Enciclopedia de la Literatura en México

Ateneo de la Juventud

José Luis Martínez
1995 / 23 oct 2018 17:40

Precisamente el año en que se emprendió nuestra revolución política, inicióse otra revolución cultural no menos importante. En 1910 Justo Sierra funda la Universidad Nacional de México y, en su discurso de inauguración, fija no sólo la empresa que toca a aquella institución, sino la tarea cultural del México que entonces nace; por esos años, Antonio Caso pronuncia sus famosas conferencias que liquidan la vigencia del positivismo, doctrina oficial del antiguo régimen, y abren nuevos horizontes filosóficos; por estos años, en fin, se constituye e inicia su actuación uno de los grupos de escritores más valiosos que hayan existido en la historia de nuestras letras: el Ateneo de la Juventud, cuya obra establecerá las bases de nuestra cultura contemporánea.

El mensaje espiritual del Ateneo de la Juventud –o de México, según vino a llamársele– contenía un amplio repertorio de intereses destacados y un firme propósito moral. Aquéllos pueden resumirse como sigue: interés por el conocimiento y estudio de la cultura mexicana, en primer término; interés por las literaturas española e inglesa y por la cultura clásica –además de la francesa ya atendida desde el romanticismo–; interés por los nuevos métodos críticos para el examen de las obras literarias y filosóficas; interés por el pensamiento universal que podía mostrarnos la propia medida y calidad de nuestro espíritu; interés por la integración de la disciplina cultivada, en el cuadro general de las disciplinas del espíritu.

El propósito moral, que acaso no necesitó enunciarse, fue el de emprender toda labor cultural con una austeridad que pudo haber faltado en la generación inmediata anterior. Los nuevos escritores no se confiaron ya en las virtudes naturales de su genio ni se entregaron, seguros de su gloria, a los placeres de la bohemia; percatados, por el contrario, de la amplitud de la tarea que se habían impuesto, conscientes de sus deberes cívicos, tanto como de su responsabilidad humana, alentados por los ejemplos venerables de heroísmo moral e intelectual con que se nutrían en aquellas lecturas colectivas cuyo recuerdo perdura, los ateneístas mudaron radicalmente los ideales de vida de sus predecesores por otros, si menos brillantes, más fértiles para su formación intelectual.

El progreso de esta conversión de ideales puede registrarse, con singular precisión, en los textos autobiográficos de algunos escritores de una y otra generación. Compárese, por ejemplo, la tónica dominante que ofrecen las memorias de Jesús E. Valenzuela y de José Juan Tablada, con las páginas que dedica a este periodo José Vasconcelos o con las crónicas de la empresa del Ateneo escritas por Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, y se apreciará qué radical variación han sufrido los ideales y las vidas mismas de nuestros escritores. Para expresarlo con una fórmula, parcial pero ilustrativa, diríase que los escritores han pasado casi sin gradaciones, de la bohemia al gabinete de estudio mencionados antes.

Esta agrupación de intelectuales, en la que es evidente un cruce de generaciones, le dio un viraje total a la educación y sentó las bases culturales del siglo xx en México.

Durante los últimos años del porfiriato, Justo Sierra asumió el cargo de ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Su esfuerzo encaminó la educación hacia la modernidad. En torno a Sierra, y protegidos por éste, crecía una serie de jóvenes que deseaban rebasar la educación positivista, ya en franca decadencia. Lectores de Platón, Kant, Walter Pater, Friedrich Nietzsche, Émile Boutroux y Henri Bergson, entre otros muchos, así como de literatura española, estos jóvenes también fueron inspirados por un libro decisivo para la historia del pensamiento en América Latina, Ariel (1900), del uruguayo José Enrique Rodó, dedicado "a la Juventud de América", y cuya visión latinoamericanista era también un elogio de la juventud. Será gracias a los ateneístas que las humanidades, relegadas por el positivismo, serán reivindicadas.

Algunos sucesos influyeron en la formación de la Sociedad de Conferencias y más tarde del Ateneo de la Juventud. En 1903 y 1904 tuvo lugar una serie de conferencias en la Preparatoria, las "lecturas literarias", en las que participaron autores como Jesús Urueta, Amado Nervo y Luis G. Urbina. En 1906, muchos de los que luego formarían parte del Ateneo dieron a conocer sus textos en la revista Savia Moderna, misma que llevó a cabo una importante exposición pictórica. Algunos futuros ateneístas, sin embargo, ya habían publicado en la Revista Moderna y en la Revista Moderna de México.

