título de la colección en blanco y abajo el título de la obra en negro; los de Enrique Díez-Canedo, en cambio, fueron mucho más sobrias y elegantes, blancas con tipografía negra. Incluyeron en la cuarta de forros opiniones sobre el autor por parte de sus contemporáneos: H. Merimée, Azorín, C. de Rivas Cherif, Federico de Onís y Juan Chabás; mientras que en el último de los cuatro volúmenes de artículos de crítica teatral se lee una cita del propio Díez-Canedo expresando su opinión sobre la responsabilidad y las implicaciones del oficio del crítico teatral. En las cuartas de forros también reprodujeron distintas fotografías del autor, un retrato dibujado y otro al óleo, ambos realizados por José Moreno Villa en 1924 y en 1934, respectivamente. Aunque no tuvieron colección propia, entre los autores más recurrentes de Mortiz, además de los mencionados, también estuvieron José Agustín (6 títulos), Homero Aridjis (8 títulos), Daniel Cosío Villegas (5 títulos), Salvador Elizondo (5 títulos), Carlos Fuentes (10 títulos), Juan García Ponce (7 títulos), Ricardo Garibay (6 títulos), Jorge Ibargüengoitia (8 títulos), Vicente Leñero (9 títulos), Marco Antonio Montes de Oca (5 títulos), Octavio Paz (10 títulos) y Agustín Yáñez (5 títulos).
Finalmente, la sección registrada en el Catálogo de Joaquín Mortiz de 1981 bajo el rubro de “Otros títulos” reúne, sobre todo, ediciones dedicadas a las artes gráficas. Empezaron en 1972 con el volumen de dibujos de Fernando Pereznieto Castro, Apuntes de la ciudad de México, con prólogo de Salvador Novo. Igualmente en este apartado del catálogo se registran cinco libros de Abel Quezada, entre ellos Los tiempos perdidos (1979) donde se dio a conocer su trabajo como pintor, con óleos y gouaches. Ahí también está un volumen de 1971 dedicado al pintor español exiliado en México Enrique Climent, y, aunque no alcanzó a registrarse en el catálogo de 1981, también hubiera tenido cabida el volumen dedicado a otro pintor: Ricardo Martínez: una selección de su obra (1981) en edición al cuidado de Bernardo Giner de los Ríos y Joaquín Díez-Canedo Flores, con introducción de Luis Cardoza y Aragón. Estos dos títulos se encuadernaron en tela con sobrecubierta, en formato grande. Joaquín Díez-Canedo Flores recuerda que para la composición del libro de Martínez se usó tecnología muy novedosa para entonces llamada fototipografía, una tecnología de transición entre el linotipo y el diseño por computadora; y la impresión se hizo en Estados Unidos, algo excepcional para los libros de la editorial.[47] Cabe señalar que las artes plásticas fue también el tema de un título de la colección Cuadernos de Joaquín Mortiz: Arte de ruptura (1973) del crítico de arte argentino Damián Bayón, libro con 40 ilustraciones.
En la sección de “Otros títulos” se registran, además, otras rarezas para los criterios generales del catálogo, como el Método experimental para principiantes (1975) de Federico Arana; Triptofanito, un viaje por el cuerpo humano (1978) de Julio Frenk (quien apenas tenía 19 años cuando lo escribió) con ilustraciones de Claudio Isaac; y el libro de gastronomía Nueva guía de descarriados (1978) de José Fuentes Mares (durante la época estudiada llegaron a tener siete, dos y tres ediciones respectivamente; pero Triptofanito es uno de los libros de Mortiz que más se sigue editando en Planeta). El libro de Julio Frenk pertenece al género de la literatura infantil, un campo en el que a Díez-Canedo le hubiera gustado incursionar más, según lo constata su respuesta a la encuesta realizada por la Caniem antes citada.[48]
En suma, este rápido recorrido por las colecciones de la editorial permite comprobar que casi desde un principio, por diferentes circunstancias y en algunos casos como estrategia para generar más ingresos, Díez-Canedo estuvo abierto a extender el catálogo a otras disciplinas y áreas del conocimiento más allá de la literatura, la cual nunca dejó de ser su prioridad. En opinión de Anderson, la estructura general del catálogo de Joaquín Mortiz fue una muy eficaz estrategia de visibilidad, pues permitió que sus varias líneas trabajaran de manera sinérgica: “el alto perfil de las líneas narrativas sacó provecho del valor simbólico y la prominencia pública asociada con la narrativa en la década de los sesenta, las líneas para poesía y ensayo elevaron aún más las connotaciones generales de una alta cultura para una audiencia selecta, y las líneas pedagógicas e intelectuales proveyeron un soporte económico legítimo para la compañía sin reducir el valor simbólico asociado con las otras líneas”.[49]
