1995 / 07 ago 2017 12:04
Escritor e historiador. Nieto de Vicente Guerrero. Luchó contra la intervención francesa y el Imperio. Ascendió a General. Participó en múltiples hechos de armas y ocupó los cargos de Ministro de Fomento, Gobernador de los estados de México y Michoacán, Ministro de la Suprema Corte Justicia y Embajador en España.
El general Vicente Riva Palacio, naturaleza generosa, también una de las pocas a que se ha concedido la virtud de la gracia, en quien se siente la alegría de escribir, literato de vasta cultura, guerrero de ánimo caballeresco, diplomático elegante que dejó en España un hondo recuerdo, historiador que tuvo a su cargo la dirección de la vasta obra México a través de los siglos, periodista que fundó la célebre hoja satírica El Ahuizote, cuentista de buena cepa (Cuentos del general), crítico singularmente dotado que trazó, entre burlas y veras, una preciosa galería de contemporáneos, Los Ceros por Cero; hombre “florecido de anécdotas en cien decamerones”, influido también como Payno por los géneros episódicos y folletinescos de Europa (Scott, Sue, Fernández y González), pero muy superior al otro por todos conceptos, cultivó especialmente la novela histórica, ya de asunto moderno (Calvario y Tabor sobre las luchas contra la Intervención y el Imperio), ya de asunto colonial (Martín Garatuza; Monja y casada, virgen y mártir; Las dos emparedadas; Los piratas del Golfo; La vuelta de los muertos; Memorias de un impostor, Don Guillén de Lampart, Rey de México). Era fecundo y vivaz, gran conversador y, en conjunto, una de las figuras más seductoras de nuestras letras.
1993 / 13 sep 2018 18:45
La poesía de Vicente Riva Palacio (1832-1896) no es menos interesante que su obra novelesca, satírica o histórica. Los aciertos que guardan Páginas en verso (México, 1885) y Mis versos (Madrid, 1893), con ser pocos, son de primera calidad. Sus poesías descriptivas, dentro de la corriente iniciada por su correligionario y amigo Altamirano, revelan un vivo sentimiento del paisaje y finas dotes impresionistas. Menos fortuna tuvieron los débiles poemas que llamó "Episodios" en los que se sirvió de asuntos de historia colonial, como los que inspiraban sus novelas, o simplemente legendarios. Intachables, en cambio, son algunos de sus sonetos, como "Al viento", "El Escorial" y "La vejez" cuya elegancia y grave emoción tienen pocos paralelos en nuestra lírica.
Descendiente de Vicente Guerrero, uno de los héroes de la Independencia, Vicente Riva Palacio (1832-1896) heredó junto con su nombre aquella brillante tradición patriótica. Participó destacadamente en la lucha contra la intervención y, a la caída del imperio, dispuesto a consagrarse a las letras, abandonó la carrera militar aunque no la política. Sirvió importantes puestos públicos y expresó con valentía sus opiniones, lo que determinó que fuera encarcelado –allí escribiría algunos de sus mejores versos–. Al final de sus días, representó dignamente a su patria en Madrid, donde murió, a la edad de sesenta y cuatro años.
José Joaquín Pesado, Ignacio Rodríguez Galván y Mariano Meléndez y Muñoz fueron los primeros cultivadores de la novedad histórica de asunto colonial que se afirmaría definitivamente con las obras de Justo Sierra O'Reilly; pero la madurez y la decadencia de esa rica veta novelesca debe adscribirse al fecundo y versátil escritor que fue Vicente Riva Palacio.
