Enciclopedia de la Literatura en México

Manuel Payno

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 02 ago 2017 14:57

Nació en 1820 y murió en 1894 en la Ciudad de México. Participó en la guerra contra Estados Unidos. En varias ocasiones fue Ministro de Hacienda. Preso en San Juan de Ulúa durante la intervención francesa. Diputado y senador. Fue cónsul en Santander y cónsul general en España.

 

Notas: También escribió múltiples cartas y defensas de su actuación como Ministro de Hacienda, así como numerosos artículos periodísticos y literarios, la mayoría de los cuales no han sido recopilados en libro. En relación a su fecha de nacimiento, Rober Duclas en Les Bandits de Río Frío (1979) demuestra, con diversos documentos oficiales y literarios, que nació en 1820.

 

Funcionario, cónsul, ministro, senador, que viajó por la América del Sur y Europa, se dio tiempo, entre sus labores públicas y sus tareas periodísticas, para escribir cuentos y novelas. El fistol del Diablo es obra folletinesca, arsenal de usos, trajes, dichos y preocupaciones de su época, enderezado a “divertir” y no a “moralizar” como su gran precursor Lizardi, y donde además aparece ya un elemento fantástico que haría pensar en cierta novela de Balzac. La obra fue sometida a refundiciones constantes en las ediciones sucesivas y alcanzó gran boga. En El hombre de la situación y en Tardes nubladas domina el pincel costumbrista. Su extensa y más representativa novela, Los bandidos de Río Frío, es obra episódica desigual, a veces muy divertida y a veces también enojosa, donde abundan buenos retratos y que vibra de color local. 

José Luis Martínez
1993 / 11 sep 2018 13:06

De vida tan larga como la de Guillermo Prieto, Manuel Payno (1810-1894), cuya carrera literaria se extendió en más de cincuenta años, pudo participar en las empresas de varias generaciones. Desde 1838 comenzó a colaborar con versos, artículos misceláneos, narraciones de viaje y novelas cortas en la mayoría de los periódicos y revistas literarias de la época. En unión de Prieto publicó El Museo Mexi­cano (México, 1843-1845) y la Revista Científica y Literaria de México (México, 1845) donde dio a conocer por primera vez, par­cialmente, su novela El fistol del diablo. Siguiendo la costumbre de la época, editó en 1848 un interesante Presente amistoso dedicado a las señoritas mexicanas, con el título de El Año Nuevo, en cierto modo continuador de los que con el mismo nombre publicara años antes el infortunado Rodríguez Galván. Payno escribió buena parte de su contenido, incluso una "Confesión y testamento del año de 1847" en que la ira del patriota frente a los invasores extranjeros se adivina bajo los rasgos satíricos y festivos.

Su mayor aportación literaria fue en el campo de la novela. Con El fistol del diablo, cuya primera edición en volumen (México, 1859) salió considerablemente aumentada, Payno inició en México la novela folletinesca, adaptada al ambiente mexicano, fórmula que habría de seguir con tan singular éxito Luis G. Inclán en Astucia.

Después del Periquillo y de la Quijotita de Lizardi –dice Alejandro Villaseñor y Villaseñor, biógrafo de Payno–, el Fistol era la primera novela "larga" que se publicaba en México, y retrataba, no las cos­tumbres de la época virreinal, sino los tipos y personajes que habi­taban la capital de la nueva nación; genuinamente nacional esta novela, es un verdadero archivo que guarda el recuerdo de los usos de la antigua sociedad mexicana, su lenguaje, sus refranes, trajes, preocupaciones, tendencias, etc. El estilo de esa obra no es muy correcto, la ilación de la trama no muy completa y el lenguaje no muy elevado, sin que por esto se crea que es del todo vulgar, y sin embargo, es verdaderamente agradable.