A partir de principios de los años ochenta la producción de Joaquín Mortiz sufrió una drástica caída. Las crisis económicas a nivel internacional y la nacionalización de la banca afectaron fuertemente a la industria editorial nacional y en particular a Joaquín Mortiz. Giner de los Ríos expuso al respecto que:
El ritmo de la inversión fue sabio y muy eficaz. Si bien el capital inicial de Mortiz no era alto, los capítulos de inversión estaban bien estudiados y la editorial pronto empezó a recuperarla. En pocos años se llegó a los números negros y nunca volvió a haber un balance negativo. Sin embargo, la realidad iba imponiendo condiciones y las salidas resultaban cada vez más hipotéticas. Las editoriales, para los banqueros mexicanos, eran un mal negocio, y se tardó en poder conseguir líneas de crédito y apoyos que eran normales en otros países. Así, un buen día, Mortiz vivió la paradoja de tener dinero y estar, sin embargo, al borde de la quiebra.[50]
A pesar de los múltiples esfuerzos por salir a flote, en 1983 Díez Canedo y sus socios se vieron obligados a optar por la venta del setenta por ciento de las acciones de Joaquín Mortiz al Grupo Editorial Planeta, bajo condiciones relativamente aceptables que incluyeron promesas de continuidad, algunas de las cuales, a decir de Bernardo Giner de los Ríos, no serían cumplidas del todo. El último libro que publicó Mortiz en su época independiente, con fecha de impresión en mayo de 1985 según el colofón, fue Camera Lucida de Salvador Elizondo, una obra que reúne textos aparecidos anteriormente en las revistas Plural y Vuelta; se regaló en el coctel en donde se anunció la compra de Joaquín Mortiz por parte de Planeta. Hasta la fecha Joaquín Mortiz sigue activa como uno más de los sellos editoriales de Planeta.
Investigaciones sobre Joaquín Mortiz
Los libros de Joaquín Mortiz fueron el tema de múltiples reseñas periodísticas de los años sesenta y setenta. A partir de los diversos eventos que se organizaron al cumplir la editorial veinte y treinta años de haberse fundado, se generaron numerosos textos de corta extensión, muchos de los cuales se recopilaron en el libro homenaje Rte.: Joaquín Mortiz (diseño y cuidado editorial de Joaquín Díez-Canedo Flores, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1994), realizado como parte del homenaje a Joaquín Díez-Canedo organizado en la Feria del Libro de Guadalajara en diciembre de 1994. Este libro ofrece un panorama bastante completo de lo que fue la editorial, a través de una serie de testimonios. Jaime García Terrés, José Luis Martínez y Ramón Xirau comparten algunos de sus recuerdos sobre Díez-Canedo; Hernán Lara Zavala, Alain Derbez, José de Jesús Sampedro, María Luisa Mendoza y Vicente Leñero hablan sobre su experiencia como autores de Mortiz; José Emilio Pacheco contribuye con una síntesis de la trayectoria como editor de Díez-Canedo y la labor editorial de Joaquín Mortiz; Gabriel Zaid, en cambio, se concentra en destacar los méritos de Díez-Canedo como “artista de la página”. El libro también incluye un dosier de fotografías, una larga entrevista al editor realizada por Paloma Ulacia y James Valender, y el ensayo “Los empeños de una casa” de Bernardo Giner de los Ríos, el cual resulta particularmente revelador, pues ofrece mucha información sobre Mortiz desde su perspectiva como “subdirector” de la editorial durante su época independiente y los primeros años después de su fusión con Planeta.
El pionero en realizar una investigación de corte académico específicamente sobre la editorial Joaquín Mortiz fue el investigador Danny J. Anderson de la Universidad de Kansas. En su artículo “Creating Cultural Prestige: Editorial Joaquín Mortiz” (Latin American Research Review, 1996, vol. 31, núm. 2, pp. 3-41), Anderson analiza diferentes estrategias empleadas por el sello para acumular prestigio, por ejemplo, aprovechar el capital simbólico asociado a los nombres de autores reconocidos, organizar el catálogo a partir de varias colecciones con una identidad bien e inteligentemente definida, o seguir de manera sistemática determinados criterios de selección de manuscritos para mantener y reforzar el perfil literario específico con el que se quiso distinguir la editorial. Mientras que el análisis de estas estrategias se enfoca en los primeros quince años de existencia de la editorial, en la última parte de su trabajo Anderson trata sobre el legado del prestigio de Joaquín Mortiz en las décadas de los ochenta y noventa.
