Carlos Monsiváis (1938-2010) es uno de los autores más innovadores e influyentes del siglo xx mexicano. Su obra, extendida en un número inabarcable de páginas –muchas de ellas aún por recopilar–, representó una ampliación y redefinición de la noción misma de literatura en México y América Latina. El núcleo de su obra consiste en su trabajo en el género de la crónica urbana o “crónicas-ensayos”. Monsiváis expande las posibilidades de la escritura literaria en México al integrar a ella elementos e ideas provenientes de formas culturales tradicionalmente consideradas liminares o menores, como el periodismo, los registros mediáticos y populares y el humor.
De esta manera, la obra de Carlos Monsiváis apuesta por una forma de escritura que registra la cultura mexicana y latinoamericana desde una pluralidad que se manifiesta en la forma, a través de recursos retóricos (como el discurso libre indirecto) que le permiten captar una diversidad de voces sin cooptarlas del todo, a la vez que la voz crítica e identificable del intelectual público convive a través de una escritura capaz de emitir juicios intelectuales y de intervenir en los debates de la sociedad civil. A partir de aquí, la obra de Monsiváis participa de conversaciones referentes a la tradición literaria mexicana, el cine, los movimientos sociales y la cultura popular, permitiendo a la literatura un rol inusitado de participación en los temas generados por la vertiginosa modernización que consume a México desde los años cincuenta en adelante.
Por esta razón, aunque Monsiváis no se restringe a ello, es importante tener en mente la centralidad de lo urbano: es precisamente a partir la explosión demográfica, cultural y social de la ciudad de México que la obra de Monsiváis adquiere un archivo sobre el cual trabajar.
Carlos Monsiváis Aceves nació el 4 de mayo de 1938 en la ciudad de México. De acuerdo con lo que él mismo consigna en su Autobiografía precoz (1966), perteneció a una “familia esencial, total, férvidamente protestante” de la clase media, y su juventud fue marcada en parte por las profundas transformaciones sufridas por la ciudad de México en las modernizaciones encabezadas por el regente Ernesto P. Uruchurtu entre los años 1952 y 1966.[1] A estos factores biográficos se puede atribuir su interés inicial en la tradición del liberalismo –que, siendo de extracción protestante, garantizaba la separación entre Iglesia y Estado y la libertad de cultos– y la crónica urbana, cuyas profundas transformaciones atestiguó a lo largo de su obra. Además de realizar estudios en las Facultades de Economía y de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, Monsiváis inició muy joven su trayectoria de escritor, periodista y editor, particularmente a partir de su trabajo en Medio Siglo y Estaciones a mediados de los años cincuenta. Su principal trabajo editorial, sin embargo, lo realizó entre 1972 y 1987, como director del suplemento "La Cultura en México" de la revista Siempre!, desde el cual entabló varias polémicas, incluido su muy conocido debate con Octavio Paz. Monsiváis fue una figura omnipresente en la vida pública mexicana, con presencia en una cantidad considerable de foros periodísticos, académicos y de la sociedad civil, desde los que produjo una de las obras más copiosas y heterogéneas de la literatura mexicana contemporánea. Participó asimismo en la defensa de las minorías sexuales, los estudios de la cultura protestante, distintas movilizaciones sociales y electorales de la izquierda y muchas otras causas. Asimismo, conforme su reconocimiento crecía, fue interlocutor privilegiado del trabajo académico y crítico de intelectuales a lo largo del continente americano y la península ibérica. Tras años de infatigable tarea intelectual, Carlos Monsiváis murió el 19 de junio de 2010.
El tronco central de la obra de Carlos Monsiváis consiste en el conjunto de libros de crónicas-ensayo que publicó a lo largo de varias décadas, entre los que destacan Días de guardar (1970), Amor perdido (1977), Entrada libre (1987) (del cual reescribió una parte bajo el título No sin nosotros. Los días del terremoto [2005]), Escenas de pudor y liviandad (1988), Los rituales del caos (1995), El 68, la tradición de la resistencia (2008) y Apocalipstick (2009). Como sucede con la obra de otros cronistas (notablemente Elena Poniatowska), la escritura de Monsiváis irrumpe de manera decisiva en la esfera pública como resultado de la represión del movimiento estudiantil de 1968.
