1995 / 07 ago 2017 11:40
Nació en Aguascalientes, Aguascalientes, en 1832 y murió en la Ciudad de México en 1893. Historiador y filólogo. Regidor y secretario del Ayuntamiento de la Ciudad de México. Fundador de la Academia Mexicana de la Lengua. Presidió el Liceo Hidalgo. Publicó en El Renacimiento y El domingo.
Notas: Colaboró en el Diccionario Universal de Historia y Geografía. Fue uno de los pioneros del indigenismo en México y el primero en hacer estudios sistemáticos y analíticos de la literatura y la oratoria mexicana.
1993 / 13 sep 2018 18:15
Los estudios de Pimentel
Un nuevo ciclo se inicia en 1883 con la aparición de la primera obra que, completa y sistemáticamente, estudiaba la poesía y el teatro mexicanos. Desde 1868, Francisco Pimentel había comenzado a publicar una serie de artículos denominados Biografía y crítica de los principales escritores mexicanos que pensaba utilizar en una historia de la literatura mexicana. No pudo llevar a cabo su propósito, en aquellos años, por no disponer de los documentos de consulta necesarios; pero cuando encontró en la biblioteca de García Icazbalceta, su cuñado, los textos que requería, prosiguió su labor hasta publicar, en un grueso volumen, la parte dedicada a los poetas de una obra que prometía ser una Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México, desde la conquista hasta nuestros días. Nueve años más tarde, en 1892, Pimentel haría aparecer una "Nueva edición corregida y muy aumentada" de su obra, con el título de Historia crítica de la poesía en México.
Un tratado de esta naturaleza –que historiaba no sólo lo que hoy llamamos poesía sino también la poesía dramática– significaba un notable progreso en la investigación del pasado literario de México. Pimentel había afrontado su obra con laboriosidad y escrupulosidad incansables; era, además, de una honradez crítica sin tacha; nunca fingió conocimientos que no tenía y nunca permitió que sus discrepancias ideológicas torcieran sus juicios literarios, y llamó en su auxilio las mejores fuentes de información que existían por aquellos años: la Bibliografía mexicana del siglo xvi de García Icazbalceta, la Biblioteca hispanoamericana de Beristáin, el Diccionario universal de historia y de geografía, en que él mismo había colaborado, el Manual de biografía mejicana de Arróniz, La flor de los recuerdos de Zorrilla, los estudios biográficos de Sosa, las noticias que aparecen en el precioso Acopio de sonetos castellanos de Roa Bárcena, y diversos estudios de críticos españoles de la época como Revilla, Cañete y Menéndez Pelayo, e hispanoamericanos como Torres Caicedo y Gutiérrez, aunque, respecto a Menéndez Pelayo, siempre se refiera a él para contradecirlo. Pimentel era hombre de firme cultura literaria y de muchas lecturas; conocía bien las literaturas clásicas, la española, la francesa, la italiana y aun la inglesa. Menciona con frecuencia autores alemanes y está familiarizado con los filósofos del idealismo alemán, Fichte, Schelling y, especialmente, Hegel, a cuya Estética recurre muy a menudo y es su principal guía para las cuestiones de esta índole. Las autoridades que acataba en cuanto a problemas de preceptiva eran las que tenían crédito en su tiempo: los Principios de literatura de Manuel de la Revilla, las Poéticas de Martínez de la Rosa y Campoamor, la Retórica y poética de Campillo Correa, el Arte de hablar de Hermosilla, con algunas reservas, y los Principios de retórica y poética de Sánchez Barbero. Todo, pues, parecía indicar que, salvo las limitaciones de su época, la Historia crítica de la poesía en México, firmada por un hombre como Pimentel que ya había dado pruebas –en su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas de México– de su valer científico, sería un tratado fundamental. Y, sin embargo, el hecho es que aquella obra, ardua y ambiciosa, es uno de los más deplorables fracasos que registra la historiografía de la literatura mexicana.
Es obvio que, aun considerándola así, la historia de Pimentel realizó una primera agrupación de los poetas y dramaturgos mexicanos y acopió la mayor parte de las noticias que a ellos se refieren, labores que han sido y seguirán siendo muy útiles; pero fuera de estas tareas, la obra de Pimentel fue no sólo mala sino que contribuyó, mientras no fue posible sustituirla, a la confusión de quienes la tuvieron por guía.
La Historia crítica de la poesía en México va precedida, además de otros escritos preliminares, de una Introducción que expone las ideas del autor sobre el arte, la poesía y la crítica, y que es un documento importante para el conocimiento de las doctrinas estéticas en el siglo xix mexicano. En su exposición sobre el arte y la poesía, Pimentel sigue fundamentalmente la Estética de Hegel, aunque retocándolo aquí y allá con arreglos personales u opiniones de otros filósofos o preceptistas. Respecto al arte, Pimentel adopta la definición que dice: "El arte es la representación sensible de lo bello ideal". Se opone, consiguientemente, al concepto del arte como copia o imitación de la naturaleza, ya que su misión es transformarla, perfeccionarla e idealizarla. Por ello, considera que el arte no puede ser una representación indiferente del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, sino que debe presentar ante nuestra vista el orden y la armonía. La idealización de la naturaleza o de la realidad, juzga nuestro autor, implica la libertad creadora del artista, pero aunque muchos la han exagerado hasta la licencia absoluta o el desenfreno literario, debe recordarse que el genio es la más alta conformidad con las reglas. Estas leyes de la creación artística no son, por otra parte, arbitrarias ni simples colecciones empíricas, sino una ciencia racional.
En cuanto a la poesía, Pimentel proclama, de acuerdo siempre con Hegel, la supremacía que tiene entre las bellas artes, ya que se sirve de la palabra, "el instrumento más poderoso de que puede disponer el hombre". "La poesía es, pues –añade–, el arte universal, el arte por excelencia, y su dominio no tiene límites". De allí su influjo sobre la civilización y especialmente sobre la moral. Ahora bien, este influjo es tan manifiesto que ha ocasionado la confusión entre lo bueno y lo bello. "La virtud es bella –ejemplifica Pimentel–; pero una flor no es buena". "El objeto propio del arte no es la moralidad; pero supuesto que lo bueno es bello, fácilmente se comprende el influjo de aquél en las costumbres". Y ya que el mal no es bello, concluye, "la literatura del crimen debe rechazarse definitivamente como antiartística y como inmoral".
