Enciclopedia de la Literatura en México

El Liceo Mexicano Científico y Literario

Ángel de Campo, conocido por sus seudónimos Micrós y Tick Tack, nos relata cómo nació el Liceo Mexicano Científico y Literario en su artículo titulado México viejo, recuerdos literarios, que publicó en la primera plana del diario El Nacional, el 10 de enero de 1892. Nos dice Micrós que la idea de fundar una sociedad literaria había surgido de un grupo de jóvenes que aún no tenían la mayoría de edad, como Luis González Obregón, Adolfo Verduzco y Rocha, Rafael Mangino, José Cárdenas y el propio Micrós. El propósito del grupo cristalizó –según Micrós– en los paseos a Chapultepec, que en aquel entonces equivalía a una gira en los corredores del colegio, lugar tan acogedor para las confidencias de los estudiantes o en la habitación que hacía de biblioteca en casa de “Gonzalitos” (Luis González Obregón), uno del grupo.

El plan por ellos trazado había nacido de una señalada afición que todos tenían por las letras. Esto los condujo a una lectura de los novelistas que privaron en la época: Galdós, Pereda; de los versos de Mirón, Peza y del periódico La Libertad, cuyos colaboradores fueron escritores de primer orden. Frecuentaron las sesiones que tenían lugar los lunes en El Liceo Hidalgo, en las que escritores como Altamirano, Pimentel y Riva Palacio discutían los problemas de la literatura nacional.

Todo este ambiente que rodeó al grupo por un tiempo hizo que madurara el deseo de establecer una sociedad literaria. El primer paso que se dio fue escribir un periódico que se llamó El Reproductor; después apareció La Lira, periódico manuscrito. Más tarde se pensó en fundar el liceo. Después de discutir sobre el local donde debían efectuarse las sesiones se eligió la biblioteca de Gonzalitos. Redactóse el reglamento y tras elegir una mesa directiva se firmó el acta de instalación con “la más complicada de las rúbricas”, y para completar el cuadro “un botellón lleno de agua y un vaso indispensable para los oradores”.

El grupo aumentó poco a poco. A los nombres antes citados se añadieron los de Broockman, Alba, Michel, Castañeda, Icaza, Peña y Bustillos. El primer trabajo literario lo presentó el socio fundador Luis González Obregón, titulado “Citlalin” (leyenda azteca) y es importante señalar que los primeros trabajos de Luis González Obregón partieron, en gran parte, de sus contribuciones al Liceo Mexicano.

Este liceo, fundado el 5 de febrero de 1885 por un grupo de jóvenes, como ya se indicó anteriormente, tuvo su primer local en casa de Luis González Obregón, calle de Ortega número 21. Después ocupó un salón en la Biblioteca Nacional. Hubo veladas en una casa de la calle de Zuleta y algunas sesiones tuvieron lugar en el salón de la Sociedad de Geografía y Estadística.

El órgano que dio a conocer los trabajos realizados por los socios, tanto en el campo de las ciencias como en el de las letras, fue la revista quincenal El Liceo Mexicano, que se publicó del 15 de octubre de 1885 a octubre de 1892. Directores del periódico fueron Adolfo Verduzco y Rocha y Luis González Obregón; como redactores: Rafael Alba, José R. Aspe, Heriberto Barrón, Ángel de Campo, José Cárdenas, Ramón Castañeda, Ezequiel A. Chávez, Toribio Esquivel Obregón, Francisco A. de Icaza, Alberto Michel, Antonio de la Peña y Reyes e Ismael Torrescano. Como colaboradores: Ignacio M. Altamirano, Salvador Díaz Mirón, Gonzalo A. Esteva, Francisco Flores Gardea, Joaquín Gómez Vergara, Pablo González Montes, Juan Martín del Campo, Juan de Dios Peza, Rafael Ángel de la Peña y Ramón Valle. Fueron presidentes del liceo: Heriberto Barrón, Alberto Michel, Ezequiel A. Chávez, Rafael Alba, Jesús E. Valenzuela y José María Bustillos.