En febrero de 1907 se celebró el primer aniversario de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria, con una velada literaria a la que asistió Justo Sierra, acompañado del director Porfirio Parra. El alumno Alfonso Reyes, de dieciocho años, que ya empezaba a ser conocido entre los intelectuales, fascinó al auditorio con su "Alocución", donde, entre otras cosas, habla del equilibrio entre lo material y lo espiritual. También hace una crítica a la actitud positivista, cuando habla de las personas graves que quisieran reducir la conducta a fórmulas algebraicas, que contrastan con la necesidad de reír por parte de la juventud.

En ese mismo año tuvo lugar un fenómeno decisivo para la cultura mexicana: la manifestación en honor del poeta Manuel Gutiérrez Nájera (Polémica: Revista Azul), en la que los futuros ateneístas pretendieron la toma del poder cultural. Hubo una protesta literaria y una contra protesta de un grupo de escritores de Aguascalientes.

El arquitecto Jesús T. Acevedo tuvo la iniciativa de fundar, en 1907, la Sociedad de Conferencias. El primer ciclo se dio en el Casino de Santa María algunos miércoles de mayo, junio, julio y agosto a las 7:30 de la noche. La primera conferencia, titulada "La obra pictórica de Garrière", por Alfonso Cravioto, fue el 29 de mayo. La segunda, el 12 de junio, fue de Antonio Caso y se tituló "La significación y la influencia de Nietzsche en el pensamiento moderno". A ésta siguieron la de Pedro Henríquez Ureña (el 26 de junio): "Gabriel y Galán, un clásico del siglo xx", la de Rubén Valenti (el 10 de julio): "La evolución de la crítica literaria", la de Jesús T. Acevedo (el 24 de julio): "Apariencias arquitectónicas", y la de Ricardo Gómez Róbelo (el 7 de agosto): "La obra de Edgar Allan Poe".

Al año siguiente, en 1908, la Sociedad decidió realizar otro ciclo, esta vez en el teatro del Conservatorio Nacional de Música, en Puente de Alvarado, entre marzo y abril. Las conferencias se pronunciaron a las 8:30 de la noche y estuvieron acompañadas por interpretaciones musicales de Alba Herrera y Ogazón, Alberto Ursúa, Aurelio M. López, Manuel Tinoco y Carlos del Castillo. El programa fue el siguiente: "Max Stirner y el individualismo exclusivo", por Antonio Caso (miércoles 18 de marzo); "La influencia de Chopin en la música moderna", por Max Henríquez Ureña (martes 24 de marzo); "Gabriel D'Annunzio", por Genaro Fernández MacGregor (miércoles 1 de abril); "José María de Pereda", por Isidro Fabela (miércoles 8 de abril), y "Arte, ciencia y filosofía", por Rubén Valenti (miércoles 22 de abril).

Ese mismo año hubo una manifestación en memoria de Gabino Barreda y en apoyo de la Escuela Nacional Preparatoria. La jornada se emprendió el domingo 22 de marzo debido a los ataques conservadores contra la Preparatoria, sobre todo por parte del médico y político Francisco Vázquez Gómez. En la mañana de ese día hablaron el dominicano Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Gómez Robelo y Alfonso Teja Zabre en la Escuela Nacional Preparatoria. Después se celebró un mitin en el Teatro Virginia Fábregas, donde hablaron, entre otros, Rubén Valenti, Alfonso Cravioto, Rodolfo Reyes (hermano mayor de Alfonso), Diódoro Batalla e Hipólito Olea. En la noche tuvo lugar una velada en el Teatro Arbeu, donde Antonio Caso habló a nombre de los jóvenes, el poeta Rafael López recitó un poema y el entonces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes ?Justo Sierra? leyó su discurso "Homenaje al maestro don Gabino Barreda".