Respecto a la crítica, sus ideas son de más modesto origen y menos ricas. Su doctrina se apoya en la definición de García de la Huerta que dice: "La crítica es un examen imparcial en que se elogia lo bueno y se reprende lo malo, exponiendo la razón en que se funda". Pimentel analiza cada uno de los términos de la definición y termina sus reflexiones indicando que "la crítica literaria, apartando lo malo, corrige y evita el mal ejemplo; reservando lo bueno, aprueba y señala lo que es digno de imitarse".
Ahora bien, ¿cuál fue el uso que de esas doctrinas hizo Pimentel en su Historia crítica de la poesía en México?
Su obra estudia el desarrollo de la poesía y el teatro en México desde los orígenes hasta la fecha en que él escribía, exceptuando a los autores vivos. En principio, se advierte en ella una omisión notable. Sin que nos explique Pimentel suficientemente sus motivos, él, que por sus obras anteriores parecía uno de los más capacitados para juzgar la poesía indígena que entonces se conocía, rehuyó el ocuparse de ella, aunque daba noticias de otras obras escritas en lenguas autóctonas. La disposición general de los materiales que forman la Historia crítica no muestra otra arquitectura que la del simple ordenamiento cronológico. Vagamente separa Pimentel, durante la Colonia, el siglo xvi, la influencia gongorina y el restablecimiento de lo que llama "buen gusto", y, durante el siglo xix, la época de la Independencia y, finalmente, varias direcciones que denomina clasicismo y eclecticismo, significando esta última, ilustrada con la poesía de Pesado, un equilibrio entre la perfección formal clásica y la expresión romántica del sentimiento. Es notoria la desproporción que existe entre las páginas dedicadas a los tres siglos de literatura colonial, que ocupan una tercera parte del libro, y las que estudian la mayor parte del siglo xix, que llenan todo el resto. Debe recordarse, en descargo del autor, que las noticias y las obras accesibles de aquella época eran aún muy escasas, a pesar de las investigaciones de García Icazbalceta. Pero esa desproporción no se debe tanto a la escasez de informaciones cuanto a la opinión de Pimentel, para quien la Nueva España sólo produjo tres poetas de primer orden –Alarcón, Sor Juana y Navarrete– y, en cambio, "durante 68 años que llevamos de independientes, México puede completar una docena de escritores en verso, dignos de ponerse al lado de los tres mencionados".
Pimentel logró acopiar todos los materiales conocidos en su tiempo sobre la poesía y el teatro, pero no supo formar con ellos una verdadera historia crítica. Al frente de cada capítulo ponía una pequeña introducción de carácter histórico, en la que nunca llegó a examinar realmente el espíritu o las ideas literarias que animaban cada periodo y que, algunas veces, iba dejando dispersas, como apuntes fragmentarios, en las monografías de los escritores que examinaba. Ya un crítico de la época hacía notar que el libro de Pimentel, "interesante, aunque árido, es simplemente un catálogo de autores, y más que capítulo de historia parece mero apuntamiento". En efecto, diríase que la Historia crítica es la primera versión de un trabajo al que posteriormente se va a dar una articulación; son aún visibles los andamios, y las referencias cruzadas –relativas a afinidades o simples relaciones– no han sido aún resueltas para establecer con ellas tradiciones ideológicas o familias literarias.
Las monografías que escribe Pimentel no muestran tampoco un criterio justo. Oscilaba entre la simple repetición de noticias históricas, respecto a los autores que consideraba menores, y la verbosa profusión de los tratamientos amplios que hace de poetas como González de Eslava, Saavedra Guzmán, Sor Juana o Pesado, en los que parece sentirse obligado a repetir cuestiones obvias, a discutir pormenorizadamente los pareceres de la crítica o a sujetar una obra a análisis gramaticales y lógicos que hoy nos parecen inútiles. No acierta tampoco en las valoraciones que implican estos tratamientos breves o amplios. A poetas tan desafortunados como Saavedra Guzmán y Sartorio les dedica extensos capítulos, que no concede, en cambio, a Alarcón, Balbuena o Landívar, estudiados muy superficialmente.
El tipo de crítica a que sujeta Pimentel autores y libros y el concepto de la poesía que muestra a lo largo de su obra no están ciertamente en desacuerdo con la doctrina expuesta en la introducción que la precede, pero son solamente una parte –acaso la menos válida– de aquella doctrina. En la práctica, la crítica se reduce para él a la exposición del contenido de las obras y a la cacería implacable de sus defectos, y una poesía le parece valiosa siempre que encuentra en ella corrección y moralidad. Cuando se ve forzado a celebrar una obra, es significativo que no lo haga en atención a sus cualidades sino por su carencia de defectos. A propósito de una de las piezas de González de Eslava, escribe, por ejemplo: "No tiene el Coloquio defecto notable que censurar. Las locuciones bajas que en él se encuentran son pocas y la alegoría no es forzada" . Para el lector de la Historia crítica, es en realidad desesperante no encontrar en ella ni una sola muestra de entusiasmo por las obras que juzga y menos algún testimonio del gusto real por la poesía de parte de Pimentel. Nunca cesa en su actitud de cazador de incorrecciones y se muestra incapaz de toda perspicacia para justificarlas o explicarse su origen.
Su desafortunada inquina contra la poesía de Sor Juana ha sido una de las causas principales del descrédito de la obra de Pimentel. Desde el momento en que percibió en ella la infiltración del gongorismo, en el que veía el mayor mal que ha sufrido la literatura, la condenó no sólo por esa tendencia, que, al igual que tantos otros críticos de su tiempo, nunca procuró comprender sino que llevó su encono hasta no ver, en los mayores aciertos poéticos de Sor Juana, más que el absurdo o el mal gusto. Cita, por ejemplo, aquel pasaje de las preciosas liras intituladas "Sentimientos de ausente" que dice:
Óyeme con los ojos
ya que están tan distantes los oídos,
sólo para dictaminar que "eso de 'oír con los ojos' es una figura tan alambicada que se necesita tiempo para reflexionar que un amante, a lo lejos, puede con la vista adivinar los sentimientos de su amada". Y, por el contrario, cuando aprueba alguna de las poesías de Sor Juana, lo hace por la corrección y la propiedad que ha encontrado en ella y nunca por su calidad poética.