Poeta, dramaturgo, historiador y prosista satírico, el general Riva Palacio debe casi todo su renombre a sus novelas. En su primera obra de esta naturaleza, Calvario y Tabor (México, 1868), narró, con el fácil estilo que lo distingue, sus memorias de la lucha contra la intervención. Pero antes que continuar aprovechando sus recuerdos inmediatos en sus novelas siguientes, volvió los ojos al mundo abigarrado y rico de episodios excitantes que le ofrecía el pasado colonial. El ser poseedor de la mejor parte de los archivos de la Inquisición de México, lo impulsó a la empresa y, al mismo tiempo que se informaba para los relatos con que contribuiría en El libro rojo (México, 1871) y para la que habría de ser su historia de El virreinato –tomo ii de México a través de los siglos (Barcelona-México, 1884-1889), cuya dirección estaba a su cargo–, deteníase en aquellos sucesos que percibía susceptibles de elaboración novelesca. Así fueron apareciendo, primero, las que llama memorias o historias de los tiempos de la Inquisición: Monja y casada, virgen y mártir; Martín Garatuza, continuación de la anterior –ambas publicadas en México, 1868–, y Las dos emparedadas (México, 1869). A éstas les sigue una novela de asunto típicamente romántico, Los piratas del Golfo (México, 1869), inspirada, como ha hecho notar Castro Leal, en la narración de un médico holandés, Juan Esquemeling, sobre la vida y aventuras de los bucaneros del siglo xvii. Novelas históricas son igualmente las dos últimas que publica: La vuelta de los muertos (México, 1870) y Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, rey de México (México, 1872), que cuenta la fantástica vida de este personaje, también relacionado con la Inquisición de la Nueva España.
A pesar del intenso sentido narrativo que poseía Riva Palacio no son sus novelas las mejores obras de su pluma. Frente a los movidos y romancescos episodios que descubría en los legajos de la Inquisición o en los viejos relatos coloniales, lo único que se le ocurría hacer era aumentar, con su viva y fácil imaginación, la natural truculencia de sus fuentes, y luego dosificarla convenientemente en las páginas de sus gruesas novelas. Sabía ciertamente hacerse leer hasta el final, manteniendo siempre suspensa la curiosidad de sus lectores, y sabía también trazar con mano maestra los ambientes de sus acciones, y dejar aquí y allá unos giros o términos arcaizantes que dieran sabor de época a su relato; pero no supo tocar otra cuerda que aquella distintiva precisamente de los narradores folletinescos, la truculencia. Sus caracteres son tan extremosos como acartonados y sus acciones oscilan siempre entre un repertorio tan reducido como largamente experimentado. Y si llegó a encontrar y a expresar algo que consideramos, gracias a él, el tono y el sabor peculiares de una época, podemos presumir que acaso la simplificó excesivamente reduciéndola a aquellos rasgos violentos que le ofrecían los procesos de la Inquisición. Ningún artificio o libertad lo arredró. Para adornar innecesariamente una de sus historias, Cuauhtémoc tiene unos lopescos amoríos con una dama española y se expresa en un lenguaje de cómica prosopopeya; en otra de sus novelas, cuya acción se sitúa en 1615, interviene una absurda Sor Juana Inés de la Cruz, de cuarenta y cinco años, cuando sabemos que sólo nacería en 1648, y así sucesivamente. Las novelas de Riva Palacio, excepción hecha de la primera que se refería a hechos directamente conocidos, son pues novelas históricas que si dan por primera vez una imagen expresiva del pasado a que se refieren, muestran un arte limitado y primitivo. Más que novelas históricas, son en rigor novelas folletinescas sobre asuntos históricos. Si aquellos novelistas mexicanos considerados equivocadamente como folletinescos –Inclán y Payno– sobrepasan las reglas del género para ser más bien grandes costumbristas, Riva Palacio, por el contrario, al llevar a la novela histórica mexicana del siglo xix a su ápice, la llevó también a su disolución hasta convertirla en folletinesca.
Y es que, a pesar de los éxitos que en estas empresas conquistaba, su verdadera maestría sólo se manifestó en sus poesías líricas y en sus escritos satíricos y humorísticos. Sus preciosos Cuentos del general (Madrid, 1896) son considerados con justicia sus mejores creaciones narrativas y algunos de los más hermosos cuentos de nuestro siglo xix. En los de asunto colonial, da con una discreta y sabrosa ironía que no acertó a expresar en sus novelas; y en todos, muéstrase castizo, gracioso e intencionado siempre y dueño de una sobriedad antes ausente de los frutos de su imaginación.