Días de guardar es quizá el libro que mejor registra el cambio paradigmático de la vida mexicana suscitado por el quiebre simbólico representado por el 68. El libro registra momentos esenciales del movimiento, pero, sobre todo, articula un fresco social que muestra los acontecimientos de Tlatelolco como parte de un dinamismo social y cultural de mayor calado. Estructurado como una efeméride que apropia los distintos días festivos del imaginario oficial, Días de guardar registra la emergencia de la sociedad del espectáculo como categoría del pensamiento (informado sobre todo por figuras como Guy Debord y Marshall McLuhan), el desarrollo de iconicidades mediáticas y populares que exceden a la tradición mexicana (con figuras que van desde el cantante español Raphael hasta los desafíos al arte mexicanista de parte de José Luis Cuevas), la gradual incorporación de México a la modernización capitalista de corte norteamericano (denotando la presencia de la Generación Beat) y el agotamiento del pacto social que subyace al nacionalismo revolucionario, manifestado en ceremonias cívicas carentes de sentido y la catalogación de instituciones nacionales que “fenecen” ante la nueva sociedad. Como contraparte de estos procesos, Amor perdido ofrece a los lectores una sucesión de crónicas enfocadas en figuras distintas de la tradición cultural mexicana. A través de figuras como José Alfredo Jiménez y Agustín Lara, el libro muestra que, a contrapelo del nacionalismo oficial, existe una cultura popular crítica y dinámica que diseña las estructuras de sentimiento de grandes segmentos de las clases populares en México y en los cuales se encuentra un potencial crítico e intelectual que no aparece en las absurdas ceremonias cívicas del nacionalismo del Estado.
Si Días de guardar es la crónica del torbellino moderno que sacude a México en los años sesenta, Amor perdido, desde su nostálgico título, representa el uso de la crónica como forma de discernir las tradiciones de significado social que resisten el embiste del espectáculo, el capitalismo y la americanización. Monsiváis interviene así de manera crítica, desde la crónica, en la evaluación de distintos cánones culturales que debían confrontar de maneras distintas a la modernización y a la crisis del edificio institucional del nacionalismo revolucionario. La izquierda marxista (encabezada por el estalinista David Alfaro Siqueiros y el siempre heterodoxo José Revueltas), la cultura de la élite, la sociedad del espectáculo (representada por figuras como Raúl Velasco o Irma Serrano) y la juventud norteamericanizada son todas objeto de la crónica-ensayo: registradas periodísticamente a partir de la narración de eventos icónicos y juzgadas en términos de su capacidad y límites en confrontar la modernidad. Como lo expresa María Eugenia Mudrovcic en uno de los mejores estudios sobre el tema, uno debe leer a Monsiváis en la tensión existente entre la “cultura nacionalista”, aquélla atada a estructuras de poder, y la “cultura nacional” existente en la práctica diaria de la cultura en México.[2] Esta tensión ha sido desarrollada posteriormente por otros críticos en términos del lenguaje crítico desarrollado por Homi K. Bhabha en The Location of Culture,[3] donde el crítico indio desdobla a la nación en dos dimensiones: una pedagógica atada a las estructuras del poder y una performativa desarrollada en la práctica misma de la cultura. Cualquiera que sea el lenguaje teórico que se utilice, podría afirmarse que esta distinción entre nacionalismo oficial y nacionalismo crítico es crucial al pensamiento de Monsiváis.
La enorme originalidad formal y escritural que representa la obra de Monsiváis desde estos primeros libros ha creado un amplio debate entre la crítica respecto a la multitud de fuentes que informan su estilo heterodoxo y polifónico. A nivel formal, críticos como Sebastiaan Faber y John Kraniauskas han enfatizado su uso de estrategias retóricas como el “estilo libre indirecto”, proveniente del periodismo, como estrategia de descentralización de la voz dominante en la prosa. La cita comentada y la construcción de personajes que hablan desde diversos puntos de vista sociales son dos elementos que emergen de esto.[4] Esto lo diferencia en particular del trabajo de Poniatowska, cuyos textos de la época presentan de manera más directa las voces de distintos personajes (como en La noche de Tlatelolco, donde la autora más bien edita y ordena citas) o pertenecen más propiamente al registro testimonial en el cual predomina la voz del sujeto representado (como en Hasta no verte Jesús mío). En cambio, Monsiváis afirma su voz de manera más clara, a través de recursos como la ironía, e incluso cuando hablan los sujetos representados, siempre lo hacen desde un marco ideológico establecido por el cronista.