Las veladas notables que celebró el liceo fueron en honor de Altamirano cuando éste festejaba su cumpleaños y las fechas de aniversario de la instalación del liceo. Las sesiones ordinarias se efectuaron con regularidad.

El ideal predominante en torno del cual trabajaron los poetas daba el tono a sus escritos. Éste era el referente a la creación de una literatura nacional por la que se venía trabajando desde los días de la Academia de Letrán. Por ese ideal habían luchado con la pluma, Altamirano, Riva Palacio y José T. Cuéllar. El tema nacionalista sigue preocupando a Luis González Obregón que recuerda a Carpio, Pesado, Lafragua, Zarco y dice que no puede llamarles poetas nacionales como puede hacerlo con Guillermo Prieto. Dirige González Obregón un exhorto a los poetas para que “la naturaleza virgen de nuestra patria los inspire así como los rostros de los compatriotas, y para que relaten las hazañas épicas de nuestros héroes”. Y termina diciendo: “y si así lo hacen tendremos la satisfacción de que digan que el Liceo Mexicano con-tribuyó a formar nuestra literatura nacional”.[1]

De los poetas que en el liceo dieron a conocer sus obras tenemos a Juan de Dios Peza con su monólogo “¡Sola!”; al poeta potosino Manuel José Othón, pintor del paisaje norteño de nuestro país; Justo Sierra; Francisco A. de Icaza; Luis G. Ortiz; José Bustillos, que se distinguía como lector; Ángel de Campo contribuía con sus artículos de costumbres; el filósofo Ezequiel A. Chávez, el periodista José P. Rivera, Enrique Santibáñez, el poeta Balbino Dávalos y Joaquín Haro. Completaba este grupo un poeta peruano, Carlos G. Amézaga, que escribió un libro sobre el mundo literario que él conoció. Estas veladas duraron hasta el año de 1893 aproximadamente.

Merece mención pormenorizada, la velada que, en honor de Ignacio Manuel Altamirano, celebró el Liceo Mexicano la noche del 5 de agosto de 1889, cuando el maestro recibió un homenaje de gratitud por parte de sus discípulos. Esta velada, que tuvo lugar en los salones de la Sociedad de Geografía y Estadística, la presidió Enrique Fernández Granados.

Todos los discursos se encaminaron a señalar los muchos puntos sobresalientes en la larga carrera literaria del maestro. Ángel de Campo, como socio fundador, dijo: “La historia del Liceo es la historia de todas las sociedades literarias en México, en las que el maestro se ha destacado siempre como un protector y como un guía”.

Otros animadores de la velada fueron Luis G. Ortiz, Juan de Dios Peza, Luis G. Rubín, José María Bustillos, Enrique Fernández Granados, Eduardo del Valle, Ricardo Domínguez, Juan de Dios Villalón, que se presentaron con sendos poemas alusivos al viaje del maestro Altamirano a Europa.

Los discursos correspondieron a Porfirio Parra y a José P. Rivera, quien dijo “Es el maestro Altamirano el propagandista incansable de la literatura nacional”. Refiriéndose a Altamirano, Ángel Pola afirmaba: “Es una objeción viviente contra los que niegan la literatura nacional. Con ella parece haber nacido, haber pasado por la infancia y estar en la juventud”.

A Antonio de la Peña y Reyes le correspondió dar lectura a una carta que envió Justo Sierra para esta ocasión; en ella recordó la primera vez que habló con Altamirano y cuando éste lo llevó a la velada literaria de la casa de Payno en 1868, allí conoció a personalidades literarias como Prieto quien le llamó “hijo”, Ramírez quien le dio “un consejo o una broma”, Payno quien brindó con él, Riva Palacio quien le habló “del porvenir”. Así recordó paso a paso los años anteriores y dijo refiriéndose a la enseñanza de Altamirano que ésta había sido “pródiga a manos llenas, nunca reglas, siempre ejemplos”; “deslinda las condiciones de la novela nacional y hace Clemencia y El Zarco”.[2] El texto que correspondió a Manuel Gutiérrez Nájera en esta velada es de particular interés, porque coloca la personalidad polifacética de Altamirano a la luz de una nueva generación.

