2015 / 12 sep 2018
La poesía mexicana alcanza con José Gorostiza (1901-1973) su momento de mayor incandescencia. Es costumbre de la crítica comparar Muerte sin fin, su obra más dilatada, con los poemas más grandes de nuestro idioma, y aun con los mayores de la lírica moderna. Con ellos comparte la índole del genio y también con ellos es a su manera imagen del fracaso. De enérgica presencia en la poesía mexicana posterior, Gorostiza sufre la misma suerte de un poeta con el que guarda varias similitudes: Luis de Góngora y Argote. Al igual que el poeta cordobés, Gorostiza fue el mayor creador verbal de su patria en su tiempo y como él recibe un acercamiento ambivalente hoy en día: Gorostiza y Góngora son poco divulgados actualmente en su respectivo pueblo y a raíz de la exigencia de parte de su poesía –las Canciones para cantar en las barcas refutan esta idea–, suelen ser visitados por un grupo reducido de lectores que reconocen en ellos la música, la inteligencia y la perfección.
Del ejercicio intelectual de Gorostiza podemos destacar tres zonas. Las primeras dos atañen a la literatura: la poética y la crítica. Ambas se nutren entre sí y no es raro que, en la misma línea de Oscar Wilde, su crítica llegue, por ingenio y agudeza, a ser creación. La tercera interesa a la historia de los intelectuales y se aparta de las anteriores; se trata del trabajo burocrático y diplomático que durante varias décadas lo condujo a actuar en las instituciones de cultura y en la política mediante el empleo de la palabra.
Hay consenso en ubicarlo como el núcleo de nuestra poesía moderna y en hablar de Muerte sin fin como su punto más alto.
José Gorostiza Alcalá nació el 10 de noviembre de 1901 en San Juan Bautista, Tabasco, hoy Villahermosa, y murió el 17 de marzo de 1973 en la Ciudad de México. Sus padres fueron Celestino Gorostiza Escauriza, vizcaíno, y Elvira Alcalá, oriunda de Campeche. José fue el segundo de cinco hijos; sus hermanos fueron María del Carmen, Celestino (dramaturgo y director de cine y teatro), Eduardo y María del Socorro. Desde temprana edad se originó la amistad con otro gran poeta de Tabasco: Carlos Pellicer. Este vínculo intenso se percibe en su intercambio epistolar y en el retrato que Gorostiza hizo de Pellicer en 1968, donde la amistad se profundiza hasta la intimidad de los hermanos.
Por motivos económicos derivados de la Revolución, el padre llevó a su familia a Aguascalientes, donde Gorostiza empezó a estudiar la preparatoria en el Instituto Científico y Literario. Hacia 1918, debido a la mala salud del padre, la familia se traslada a la capital del país. Ahí, José ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria, en donde concluyó su formación media. Dentro de sus aulas conoció a la juventud de intelectuales que pronto aprovechó la coyuntura política para incorporarse a la labor cultural desde el poder. Perteneciente a un grupo de jóvenes escritores que Guillermo Sheridan califica de “efebocracia”,[1] Gorostiza –junto con la primera generación de los Contemporáneos (Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo)– se adhirió a las gestas educativas que en esos años encabezaba José Vasconcelos, bajo el gobierno de Álvaro Obregón.
Alrededor de 1918, tras estudios truncos de Jurisprudencia, incursionó en publicaciones periódicas: San-Ev-Ank, El Monitor Republicano, El Universal Ilustrado, El Maestro, México Moderno, El Heraldo de la Raza y la Revista Nueva (que también dirigió con Enrique González Rojo en 1919). El Maestro fue una de sus colaboraciones más importantes en la era de Vasconcelos; la otra fue la adaptación de textos en las Lecturas Clásicas para Niños. Dirigió la Colección Cultura de la Editorial México Moderno, donde, según José Emilio Pacheco, rescató la tradición propia y la sumó a la hispanoamericana y la francesa.[2] Enseñó como profesor titular de Literatura General y de Literatura Mexicana e Iberoamericana en la Escuela Nacional Preparatoria, así como de Literatura Mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam durante 1929. En ese año colaboró en Contemporáneos con los poemas “Espejo no” y “Adán”. Alejado de figurar en primer plano, no duda en incidir en las polémicas de su tiempo con mano crítica ni en defender sus puntos de vista –que muchas veces fueron los de su grupo– contra el oleaje enemigo. En 1932, por el ataque a la revista Examen, de Jorge Cuesta, abandonó la Secretaría de Educación Pública, donde por un breve periodo había dirigido el Departamento de Bellas Artes.