Esta forma de trabajar proviene de distintas genealogías, algunas de ellas contradictorias entre sí, pero que permiten a Monsiváis administrar de manera crítica la tensión entre la tradición y el presente. Por supuesto, Monsiváis no es el inventor de la crónica, tradición que ha pertenecido al discurso cultural mexicano y latinoamericano de distintas formas desde la Conquista misma. Monsiváis dedica varios escritos al tema y se encargó de la que sigue siendo la antología más importante del género en México (A ustedes les consta, 1980). Asimismo, como se ve en las obras que Monsiváis ha dedicado al liberalismo decimonónico (Las herencias ocultas del liberalismo del siglo xix, 2000, y El Estado laico y sus malquerientes, 2008), su escritura se modela dentro de una tradición específicamente mexicana de escritura secular, atada a formas de la modernización crítica y del pensamiento liberal que se oponen tanto a las inercias del conservadurismo religioso y social como a la erosión cultural causada por la incorporación de México al capitalismo internacional. La confluencia de estos elementos se resume bien en una frase acuñada por Adolfo Castañón en su texto sobre Monsiváis: “Una experiencia estética de la dialéctica de la secularización”.[5] Otro modelo importante es el de Salvador Novo, a quien Monsiváis dedica un libro y quien es una figura esencial en la definición del lenguaje literario urbano en México. Más allá de esto, la crítica ha señalado otras vertientes. Linda Egan, entre otros, conecta a Carlos Monsiváis con las tradiciones del New Journalism, representadas por figuras como Truman Capote.[6] Jean Franco y Mabel Moraña han enfatizado la presencia del lenguaje desarrollado por miembros de las primeras generaciones de los “estudios culturales” británicos, como Raymond Williams, para el estudio crítico de los imaginarios populares.[7] Lo cierto es que, tome uno la perspectiva que tome, todas estas influencias apuntan al mismo procedimiento: la ampliación y apertura del discurso literario para dar cuenta de los emergentes procesos históricos y sujetos sociales visibilizados por la experiencia de la modernidad.
Este estilo permite a Carlos Monsiváis ser uno de los analistas más agudos de la contemporaneidad mexicana y, sobre todo, otorga a la literatura mexicana y latinoamericana una vigencia como instrumento de discernimiento del mundo que difícilmente se lograría desde parámetros discursivos más tradicionales. El dueto de libros conformado por Escenas de pudor y liviandad y Entrada libre, por ejemplo, da testimonio de la emergencia de las prácticas de la sociedad civil y las formas culturales de lo que se llamaría en años subsecuentes la “transición a la democracia”. En Escenas de pudor y liviandad, Monsiváis registra el grado de erosión simbólica sufrido por la cultura nacionalista mexicana (como se expresa en su fantástica crónica sobre el certamen de la “Flor más bella del ejido”) y la emergencia de prácticas contraculturales que desafían la cultura oficial y permiten la integración simbólica de sujetos sociales marginalizados a formas de la modernidad. Aquí conviene recordar “El hoyo fonqui”, donde Monsiváis discute la figura del “naco” y la forma en que jóvenes de clase urbana popular crean espacios de orgullo social y de manifestación de sus afectos. Es importante notar que hacia los años ochenta Monsiváis revisa la postura que mostró en su texto sobre la Onda, Amor perdido, donde interpretaba la americanización de la juventud de la época como una claudicación frente al capitalismo, mientras que hacia los años ochenta, la visión de Monsiváis frente a la cultura mediática y popular se vuelve más ambigua. Por su parte, Entrada libre, con el subtítulo de “Crónicas de una sociedad que se organiza”, narra la emergencia, durante los años ochenta, de formas de organización colectiva nacidas de contingencias políticas (como el asedio contra la Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo en Juchitán) o de desastres (como las explosiones de San Juanico o el terremoto de 1985). Si Días de guardar registraba la crisis del nacionalismo revolucionario a través del registro de una modernidad emergente y sus incertidumbres políticas y sociales, Entrada libre habla ya de una sociedad en que esas oportunidades se convierten en formas de acción colectiva.