La predilección que muestra por Navarrete parece originada principalmente en la preocupación constante que tenía Pimentel por contradecir las opiniones de Menéndez Pelayo. Esa preocupación y su encono contra el gongorismo le llevan hasta afirmar que Navarrete es superior a Sor Juana por no haber sido gongorino y por haber sido raras veces "incorrecto" y, contrariando por una vez su acostumbrado rigor, le animan también a explicar los desmayos de Navarrete o a justificar los que en otros poetas consideraría defectos imperdonables. Pronto, sin embargo, se arrepiente de esta debilidad y hace víctimas a los versos de Navarrete de un análisis gramatical tan riguroso que sólo pueden salir airosos unos cuantos poemas, y al fin aparecen muy débiles sus argumentos para ponderar a Navarrete como uno de los "grandes poetas de México".
Hay algunos casos, sin embargo, en que la crítica de Pimentel parece la más adecuada para los autores que juzga, como si el mejor camino para comprender y valorar sus obras fuese el de estos análisis escrupulosos y el de esta búsqueda de la corrección y la moralidad. Por eso, capítulos como los dedicados al Padre Sartorio o a Carpio parecen los más proporcionados y justos de su historia.
Esta atmósfera severa que Pimentel impuso a su obra no le permitió la más débil muestra de simpatía por algún autor de su tiempo y no pudo impedirle frases de bárbara crudeza respecto a personas que, por sus ideas y su temperamento, tuvieron que serle poco gratas. En los breves datos biográficos que consigna del poeta erótico Manuel M. Flores, lo perfila con esta sentencia cuya verdad no puede objetarse: "vivió algún tiempo libremente haciendo versos y enamorando mujeres", e imposibilitado para condenar de otra manera el admirable soneto de Ignacio Ramírez, "Al amor", resume su argumento como sigue: "... un viejo lujurioso, ya impotente, que no puede violar a una doncella, y desquita su despecho exhalando quejas". Mas aunque las ideas políticas y literarias de Pimentel fueran conservadoras, debe reconocerse que juzgó con el mismo rigor y acritud a sus correligionarios y a sus amigos, dando con ello, más que una prueba de independencia intelectual, un testimonio de su general enemistad para con la literatura.
No quedaba excluida de esta enemistad la crítica literaria. En cuanto Pimentel encuentra un juicio crítico que no sea de sus predilectos Zorrilla, Cañete o Arróniz, lo más común en que se oponga a él, aunque provenga de Menéndez Pelayo, Larra, Montes de Oca, Couto o Roa Bárcena, y dedica entonces buen número de páginas a refutarlo pormenorizadamente. Su opinión sobre la crítica mexicana era particularmente despectiva. He aquí algunas frases muy ilustrativas al respecto: "El prólogo de Montes de Oca [sobre Pesado] no es un juicio imparcial, sino una defensa apasionada y, en consecuencia, errónea, como son casi siempre esa clase de escritos, especie de alegatos forzados, dedicados a ocultar defectos y a abultar buenas cualidades, que se forman para dar gusto a un amigo y que debían desterrarse como plagas literarias"; un juicio sobre Flores, aparecido en Bogotá, "no es un penegérico superficial y ridículo como los que generalmente se escriben en México"; "alguien asegura que en México domina el panfilismo crítico, entendiendo por panfilismo la tendencia a elogiarlo todo. Nosotros creemos que se encontrará algún crítico mexicano con ese sistema pero aislado, pues lo general, entre nosotros, no es alabar o censurar sistemáticamente, sino juzgar por espíritu de partido: la mayor parte de nuestros críticos para formar un juicio literario, arrojan la pluma y empuñan el incensario o el azote; el incensario si se trata de alguno de su partido o secta, el azote si se dirige a un contrario"; "aquí el oficio de crítico –asienta en otro pasaje– es todavía más fácil que en España: no se necesita otra cosa sino tener una idea confusa de gramática y arte poética, algún periódico donde escribir sandeces, y mucha audacia para decirlas", y finalmente, esta melancólica observación:
Cuando en la Academia Mexicana, correspondiente de la Real Española, hay alguna vacante y se cubre, si el nuevo académico es conservador, él y sus colegas del mismo bando tienen que sufrir las injurias de la prensa liberal, y si es progresista debe prepararse, así como sus copartidarios de la Academia, para oír los denuestos de los diarios retrógrados.
Es obvio que Francisco Pimentel denunciaba en estos pasajes lacras reales de la crítica mexicana facciosa, y es un hecho, por otra parte, que en términos generales él consiguió mantenerse libre de ellas. Pero parece haber sido tan violento su esfuerzo, que le hizo caer en otro extremo no menos deplorable. Llevó su imparcialidad y su desprecio por los elogios hasta convertirse en una especie de enemigo, en principio, de la literatura del país, y al fin fue más un inquisidor que un iluminador de la poesía mexicana. Llegó a ser incuestionablemente un erudito en letras mexicanas, pero no llegó a poseer nunca un verdadero espíritu crítico e histórico. No tenía el sentido de las síntesis ni el de las concepciones arquitectónicas y le faltaba, sobre todo, esa norma interna del hombre de gusto y ese amor profundo por la materia que estudiaba, condiciones fundamentales en una obra como la que se propuso. Su prosa era correcta y clara, pero tenía una sequedad invencible y no puede encontrarse en sus escritos ninguna página que merezca llamarse elegante, ninguna en la que encontremos esas adivinaciones, esa revelación de la intimidad poética o del clima espiritual de una época que son las virtudes de la verdadera crítica.
Aunque no faltaron, a raíz de su aparición, juicios desfavorables a la Historia crítica de la poesía en México, Pimentel no pareció desanimarse en la tarea que inicialmente se había propuesto. Cuando murió, en 1893, dejaba entre sus escritos póstumos uno a punto de concluir, sobre los Novelistas y oradores mexicanos. El estudio que dedicó a los primeros consta de menos de cien páginas y sólo se ocupa de los novelistas anteriores a Altamirano. Tienen especial interés los datos, originales o recogidos de Beristáin, que proporciona sobre algunas novelas anteriores a las de Fernández de Lizardi; y entre las diversas monografías, acaso la más valiosa sea la que se refiere a Sierra O'Reilly. Las ideas que anteceden a su reseña, y que tratan de la novela realista y la idealista, parecen más sensatas que sus conceptos sobre la poesía y la crítica y, sobre todo, que la aplicación que hacía de ellos. Algo había aprendido Pimentel con su obra anterior, porque en estas breves páginas sobre los novelistas mexicanos muestra más comprensión y tolerancia que en aquéllas y no sujeta ya las obras que juzga a la confrontación con inflexibles preceptos retóricos.
