William Shakespeare falleció el 23 de abril de 1616[1] en Stratford-upon-Avon. Dramaturgo y poeta de lo humano, su escritura ha tenido un enorme influjo sobre las letras universales, sobre todo desde finales del siglo xviii en que los escritores alemanes del Sturm und Drang retomaron su obra como modelo para sus propias creaciones. Desde entonces no ha dejado de crecer su presencia. Se le considera el autor más importante en lengua inglesa y uno de los mayores representantes de la literatura de todos los tiempos. En México su presencia ha sido constante desde mediados del siglo xix en los escenarios nacionales, en la obra y la reflexión de escritores, traductores e intelectuales.
Este artículo busca ofrecer una primera aproximación enciclopédica de la presencia de Shakespeare en México. Los primeros apartados muestran un panorama general de las representaciones, traducciones y adaptaciones de su obra realizadas por autores nacionales o avecindados en el país. A continuación se presenta un breve recuento de los trabajos críticos, académicos y literarios que la obra y la figura del dramaturgo inglés han suscitado entre escritores, investigadores y traductores mexicanos. Finalmente se informa del trabajo de difusión que distintas instituciones nacionales e internacionales han realizado en México en torno a su figura.
Representaciones durante el siglo XIX
Según escribe Olavarría y Ferrari, la Compañía del Coliseo Nuevo presentó una serie de obras para el año cómico de 1806 y 1807 entre las cuales, en mayo de 1806, aparece consignada una con el título El Otelo.[2] Lamentablemente no ofrece más información, por lo que no es posible saber si se trata de una versión de la tragedia shakespiriana o de alguna otra adaptación de Un capitano moro, del italiano Giambattista Cinthio, en la que el mismo Shakespeare podría haberse basado para el argumento de su pieza.[3] Lo que sí se conoce es que la primera traducción al español de esta pieza, realizada por Teodoro de la Calle basándose en la versión francesa de Jean-François Ducis, data de 1802.[4] La existencia de esta versión en castellano hace posible la hipótesis de que el Otelo presentado por la Compañía del Coliseo Nuevo en México pueda ser el del dramaturgo inglés, lo que la volvería el registro más antiguo de una representación de Shakespeare en México.
Por su parte Salvador Novo sostiene que no fue sino hasta 1827 que el público mexicano vería en un escenario la historia del moro de Venecia y ello gracias a la versión operística de Rossini.[5] Sin embargo, una vez más, Olavarría registra una presentación más temprana de La tragedia Otelo hacia finales de 1821, también realizada por la Compañía del Coliseo Nuevo.[6] Ese mismo año hubo una representación de Hamlet en el teatro del Coliseo Nuevo, de la que se tiene noticia gracias a una poesía dedicada al Señor Aragón en la representación de Hamlet, de autor anónimo, publicada en el Semanario Político el 28 de febrero. Así, a un ritmo bastante irregular y espaciado, fueron susiguiéndose las representaciones de obras shakespirianas en México, aunque mayoritariamente llegaron a los escenarios nacionales a través de versiones operísticas, las de Rossini, Vaccai y Verdi. Por ejemplo, en 1824, vuelve a aparecer el nombre de Otelo en el repertorio del teatro del Coliseo, alternándose su representación con obras del Siglo de Oro español y obras de otros dramaturgos como Molière, Fernández de Moratín y Manuel Eduardo de Gorostiza.[7] Dos años más tarde reapareció en el Teatro Principal; Olavarría apunta que fue “un triunfo en cada repetición”.[8]
En el año de 1827 Andrés del Castillo interpretó en el Teatro Provisional Otelo, en la versión operística de Rossini.[9] Y de nueva cuenta, en agosto de 1831, se presentó la historia del moro de Venecia, ahora por la Compañía Cómico y Trágica; en los papeles principales los españoles Bernardo Avecilla –director de la compañía y discípulo del famoso actor Isidoro Máquez– y Manuela Molina.
En los años y décadas siguientes se presentaron en México diveras versiones operísticas de las obras de Shakespeare, como Romeo y Julieta de Nicola Vaccai, Otelo de Rossini y, para finales de 1857 por primera vez Macbeth de Verdi.