En su segunda novela, El hombre de la situación (México, 1861), Payno encontró un asunto lleno de posibilidades novelescas: el del aventurero español, tan miserable como orgulloso y emprendedor, que viene a México en busca de oro. Por una vez, Payno prefirió los lances humorísticos y satíricos a los dramáticos, y nos dejó así un retrato tan rico como gracioso de esos conquistadores sin espada que han subsistido durante cinco siglos. Si se hubiese resignado a cortar su narración cuando su héroe inicial concluye sus aventuras, nos habría legado una encantadora y perdurable novela corta. Nunca dispuesto a podar la plétora de su imaginación, continuó relatán­donos las vidas del hijo y del nieto de aquél y, si con ello trazó esa evolución de una parte de los españoles residentes en México sintetizada en el viejo refrán que dice "Padre mercader, hijo caballero, nieto pordiosero", cargó a su novela con un apéndice que le resta unidad y perfección.

Aunque en 1871 Payno publicó Tardes nubladas, un volumen de cuentos y narraciones de viaje en los que va afinándose el narrador costumbrista, la aparición de su mayor y última novela, Los bandidos de Río Frío (Barcelona, 1889-1891), firmada con el seudónimo de Un ingenio de la Corte, coincidirá con sus ochenta años de vida. Comparable en su amplitud y en su riqueza con la novela de Inclán, la obra cumbre de Payno sorprende en un hombre de su edad, pero sólo es explicable en quien así pudo acumular donaire y experien­cias. A causa, probablemente, del título que lleva la novela –que pudiera haber sido, con igual justificación, de muchas otras mane­ras– suele creerse que Los bandidos de Río Frío es solamente una infinita y truculenta narración folletinesca. Pero si su autor le puso por subtítulo "naturalista, humorística, de costumbres, de crímenes y de horrores" fue porque tal era, en verdad, su condición. Aparte de los crímenes y horrores, necesarios para sazonar una obra publicada por "entregas", la novela es una amenísima comedia humana de la vida de México, en la primera mitad del siglo xix, que incluye as­pectos de casi todas las capas sociales de la época. De Los bandidos de Río Frío podrían pues separarse no menos de una docena de novelas cortas a cual más atrayentes e ingeniosas y perfectamente diferenciadas y realizadas.

El proyecto inicial de Payno era contar la historia de una causa célebre y ruidosa en aquellos años, pero al fin, como él mismo dice, aprovechó "la oportunidad para dar una especie de paseo por en medio de una sociedad que ha desaparecido en parte, haciendo de ella, si no pinturas acabadas, al menos bocetos de cuadros sociales que parecerán hoy tal vez raros y extraños". Un fresco admirable en su conjunto y en muchos de sus detalles fue el resultado de tan copiosa digresión. La fuerza que lo organiza y que lo mueve es la fatalidad, enlazando los variados personajes de la comedia, creando acciones llenas de interés patético o humorístico y manteniendo siempre vivos los resortes dramáticos.

Nos seduce en Los bandidos de Río Frío, lo mismo que en Astucia, la verdad y cordialidad de su mexicanismo; pero nos cautiva también la desenfadada y primitiva eficacia del narrador que sabe trasmitir tal animación expresiva a las creaturas de su pluma. Na­turalmente, Payno tuvo que echar mano con frecuencia de exage­raciones grotescas en el dibujo de sus caracteres y no acertó siempre a librar su novela de meditaciones personales. Pero fue tan vasta la obra que emprendió y tan numerosas las escenas y los personajes que forjó con mano maestra, que sus caídas desaparecen entre la ri­queza del conjunto. No esperemos, pues, de su pluma ni profundidad ni corrección. Interesar y divertir era cuanto, humildemente, se pro­ponía este amable narrador, y no pudo detenerse ni en refinamientos y proporciones ni en análisis sutiles. Si nos contentamos con lo que Payno quiso darnos, tendremos que admitir que consiguió con lar­gueza su objetivo y que realizó al mismo tiempo una de las novelas fundamentales de nuestra historia literaria.

