Enciclopedia de la Literatura en México

Liceo Hidalgo, El

Primera etapa (1850-1851)

Tan pronto como pudo disfrutarse un poco de calma, después de los aciagos años de la invasión norteamericana, surgió la idea de continuar aquella labor cultural que habían iniciado, en la primera mitad del siglo, la Academia de San Juan de Letrán y el Ateneo Mexicano. Cristalizó este propósito el 30 de julio de 1850 cuando se acordaron las bases generales del Liceo Hidalgo, que recibió este nombre –nos dice Granados Maldonado, uno de los fundadores del liceo– a sugestión del general José María Tornel, quitándole así la denominación de la Academia de Bellas Letras que tenía.[1] Se supone que la citada academia se había establecido el año anterior, en 1849, puesto que en 1850 se comentaba que cumplía el liceo un año de instalado, lo cual era inexacto porque las bases para su organización se dieron en julio de 1850, como ya se indicó. Dos clases de socios formaban el liceo: los titulares y los corresponsales. Los primeros eran aceptados cuando, después de ser postulados, presentaban un trabajo literario, y en el transcurso de quince días se decidía si eran de admitirse como socios. Los corresponsales debían enviar al liceo un estudio literario y solamente en casos excepcionales se suprimía este requisito.

Las sesiones celebrábanse los domingos y días festivos en diferentes casas. En un principio el liceo careció de un local donde efectuar sus trabajos pero, a los pocos meses de su instalación, el general José María Tornel proporcionó un local al liceo que se inauguró el 15 de septiembre de 1850 en el salón del Colegio de Minas, con la conmemoración del aniversario de la Independencia. En dicha celebración el general José Joaquín Herrera, presidente de la república, se dirigió a los socios ofreciéndoles la protección del gobierno en los términos siguientes: “Si hasta hoy el Liceo Hidalgo no ha contado con auxilio alguno, el gobierno que por honor de la Nación desea el adelanto de esta clase de establecimientos ofrece a éste toda su protección”.[2]

El primer presidente de la corporación fue Francisco Granados Maldonado, los primeros secretarios Marciano María Moralí y José Tomás de Cuéllar, y el tesorero Domingo Villaverde. En 1851 Francisco Zarco tomó posesión de la presidencia del liceo. Los primeros socios inscritos fueron: Francisco González Bocanegra, Marcos Arróniz, Emilio Rey, Juan Suárez y Navarro, Florencio M. del Castillo, Luis G. Ortiz, José María Rodríguez y Cos, José María Reyes, Hilarión Frías y Soto, Justo M. Domínguez, Francisco Aranda, José María Tornel, José Galindo, Fernando Orozco y Berra, Mariano G. García, Luis Rivera Melo, Francisco Rodríguez y Gallaga, José Sebastián Segura y Pedro Bejarano, este último corresponsal de Zacatecas.[3]

La finalidad cultural del liceo pudo extenderse hasta Zacatecas, Querétaro, Morelia y Oaxaca, donde se fundaron corporaciones de este tipo en el término de seis meses, protegidas por el gobierno o por los particulares.

La revista editada por Cumplido, La Ilustración Mexicana (México, 1851-1855), sirvió de órgano publicitario al Liceo Hidalgo durante la primera época, en la que hubo frecuentes interrupciones ocasionadas por la inestabilidad política del país. Sin embargo, durante el lapso de 1850 a 1860 aproximadamente, puede advertirse en México un intento de valoración del sentido y carácter de nuestras letras y un entusiasmo por las empresas literarias, que se tradujo en la fundación de sociedades, liceos y ateneos.[4] Estas actividades concluyeron al iniciarse el trágico periodo de las guerras de Reforma, la intervención y el imperio.

En esta época de continuas zozobras las letras mexicanas detuvieron su progreso, ya que las guerras civiles y la lucha contra los invasores eran ambiente poco propicio para el ejercicio literario. Mas, apenas restablecida la república y librado el país de sus invasores, Ignacio Manuel Altamirano –quien había tomado parte activa en la guerra contra los franceses–, inició a fines de 1867 las reuniones llamadas veladas literarias.[5]

1850

Los primeros discursos pronunciados en El Liceo Hidalgo estuvieron a cargo de su presidente Francisco Granados Maldonado quien, el 26 de mayo de 1850, aun antes de la instalación oficial como Liceo Hidalgo, y siendo todavía la Academia de Bellas Letras, habló sobre “El influjo que la literatura ha ejercido en la civilización de las naciones, particularmente después del cristianismo”. El primero de septiembre del mismo año presentó su estudio sobre “El origen, progresos y decadencias de la poesía griega”.[6]

El 15 de septiembre, El Liceo Hidalgo conmemoró el aniversario de la Independencia con una sesión pública en la que tomaron parte Florencio M. del Castillo, quien presentó un trabajo dedicado “A la grata memoria del señor don Miguel Hidalgo y Costilla”; Marcos Arróniz, con su poema “La inspiración”; Francisco González Bocanegra, con un discurso sobre “La poesía nacional”, en el que llamaba a Juan Ruiz de Alarcón fundador de la literatura nacional, y a Ignacio Rodríguez Galván iniciador del drama histórico nacional con su obra Muñoz, visitador de México, y afirmaba, por último, que la obra de Fernando Calderón era la prueba del adelanto de las letras en el poco tiempo en que el país ha disfrutado su independencia; José Tomás de Cuéllar con su poema “Meditación”, y Emilio Rey con una composición titulada “El porvenir”. Al finalizar la sesión el general José Joaquín Herrera ofreció la protección de gobierno para El Liceo Hidalgo.

Según noticias proporcionadas por las Variedades de La Ilustración ya citada, probablemente en octubre, Granados Maldonado vuelve a tomar la palabra para discernir en esta ocasión sobre “La literatura alemana en general”. Finalmente, el último de noviembre presentó su disertación sobre “El origen, progresos y decadencia de la elocuencia en Grecia y Roma”, “Renacimiento de la elocuencia por el cristianismo”, y “Edad de Oro de la elocuencia cristiana en Francia”.

1851

Francisco Zarco, al tomar posesión de la presidencia del liceo el 1° de julio en 1851, pronunció un interesante discurso sobre “El objeto de la literatura” en el que examinaba el ambiente, poco propicio para las letras, que existía en México. Inició su disertación señalando la triste situación en que por entonces se encontraba nuestra literatura. “¿Qué cantos ha de entonar el que canta entre ruinas?”, se preguntaba Zarco. Las ruinas a que se refería sin duda lo eran de todas clases: ruinas materiales en el desolador espectáculo de la lucha con Estados Unidos, en la pugna de los partidos y en las guerras civiles que habían originado otra ruina aún peor, la espiritual. La literatura, expresión de la sociedad, no podía permanecer ajena al ambiente, y por ello Zarco consideraba con pesimismo el porvenir de nuestras letras. Sin embargo, al lado de todos estos infortunios, señalaba los impulsos que podían salvar las letras mexicanas:

Ese deseo ardiente, esa ambición, esa necesidad imperiosa de expresar las propias ideas, que se siente desde los primeros años, es seguramente la primera cualidad del escritor, sin esa vocación nunca habrá belleza ni verdad en los escritos. La independencia y altivez noble del carácter es otra circunstancia indispensable en el escritor.[7]

A continuación se refirió Zarco a la literatura inglesa, y al respecto hizo notar que “Inglaterra es el país clásico de la libertad, es donde casi todos los escritores han gozado de mayor independencia, y por eso en la literatura inglesa encontramos verdades tan enérgicamente expresadas.”[8] En otro pasaje de su alocución, Zarco se dirigió a aquellos que sólo buscaban honores en las letras, para advertirles que “nada hay tan contrario al adelanto y al desarrollo de la literatura que la ambición de honores, como el encono y la envidia entre los dedicados a las letras. Dar un poco de fe y de esperanza a los que padecen en la tierra, es la misión grandiosa de la literatura de nuestros días”. Y para concluir su notable discurso, Zarco formuló votos porque la literatura de nuestra patria llegara a ser una verdadera obra nacional y porque el liceo contribuyera a la realización de este anhelo.

Con motivo de la postulación del señor Pedro Bejarano, de Zacatecas, como socio corresponsal, el señor Lares leyó en el liceo un artículo de Bejarano, fechado el 30 de junio de 1851. Su autor exponía en él algunas interesantes meditaciones sobre la índole de nuestras letras y sobre la posibilidad de una literatura nacional, que tanto preocupaba a los escritores de la época. Su trabajo se tituló “La literatura en sus relaciones con la época y con México”.