La década de 1860 comenzó con la representación de Romeo y Julieta en el Teatro Nacional. Septiembre de 1865, la ópera Macbeth fue parte del tercer abono de la temporada de la Compañía Lirica, de Annibale Biacchi, en el Gran Teatro. En 1876 “una mala representación de un peor arreglo de Hamlet”[10] se presentó durante la última temporada de la compañía italiana Chizzola en el Teatro Principal. Dos años después, en 1878, se montó nuevamente la tragedia del príncipe de Dinamarca y, por primera vez, una actriz interpretó el papel principal, Giacinta Pezzana. Olavarría y Ferrari comenta lo siguiente:
En Hamlet la Pezzana estuvo muy bien, todo lo bien que puede estar una mujer, aunque sea una distinguida artista, en un papel tan difícil y tan varonil como ese. Vestida con su largo jubón negro, rizado el cabello, con la mirada extraviada pero inteligente, con el paso firme y seguro, manejando con desenvoltura la capa y la espada, tuvo soberbios momentos; en sus escenas con Ofelia, arrancó unánimes aplausos; en cambio el famoso monólogo Ser ó no ser, no fué bien comprendido por ella y pasó sin efecto alguno, siendo así que es uno de los más notables trozos de la obra. La Micheletti estuvo bien, sobre todo en la escena de la locura.[11]
A partir de este punto, como señala Salvador Novo, Hamlet comenzó a ser la tragedia de Shakespeare más representada en México.[12] En 1880 volvió a montarse, ahora con el trabajo actoral de Leopoldo Burón. Es hasta el 8 de junio de 1886 que se puso en escena por primera vez una obra de Shakespeare traducida por mexicanos, Hamlet. En los papeles principales estuvieron el mismo Burón y Josefina Duclós. Para Olavarría este arreglo fue “extraordinariamente superior al que, procedente de España, había hasta entonces representado Leopoldo Burón”, mereciendo “entusiastas y merecidos aplausos de numerosísimo público”.[13]
Representaciones en el siglo XX
En la primera mitad del siglo xx fueron pocas y espaciadas las representaciones de Shakespeare y, cuando ocurren, se montan por compañías extranjeras. A partir de la segunda mitad del siglo se multiplicaron las puestas en escena del bardo inglés por directores mexicanos. Lo anterior debido, en gran medida, a la creación de la Licenciatura en Literatura dramática y teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1959 y al crecimiento de la infraestructura teatral del país. Por ejemplo, en 1949 se presentó en el Teatro Esperanza Iris La fierecilla domada bajo la dirección de Seki Sano. Esta representación destacó por ser “un gran espectáculo mixto de comedia, pantomima, ballet y circo”.[14]
En 1954 Celestino Gorostiza dirigió el Macbeth de León Felipe en el Palacio de Bellas Artes. Un año después se presentó en el bosque de Chapultepec Como gustéis, con la dirección compartida de Raúl Cardona y Margarita Mendoza López, en la versión de la transterrada española María Luisa Algarra.
En el año de 1960 subió a los escenarios mexicanos Otelo, en versión de Salvador Novo. Se estrenó en el Teatro Xola bajo la dirección de Ignacio Retes y con Ignacio López Tarso en el papel de Otelo. Sobre la traducción, Armando de María y Campos apunta que Novo “la supo acendrar en un castellano claro, poético, llameante”.[15] Algunos meses después se presentó Hamlet en la Sala Chopin, con dirección de Raúl Cardona y en versión de Francisco Sánchez Mayans, la mejor hasta ese momento, según Armando de María y Campos, desde la realizada en 1886 por Manuel Pérez Bibbins y Francisco López Carvajal.[16]
En 1962 volvió a presentarse Hamlet, esta vez dirigida por Marco Antonio Montero y traducida por Emilio Carballido. La representación se llevó a cabo en el Puente de Xalitic, Xalapa. De la traducción, Marcela del Río apunta que fue ideal para los fines de difusión cultural que perseguía.[17] El año siguiente se presentó Romeo y Julieta, con la traducción de Antonio Castro Leal y la dirección de Ignacio Retes en el Teatro Hidalgo. Para conmemorar el iv centenario del nacimiento de William Shakespeare en 1964, el Instituto Nacional de Bellas Artes programó la puesta en escena de varias obras del dramaturgo en diversos recintos. Entre ellas, El rey Lear, bajo la dirección de Seki Sano y traducción de Salvador Novo; Hamlet, dirección y traducción en prosa de Álvaro Custodio, representada en el Ex convento de San Agustín de Acolman; y La tempestad dirigida por José Solé en el Teatro Hidalgo. Un año después Dagoberto Guillaumin dirigió Troilo y Cresida, en traducción de Luis Cernuda en el Teatro Comonfort.