Los rituales del caos lleva este trabajo a instancias estilísticas e ideológicas más complejas y radicales. Partiendo de la idea de una sociedad post-apocalíptica en que emerge un orden nuevo a partir del caos generado por la masificación excesiva de la ciudad y por las incertidumbres frente a los relatos identitarios generados por la llamada posmodernidad, Los rituales del caos es quizá el trabajo más acabado y original de la crónica monsivaisiana, un intento de convertirse en “vocero de la megalópolis”, como lo llama Anadeli Bencomo, sin traicionar el carácter amplio y proliferante de la sociedad enfrentada a las confrontaciones del neoliberalismo.[8] En estos términos, María Cristina Pons identifica al libro con el trabajo desarrollado por el científico social alemán Claus Offe, quien desarrolla el concepto de “capitalismo desorganizado” para referir al emergente neoliberalismo.[9] Esta línea subsiste hasta uno de los libros últimos de Monsiváis, Apocalipstick (2009), donde revisita el imaginario desarrollado en Los rituales del caos para continuar el análisis del neoliberalismo en la era del Partido de Acción Nacional del gobierno federal.
La obra de Monsiváis tiene una interesante anomalía que merece una breve consideración por separado. Se trata del Nuevo catecismo para indios remisos (1982), texto que ha sido sujeto de revisiones y adendas desde su publicación original. Es el único libro de narrativa publicado por Monsiváis, integrado por un conjunto de fábulas que recrean las interacciones entre evangelizadores e indígenas. Este dispositivo tiene antecedentes interesantes en la cuentística latinoamericana, entre los que destaca “El eclipse” de Augusto Monterroso. Ayuda a Monsiváis a poner en escena de manera alegórica algunas cuestiones contemporáneas relacionadas con la fe, las relaciones de poder y dominación y los rituales de poder. El libro ha sido objeto de poca atención crítica en general, hasta muy recientemente. Arturo Dávila ha propuesto una lectura expansiva del texto relacionada con debates críticos de la teoría poscolonial que toma en serio lo que parece un dispositivo cómico e ilumina la forma en que Monsiváis despliega formas de poder que se encuentran inscritas en las áreas profundas del legado histórico mexicano.[10] Más recientemente, Raquel Serur editó el volumen La excentricidad del texto, en el cual el libro emerge, a través de lecturas de autores tan diversos como Luis Miguel Aguilar, Rafael Barajas ‘El Fisgón’ y Sergio Pitol como un libro de gran importancia y originalidad en la tradición narrativa mexicana.[11]
Crítica literaria, cultural, de arte y cinematográfica
Más allá del trabajo cronístico y creativo, Carlos Monsiváis es también uno de los críticos culturales más importantes en México. Esta línea se dejaba ver incluso en su trabajo con la crónica, como se observa en capítulos de Amor perdido, pero la extensión y diversidad de su trabajo deja ver lo poco que se ha discutido esta vertiente en comparación a la enorme cantidad de textos que publicó. Una revisión a su extensa bibliografía deja ver que una cantidad sustancial de sus libros y ensayos están dedicados al ejercicio del oficio. Monsiváis fue un crítico literario inteligente, conocedor erudito de las tradiciones escriturales del país y sugerente intérprete de algunas de las figuras centrales de la cultura mexicana. Pocos lectores saben que Monsiváis tiene libros biográficos y críticos de gran calado sobre Salvador Novo (Lo marginal en el centro, 2000), Amado Nervo (Yo te bendigo vida, 2002), Octavio Paz (Adonde yo soy tú somos nosotros, 2000), así como un libro sobre la poesía en México (Las tradiciones de la imagen, 2001), un conjunto de estudios sobre la relación entre el escritor mexicano y la tradición (Escribir, por ejemplo, 2008) y una cantidad enorme de ensayos de los que apenas han sido recogidos algunos en la antología Aproximaciones y reintegros (2012). En términos generales, queda claro que Carlos Monsiváis mantenía de manera constante un interés crítico en el canon literario mexicano y en las transformaciones en los significados de este canon a lo largo del tiempo. La mayor cantidad de los textos de crítica literaria de Monsiváis se interesan por autores canónicos (los Contemporáneos, Rulfo, Reyes, Paz, los modernistas, etc.) y claramente buscan interrogar la monumentalización que dichos escritores sufrieron en el contexto de la cultura nacional mexicana, para rescatar el potencial crítico de sus respectivas obras. Aquí quizá convendría pensar en un diálogo de Monsiváis con uno de sus más importantes contemporáneos, José Emilio Pacheco. Monsiváis es uno de los pocos críticos que recorre transversalmente a la literatura mexicana para darle una vigencia histórica y social más allá del texto mismo.