José Sebastián Segura, en la velada del 20 de julio de 1851, pronunció su discurso de recepción en el liceo “Sobre los caracteres de la poesía romántica, pagana y hebrea”. En un pasaje de su alocución señaló al Liceo Hidalgo como continuador de la obra de la Academia de Letrán, deseándole larga vida y socios dignos.

Debido principalmente a la lucha de partidos y a las guerras civiles, las interrupciones en la actividad del liceo fueron frecuentes en el periodo que va de 1852 a 1859, y desorganizaron temporalmente este centro de cultura.

Segunda etapa (1872-1882)

En cuanto a El Liceo Hidalgo, sólo volvió a reorganizarse y a destacarse como centro cultural hasta 1870 o 1872, por influencia de Altamirano. Al año siguiente, durante la presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada, se pusieron en vigor las Leyes de Reforma. A consecuencia de esto se iniciaron los ataques en contra de las agrupaciones religiosas y de los bienes del clero, ya que las nuevas leyes no reconocían a los sacerdotes ni a las agrupaciones religiosas personalidad jurídica para poseer bienes inmuebles.

Estas disposiciones se hicieron cumplir por la fuerza de las armas, actitud que de tal manera disgustó a la mayor parte de los habitantes de la ciudad que, atemorizados por la situación, dejaron de asistir a los centros de diversión o de actividad cultural, con lo que se restringieron aún más las labores literarias del liceo.[9]

Durante las presidencias de Ignacio Ramírez y Francisco Pimentel se celebraron las sesiones en un departamento del Conservatorio de Música; ambos literatos sustentaron importantes debates destacando el sarcasmo y la crítica.

Ya para 1874 las reuniones del liceo pudieron celebrarse más regularmente todos los lunes a las ocho de la noche en el edificio de la ex Universidad. Cada tres meses se organizaba una velada literaria en honor de una personalidad de las letras. En este año la directiva del liceo quedó integrada por Francisco Pimentel como presidente; Manuel Peredo, vicepresidente; Vicente U. Alcaraz, secretario; Ramón R. Rivera, prosecretario; Telésforo García, tesorero, y Antonio García Cubas, bibliotecario. Los socios aumentaron a doscientos, pero a partir de 1882 la asistencia de éstos se debilitó cada vez más terminando el liceo por desaparecer.[10]

El 12 de febrero de 1874 se designó una comisión, integrada por Francisco Pimentel y Jorge Hammeken y Mexía, para que formulase un reglamento que precisara la organización del Liceo Hidalgo, cuya finalidad debería ser el adelanto de la bella literatura y de las ciencias morales en México. Las personas inscritas como socios serían de tres clases: honorarios, activos y corresponsales. Para ser aceptado como socio se requería que, después de ser postulado por tres miembros de la sociedad, se presentara una composición. El reglamento de sesiones ordenaba que una persona, durante la sesión, sólo podía hablar dos veces en pro y otras tantas en contra sobre el asunto tratado. En la última sesión de cada mes señalábase un tema que se discutiría en las reuniones del mes siguiente. Dos veces por año se hacía una convocatoria a certámenes literarios. El liceo proyectó además la publicación de una biblioteca de autores mexicanos vivos y muertos, y solicitó al efecto una subvención del gobierno.[11] Tan plausible proyecto no pudo realizarse por causas desconocidas.

Los señores Manuel Rivera Cambas, Francisco Sosa y Gustavo Baz fueron comisionados en 1875 por el liceo para que estudiaran la posibilidad de publicar un periódico, órgano de la asociación.[12] Tal vez no pudieron llegar a ninguna conclusión práctica, ya que no se conoce órgano de esta agrupación durante estos años. Los periódicos en que el liceo publicó sus actas fueron El Porvenir y El Federalista, durante los años de 1874 a 1876.

Los socios que más se distinguieron en la segunda etapa de El Liceo Hidalgo fueron: Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Pimentel, José María Vigil, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, José Martí, Joaquín Calero, Santiago Sierra, Gustavo Baz, Gerardo Silva, Juan de Dios Peza, Bencomo, Manuel Rivera Cambas, Francisco Sosa, Manuel Caravantes, Manuel Peredo, José María Roa Bárcena, Gabino Barreda, Anselmo de la Portilla, Agustín F. Cuenca, Ramón Manterola, Laureana Wright de Kleinhans, Vicente U. Alcaraz, Eduardo Garay, Justo Sierra, Juan Cordero, Luis G. Ortiz, Jorge Hammeken y Mexía, Eduardo L. Gallo, José Sebastián Segura, José Peón Contreras; Agustín Rivera, socio corresponsal en Lagos; J. Romero Cuyas, Alfredo Bablot, Manuel de Olaguíbel; José López Portillo y Rojas, socio corresponsal en Guadalajara; Perfecto Vadillo, Antonio García Cubas, Patricio Nicoli, Telésforo García, Vicente Riva Palacio, Elena Castro, Concepción Piña, la señorita Peña y los poblanos Rosa Carreto e Ignacio Pérez Salazar.

En 1879 la mesa directiva perdió a su presidente Ignacio Ramírez, que se había distinguido como socio y director de El Liceo Hidalgo.

No pasó inadvertido el extraordinario impulso que, en sus numerosas sesiones y veladas, proporcionó El Liceo Hidalgo a la literatura nacional. La prensa de la época continuamente hizo elogios de los valiosos estudios de crítica que realizaron los socios en repetidas ocasiones, en los que puntualizaron hechos fundamentales para la historia literaria del siglo xix. Entre las muchas opiniones que a este respecto se publicaron en los diarios es de significación especial la que se dio a conocer en El Federalista el 19 de enero de 1876. En esta ocasión, refiriéndose el artículo concretamente a la actividad realizada por El Liceo Hidalgo, se decía de él que “está formando casi insensiblemente una colección de estudios críticos y biográficos que acabarán por ofrecer material abundante para la formación de una obra en que se vea cómo nació y fue adquiriendo vigor la literatura mexicana”.[13]

1872

En 1872, a iniciativa de Altamirano, se inauguraron nuevamente los trabajos de El Liceo Hidalgo. Entre los estudios presentados en esta época se encuentra la disertación de Ignacio Ramírez sobre “La poesía erótica de los griegos”. Sostenía en ella que la poesía de aquel pueblo que rendía culto a todo lo bello no carecía de un sentido idealista y espiritualista. Adviértese desde luego el tono que Ramírez imprimió a su escrito, lleno de ironía y sátira. La mordacidad tan a tono con el temperamento de Ramírez puede observarse en varios pasajes de su alocución. “Escuchad con benevolencia, señores –decía en uno de ellos–, las humildes palabras de un pagano, sobre la poesía erótica de los griegos, ese pagano soy yo”. Y en otra parte de su discurso exclamaba

¡Piedad Vigil! ¡Piedad Justo Sierra! ¡Y sed también compasivas vosotras las poetisas mexicanas! Pero mi admiración por el Dante, por Petrarca, por Shakespeare, Lamartine, Víctor Hugo y aun por los redactores de La Voz de México, no es bastante, lo confieso, para persuadirme que los griegos no llegaron al idealismo de sus composiciones amorosas. La Grecia entera no existe para nosotros sino en el mundo de ilusiones hasta donde ellos mismos se elevaron, su historia es un himno celebrando mi apoteosis.[14]

En otra parte de su discurso, Ramírez expresó su fe literaria. “Protesto –dijo– que confundo en un mismo culto, a los clásicos y a los románticos, cuando ellos asaltan el altar armados de su lira, y aun tengo una capilla reservada para los fetiches, entre los cuales modestamente me he colocado en medio de muchos amigos”. Y manifestó también la opinión que le merecían los poetas modernos de su tiempo: “A mí me confunde oír a la mayor parte de nuestros poetas pronunciar estas palabras: lo sublime del amor no fue conocido por los griegos; nosotros lo hemos descubierto y por lo mismo sólo nosotros sabemos contarlo”. En otro pasaje, añadía: “Los poetas modernos cifran su felicidad en la palabra, prefieren el prisma al sol que le engalana con sus colores".[15]

Esta tesis de El Nigromante originó la “Impugnación al discurso sobre la poesía erótica de los griegos, leído en El Liceo Hidalgo por el señor Ignacio Ramírez”, de Francisco Pimentel, quien estuvo en absoluto desacuerdo con la tesis sustentada por Ramírez. Los puntos que Pimentel censuró a Ramírez fueron los siguientes:

El señor Ramírez –decía Pimentel– presenta a los griegos como ejemplo de fidelidad conyugal y lo que hubo entre ellos fue libertinaje en este asunto. En cuanto a los poetas mencionados por Ramírez son poetas poco conocidos, otros de ninguna importancia, otros anónimos y éstos merecen poca confianza. Habla de Dioscórides que fue botánico de la época de la decadencia, los amores de Leandro y Hero nada tuvieron de espirituales, Rufino también fue sensual y Asclepiades poeta muy antiguo. Por otra parte –añadía Pimentel– Lucrecio además de ser poeta sensual es latino. El señor Ramírez dice que los griegos espiritualizaban a su modo, pero si en el sublime Homero, en el dulce Anacreonte y en la apasionada Safo no encontramos el amor ideal, mucho menos en Teócrito.[16]