En la década de los ochenta destacan dos puestas en escena: en 1981 El rey Lear, dirección de Salvador Garcini en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la Universidad Nacional Autónoma de México y La fierecilla domada, dirección de José Luis Ibáñez, traducción y adaptación de Carlos Solórzano, en el Teatro Hidalgo. Malkah Rabell comenta que “en la adaptación y traducción de Carlos Solórzano, [se] reduce[n] los cinco actos originales a dos. Lo que permite un ritmo más ágil más dinámico [así fue escrito en el original], y sobre todo un concepto más moderno de la construcción dramática”.[18]
En el siglo xxi se han representado, entre otras versiones realizadas por mexicanos, las de Alfredo Michel Modenessi: El vano afán de amor en 2000, dirigida por José Caballero; Otelo y Julio César, ambas dirigidas por Claudia Ríos, en 2009 y 2013, respectivamente; La tempestad, en 2011, dirigida por Salvador Garcini; Enrique iv, primera parte, dirigida por Hugo Arrevillaga Serrano y estrenada también en el Globe Theatre de Londres en 2012; Antonio y Cleopatra, del mismo año, dirigida por Ignacio Flores y Ricardo iii, en 2014, adaptada por Mauricio García Lozano.
La literatura de Shakespeare llegó a México después de la independencia. Salvador Novo expone los motivos que propiciaron este hecho: el monopolio que la dramaturgia de los Siglos de Oro tuvo sobre el teatro que se representaba en Nueva España y el hecho de que los propios españoles parecen haberlo ignorado hasta finales del siglo xviii.[19] En efecto, la primera versión de una pieza de Shakespeare en español, Hamleto, de Ramón de la Cruz, data de 1772.[20]
Se tiene noticia de que, entre 1821 y 1880, el público mexicano conoció por lo menos cuatro versiones distintas de Hamlet, tres cuyo traductor se desconoce y El príncipe Hamlet (1872) del español Carlos Coello.[21] El 8 de julio de 1886 se llevó a cabo la primera adaptación escrita por dos autores mexicanos, Manuel Pérez Bibbins y Francisco López de Carvajal, que la imprenta de Fernando Sandoval publicó el mismo año con el título Hamlet, arreglo a la escena española del célebre drama trágico de William Shakespeare. En esta edición se incluyó una carta que Vicente Riva Palacio dirigió a los traductores. En ella, el escritor destacó “la idea del inmortal autor del drama está respetada religiosamente, el arreglo es de buen gusto, la escena se aligera, y la versificación es tan sonora, que hay décimas que llamar calderonianas”.[22] Modenessi considera que este texto es “una de las primeras adaptaciones locales en gozar de una buena aceptación de la crítica y el público”.[23] Consta de 2,280 líneas de diálogo en verso, en las que no se reproduce la métrica libre de Shakespeare, central a la tradición del drama inglés, sino que se emplea una variedad de patrones de rima en octosílabos, endecasílabos y hexasílabos. Además, la pieza reorganiza el drama original en once escenas y suprime algunas de las más importantes, como la aparición del fantasma del padre, el enfrentamiento entre el príncipe y su madre y algunas escenas cómicas.[24]
A pesar de las numerosas puestas en escena, hay pocas traducciones mexicanas de Shakespeare durante la primera mitad del siglo xx. La mayoría de los montajes se basaban en guiones o publicaciones hechos en España y los directores de escena rara vez buscaron el apoyo de un traductor profesional. Por cuestiones prácticas, normalmente se recurría a las Obras completas (1929) que hizo el español Luis Astrana Marín, considerada la versión “estándar”.[25] Aunque posiblemente los directores, intérpretes y dramaturgos mexicanos modificaron las versiones españolas, es difícil tener noticia de ello, puesto que muchos guiones no se publicaron y las reseñas no solían concentrarse en la traducción.
