La voz poética de Jaime Sabines (1925-1999), cargada de colectividad, realizó con Diario semanario y poemas en prosa (publicado por primera vez por la Universidad Veracruzana en 1961) la proeza de hacer un gran poema en prosa donde habla precisamente de la imposibilidad de la poesía en el mundo contemporáneo.
Todo el poema es un grito angustioso y al mismo tiempo un maravilloso gesto de aceptación. Un canto de amor, luego de los años arduos en Tuxtla Gutiérrez. La Ciudad de México que Jaime Sabines ilustra en este libro es una ciudad recobrada, que le llega como una revelación de alegría y dulzura. Menciona aquí calles y plazas, cines y casas de placer, pero no sabemos exactamente cuáles. Y sin embargo todo el tiempo creemos estar inmersos en los barrios céntricos, es decir, el corazón de la ciudad que para él se convertía en la ciudad del corazón.
Habla Sabines de lo que pasa en torno de él para mostrar lo que pasa en él. No es el mundo que se perdió y que cantaron poetas como Rabindranath Tagore o los japoneses antiguos, sino el orbe nuestro de cada día, el "de las bombillas eléctricas, los automóviles, el grifo de agua, los aviones a propulsión a chorro".
Así descubre la lluvia citadina, los borrachos nocturnos, la eternidad, la vida conyugal, la ambivalencia del amor, la infinitud de lo cotidiano, la gente que se amontona de manera promiscua en el cine, en la plaza de toros y en el cortejo fúnebre que avanza por las calles. Habla de la necesidad de autotrascendencia, de las fuerzas que se oponen a ella y también de la belleza que necesariamente tiene que existir en esas fuerzas.
Poeta chiapaneco, uno de los más importantes, y populares, del México del siglo xx. Su poesía, de marcado acento informal, es un viaje al fondo oscuro de las emociones, un torrente de asombros ante cada experiencia del hombre en su cotidianidad: el amor como designio ineludible, la ternura, la esperanza, la soledad, el trabajo, los hijos, los padres, los amigos, el paisaje, los personajes anónimos, la ciudad, el inapelable acecho de la muerte. El poeta nombra el mundo desnudo, limpio de retórica, sin artificio.