En seguida Pimentel declaraba su posición literaria en los términos siguientes: “En literatura como en otras materias, propendo al eclecticismo, esto es, al sistema que tiene por principio escoger lo que parece bueno de los demás”. Refiriéndose a la literatura clásica, añadía: “Lo que encuentro de bueno en ella es la perfección de la forma y esto me agrada de ella; pero la literatura romántica excede a la clásica en la expresión del sentimiento y esto me cautiva del romanticismo”.[17]

Para terminar su minuciosa impugnación, Pimentel afirma que “la poesía perfecta consiste en la armonía de ella con nuestro sistema sociológico. Poesía perfecta es aquella que satisface a la razón, imaginación, el sentimiento (sensibilidad moral) y los sentidos”. “Esta es la definición que yo adopto –decía Pimentel–: Poesía perfecta es aquella que armoniza la idea y la forma conforme a nuestra doble naturaleza espiritual y corporal”. Y a continuación establece una comparación entre la literatura antigua, que encuentra demasiado sensual, y la moderna que exagera lo ideal. En consecuencia, Pimentel llama literatura del pasado a la grecolatina, del presente a la romántica y del porvenir a la ecléctica, y señala a Racine como el escritor que realizó las aspiraciones del eclecticismo.[18]

Tanto en Ramírez como en Pimentel se advierte el deseo de propagar sus ideales literarios que encubrían apenas los políticos. Por su parte, Ramírez quiso escandalizar una vez más la serenidad de los que acostumbraban frecuentar el liceo, repitiendo la tensa situación que había creado al ingresar a la Academia de Letrán. Su deseo de levantar ámpula en el seno de las asociaciones literarias se puso de manifiesto en varias ocasiones, siendo ésta una de las más sonadas, después de la de la Academia de Letrán.

Por ese mismo año de 1872, en una de las sesiones de El Liceo Hidalgo, aconteció un suceso tan curioso como insólito en las letras mexicanas. Durante la presidencia de El Nigromante, asistió a una de las veladas acostumbradas del liceo don Vicente Riva Palacio, destacado militar y escritor, que había tomado parte activa en la lucha contra la intervención y el imperio. Su fama de escritor igualaba a la del combatiente. Sus andanzas militares lo llevaron a escribir Calvario y tabor, y de las investigaciones que realizó en la rama de la Inquisición del hoy Archivo General de la Nación resultaron sus novelas coloniales de tan extrema fama popular. Siguiendo la ruta señalada por Altamirano, escribió algunos hermosos poemas descriptivos y romances que recuerdan sus años de combatiente; pero sus composiciones líricas más logradas serían sonetos tan admirables como “Al viento” y “En el Escorial”. Junto a todos estos registros de su pluma, Riva Palacio tenía, además, un sentido del humor, de la sátira y del gracejo, de los que quedan buenos ejemplos en su extensa obra de periodismo satírico-político y en los retratos que hizo de algunos de sus contemporáneos en Los ceros. En sus últimos días, en España, escribiría sus mejores páginas narrativas: Los cuentos del general.

El tema que se proponía discutir en la sesión antes aludida estaba relacionado con la aparición de una singular poetisa que se había dado a conocer en el diario El Imparcial, de Francisco Sosa, importante figura de las letras yucatecas. El hecho de que apareciera en las columnas del diario una poetisa más, no tenía importancia. Había tantas... Pero lo que ocasionó que los socios del liceo la destacaran de las demás, fue el tono delicado de sus versos que encubría una pasión llena de lirismo. Don Anselmo de la Portilla, escritor español y asiduo concurrente al liceo, pidió que se le extendiera a Rosa Espino, que tal era el nombre de la poetisa en cuestión, un diploma que la acreditara como socia honoraria de aquella corporación. A tal propuesta no hubo objeción alguna ya que en cada socio Rosa Espino tenía a un admirador. Sosa recibió el diploma para entregarlo a nombre del liceo a la recatada poetisa, en testimonio de rendido homenaje. Conmovido don Anselmo de la Portilla por el triunfo de su proposición, se dirigió a la severa figura del general Riva Palacio, que tal vez era el menos convencido del homenaje del liceo, y concluyó el elogio de la poetisa con tono firme y decidido, diciendo: “Para escribir como Rosa Espino escribe, se necesita tener alma de mujer y de mujer virgen. Esa ternura y ese sentimiento no lo expresa así jamás un hombre”.[19] Ante tan rotunda afirmación, el general Riva Palacio debió aceptar como los demás las palabras de don Anselmo.

Con este acontecimiento la fama de Rosa Espino se extendió por toda la república y muchos poetas llegaron a dedicar sus poesías a tan singular poetisa. Muy celebrada fue la aparición de su único libro, Flores del alma, que contenía sus romances, apólogos y cantares. Juan de Dios Peza, en su estudio “Poetas y escritores modernos mexicanos”, que apareció en El Anuario Mexicano de 1877,[20] incluyó entre las poetisas notables a Rosa Espino, que colaboró en revistas de carácter esencialmente femenino.

Pasaron los años y con éstos aumentó el prestigio de Rosa Espino, pero llegó el día en que se descubrió la verdad de tan ingenioso engaño. Los hechos habían ocurrido como sigue: cuando comenzó a publicarse El Imparcial, sus redactores admitieron la necesidad de incluir en sus páginas dominicales a una poetisa diferente de las demás, y tan diferente fue que encontraron en el general Riva Palacio la respuesta. Él debería hacer los poemas que firmara la falsa Rosa Espino, y lo hizo con tanto ingenio y acierto, que su superchería no hubiera sido descubierta de no haberlo decidido así sus autores. Este hecho excepcional en nuestra literatura pronto se conoció en España; y en México celebraron la ocurrencia del general hasta sus más acérrimos enemigos políticos.

En el prólogo que Francisco Sosa puso a las Páginas en verso de Vicente Riva Palacio, en 1885, se dieron todos los pormenores de esta curiosa historia. Entre los poemas ahí publicados hay todavía algunos firmados con el seudónimo de Rosa Espino, como “Mi ventana”, “La huérfana” y “Celos”. Y en su volumen Mis versos (Madrid, 1893), incluyó también Riva Palacio aquellos poemas de Rosa Espino al lado de los de su madurez.

El nacionalismo literario, que tanto preocupó a los escritores a partir del triunfo de la república, fue el tema de la mayor parte de los trabajos que José María Vigil pronunció en El Liceo Hidalgo. El 6 de marzo de 1872 leyó Vigil, en una sesión del liceo, un excelente ensayo que tituló “Algunas observaciones sobre la literatura nacional”.[21] En su trabajo ponía de manifiesto las condiciones en que podía basarse una literatura propiamente nacional, y daba una respuesta práctica a aquellos escritores que negaban que existiera una literatura original de nuestro país.

La literatura como reflejo de la sociedad en que se produce –afirmó Vigil– es una expresión embellecida de las necesidades, preocupaciones, tendencias y sufrimientos de los pueblos, proponiéndose en su significación trascendental corregir los vicios dominantes, purificar los sentimientos para conducir al pueblo a su destino.

Con toda precisión señalaba Vigil cuál debía ser el punto de partida para formar una literatura patria, que debería inspirarse en nuestra historia, en las tradiciones gloriosas, en las virtudes y hasta en los infortunios. En una rápida visión, recordó la aparición de “La profecía de Guatimoc”, de “Netzula” y de “Los aztecas”, de Rodríguez Galván, de José María Lafragua o Eulalio Ortega, y de José Joaquín Pesado, respectivamente, que establecieron las bases de la literatura nacional. Respecto a la originalidad de nuestra literatura, Vigil consideraba que ésta era proporcional a la originalidad de los pueblos en que se produce y que tiene relación con las tendencias individuales. La literatura que pretende no tener contacto con ninguna otra y ser sólo nacional, no debe entusiasmar a nadie; es más, debe renunciarse a ella. Nuestra literatura debe procurar expresar nuestra realidad y nuestras necesidades y purificar nuestras costumbres. En un sentido cosmopolita, México puede tener una literatura nacional –afirma Vigil–. Este movimiento iniciado en los años de la Academia de Letrán, lo recogió el liceo como una herencia que debía guardar y perfeccionar, para lo cual en la conciencia de cada uno de sus miembros se formó el propósito de contribuir a la creación de una literatura nacional.