Fue el liceo una de las corporaciones literarias mexicanas de más larga y provechosa vida. Hacia 1890 sus socios presentaron sendos volúmenes de diferente naturaleza. Entre ellos: Breve noticia sobre los novelistas mexicanos, Anuario bibliográfico y Don Joaquín Fernández de Lizardi de Luis González Obregón; Mirtos de Enrique Fernández Granados, Dibujos y relieves de Ezequiel Chávez, Ensayos de crítica de Antonio de la Peña y Reyes, Narraciones y confidencias de Alberto Michel, Poesías de Luis G. Urbina, Lo que no debe hacerse de Gregorio Torres, Poesías de Bolaños Cacho, Cuentos de Guillermo Vigil y Ocios y apuntes de Micrós.[3]

En las actas manuscritas[4] del Liceo Mexicano Científico y Literario de los años de 1892 y 1893, puede observarse cierto descuido en las anotaciones y poca formalidad en su presentación.

En los diplomas que extendió el liceo a favor de los socios estuvieron redactados en la forma siguiente: en la parte superior un título que dice “Liceo Mexicano Científico y Literario”; a continuación el texto: “El Liceo Mexicano ha tenido a bien nombrar al señor ___________ socio activo de esta corporación.” Enseguida el lema “Constancia y fraternidad.” La fecha “México, a ________.” Rúbricas del presidente, dando el visto bueno, y del secretario.

El Liceo Mexicano Científico y Literario fue invitado por el Congreso Internacional Orientalista, presidido por Antonio Cánovas del Castillo, a las reuniones que deberían tener lugar en Madrid, Córdoba, Sevilla y Granada entre los días 29 de septiembre y 7 de octubre de 1892. Desonócese si Altamirano asistió a este congreso o si envió representante.[5]

El escritor español Enrique Olavarría y Ferrari dedicó los capítulos de su libro Presente amistoso a los socios del Liceo Mexicano.

En la sesión solemne que celebró el liceo para conmemorar su séptimo aniversario tomaron parte Ezequiel A. Chávez, Ángel de Campo, Balbino Dávalos, Juan de Dios Peza (vicepresidente honorario), José María Bustillos y Heriberto Barrón. Completó el homenaje de aniversario el cablegrama que recibió el liceo de su entusiasta animador Ignacio M. Altamirano, quien a la fecha se hallaba en Europa cumpliendo una misión diplomática. El texto del mensaje fue el siguiente: “Liceo, fe, constancia. Altamirano.” Tal vez ésta fue la última felicitación que recibió el liceo de uno de sus más conspicuos admiradores.

En la sesión solemne del 5 de febrero de 1893, presidida por el vicepresidente Juan de Dios Peza, tomaron parte: Larrañaga Portugal con su poema “El grito de la piedra”; el señor Peza, con “Riverita”; el señor Barrón, con “Hambre”; Luis G. Rubín, con “Ultratumba” y el señor Dávalos, con el artículo de aniversario. El 12 de febrero del mismo año, bajo la presidencia del socio honorario Ignacio Ojeda Verduzco, se leyeron las composiciones siguientes: “Correspondencia privada” de Ojeda Verduzco; “Tabaré, poema de Zorrilla a San Martín”, estudio de José P. Rivera; “Al fin solos”, diálogo del señor Arturo Paz. Una semana después de esta celebración, Altamirano muere en Italia y con este motivo se enluta el liceo. A partir del 5 de marzo del mismo año, dejó de llamarse Liceo Mexicano Científico y Literario para unirse al Liceo Altamirano que entonces adquirió señalada importancia.