Monsiváis fue también una fuerza importante en la promoción de las artes visuales en México. Su monumental trabajo Imágenes de la tradición viva (2006), en colaboración con Deborah Holtz, muestra la manera en que Monsiváis concebía a la imagen atada a distintas redes de historicidad y de socialidad, como lugares de confluencia entre el pasado y el presente. El trabajo de Monsiváis se desdobla en un registro amplio que le permitió consignar, por un lado, el trabajo de artistas plásticos sobre los que reflexionó en ensayos, catálogos y libros (vienen a la mente María Izquierdo, Leopoldo Méndez, Frida Kahlo y José Chávez Morado entre otros) y, por otro, en géneros diversos del quehacer visual como la caricatura (como su colaboración con Helioflores en El hombre de negro, 2007) y la fotografía (los textos sobre este género pueden encontrarse en el volumen póstumo Maravillas que son, sombras que fueron, 2013). Para Monsiváis, a diferencia de la doxa ejercida por formas tradicionales de la historia del arte, lo central en la pintura, la fotografía y otras artes visuales no es necesariamente la técnica o la estética, sino la forma en que el discurso visual emerge como un régimen de tradición, memoria e interpretación de la modernidad mexicana, a veces en duelo directo con las formas escritas de la cultura.
Esto se ve de manera particular en uno de los espacios donde la intervención de Monsiváis es verdaderamente imprescindible y paradigmática: la documentación y estudio del cine mexicano. Pese a la importancia del cine en la historia de México, la crítica en torno al género ha tenido una historia precaria y accidentada. Monsiváis fue desde muy temprano uno de los lectores importantes del cine mexicano y, junto con figuras como Carlos Bonfil y Jorge Ayala Blanco, uno de los que contribuyeron a elevar el amplio espectro del cine mexicano a la discusión intelectual. De manera particular, debemos a Monsiváis el desarrollo de la hipótesis, ahora moneda corriente, del cine mexicano como una “migración cultural” (término que desarrolla en Aires de familia, 2000) que permite simultáneamente la modernización cultural y moral de grandes sectores de la población mexicana, a la vez que reproduce y permite la subsistencia de registros sociales conservadores. Monsiváis dilucida para la tradición crítica mexicana la forma en que el cine opera de manera directa en el imaginario y el sensorium de las clases populares en contrapelo a un nacionalismo oficial acartonado y poco eficiente. En escritos desarrollados sobre el tema desde la década de los setenta y en libros como A través del espejo (con Carlos Bonfil, 1994), Rostros del cine mexicano (1997) y Pedro Infante. Las leyes del querer (2008) se observa un interés en varios temas, que Marvin D’Lugo, quien ha escrito uno de los mejores estudios sobre Monsiváis y el cine, describe como estudios sobre la relación entre cultura urbana y modernización, así como elucidaciones respecto al “dispositivo cinematográfico” mexicano y sus estructuras de transferencia ideológica.[12]
El trabajo de Monsiváis en torno a amplios registros de la cultura, manifestado incluso en vertientes como el coleccionismo, tuvo un gran impacto a nivel continental en los llamados “estudios culturales”. Aún cuando Monsiváis comenzó a discutir asuntos de cultura popular en los años sesenta, cuando pocos intelectuales se atrevían a cruzar las líneas imaginarias que dividen la alta cultura de los registros populares y masivos, fue a partir de los años ochenta en que Monsiváis participó de una constelación de precursores en los estudios de la comunicación, la cultura y la literatura que construyeron formas interdisciplinarias de estudio de la cultura. Acompañado por figuras como José Manuel Valenzuela, Rossana Reguillo y Néstor García Canclini en México, Jesús Martín-Barbero en Colombia o Beatriz Sarlo en Argentina, Monsiváis fue parte de un cambio de paradigma en el estudio de la cultura que buscó en su momento responder al declive del prestigio epistemológico de la literatura como centro neurálgico del debate latinoamericano, la emergencia de los medios electrónicos y los radicales cambios en la noción misma de cultura en la era neoliberal. Monsiváis no sólo fue un intelectual público en México, sino también una presencia constante en foros académicos donde se llevó a cabo esta discusión, como los congresos de la Latin American Studies Association, los encuentros de mexicanistas en el sistema universitario de California e incluso el congreso anual de la Modern Language Association. Si bien el trabajo de Monsiváis en publicaciones académicas aún no está recogido, esta línea de su obra adquirió particular centralidad con el libro Aires de familia (2000), Premio Anagrama de Ensayo, que ocupa un lugar central en los estudios culturales latinoamericanos. Las visiones amplias de Monsiváis sobre la cultura se observan también en uno de sus libros tardíos, La cultura mexicana del siglo xx (2010), parte de la serie Historia Mínima del Colegio de México, y en su último libro monográfico, Las esencias viajeras (2012). Lo cierto es que, en todas sus vertientes como crítico, Monsiváis contribuyó a un entendimiento más amplio y menos jerárquico de la cultura y al discernimiento de las relaciones entre cultura, afecto, poder y sociedad.
