1995 / 02 ago 2017 14:33
Nació en San Felipe del Obraje, Estado de México, en 1822 y murió en la Ciudad de México en 1851. Escritor y médico. Hermano del historiador Manuel Orozco y Berra. Su obra poética se encuentra dispersa en publicaciones de la época. También fue dramaturgo y crítico teatral. Publicó en El Entreacto y colaboró en El Siglo Diez y Nueve y El Republicano, entre otros.
2018 / 18 sep 2018 17:43
Fernando Orozco y Berra, médico, poeta y novelista, periodista, dramaturgo y crítico teatral; nació el 3 de junio de 1822 en San Felipe del Obraje, hoy San Felipe del Progreso, municipio ubicado en el Estado de México. Murió a los 28 años, el 15 de abril de 1851 en la Ciudad de México por una neumonía. Sus padres fueron Juan Nepomuceno Orozco y María del Carmen Berra.
La familia se trasladó a la Ciudad de México donde, a los 14 años, el joven Orozco y Berra comenzó sus estudios de lengua latina en el Seminario Conciliar, mismos que concluyó en 1837 de manera exitosa, según acredita uno de sus profesores, Juan Bautista Ormaechea y Ernáiz, obispo de Tulancingo de 1863 a 1884.
Posteriormente, fue alumno destacado de filosofía y de medicina. Cuando había concluido sus primeros dos años, murió su padre, por lo que la familia, ahora a cargo del hermano mayor, Manuel Orozco y Berra, se mudó a Puebla. En esa ciudad terminó, en 1845, la carrera de medicina y comenzó a ejercer, a la par que dedicó sus horas libres a los estudios literarios y se involucró en el ambiente cultural e intelectual poblano y en el de la Ciudad de México.
De esta época datan sus primeros artículos que mandaba a El Museo Mexicano, en 1843, así como poemas publicados en 1844, en El Liceo Mexicano. Creó, en Puebla, junto a Mariano Castillero, Manuel Cardoso, Félix Béistegui, Manuel Marca Zamacona y Manuel Orozco y Berra una Academia de Bellas Letras. Entre 1848 y 1849, con su hermano mayor, redactó el periódico teatral El Entreacto, del que fue director. Según testimonio de Ignacio Manuel Altamirano, este periódico se repartía en el teatro, en las noches de presentación; contenía revistas dramáticas, crítica teatral, poesía, y estaba escrito en un tono satírico que en ocasiones disgustó a los actores y al público apasionado.
Los biógrafos de Orozco y Berra identificaron en él inclinaciones políticas afines al partido progresista, mismas que parece no compaginaron con el público poblano, de tintes más conservadores, por lo que han deducido que ello pudo ser la razón de que Fernando Orozco regresara a México, aproximadamente por el año de 1849, en busca de un círculo más flexible. De vuelta en la Ciudad de México, continuó publicando en periódicos de la capital: El Monitor Republicano, El Republicano, El Álbum Mexicano, El Museo Mexicano; en el órgano de difusión de El Liceo Hidalgo, La Ilustración Mexicana, asociación de la que formó parte en su primera etapa (1850-1851), y en El Siglo Diez y Nueve, donde aún publicaba poco antes de su muerte.
Firmaba sus escritos con su nombre completo, a veces con la variante ortográfica de su apellido: Orosco, sólo con su primer apellido y con los seudónimos F.O.B., F.O. y B. Publicaba poesías, cuentos, artículos periodísticos y crónicas de temas culturales y sociales diversos; además escribió varias obras teatrales y una novela.
La mayor parte de la obra de Fernando Orozco y Berra quedó inédita o no se conoce; los periódicos fueron la fuente principal de su difusión y hasta la fecha está pendiente la labor de recuperarla y reunirla en forma de libro. Sus únicas obras en dicho formato son una novela publicada un año antes de su muerte, La guerra de treinta años (1850), que apareció en dos volúmenes en la imprenta de García Torres; y también un discurso Oración pronunciada el día 16 de setiembre de 1845 (1845) en la imprenta de Juan Nepomuceno del Valle.