Tradujo algunas obras que hoy son poco conocidas, tales como Maya, de Simón Gantillon; La conversación, de André Maurois; Ada Negri, de Édouard Schuré; un poema de Edna St. Vincent Millay; "Retrato de Charles Chaplin", de Waldo Frank. Sin embargo, no concluyó el proyecto de traducir una obra esencial: el Monsieur Teste de Paul Valéry, poeta de quien recibió hondo influjo. La traducción de Millay es simbólica: el poema "Lamentación" ("Lament"), cuyo motivo es la muerte del padre, aparece en El Maestro en 1921, mismo año de la muerte de Celestino, padre de Gorostiza. Como ademán de adiós, el acto de traducir la pieza es reflejo del drama personal y de la maduración del varón que en adelante debe hacerse cargo de la familia.
Pocos años antes de 1920 había empezado a publicar poesía, lo cual dejaría de hacer en 1948. Practicó el género ensayístico también desde su juventud y hasta fines de los sesenta, la mayoría de las ocasiones dentro de las páginas del periódico. Tuvo en el arte además otra afición: el teatro. No sólo hizo crítica del teatro, sino que también lo impulsó e incluso incursionó en la dramaturgia, en particular en el drama sintético y en el sketch. De lo último nos queda una pieza breve, Ventana a la calle, y de lo demás, sus textos críticos, de corte periodístico o programático, sobre todo el proyecto para el Teatro de Orientación y un artículo publicado en Examen acerca del mismo tema, ambos de 1932. Miguel Capistrán habla de la importancia de divulgar el teatro para Gorostiza: a partir del estado depresivo del teatro nacional, Gorostiza apostó por una revitalización basada en obras dirigidas al gran público. De ahí que, según Capistrán, Gorostiza haya incursionado en el sketch a mediados de los veinte, aunque después haya repudiado sus propias obras por un prurito perfeccionista y las haya destruido.[3]
Gorostiza Alcalá contrajo matrimonio en 1938 con Josefina Ortega. Su primer hijo, Luis Gabriel, nació el mismo año que Muerte sin fin, en 1939. Martha, segunda hija, llegó en 1941 y José, el menor, en 1945. En 1950 murió doña Elvira Alcalá, a quien su hijo había dedicado las Canciones para cantar en las barcas.
La poesía de Gorostiza nace depurada por el rigor. Dentro de su generación, es el poeta en que la disciplina del intelecto se manifiesta con mayor intensidad, sin alcanzar el raciocinio fulminante de Jorge Cuesta. Los poemas se someten a severos procesos de perfección que derivan en el trazo rotundo y en la justa correspondencia entre las imágenes, así como en una reverberación inagotable de motivos y vocablos.
A los veinticuatro años publicó su primer libro, Canciones para cantar en las barcas (1925), que recoge veinticinco poemas divididos en tres partes. La primera, de donde toma título el poemario, contiene las tres composiciones más célebres de la época temprana: “Quién me compra una naranja”, “La orilla del mar” y “Se alegra el mar”. Canciones para cantar en las barcas se nutre de la lírica popular hispánica: oscila entre los trovadores galaico-portugueses y el Góngora de las letrillas, según Alfonso Reyes.[4] Por este carácter es contemporáneo de Rafael Alberti y Federico García Lorca (Torres Bodet advirtió la semejanza con Alberti desde época temprana en Contemporáneos, notas de crítica de 1928). Otras fuentes son la poesía en lengua inglesa y los recursos de algunas vanguardias: en específico el sacrificio de la personalidad y del sentimiento en bruto para usar la pura mente creativa, de acuerdo con la teoría del “correlato objetivo” de T. S. Eliot. Tres filiaciones inmediatas se hallan en las Canciones para cantar en las barcas: Enrique González Martínez, Ramón López Velarde y José Juan Tablada. Del primero recoge la introspección y la obsesión por el silencio. Del segundo, la ágil construcción de imágenes –que logrará su maestría en Muerte sin fin– así como algunas atmósferas de la provincia, brotes de sensualidad y un humor melancólico. Del último, los procedimientos de poesía sintética y vanguardista utilizados en la segunda y la tercera secciones del poemario, recursos que Evodio Escalante vincula también con la estética del imaginismo.[5] Bajo el sello de Editorial Cvltvra, las Canciones para cantar en las barcas mostraron la calidad del poeta y fueron un sólido recuento de sus composiciones juveniles, así como una carta de presentación para su camino artístico. Llegó, desde esta primera obra, a la madurez de las composiciones rotundas y complejas que se cantan con diafanidad.