La mayor parte de su estudio sobre los oradores –que ya había tenido un antecedente– se refiere a los que cultivaron la "elocuencia sagrada", de interés muy limitado para la literatura, y sólo los tres últimos capítulos tratan la oratoria forense, la parlamentaria y la académica, ésta en forma de simple registro. En el capítulo sobre los "parlamentarios", se destaca el estudio de este aspecto de la personalidad de Ignacio Ramírez, de quien dice Pimentel, con agudeza, que "en sus ideas aparece más agudo que sólido, más paradójico que lógico, más ingenioso que verdadero".
Estos estudios de Pimentel, así como los escritos por García Icazbalceta, Agüeros, Roa Bárcena y Vigil, fueron alentados por uno de los propósitos que adoptó la Academia Mexicana desde su misma fundación en 1875. En efecto, esta corporación quiso que sus primeras labores consistieran en formar un diccionario de provincialismos y una historia literaria de México. El primer proyecto lo llevó a cabo García Icazbalceta, y él mismo y otros académicos aportaron materiales de diversa índole para la historia literaria.
Mas no fueron sólo los miembros de la Academia y los otros escritores cuyos textos han sido examinados quienes participaron en la formación de esta historia. En artículos periodísticos, en prólogos, en biografías, en crónicas teatrales, en comentarios críticos o en libros diversos, muchos escritores, en este periodo, trataron aspectos de las letras nacionales. Merecen recordarse, por su interés, los artículos de José Tomás de Cuéllar, Manuel Olaguíbel, Alfredo Chavero e Hilarión Frías y Soto; los prólogos que escribieron Francisco Zarco, Manuel Payno y Luis G. Ortiz; las crónicas teatrales en que sobresalieron Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Peredo y el mismo Luis G. Ortiz; las acuciosas biografías de José María Roa Bárcena y las inteligentes notas con que enriqueció su Acopio de sonetos castellanos. y, finalmente, dos obras, la Galería de oradores de México en el siglo xix de Emilio del Castillo Negrete y Hombres ilustres y escritores michoacanos de Nicolás León, en las que puede encontrar datos curiosos el investigador de la literatura mexicana.
Tales fueron las principales contribuciones a la historiografía mexicana durante el periodo que se inicia a fines del siglo xviii y concluye con la aparición de la primera obra sistemática, ya en el último tercio del siglo xix. En el análisis de estos textos, habrá podido advertirse no sólo la bifurcación ideológica –liberal y conservadora– que imponían las creencias políticas y morales, sino también una lenta marcha hacia la reflexión crítica y la ordenación histórica. El estudio de la literatura mexicana, que a fines del siglo xviii y a principios del xix se había reducido, excepto en un caso, a la colección de noticias biobibliográficas, adquiere luego la forma de monografías y panoramas de épocas o de géneros que pronto van ampliando su contenido hasta abrazar la totalidad del asunto elegido. Pero este progreso en amplitud y visión de conjunto no pudo ser simultáneo con el de la capacidad crítica e histórica. Zorrilla supo juzgar con penetración a algunos poetas mexicanos; Altamirano perfiló la articulación orgánica de nuestra literatura en el siglo xix, y García Icazbalceta nos legó monografías intachables y rescató del olvido textos fundamentales; pero el resto de las investigaciones de esta época, aunque siempre útiles por algún concepto, contribuyeron muy escasamente a una rigurosa estimación crítica e histórica de las letras mexicanas.
No fue ciertamente una tarea fácil la que realizaron estos iniciadores de la historiografía literaria en México. Pocas y desordenadas eran las fuentes de consulta de que disponían y no les era posible aprovechar la experiencia de otros trabajos anteriores. En sus apreciaciones se guiaron algunas veces por tendencias críticas y estéticas hoy condenadas por las actuales doctrinas literarias, y ello, más que su incapacidad, ha vuelto inútiles muchos de sus juicios.
En los años siguientes al de la aparición de la Historia crítica de la poesía en México de Pimentel, cuando ya fue posible aleccionarse con los aciertos y desaciertos de los iniciadores y cuando se contaba con los materiales que ellos habían acopiado, la historiografía literaria pudo dar pasos más seguros. Justo Sierra, Manuel Puga y Acal y Victoriano Salado Álvarez inician una crítica que había olvidado el tono de panegírico y el formalismo para preocuparse más por los problemas de la creación literaria; Luis González Obregón toma el camino de García Icazbalceta y realiza fecundas investigaciones; Vicente de P. Andrade y Nicolás León continúan también una de las tareas que el maestro había iniciado con su Bibliografía mexicana del siglo xvi, formando los repertorios de los siglos xvii y xviii; el historiador norteamericano Hubert Howe Bancroft incluye en sus caudalosas obras una erudita historia de la literatura mexicana; José María Vigil escribe un notable panorama de la poesía, más valioso sin duda que su inconclusa Reseña histórica de la literatura mexicana; Marcelino Menéndez Pelayo, en el admirable capítulo sobre México de su Historia de la poesía hispanoamericana, deja muchos juicios fundamentales para la valoración de los poetas nacionales y, ya en los primeros años del nuevo siglo, Manuel Sánchez Mármol traza, apresurada y caprichosamente, el capítulo sobre las "Letras patrias", en México: su evolución social, la obra en que quedaba el testamento político y cultural del porfirismo.
1. Pimentel comenzó a publicar sus estudios sobre literatura mexicana en 1868 en el folletín de La Constitución Social (Véase P. Santacilia, Del movimiento literario en México, p. 85). En El Renacimiento (México, 1869) y en la revista que le sucedió, El Domingo (México, 1871-1873) publicó otros estudios. En edición separada publicó Biografía y crítica de los principales poetas mexicanos, anticipación de su Historia crítica de la poesía en México.