A manera de epílogo, conviene recordar que la obra de Carlos Monsiváis, pese a los muchos volúmenes que tenemos a la mano, sigue irremediablemente dispersa. Varios libros fundamentales fueron publicados en editoriales extintas o llevan varios años fuera de circulación o son parte de acervos de editoriales estatales que circulan muy poco. Existen muchos de sus ensayos por coleccionarse. Aunque existen esfuerzos recientes, como la recopilación de sus ensayos sobre género en los libros Que se abra esa puerta (2010) y Misógino feminista (2013), no tenemos una buena recopilación de sus escritos sobre arte o de muchos de sus trabajos publicados en periódicos y revistas. No existe tampoco una recopilación que haga disponible al lector mexicano los muchísimos trabajos fundamentales que Monsiváis publicó en revistas académicas de los Estados Unidos y América Latina. Toda lectura presente de Monsiváis es necesariamente tentativa, puesto que el ordenamiento futuro de considerables áreas de su obra tiene el potencial de seguir revisando y reinterpretando a ese intelectual que perdimos demasiado pronto.
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Nació en la Ciudad de México el 4 de mayo de 1938; muere el 19 de junio de 2010. Cronista, ensayista y narrador. Estudió en las facultades de Economía y de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue director de la colección Voz Viva de México de la UNAM; investigador del INAH; secretario de redacción de Medio Siglo y Estaciones; cofundador de Nexos y La Jornada; cofundador y director de La Cultura en México. Colaborador de El Gallo Ilustrado, Estaciones, La Cultura en México, La Jornada, Medio Siglo, México en la Cultura, Nexos, Personas, Proceso, y Unomásuno. Becario del CME, 1962 y 1967; del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard, 1965; y de la Fundación Guggenheim, 1997. Miembro del SNCA, como creador emérito, desde 1994. Premio Nacional de Periodismo, en crónica, 1977. Premio Jorge Cuesta 1986, Veracruz. Premio Manuel Buendía 1988. Premio Mazatlán de Literatura 1988 por Escenas de pudor y liviandad. Doctor honoris causa 1995 por la UAM y 2000 por la UAP. Premio Xavier Villaurrutia 1995 por Los rituales del caos. Premio Príncipe Claus de los Países Bajos 1998. Premio Anual de Ensayo Literario Hispanoamericano Lya Kostakowsky 1998 por Cinturón de castidad. XXVIII Premio Anagrama de Ensayo 2000 por Aires de familia (Cultura y sociedad en América Latina). Orden Gabriela Mistral 2001 otorgada por el Gobierno de Chile. Medalla al Mérito 2003 otorgada por la Universidad Veracruzana. Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe otorgada por la FIL de Guadalajara 2006. Doctor honoris causa por la Universidad Veracruzana. Doctor Honoris Causas Peridas otorgado por la UACM, 2008. El Gobierno del Distrito Federal le entregó la Medalla 1808 por su contribución a la cultura y el avance social y democrático en la capital del país. Medalla Sor Juana Inés de la Cruz 2008, otorgada por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Medalla Bellas Artes 2008 en reconocimiento a su labor periodística y literaria. Doctor honoris causa por su trayectoria literaria y sus aportes a la educación y la vida política del país, otorgado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2009.