Desde mediados del siglo xx comienzan a aparecer traducciones que se alejan de la preferencia general por las versiones estándar en español peninsular y buscan acercarse más al contexto y la cultura mexicanos. En la década de los sesenta, importantes dramaturgos realizaron sus propias versiones de obras de Shakespeare para publicación o montaje. Álvaro Custodio, refugiado desde 1944, escribió en su exilio en México su versión de El príncipe Hamlet (1964) y Luisa Josefina Hernández tradujo El rey Lear en 1966 para la colección Águila o Sol de la Universidad Veracruzana. León Felipe, quien llegó de España en 1939, hizo tres “paráfrasis”: Otelo o el pañuelo encantado (1960), Macbeth o el asesino del sueño (1961), No es cordero que es cordera (1974), basada en Twelfth Night. Además, recientemente se descubrió en el archivo del poeta un Hamlet inédito.[26] A pesar de que las obras están pensadas para montarse en escena, sólo dos se representaron: No es cordero… en 1953 y Macbeth en 1954. Para Juan Jesús Zaro, teórico de la traducción, en sus paráfrasis el poeta zamorano está consciente de su papel como traductor, puesto que busca la manera de inscribir el texto original en la cultura donde iban a presentarse.[27]
Antes de 1980 no existía ninguna versión de las obras del bardo editada por la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde entonces, María Enriqueta González Padilla, impulsora del Proyecto Shakespeare, ha vertido al español 21 piezas teatrales, ocho comedias, nueve tragedias y cuatro dramas históricos que el Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades ha publicado en 18 volúmenes. La empresa del Proyecto Shakespeare es una de las más sobresalientes en el ámbito hispánico. Estas traducciones, precedidas de prólogos eruditos y en las que abundan notas explicativas, son las ediciones críticas más importantes de la obra del dramaturgo inglés que hayan aparecido en México y muchas han sido objeto de montajes y lecturas dramatizadas. La Universidad Nacional Autónoma de México también ha publicado, de manera independiente al Proyecto, Hamlet, príncipe de Dinamarca (2005) en versión de Juan José Gurrola y los Sonetos (2002), en versión del poeta yucateco Fernando Marrufo. Estos últimos pueden consultarse en el sitio Descarga Cultura de la Univesidad Nacional Autónoma de México, leídos por Raúl Ortiz y Ortiz en inglés y por Hernán Lara Zavala en español.
Las obras de Shakespeare se han traducido a otras lenguas de México. En 1991, un grupo de escritores p'urhépechas conformado por Lucas Gómez Bravo, Gilberto Jerónimo Mateo, Felipe Chávez Cervantes y Rafael Ambrosio Victoriano vertieron Hamlet a su lengua. La traducción se estrenó el año siguiente en Zocán con actores de la comunidad Angaguan y tuvo representaciones en Morelia, Pátzcuaro y Colima. El texto se publicó en 1992, editado por el Instituto Michoacano de Cultura. En el siguiente apartado bilingüe se ofrece información más extensa sobre esta traducción.[28]
Tomás Segovia tradujo Shakespeare. La invención de lo humano, de Harold Bloom, uno de los estudios contemporáneos más prestigiosos acerca de la obra del dramaturgo inglés. Un año después de haber vertido al español los numerosos fragmentos del bardo que aparecen en el libro de Bloom, Segovia publicó su versión completa de Hamlet para la colección Shakespeare por Escritores de la editorial panamericana Norma. Coordinado por el argentino Marcelo Cohen, este proyecto encomendó la versión en español de distintas obras del bardo a escritores y no a traductores académicos, con la intención de que el resultado se alejara de la literalidad y reflejase la pluralidad de matices dialectales de Hispanoamérica. En palabras de Juan Villoro, el Hamlet de Segovia “se sitúa en la zona intermedia donde la traducción rinde sus mejores frutos: ni esclava de un mimetismo arcaico ni deseosa de seguir los dictados del presente”.[29] La Universidad Autónoma Metropolitana junto con Ediciones Sin Nombre la reeditó en 2009 como parte de la Colección Mascarón y, cuatro años después, publicó otra traducción del proyecto Shakespeare por Escritores: Vida y muerte del rey Juan, en versión del poeta Pedro Serrano.
El mexicano Alfredo Michel Modenessi es uno de los traductores más importantes de Shakespeare al español. Ha traducido gran parte de las piezas del escritor inglés para montaje y contribuyó en la reedición del teatro completo coordinada por Ángel Luis Pujante para la editorial Espasa. En el segundo volumen (2012) aparecen sus versiones de La comedia de los enredos y Afanes de amor en vano y en el tercero (2015) sus traducciones de la segunda y tercera parte de Enrique iv. Sobre su propia labor, el investigador opina que “el propósito primario de un texto dramático es la lectura especializada del generador de teatro [...] darle vida escénica implica que, automáticamente, cada montaje es una manifestación de vigencia. El traductor es un intérprete artístico de Shakespeare, con la responsabilidad específica de crear el texto de partida para un espectáculo en otra lengua”.[30]
Los traductores mexicanos se han enfrentado con el peso de una obra universal y la han adaptado al momento y la circunstancia de la lengua, la tradición y los lectores. Valgan como ejemplo los versos que dan inicio al monólogo de Hamlet en el tercer acto “To be or not to be / that is the question”, cuya primera traducción en México de la pluma de Pérez Bibbins y Carvajal, “Problema: ser o no ser / he ahí la eterna cuestión”, ya se encontraba lejos de la polémica literalidad radical con la que se suelen trasladar los textos de Shakespeare a otras lenguas. Álvaro Custodio y Juan José Gurrola optaron por las más tradicionales “Ser o no ser; esa es la alternativa”[31] y “Ser o no ser, tal es el dilema”,[32] mientras que Tomás Segovia se decidió por una forma más libre: “Ser o no ser, de eso se trata”.[33]
Hamleti, juchari anapu jimpo mimixerantskua
Imani uéxurhini jimpo uánekua k’uiripu p’urhepecha uantaricha no jánaskasirampti kurhantini na enka jimpo xanatanani jápka imani k’éri ánchikuarheta enka jimpo xarhatanhapirinka k’eri karakataeri uantantskua ma enka xáni ióni jimpo tata Wiliami Shakespeare karapka: Hamleti, arhikata.