Un segundo trabajo importante sobre el tema es el de Claudia Silvia Llanos Delgado, Joaquín Díez-Canedo. Trayectoria de un editor (México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ Ediciones de Educación y Cultura, en prensa); el origen de este ensayo fue su tesis de Maestría en Letras Españolas, asesorada por Aurora Díez-Canedo Flores y defendida en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam en marzo de 2005. En esta investigación ampliamente documentada, la autora reconstruye el recorrido que siguió Joaquín Díez-Canedo desde sus primeros ensayos en el campo editorial en 1936 hasta que consolidó su experiencia y llegó a convertirse en el gran editor que fue; es decir, llega hasta el inicio de la editorial Joaquín Mortiz, para cerrar con el análisis de una de sus primeras publicaciones: La feria de Juan José Arreola. Seguramente serán muy útiles para investigaciones futuras, además, los muchos anexos que complementan esta investigación, especialmente el último, donde Llanos presenta una guía del contenido del Archivo Joaquín Díez-Canedo.[51]
A estos dos trabajos se suman los varios artículos que ha publicado Aurora Díez-Canedo Flores sobre su padre o la editorial. Entre ellos, “Inmigrantes y exiliados en la industria editorial Joaquín Mortiz” (en Armida González de la Vara y Álvaro Matute [coords.], El exilio español y el mundo de los libros, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2002, pp. 231-241); “Joaquín Díez-Canedo, la formación de un editor” (Siempre!, 16 de julio de 2011); “Joaquín Mortiz. Un canon para la literatura mexicana del siglo xx” (en Diálogos Transatlánticos. Memoria del II Congreso Internacional de Literatura y Cultura Españolas Contemporáneas, 3 al 5 de octubre de 2011, La Plata, Argentina); “Más allá del nacionalismo. Españoles y mexicanos en Joaquín Mortiz” (en Josefa Badía, Rosa Durá, David Guinart, José Martínez Rubio [coords.], Más allá de las palabras. Difusión, recepción y didáctica de la literatura hispánica, Valencia, Universitat de València, 2014, pp. 13-28); “Cartas sobre la primera edición de Salamandra (1962) en Joaquín Mortiz” (Literatura Mexicana, julio-diciembre de 2016, vol. 27, núm. 2, pp. 111-132).
Los mencionados no son los únicos estudios sobre Joaquín Mortiz. Algunas líneas de investigación más recientes que se interesan por la historia del libro y la edición, la materialidad de los textos, el campo cultural y las relaciones sociales e intelectuales implicadas en el ámbito editorial, entre otros temas, han motivado que se preste mayor atención tanto al editor Joaquín Díez-Canedo como al sello Joaquín Mortiz. Sin embargo, no resulta exagerado afirmar que aún queda mucho por estudiar sobre la historia y la labor cultural de esta importante casa editorial mexicana. Más aún considerando la gran cantidad y diversidad de obras que publicó, las interesantes condiciones del contexto cultural durante las décadas en las que tuvo mayor impulso, y su enorme impacto en el desarrollo, la valoración y la difusión de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx.
Anderson, Danny J., “Creating Cultural Prestige: Editorial Joaquín Mortiz”, en Latin American Research Review, núm. 2, vol. 31, 1996, pp. 3-41.
Avilés, Jaime, “El otro homenaje a don Joaquín”, en El Financiero, miércoles 25 de noviembre de 1992.
Barral, Carlos, Memorias, ed. de Adreu Jaume, España, Penguin Random House Grupo Editorial, 2017.
Catálogo general Joaquín Mortiz, México, Joaquín Mortiz, 1972.
Catálogo general Joaquín Mortiz, México, Joaquín Mortiz, 1981.
Cobián, Felipe, “El homenaje más emotivo de la Feria del Libro de Guadalajara al fundador de la editorial Joaquín Mortiz”, en Proceso, núm. 994, 3 de diciembre de 1994.
Díez-Canedo Flores, Aurora, “Cartas sobre la primera edición de Salamandra [1962] en Joaquín Mortiz”, en Literatura Mexicana, vol. 27, núm. 2, julio-diciembre de 2016, pp. 111-132.