2. "... habiendo logrado reunir los datos más necesarios [para su Historia de la poesía], sacados especialmente de la biblioteca de mi hermano político Don Joaquín García Icazbalceta"; Francisco Pimentel, "Advertencia preliminar de la primera edición", en Historia crítica de la poesía en México, México, 1892, p. 41.
3. Francisco Pimentel, Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México. Poetas, México, Librería de la Enseñanza, 1883, 736 pp.
4. Francisco Pimentel, Historia crítica de la poesía en México, nueva edición corregida y muy aumentada, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1892, 976 pp.
5. José María Roa Bárcena, Acopio de sonetos castellanos, con notas de un aficionado que publica D…, México, Imprenta de Ignacio Escalante, 1887. Manuel de la Revilla, "Los poetas líricos mexicanos de nuestros días", en El Liceo, Madrid, enero de 1879; reproducido en Obras de..., Madrid, Imprenta Central a cargo de Víctor Sáinz, 1883, pp. 525-533. Manuel Cañete, "Observaciones a Villemain acerca de la poesía lírica española y mexicana", Obras de..., Madrid, Imprenta y Fundición M. Tello (Escritores Castellanos), 1884-1885. Marcelino Menéndez y Pelayo, Horacio en España, 2a. ed. refundida, Madrid, 1885. Los artículos relativos a México, a los que alude Pimentel, en vol. i, pp. 198-204, y en vol. ii, pp. 246-262. Véase las "Breves observaciones a los escritos de don Marcelino Manéndez y Pelayo, relativo a autores mexicanos", en Historia crítica de la poesía en México, pp. 47-59. José María de Torres Caicedo, Ensayos biográficos y de crítica literaria sobre los principales poetas y literatos latino-americanos, 3 vols., París, 1863. Juan María Gutiérrez, América poética, colección escogida de composiciones en verso escritas por el americano en el presente siglo, Valparaíso, 1846; Pimentel debió aprovechar las noticias sobre poetas mexicanos que contienen esta primera gran antología hispanoamericana.
6. Manuel de la Revilla, Principios de literatura, Madrid, 1877. Francisco Martínez de la Rosa, Poética, Londres, Imprenta de Samuel Bagster, menor, 1838; Obras literarias de don..., vol. i. Ramón de Campoamor, Poética, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1883. Narciso Campillo y Correa, Retórica y poética, Madrid, 1886. José Gómez Hermosilla, Arte de hablar en prosa y verso, edición anotada por D.P. Martínez López, París, Librería de Rosa y Bouret, 1865. Francisco Sánchez [Barbero], 2, entre los Arcades Floralbo Corintio, México, reimpreso en la Oficina de la Águila, dirigida por José Ximeno, 1825; es reimpresión de otra edición de 1806 que lleva nota preliminar de Carlos Ma. Bustamante.
7. La segunda edición, completa, de esta obra, es de México, 1874.
8. "Apuntes para la biografía del escritor mexicano D. Francisco Pimentel por un amigo suyo", pp. 3-32; "Breve impugnación a la censura quede la obra escrita por Francisco Pimentel... hizo D. Francisco Gómez Flores", pp. 32-39; "Advertencia preliminar a la primera edición", pp. 41-42; "Prólogo de la nueva edición", pp. 43-46; "Breves observaciones a los escritos de D. Marcelino Menéndez Pelayo, relativos a autores mexicanos", pp. 47-59.
9. "Introducción", op. cit., p. 61.
10. Ibid., pp. 61-69.
11. Ibid., p. 72.
12. Ibid., p. 73.
13. Idem.
14. Ibid., pp. 73-74.
15. Ibid., p. 74.
16. García de la Huerta, en su Diccionario de sinónimos, citado en la p. 76.
17. "Introducción", op. cit., p. 78.
18. El capítulo xx de la segunda edición se refiere a poetas mexicanos muertos entre 1870 y 1889.
19. Pimentel mismo cita (op. cit., p. 124) el manuscrito llamado Cantares mexicanos que, por entonces, tradujo en parte Brinton y estudió José María Vigil.
20. Veáse "Poesía indo-hispana", op. cit., pp. 124-127.
21. Sobre el "eclecticismo", op. cit., pp. 665-667.
22. Op. cit., p. 917.
23. Comentario aparecido en El Tiempo (México, 3 de octubre de 1889), a raíz de la publicación del capítulo i de la Historia crítica en la Revista Nacional de Letras y Ciencias. Lo cita Pimentel, op. cit., pp. 128-129.
24. Por ejemplo: explicación de los autos sacramentales (op. cit., pp. 132-145); sobre lo clásico (pp. 599-667); sobre lo romántico (pp. 632-645). A propósito de los autos sacramentales, la limitación de los recursos literarios de Pimentel se hace más visible junto a los pasajes de García Icazbalceta ("Prólogo" a González de Eslava sobre "Representaciones religiosas en el siglo xvi") que cita, tan concisos, perspicaces y elegantes.
25. Cuando Pimentel quiere mostrar los mejores poetas mexicanos, cita a Alarcón entre ellos (p. 917), pero al llegar a su estudio dice que no lo tratará porque pertenece a la literatura española (pp.118-119).
26. Excepcionalmente cita un ejemplo de aplicación tendenciosa (p. 873).
27. Op. cit., p. 151.
28. Por ejemplo (op. cit., p. 257), cita los primeros versos de aquel hermoso soneto de Sor Juana que comienza "Diuturna enfermedad de la esperanza", sólo para sentenciar que al tercer verso y en el fiel de los bienes, los daños le falta una sílaba. Todos los editores modernos de Sor Juana (véase Sonetos, ed. de Xavier Villaurrutia, México, La Razón, 1931, p. 45) han corregido fácilmente el que debió ser error de imprenta, poniendo una "y" en lugar de la coma, para leer y en el fiel de los bienes y los daños como debió escribir la poetisa.
29. Sobre el gongorismo véase pp. 249, 286 y 358.
30. Op. cit., p. 252.
31. Ibid., pp. 260 y ss.
32. Opiniones de Menéndez Pelayo, en su Horacio en España, que luego afinó considerablemente en su Historia de la poesía hispanoamericana.
33. Francisco Pimentel, op. cit., p. 286.
34. Ibid., pp. 392 y ss.
35. Ibid., pp. 440-441.
36. Ibid., p. 903.
37. Ibid., p. 873.
38. No es de ninguna manera ortodoxo el conservatismo de Pimentel ya que, a menudo, se refería despectivamente a los "retrógrados" (p. 47) o juzgaba duramente a sus correligionarios.