Estudió en la Escuela Nacional de Economía (1955-1958) y en la Facultad de Filosofía y Letras (ffl) (1955-1960) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) y en el Seminario Teológico Presbiteriano. Fue profesor de la Escuela Nacional Preparatoria de la unam. Fue investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah); secretario de redacción, junto con Carlos Fuentes, de la revista Medio Siglo (1956-1958) y de Estaciones (1957-1959), la revista de Elías Nandino. Realizó programas para Radio unam, como “El cine y la crítica” (1960-1970); dirigió la colección de discos Voz Viva de México de la unam. Participó en la fundación de “La Cultura en México” (1968), suplemento que dirigió (1972-1987) y en el que colaboró durante 25 años (1962-1987); colaboró en “México en la Cultura” (1955-1961), “El Gallo Ilustrado” (1963-1972). Participó asimismo y colaboró en las revistas Proceso (1976-2010), Nexos (1978-1993); los diarios Unomásuno (1977-1983), La Jornada (1984-2010); escribió para Excelsior (1973-1976), Reforma y El Financiero (1993-2000), en su suplemento “El Ángel” (1994-2008) además de “Confabulario” (2004-2008), de El Universal; así como en las revistas Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Eros, Personas, Este País, Letras Libres, Siempre!, Futuro, Sucesos para todos, Política, Diva y Vogue, entre otras publicaciones. Participó como actor en algunas películas mexicanas como Los Caifanes y Un alma pura, de Juan Ibáñez. Impartió diversos cursos y conferencias en Universidades de los Estados Unidos, en la Ciudad de México y en el interior de la República sobre cine, arte, cultura y literatura mexicana.
Carlos Monsiváis es considerado uno de los mejores cronistas del periodismo y la literatura del siglo xx, sus textos mitad crónica, mitad ensayo, retratan la vida cotidiana de la Ciudad de México mediante una aguda y desenfadada crítica de nuestro tiempo; a través de la cual aborda con ironía y sarcasmo los temas de la cultura popular, del cine nacional, los medios de comunicación y la política mexicana. Sus crónicas-ensayos se encuentran recopilados en Días de guardar, 33 textos sobre acontecimientos significativos ocurridos en la ciudad como el movimiento estudiantil de 1968; Entrada libre, constituido por siete crónicas acerca de momentos difíciles y de conquistas de la sociedad civil, entre ellos el movimiento magisterial, la explosión de San Juanico y los movimientos urbanos; Apocalipstick reúne crónicas urbanas de movimientos sociales, manifestaciones, plantones que son referidos con humor; No sin nosotros, acerca de los días transcurridos entre el terremoto de 1985 hasta 2005; Los mil y un velorios hace una reflexión mordaz sobre el crimen como expresión de lo cotidiano y lo excepcional. En Los rituales del caos reflexiona sobre la ciudad y las multitudes, lo cotidiano y el caos del que somos parte. ¿De qué se ríe el licenciado? compone la crónica cultural de los años 40 y en Las esencias viajeras, la del Bicentenario de la Independencia. Otra veta de sus crónicas es la que muestra a los personajes representativos de la vida cultural de México en el siglo xx: Amor perdido trata de escritores, músicos, pintores y políticos como Salvador Novo, Agustín Lara, Fidel Velázquez; Escenas de pudor y liviandad refiere la construcción de los ídolos del espectáculo frente a la mirada de las masas, María Félix, Juan Gabriel, el “pachuco”, los “chavos punk”, entre otros. Con su libro de relatos Nuevo catecismo para indios remisos presenta fábulas e historias sobre hechos acontecidos en la evangelización que siguió a la Conquista de México. Como crítico destacan sus antologías sobre la Poesía mexicana del siglo xx, que ofrecen los más amplios panoramas de la lírica mexicana. Ha escrito cerca de cien prólogos a obras literarias, históricas y de cultura popular, entre los que destacan los hechos a las obras de Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Payno y Salvador Novo. Tradujo algunos poemas de autores norteamericanos en publicaciones periódicas.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Centro Mexicano de Escritores
Centro Mexicano de Escritores
Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores
Literatura Mexicana
Literatura Mexicana
Medio Siglo
Utopías. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México
Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes
Revista de la Universidad de México
Premio Mazatlán de Literatura
Premio Iberoamericano Ramón López Velarde
Premio Iberoamericano Ramón López Velarde
Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo
Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances
Premio Anagrama de Ensayo
Sistema Nacional de Creadores de Arte SNCA (SC-FONCA)
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)
Medio Siglo
Estaciones. Revista Literaria de México
El Gallo Ilustrado. Literatura. Ciencias. Artes Plásticas. Teatro. Cine.
Nexos
La gaceta del Fondo de Cultura Económica
Proceso
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM