En 1869 Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) publicó por entregas su primera novela, Clemencia, en la revista literaria El Renacimiento, semanario que aparecía los domingos, fundado por él y por Gonzalo A. Esteva (1843-1927).
Con la apropiación de las formas de la novela sentimental romántica y a través de algunos rasgos de la novela histórica realista, Clemencia participa de la sensibilidad de la época, ya en la configuración de los personajes ya en la descripción de los ambientes. La novela cuenta el amor de Fernando Valle, soldado del ejército republicano, por Clemencia, hermosa muchacha adinerada de una familia liberal de Guadalajara. Ubicada en 1863, en plena guerra contra la Segunda Intervención francesa (1862-1867), la trama transcurre sobre un eje axiológico cuyos polos son la traición y la lealtad. La mujer, fascinada por la belleza física de Enrique Flores, compañero de Valle en la milicia, desprecia el amor del otro. Sin embargo, hacia el final, Clemencia reconoce su error al rechazar a Valle, quien elige suplantar en el cadalso a Flores, culpable de traición por mantener correspondencia con el ejército enemigo. Fernando decide ser fusilado con el objetivo de salvar a Clemencia del dolor y evitar la aguda pena de vivir odiado por ella.
Esta obra sobresale entre la narrativa de la época porque muestra estar obedeciendo a un plan de escritura, además se distingue por su brevedad y concisión, características que no impiden una metamorfosis de los personajes a lo largo del relato. Precursora de la narrativa moderna, es considerada por algunos críticos la mejor novela decimonónica escrita en México.
La república de las letras, la revista literaria El Renacimiento
En 1869 México comenzaba una etapa anunciada como próspera y pacífica debido a la victoria del programa liberal de nación tras el fusilamiento del emperador Maximiliano y la expulsión definitiva del ejército francés, ocurridos un par de años atrás. Lourdes Franco cuenta que:
muerto Maximiliano y restaurada la república, Juárez asume la presidencia a pesar de que su periodo constitucional había terminado; convoca a elecciones al tiempo que dispone su reelección [...] en su momento [esto] provocó una crisis dentro del mismo partido liberal entre los que apoyaban a Juárez y quienes consideraban que su actitud correspondía a un golpe de estado; entre estos últimos se hallaban Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez y Vicente Riva Palacio.[1]
En este ambiente de fuerte tensión política surge el gran proyecto editorial que fundaría los cimientos de la nueva patria: El Renacimiento, cuyo esquema estaba basado en la amnistía política y la conciliación. José Luis Martínez explica que “las asociaciones culturales fueron un recurso para suplir, con la enseñanza y el estímulo mutuos, las funciones que corresponden a los institutos de cultura superior, entonces inexistentes".[2]
En la lista de colaboradores del primer tomo de la revista, estuvieron algunos de los nombres más representativos de la literatura decimonónica nacional: Ignacio Ramírez (1818-1879), Guillermo Prieto (1818-1897), Manuel Payno (1820-1894), José María Vigil (1829-1909), Vicente Riva Palacio (1832-1896), Justo Sierra (1848-1912), Francisco Sosa (1848-1925), Rafael de Zayas Enríquez (1848-1932), entre otros.
La idea detrás de este trabajo cultural era abrir un espacio para que la sociedad literaria, sin atender a sus afinidades políticas, laborara por un fin común: la construcción del Estado naciente. En este contexto artístico aparece Clemencia desde los primeros números de la publicación.
El perímetro de la historia. La Segunda Intervención francesa
Edith Negrín ha escrito que “las tramas de Altamirano siempre acontecen en bien documentadas circunstancias históricas”;[3] como hemos dicho, el contexto de esta obra es la guerra contra la Segunda Intervención francesa. Entre este acontecimiento y la publicación de la novela median seis años; sin embargo, su autor elige aquel hecho histórico y la ciudad de Guadalajara para situar a sus personajes y la trama porque el contexto de esa época es donde más fácilmente resaltan el liberalismo y el carácter republicano de Fernando Valle y la traición y mezquindad de Enrique Flores.