Años más tarde, Vigil completó y precisó la doctrina de su disertación anterior con otro notable ensayo, “Algunas consideraciones sobre la literatura mexicana”, que apareció en El Federalista.[22] Los puntos esenciales de estas reflexiones se refieren fundamentalmente a los recursos de que dispone el escritor mexicano para hacer obras que reflejen su ambiente, para lo cual es necesario hacer una distinción entre los conceptos de nacionalidad y originalidad literarias. Reconocía Vigil cuántos serios obstáculos encontraría el escritor nacionalista para lograr sus fines; entre los más importantes señalaba la falta de protección a la literatura, el desarrollo del periodismo como elemento perjudicial a las letras, la deficiencia de la preparación del literato por la carencia del conocimiento de las literaturas extranjeras y la falta de una verdadera crítica. Ya para terminar su trabajo, Vigil propone las características que, según su opinión, debe tener la crítica. Ésta debe abarcarlo todo, sin preferencias por ninguna escuela o género, ya que su finalidad es descubrir la belleza por los métodos analítico y sintético.

1873

Una de las sesiones más importantes de El Liceo Hidalgo fue la que se efectúo el 25 de agosto de 1873. Estuvo dedicada al patriota y poeta cubano Juan Clemente Zenea. El discurso principal lo pronunció Ignacio Manuel Altamirano y considérase esta pieza oratoria como la mejor de su época.

Más tarde se suspendieron la mayor parte de las actividades artísticas y literarias, y entre ellas las de El Liceo Hidalgo, a causa del decreto del 25 de septiembre de 1873 por lo cual se elevaron al rango de constitucionales las leyes de Reforma. Su aplicación se extremó hasta el punto que, por la noche, la policía asaltaba los conventos, aprehendía a los catedráticos del seminario y expulsaba a los sacerdotes. Obligóse a todos los miembros del gobierno a que protestaran cumplir esas leyes, por lo cual hubo renuncias como la del diputado y escritor José de Jesús Cuevas.

Al finalizar el año tuvo lugar la dramática muerte de Manuel Acuña, en la fecha en que se preparaba la edición literaria de los domingos del periódico El Radical, en la que iba a incluirse su poema “A la luna”. Al tenerse noticias de su muerte inesperada, se prefirió llenar las páginas de esa edición con comentarios y elogios al poeta desaparecido. Los principales colaboradores en esta Corona fúnebre fueron miembros de El Liceo Hidalgo que lamentaban la muerte de su socio y reconocían la pérdida irreparable que había sufrido el liceo. Gustavo Baz, que habló en nombre de dicha corporación, dijo: “No sin motivo fundaba el Liceo sus más bellas ilusiones en Manuel Acuña”. Con sentidos poemas colaboraron en homenaje póstumo a Manuel Acuña: José Rosas Moreno, José Monroy, Alejandro Argandar, Luis G. Ortiz, Peón y Contreras, Martínez Elizondo, Francisco A. Lerdo, F. Fuentes y José Carrillo. En nombre de sus íntimos habló Juan de Dios Peza y a nombre de la Sociedad El Porvenir, Juan R. Arellano. Firmado con el seudónimo de Rosa Espino, el general Riva Palacio publicó el romance “La fiesta de Chapetlán”.[23] Antonio García Cubas comentaba que “en algunas de las sesiones de El Liceo Hidalgo, dejó [Acuña] traslucir el pensamiento fatal que acariciaba”.

Posiblemente una de las últimas contribuciones de Manuel Acuña para El Liceo Hidalgo fue la “Oda” que dedicó a doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, en donde se advierte su afición por esta poetisa, y que fue leída en la velada literaria que el liceo dedicó como homenaje a la escritora cubana.[24]

1874

La sesión del 9 de febrero de 1874 fue una velada en honor de fray Servando Teresa de Mier, y en ella participaron Elena Castro, Concepción Piña y la poetisa Laureana Wright de Kleinhans. El discurso principal estuvo a cargo de Manuel Rivera Cambas, que leyó sus “Apuntes biográficos del doctor Mier”, en los que señaló el espíritu aventurero, el patriotismo y la singularidad que caracterizaron la vida de fray Servando.

Para honrar la memoria de Francisco Zarco, que había sido uno de los más ilustres animadores del liceo, se organizó una velada literaria el 13 de abril de 1874, en la sala de juntas de la Sociedad Filarmónica. Fue invitada la señora viuda de Zarco para que asistiera al homenaje a su esposo, pero ella se excusó de presenciar el acto por los melancólicos recuerdos que traería a su memoria.

Los rasgos biográficos del político y literato fueron resaltados en un discurso del señor Felipe Sánchez Solís. Hablando del espíritu literario de Zarco, el profesor Sánchez Solís afirmó que “los que se consagran a la crítica literaria deben tomar como tipo a Zarco”. La obra política de Zarco fue comentada por Guillermo Prieto, quien en su discurso afirmó que el periodismo “tan típico en nuestro siglo” y en el que tanto se distinguió Zarco, le conquistó un lugar preferente en el liceo. La poesía, “A la memoria del ilustre escritor Francisco Zarco”, por Laureana Wright de Kleinhans y la “Oda” de Tomás Rojas, completaron el programa de esta velada.[25]

El Liceo celebró el aniversario del nacimiento de Hidalgo, el 8 de mayo de 1874, con una velada literaria en la que el discurso principal estuvo a cargo de José Patricio Nicoli.[26]

En la sesión del 6 de junio del mismo año, Antonio García Cubas propuso que se analizaran los dramas que por aquellos días ponía en escena el famoso actor José Valero. El socio Manuel Peredo eligió al efecto los dramas Entre el deber y el derecho, de Hurtado, y Lo que son las mujeres, de Rojas. Peredo, experimentado crítico teatral, juzgó a estas obras poco acertadas en los caracteres, y Francisco Pimentel, siempre descontentadizo y doctoral, calificó como insulsa la obra de Rojas y de filosófica la de Hurtado.

Hablando sobre la poesía popular, Pimentel afirmó que ésta, por ser espontánea, no puede imitarse del todo, pero sí en mucha parte y que su estudio es altamente interesante para el poeta. A lo cual Ramírez añadió, en esta sesión del 15 de junio, que la poesía popular debe servir de regla a la literatura de un país.[27]

La velada en honor de Michelet, el 5 de octubre, tuvo escasa concurrencia. Los discursos estuvieron a cargo de los señores Alfredo Bablot, Jorge Hammeken y Mexía, Manuel de Olaguíbel y Santiago Sierra.[28]

El tema que se discutió en el mes de noviembre se tituló “De la influencia que han ejercido en la poesía la libertad humana y el fatalismo en todas sus fases”. Ignacio Ramírez afirmó que “no hay sino leyes inexorables de la naturaleza, y el hombre procede siempre con arreglo a ellas”. Vicente U. Alcaraz rechazó con energía la tesis de Ramírez que negaba el libre albedrío, afirmando que no existían tales leyes.[29]

El Liceo Hidalgo celebró el aniversario del nacimiento de sor Juana Inés de la Cruz el 12 de noviembre de 1874. Francisco Sosa, el autor de las Biografías de mexicanos distinguidos,[30] pronunció un discurso en el que reconocía en sor Juana talento e inteligencia, pero, según un “criterio nacional”, no encontraba en los escritos de la poetisa modelos dignos de ser imitados y menor de colocarla entre los escritores mexicanos, porque pertenece legítimamente a España. Debe recordarse, al respecto, que esta opinión adversa a sor Juana era la que prevalecía entre nuestros escritores del siglo xix. Altamirano, Ramírez y Pimentel la habían juzgado en términos parecidos. Sosa, en este discurso, no hacía otra cosa que sumarse a una corriente de criterio que sólo comenzaría a rectificarse más tarde.

En seguida, don José María Vigil, uno de los propagadores junto con Altamirano de la literatura nacional, expresó que México debía incluir entre sus más legítimas glorias a sor Juana Inés de la Cruz, ya que en cuanto a la forma, su mérito está a la altura de lo mejor que se ha escrito en castellano. Posteriormente, Vigil escribiría un amplio estudio que puede considerarse el punto de partida de la revaloración de sor Juana iniciada en El Liceo Hidalgo y que, rescatada por Menéndez Pelayo, ha culminado en nuestros días.

Otros discursos estuvieron a cargo de José de Jesús Cuevas y de Laureana Wright de Kleinhans. La parte poética la desempeñaron Josefina Pérez, con su poema “Una flor”; José Rosas Moreno, con su poesía “A la memoria de la insigne poetisa sor Juana Inés de la Cruz”, y por último Aurelio Horta con sus versos a “Sor Juana Inés de la Cruz”.[31] Se sabe que una agrupación históricoliteraria llevó su nombre sin tenerse más noticias de la misma.