Imani ampe kurhantirani, imani ampe eranhaskani, uékani ka no uékani, k’uiripu ménk’u tsánharhint’asirampti no jakak’uni ka uánekua ampe no antarheni míntaskuarheni: ¿Na xani jukaparhaspi para jucha, para juchari ireta, ima xani k’eri uantantskua?”, “¿ampe mintsikaparini ka antits’inisi ixo jamperi uékampi péiracheni?”, “¿sesi jarhaspi o no sesi jarhaspi?”, “¿ne ka ne xáni jánkuarhesirampi, p’urhe jimpo karant’ani, juchari mimixekuani terunkustarant’ani ka xáni káni tumina urani arini ánchikuarhekatani xanatakuekani?”
Jimak’ani imani uéxurhini 1992 jimpo, “Lucasi Gómisi ka Felipe Chavesieri eratsekua jimpo, máru k’uiripu jánkuarhespti Editorial Brugueraeri ma petant’aparini juchari anapu jimpo mónharhitant’ani parika imani jimpo úpirinka juchari mimixekuani jukaparharant’ani ka petamutieri ampe eratsekua exerpent’ani na enkaxaru jántepirinka jimak’ani enka turhisicha nótki janoampka ixo juchari ekuatarhu”, uantant’ani jarhasinti tata Juan Carlos Arvide Enriquesi.
Inte tatachisi orhets’ikupti iámentu imani ánchikuarheta jimanka xáni uétarheampka ne ma k’uiripuni enka jurhimpiti jimpo xanatapirinka ts’éntatichani jorhentaani, turhisis jimpo eiankuani ampe enkaksi uantapirinka, arhistakuani na enkaksi jánkuarhepirinka ka útasi eska iámentu ampe sesi uérapirinka uápuru enkaksi jámapka Hamleti xarhatani: P’áskuarhu, Ankauani, Tsakani ka útasi Uaianharhio (enkaksi iási arhik’a Morelia). Ekaksi jini p’ukuminturhu, juátarhu isi, xarhatapka “sáni no 7 000 k’uiripu tánkuarhespti imani exepani”, orhets’ikuri míant’ani jarhasinti.
Ireneo Rojas, Ch’erani anapu, enka jimak’ani juramutipka jima Intituto Michoacano de Cultura, jima jatini jánkuarhespti eska juchari anapu jimpo míntaskuarhenapirinka na enka k’eri ma irecha Dinamarca anapu uántikunapka, k’o peru jakak’uparini eska xántespka ixo juchari echerio, ka imani eratseparini p’urhepecha jimpo karant’atkuarhespti ka tata Carlusini uantap’aspti parika ima jinteepirinka k’uiripu enka arhistakuapirinka.
Uékasirampti, ístku eska tata Wiliami Shakespiare, eska mítenapirinka na enka tumpiskatieri ma mintsita ménk’u ikichakua úmenat’apka ka imani jamperi uarhierani, no uékani amampani jeiapanekunt’ani jimpoka xani no ióni jimpo, eka uámpa notki jamperi ts’irapeni jápka, tarhaskuempani uampunt’apka ka tsínti pakarani, ka tumpiskati, ístku, uerantu jurak’unani. “Tata Felipe Chavisireni eiankuspti eska ima míntaskuarhespka eska ‘ixo Uaianharhio, eka útasi t’ápuru arhut’akata jápka, jarhaspka ma achati enka sani no ístku tapichuimpani uántikuspka, jimpoka amampani jorhenampka jakuni’, ka jimak’ani, imani mintsikaparini, uékaspkani ji sánteru mintsita jimpo ánchikuarheta, enkarini tata Ireneo kurhachepka, sési peint’ani”, uantant’astiteru teatro ampe jorhentpiri, enka jima Morelia Casona del Teatro arhikata útasi orhets’ikuka.