El escritor satírico que había ejercitado largamente su pluma en las páginas del "Semanario feroz, aunque de buenos instintos", que se llamó El Ahuizote (México, 1874-1876), pudo trazar, en 1882, la incisiva y picante "galería de contemporáneos" que denominó Los ceros y firmó, con más discreción que temor, con el seudónimo de "Cero". Como bien lo percibieron sus lectores y aun los aludidos, aquel libro lograba mantener un equilibrio tan difícil como peligroso. La sátira y la ironía, el tono constante de zumba y desenfado, no caían en ningún caso en la difamación ni en la maledicencia; diríase que respetaba tácitamente el decoro y la calidad de sus personajes y que, al mismo tiempo y con igual medida, los ponía frente a un espejo contrahecho que revelaba con amistosa e inofensiva burla las debilidades y los defectos de aquéllos. El peruano Carlos G. Amézaga, que visitara México unos años más tarde, comparaba Los ceros con un agudo bisturí que cosquilleaba sobre la piel de los retratados, sin herirlos nunca. Y podría pensarse, ciertamente, que con ello mostraba Riva Palacio su nobleza personal no menos que la calidad literaria de su obra. Sólo en algún caso, como en la estampa de Justo Sierra, parece que una secreta envidia enturbia sus líneas; pero lo común es una ironía cordial e inteligente. Cuando forja pastiches de los estilos de sus modelos es insuperable; y cuando del gracejo pasa a la meditación, es capaz de dejarnos observaciones tan sagaces como ésta que aparece en el capítulo dedicado a Alfredo Bablot y que anticipa con singular precisión conceptos bien conocidos:
El fondo de nuestro carácter –escribe Riva Palacio–, por más que se diga, es profundamente melancólico; el tono menor responde entre nosotros a esa vaguedad, a esa melancolía a que sin querer nos sentimos atraídos; desde los cantos de nuestros pastores en las montañas y en las llanuras, hasta las piezas de música que en los salones cautivan nuestra atención y nos conmueven, siempre el tono menor aparece como iluminando el alma con una luz crepuscular.
Una superchería del General Riva Palacio
Hacia 1872 el general Vicente Riva Palacio se encontraba en el apogeo de su carrera literaria. A los lauros obtenidos en la milicia con su brillante participación en la lucha contra la intervención francesa y el Imperio de Maximiliano, añadía sus triunfos con la pluma. Había publicado ya seis de sus novelas históricas, Calvario y Tabor, Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza, en 1868; Las dos emparedadas y Los piratas del golfo el año siguiente, y La vuelta de los muertos en 1870. Con la colaboración de Manuel Payno, Juan A. Mateos y Rafael Martínez de la Torre, pero redactando él la mayor parte, dio a luz, en 1871, El libro rojo en el que continuaba explotando el rico filón encontrado en los archivos de la Inquisición. Pertenecía a las más importantes corporaciones literarias y colaboraba en los mejores periódicos y revistas de la época. Pero también escribía hermosos versos, ya descriptivos según los modelos nacionalistas que había introducido su amigo y correligionario Ignacio Manuel Altamirano, o ya evocadores de sus andanzas guerreras como los romances en que con tanta gallardía describe al "chinaco". Aún no llegaba a la madurez de su expresión poética que alcanzará, años más tarde, cuando en la cárcel de Santiago escribe algunos sonetos de elegante y profunda emoción. Por 1872, a la mitad de su vida –había nacido en 1832– y reciente aún el calor del triunfo, estaba lleno de entusiasmo, y su gracia y su humor –empleados muchas veces como armas políticas– no le abandonaban.
Del espíritu satírico y bromista del general Riva Palacio se recuerdan sobre todo los chispeantes retratos que de algunos de sus contemporáneos hizo en Los ceros, que publicó en México, 1882, con el seudónimo de Cero, así como las estampas satíricas que dejó en sus novelas y en el tomo póstumo en que se reunieron sus Cuentos del general (Madrid, 1896), pero pocos saben cómo el barbado y guerrero don Vicente Riva Palacio se convirtió en una delicada y soñadora poetisa.