Además de numerosos escritos jurídicos, económicos, históricos y científicos y de su variada y copiosa producción periodística, Ma­nuel Payno colaboró con Riva Palacio, Mateos y Martínez de la Torre en la redacción de El libro rojo (México, 1871), editó las memorias de fray Servando Teresa de Mier (México, 1865) y narró, con donosura y agilidad, sus Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia (México, 1853); países que visitó, al igual que España, con un cargo diplomático.

Payno olvidado

En entrevista reciente, Julio Torri, el admirado autor de De fusila­mientos, afirma que "Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, es la mejor novela del siglo xix". Esta observación, en hombre de tan fino gusto literario, parece concluyente, aunque por mi parte dudaría entre otorgar este laurel a la novela de Payno o a Astucia de Luis G. Inclán. Para abundar en este segundo extremo del dile­ma, Salvador Novo escribía en 1946:

Es sobre todo su diluido, mo­desto, cautivador mensaje indirecto de llamado a la tierra; su credo de sencilla felicidad campirana; su condensación de la esencia de nuestras más auténticas virtudes, de las más dignas de salvar del naufragio, lo que hace de Astucia el arquetipo ideal del mexicano, de Inclán nuestro mayor novelista, y de su obra [...] una que ningún mexicano debería desconocer.

Muchas razones podrían argüirse a favor de la excelencia de Los bandidos de Río Frío o de las de Astucia, acaso para concluir finalmente que ambas son nuestras me­jores novelas del siglo xix. Pero ahora me interesa mucho más llamar la atención sobre la espléndida personalidad y la rica y sugestiva obra de Manuel Payno que todavía no ha merecido un estudio am­plio y comprensivo.

Sobre Payno escribieron dos contemporáneos suyos: Alejandro Villaseñor y Villaseñor, autor de los "Apuntes biográficos", útiles sobre todo por sus informaciones de primera mano, que van al frente del tomito de Novelas cortas de Payno en el volumen 36 de la Bi­blioteca de Autores Mexicanos, de Agüeros (1901), y Vicente Riva Palacio quien trazó de él una vivaz y pintoresca estampa en Los ceros (1882). Posteriormente han estudiado la obra de Payno, Fran­cisco Monterde en el "Prólogo" que puso a la selección de Artículos y narraciones de Manuel Payno (1945), volumen 58 de la Biblioteca del Estudiante Universitario; Antonio Castro Leal, en el "Prólogo" a la reedición de Los bandidos de Río Frío (1945) que figura en la Colección de Escritores Mexicanos, y quien esto escribe en el apunte sobre la obra novelística de Payno (1947) que aparece en el presente volumen. De estos estudios, el de Monterde es el más interesante porque se refiere a aspectos poco conocidos de la obra de Payno. Las referencias que se conceden a nuestro novelista en las historias literarias resumen las informaciones y juicios de los estudios más antiguos.

Por otra parte, de Payno sólo se han reimpreso en ediciones mo­dernas sus dos novelas mayores, El fistol del diablo y Los bandidos de Río Frío y la selección antes mencionada que forma parte de la Biblioteca del Estudiante Universitario. La otra novela de Payno, El hombre de la situación –una sátira llena de ironía y gracia del español que viene a "hacer la América"–, la reimprimió León Sánchez en 1929, pero esta reedición se ha vuelto casi tan rara como la original de 1861. Los demás libros de Payno: las memorias de viaje, el precioso volumen de cuentos y narraciones titulado bella­mente Tardes nubladas, los escritos históricos y los estudios económi­cos, entre estos últimos la interesante memoria sobre las Cuentas, gastos, acreedores y otros asuntos del tiempo de la intervención fran­cesa y del imperio (1868), que tantas intimidades revela de aquella trágica opereta, y finalmente, el libro menos conocido de Payno, El Año Nuevo de 1848, del cual escribió la mayor parte, inclusive una "Confesión y testamento del año de 1847", en que la ira del patriota frente a los invasores extranjeros late bajo los rasgos satíricos y festivos, nada de todo esto se ha reimpreso, muy pocos lo conocen y menos lo han estudiado con detenimiento.