En 1939, tras catorce años sin publicar un libro, apareció Muerte sin fin. Jorge Cuesta, cercano a la gestación de la obra, escribió dos de las primeras reseñas, en las que indicó, por una parte, la matriz romántica de su forma, y por otra, su aliento místico. Son dos hilos para recorrer el laberinto del poema. Lo romántico se deriva de la aventura intelectual que corre a contrapelo de la lógica con las alas de la paradoja y la ironía, con un discurso de heterogeneidad armónica, y que canta desde la voz del hombre solitario el enfrentamiento con aquello que lo trasciende. Al mismo tiempo, se entrevé en la cercanía de sus versos la energía de lo sagrado, revelada al poeta, tras una batalla, en las esencias de la vida.[6] Acaso la crítica posterior sobre el poema ha fluctuado hasta nuestros días entre esos dos puntos –el carácter de lucha vital, intelectual, cáustica, en la voz poética, y el infinito hacia el que se fuga–, todo a partir del abismo de un vaso de agua. Dice con claridad José Emilio Pacheco:
El poema mejor estudiado de la lírica sigue siendo un misterio. Todas las interpretaciones propuestas pueden ser válidas –o no serlo ninguna. El agua que toma forma por el rigor del vaso que la aclara significa, para muchos, la existencia, o el espíritu o la palabra. El vaso puede ser símbolo del tiempo, la muerte, la conciencia y la forma. Si los más optimistas han visto sólo la negación de la poesía en Muerte sin fin, para otros lo que niega el poema es la vida misma –de la cual la lírica es nada más canto y testimonio.[7]
Muerte sin fin ha recibido muchos asedios. Sus 775 versos –en una silva de verso blanco que a veces se escapa de la alternancia entre heptasílabos y endecasílabos, y que hace contrapunto con dos cantos en versos de arte menor y alma popular– encarnan aquello que Jorge Luis Borges decía de los clásicos: ahí todo parece “deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.[8]
Veinticinco años después de Muerte sin fin, se reúne la poesía de Gorostiza. El volumen incluye un libro inédito, Del poema frustrado, con siete partes, cuyas fechas de escritura van de 1926 a 1948. A caballo entre la poética de Canciones para cantar en las barcas y la de Muerte sin fin, Del poema frustrado podría leerse como el umbral de Muerte sin fin, pero también como su filtro y aun participar en correspondencia. La unidad de este poemario se comprende mejor en el coro del resto de la obra: su arquitectura ya comparte en algunas de sus piezas el ritmo de Muerte sin fin (especialmente en “Preludio” y “Épodo”), ya lo prolonga (en la posterior “Declaración de Bogotá”), pero siempre sostiene un diálogo con las Canciones. Aun con estos lazos y con el motivo que cifra en su título –la frustración–, Del poema frustrado no se subordina a Muerte sin fin, como la crítica en más de una ocasión ha querido afirmar. Vibra en la proporción de sus siete apartados entre la trinidad de las Canciones y los diez cantos de Muerte sin fin. Ese número, el siete, señala su ambivalente calidad como piedra de toque respecto a los otros poemas y como arquitectura musical de cuerpo equilibrado, equidistante de la introspección en las Canciones y del desorbitarse en Muerte sin fin.
En 1955 pronunció el discurso de entrada a la Academia Mexicana de la Lengua, Notas sobre poesía, que es al mismo tiempo teoría de la poesía y llave para penetrar en su obra. Las dos definiciones de la poesía que ofrece –una investigación de las esencias y un juego infinito de palabras que operan como espejos– resultan proverbiales para el lector de la tradición poética mexicana. Gorostiza dirigió sus reflexiones a la creación del poema, a la naturaleza de la poesía y al carácter del poeta. Es relevante, asimismo, la vinculación de la poesía con la música y, sobre todo, con la arquitectura. Asentó sus ideas en ejemplos del arte universal y en el ambiente poético que percibía en aquella época. Años más tarde, en su propio discurso de entrada, Juan Rulfo ponderó las Notas de Gorostiza como “una de las exposiciones más trascendentales y profundas” en la historia de la Academia Mexicana.