Desde su fundación en 1850, el Liceo Hidalgo había sido el más importante centro de reunión de los escritores mexicanos de la época, gracias a los esfuerzos de sus dos principales animadores, Francisco Zarco hasta 1869, en que muere, y Altamirano en los años siguientes. Allí se reunían los escritores de renombre para leer sus nuevas producciones; allí se discutían problemas relacionados con las letras nacionales y de allí partían los impulsos más significativos en pro del resurgimiento de nuestra expresión literaria.
Una noche del año 1872 celebraba una de sus juntas reglamentarias en el Liceo Hidalgo, presidido en esta ocasión por Ignacio Ramírez, El Nigromante. Luego de discutir asuntos de poca importancia, los asistentes pasaron a tratar aquel que ocupaba su atención: la aparición, en las páginas del periódico El Imparcial que publicaba Francisco Sosa, el laborioso biógrafo yucateco, de una notable poetisa llamada Rosa Espino. En el concurrido cortejo de las poetisas mexicanas del siglo xix la voz de Rosa Espino surgía graciosa y delicada, llena de pasión secreta y dueña de todos los secretos de la lírica. Así lo comprendieron desde el primer momento los socios del Liceo Hidalgo y por ello, cuando don Anselmo de la Portilla, escritor de origen español, propuso que se le extendiese diploma de socia honoraria del Liceo a Rosa Espino, haciendo al mismo tiempo un cálido elogio de aquella poetisa que tenía un admirador en cada uno de los liceanos, su proposición fue acordada por aclamación y se comisionó a Sosa, por cuyo conducto Rosa Espino hacía llegar al periódico sus composiciones, para entregárselo junto con las felicitaciones de la corporación. Satisfecho por su oportuna sugestión, de la Portilla, dirigiéndose a Riva Palacio que se encontraba presente, acaso con una expresión un tanto escéptica, concluyó el elogio de la poetisa con estas palabras: "Para escribir como Rosa Espino escribe, se necesita tener alma de mujer, y de mujer virgen. Esa ternura y ese sentimiento no los expresa así jamás un hombre". El general Riva Palacio, ante tan persuasiva afirmación, inclinó cortésmente la cabeza como mostrando su acuerdo ante el consenso de la reunión que se disolvió complacida por aquel acto de justicia que acababa de consumar.
Los versos de la poetisa adquirieron desde entonces mayor celebridad. No sólo eran leídos y comentados con entusiasmo y reproducidos por la prensa de la capital y de los estados cuantos aparecían en El Imparcial, sino que aun hubo poetas que, enamorados de la hechicera mujer que transparentaban aquellos dulces cantos, dedicábanle los suyos con muestras de rendida admiración. Tres años después, en 1875, apareció un volumen intitulado Flores del alma, con prólogo de Sosa, en el que se reunían los romances, apólogos y cantares de Rosa Espino. La edición pronto fue agotada y el prestigio de su autora fue acatado aun por los más renuentes críticos.
Llego un día, sin embargo, en que aquella admiración se trocó en sorpresa. Un secreto, celosamente guardado por unos cuantos, al fin se hizo público, y entonces los más perspicaces conocedores de las letras mexicanas tuvieron que confesarse víctimas de sutil engaño. La verdad sobre aquella graciosa superchería literaria que, si tiene paralelos en otros países, en el nuestro era verdaderamente excepcional, la descubrirá, en 1885, Francisco Sosa, en su "Prólogo" a las Páginas en verso de Riva Palacio.
