Enciclopedia de la Literatura en México

Joaquín Arcadio Pagaza

Ángel Muñoz Fernández
02 ago 2017 14:47

Nació en Valle de Bravo, Estado de México, en 1839 y murió en Xalapa, Veracruz, en 1918. Canónigo de la Catedral de México. Rector del Seminario de México. Obispo de Veracruz. Distinguido humanista y poeta. Una parte importante de su obra quedó inédita y se ha perdido.

José Juan Tablada
1905 / 04 ago 2017 15:12

Publica hoy Revista Moderna la máscara del egregio poeta que los árcades de Roma conocen con el nombre de pluma de Clearco Meonio. La lírica de este exquisito poeta, amante cultivador de un puro latinismo, vertida en severos moldes clásicos y castigada por un principio de rigidez estético, no es ni puede ser popular, siendo por esencia aristocrática y entrañando una pureza impenetrable para el vulgo.

No se entiende por esto que el clacisismo de Pagaza sea del de aquellos que hacen lenguaje incapaces de hacer poesía y que por ostentar un importuno giro cervantesco, resultan anquilosados, y por su vano alarde sacrifican fragancias de idea y profundidades de emoción. Hondamente sentidas, las impresiones líricas del Obispo Pagaza, son transmitidas al lector con artificio eficaz e infalible. Por el sendero virgiliano llega el poeta a maravillosas visiones, y su numen de rocas que parecían estériles, ha habido arrancar musicales y claras fuentes de poesía. La bucólica, los episodios agrícolas, los sitios rurales, no tienen secretos para él. Un idilio pastoril surge con encanto flamante al conjuro del numen; un eterno aire de amor, un ingenuo oarystis reaparece con avasalladoras magias. El numen de Pagaza se integra a la naturaleza en las intensas comuniones de un ferviente panteísmo.

Sus paisajes, honda y directamente sentidos, dejan el marco clásico, adquieren color, atmósfera y sol y el cuadro que se nos antojaba velado por cánones y sistemas, palpita y hace horizontes.

Algunas de esas poesías son impresiones de la naturaleza tan enérgicas y sugestivas como en pintura los cuadros memorables de la escuela de Barbizon.

En los cuatro rasgos de esta “máscara” no caben ni el análisis ni el elogio que merece la obra lírica de un poeta tan alto. Dejemos, pues, en la memoria del lector los tercetos de un soneto de Pagaza tan bello como el famoso “A un Poeta”, tercetos que destilan miel, gotean balsámica resina, suenan con música de frondas y envuelven el ánimo en una dulce sensación de íntimo amor y grave quietud.

“Oye… se arrastran sobre el techo herboso
los tiernos sauces con extraño brío.
Al mecerlos el viento vagaroso,
que, trayendo oleadas de rocío
por las rendijas entra querelloso;
prende el fogón, amiga, tengo frío.”

 