1875

En la sesión del 11 de enero de 1875 se aceptó el femenino de la palabra socio y se puso a discusión el concepto de tragedia clásica. Pimentel y Ramírez una vez más se encargaron de la discusión: compararon la tragedia antigua con la moderna y precisaron las características de ambas. Los dos escritores pusieron de manifiesto su erudición en la materia, ya que no era la primera vez que discutían sobre temas griegos. Pimentel hizo notar que el carácter de la tragedia estaba perfectamente señalado en el principio aristotélico de excitar el temor y la piedad; Ramírez, por su parte, afirmó que las características que distinguen a la tragedia clásica fueron el elemento maravilloso y el carácter independiente e individual que hicieron tan superiores a los griegos, y que las obras modernas no son sino imitaciones de aquellos modelos.[32]

“¿Hasta qué punto perjudican o favorecen los estudios literarios el adelantamiento positivo de las naciones?”, fue el tema que se discutió durante el mes de febrero de 1875. Guillermo Prieto, asiduo concurrente a las sesiones de El Liceo Hidalgo, manifestó que los escritores tienden a armonizar lo verdadero con lo bello, para que la ciencia no perjudique al arte ni éste a la ciencia. “Hay poesía –agregó Prieto– donde hay elevación de pensamiento. No obstante que las matemáticas parecen frías y carentes de emoción, cuando el matemático resuelve un problema que producirá un bien a la humanidad, es también poeta”. Prieto consideraba que la literatura beneficiaba a la ciencia. Ignacio Ramírez, hablando sobre el mismo tema, afirmó que “el hombre más positivista es feliz o desgraciado, no por las verdades que descubre, sino por las locuras de su fantasía y por las exigencias de sus pasiones”. Refiriéndose a la crítica literaria advirtió que ésta “tiene por objeto investigar las leyes intelectuales que resultan de esos fenómenos fisiológicos y sociales que se llaman elocuencia y poesía”. En tercer lugar tomó la palabra el que sería autor de la Historia crítica de la poesía en México, Francisco Pimentel, para indicar que en su siglo tratan de armonizarse la sensación, el sentimiento, la imaginación y la razón, rechazando los extravíos del romanticismo.[33]

El Liceo Hidalgo, en unión de la Sociedad Filarmónica Mexicana, organizó una velada artístico literaria en honor de la socia de mérito y famosa actriz italiana Adelaida Ristori, el 8 de febrero de 1875, en el Teatro del Conservatorio de Música y Declamación. El discurso principal estuvo a cargo del maestro Altamirano y las poesías “Fantasía artística”, “A Adelaida Ristori”, “A la egregia Adelaida Ristori”, fueron declamadas por sus autores, Jorge Hammeken y Mexía, Justo Sierra y José Rosas Moreno, respectivamente.[34]

En honor del autor de la “Oda al dieciséis de septiembre”, don Andrés Quintana Roo, celebróse en el Liceo una velada literaria. Tomaron parte en ella Ángela Lozano Gómez, con su poesía “Amor de patria”; José Sebastián Segura, con un soneto “A Quintana Roo”, y Joaquín Calero con sus versos a “Andrés Quintana Roo”. En uno de los discursos, la socia Satur L. de Alcalde señaló la importancia de las veladas organizadas por el liceo, en las cuales se han estudiado las personalidades y las obras de varios autores mexicanos, e hizo notar juiciosamente que todos estos materiales serán muy útiles cuando se elabore la historia de la literatura en México. En segundo lugar habló Eduardo Gallo para honrar la memoria del político y periodista, y felicitó al liceo por haber recordado a Quintana Roo, quien es una de las bases de la literatura nacional. La velada se efectuó el 1º de marzo de 1875.[35]

José Martí, el apóstol, escritor y poeta cubano, ingresó como socio de El Liceo Hidalgo. Fue postulado por los socios Gustavo Baz, Gerardo Silva y Juan de Dios Peza, y se le admitió por unanimidad de votos en la sesión del 22 de marzo.[36] La participación de Martí en las sesiones del liceo no se hizo esperar, y en las discusiones del mes de abril se escucharon sus firmes y lúcidas intervenciones. El tema que se discutía, “Materialismo y espiritismo”, tuvo tanto interés que hubo sesión a la que asistieron seiscientas personas y que por lo mismo tuvo que trasladarse al teatro del Conservatorio. En esta polémica, Martí permaneció al lado de los espiritistas. Sostenía una existencia ultraterrena del ser humano, y se defendía de los materialistas preguntándoles: “¿Cuál es el nervio del amor patrio?” En la última sesión del mes de abril terminó el debate sobre “Materialismo y espiritismo”. Ignacio Ramírez y Gabino Barreda trataron de contrarrestar los bríos de Martí, pero fue en vano, ya que la respuesta de Barreda se debilitó por falta de argumentos bien coordinados. Juan Cordero rebatió los discursos de Barreda y Ramírez, demostrando cuánto ignoraban el espiritismo los que lo atacaban. A continuación, a nombre del grupo espiritista, hablaron Santiago Sierra, Eduardo Garay y Justo Sierra, y este último dio un golpe al positivismo atacándolo por su base: “derecho de la conciencia”. La discusión de estos temas fue muy popular y suscitó muchos comentarios en los periódicos de la época.[37]

Para conmemorar, como era costumbre en el liceo, el nacimiento de don Miguel Hidalgo, se organizó el 8 de mayo una velada en su honor. Ocuparon la tribuna Vicente U. Alcaraz y Gustavo Baz, quien pidió se promoviera la construcción de un monumento en el que fueran depositados los restos de Hidalgo y de otros héroes de la Independencia. En tercer lugar habló el conocido orador del liceo José María Vigil.[38]

En una sesión del mes de junio Ignacio Ramírez pidió a los miembros del liceo que señalaran qué religiones habían influido más en la condición de la mujer. A lo cual Pimentel respondió que la cristiana y las del norte eran, a su parecer, las que más influencia habían ejercido sobre la situación social de la mujer.[39]

Juan Valle, ciego desde niño y poeta cívico de la guerra de Reforma, se distinguió por sus ardientes poemas que reflejaban los sentimientos populares. En memoria suya se organizó una velada el 12 de julio, que se vio deslucida por la lluvia tenaz que ese día hizo intransitable la ciudad. José María Vigil pronunció un discurso que la crítica de entonces calificó de “verdaderamente académico”, en el que se refirió al poeta observando que Juan Valle interpretaba con fidelidad absoluta el sentimiento que agitó a la sociedad mexicana y era, por ello, el poeta por excelencia de la revolución mexicana, la encarnación musical de los grandes sentimientos que agitaron al país en la época reformista.[40]

En sesiones posteriores que se verificaron en el mes de agosto se discutió, acaso por primera vez en México, sobre el derecho de huelga de los obreros. Intervinieron Ramírez, Prieto, Pimentel y Caravantes.[41]El Porvenir, México, 11 de agosto de 1875.

El Liceo Hidalgo, por orden del gobierno, se constituyó en este año en tribunal que debía juzgar todas las obras dramáticas que se representaran en la ciudad, lo cual causó pésima impresión entre los autores teatrales. Continuamente se vio atacado por la prensa, principalmente por El Monitor, que llamó al liceo “Institución odiosa y anti-constitucional”.[42]El Monitor, México, 21 de noviembre de 1875.Enrique de Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del teatro en México, III, p. 209. Mas afortunadamente, para el mes de diciembre se instaló la Sociedad de Autores Dramáticos Manuel Eduardo de Gorostiza, que debía desempeñar el papel de censor en materia teatral y descargar en esta forma al liceo de tan enojoso oficio.[43]

La velada consagrada a la memoria del dramaturgo mexicano don Juan Ruiz de Alarcón se efectuó el 8 de noviembre y en ella se destacó el trabajo presentado por Manuel Peredo, quien hizo un análisis del teatro alarconiano y en especial de La verdad sospechosa y de Le menteur de Corneille. Agustín Bazán y Caravantes pronunció un discurso en contra de los émulos de Alarcón y llamó a la obra alarconiana “hija de la patria”. La señora Laureana Wright de Kleinhans recitó su poema “Al eminente escritor D. Juan Ruiz de Alarcón”, que la crítica juzgó desaliñado.[44]