En los números dominicales de El Imparcial, cuenta Sosa, siguiendo la costumbre establecida, reuníanse piezas literarias de escritores nacionales y extranjeros pero faltaba una poetisa que pusiera un toque de gracia en el conjunto. Antes que buscarla entre las muy numerosas que existieron en nuestro siglo xix, los redactores de El Imparcial decidieron inventarla y nadie les pareció mejor para que compusiera las poesías que debería firmar Rosa Espino que el general Riva Palacio. Lo hizo con tal acierto que provocó la "sensación" que antes se ha descrito y aun los más encarnizados enemigos del general celebraron con entusiasmo la belleza de los poemas de Rosa Espino. Riva Palacio conservó el secreto mientras fue posible, pero, al divulgarse, no tuvo inconveniente en reconocer por suyos a algunos de aquellos hijos fraudulentos. En las mismas Páginas en verso las composiciones intituladas "Mi ventura", "La huérfana" y "Celos" llevan todavía al calce la firma femenina con que aparecieron por primera vez; en otras, en cambio, originariamente de Rosa Espino, se ha omitido aquella atribución adoptándolas definitivamente, aun en el volumen Mis versos (Madrid, 1893) en que su producción poética de juventud aparece seleccionada junto a poemas recientes.
Tal es la historia de cómo el general don Vicente Riva Palacio convirtióse en una soñadora poetisa.
21 oct 2019 14:56
Vicente Florencio Carlos Riva Palacio y Guerrero nació en la Ciudad de México el 16 de octubre de 1832 y murió en Madrid, España, el 22 de noviembre de 1896. Hizo sus primeros estudios con profesores privados y posteriormente en el Instituto Literario de Toluca y en el Colegio de San Gregorio de México, donde en 1854 recibió el título de abogado. Como él mismo lo señala en un “Cero” publicado el 28 de enero de 1882 en el periódico La República, fue “general, abogado, poeta, novelista, dramaturgo, historiador, astrólogo, hidrógrafo, cartógrafo, exministro, excandidato para la presidencia de la Suprema Corte de Justicia”.
En 1856 fue diputado suplente por el Estado de México en el Congreso Constituyente y secretario del Ayuntamiento. En 1861 fue elegido diputado titular. Después de la guerra contra el Segundo Imperio fungió como gobernador del Estado de México y de Michoacán al mismo tiempo. Tras la muerte del general José María Arteaga, en octubre de 1865, ocupó el cargo de jefe del Ejército del Centro hasta que Benito Juárez le quitó el mando y se lo entregó al general Nicolás Régules. A este hecho se debe su conocido reclamo al entonces presidente de México: “Hoy mismo estoy dispuesto a entregar el mando del Ejército a cualquier persona que fuese del agrado de usted, cuyos méritos si no son más meritorios que los míos, sí serán más recompensados”. En 1867 fue elegido magistrado de la Suprema Corte de Justicia y en 1876 ministro de Fomento. Desde 1886 hasta su muerte, en una especie de exilio promovido por Porfirio Díaz, se desempeñó como ministro plenipotenciario de México en los reinos de España y Portugal.
Participó en las tertulias que se llevaban a cabo en la casa de la Mariscala; también en las Veladas Literarias iniciadas por Luis G. Ortiz y José Tomás de Cuéllar, avaladas por Ignacio Manuel Altamirano, donde leyó algunas de sus poesías y parte de su novela Calvario y Tabor. Perteneció a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Asociación Gregoriana, la Sociedad Artístico Industrial, el Liceo Hidalgo —donde se le otorgó a Rosa Espino, su seudónimo, el título de socia honoraria, y donde leyó un capítulo de su tomo de México a través de los siglos—, la Sociedad Literaria de la Concordia, la Sociedad de Escritores Dramáticos Manuel Eduardo de Gorostiza, el Ateneo Mexicano de Ciencias y Artes —del que también fue fundador—, el Liceo Mexicano Científico y Literario, y el Ateneo Nacional Mexicano —del que fue presidente honorario—.