Al terminar la Guerra de Reforma (1858-1860) el país atravesaba por una escasez económica tan pronunciada que el gobierno del presidente Benito Juárez anunció la suspensión de pago de la deuda externa que se tenía con Francia, Inglaterra y España. Este hecho desembocó en la llegada de los ejércitos europeos para controlar las aduanas del país y recuperar sus bienes materiales. El conflicto pareció solucionarse con la firma de los tratados preliminares de La Soledad, en donde los gobiernos demandantes otorgaban un plazo para el pago. Los españoles y los ingleses ratificaron el acuerdo, pero el gobierno francés, avisado de la situación adversa nacional y consciente de contar con uno de los ejércitos más poderosos de la época, optó por la invasión armada, la cual comenzó a mediados del año 1862.
Los conservadores, enemigos del gobierno liberal de Juárez, decidieron aceptar a los franceses y apoyaron la instauración del Segundo Imperio mexicano, encabezado por el archiduque de Austria, Maximiliano de Habsburgo, quien desembarcó en Veracruz en 1864. El Imperio duraría hasta 1867, cuando Napoleón Bonaparte iii le retiró su apoyo económico.
Durante este periodo, hubo algunos liberales moderados que reconocieron el mandato de Maximiliano, lo cual terminó de escindir al grupo político al que pertenecía Altamirano, cisma que había comenzado a fraguarse desde el golpe de estado comandado por Ignacio Comonfort para derrocar la Constitución federal de 1857, documento bajo el cual había sido elegido presidente.
Al igual que Calvario y Tabor (1868) de Vicente Riva Palacio y El cerro de las campanas (1868) de Juan A. Mateos (1831-1913), la historia de Clemencia se desarrolla en el marco de esta guerra. El repudio de Altamirano por la traición y su preocupación por resaltar la importancia de la lealtad como un valor necesario en los ciudadanos de la nueva república es notable. En la novela no hay un interés visible por construir a los invasores como el peor de los males para la libertad, esa idea es un punto de partida; sin embargo, existe una elaboración compleja de opuestos que conviven dentro del bando liberal, tanto en el ámbito civil como en el militar.
La literatura nacional, un romanticismo propio
Altamirano postuló que la literatura nacional debía renunciar a la imitación de modelos extranjeros. Sin embargo, en su novela hay apropiaciones del realismo dickensiano y del Romanticismo que funcionan para construir sus ideas de nación y de ciudadano; “practicar la literatura es una de las formas más positivas de hacer patria”,[4] apunta Margo Glantz. La novela se vale de hechos históricos, una ciudad y sus costumbres precisas para exponer las condiciones de la República y la necesidad de construir una identidad nacional propia frente a la admiración de todo lo europeo. La arquitectura de los personajes posee un matiz romántico, visible por ejemplo en la caracterización del héroe Valle. Ralph E. Warner explica al respecto de la apropiación de las literaturas extranjeras en la obra de Altamirano:
Francia poseía una de las literaturas más famosas de aquel tiempo [el siglo xix] y su influencia en México, como se ve en la historia de la novela, empezó con el mismo Fernández de Lizardi. En los demás géneros literarios de México se halla también la influencia de la literatura francesa desde mucho antes de Altamirano. Por otra parte, en las Revistas literarias y en sus demás escritos críticos se encuentran referencias entusiastas a los ingleses, especialmente Sir Walter Scott y Charles Dickens, Swift y Sterne; a los norteamericanos James Fenimore Cooper y Washington Irving; a los escritores alemanes como Goethe y Hoffmann, sin mencionar sus muchas referencias a las literaturas española y latina.[5]
Vicente Quirarte advierte en el autor una conciencia sobre la utilidad de aquellos moldes literarios: “Altamirano era lo suficientemente agudo para darse cuenta de que una poesía nacionalista no debía ignorar los modelos europeos”.[6]
El Romanticismo en América Latina, a decir de Pedro Henríquez Ureña, pretendía ser no un pastiche o una copia de los modelos europeos, sino un eco de aquella actitud de liberación frente a la escuela neoclásica, lo cual podría traducirse en nuestro continente como un afán de liberación cultural consonante a la liberación política de las independencias americanas y de creación nacional. “El movimiento romántico adquirió fisonomía propia en la América hispánica. Antes que nada [...] nuestros románticos intentaron realmente deshacerse de todo canon”.[7]
Lourdes Franco ubica a Altamirano como maestro y guía de la segunda generación romántica mexicana por su esfuerzo vertido en construir los cimientos de una literatura nacional, tanto en su elaboración teórica como artística: “tras los incontables periodos de luchas e invasiones lo único que hacía falta era fomentar con entusiasmo ese fluir de ideas, de formas auténticas, originales, que le dieran a la literatura mexicana su carácter”.[8]
El Romanticismo en la escritura de Altamirano es un sustento filosófico, así lo señala Warner: “es evidente en la preocupación moral y en la consideración de la novela como libro de enseñanza que la base filosófica de las teorías de Altamirano es romántica”.[9] Las afinidades estilísticas y formales con la narrativa romántica son visibles en el cuerpo del trabajo, muestra de ello, los epígrafes de los cuentos del alemán E.T.A Hoffmann presentes en Clemencia.
