1995 / 07 ago 2017 11:44
Nació en Apasco, Guanajuato, en 1833 y murió en la Ciudad de México en 1882. Poeta de gran popularidad en su época. Estudió leyes pero no llegó a graduarse. Combatió en defensa de la Constitución de 1857 y contra la intervención francesa alcanzando el grado de teniente coronel.
12 ago 2019 / 08 abr 2024 15:59
José Marcelino Antonio de Jesús de la Trinidad Plaza Llamas, militar, poeta y periodista, nació en Apaseo el Grande, Guanajuato, el 2 de junio de 1833, y murió en la Ciudad de México, el 26 de agosto de 1882, sus restos se encuentran en el Panteón del Tepeyac. Fue hijo de José María Plaza y María de la Luz Llamas.
Estudió en el Seminario Conciliar de México, institución donde se cursaba la carrera eclesiástica y la de jurisprudencia. Abandonó los estudios para luchar en contra de los conservadores durante la Guerra de Reforma. Benito Juárez lo nombró teniente coronel en 1862, pero tuvo que abandonar las filas del ejército liberal, pues una bala de cañón le inutilizó un pie. En 1865, fue agente de bienes nacionalizados en Querétaro por parte del Imperio Mexicano. Al poco tiempo renunció y volvió a las filas liberales en las que antes militaba, por lo que fue hecho prisionero por el gobierno de Maximiliano de Habsburgo. Participó en el sitio que las tropas republicanas pusieron en Querétaro, así como en la toma de la Ciudad de México en 1867.
En su quehacer escriturario, utilizó los seudónimos de A. P., iniciales de su nombre; como periodista, trabajó concretamente en la defensa de la Constitución de 1857 y en la promoción de las reformas liberales. Dentro de la estirpe de escritores como Ignacio Ramírez, su escritura enarboló las ideas de Voltaire y de Rousseau. Juan de Dios Peza, compañero y biógrafo, en el “Prólogo” de 1899 a Álbum del corazón (1870), dio cuenta de los periódicos en los que Plaza colaboró: La Luz de los Libres, El Horóscopo, Los Padres del Agua Fría (1856), La Idea, La Bandera Roja (1867), El Constitucional (1861), La Pluma Roja (1867), San Baltasar (1869), La Revista Mexicana. Sustituyó en La Orquesta (1861-1877) a Lorenzo Elízaga como redactor responsable (segunda época, del 1º al 16 de marzo de 1865) y luego se refugió en La Sombra (1865-1866), semanario reformista que discretamente se opuso al Segundo Imperio. Publicó sonetos satíricos en El Sable de Papá (1872) y poesías en El Torito (1873), y colaboró en La América Libre (1874), entre otros.
Plaza formó parte del grupo de escritores románticos como Manuel Acuña, Manuel M. Flores, José Rosas Moreno, Juan Díaz Covarrubias y, como algunos de ellos, escribió poesía por encargo (“Virtud y ciencia”, “16 de septiembre”, “La ciencia”, “A una actriz”) y de circunstancia (“Duerme niño”, “Al dejar el colegio”), según advierte Leandro Arellano. Se trata de un escritor crítico que ofreció muestras de una secularización lírica que cuestionó las costumbres y creencias de la sociedad de entonces. Es célebre su poema “A una ramera”, dedicado a cantar el amor.
Juan de Dios Peza, quien por confesión propia había sido durante su primera juventud un desencantado y, además, amigo de Plaza, escribió a la edad de 25 años estas opiniones favorables sobre Plaza: “Sus grandes desengaños; dolores más o menos íntimos, y el hastío que produce la contemplación de amargas realidades, han hecho de Plaza un poeta filósofo, descreído, desesperado, que sin colocarse ante los ojos el prisma color de rosa de las ilusiones, ha visto a la humanidad pequeña y viciosa y sin embozo ni miedo le ha echado en cara su pequeñez y sus vicios […]. Quien lea sus versos con detenimiento se convencerá de que si hay algo en esas hojas que amarga y que lastima como todo grito de queja; hay en cambio mucho que revela una inspiración rica y un alma tan herida como grande. / Los que juzgan a Plaza pequeño también se engañan; su extraordinaria dignidad lo ha llevado a la pobreza y en medio de las tempestades del destino es como el sándalo que aviva más su perfume en cada nueva herida que recibe […]”. El mismo Peza, en 1885, no dejó duda de su afición por este poeta, a quien le atribuyó “la intuición poderosa del verdadero genio [… que] supo sobreponerse al gusto literario de sus tiempos y produjo obras en las cuales se halla dominado el sentimiento bajo una forma agradable”.
El crítico José Muñoz Silva caracterizó a Plaza como “Liberal por principios, nunca transige con las arbitrariedades, ni mucho menos con los abusos de poder […] es un verdadero poeta, y que está muy lejos de confundirse con ese enjambre de copleros vulgares que nos aturden diariamente con sus ampulosas frases y sus rebuscados consonantes para agradar con la métrica a los partidarios de la fraseología que le sacrifican constantemente las ideas y los sentimientos”.
Antonio Plaza es un poeta del desengaño y el escepticismo que con una voz directa y en buena medida sin concesiones, criticó los engaños y las complacencias de una sociedad sometida a costumbres atávicas. Así lo demuestran poemas como “Horas negras”, “Fatalidad”, “El poeta y el fraile”, “A una ramera”, de Álbum del corazón (1870), poemario que tuvo varias reediciones. Otros escritores que han advertido la singularidad de Plaza son José Emilio Pacheco y Luis Miguel Aguilar. El primero, además de usar el epíteto de “poeta maldito” en el sentido de su conducta antisocial, lo refiere como el “poeta de las cantinas”.
Sin embargo, Antonio Plaza encerró una paradoja que acaso expone las ironías de un poeta radical dentro de una sociedad difícilmente secularizada, particularmente si consideramos que su incredulidad y beligerancia buscó al final de sus días la redención cuando, antes de su muerte y en pleno uso de razón, se reconcilió en la fe católica ante la presencia, solicitada por él, de gran número de testigos (más de doscientas personas estuvieron presentes) que “recibieron con vela en mano al Divinísimo, formándole valla desde el zaguán hasta el lecho mortuorio” (cf. “Defunción”, en La Voz de México, México, 30 ago. 1882, p. 3). Si en ocasiones la crítica de su momento fue injusta con él, no hay que olvidar que su público lector fue amplio, si consideramos el número de reediciones que tuvo su poemario.
Pablo Mora
- A.P.