Del 25 de junio al 13 de agosto de 1909, a partir de las 7 de la noche, Antonio Caso dio siete conferencias sobre el positivismo en el salón "El Generalito" de la Preparatoria. El diario oficialista El Imparcial, en su número del 24 de junio, anunció el programa de esta manera: "Conferencias del positivismo. El Lic. Antonio Caso dará próximamente una serie de conferencias sobre 'Historia del positivismo', en la Escuela Nacional Preparatoria. Las conferencias serán siete y se verificarán los viernes de cada semana...". No obstante, el periódico sólo puso el título de seis de las siete conferencias. La primera tuvo lugar el 25 de junio y fue presidida por Justo Sierra. Los títulos anunciados fueron: "Romanticismo y positivismo, momento histórico de la aparición del positivismo", "Los precursores, especialmente Bacon, Descartes y Diderot", "El fundador: Las tesis fundamentales del positivismo comtista", "Los positivistas heterodoxos. Stuart Mill", "Continuación. La filosofía de Herbert Spencer" y "El positivismo en la actualidad". Según Alfonso Reyes, este ciclo definió la actitud de los jóvenes frente a las doctrinas oficiales.

El grupo que realizó todas las actividades anteriormente citadas fundó, el 28 de octubre de 1909, el Ateneo de la Juventud, presidido por Caso durante su primer año. Con asiduidad se celebraban, en el salón de actos de la Escuela de Jurisprudencia, las sesiones del Ateneo, que radicó en la capital, pero que extendió su acción dentro y fuera de la República, ya que sus miembros no sólo eran mexicanos.

Con el fin de celebrar el primer centenario de la Independencia, la asociación organizó conferencias sobre la obra de pensadores y literatos latinoamericanos. Fue en el salón de actos de la Escuela Nacional de Jurisprudencia donde los lunes 8, 15, 22 y 29 de agosto, y 5 y 12 de septiembre, se pronunciaron, a las 7 de la noche, las siguientes seis conferencias: "La filosofía moral de don Eugenio M. De Hostos", por Antonio Caso; "Los Poemas rústicos de Manuel José Othón", por Alfonso Reyes; "La obra de José Enrique Rodó", por Pedro Henríquez Ureña; "El Pensador Mexicano y su tiempo", por Carlos González Peña; "Sor Juana Inés de la Cruz", por el español José Escofet, y "Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas", por José Vasconcelos. Las conferencias fueron patrocinadas por Justo Sierra y Ezequiel A. Chávez, secretario y subsecretario, respectivamente, de Instrucción Pública y Bellas Artes.

Entre los jóvenes ateneístas había escritores, músicos, pintores, arquitectos, ingenieros, abogados, médicos y estudiantes. La lista de socios y dirigentes del primer año, hasta fines de 1910, incluye nombres como el arquitecto Jesús T. Acevedo, el poeta Roberto Argüelles Bringas, Antonio Caso, José Escofet, Isidro Fabela, Nemesio García Naranjo, Ricardo Gómez Robelo, Carlos González Peña, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Mariano Silva y Aceves, Alfonso Teja Zabre, Julio Torri y José Vasconcelos. Entre los socios residentes fuera de la ciudad de México, cabe destacar al dominicano Max Henríquez Ureña, Efrén Rebolledo y el pintor Diego Rivera. A fines de 1910 ingresaron nuevos miembros, entre los que figuran Enrique González Martínez, Antonio Mediz Bolio y Martín Luis Guzmán.

Durante el primer año, la Mesa Directiva estuvo compuesta por Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Genaro Fernández MacGregor, y luego por Isidro Fabela e Ignacio Bravo Betancourt. En su segundo año participaron Alfonso Cravioto, Acevedo, Fabela y Carlos González Peña.

En 1910 Justo Sierra creó la Escuela de Altos Estudios de México y la nueva Universidad Nacional, aunque, en rigor, sólo se fundó una junta que coordinaba las diversas facultades ya existentes y la misma Escuela de Altos Estudios, en la que ateneístas como Alfonso Reyes se encargaron de diversas cátedras. Reyes, en particular, impartió la cátedra sobre historia de la lengua y la literatura españolas en 1913. La Escuela de Altos Estudios es antecedente de la actual Facultad de Filosofía y Letras, llamada así desde agosto de 1924.

De octubre de 1911 a octubre de 1912 corresponde el tercer año de la asociación. El nuevo presidente de la Mesa Directiva fue José Vasconcelos. El 25 de septiembre de 1912, el grupo se reorganiza bajo el nombre de Ateneo de México. Su objetivo principal fue trabajar en favor de la cultura intelectual y artística.