Las voces que guían, los narradores
Altamirano sitúa la trama en la ciudad de Guadalajara, en diciembre de 1863, cuando tres divisiones del ejército franco-mexicano ocupan varias ciudades de la república ya que: “En pocos días, en dos meses escasos, el invasor se había extendido en el corazón del país, sin encontrar resistencia”;[10] faltaban Zacatecas y Guadalajara.
En la novela es posible encontrar, por lo menos, dos narradores. El primero habla de una reunión entre amigos que se prolonga debido a las inclemencias del clima. El anfitrión, llamado Dr. L., médico militar de treinta años, invita a los demás a permanecer en la casa y se ofrece a contarles la historia que hay detrás de dos citas de Hoffmann que adornan una de sus paredes.
Este segundo narrador se mantiene durante toda la novela, como fuente principal para saber lo que ocurrió: es el confidente de Fernando Valle. A pesar de que en un principio se configura como un personaje inmerso en la trama, a momentos parece saber cosas que sería imposible que conociera aunque hubiera sido testigo de las acciones. Esto es visible en su conocimiento de los pensamientos más profundos de los protagonistas o de algunos detalles muy específicos de acciones que ocurrieron en su ausencia. Por ejemplo, el narrador sabe qué piensa la tía de Fernando durante la primera visita de los oficiales a la casa familiar, detalle que no podría conocer de ningún modo: “Esta conversación hacía mal a Valle, y era perceptible que deseaba que no continuase. La señora lo comprendió así y se volvió para hablar con Flores”;[11] en otra escena, el narrador sabe exactamente lo que está pensando Clemencia, aunque ella no lo diga: “como la venganza que deseaba no había podido realizarse, había acabado por envilecerse el alma de Fernando hasta el grado de hacerle cometer una acción infame y espantosa [...] Todo esto pensaba Clemencia y su cólera contra Fernando no conoció límites”.[12]
El narrador es la guía a seguir para entender cómo los personajes se equivocan al juzgar al triste Valle y al ambicioso Enrique por su apariencia. En el epílogo hay una nueva voz en el relato que se presenta como el autor mismo y se disculpa por la extensión de la historia que se había anunciado como cuento pero resultó muy larga, además menciona algunos autores de cuentos largos en los que el escritor se “ampara”: Víctor Hugo, Dickens, Erkmann-Chatrian, Enrique Zschokke y el ya mencionado Hoffman.
Superar las restricciones retóricas del verso, los diálogos y el lenguaje
La novela, dividida en 37 capítulos subtitulados y un epílogo, cuenta la historia de amor entre cuatro personajes, quienes, tanto sujetos de las circunstancias como ejecutantes de sus propios vicios y virtudes, hacen avanzar la narración a un ritmo ligero y acompasado. Vicente Quirarte advierte que a Ignacio Manuel Altamirano “le toca vivir una época cuando la prosa artística comienza a superar las restricciones retóricas del verso”[13] y la novela es casi una radiografía de esa ruptura. En la descripción de algunas escenas o paisajes la escritura alcanza altos vuelos. En los capítulos dedicados a Guadalajara, escribe: “La vista no puede menos de quedar encantada al ver brotar de la llanura, como una visión mágica, a la bella capital de Jalisco, con sus soberbias y blancas torres y cúpulas, y sus elegantes edificios que brillan entre el fondo verde oscuro de sus dilatados jardines”.[14] Quirarte resume que en Altamirano “hay un poeta en prosa superior al versificador, como lo demuestran fragmentos antológicos de La navidad en las montañas o El Zarco, por no mencionar el logro artístico que es en su integridad Clemencia”.[15]
En la novela hay un empleo sugerente y sensual del lenguaje, como en la presentación del cuerpo de Clemencia: “Y luego comenzó a desnudarse y despeinarse con ayuda de una joven camarista: envolvióse después en un rico peinador blanco, que dejaba adivinar toda la riqueza y perfección de sus formas, dignas de una estatua griega”.[16] Un lenguaje, pulcro, llano y elegante domina el texto. Tales características se corresponden cabalmente con su idea de la literatura como artefacto civil destinado a las masas para la correcta asimilación del proyecto político liberal.