1876

El año de 1876 principió con la revolución de Tuxtepec y terminó con la caída del presidente Lerdo de Tejada como consecuencia de la misma revolución, y con ello aumentaron la discordia, los odios y el malestar general. Con todo, el Liceo Hidalgo se mantuvo en constante actividad, como puede apreciarse por la velada que celebró el 17 de enero en memoria de Manuel Eduardo de Gorostiza. Contribuyó a este homenaje póstumo José María Roa Bárcena con un cuidadoso estudio biográfico y crítico,[45] en el que consideraba a Gorostiza como político, diplomático, dramaturgo, patriota y filántropo. Ignacio Manuel Altamirano habló en nombre de la Sociedad de Autores Dramáticos, recién establecida, que llevaba el nombre del autor conmemorado. En su discurso, Altamirano afirmó que la biografía parece ser la clave para conocer a fondo el espíritu del autor o el carácter de sus ideas, pero agregó: “Yo no creo ni exacta, ni general esta regla, aunque la juzgue útil o indispensable a veces”. Más adelante dijo que Gorostiza, como poeta dramático, inicia la dramaturgia en México figurando al lado de un Molière, de un Beaumarchais o de un Moratín. La obra magistral de Gorostiza, según Altamirano, es El jugador, por su originalidad y por su forma.[46]

En el homenaje que El Liceo Hidalgo rindió al pintor Santiago Rebull, el 31 de enero, José Martí contribuyó con un estudio.[47]

Con objeto de honrar la memoria de la actriz Pilar Belaval de Muñoz, se organizó en el liceo una velada en la que tomaron parte don Anselmo de la Portilla, director de La Iberia, Agustín F. Cuenca, Ignacio Manuel Altamirano y José Martí. Este último, en una parte de su discurso, dijo estas bellas palabras:

Arbusto solitario que es el alma del hijo enamorado de la patria que lejos de su amada sufre sin consuelo: manera de morir es ésta de vivir alejado de la Patria: celebre un muerto de ausencia a la que, por bien suyo, y mal de los que quedan murió ya: viértanse sobre la tumba las flores tristes de este solitario arbusto y asciendan en aromas hacia la que adelanta por las sendas de la muerte, que es una forma de la vida, en tanto que aquí se encomian sus excelencias en el arte, que es una forma del amor.[48]

En el mes de marzo se discutió el tema de “La enseñanza objetiva”. En esta ocasión tomaron la palabra Altamirano y Caravantes. El primero recordó que él promovió esta enseñanza desde 1870, cuando vio la necesidad de enseñar el castellano.[49] En el mes de mayo se habló de “La influencia de la religión sobre la moral”, habiendo intervenido los señores Barreda, Pimentel y Caravantes.[50]

1879

Continuáronse las sesiones literarias de El Liceo Hidalgo en forma irregular hasta 1879, fecha en que apareció Manuel Gutiérrez Nájera como animador principal de esta agrupación. Al respecto debe recordarse que uno de los más asiduos concurrentes a ese centro literario había sido Ignacio Ramírez, que en 1874 había perdido a su esposa. La herida que esta desgracia produjo en su espíritu le hizo exclamar: “Yo he probado mil veces la amargura –jamás como hoy–, mezclada con mi llanto”. En vano –dice Altamirano– procuraba ocultar con aparente serenidad el pesar inmenso que lo estaba minando rápidamente. En vano frecuentaba las reuniones de El Liceo Hidalgo y de las academias científicas, y tomaba parte con ardor en todas las discusiones para aturdirse. Y todos los que lo conocían sabían que su muerte la ocasionaría más aquel dolor que un padecimiento corporal. Así fue como murió El Nigromante el 15 de julio de 1879. A sus funerales asistieron, además de todos los funcionarios del gobierno, las asociaciones literarias, científicas y caritativas.

En cuanto a la actividad desarrollada por Ramírez en El Liceo Hidalgo, pueden citarse las palabras del maestro Altamirano que, recordando al que había sido su maestro, repitió las palabras de Francisco Sosa:

Noches de imborrable recuerdo serán para nosotros aquellas que en la modesta y débilmente alumbrada sala de sesiones del Liceo Hidalgo, Ramírez esgrimía todo género de armas, contendiendo en materias de alta literatura con Pimentel, con Riva Palacio, con Prieto y con cuantos se aprestaban a aquellas lides del talento y de la sabiduría.[51]

1882

Poco a poco se fue debilitando la asistencia de los miembros de El Liceo Hidalgo. En el año de 1882, entre las poquísimas reuniones efectuadas se cuenta la velada que se organizó el 8 de mayo para conmemorar el nacimiento del padre de la Independencia, velada que se efectúo tal vez por la fuerza de la costumbre; para esas fechas había decaído notoriamente el liceo, al grado que hizo exclamar a Cero, Vicente Riva Palacio, en su artículo del 1º de marzo publicado en La Libertad: “El Liceo Hidalgo cerró sus puertas por segunda vez... si llegara a reunirse el Liceo Hidalgo presentaría el aspecto de un cuartel de inválidos”.

Tercera etapa (1884-1888)

La tercera etapa de El Liceo Hidalgo se inició el 13 de septiembre de 1884, ahora en el salón de sesiones de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. La nueva mesa directiva quedó integrada por el licenciado Ireneo Paz como presidente; Juan de Dios Arias, vicepresidente; Manuel A. Romo, primer secretario; y Ramón Manterola, segundo secretario. A esta primera reunión promovida por Ignacio Manuel Altamirano, asistieron además Hilarión Gabilondo, Miguel Ulloa, Guillermo Prieto, Luis G. Ortiz, Juan de Dios Peza, Enrique M. de los Ríos, Mariano Sánchez, Joaquín Casasús, Félix Cid del Prado, Eduardo Ruiz, Anacleto Castillón, José Tomás de Cuéllar, Francisco Sosa, Agustín Arroyo de Anda, Emilio G. Cantón, Francisco Pimentel, Luis G. Iza, Joaquín Trejo, Luis Malanco y Manuel de Olaguíbel.[52]

El día de la inauguración presentó Altamirano, en unión de Hilarión Gabilondo, el primer número de una revista que serviría de órgano al grupo. La revista llevó el nombre de la agrupación, El Liceo Hidalgo, y su primer número apareció el 16 de septiembre de 1884 y el último, el 22 de octubre del mismo año. Fue semanaria y sólo se publicaron un total de seis números.

Los notables estudios que presentaba Altamirano pronto llegaron a ser el principal atractivo de las sesiones semanales de los lunes. El reglamento de esta asociación, que a juicio de Altamirano no tenía relación con las anteriores, obligó a los socios a poner después de su nombre, en las obras que publicaran, el título de “Miembro del Liceo Hidalgo”, lo que nos indica el prestigio y categoría que llegó a tener la agrupación. Los socios quedaban obligados a asistir por lo menos a diez sesiones ordinarias cada año y a presentar un trabajo literario original o traducido durante el mismo periodo.

Señaláronse, además, las atribuciones particulares de cada uno de los integrantes de la mesa directiva. Los socios se clasificaron en tres clases: de número, honorarios y corresponsales. Los de número y los corresponsales debían ser postulados por tres socios, y después presentar un trabajo original sobre un asunto literario, requisito que no era necesario si el aspirante a socio se había dado ya a conocer por trabajos importantes a juicio del liceo.

La mesa directiva que rigió en los años de 1885 a 1886 estuvo integrada por Ignacio Manuel Altamirano y Francisco Pimentel, como presidente y secretario, respectivamente. En los salones de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística se celebraron las sesiones del liceo hasta el año de 1893 aproximadamente, dirigidas las últimas por Julián Montiel y Alberto Lombardo, en los cargos de presidente y vicepresidente.

La lista de socios del liceo en su tercera época estaba formada por los señores: Ignacio Manuel Altamirano, Joaquín D. Casasús, Anacleto Castillón, Manuel Flores, Guillermo Prieto, Enrique M. de los Ríos Díaz, Miguel Ulloa (cubano), Manuel Orozco y Berra, Eduardo del Valle, Eduardo Ruiz, Rafael Obligado (argentino), Juan G. Matta (chileno), Manuel de Olaguíbel, Cecilio Acosta (venezolano), Ireneo Paz, Francisco Sosa, Mariano Sánchez, Miguel Gutiérrez, Ramón Manterola, Manuel A. Romo, Juan de Dios Peza, Luis G. Ortiz, José Tomás de Cuéllar, Agustín Arroyo de Anda, Emilio G. Cantón, Francisco Pimentel, Luis G. Iza, Joaquín Trejo, Luis Malanco, Manuel Puga y Acal, José María Vigil, Alberto Lombardo, Julián Montiel y Duarte, Eduardo Zárate e Hilarión Frías y Soto, quien firmaba sus escritos con el seudónimo de El Portero del Liceo Hidalgo. Eran socios corresponsales Salvador Díaz Mirón, Rafael Zayas Enríquez y un señor Macías. Don Ignacio Mariscal era socio honorario.