39. Como ejemplos de su severidad para tratar a los escritores conservadores, véanse sus opiniones sobre Arango y Escandón (pp. 908-909), y sobre el prólogo del Obispo Montes de Oca a Pesado (pp. 691-694).
40. Op. cit., p. 694.
41. Ibid., p. 882.
42. Ibid., p. 925.
43. Ibid., p.959.
44. Ibid., pp. 961-962.
45. Véase n. 92. Otro censor de la Historia crítica fue Francisco Gómez Flores en su libro Humorismo y critica (Mazatlán, 1887), al que Pimentel refutó en uno de los escritos preliminares de la 2a. ed. (pp. 32-39) de su Historia crítica; refutación que se publicó inicialmente en la Revista Nacional de Letras y Ciencias. En este mismo escrito Pimentel da noticias de las reseñas que han elogiado su obra.
46. Francisco Pimentel, "Novelistas y oradores mexicanos", en Obras completas de..., México, 1903-1904, vol. v. pp. 257-508.
47. Emilio del Castillo Negrete, Galería de oradores de México en el siglo xix, 3 vols., México, Tip. de Santiago Sierra, 1877-1880.
48. Francisco Pimentel, "Novelistas y oradores mexicanos", p. 492.
49. Memorias de la Academia Mexicana, 1945, t. vii, pp. 28-33.
50. Joaquín García Icazbalceta, Vocabulario de mexicanismos, comprobado con ejemplos y comparado con los de otros países hispanoamericanos. Publicado por su hijo Luis García Pimentel, México, Tipografía La Europea, 1899. Obra póstuma.
51. José Tomás de Cuéllar, "La literatura nacional", en El Renacimiento, México, 1869. Manuel de Olaguíbel, "Revista bibliográfica del año 1877", en El Anuario Mexicano, 1877, de Filomeno Mata, México, Tipografía Literaria, 1878, pp. 240-248. Alfredo Chavero, "Sigüenza y Góngora", en El Federalista, México, Edición literaria, 1876, t. ix. Hilarión Frías y Soto, "Ignacio Ramírez, El Nigromante", al frente de El Parmaso Mexicano, Ignacio Ramírez (El Nigromante). Su retrato y biografía con el juicio crítico de sus obras..., México, Librería la Ilustración, 1 de diciembre de 1885. Frías y Soto publicó una extensa serie de biografías y reseñas bibliográficas en El Siglo xix.
52. Francisco Zarco, "Don Juan Valle", en Poesías de J. V., México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1862, pp. i-xv. Del mismo: "El señor don Juan Bautista Morales", en El gallo pitagórico, Colección de artículos... por el Sr. Lic. D..., edición de El Siglo xix, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857, pp. i-xv. Manuel Payno, "Prólogo de la primera edición", en Álbum del corazón, poesías, de A. Plaza, 3a. edición corregida y aumentada, México, Juan Buxo y Cía., 1875, pp. v-vi. Hay una serie de crónicas teatrales de Payno en El Siglo xix. Luis G. Ortiz, "Florencio M. del Castillo. Algunos rasgos biográficos. Su carácter. Sus obras", en Obras completas de Florencio M. del Castillo, 1a. edición, México, Imprenta de la calle cerrada de Santa Teresa núm. 3, 1872, pp. v-xxxvi.
53. Ignacio Manuel Altamirano publicó, además de reseñas teatrales aisladas en diferentes periódicos, una serie de "Crónicas de teatro" en El Siglo xix (10 de febrero a 14 de octubre de 1868) y, bajo el seudónimo de "Próspero", otra serie intitulada "El teatro" en El Monitor Republicano (16 de julio a 29 de septiembre de 1868). Manuel Peredo publicó crónicas teatrales en El Renacimiento, 1869, en El Siglo xix, en El Correo de México y en El Semanario Ilustrado. Luis G. Ortiz introdujo, según Ignacio Manuel Altamirano, las crónicas en la literatura mexicana, en 1867, en el folletín de El Siglo xix. Posteriormente escribió crónicas teatrales.
54. José María Roa Barcena, Biografías, México, Imprenta de Victoriano Agüeros (Biblioteca de Autores Mexicanos, 41), 1902. Contiene biografías de Pesado, 1878; de Gorostiza, 1876; de Carpio, 1891; de José de Jesús Díaz, 1856, y de Federico Bello, 1875. Del mismo: Acopio de sonetos castellanos con notas de un aficionado que publica D…, México, Imprenta de Ignacio Escalante, 1887.
55. Emilio del Castillo Negrete, Galería de oradores de México en el Siglo xix, 3 vols., México, Tip. de Santiago Sierra, 1877-1880.
56. Nicolás León, Hombres ilustres y escritores michoacanos, galería fotográfica y apuntamientos biográficos, Morelia, Imprenta del Gobierno a cargo de José R. Bravo, 1884.
2018 / 19 sep 2018 15:41
Francisco Pimentel Heras y Soto nació el 2 de diciembre de 1832 en Aguascalientes y falleció el 14 de diciembre de 1893 en la Ciudad de México. Su padre era mexicano, descendiente de español, y su madre nació en Santander; ambos de familias de alta posición social. Por línea materna heredó los títulos de conde de Heras y vizconde de Querétaro, el primero fue reconocido legalmente por decreto del emperador Maximiliano.
Pimentel vivió únicamente dos años en Aguascalientes, pues su familia y él se trasladaron a la capital de la República en 1834, lugar donde comenzó su instrucción educativa. Los primeros años de formación se encomendaron al profesor Miguel Rico, quien también fue profesor de Francisco Zarco. Posteriormente, en 1847, la guerra con Estados Unidos obligó a la familia Pimentel a mudarse a Morelia, lo cual no significó una interrupción de los estudios del joven, ya que allá comenzó a estudiar latín, filosofía, física y retórica con Cayetano Bernal, poeta y abogado. Alrededor de la década del cincuenta la familia regresó a México. Francisco Pimentel entonces estudió inglés, literatura, historia, matemáticas, práctica de agrimensura, agricultura, botánica y geología. De esta época su profesor más notable fue José María Salinas, matemático y catedrático del Colegio Militar.