Emmanuel Carballo dice que: “Los puntos buenos de Altamirano como novelista tienen que ver con la estructura, el estilo correcto y fácil, la reseña de costumbres, la descripción de ambientes y la pintura del paisaje (traza el paisaje no como telón de fondo sino como elemento vivo de la obra)”.[17] La contraposición tanto de los personajes como de los eventos históricos novelados se refuerza mediante argumentaciones y opiniones expresadas en las propias voces de los personajes. En Clemencia el diálogo viste a los protagonistas.
Arquitectura de la novela: Valles y Flores, derroteros del romanticismo
Enrique Flores traiciona a la república por ambición y se posiciona a favor de la Intervención francesa; en el ámbito privado, manipula el interés que Clemencia e Isabel (los dos personajes femeninos) le manifiestan. Fernando Valle, por otro lado, tiene las características del ideal republicano: amor a la patria y una moral estoica que lo conducirá a su propio fusilamiento. Las diferencias entre los personajes no se circunscriben a la esfera de la personalidad sino también, y acaso no menos notablemente, a la de los rasgos físicos.
Los comandantes son tan disímiles entre sí como Isabel y Clemencia. Enrique Flores es caracterizado como un hombre de ojos azules, grandes bigotes rubios, “hercúleo” el tipo completo del “lion parisiense”,[18] mientras que Fernando Valle es de cuerpo raquítico y de un moreno pálido, enfermizo, que revela “una enfermedad crónica o costumbres desordenadas”.[19] Por su parte, Clemencia, nombrada por Enrique y después por el narrador la “sultana”, es de ojos negros “que hacían estremecer de deleite”, de boca sensual que tenía una “sonrisa en que se adivinan el desmayo y la sed” y un cuello que “se erguía como el de una reina”. La prima de Valle, Isabel, es de ojo azul, rubia y blanca “como una inglesa”.[20] En la novela se le atribuyen rasgos frágiles porque la trama de la obra juega con las oposiciones cifradas en las expectativas que generan las descripciones físicas de los personajes y sus actos.
La arquitectura del texto está cimentada en la repetición de paralelismos y contraposiciones, sin embargo, la novela no es reiterativa: las oposiciones no se dan en un sólo nivel. El autor insiste en el antagonismo porque es un método de contraste que da ejemplos de sus ideas, tal es el caso de Valle y Flores, los dos polos del liberalismo, la lealtad y la traición; e incluso, los modelos literarios realista y romántico. Esa recurrencia, que abre la narración y la desdobla, es la parte central del texto, ya que es la estética misma de la trama, la cual además adquiere mayor contundencia porque Altamirano “distribuye y armoniza episodios de suerte que la historia, en gradación admirable, va ganando en emoción e interés”,[21] como refiere Emmanuel Carballo.
Flores y Valle conforman uno de los contrastes significativos en la historia; generan, mediante su antagonismo, una tensión narrativa singular, tal y como sucede con el contraste entre los personajes femeninos. La novela comienza con los retratos de ambos durante una visita a la prima de Fernando, Isabel. Sobre Flores la novela explica que, “peligroso para las mujeres, era irresistible […]” y no le resultaba “difícil concluir una conquista en breves días y, a veces, en horas”.[22] Valle, por su lado, a pesar de dar “pruebas de un valor temerario”[23] resultaba “antipático para todo el mundo”,[24] y durante la visita fue eclipsado por el carácter risueño de su oponente.