Nantika jimak’ani, erokaparini eska Inglaterra anapu karari mítekuarhenapirinka, “uékanixaru sani importancia jatsikuni imani xáni k’éri kararini”, eska p’urhepecha mimixekua jimpo míntaskuarhepirinka na jáxeka obra de teatro arhikata, “nak’iruka jimak’ani ji no úpkani jima antat’akuerani exeni”, uantakuarhent’asti tata Pedro Marquisi, Ch’eri Játs’ikuerini anapu ka Colegio de Michoacani anapu jánaskati; “xánk’usini míak’a eska jima jámasirampka tata Jacinto Rita, tata Valente Soto ka uáni k’uiriputeru Ankauani anapu”. Ts’ima iórhinaspti imani personaje úani, imani karakatarhu enka purhepecha jimpo mónarhitant’apkaxaru, “Lucasi Gomis ka nántika iámu k’uiriú ts’imanka Universidad Michoakanarhu tata Ireneo jinkuniksi ánchikuarheampka: Rosalinda Méndisixaru, Tsirontarhu anapu ka Albertu Medina, Chátarhu anapu”, uantastiteru ari k’éri p’urhepecha jánaskati, tata Petu.
Tanipesptiksi t’arhe ánchikuarheta; “era una locura”, eratsini jarhasinti tata Carlosi Arvide: Ma jintespti juchari anapu jimpo karant’ani ini k’éri uénhekua enka parhakpini jimpo míntaskuarhekata xáni jápka, sánteru sesi jási Castilla anapu mónharhikuntskata exent’ani ka imani jánkuarheni juchari mimixekuani jinkuni terukutarant’ani. Máteru: K’uiripuni exeant’ani ts’imanka úpirinka xukuparhant’ani eska na k’uaniampka ka jorhenkuarheni iámentu uantakua enkaksi takukatarhu jatapka. Ts’unapispti jimpoka “juchari iretaecharhu no jarhaska uantakua ka ni eratsekua actori”, k’arhanchisinti tata Carlusi. Ka utasi ima xáni k’eri xarhatakua, xani jukaparhari, xani iauani anapu uantantskua, xani ménterueni jási mimixekuarhu anapu, xani iauani anapu eratsekua enka jimpo nana Uarhichani, Petamutini, irechani ka ch’anantirakuaechani k’úmtarhu ka juátarhu uantaranapka. Isispti eska na Laertesi, Poloniusi ka Ofelia ixo jamperits’ini jupirinka arhintikuni imaeri korhokantskua ka imaeri uantakua, ka útasi sánteru, Hamletieri k’eri tsánharhikua: “Jinteini o no ne ma; jimachkasi jati…”.
Na uékae, úkuarhesti, ka na enkaxaru Arvide ampakiti jorhentpirika, ka ia enkaksi xáni sesi jimpo p’okot’askuarhenapka, antarhesptiksi iámentuecha ampakiti siranta tánhaani (enkaksi arhik’a reconocimiento) UNAMirhu ixo México anapu uératini, k’érenchekuarhu Oxford, Clevelad ka Harvard jamperi anapuecha. 1992 jimpoespti.
Hamleti, traído a nuestra cultura
Aquel año mucha gente de habla p’urhepecha recibía con estupor el estruendo del rumor de una insólita puesta en escena sobre una obra de gran calado y que de antiguo escribió William Shakespeare: Hamlet.
Ante aquella noticia, frente a aquel propósito, queriendo o sin ello, la sociedad alucinaba sin conseguir comprender mucho de lo que en torno estaba ocurriendo: “¿Cómo era valioso para nosotros y para nuestro pueblo aquel valioso texto escrito?, ¿creyendo en qué y con qué propósito buscaban hacerla llegar hasta nuestro pueblo?, ¿era bueno o malo todo aquello?, ¿quién abrigaba tal entusiasmo por traducir la obra, por adecuarla a nuestra cultura y visión, invirtiendo tanto en llevar a cabo aquella empresa?”.
En 1992 “Lucas Gómez, por inspiración de Felipe Chávez, y un equipo de colaboración se dieron a la tarea de escoger, de una de las mejores ediciones de Editorial Bruguera, la mejor versión al español para traducirla, instalarla en el esquema de la cultura local y hacer que el pensamiento del petamuti mostrara al pueblo cómo estaban las cosas siglos atrás de que arribaran a nuestro suelo los conquistadores europeos”, suele relatar Carlos Arvide Enríquez.