Fundó y colaboró en los periódicos La Orquesta (1867-1870) y El Ahuizote (1875-1876). Editó y participó en El Monarca (1863) y El Radical (1873-1874). Y sólo colaboró en El Pito Real (1863), El Monitor Republicano (1867), El Federalista (1871), El Correo de Comercio (1872), El Imparcial (1872-1873), El Constitucional (1874), La Exposición Internacional Mexicana (1879), El Nacional (1880-1881), La República (1882), La Ilustración Española y Americana (1888-1896), El Siglo Diez y Nueve (1892-1893) y El Tiempo Ilustrado (1892-1893). Usó los seudónimos de Cero, Rosa Espino o R. E., Juan de Jarras, Antonio Pelagio Labastida y Dávalos, Leporello, Vicente, El General, El General Riva Palacio y General Riva Palacio; estos tres últimos son los más conocidos y por los que, al parecer, sentía más aprecio. En ocasiones firmó con sus iniciales: V. R. P. o R. P.
Salvo en la poesía, la cual frecuentó a lo largo de toda su carrera como escritor, Riva Palacio incursionó en distintos géneros por periodos. Por ejemplo, entre 1861 y 1862 escribió, según Eduardo Contreras Soto, al menos quince obras de teatro junto con su amigo Juan Antonio Mateos. De éstas se conocen siete, publicadas en Las liras hermanas. Obras dramáticas (1871): “Odio hereditario”, “La politicomanía”, “La hija del cantero”, “Temporal y eterno”, “Borrascas de un sobretodo”, “Martín el demente” y “La catarata del Niágara”. Durante buena parte de la República Restaurada, entre 1868 y 1872, dio a las prensas siete novelas: Calvario y Tabor. Novela histórica y de costumbres (1868), Monja y casada, virgen y mártir. Historia de los tiempos de la Inquisición (1868), Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición (1868), Los piratas del Golfo. Novela histórica (1869), Las dos emparedadas (Memorias de los tiempos de la Inquisición) (1869), La vuelta de los muertos. Novela histórica (1870) y Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, rey de México. Novela histórica (1872) (cabe destacar que el capítulo xix de esta novela, como lo señala José Ortiz Monasterio, lleva por nombre “Un secreto que mata”. En 1917, el diario El Demócrata publicó de ésta hasta el capítulo xxiii, con el nombre de Un secreto que mata. Novela histórica, lo que ha llevado a algunos a creer que fue la octava novela).
Entre 1869 y 1870 Riva Palacio publicó por entregas, junto con Manuel Payno, Mateos y Rafael Martínez de la Torre, El libro rojo, 1520-1867. Hogueras, horcas, patíbulos, martirios, suicidios y sucesos lúgubres y extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras. En 1874 dio a la luz, a través de La Orquesta, Cuentos de un loco, antecedente de su cuento “El matrimonio desigual”, donde trata el tema de la reencarnación y las consecuencias políticas de la Intervención Francesa (1846-1848) para los diferentes países involucrados en un principio en la invasión: Francia, Inglaterra y España. En 1882 publicó en el diario La República 41 “Ceros”, de los cuales 36 eran retratos serios o satíricos de personalidades del momento —sobre todo escritores—. De éstos, 18 fueron incluidos ese mismo año en su libro Los Ceros. Galería de Contemporáneos, que incluye un total de 22.
México a través de los siglos, que al decir de Ortiz Monasterio es la “obra más conspicua de la historiografía mexicana del siglo xix”, apareció originalmente por entregas entre 1884 y 1889. Como se sabe, esta gran empresa de carácter histórico, coordinada por el propio Riva Palacio, se compuso de cinco tomos —etapa prehispánica, Colonia, Independencia, México independiente y Reforma, y Segunda Intervención Francesa—, de los cuales él escribió el segundo.
Riva Palacio dedicó su última etapa productiva a escribir los textos de su último libro, Cuentos del General (1896). Si bien la primera versión de su cuento “El buen ejemplo”, ahí incluido, data de 1882, puede decirse que dicha etapa se inició el 18 de enero de 1892, cuando el autor dictó en el Ateneo de Madrid la conferencia “Establecimiento y propagación del Cristianismo en Nueva España”, donde abordó el descubrimiento de América y la Conquista. A partir de julio de ese año y hasta su muerte, acaecida en 1896, Riva Palacio dio a las prensas alrededor de 38 cuentos que aparecieron en distintos diarios y revistas mexicanos y españoles, principalmente en El Nacional, El Tiempo Ilustrado, El Siglo Diez y Nueve y El Partido Liberal, en México, y La Ilustración Española y Americana, en España —se sabe que también publicó en otros diarios españoles que no han sido revisados—. En algunos de esos cuentos continuó con la discusión planteada en su conferencia.