Para 1894 la actividad literaria casi se había extinguido en la Ciudad de México. A juzgar por Olavarría y Ferrari, ausente el maestro Altamirano, su principal animador, el liceo se vio cada vez menos frecuentado y dejó de publicarse su órgano de difusión, el cual había aparecido bajo los auspicios del gobierno. 

Índice de algunos de los miembros del Liceo Mexicano Científico y Literario 

Alba Francisco, Alba Rafael, Aldazoro Gregorio, Altamirano Ignacio M., Altes Francisco, Barrón Heriberto, Barquera Jacobo M., Bobadilla Emilio, Bolaños Juan Leopoldo, Bianchi Alberto G., Bravo Bernabé, Bustillos José María, Calderón Fernando, Casasús Joaquín, Castera Pedro, Castañeda Ramón A., Corzo Manuel, Chávez Ezequiel A., Chiapa Francisco, Dávalos Balbino, Del Collado Casimiro, Del Paso Troncoso Francisco, Del Valle Eduardo, De la Peña y Reyes Antonio, De la Peña Rafael Ángel, Delgado Rafael, Díaz Mirón Salvador, De Campo Ángel, Domínguez Ricardo, Echegaray Fernando, Esquivel Obregón Toribio, Esteva Gonzalo A., Esteva José María, Fernández Granados Enrique, Flores Gardea Francisco, Gabilondo Hilario S., García Genaro, Génin Augusto, Gibbon Eduardo A., Gómez Flores Francisco, Gómez Vergara Joaquín, González Montes Pablo, González Obregón Luis, García Cubas Antonio, Gutiérrez Nájera Manuel, Glaxiola Francisco Javier, Guzmán Victoriano, Haro Joaquín, Hernández Dávalos Joaquín, Icaza Francisco A., Jesús J. F., Larrañaga Manuel, López Carlos, Macías José Miguel, Manterola Ramón, Martín del Campo Juan, Michel Alberto, Ojeda Verduzco Ignacio, Ortiz Luis G., Paz Arturo, Pagaza Joaquín Arcadio, Parra Porfirio, Paz Ireneo, Pérez Verdía Luis, Peza Juan de Dios, Pimentel Francisco, Pola Ángel, Portilla Anselmo de la, Prieto Guillermo, Rabasa Emilio, Ramírez Ignacio, Rivas José Pablo, Riva Palacio Vicente, Rivera José P., Roa Bárcena José María, Romero Félix, Rubín Luis G., Ruiz Eduardo, Salado Álvarez Victoriano, Sánchez Jesús, Santibáñez Enrique, Schultz Miguel, Sierra Justo, Sosa Francisco, Urbina Luis G., Valenzuela Jesús, E. Valle Ramón, Valvar León, Villa José Manuel, Vigil José María, Vigil Guillermo, Villalón Juan de Dios y Zárate Julio.


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Altamirano, Ignacio Manuel Bianchi, Alberto G. Castera, Pedro Collado, Casimiro del Dávalos, Balbino Delgado, Rafael Díaz Mirón, Salvador Esteva, Gonzalo A. Esteva, José María Gonzaga Urbina, Luis González Obregón, Luis Gutiérrez Nájera, Manuel Icaza, Francisco A. de Manterola, Ramón Ortiz, Luis G. Pagaza, Joaquín Arcadio Paz, Ireneo Peña, Rafael Ángel de la Peza, Juan de Dios Pimentel, Francisco Portilla, Anselmo de la Prieto, Guillermo Ramírez, Ignacio Riva Palacio, Vicente Roa Bárcena, José María Ruiz, Eduardo Sierra, Justo Sosa, Francisco Valenzuela, Jesús E. Valle, Eduardo del Valle, Ramón Vigil, José María