Fue este actor quien encabezó aquel proyecto que a todas luces requería de alguien que capacitara a los actores, transmitiera en español lo que había que decir en p’urhepecha, y vigilara y revisara el desarrollo de escena, próximo a todo lo que requiere una buena escenificación, en cada lugar en que se instaló la obra de teatro Hamlet: Pátzcuaro, Angahuan, Zacán y Morelia. Cuando se representó en la meseta, de la región serrana “asistieron a ver la obra cerca de siete mil espectadores”, según recuerda el director general de la producción.
Ireneo Rojas, de Cherán, a la sazón director del Instituto Michoacano de Cultura, desde aquel espacio de coordinación, impulsó que en nuestra lengua se mostrara la manera como el rey de Dinamarca fue muerto, buscando comparar alguna situación similar en el pueblo indígena, lo que lo llevó a mandar traducir la obra y escoger a Carlos Arvide coordinador y director de la producción y, al fin, de la puesta en escena.
Se trataba, lo mismo que trataba William Shakespeare, de que se supiera cómo el corazón de un mancebo fue conducido hasta el envenenamiento espiritual, muriendo sin conseguir perdonar a su madre por permitir que su cuñado, cuando el cuerpo de su esposo muerto aún no estaba frío en la tumba, la tomara por esposa luego que quedó viuda, lo mismo que él hubo quedado huérfano. “Tata Felipe Chávez me había referido que tenía noticia de que ‘aquí, en Uayangareo (Morelia), cuando estaba todavía dividido en cuatro señoríos hubo un hombre que había asesinado a su tío porque sostenía adulterio con su madre’; entonces, inspirado en aquel dato, quise con alimentado ahínco poner el corazón en aquella tarea que Ireneo Rojas me había pedido llevar a buen puerto”, abundó el artista, quien a la fecha mantiene vivo en Morelia el proyecto de La Casona del Teatro.
Quizá fue que en aquel tiempo, con la esperanza de que el escritor inglés se conociera, “queriendo quizá darle la justa importancia a aquel colosal escritor; que en la lengua p’urhepecha se comprendiera lo que es una verdadera obra de teatro”, cuenta Pedro Márquez Joaquín de Cheran Játs’ikureni e invetigador de El Colegio de Michoacán. “Yo no pude asistir a la representación pues era un joven estudiante, sólo recuerdo que participaban como actores Jacinto Rita y Valente Soto junto con muchos actores y actrices más de Angahuan.
Ellos fueron convocados para hacer los personajes de aquel libreto que “seguramente tradujeron al p’urhepecha Lucas Gómez, quizá la gente que trabajaba en la Universidad Michoacana con Ireneo Rojas: Rosalinda Méndez, de Tziróndaro, o Alberto Medina, de Pichátaro”, apunta el especialista sobre el pueblo p’urhepecha, tata Pedro.
Tres eran los grandes trabajos, “que era una locura”, piensa Carlos Arvide: primero era poner en la lengua de nosotros esta obra harto conocida en el mundo, escoger la mejor versión de la traducción al castellano y relacionarla adecuadamente con nuestra cultura. Otra: encontrar la gente idónea para la actuación en una obra de tal envergadura y aprenderse bien los parlamentos del guion. Ardua tarea, porque “estamos hablando de que en nuestras comunidades no existe el concepto de actor”, suspira Carlos. “Menos aún para aquella súper producción, tan costosa, tan lejana de nuestra idiosincrasia, tan distinta a nuestra cultura, por medio de la cual la nana Uarhicha (muerte), el petamuti, el cacique y el cuentacuentos bufón, fueron colocados en el monte para que hablaran”. Fue como si los mismos Laertes, Polonio y Ofelia hubieran venido hasta aquí a contarnos al oído sus sentimientos y su palabra; más aún, quizá, el sueño complejo de Hamlet: “ser o no ser; ahí está la cuestión…”.
Como sea, se realizó, y ya que en Arvide hay un excelente maestro, y el proyecto fue apoyado tan decididamente, fue buena la cosecha de importantes reconocimientos como los que vinieron de la Universidad Nacional Autónoma de México, en México, o de las universidades de Oxford, Cleveland y Harvard, en el extranjero. Era 1992.
Shakespeare como punto de partida. Adaptaciones mexicanas
Antes de la primera mitad del siglo xx, las adaptaciones mexicanas del clásico inglés más importantes son las que se realizaron al cine, especialmente la versión para la pantalla grande de Romeo y Julieta que dirigió Miguel M. Delgado. En esta versión, que data de 1943, se presenta a un Romeo, interpretado por Mario Moreno Cantinflas, que hace gala de su astucia y picardía. Esta adaptación ha sucitado el interés de algunos estudiosos como Alfredo Michel Modenessi.