Algunos destacados estudios sobre la obra de Riva Palacio se encuentran en los prólogos a sus distintos libros incluidos en la colección coordinada por Ortiz Monasterio y publicados por la Universidad Nacional Autónoma de México en coedición con el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y el Instituto Mexiquense de Cultura. Esos trabajos están firmados por críticos como Clementina Díaz y de Ovando, José Ortiz Monasterio, Luis Mario Schneider, Vicente Quirarte, Héctor Perea, Esther Martínez Luna, Leticia Algaba y María Teresa Solórzano Ponce. De otras ediciones, sobresalen el prólogo —luego incluido en Las herencias ocultas del liberalismo mexicano— de Carlos Monsiváis a la edición de Océano de Monja y casada, virgen y mártir, así como los tres prólogos a distintas ediciones de Cuentos del General, como el de Manuel Toussaint a la edición de Cvltvra (1929), el de Clementina Díaz y de Ovando a la edición de Porrúa (1971) y el de María Teresa Solórzano Ponce a la edición de Factoría (1998). También se cuenta con los estudios que aparecen en la antología Magistrado de la república literaria. Una antología general (2011): "Estudio introductorio. Vicente Riva Palacio: el político que quiso ser escritor", de Esther Martínez Luna; "Una lectura social de Los Ceros de Vicente Riva Palacio", de Leonardo Martínez Carrizales; "La novela histórica de Vicente Riva Palacio", de Leticia Algaba Martínez, y "Vicente Riva Palacio (y Juan A. Mateos) o el teatro como militancia liberal", de Jesús Pérez Magallón.
De estudios de mayor aliento sobre la obra de Riva Palacio se tiene Un enigma de Los Ceros: Vicente Riva Palacio o Juan de Dios Peza (1994), de Díaz y de Ovando; Historia y ficción. Los dramas y novelas de Vicente Riva Palacio (1993), "Patria", tu roca voz me repetía: biografía de Vicente Riva Palacio y Guerrero (1999) y México eternamente. Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia (2004), los tres de Ortiz Monasterio; Las licencias del novelista y las máscaras del crítico (1997), de Algaba Martínez; La literatura como arma ideológica: dos novelas de Vicente Riva Palacio (2007) y “Cuentos del General” de Vicente Riva Palacio: entre literatura e historia (2015), ambos de Marco Antonio Chavarín González, y El romanticismo mexicano del siglo xix a través de una novela representativa: “Monja y casada, virgen y mártir” de Vicente Riva Palacio (2012), de Cecilia Colón. Cabe mencionar, además, la edición crítica que Manuel Sol hizo de Calvario y Tabor (2011) para la Universidad Veracruzana, la cual incluye un excelente estudio introductorio.
Aunque existen trabajos como Cuatro novelas históricas mexicanas del siglo xix. Estudio de historia literaria comparada, tesis de Algaba Martínez donde se analizan las novelas La vuelta de los muertos y Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, o el artículo “Los tiempos de la historia en Los piratas del Golfo de Vicente Riva Palacio” de Verónica Hernández Landa Valencia, las obras más estudiadas de Riva Palacio, sin duda por ser las más logradas, son Monja y casada, virgen y mártir, Martín Garatuza y Cuentos del General. Esto tiene que ver, en parte, con la lectura que Toussaint propuso en el prólogo mencionado a Cuentos del General, y que José Luis Martínez y Alfonso Reyes promovieron en La expresión nacional (1955) y en Cuestiones estéticas. Capítulos de literatura mexicana. Varia (1955), respectivamente, donde se exalta el estilo del libro de cuentos, en demérito de las novelas históricas del autor. En la actualidad se está revalorando el alcance de toda su narrativa.