En la década siguiente, Miguel Capistrán se abocó a la reunión de la prosa de Gorostiza, que se encontraba dispersa en publicaciones periódicas y en el archivo del autor. Los primeros textos datan de 1921 y los últimos, de 1968. A lo largo de la compilación Gorostiza reflexiona sobre varias parcelas del arte, que Capistrán ordena en cinco secciones: “Teatro”, “Artes plásticas”, “Música”, “Letras” y “Varia”. En algunas de ellas –“Teatro” y “Varia”– incluye piezas de creación: dramaturgia, poema en prosa, diario, esbozo de novela y de poema, retrato y aforismos. Prosa, publicado en 1969 por la Universidad de Guanajuato, es fundamental para la comprensión del poeta, pues permite penetrar en la red de ideas que surgen a partir de sus inquietudes sobre obras, autores y espacios de la cultura. Son piezas, nos dice Pacheco, que ahora, dada la caducidad de su objeto de análisis, constituyen “un fin en sí mismas, sobreviven a la causa que les dio existencia”.[9] La crítica comparte algunas de las cualidades de sus poemas: por lo general breve, pura en sus líneas, lúcida y, en algunos pasajes, cáustica, con equilibrio entre la idea aguzada y la imagen potente. En la compilación aparecen textos elementales para comprender su época y su grupo: el artículo que surge a partir de la polémica de 1932 sobre la literatura de vanguardia; el ensayo sobre Cripta (1937), de Torres Bodet, donde expresó una postura crítica sobre la poesía pura y la poesía de los Contemporáneos; las dos piezas que dedica a López Velarde; y sus exámenes sobre el teatro mexicano. Asimismo, la prosa narrativa o poética abre cauces en regiones del autor antes poco conocidas, en especial el proceso de construcción en “Insomnio tercero. Esquema para desarrollar un poema”, “Nocturno. Las Arengas” o “Metamorfosis del amigo”.
En agosto de 1927 Gorostiza presentó los exámenes para ingresar al Servicio Exterior Mexicano. Con el cargo de escribiente se embarcó a Londres ese año, donde vivió en medio de depresiones emocionales y preocupaciones económicas por su familia. Al año siguiente, después de renunciar, regresó a México.
A partir de 1935 se encontró de nuevo en la Secretaría de Relaciones Exteriores, esta vez como jefe de publicidad. Comenzó así la vida diplomática que lo condujo posteriormente a Bruselas, Ámsterdam, Copenhague (tercer secretario, 1937), Roma (primer secretario, 1939-1940), Guatemala (1940-1941), La Habana (consejero, 1942-1944), Países Bajos y Grecia (1950-1951), Florencia (1950), París (1951). Participó como Asesor de la Delegación de México en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco por sus siglas en inglés). Asistió a diversos congresos internacionales, culturales y políticos, y representó a México en varias ocasiones frente a la Organización de las Naciones Unidas. Asimismo, de 1937 a 1939 fue secretario particular del entonces Secretario de Relaciones Exteriores Eduardo Hay. Durante los momentos de ocio que el trabajo burocrático le dejaba, se dedicó a escribir Muerte sin fin. En 1948 fue delegado en la Novena Conferencia Internacional Americana, en Colombia. En ese mismo año escribió el último poema que publicó: Declaración de Bogotá.
Entre sus labores de mayor trascendencia (y discreción) resalta la escritura de la nota diplomática con que el presidente Lázaro Cárdenas comunicó a Estados Unidos la expropiación petrolera en 1938, según informa Silvia Pappe.[10] Asimismo, en 1961 tuvo grandes repercusiones la decisión de abstenerse en el voto para expulsar a Cuba de la Organización de Estados Americanos. La labor de Gorostiza se sostuvo, pulcra y diligente, a lo largo de varias décadas. En 1963 fungió como subsecretario de Relaciones Exteriores y en 1964 ascendió al puesto de ministro. El último cargo importante fue la presidencia de la Comisión Nacional de Energía Nuclear en 1968. A pesar de ser una figura toral durante casi medio siglo en la diplomacia de nuestro país, la trayectoria de Gorostiza en el Servicio Exterior está por ser investigada cabalmente. Dijo Octavio Paz: “El día en que se escriba la historia de la política internacional de México en el periodo contemporáneo se descubrirá la enorme influencia que ejerció José Gorostiza”.[11] También Paz asentó, al criticar a Torres Bodet, que la diplomacia es mala consejera de la literatura. Reyes, por su parte, puntualizó que en Gorostiza ambos campos están, con sabiduría y por fortuna, del todo aislados –incluso cuando tienen colindancia, como en el poema de Bogotá–.[12]
Desde la publicación de Muerte sin fin Gorostiza consolidó su primacía artística entre los miembros de su generación. Luego del pronto aplauso vinieron los reconocimientos: en 1955 entró a la Academia Mexicana y en 1968 se le otorgó el Premio Nacional de Letras. Desde la perspectiva del discurso de ese último año, al recibir el reconocimiento, ya es consciente de la sedimentación de su poesía y de su integración como fruto primordial a la historia de la literatura mexicana: “Se ha dicho que mi obra es el punto final, la coronación o el remate, literalmente el monumento funerario de la poesía de una época que termina en mí”.[13]
Entregado a la activa carrera diplomática, no publicó poesía en los últimos 25 años de su vida. Gorostiza murió el 17 de marzo de 1973 en la Ciudad de México. En vida llegó a conocer la trascendencia de su obra.