Si bien la educación de este personaje se debió sobre todo a maestros particulares, buena parte de su erudición se debió a su carácter autodidacta, nutrido con la biblioteca que el historiador, lingüista y bibliófilo Joaquín García Icazbalceta le compartió. A decir de Francisco Sosa, fueron precisamente estas lecturas las que definieron su principal interés y profesión: la de filólogo y lingüista. Sin embargo, no por ello fueron menos importantes sus labores como historiador, antropólogo, economista y político; todo lo cual se definió siempre por una perspectiva crítica.
Durante los primeros años de la década de 1860, Pimentel colaboró con el imperio de Maximiliano, en esta época incursionó por primera vez en el ámbito político; aceptó varios cargos y honores públicos, algunos de los cuales le asignó el Emperador mismo. Fue regidor y secretario del Ayuntamiento de México y prefecto político de la Capital (1864-1865), cargo al que renunció. Fue Vicepresidente de la sección de Arqueología y Lingüística en la Comisión Científica, Literaria y Artística de México fundada en 1864 por Maximiliano, por medio de la cual el dirigente recibía asesoría con el objeto de fortalecer su imagen y su poder a través de un programa artístico y cultural. En 1865, el Emperador nombró a Pimentel enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en Madrid, cargo que aceptó pero que no llegó a desempeñar. Una vez restaurada la República en 1867 decidió no involucrarse más en la vida política –al menos ya no directamente– para dedicarse, por un lado, a la educación de sus hijos –Jacinto y Fernando, cuya madre, Josefa María Gómez Fagoaga, había muerto en febrero de 1864– y, por el otro, a la escritura, a la edición y publicación de su obra, así como a frecuentar asociaciones literarias.
Pimentel participó en numerosas asociaciones tanto nacionales como extranjeras. Se unió –como miembro honorario, primero, y de número, después– a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística el 22 de agosto de 1861, de la cual fue excluido cuando aceptó los cargos y honores por parte del Imperio; pero regresó el 17 de febrero de 1870 a petición de Ignacio Ramírez, Manuel Payno, Alfredo Chavero, Antonio García Cubas y otros miembros prominentes. Esta sociedad lo delegó en varias ocasiones como representante en México del Congreso de Americanistas celebrado en Nancy, en Luxemburgo (con Manuel Orozco y Berra), en Madrid y en París, sin embargo no llegó a asistir a ninguno. Ocupó la secretaría de la Academia Imperial de Ciencia y Literatura fundada por Maximiliano de 1865 al 12 de junio de 1866. Fue socio protector de la Sociedad Netzahualcóyotl y académico de número de la Academia Nacional de Ciencias y Literatura, fundada por Benito Juárez en 1871 para sustituir a la Academia Imperial. Desde mayo de 1872 participó activamente en la segunda etapa de El Liceo Hidalgo (1872-1882) a petición de su presidente Ignacio Ramírez. Durante la presidencia de Pimentel en 1874, formuló un nuevo reglamento que precisaba la organización de El Liceo, cuya finalidad debía ser la del adelanto de la bella literatura y de las ciencias morales en México. Sostuvo nutridas discusiones en esa asociación, de las cuales se conocen una con Ignacio Ramírez en 1872, a propósito de la poesía erótica de los griegos, y otra, en 1884, durante la tercera etapa de El Liceo, con Ignacio Manuel Altamirano sobre cuestiones de lenguaje. Formó parte de la mesa directiva de 1885 y de 1886, como secretario, con la presidencia de Altamirano. También fue socio honorario de la Sociedad Literaria La Concordia; académico de número de la Academia Mexicana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española; socio protector del Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Integró la Sociedad de Escritores Dramáticos Manuel Eduardo de Gorostiza; formó parte de la Junta de Historia establecida por el presidente Manuel González; presidió la sección de publicaciones de la Sociedad Mexicana de Agricultura; fue socio del Ateneo Mexicano de Ciencias y Artes fundado por Vicente Riva Palacio en 1882, y miembro de El Liceo Mexicano Científico y Literario.
Asimismo, Pimentel formó parte de algunas sociedades tanto de algunos estados de la República como del extranjero; en 1875, fue nombrado socio honorario de la Sociedad Queretana de Ciencias y Bellas Letras y de la sociedad llamada El Edén de Jalapa, y, en 1885, socio de la Academia Náhuatl de Texcoco la cual tenía el fin de enseñar la lengua indígena. Finalmente, fungió como socio honorario de la Sociedad Las Clases Productoras de Guadalajara. En cuanto a las extranjeras, participó en la Academia Histórica y en la Sociedad Antropológica, ambas de Nueva York; fue académico correspondiente extranjero de la Academia de la Lengua de Madrid. De sociedades francesas, perteneció, como miembro, a la Comisión de Arqueología de la Sociedad Americana de Francia; miembro titular de la Sociedad de Etnografía Americana y Oriental; miembro correspondiente de la Comisión Científica de México agregada al Ministerio de Instrucción Pública de Francia, y del Congreso Internacional de Orientalistas, así como miembro libre de la Sociedad Etnográfica de Francia.
Entre 1860 y 1873, Pimentel publicó diversos artículos en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; en 1869 colaboró en El Renacimiento y en la Revista Literaria. Semanario de Literatura y Variedades; en 1872, en El Domingo; en 1875, en El Federalista, y de 1889 a 1890 en la Revista Nacional de Letras y Ciencias. Aproximadamente alrededor de 1870 a 1890, colaboró en la sección de ciencias, artes y literatura de El Nacional y en la sección de variedades de El Siglo Diez y Nueve. Finalmente, como parte de la Sociedad Literaria La Concordia escribió en su órgano de publicación La Esperanza. En general, firmaba como “Francisco Pimentel”, aunque en ocasiones sólo ocupaba sus iniciales “F. P.”
El último periodo de vida de este autor enmarca la mayor parte de sus publicaciones, sobre todo entre 1860 y 1880. Pimentel escribió artículos y libros de temas de literatura, crítica literaria, historia de México, economía política, lingüística y filología. En estos dos últimos campos destacó, especialmente, por su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México (1862), cuyo primer tomo mereció elogios tanto nacionales como internacionales. El Instituto Imperial de Francia lo invitó en 1863 para presentar su libro en el concurso de lingüística; la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística financió el segundo tomo de la obra (1865), que premió con una medalla, y luego financió la segunda edición en tres tomos (1874-1875). Pimentel sometió a juicio su Cuadro… en el concurso de filología comparada, celebrado en París en octubre de 1876, y en el concurso de filología de Volney, convocado por el Instituto de Francia. Fue premiada en ambos casos con medalla de oro. En México, recibió elogios en los periódicos El Cronista, El Federalista, El Pájaro Verde, entre otros.