----, “Inmigrantes y exiliados en la industria editorial Joaquín Mortiz”, en El exilio español y el mundo de los libros, Armida González de la Vara y Álvaro Matute (coords.), Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2002, pp. 231-241.
----, “Joaquín Mortiz. Un canon para la literatura mexicana del siglo xx”, en Diálogos Transatlánticos. Memoria del ii Congreso Internacional de Literatura y Cultura Españolas Contemporáneas, La Plata, Argentina, 3 al 5 de octubre de 2011.
----, “Más allá del nacionalismo. Españoles y mexicanos en Joaquín Mortiz”, en Más allá de las palabras. Difusión recepción y didáctica de la literatura hispánica, Josefa Badía, Rosa Durá, David Guinart, José Martínez Rubio (coords.), Valencia, Universitat de València, 2014, pp. 13-28.
Giner de los Ríos, Bernardo, “Los empeños de una casa”, en Rte.: Joaquín Mortiz, diseño y cuidado editorial de Joaquín Díez-Canedo Flores, Guadalajara, México, Universidad de Guadalajara, 1994, p. 113.
Landeros, Carlos, “Una encuesta sobre la industria editorial”, La Cultura en México, 24 de noviembre de 1965.
Llanos Delgado, Claudia Silvia, Joaquín Díez-Canedo. Trayectoria de un editor, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ Ediciones de Educación y Cultura, en prensas.
Martín del Campo, David, “Joaquín Díez-Canedo. La infelicidad del poeta”, en Reforma, sección Cultura, sábado 25 de octubre de 1997.
Mata, Óscar, Juan José Arreola Maestro editor, México, Ediciones Sin Nombre/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2003.
Pacheco, Cristina, El primer medio siglo del Fondo de Cultura Económica. Testimonios y conversaciones. Entrevistas de Cristina Pacheco, México, Fondo de Cultura Económica, 1984.
Pacheco, José Emilio, “Inventario: Joaquín Díez-Canedo (1917-1999)”, en Proceso, núm. 1183, 4 de julio de 1999.
Suárez, Luis, “Prensa y libros, periodistas y editores”, en El exilio español en México, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
Ulacia, Paloma y James Valender, “Rte: Joaquín Mortiz (entrevista con Joaquín Díez Canedo)”, en Rte.: Joaquín Mortiz, diseño y cuidado editorial de Joaquín Díez-Canedo Flores, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1994.
En 1962, Joaquín Díez-Canedo, junto con Bernardo Giner de los Ríos, fundó la Editorial Joaquín Mortiz. Díez-Canedo había trabajado en el Fondo de Cultura Económica (fce) y, a su salida de esta editorial, asesorado por Víctor Seix y Carlos Barral, decidió fundar Joaquín Mortiz.
Uno de sus objetivos fundamentales fue la creación de una editorial que se dedicara únicamente a la publicación de literatura hispanoamericana y sobre todo, mexicana, que ofreciera una oportunidad para que jóvenes escritores de dieran a conocer. La editorial surgió con elevados criterios de calidad y exigencias en la selección de escritores y obras.
Para poder difundir de forma real a los escritores que apenas se iniciaban en las letras mexicanas, Joaquín Mortiz ofreció a sus lectores libros de divulgación básica mediante una colección titulada “Culturas Básicas del Mundo”. Promocionó textos de tipo sociológico y de psicología y psicoanálisis, por medio de la colección “Psicología, psicoanálisis y cuestiones sociales”.
Las colecciones dedicadas a la literatura fueron “Serie del Volador” (ensayo, teatro, novela y cuento; esta colección continúa hasta la fecha); “Novelistas contemporáneos”, que considera la novela de autores conocidos e inéditos; “Nueva narrativa hispánica”, que actualmente se conoce con el nombre de “Cuarto Creciente”, y la colección dedicada a la poesía “Las dos orillas”.
Joaquín Mortiz ha presentado también traducciones de los escritores más destacados del siglo xx.
A lo largo de 20 años, la familia Díez-Canedo se preocupó por dar continuidad a los objetivos de su fundador; sin embargo, en 1986, por razones financieras, la editorial tuvo que solicitar un financiamiento para seguir adelante. Entonces, Editorial Planeta compró el 60% de las acciones de Mortiz y está pasó a ser un sello más del Grupo, con una orientación y una política distintas.
Actualmente, la editorial se encuentra ubicada en Insurgentes sur 1162, sede del Grupo Planeta.
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