Borges, Jorge Luis, Otras inquisiciones, Madrid, Alianza, 1981.
Cuesta, Jorge, Obras reunidas ii. Ensayos y prosas varias, ed. de Jesús R. Martínez Malo y Víctor Peláez Cuesta, colab. de Francisco Segovia, pról. de Christopher Domínguez Michael, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Colección Obras Reunidas), 2004.
Escalante, Evodio, José Gorostiza: entre la redención y la catástrofe, México, D. F., Casa Juan Pablos, 2001.
Gelpí, Juan, Enunciación y dependencia en José Gorostiza. Estudio de una máscara poética, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Coordinación de Humanidades, 1984.
Gorostiza, José, Poesía y prosa, ed. y pról. de Jaime Labastida, ed., comp. y nota editorial de Miguel Capistrán, México, D. F., Siglo xxi, 2007.
Pacheco, José Emilio, “Gorostiza y la paradoja de Muerte sin fin”, en Diálogos, núm. 2, vol. iv, enero-febrero,1965, pp. 33-35.
----, “Prólogo”, en José Gorostiza, Cauces de la poesía mexicana y otros textos, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Universidad de Colima, 1988.
Pappe, Silvia, “Al mar de uno mismo, gotas de poesía”, en José Gorostiza, Poesía y poética, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Archivos de la Literatura Latinoamericana, del Caribe y Africana del Siglo xx; 12), 1989.
Pereira, Armando (coord.), Diccionario de literatura mexicana. Siglo xx, colab. de Claudia Albarrán, Juan Antonio Rosado y Angélica Tornero, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Ediciones Coyoacán, 2004.
Reyes, Alfonso, “Alfonso Reyes frente a Gorostiza”, en Edelmira Ramírez (ed.), José Gorostiza, Poesía y poética, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Colección Archivos CNCA; 12), 1989.
Sheridan, Guillermo, Los Contemporáneos ayer, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1985.
Trejo Sirvent, Marisa y José Luis Ruiz Abreu (coords.), Páramo de espejos. Vida y obra de José Gorostiza, Villahermosa, Tabasco, Gobierno del Estado de Tabasco/ Secretaría de Gobierno, 2010.
Ortega, Jorge, “José Gorostiza, poeta”, Letras Libres, (consultado el 26 de noviembre de 2015).
Nació en Villahermosa, Tabasco, el 10 de noviembre de 1901; muere el 17 de marzo de 1973. Poeta. Estudió en el Instituto Científico y Literario de Aguascalientes y en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Fue profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México; director del Departamento de Literatura del inba; ministro de Relaciones Exteriores; presidente de la Comisión de Energía Nuclear; director de la colección Cuadernos Literarios de Editorial Cultura; editor y director de la Revista Nueva; editor de El Maestro y compilador de lecturas clásicas para niños durante la gestión de José Vasconcelos en la sep. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Perteneció al grupo de Los Contemporáneos. En 1996 el fce publicó Poesía completa. Colaboró en Contemporáneos, El Monitor Republicano, El Universal Ilustrado, Examen, Letras de México, México en la Cultura, México Moderno, Nuestro México y San–Ev–Ank. Premio Nacional de Letras 1968.