Una de sus obras más importantes en el ámbito de la literatura y de la crítica literaria, es su Biografía y crítica de los principales poetas mexicanos (1869), que fue modificando ampliamente con cada nueva edición. El proyecto original era dar una biografía y crítica de los principales autores mexicanos desde el siglo xvi hasta su época, es decir, formar una historia de la literatura mexicana. Tuvo que renunciar a ese objetivo por falta de recursos suficientes y redujo su proyecto a trabajar, por un lado, a algunos poetas y, por el otro, a ciertos prosistas; de esta suerte, cambió el título de su obra a Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México. Poetas. La publicó por primera vez en 1883, luego en 1885, y en 1890 una segunda edición aumentada. Algunos capítulos de dicha obra –como sucede con muchas otras de sus obras–, aparecieron primero en periódicos mexicanos; por ejemplo, el correspondiente a sor Juana Inés de la Cruz, vio la luz en 1869 en El Renacimiento, o la biografía del presbítero Anastasio María Ochoa y de Francisco Ortega en El Domingo en 1871 y 1872. No obstante, sólo alcanzó a cubrir el rubro de los poetas, así, en 1892, el título de la obra cambió por última vez a Historia crítica de la poesía en México.
En el área de la historia, Pimentel escribió otra obra de importancia por el matiz que revela del pensamiento decimonónico. En 1864 publicó Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México y medios de remediarla. En ella, expuso su punto de vista acerca de la “raza indígena” de México. La obra también mereció la atención de un público nacional e internacional (en Alemania, Francia, Estados Unidos; en este último se le otorgó una mención honorífica).
Finalmente, en el tema de la economía destaca La economía política aplicada a la propiedad territorial en México (1866), la cual fue tratada por José María Bassoco en el periódico La Sociedad ese mismo año. Asimismo, cabe destacar, en otros rubros, sus colaboraciones en el Diccionario Universal de Historia y de Geografía en 1855 y 1856; varios dictámenes y disertaciones que presentó en la Academia Nacional de Ciencias y Literatura, en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y en El Liceo Hidalgo. Entre éstos sobresalen el dictamen que presentó de las Fábulas de José Rosas (1872), y tres disertaciones: Disertación leída en la Sociedad Mexicana de Historia Natural (1869), en la cual defiende que la lingüística es una ciencia natural; “Observaciones de Francisco Pimentel a la disertación sobre el idioma otomí, leída en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística por el señor don Gumesindo Mendoza” (1872), y “Disertación histórica acerca de la poetisa Safo” (1872).
Es una constante en la obra de Pimentel la inclusión y publicación de discusiones con sus contemporáneos. Por ejemplo, Gumesindo Mendoza contestó las observaciones hechas por Pimentel a lo que este último respondió con una “Réplica… al señor don Gumesindo Mendoza, acerca de su disertación sobre el idioma othomí” (1872); estas polémicas se publicaron en el Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística de la República Mexicana. Por otro lado, en 1872, editó su Impugnación… al discurso sobre la poesía erótica de los griegos, que fue tema de reflexión en una de las reuniones de El Liceo Hidalgo con Ignacio Ramírez. También, Francisco Gómez Flores dio a la imprenta, en 1887, en Humorismo y crítica, una censura a la Historia crítica de la literatura y de las ciencias en México. Poetas de 1885, ante lo cual Pimentel se defendió con una “Breve impugnación a la censura…”, publicada en 1890 en la Revista Nacional de Letras y Ciencias, la cual, además, añadió en la segunda edición de Historia crítica de la literatura… de 1890. En esta misma impugnación, Pimentel se defendió dando cuenta de la crítica positiva que recibió su obra en diferentes publicaciones nacionales y extranjeras tales como El Tiempo (México, 8 de julio de 1885), La República Literaria (Guadalajara, México, 1° de marzo de 1889) y La Ilustración Española y Americana (Madrid, 15 de abril de 1880).
A pesar de los reconocimientos otorgados a la obra de Pimentel, ya sea en calidad de premios, de reseñas o referencias directas a su obra, en opinión de la crítica no fue un autor valorado en su época. Se ha explicado este rechazo y olvido por sus opiniones escritas acerca de los gobiernos liberales y su apoyo activo al imperio de Maximiliano, lo que provocó su expulsión de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. No hay aún estudios críticos representativos del autor o de sus obras; predomina el uso de las mismas como intertexto de otras, sobre todo de carácter filológico y, en específico, referidas a lenguas indígenas. Sin embargo, cabe atender que a fines del siglo xx y principios del xxi ha resurgido el interés. En 1990, Beatriz Garza Cuarón publicó dos artículos: “Francisco Pimentel y la lingüística mexicana” y “Francisco Pimentel, precursor de las historias de la literatura mexicana”, publicados en Homenaje a Jorge A. Suárez. Lingüística indoamericana e hispánica y en la Nueva Revista de Filología Hispánica, respectivamente. Posteriormente, Bárbara Cifuentes escribió algunos artículos revalorizando el papel de Francisco Pimentel en el libro Lenguas para un pasado, huellas de una nación. Los estudios sobre lenguas indígenas de México en el siglo xix; más adelante, en 2011, Cifuentes elaboró con Guadalupe Landa un innovador estudio titulado: “Fuentes para la reconstrucción de ‘La polémica Altamirano-Pimentel’”, en el que reúnen la transcripción de las fuentes hemerográficas y algunas bibliográficas para continuar las investigaciones sobre la polémica entre ambos autores con respecto a la traducción de Joaquín Demetrio Casasús al poema Evangelina de Henry Wadsworth Longfellow. Finalmente, en 2014 se publicó el estudio de María Eugenia Vázquez Laslop, “Distancias y coincidencias en la primera Academia Mexicana: Rafael Ángel de la Peña y Francisco Pimentel” en el libro Lenguas, estructuras y hablantes: estudios en homenaje a Thomas C. Smith Stark.
- F. P.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Academia Mexicana de la Lengua