Fernando Cisneros
2013 / 17 sep 2017 10:39

Sacerdote y escritor. Ordenado en 1862 en Orizaba, ofició en el Sagrario Metropolitano, fue nombrado rector del seminario en 1891 y consagrado obispo de Veracruz en 1895. Del contacto profundo con la naturaleza, por haber sido párroco de Taxco, Cuernavaca y Tenango del Valle, sacó su inspiración como poeta bucólico. Heredero de la tradición clásica, fue un poeta traductor admirado por los modernistas: Balbino Dávalos, su amigo y más cercano consejero, le dedicó su traducción de un poema de Verlaine (Sagesse II, I), Gutiérrez Nájera y Justo Sierra discutieron sobre el origen de la inspiración de Pagaza, y Tablada le dedicó un texto en las “Máscaras” (1905), sección de la Revista Moderna dedicada a retratar a algún intelectual ilustre de la época. Según Conde Ortega, “el trabajo literario de Pagaza se dividió [...] entre su producción original y su labor de traductor. Virgilio fue su guía y su maestro; a través de sus ojos pudo dirigir los suyos a una contemplación de la naturaleza entrañablemente propia”. Sus textos, publicados en varias revistas de fines del XIX y principios del XX (El Renacimiento, Azul y Revista Moderna, entre otras), fueron reunidos en una Antología poética (Gobierno del Estado de México, 1969). Además de su propia obra poética, Pagaza dedicó gran parte de su vida a la traducción de Virgilio y Horacio. Las Églogas de Virgilio fueron publicadas primero en su libro Murmurios de la selva (México, Francisco Díaz de León, 1887), volumen en el que el autor incluye ensayos poéticos y poemas suyos. Algunos años más tarde apareció Algunas trovas últimas (1893), volumen que incluía versiones “mesuradamente parafrásticas” de veinticinco odas horacianas, un fragmento del libro iv de la Eneida, las versiones del latín de la égloga Nysus de Francisco Javier Alegre, así como del libro i (“Los lagos de México”) de la Rusticatio mexicana de Rafael Landívar. De 1905 es el volumen Horacio. Versión parafrástica de sus odas (Xalapa, El Progreso), mientras que en 1913 (Xalapa, Imprenta Católica) aparecieron las Obras completas de Publio Virgilio Marón, vertidas al castellano por Clearco Meonio, nombre poético de Pagaza en la Arcadia de Roma. Esta obra, cuya tirada no rebasó los veinticinco ejemplares, estuvo precedida algunos años antes por Virgilio. Traducción parafrástica de las Geórgicas, cuatro libros de la Eneida (Io, 2o, 4o y 6o) y dos Églogas (Xalapa, Luis Junco, Sucesor, 1907), edición en la que se menciona: “van añadidas algunas otras paráfrasis ya publicadas y apenas conocidas, con dos poesías originales del traductor”. Las traducciones de Pagaza fueron aclamadas no solo por sus contemporáneos mexicanos, como Dávalos y más tarde el traductor de letras clásicas Méndez Plancarte, quien lo definió como el “alma gemela” de Virgilio, sino también por Menéndez Pelayo, que se declaró “maravillado” por su Horacio. Quizá un rasgo notorio del Pagaza traductor sea la introducción deliberada de la paráfrasis, lo que le permitió dar rienda suelta a su inspiración (los 566 versos originales de las Geórgicas se convierten en 1125 en la traducción), pero también le ocasionó algunas críticas por parte de los especialistas. Para Manuel Toussaint, “se asemejaba tanto a Virgilio que era incapaz de traducirle”, mientras que para Rubén Bonifaz Nuño, gran admirador suyo, no solo por sus cualidades artísticas sino por su humanismo y apego a México, “al verter las odas de Horacio las acercó a su índole mexicana; se apropió de ellas mediante esa suerte de tendencia descolonizadora de nuestro humanismo”. En cambio, las traducciones literales de Virgilio, entre las que destacan las Églogas, constituyen para Roberto Heredia Correa “una de las traducciones más hermosas de estos poemas que tiene la lengua castellana”. Pagaza tradujo todo Virgilio en dos versiones y, como dice Quiñones Melgoza, “murió de pie ante su obra”. El homenaje que le rindieron los latinistas de la UNAM, encabezados por Sergio López Mena en 1992, da cuenta de la importancia que cobró a lo largo de los años como traductor de Virgilio y Horacio.

Bibl.: Rubén Bonifaz Nuño, “El humanismo de Joaquín Arcadio Pagaza” en S. López Mena (ed.), Homenaje a Joaquín Arcadio Pagaza, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, 23-39. || José Francisco Conde Ortega, Joaquín Arcadio Pagaza y el siglo XIX mexicano, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1991. || Balbino Dávalos, “Joaquín Arcadio Pagaza, el hombre y el poeta”, Ábside. Revista de Cultura Mexicana III:3 (1939), 8-24. || Roberto Heredia Correa, “Joaquín Arcadio Pagaza, traductor de Virgilio” en S. López Mena (ed.), Homenaje a Joaquín Arcadio Pagaza, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992, 141-157. || Sergio López Mena, “Prólogo” en Virgilio, Geórgica Tercera. Trad. de J. A. Pagaza, ed. de S. López Mena, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2001, 7-21. || José Quiñones Melgoza, “Pagaza, traductor de Horacio” en S. López Mena (ed.), Homenaje a Joaquín Arcadio Pagaza, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992,159-178. || Manuel Toussaint, “Pagaza, traductor de Virgilio”, Ábside. Revista de Cultura Mexicana III:3 (1939), 38-50.

Joaquín Arcadio Pagaza y Ordóñez nació en Valle de Bravo, Estado de México, el 9 de enero de 1839. Murió en Jalapa, Veracruz, el 11 de septiembre de 1918. Prelado católico, poeta, traductor, humanista y académico. En 1853 ingresó al Seminario Conciliar de México donde tuvo un desempeño sobresaliente. Dedicó su vida académica al estudio de las ideas neoclásicas, la gramática y el latín. En 1856 recibió la primera tonsura. De 1859 a 1860 cursó las cátedras de Derecho Civil y Teología Dogmática.