2007 / 03 ago 2017 19:16
Nació en Villahermosa, Tabasco, y murió en la Ciudad de México. Fue poeta y diplomático, miembro de la generación de los Contemporáneos. Fue funcionario de la Secretaría de Educación Pública y fungió como director del Departamento de Bellas Artes en 1932, cuando se funda el Teatro de Orientación. Su obra poética si bien no es amplia es de una riqueza extraordinaria y de un fuerte sentido intelectual. Destacan sus Canciones para cantar en las barcas (1925) y Muerte sin fin (1939). Como diplomático, fue miembro del Servicio Exterior mexicano desde 1927 y prestó sus servicios en Londres, Copenhague y Roma; fue director de Asuntos Políticos, subsecretario (1953-1964) y secretario de Relaciones Exteriores (abril a noviembre de 1964). Obra dramática: Ventana a la calle (1924), La lengua de Cervantes (?).
1995 / 27 ago 2018 10:20
Un libro de poesía, un poema extenso excepcional y una recopilación de escritos en prosa, firmados por José Gorostiza (1901-1973), son el sustento suficiente de uno de los mayores prestigios de la literatura mexicana.
Canciones para cantar en las barcas (1925) tiene una veta principal de poemas de arte menor, de juegos sutiles, imaginación plástica y palabras musicales, en las que la belleza del mundo, el amor y la melancolía se expresan en leves rasgos llenos de gracia fugitiva:
Los peces de colores juegan
donde cantaba Jenny Lind.
Jenny era casi una niña
por 1840
pero tenía
un glu-glu de agua embelesada
en la piscina etérea de su canto.
Además de esta veta de gracia aérea, Gorostiza deja constancias de otras especies poéticas. En “Nocturno” paga tributo a las parábolas morales que había impuesto el doctor González Martínez; en “Mujeres” hace un elogio entre sensual y sentimental de las muchachas de Córdoba; y en “Elegía”, que inicialmente se llamó “A Ramón López Velarde, q. e. p. d. Elegía apasionada” –cuando se publicó en el número de homenaje (1 de noviembre de 1921) que dedicó México Moderno al poeta muerto el 19 de junio anterior–, expresa su duelo con trasposiciones muy elaboradas, que afinará en sus escritos posteriores sobre el mismo tema.
Cuando Gorostiza reunió en 1964 su Poesía, incluyó, a continuación de las Canciones para cantar en las barcas, una segunda sección que llamó “Del poema frustrado”. Sólo el precioso poema llamado aquí “Preludio” –que en 1936 se publicó con el nombre de “Poema” en Universidad (t.ii, num. 9– y el “Épodo”, que concluye esta sección y repite pasajes del “Preludio”, parecen el arranque de un poema extenso, a la manera y con el estilo suntuoso de Muerte sin fin, cuyo tema es la palabra:
Esa palabra que jamás asoma
a tu idioma cantado de preguntas
esa desfalleciente,
que se hiela en el aire de tu voz,
sí, como una respiración de flautas
contra un aire de vidrio evaporada…
Los otros poemas no tienen relación con este “Preludio”. Son notables las series de “Lección de ojos”, y de “Presencia y fuga”, formada por cuatro conceptistas sonetos, que anticipan las lucubraciones de su mayor poema. En la “Declaración de Bogotá”, el diplomático que fue Gorostiza perturba la aridez de los discursos con la aparición de una presencia femenina, o de la poesía.
Muerte sin fin (1939), obra maestra fascinante, es un poema extenso, de amplio desarrollo. Su composición se ordena en una estructura nítida: diez secciones interrumpidas por un intermedio ligero y lírico y concluidas por un final súbito y burlesco. Por sus versos luminosos, está a la altura de la extremada elaboración poética de las Soledades y el Polifemo de Góngora, y su severa articulación filosófica lo emparienta con el Primero sueño, de sor Juana. Como en este poema, se propone también Gorostiza explicarse la sustancia y el destino de la existencia humana. Pero no se contenta, como la poetisa, con refugiarse después de su indagación en el misterio y el despertar. Gorostiza parte, de la más lúcida vigilia, a una serie de inquisiciones –con ciertas afinidades con doctrinas herméticas– que lo llevan a descubrir, tras de todas las apariencias animadas, el lívido frenesí que mueve la vida, la muerte sin fin, que alcanza también al espíritu de Dios. Podría decirse que es el drama de la inteligencia “soledad en llamas”, como El cementerio marino de Valéry es, en última instancia, el drama de la conciencia.
La excelencia de Muerte sin fin es su magistral compenetración de la exposición filosófica y la extremada y matizada calidad poética. Algo como una disquisición hecha de piedras preciosas, que pocas veces son sólo decorativas y casi siempre son intensamente expresivas y significantes.