Pasaron los años y este centro, que había sido todo actividad y entusiasmo, se fue debilitando poco a poco hasta que la inacción se apoderó de él. Cuarenta años de luchas y vicisitudes habían agotado la savia que alimentaba aquel recinto. Sus miembros, hombres ya gastados, con más de medio siglo de vida la mayor parte de ellos, eran maestros respetables; los discípulos, jóvenes herederos de aquel valioso legado, buscaban nuevo horizontes en otras agrupaciones fundadas por ellos mismos.

Veladas y sesiones literarias de El Liceo Hidalgo

El nacionalismo de las letras mexicanas fue el tema principal de la mayor parte de los estudios literarios presentados por insignes hombres de letras, en varias veladas que organizó El Liceo Hidalgo. La independencia política iniciada en 1810 obligó a los mexicanos a propugnar, al igual que otros pueblos americanos, por una emancipación intelectual. Para la realización de estos anhelos trabajaron incasablemente los miembros de El Liceo Hidalgo y terminaron por crear una fuerte corriente de nacionalismo mexicano. Esta empresa recibió su más decisivo impulso de los estudios presentados por Altamirano, en los que proclamaba con toda justicia el derecho de tener una nacionalidad literaria.

1884

El Liceo Hidalgo inició su tercera etapa en 1884, con una sesión que tuvo lugar el 16 de septiembre. En ella quedó solemnemente reinstalado el liceo. Los señores Altamirano, Sosa, Ulloa y Manterola presentaron las siguientes proposiciones que sin discusión fueron aprobadas: a) la mesa directiva nombrará una comisión que presente en una de las siguientes sesiones un proyecto sobre propiedad literaria en México; b) la misma mesa nombrará otra comisión que presentará igualmente un estudio sobre la necesidad de celebrar con las naciones amigas tratados internacionales literarios. El primer trabajo le fue asignado a los señores Altamirano, Pimentel y Sosa; y para el segundo, se comisionó a Cuéllar, Zárate y Manterola.

Con el objeto de que las sesiones del liceo tuvieran interés, Altamirano propuso que, sin prejuicio de la discusión del reglamento y de otros trabajos, se comenzaran las lecturas literarias pidiendo para sí el primer turno para leer su “Estudio sobre la poesía épica en México”, trabajo que estuvo destinado a servir de prólogo al Romancero nacional¸ de Guillermo Prieto, y en el que reconoce que México no había tenido una epopeya popular colectiva ni un poema épico debido a la inspiración individual, como lo hubo en Colombia con el canto de Olmedo a “La victoria de Junín” o en Argentina con “El triunfo de Ituzaingó” de Juan Cruz Varela. Este estudio se publicó en El Liceo Hidalgo.[53] Los siguientes turnos estuvieron a cargo de Miguel Ulloa con una obra dramática que iba a representarse en el Teatro Hidalgo; Joaquín D. Casasús, con una traducción del poema “Evangelina” de Longfellow; y Pimentel con “La historia de la novela en México”.[54] Altamirano volvió a tomar su turno para leer algunos capítulos de su novela titulada El Zarco¸ según se informa en El Liceo Hidalgo del 22 de septiembre de 1884.

Durante las sesiones semanales de los lunes, el más distinguido de los socios fue Ignacio Manuel Altamirano, quien daba a conocer sus admirables ensayos o expresaba sus estimulantes opiniones sobre los trabajos que allí se presentaban. En la sesión del 24 de septiembre, Miguel Ulloa leyó el primer acto del drama Abismos de pasión; Altamirano, refiriéndose a esta pieza dijo que, conforme a los preceptistas, el primer acto estaba muy bien, y que aunque él prefería los dramas en prosa, los versos de Ulloa eran muy sonoros. También estuvo acertado Altamirano al juzgar de la traducción que presentó Casasús, en la sesión del 13 de octubre, de la “Evangelina” de Longfellow.

En el mes de noviembre las discusiones fueron cuestiones de lenguaje. En ellas tomaron parte activa Altamirano, Pimentel y Manterola. De esta polémica, que resultó ser una de las más importantes habidas en el liceo en su tercera etapa, los interlocutores determinaron que hay palabras que pueden emplearse sin que hayan recibido la sanción de la Academia Española.[55] Posiblemente ésta haya sido la sesión a que se refiere José López Portillo y Rojas cuando, en el notable prólogo a su novela La parcela,[56] recuerda cómo en una sesión de El Liceo Hidalgo, Altamirano y Pimentel habían sostenido una larga controversia sobre si México debería tener o no una literatura especial. Al respecto cada uno de los interlocutores había elaborado toda un tesis para sostener, el primero, la creación de una literatura meramente nacional, y el segundo, que la nuestra fuese una continuación de la española.

El maestro Altamirano había señalado con toda claridad lo que debía ser en general una literatura americana y en particular la mexicana. En todos los escritos del insigne maestro –prólogos, ensayos, artículos, revistas y biografías– es constante la preocupación nacionalista que él mismo puso en práctica en sus mejores poemas: “Los naranjos” y “Al Atoyac”.

Los creadores de la literatura dice Altamirano deben tener su fuente de inspiración en su país y en su propio corazón. Si para esto fuera necesario romper las ligaduras de las reglas para crearse una lengua propia en qué expresar sus sentimientos, en qué dar nombre y cabida a objetos de su país, no importaría, si la lengua refleja la naturaleza, el espíritu y costumbres de un pueblo. ¿Cómo no ha de empequeñecerse una lengua se pregunta Altamirano ante un paisaje en donde no se formó, al cual es ajena? Tanto más si no se trata tan sólo del paisaje sino del carácter peculiar de un pueblo formado por el mestizaje de dos pueblos por extremo diferentes. Los pueblos afirma el maestro no aguardan nunca el fallo de las Academias.[57]

Cuando Altamirano se refería a los pueblos americanos decía que ellos tuvieron su lengua, sus libertades, instituciones políticas y por fin su literatura, reconociendo el derecho de tener una nacionalidad y un idioma. El poeta americano debe encontrar su originalidad en la inspiración libre del alma americana en medio de los deseos, de las tristezas o de las aspiraciones del mundo social americano. El anhelo mayor a que puede aspirar una literatura nacional –sostenía Altamirano– es poseer un estilo poético que participe de todas las escuelas sin reproducir ninguna en su carácter peculiar, y ser hijo de un carácter propio y fuertemente individual.

En cuanto a los lazos de nuestra literatura con la española, Altamirano consideraba que puede tenerse una literatura nacional sin necesidad de que se diferencie radicalmente de la española, ya que el material de que ambas disponen es el mismo. Los caracteres especiales los impondrían –pensaba Altamirano– las modificaciones que la lengua española ha sufrido en México, por los modismos que habla el pueblo indígena, por los muchos vocablos que se emplean en lugar de palabras españolas que se han olvidado para siempre, pro la sinonimia local, por la influencia del clima, del suelo y de nuestra forma peculiar de ser que forjarán una literatura de fisionomía especial, independiente, autónoma, como ha sucedido con las literaturas de lenguas romances respecto de la latina.

La doctrina de Pimentel respecto al nacionalismo de las letras preconizado por Altamirano quedó expresa en diversos pasajes de su Historia crítica de la poesía en México.[58] En oposición abierta a Altamirano afirmó Pimentel:

El autor mexicano ha de escribir en castellano puro, aunque siéndole permitido introducir algunos neologismos convenientes. El castellano es, de hecho, el idioma que domina en la república mexicana, es nuestro idioma oficial, nuestro idioma literario. Las lenguas indígenas de México se consideran como muertas y carecen de literatura. El escritor mexicano debe respetar las reglas del arte generalmente admitidas; pero bien puede proponer alguna nueva fundándola debidamente.[59]

En otra parte de su libro, dirigiéndose directamente a Altamirano, dice –lo que tal vez haya sido la respuesta que dio en El Liceo Hidalgo el día del debate aludido:

Según Altamirano tenemos una literatura nacional con equivalentes españoles. De adoptar como modo de escribir las variaciones de idioma que hay en México, respecto de España, lo que resultaría es una jerga de gitanos, un dialecto bárbaro, formado de toda clase de incorrecciones, de locuciones viciosas, cosas que no puede admitir el buen sentido, llamado en literatura buen gusto [...] Por lo tanto añade enfáticamente Pimentel lo que debe hacerse, en vez de la aberración literaria propuesta por Altamirano, es formar un libro como el que escribió en Bogotá el sabio lingüista don Rufino Cuervo: Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano.[60]

Más tarde repite don Francisco lo que el maestro Altamirano había afirmado en El Liceo Hidalgo con relación a este asunto tan espinoso: “Que así como en México había habido un Hidalgo, el cual en lo político nos hizo independientes de España, debía haber otro Hidalgo respecto al lenguaje.” A lo cual nos dice Pimentel que él respondió: “Que no sólo un hidalgo de esos, sino varios, se hallaban en el portal de Santo Domingo de México y eran los escribientes públicos bárbaros e ignorantes, a quienes nuestro pueblo llama Evangelistas, los cuales en toda su plenitud usan la jerigonza recomendada por don Ignacio.”[61]

La argumentación con la cual Pimentel quiso destruir la doctrina nacionalista de Altamirano es por demás endeble. Parece que cuando escribió su libro subsistía en él, impidiéndole reflexionar, el acaloramiento de la discusión. Debe notarse que en el fondo de todo esto hay una lucha de partidos políticos, que oscurece mentes y cierra criterios. Tal vez en otra época hubiera recapacitado Pimentel y se habría defendido en forma diferente o bien mostrado más accesible al progreso nacionalista de las letras de su patria.