Tras ordenarse el 19 de mayo de 1862, se trasladó a Monterrey con el propósito de recibir las órdenes sagradas, pero no lo consiguió y regresó a la Ciudad de México. Un año después fue asignado cura interino en la parroquia de Real de Minas de Taxco, la cual dirigió ocho meses. Dionisio Victoria Moreno asegura que permaneció ahí hasta 1864, luego de presentar su renuncia por motivos de salud (Joaquín Arcadio Pagaza. Canto al amor, Toluca, 2006).

De 1865 a 1870 Pagaza impartió clases de Latín en el Seminario Conciliar de México. Radicó en Cuernavaca desde 1870 hasta 1872, cuando fue destinado a la parroquia de Tenango del Valle, donde residió alrededor de siete años. De febrero a abril de 1879 estuvo a cargo del Sagrario Metropolitano de la Ciudad de México. En la década de 1880 continuó ascendiendo en su carrera eclesiástica; el arzobispo Antonio de Labastida lo nombró párroco del Sagrario Metropolitano (1882); fue prebendado (1885), canónigo (1887), secretario de gobierno del Arzobispado de México (1890); secretario de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México y rector del Seminario (1892). A los 54 años fue consagrado obispo de la diócesis de Veracruz (1895), en la iglesia de La Profesa, de la Ciudad de México, que dirigió desde su sede en la Catedral Metropolitana de Jalapa hasta el día de su muerte.

El primer género en el que incursionó fue la poesía, en su época de seminarista. En la capital, el padre José María Silva mostró algunos sonetos de Pagaza entre sus amigos, Rafael Ángel de la Peña, Alejandro Arango y Escandón y el padre Tirso Rafael de Córdoba. Sin revelar quién era el autor, sólo comentó que los versos pertenecían al padre Gómez, de Tenango del Valle. Más adelante, por iniciativa de Tirso Rafael de Córdoba, el periódico La Voz de México decidió publicarlos. En 1879 escribió el poema inconcluso “Siluetas contemporáneas”, que Joaquín Antonio Peñalosa difundió en Estilo. Revista de Cultura en 1944.

La Academia Mexicana de la Lengua lo nombró miembro correspondiente en 1883 y poco después fue miembro de número, en sustitución de Alejandro Arango y Escandón. El 4 de septiembre tomó posesión de la silla ii.

Entre sus obras sobresale el soneto “¡Murió Alejandro, honor de los pastores!”, incluido en las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Real Española (1883) y en el periódico El Tiempo. De 1886 a 1891 se conocieron sus traducciones de Virgilio, de Horacio, del libro primero de Rusticatio mexicana, del padre Rafael Landívar, y la traducción parafrástica de Niso, égloga latina del padre Francisco J. Alegre, en las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española, tomo iii. En 1887 publicó los Murmurios de la selva, con prólogo de Rafael Ángel de la Peña, en la imprenta de Francisco Díaz de León. Dos años después escribió el poema “Reto” y otros textos en Corona literaria ofrecida al ilustrísimo señor doctor don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, dignísimo arzobispo de México, en su jubileo sacerdotal (México, 1889). Ese mismo año, la Academia de la Arcadia de Roma le otorgó el título de árcade romano y el seudónimo de Clearco Meonio, derivado de Kléarcos, discípulo de Aristóteles, y de Maiónios, originario de Meonia, provincia de Asia Menor y patria de Homero.

Para 1890, el padre Lucio Estrada publicó de forma anónima el extenso poema de Pagaza, María: fragmentos de un poema descriptivo de la Tierra Caliente, en la Tipografía de La Voz de México. Tres años más tarde, Pagaza dio a la prensa Algunas trovas últimas, texto con traducciones de Horacio, Virgilio, Francisco Javier Alegre y Rafael Landívar, así como poesías originales (México, 1893). Y Marcelino Menéndez y Pelayo incluyó “Los lagos de México. Libro primero del poema latino titulado Rusticatio mexicana, del padre Rafael Landívar, S. I. Versión parafrástica de don Joaquín Arcadio Pagaza”, en el primer tomo de la Antología de poetas hispanoamericanos (1893), preparada por la Real Academia Española. Ahí, Menéndez y Pelayo reconoció al poeta como “uno de los más acrisolados versificadores clásicos” de su tiempo. En 1894 la Antología de poetas mexicanos, reunida por Casimiro del Collado y José María Roa Bárcena para la Academia Mexicana de la Lengua consideró siete sonetos del padre Pagaza.