Vaya, entre tantos otros pasajes memorables, éste del principio del poema:
lleno de mí —ahíto— me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar…
y algunos versos aislados inolvidables:
su luna azul, descalza, entre la nieve
¡Oh inteligencia, soledad en llamas
la sorda pesadumbre de la carne
como en un tardo tiempo de crepúsculo
un ardoroso incienso de sonido
constelada de epítetos esdrújulos
los himnos claros y los roncos trenos
y esbeltos címbalos que dan al aire
sus golondrinas de latón agudo;
y la febril estrella, lis de calosfrío
como una lenta rosa enamorada
por la entumida noche submarina
la golondrina de escritura hebrea
y el pequeño gorrión, hambre en la nieve
desnudo de oración ante su estrella
…la impúbera
menta de boca helada
De la poesía juvenil de Gorostiza, que él excluyó de su primer libro, se conocen trece poemitas, publicados en la revista estudiantil San-Ev-Ank (1918) y en otras de la época, y fechados entre 1918 y 1927. Se han recogido bajo el rubro de “Poesías no coleccionadas” en el volumen de José Gorostiza, Poesía y poética, edición crítica coordinada por Edelmira Ramírez, 1988, en la colección Archivos. En este mismo volumen se da a conocer un fragmento del Diario inédito de Gorostiza; un retrato de su madre “Doña Elvira Alcalá de Gorostiza”. Del archivo de José Gorostiza se han publicado algunos papeles inéditos. Terminada, sólo se encontró la Suite en dolor de Luz Valderráin, cinco sonetos sentimentales de la primera juventud del poeta, publicados en 1940 con preliminares de Alí Chumacero y Eduardo Lizalde. En la edición crítica antes mencionada, Mónica Mansour estudia y da a conocer –en “Armar la poesía”–, esbozos de poemas, apuntes, proyectos literarios, especialmente los llamados “El semejante a sí mismo” y “La feria”. Estos proyectos son interesantes para conocer la compleja y rigurosa elaboración de la poesía que practicaba Gorostiza, con lecturas previas de documentación, esbozos en prosa, listas de vocabularios pertinente e intentos graduales de desarrollos en verso. Estos proyectos, fechados entre 1930 y 1940, nunca fueron terminados.
Y en el número 0 (noviembre-diciembre de 1990), de la nueva revista Biblioteca de México, Julio Hubard, vuelve a estudiar estos esbozos, especialmente los de “El semejante a sí mismo”, del que comenta: “Al parecer, este poema debía haber continuado la gran línea alegórica y desprender la conciencia del poeta del infierno de la incesante muerte para conducirlo a un purgatorio donde pueda, al menos, pretenderse ‘la fijación del ser, esto es, rehuir de la muerte, encontrar la eternidad’.”
Se publican también en esta revista “Tres paisajes en vidrio”, poemas inconclusos, unos aforismos, la respuesta a una encuesta y un breve fragmento de novela.
La Prosa de José Gorostiza (Universidad de Guanajuato, 1969), coleccionada por Miguel Capistrán, reúne comentarios sobre teatro, artes plásticas, música y letras, entre los que sobresalen estos últimos. La calidad de los juicios críticos de Gorostiza no ha sido suficientemente reconocida. Sobre López Velarde, una de sus grandes aficiones, escribió, además de la “Elegía” a su muerte, dos preciosos textos en prosa: la conferencia de 1924 y el discurso de 1963, cuando se llevaron los restos del poeta a la Rotonda, con recuerdos cordiales del Payo y observaciones agudas sobre su poesía. Comentó con inteligencia obras de algunos de sus compañeros de generación: Torres Bodet, Novo, Eduardo Luquín, Martínez Sotomayor, Ortiz de Montellano, Gutiérrez Hermosillo y Pellicer. Y en las “Notas sobre poesía”, parte medular de su discurso de ingreso a la Academia Mexicana, en 1955, consignó con llaneza y sabiduría su poética.
Algunos estudios sobre Gorostiza: Andrew P. Debicki, La poesía de José Gorostiza, México, Ediciones de Andrea (Studium, 36), 1962; Mordecai S. Rubin, Una poética moderna. Muerte sin fin de José Gorostiza, prólogo de Eugenio Florit, México, unam, 1966; Octavio Paz, “Muerte sin fin”, en Generaciones y semblanzas, op. cit., t. ii, pp. 436-444; Emmanuel Carballo, “José Gorostiza”, en Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana del siglo xx, México, Empresas Editoriales, 1965, pp. 203-210.