En La Ilustración Mexicana publicó el cuento “Querer, poder” en 1851; los poemas “Adiós” (1843) en El Museo Mexicano; “Ideas negras” (1849) en El Álbum Mexicano; “Compendio” (1851) en La Ilustración Mexicana, entre otros. Altamirano narra en la biografía que le dedicó a este personaje que, antes de morir, Fernando Orozco y Berra había dispuesto que su poesía suelta, en posesión de su hermano Manuel, fuese publicada como colección, pero no se realizó pues los escritos se perdieron.
En El Museo Mexicano publicó su artículo “Botánica” (1843); en El Álbum Mexicano, el artículo “Estudios morales. Las rosas y las mugeres” (1849); en La Ilustración Mexicana, la crónica “Revista del desayuno” (1851), entre otros. Esta última es una descripción de distintos cafés de la capital de la República, por lo que fue retomada y evaluada positivamente por varios autores, entre ellos está el libro publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) en 2000, Los cafés en México en el siglo xix, de la autora Clementina Díaz y de Ovando.
Otra parte de la obra de Fernando Orozco y Berra no sólo quedó inédita, si no que se extravió y hasta la fecha no hay pistas de su posible ubicación; se conoce su existencia gracias a algunos de sus biógrafos. Altamirano registró que las obras teatrales, sobre todo comedias, se perdieron, así como sus poesías, en posesión de su hermano Manuel; aunque, según Francisco Pimentel, varias las tenía Francisco Sosa. Estas obras son: La tienda de modas (comedia en tres actos y en verso), Tres aspirantes (comedia en cinco actos y en verso, de 1848), Tres patriotas (comedia en cuatro actos y en verso, de 1850), La Amistad (comedia en cinco actos y en prosa; la cual pudo ser un plagio según Pimentel), El novio y el alojado (escrita junto con Manuel María Zamacona), y varias otras comedias sin título. Parece ser que había escrito unos Apuntamientos, o bien, unos fragmentos de artículos y apuntes, pues tenía la intención de formar una historia del teatro en México. Altamirano también identificó los siguientes artículos: “Ensayo dramático”, “La política”, “El público”, “Primeras impresiones”, “Los beatos”, “Costumbres provinciales”, “La China”, igualmente inéditos y perdidos.
Hacia finales del siglo xix y principios del xx, predominaron los estudios sobre este autor de carácter biográfico por parte de los escritores que tenían el afán de hacer la recopilación de la historia de la literatura mexicana. Por ejemplo, Francisco Pimentel en Historia crítica de la poesía en México (1892), Carlos González Peña en Historia de la literatura mexicana: desde los orígenes hasta nuestros días (1928) o Juan Bautista Iguíniz en Bibliografía de novelistas mexicanos: ensayo biográfico, bibliográfico y crítico, precedido de un estudio histórico de la novela mexicana (1926).
Francisco Pimentel dedica algunas reflexiones a la poesía de Orozco y Berra, así como a su novela La guerra de treinta años. De la primera afirmó que buena parte era de tipo romántico y que según José María Roa Bárcena “Al sepulcro de una niña” era uno de los mejores poemas de la escuela romántica. De la segunda, Pimentel clasificó la novela como realista, aunque con ciertos rasgos de idealismo, y enumera los ejemplos que lo confirman. De manera general, el crítico la juzga como una obra mediana.
Con respecto a la crítica más reciente, este personaje se hace presente más bien por entradas de enciclopedias o historias de la literatura mexicana donde se aportan algunos datos de su vida y mínimos comentarios de su obra, similares a lo que Pimentel ya había escrito. Ejemplo de esto son la Historia de la novela mexicana en el siglo xix (1953) de Ralph Emerson Warner, el Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo xix (2001) de Emmanuel Carballo o el Dictionary of Mexican Literature (1992) de Jeane C. Wallace. No obstante, en 1997 Elías José Palti publicó en Latin America Literary Review un análisis más detallado de La guerra de treinta años en el que se examina “la visión lúdico poética de la historia”.
- F.O.B.
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- B.