Vicente Quirarte ha escrito del autor que existe una “estrecha relación entre vida y obra, entre actividad política y resultados estéticos [...] de la cual aparece un Altamirano enriquecido”,[25] haciendo de su obra narrativa una autobiografía paralela. En Clemencia, Fernando Valle es, quizá, un alter ego de Ignacio Manuel Altamirano tanto en sus rasgos físicos como en su carácter, el cual se devela ante el lector a través de diálogos con Enrique Flores, Clemencia, oficiales superiores y finalmente con el Dr. L. En ellos se muestra como un liberal: habla de progreso, hace gala de su amor a la república y de un estoico sacrificio en aras de la felicidad de Clemencia, que lo conduce a la muerte.
Enrique Flores inclinado a “los placeres de una vida sibarítica”[26] representa un código moral cuestionable durante los primeros capítulos cuando enamora a los dos personajes femeninos, y ya condenable cuando traiciona a la República revelando los planes de su ejército a los franceses. Clemencia, al descubrir que Flores no era el galante hombre del que estaba enamorada, exige saber las razones de su traición, éste le da una respuesta matizando sus acciones: “Traicionar no es la palabra […] en política estos cambios no son nuevos, y el rencor de los partidos los bautiza con nombres espantosos”.[27]
Clemencia, hija de una acomodada familia de Guadalajara, en un principio enamora con falsedad a Valle pretendiendo con ello llamar la atención de Flores, es consciente de su acto pues ella misma exclama: “¡He hecho mal en jugar así con su corazón! […] No había necesidad de este engaño”. Y más adelante, repensando sus razones dice: “Enrique, Enrique ¡yo te amo!”.[28] El episodio no carece de importancia pues Carmen Millán dice que en la obra de Altamirano aparecen “los recuerdos juveniles de olvidos y desdenes, de su orgullo herido por la indiferencia de mujeres calculadoras, frívolas, ligeras, incapaces de ver un poco más allá de la apariencia opaca de un joven indígena tímido”.[29]
Sin embargo, hacia el final de la novela, Clemencia se presenta como la hija de un liberal, cuya familia junto con la tía y la prima de Valle abandona Guadalajara antes que hacer concesiones con el ejército franco mexicano, y que reconoce en Valle sus liberales y patriotas creencias.
República de papel, las ediciones de Clemencia
En el prólogo a la quinta edición de la novela, Altamirano narra que Clemencia tuvo cuatro apariciones públicas previas a su edición definitiva. En 1869, se publicó por entregas en la revista literaria El Renacimiento. La segunda estuvo a cargo de los señores Díaz de León y Santiago White, edición lujosa en forma de libro. La tercera fue una reproducción a manera de folletín en el Grand Journal du Pérou, periódico limeño que se publicaba en francés y en español, a cargo de Rafael de Zayas Enríquez. La cuarta salió en El Ateneo de Nueva York, “periódico ilustrado y que publicaba el señor Armas, su director, con verdadera elegancia tipográfica [...] que se hizo en las columnas del primer tomo de aquel periódico”. La última edición estuvo a cargo de Filomeno Mata, impresa en un volumen único y con algunas correcciones del autor, se publicó en 1880.
Cabe señalar que, al momento de su elaboración, Clemencia se anunciaba como una parte de los Cuentos de invierno, lo cual explica la aclaración en el epílogo de la obra sobre su extensión, demasiado larga para ser considerada cuento.
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En Clemencia, obra clásica que va mucho más allá del romanticismo,nos encontramos en 1863 y el ejército francés domina cada vez más el territorio mexicano. Los liberales deben replegarse en Guadalajara, donde los comandantes Enrique Flores y Fernando Valle entran en un juego de seducción con Clemencia e Isabel. Ambas se apasionan por el carismático Flores, pero Valle se enamora de Clemencia. Cuando las tropas francesas llegan a Guadalajara, las jóvenes y sus familias tienen que huir. El lector averiguará quién de los comandantes es el traidor a la patria en esta trágica novela de amor, odio y venganza, cuya primera edición es de 1869. En El Zarco, obra póstuma (1901), la vida idílica del poblado de Yautepec es interrumpida por la llegada de los plateados, banda de criminales rigurosamente histórica. Para evitar que su hija Manuela sea raptada por los bandidos,doña Antonia pretende casarla con Nicolás, indio honesto y trabajador, a quien Manuela repudia por su fealdad.