En enero y febrero de 1912 hubo perturbaciones y divisiones dentro del Ateneo, debido a la visita del escritor argentino Manuel Ugarte, de ideas latinoamericanistas y antimperialistas. El gobierno mexicano trató de impedir que Ugarte hablara públicamente. Vasconcelos actuó también en su contra e hizo declaraciones violentas, ya que México mantenía en esos momentos buenas relaciones con Estados Unidos. Incluso Nemesio García Naranjo renunció a ser socio del Ateneo por la conducta de la asociación hacia el autor argentino. Hubo una manifestación de simpatía por Ugarte, suspendida por el gobierno, así como una campaña contra Vasconcelos, a quien muchos estudiantes insultaron. Finalmente, Ugarte pudo dar su conferencia en el Teatro Virginia Fábregas, la noche del 3 de febrero, no sin un corte de luz al comenzar.

Otro acontecimiento importante tuvo lugar el 13 de diciembre de 1912, cuando los miembros del Ateneo fundaron la Universidad Popular Mexicana. Su escudo tenía una frase de Justo Sierra: "La Ciencia protege a la Patria". El primer rector de esta casa de estudios fue Alberto J. Pani, a quien sustituyó Alfonso Pruneda en 1914. Además, tuvo dos secretarios de la Junta de Gobierno: Martín Luis Guzmán (1912-17) y Vicente Lombardo Toledano (1917-22), este último miembro del grupo de Los Siete Sabios. Esta Universidad gratuita fue impulsada por la prensa y por varias empresas, recibió subsidios del gobierno; fue el proyecto de más larga duración del Ateneo, pues duró diez años, más o menos hasta 1922.

Uno de los últimos acontecimientos vinculados con el Ateneo fue el ciclo de conferencias de la Librería General. Aunque no fue organizado directamente por el Ateneo de México, este ciclo incluyó a algunos ateneístas, así como el espíritu latinoamericanista del movimiento. Las conferencias tuvieron lugar entre noviembre de 1913 y enero de 1914. El programa fue el siguiente: "La literatura mexicana", por Luis G. Urbina (22 de noviembre); "La filosofía de la intuición", por Antonio Caso (29 de noviembre); "Juan Ruiz de Alarcón", por Pedro Henríquez Ureña (6 de diciembre); "Música mexicana", por Manuel M. Ponce (13 de diciembre); "El último libro de Maeterlinck", por R. P. Manuel Díaz Rayón (20 de diciembre); "El epicúreo", por Gonzalo de Murga (27 de diciembre); "La novela mexicana", por Federico Gamboa (3 de enero); "La tradición", por Leopoldo Escobar (10 de enero), y "Arquitectura colonial mexicana", por Jesús T. Acevedo (17 de enero).

Entre los ateneístas había partidarios y opositores del régimen porfirista. Hubo también quienes colaboraron con Victoriano Huerta y quienes se exiliaron. Vasconcelos y Guzmán estuvieron en la Convención de Aguascalientes. Ciertamente, este movimiento de renovación cultural no fue homogéneo en cuanto a ideas políticas. Sin embargo, pueden precisarse una serie de rasgos comunes que dan los propios ateneístas. El más notorio es la inconformidad con el positivismo, ideología refutada por los ateneístas. Vasconcelos habla de la "batalla filosófica contra el positivismo". Por su parte, Reyes habla de la afición a Grecia, común a los directores del Ateneo, pero también de otros descubrimientos: las literaturas española, inglesa y alemana. También hubo preocupación por lo mexicano e hispanoamericano, así como una actitud de "cultura libre". Pedro Henríquez Ureña afirma que el grupo tuvo un vivo espíritu filosófico, y Martín Luis Guzmán que el Ateneo se caracterizó por la seriedad en el trabajo.

Además de los mencionados, el Ateneo contó con miembros como María Enriqueta Camarillo de Pereyra, Alba Herrera y Ogazón, el peruano José Santos Chocano, los colombianos Leopoldo de la Rosa y Miguel Ángel Osorio (que también firmaba como Ricardo Arenales o Porfirio Barba Jacob), los pintores Saturnino Herrán y Angel Zárraga, el músico Manuel M. Ponce, Alberto J. Pani, Eduardo Colín, Luis Cabrera, Rafael Cabrera, Rafael López, Alfonso G. Alarcón, Luis Castillo Ledón, Manuel Romero de Terreros, Marcelino Dávalos, Federico Mariscal, Francisco de la Torre, Alejandro Quijano, y los poetas Luis G. Urbina y Enrique González Martínez, a quienes Alfonso Reyes calificó de "hermanos mayores".


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