Manuel Payno nació el año de la iniciación de la independencia y murió en 1894, casi en los umbrales del nuevo siglo. En este largo trayecto prefirió ser un observador irónico y un buen vividor que veía y tomaba con más escepticismo y humor que pasión los vaivenes políticos, aunque tarde o temprano, estuviese, en su puesto de pa­triota en los momentos cruciales. Su carrera política no es con mucho ejemplar y aun llegó un momento en que Altamirano pidió en el Congreso la cabeza de Payno. Las tareas en que se ocupó o las fun­ciones que sirvió fueron tan variadas como sus opiniones políticas: aduanero, militar, administrador de rentas, diplomático, experto en sistemas penitenciarios, organizador del servicio de correos, ministro de hacienda, profesor de historia patria, diputado y senador, agen­te de colonización y finalmente cónsul en España. Vio mucho mundo y lo contó con donosura, a pesar de que su mejor narración de viajes no es la de Inglaterra y Escocia ni la de Barcelona sino el encantador Viaje sentimental a San Ángel, claro trasunto de Sterne.

Riva Palacio, en su retrato de Payno que figura en Los ceros, nos dejó una de sus mejores páginas. En ella nos dibuja a don Manuel Payno, cruzados ya los setenta años, poniendo sal, pimienta y marrullería en las sesiones de la Cámara y nos hace entrever su curioso mundo personal, por ejemplo, el pintoresco museo que tenía en su casa.

Con la misma facilidad –escribió Riva Palacio– se encuentra en su habitación el castillo de San Juan de Ulúa hecho de popotes, que una borgoñota de los soldados de Francisco I; y lo mismo se puede contemplar un tejido de pluma de los días de la Malinche, que el alfiler que se ponía en la corbata el Ministro Pitt; un cálculo vesical de Zumárraga, la tabaquera de Revillagigedo o el breviario en que rezaba el Padre Margil. Las ratas embisten al­guna vez contra esos tesoros; pero Manuel Payno, que además de ser enemigo práctico de la pena de muerte, tiene una índole comple­tamente pacífica, celebra con ellas tratados de paz como los Estados Unidos con los bárbaros, y establece reservaciones, llevándoles per­sonalmente pedazos de pan y azúcar. Las ratas se civilizan a tal grado, que llegan a comer en su presencia.

Cuando Riva Palacio describe a Payno como orador, despreocu­pado de toda prosopopeya y corrección y hablando ante los padres de la patria como si estuviera en su casa charlando con amigos viejos, interrumpiendo su oración para toser, beber agua, descansar, saludar a los amigos y pedir al vecino que busque los apuntes que perdió, podemos imaginar que era así como escribía sus enormes, capri­chosas y divertidísimas novelas, añadiendo historias y sucedidos con­forme le venían al recuerdo, mezclando personajes reales y ficticios y sólo conservando de cuando en cuando una muy relativa unidad temática. Parecía escribir, efectivamente, sin un plan preconcebido y sin cuidarse de pulir, componer y retocar, acaso porque no pretendía escribir obras de arte sino sólo interesar y divertir, como un simpático abuelo que cuenta sabrosamente lo que vio, lo que vivió y lo que incesantemente imaginaba.

Seudónimos:
  • M.P.
  • el Bibliotecario
  • un Ingenio de la corte
  • Yo

Los bandidos de Río Frío

Producción:  Radio Educación
Productor: Edmundo Cepeda
Guion: Juan Manuel Soler Palavicini
Música: Vicente Morales
Género: Radionovela
Temas: Literatura. Literatura mexicana. Novela costumbrista del siglo XIX.
Participantes:
Actuación: Federico Romano, Agustín Balbanera, Virginia Vázquez, Fernando la Paz, Edith Kleiman, Pascual Caballero, José Romero Cacique, Alberto Quijano, Rebeca Rodríguez, Violet Gabriel, Benito Romo de Vivar, et al. Dirección artística. Carlos Castaño.
Fecha de producción: 1981
Duración de la serie: 08:33