López Portillo y Rojas, en el prólogo de La parcela, sugirió una plausible conciliación entre estas doctrinas, en los términos siguientes:

Nuestra literatura en cuanto a la forma debe conservarse ortodoxa, esto es, fidelísima a los dogmas y cánones de la rica habla castellana. No por esto, con todo, ha de prescindir de su facultad autonómica de enriquecerse con vocablos indígenas o creados por nuestra propia inventiva ya como resultado de las poderosas corrientes de carácter, naturaleza, clima y temperamento que nos son exclusivos.[62]

Volviendo a la reseña histórica de las sesiones de El Liceo Hidalgo, se sabe que en el mes de diciembre de 1884 fue admitido como socio Hilarión Frías y Soto, que más tarde habría de adoptar el seudónimo de El Portero de Liceo Hidalgo para firmar los artículos de crítica literaria que publicó en El Siglo xix, en los años de 1895 y 1896. Como socios corresponsales fueron nombrados Salvador Díaz Mirón, Rafael Zayas Enríquez y un señor Macías.[63]

1885 

Iniciáronse las actividades literarias de liceo, en este año, con una serie de conferencias de carácter filosófico sustentadas por Rafael Manterola. Se efectuaron los lunes a las cinco de la tarde en el salón de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en la calle de San Andrés ex Hospital de Terceros. Tomó parte en las discusiones toda la concurrencia, fuesen o no miembros del liceo.[64]

En el mes de febrero, don Francisco Pimentel leyó en una de las sesiones un estudio acerca de la obra poética de José Joaquín Pesado, al cual consideró el representante del eclecticismo literario en México.[65] Este estudio formó parte de su Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México, desde la Conquista hasta nuestros días, publicada en 1883, y que más tarde constituyó la Historia crítica de la poesía en México de 1892.

A fines del mes de febrero del mismo año, el licenciado Manterola inició una serie de lecturas sobre “Los grandes líricos españoles contemporáneos.” José María Vigil leyó su estudio titulado “Fray Martín Durán” en el mes de julio del mismo año.

Después de la serie de conferencias filosóficas, en las que tomaron parte positivistas, metafísicos y eclécticos, hubo pocas lecturas y debates de importancia, aunque siempre asistió a ellas numerosa concurrencia. Continuaba el liceo con el prestigio de otras épocas y se le consideraba la primera institución literaria del país.

En el mes de octubre el señor Felipe Cazeneuve concluyó una serie de pláticas sobre Giacomo Leopardi. En sesiones posteriores el maestro Altamirano leyó su estudio costumbrista titulado “Los viajes de antaño”.[66] Manuel Gutiérrez Nájera recitó su celebrado poema “La duquesa del duque Job”. En este mismo mes de octubre, el general Vicente Riva Palacio leyó un capítulo de la historia del virreinato en México, que publicaría en México a través de los siglos.[67]

En el año de 1885 el Duque Job comentaba en la “Crónica del Domingo” (El Partido Liberal, 2 de agosto de 1885, t. i, núm. 135, p. 1) que “El Liceo Hidalgo continúa tratando el interesante tema de las literaturas nacionales […] en el fondo –decía– lo que nos interesa particularmente es saber si poseemos una literatura nacional o si contamos con los elementos suficientes para formarla.” La opinión que expresó el poeta fue en el sentido de que él no creía que El Liceo Hidalgo debiera ocuparse en debatir el concepto de nación como lo hicieron algunos de los miembros del mismo, sino que el debate había de dirigirse a esclarecer lo que se entiende por literatura nacional con cuya designación no estuvo de acuerdo Gutiérrez Nájera. Así reflexionaba el poeta: “en mi humilde sentir, debemos en lugar del vocablo ‘nacional’, [utilizar] la palabra ‘propia’. Las literaturas nacionales no son más que un subgénero de las literaturas propias”. Añadió Gutiérrez Nájera que tampoco había podido entender nunca lo que significa el título de una obra muy erudita de Marcelino Menéndez y Pelayo: La ciencia española (1876). Finalmente, en esta “Crónica” el Duque Job terminó admitiendo que “en su sentir el Liceo Hidalgo no puede menos que admitir esta verdad: hay una literatura mexicana”.

1886

Los trabajos del liceo, en este año, principiaron con la lectura que hizo el incansable maestro Altamirano de un artículo suyo titulado “Morelos en Zacatula”, y con la declamación del poema que Prieto dedicó al liceo en su Romancero nacional, intitulado “El centinela”. En esta ocasión, Juan de Dios Peza dio a conocer su poema “Frente a Toledo”; Manuel Puga y Acal presentó su monólogo “Después del beneficio”; el señor Cazeneuve leyó un estudio “Sobre los poemas aztecas de M. Augusto Génin”,[68] y por último, Porfirio Parra contribuyó con su cuadro dramático de Lutero.[69]

En el mes siguiente, el señor Fuentes y Betancourt presentó su estudio sobre Antonio Plaza. Don Francisco Sosa leyó un juicio crítico sobre las poesías de Manuel Carpio, que fue comentado por Pimentel y Altamirano. Alberto G. Bianchi leyó un capítulo de su obra Viajes a los Estados Unidos.[70] Los poetas que se distinguieron en estas sesiones fueron Gutiérrez Nájera, Puga y Acal, Icaza, Peza, Del Valle y Noriega.[71] El penúltimo de estos poetas, Eduardo del Valle, miembro del liceo, dio a conocer durante varias sesiones los nueve cantos que constituyen su poema Cuauhtémoc,[72] escrito en romance endecasílabo y octavas reales. Fue muy aplaudido.

En la sesión celebrada el 22 de marzo de 1886 presentó Riva Palacio la introducción de su poema “Juan Venturate”, episodio histórico del año de 1597.[73] Para el mes de junio, el crítico Francisco Sosa leyó un estudio acerca del poeta Manuel M. Flores. En honor de Riva Palacio se preparó una velada literaria en la que tomaron parte el licenciado Antonio Zambrano, Francisco Sosa y Eduardo del Valle.[74]

Manuel Puga y Acal, Brummel, el agudo crítico de Los poetas mexicanos contemporáneos (1888), leyó su trabajo “Los dioses muertos”, paráfrasis de Les dieux morts de Augusto Génin.[75]

1888

El centenario del nacimiento del poeta inglés George Gordon, Lord Byron, fue conmemorado por El Liceo Hidalgo con una velada literaria en enero de 1888.[76]

Otras veladas y sesiones debieron celebrarse durante el año de 1887 y el resto de 1888, pero poco se sabe de ellas. Volvió a decaer el liceo por el año de 1889 en que salió del país su principal animador, el maestro Altamirano. A la vez iba tomando preponderancia otra agrupación, fundada por Luis González Obregón y otros escritores, que había de ser la continuadora de El Liceo Hidalgo: el Liceo Mexicano Científico y Literario.

El propósito principal en torno del cual giraron la mayor parte de los trabajos del liceo, durante sus tres etapas, fue la creación de una literatura nacional que correspondiera a una auténtica independencia intelectual. Por este ideal lucharon incansablemente los socios de El Liceo Hidalgo, alentados por el maestro Altamirano, en quien siempre encontraron consejo y entusiasmo. El tema del nacionalismo literario llevó al maestro a una de las discusiones demás trascendencia que hubo en el liceo y en la cual tuvo como opositor a Francisco Pimentel, de formación estrictamente académica, buen conocedor de la literatura universal y con un intransigente criterio hispanista en relación al curso que debía seguir la literatura patria.

Sintetizando la labor desarrollada por El Liceo Hidalgo en sus tres etapas, puede afirmarse que la literatura mexicana del siglo xix debe mucho a este centro de cultura literaria que fue sostenido siempre por los más celebrados y valiosos hombres de letras. Cuando se haga una verdadera valoración del siglo xix literario, deberá insistirse en esta agrupación, a la que apenas si dedican unas cuantas líneas en los manuales de literatura mexicana.


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