De padre español y madre mexicana. Cursó estudios superiores en el Instituto Científico y Literario de Aguascalientes, donde también estudió su hermano Celestino Gorostiza y el poeta Ramón López Velarde. A su llegada a la Ciudad de México inició sus estudios profesionales en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y dirigió la colección Cvltvra de la Editorial México Moderno, que incluyeron a escritores mexicanos, hispanoamericanos y extranjeros, sobre todo franceses, que eran poco conocidos en México y tradujo algunos de sus títulos. En la revista México Moderno se ocupó de la sección “Libros y Revistas”, donde colaboró con reseñas y ensayos. Publicó sus primeros poemas en las revistas San-Ev-Ank, El Monitor Republicano y El Universal Ilustrado. Conoció a jóvenes que demandaban nuevas formas de expresión cultural: Enrique González Rojo, con el que editó y dirigió la Revista Nueva, en 1919; Jaime Torres Bodet y Bernardo Ortiz de Montellano, con los que se integró el Nuevo Ateneo de la Juventud, y los que posteriormente formarían parte del llamado grupo de los Contemporáneos. Sus poemas y algunas piezas de teatro, del género conocido como “teatro sintético”, fueron publicados en las revistas Contemporáneos, Letras de México y Universidad de México. Fue profesor de Literatura en la Universidad Nacional, durante la gestión de José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública, quien le encargó la edición y dirección de la revista El Maestro, distribuida gratuitamente en las escuelas, y de versiones para niños de obras clásicas. Ocupó brevemente la dirección del Departamento de Bellas Artes, en 1932. A partir de 1935, inició una larga trayectoria en el servicio diplomático, en un principio asesor, y luego, secretario de Relaciones Exteriores (1964-1970); como delegado en Colombia en 1948, publicó uno de sus últimos poemas, “La declaración de Bogotá”. Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1955, con la lectura de su discurso: “Notas sobre poesía”, reveladora lección de su estética poética.
José Gorostiza Alcalá, poeta y prosista, deja ver en su obra publicada la constante reelaboración de su obra. Son conocidas numerosas versiones de sus poemas cortos. Su constante experimentación formal está desde su primer libro de poemas, Canciones para cantar en las barcas, de 1925, en el que según sus críticos, muestra ya una madurez que no tenían sus contemporáneos, al retomar y reinterpretar fuentes clásicas de la poesía española culterana, de la poesía de autores de su tiempo: Antonio Machado, Rafael Alberti y Federico García Lorca, y de poetas precedentes como José Juan Tablada, Ramón López Velarde y Enrique González Martínez, asimilándolos a la tradición de la literatura mexicana contemporánea. En Canciones..., señala José Emilio Pacheco, se anuncian ya los temas de su segundo libro de poemas, Muerte sin fin, del que en su primera edición se tiraron medio millar de ejemplares, y que junto con “El primero sueño”, de Sor Juana Inés de la Cruz, “El Idilio salvaje”, de Manuel José Othón y “Piedra de Sol”, de Octavio Paz, conforman la gran tradición del poema largo en la literatura mexicana. En este poema, la vida y la muerte se unen en un solo proceso de creación invertida hacia los orígenes y hacia la depuración de las sensaciones, que desde el simbolismo se consideraba como el fin de toda búsqueda poética, la “poesía pura”, noción que la mayoría del grupo de los Contemporáneos ideaba en su poesía; del que se han considerado múltiples y variadas interpretaciones de toda índole, que dejan ver la propia universalidad que alcanzan los temas abordados. “Muerte sin fin” es un poema existencial de gran complejidad sintáctica, por un lado, y un poema de alegorías, por el otro, que va eliminando lo material y lo sensible hacia lo esencial, sutil y profundo. Es, sin duda, uno de los poemas más sorprendentes y estudiados de las letras mexicanas. El autor escribió también una obra: "Ventana a la calle", del llamado “teatro sintético”, cuya composición marcaba el clímax dramático a partir de una sensación.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes
México Moderno. Revista de Letras y Artes
Revista Nueva. Órgano de la juventud Universitaria de México
Premio Mazatlán de Literatura
Editorial México Moderno
San-ev-ank. Revista semanaria estudiantil
El Universal Ilustrado. Suplementos culturales.
Contemporáneos. Revista Mexicana de Cultura
Revista de la Universidad de México
Letras de México. Gaceta literaria y artística
El Maestro. Revista de Cultura Nacional
Academia Mexicana de la Lengua
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura INBA