En 1896 fue parte del V Concilio Provincial de México. Para 1905 publicó Horacio. Versión parafrástica de sus odas, en los talleres de El Progreso, de Concepción V. de Mendizábal, en Jalapa, Veracruz. Y en 1913 la Imprenta Católica de Jalapa sacó a la luz el primer tomo de las Obras completas de Publio Virgilio Marón, traducidas por Pagaza, con las Bucólicas, las Geórgicas y los cuatro primeros libros de la Eneida. Mientras el segundo tomo estaba en pruebas, dicha imprenta fue destruida a causa del movimiento revolucionario.

Luego del ataque norteamericano al puerto de Veracruz en 1914 Pagaza ayudó a sus feligreses. De 1915 a 1916, rechazó la posibilidad de exiliarse a causa de la inseguridad, las implacables persecuciones y los despojos en el país. Ofició su última misa el 15 de julio de 1918 y cayó en coma el 30 de ese mes. Murió el 11 de septiembre de ese año en su sede episcopal.

Pagaza fue miembro del Liceo Mexicano Científico y Literario (1885). Y en 1886 integró la segunda Arcadia Mexicana, junto a Plotino Rhodakanaty, José Vera, Manuel Agoitia, José Muñoz, Carlos Servo, Felipe Torres y José Monroy.

Hasta la fecha se sabe que sus poemas se publicaron en periódicos como La Voz de México (“Es hoy tu día, mayoral querido”, “A la entrada del invierno”, “Al terminar el día”, “¿A dónde te encaminas, y tan presto”, “Mirad, pastores… ¡cuántos los enojos!”, “Oye pastor, inútiles tus quejas”, “A mi urraca” y “Yo os quiero preguntar, señor vicario”, por ejemplo); El Tiempo (“Dicen que el Tracio fue tan inspirado”, “Crece de un mar en la desierta playa”, “Lleno de amor, negado a las querellas” y “¡Bestia cruel… Demonio… ¿Es un bocado?”, 1884), El Mundo Ilustrado, El Renacimiento (2ª época), El Liceo Mexicano.

En su siglo, la obra de Pagaza destacó en general por su estilo culto y por el uso de vocablos antiguos, refinados y sonoros. La crítica decimonónica coincidió en destacar la pulcritud y erudición del verso pagaciano. Manuel Gutiérrez Nájera reconoció que Pagaza “ha[bía] embellecido las versiones castellanas de Virgilio y Horacio” (El Duque Job, “Don Andrés Quintana Roo”, en El Partido Liberal, t. xvi, núm. 2 629, 17 de diciembre de 1893, p. 1). Asimismo, Artemio del Valle Arizpe lo consideró como “el primero de nuestros bucólicos”, “hombre de relevantes prendas”, “insigne humanista que tradujo y parafraseó a Horacio y a Virgilio en composiciones perfectas, de elegancia insuperable, que no perdieron el ritmo fácil y claro de los originales” (Por la vieja calzada de Tlacopan, México, 1937). No faltaron las opiniones favorables de Hilarión Frías y Soto, José María Vigil, Manuel José Othón, José Juan Tablada y Rafael Ángel de la Peña, entre muchos más.

En el siglo xx, principalmente se rescató su papel como traductor de Virgilio; ya sea en discursos o pequeños prólogos, plumas como la de Alfonso Reyes, Alberto María Carreño, Mariano Silva y Aceves, Balbino Dávalos, Manuel Toussaint, Gabriel Méndez Plancarte y María del Carmen Millán, por ejemplo, coincidieron en valorar a Pagaza como un alto representante del humanismo grecolatino del siglo xix. Asimismo, Sergio López Mena distinguió la incorporación de valores y formas propios de la tradición grecolatina a la tarea de construir la reciente nación mexicana (Perfil de Joaquín Arcadio Pagaza, México, 1996). Tarsicio Herrera Zapién, por su parte, escribió un estudio sobre la poesía del padre Pagaza, en el cual lo reconoció como un excelente clasicista y precursor del Idilio salvaje de Manuel José Othón, en Pagaza, clasicista y precursor del idilio salvaje (México, 1990).

Seudónimos:
  • Clearco Moenio

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Fecha de ingreso: 1900