Enciclopedia de la Literatura en México

Marcos Arróniz

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 28 nov 2017 09:10

Nació en Orizaba, Veracruz, y murió en San Martín Texmelucan, Puebla, en 1858. Poeta. Estudió en la Ciudad de México y colaboró en diversos periódicos. Fundó el Liceo Hidalgo. Conservador, militar de carrera durante los gobiernos de Antonio López de Santa Anna. Su muerte está envuelta en el misterio. Sus versos, que no llegaron a coleccionarse, se publicaron en la prensa de la época.

Notas: Fue uno de los románticos más evidentes de su época.

 

Poco se conoce de su vida y sus obras, de escasa circulación en nuestro tiempo, no se han reimpreso. Publicó tres libros de carácter histórico y testimonial: Manual del viajero en México, Manual de Historia y cronología de México y, un año antes de su muerte, el Manual de biografía mexicana, o Galería de hombres célebres de México (París, 1857).

Se desconocen las fechas exactas de su nacimiento y muerte y, en general, las peripecias de su vida, que debieron ser abundantes, según  puede desprenderse del contenido de gran parte de su obra en verso. Por su poema “La inmortalidad” (1850) y por el testimonio de Ignacio Manuel Altamirano se sabe que estuvo ligado a la Academia de Letrán, y que, a pesar de su conservadurismo, estuvo ligado amistosamente con pensadores liberales y con los futuros poetas románticos de México.

Altamirano, en el prólogo a Pasionarias de Manuel M. Flores, dice:

Marcos Arróniz, el apasionado cantor de Herminia, el excelente traductor de Don Juan, de Byron, que acababa de trocar su lira melodiosa por el sable reaccionario de Puebla, y que aprehendido después como conspirador, había comenzado a perder el juicio. Él me pagaba las visitas hechas en su cárcel y asistía a nuestras reuniones melancólicas y abatidas, pero siempre hablando de poesía, con su sonrisa triste y su palabra fácil y elegante, que vibraba como si quisiese traducir la amarga pena que se revelaba en sus ojos profundos. ¡Pobre Marcos! Poco tiempo después, pero en aquellos mismos días, se encontró su cadáver en el camino de Puebla, junto al Agua del Venerable, sin saberse cómo ni por qué estaba allí. Sospechóse un suicidio. Tal vez. Pero se dijo también que caminando Arróniz, solo, por aquellos bosques plagados entonces de bandidos, pudo más probablemente ser asesinado por éstos. Así murió uno de los más inspirados poetas de México, el aristócrata entre ellos por su educación, por sus hábitos y aun por sus opiniones. Nosotros, revolucionarios y demócratas, respetábamos siempre sus ideas, de que por otra parte se abstenía de hablar en presencia nuestra, y respétabamos todavía más su desgracia y su talento, nublado ya por la demencia. Arróniz había empapado su poesía en la poesía de Byron. El gran poeta inglés era su modelo, su maestro favorito. Como él, era hermoso, enfermizo y escéptico; como él, había amado mucho y había sufrido tremendos desengaños; como él también, manejaba bien las armas; pero al contrario de él, no amaba la libertad, al menos la combatió sirviendo al dictador Santa Anna contra el pueblo, y se expuso después a todos los peligros, peleando valerosamente en la batalla de Ocotlán al lado de la reacción. Fueron vanos los esfuerzos de su gran amigo Zarco para atraerlo a nuestras filas. Estaba en la desgracia y rehusó, hasta que se trastornó su cerebro. ¡Pobre Marcos!

Zorrilla, en carta al Duque de Rivas, lo elogió llamándolo “poeta de la duda, del delirio y la desesperación”. Díaz Covarrubias trazó un hermoso retrato vital de Arróniz en el artículo “Días aciagos” en Impresiones y sentimientos:

Después al volver la primera esquina distinguimos entre la multitud a Marcos, ese amigo infatigable, que forma la energumencia del afecto, que viene con los brazos abiertos, nos lastima, se cuelga de nuestros brazos; promete acompañarnos todo el día, hasta que al llegar a una esquina le preguntamos con intención:
—¿Por dónde va usted?
—Yo, por aquí.
—Pues yo por aquí.
Y entonces adoptamos por el camino opuesto al del sempiterno charlatán que nos ha dejado con dolor de jaqueca, aun a riesgo de desorientarnos.

El mismo Díaz Covarrubias, en un poema fechado en diciembre de 1858, da también cuenta de la trágica muerte del orizabeño.

La poesía de Marcos Arróniz ha quedado dispersa, colaboró en El Siglo XIX, El mosaico mexicano y sus poemas fueron recopilados en El presente amistoso para las señoritas mexicanas (1852), Guirnalda poética (1853) y en El Parnaso Mexicano (1886).