Obra publicada del autor
Antología. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.
Calvario y Tabor. Novela histórica y de costumbres. Ilustraciones por D. Escalante. México, Manuel C. Villegas, 1868.
Calvario y Tabor. Memorias de las luchas de la intervención. 2ª ed. de lujo, profusamente ilustrada con magníficas láminas sueltas y grabados intercalados representando las más culminantes escenas del texto. México, J. Ballescá, 1908.
Calvario y Tabor. Novela histórica y de costumbres. México, León Sánchez, 1923.
Calvario y Tabor. México, Porrúa, 1985.
Calvario y Tabor. Novela histórica y de costumbres. Vicente Quirarte (pról.). José Ortiz Monasterio (coord.). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997.
Calvario y Tabor. Manuel Sol (ed., introd. y notas). Xalapa, Universidad Veracruzana, 2011.
“Cuentos de un loco. Viajes de un espíritu. El ángel de México”, en Antología. Clementina Díaz y de Ovando (introd. y selec.). México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, pp. 72-117.[1]
Cuentos del General. Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1896.
Cuentos del General. Manuel Toussaint (ed. y pról.). México, Cvltvra, 1929.
Cuentos del General. México, Nacional, 1952.
Cuentos del General. Ermilo Abreu Gómez (pról.). Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1966.
Cuentos del General. Clementina Díaz y de Ovando (pról.). México, Porrúa, 1968.
Cuentos del General, Los Ceros. Galería de contemporáneos. José Ortiz Monasterio (pról.). México, Promexa, 1979.
Cuentos del General. Héctor Perea (pról.). José Ortiz Monasterio (comp. y coord.). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997.
Cuentos del General. María Teresa Solórzano Ponce (pról.). México, Factoría, 1998.
“El Virreinato. Historia de la dominación española en México desde 1521 a 1808”, en México a través de los siglos. Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la antigüedad más remota hasta la época actual. Obra única en su género. México/Barcelona, Ballescá/Espasa, [s.a.].
Establecimiento y propagación del cristianismo en Nueva España. Conferencia leída el 18 de enero de 1892. Madrid, Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1892.
La vuelta de los muertos. Novela histórica. México, Díaz de León y Santiago White, 1870.
La vuelta de los muertos. México, Porrúa, 1986.
Las dos emparedadas (Memorias de los tiempos de la Inquisición). México, Establecimiento Tipográfico de Tomás F. Neve, 1869.
Las dos emparedadas. Memorias de los tiempos de la Inquisición. México, Porrúa, 1985.
Las liras hermanas. Obras dramáticas. 2ª ed. José Ortiz Monasterio (comp. y coord.). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997.
Los Ceros. Galería de contemporáneos. México, F. Díaz de León, 1882.
Los Ceros. Galería de contemporáneos. 2ª ed. Clementina Díaz y de Ovando (pról.). José Ortiz Monasterio (coord.). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1996.
Los piratas del Golfo. Novela histórica. México, La Constitución Social, 1869.
Los piratas del Golfo. 2 t. Antonio Castro Leal (ed. y pról.). México, Porrúa, 1946.
Magistrado de la república literaria. Una antología general. Esther Martínez Luna (est. prel.). México, Universidad Nacional Autónoma de México/Fundación para las Letras Mexicanas/Fondo de Cultura Económica, 2012 (Biblioteca Americana).
Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición. México, La Constitución Social, 1868.
Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición. Edición de lujo, profusamente ilustrada con magníficas láminas sueltas y grabados intercalados representando las más culminantes escenas del texto. México, J. Ballescá, 1904.
Martín Garatuza. 2 t. México, Porrúa, 1945.
Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición. 2 t. México, Nacional, 1960.
Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición. 3ª ed. Leticia Algaba (pról.). José Ortiz Monasterio (coord.). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997.
Monja y casada, virgen y mártir. Historia de los tiempos de la Inquisición. México, La Constitución Social, 1868.
Monja y casada, virgen y mártir. Historia de los tiempos de la Inquisición. México, El Mundo, 1900.
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