En 1978 Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez fundaron el Grupo Divas, A.C., una asociación de actrices y dramaturgos con el que llevarían a escena ¿Cómo va la noche, Macbeth? Adaptación de Shakespeare, que destacó por ser una “puesta en escena de una sensibilidad femenina y lésbica hasta entonces inéditas en el teatro mexicano”.[34] En el año 2002, Jesusa Rodríguez y Luz Aurora Pimentel presentaron una nueva adaptación de Macbeth en el Teatro Julio Castillo. La obra destacó, a decir de Rodolfo Obregón, por plantearse “como un pastiche que mezcla épocas y estilos, realismo y simbología, anacronismos y referencias temporales específicas”.[35]
En el mismo recinto se estrenó en 1982 Pudo haber sucedido en Verona, una reescritura del clásico de Shakespeare Romeo y Julieta hecha por Rafael Solana. La versión plantea la historia de Romeo y Julieta como si ambos personajes se hubiesen conocido en la vejez.
Hamlet, por ejemplo de Héctor Mendoza, –se estrenó en 1983 en La Casa del Lago. En palabras de Fernando de Ita: "es una lúcida reflexión sobre la obra del dramaturgo isabelino, una penetrante meditación sobre el sentido del teatro y un amoroso reconocimiento al ser del actor como esencia de la representación teatral".[36] Héctor Mendoza reconoció que "construyó su propio texto de Hamlet",[37] pero que, al realizar esta tarea, tuvo que profanar la obra de Shakespeare; esta labor no es un acto de sublevación, sino parte de su poética: "El teatro o es una profanación perpetrada colectivamente o no es gran cosa".[38]
El 17 de junio de 1993 en el Teatro en Vecindades se estrena Quítate tú pa ponerme yo, una adaptación libre de Macbeth escrita y dirigida por Roberto Javier Hernández, “excelente propuesta escénica en la que Macbeth es el rey de los fayuqueros de Tepito, se representó en el Museo de Culturas Populares de Coyoacán”.[39]
David Olguín estrenó Clipperton en 2005. La obra buscó recrear, a partir de La tempestad, la condición política del país. Para Noé Morales se trata de “una dolorosa revisión de las utopías, de sus connotaciones y su pertinencia en la actualidad; y es de igual manera una recuperación crítica del ideario del uruguayo José Enrique Rodó”.[40] Ese mismo año se presenta en la sala Carlos Solórzano de la Universidad Nacional Autónoma de México un Hamlet, dirigido y traducido por Juan José Gurrola. La obra destacó por su riesgo escénico y porque la traducción, en palabras del propio director, se sirve de “Un español contundente, plano, certero, sin adornos como la joyería española que hemos sufrido”.[41]
Escritores mexicanos y Shakespeare
Shakespeare y su obra han sido temas de reflexión para los escritores mexicanos. Por ejemplo, en De Shakespeare, considerado como fantasma (1919) Alfonso Reyes lleva la particularidad del misterio de la identidad del dramaturgo inglés a una indagación sobre la polémica latente en la crítica literaria: la jerarquía entre la obra y su autor. El ensayo inicia con estas palabras: “Un día dieron los hombres en dudar de la personalidad de Shakespeare; en dudar de que ese Shakespeare de quien nos hablan las biografías fuera realmente el autor del teatro que corría bajo su nombre, sin la menor objeción, desde hacía más de tres siglos”.[42]
Alfonso Reyes realiza una breve exposición de las diferentes hipótesis que cuestionan la identidad de Shakespeare y el deseo de los estudiosos por resolver el enigma. Dice: "en vez de la obra shakespiriana, que surge de la pluma de un ser algo misterioso e invisible, nos daría [Lefranc] un "autor responsable", plenamente conocido, y cuyo carácter parece estar en armonía constante con la obra".[43] El ensayo finaliza recordando que "una cosa es la biografía y otra la obra artística [...], aun cuando aquélla sea un auxiliar para la interpretación de ésta, que es, al cabo, la que más importa".[44]
Rodolfo Usigli hace énfasis en la relevancia del poeta inglés para la evolución de la literatura dramática, en especial al comprender la esencia humana: “Shakespeare siente lo trágico del hombre mejor que nadie”.[45] En su ensayo "Shakespeare, voz de hombre", compilado en Las dos máscaras del teatro, Usigli reflexiona acerca la labor intelectual y artística que hicieron del dramaturgo inglés una figura trascendental: "Hamlet, Lear, Cesar, Cordelia y Romeo y Julieta [...] sus problemas y su sentido siguen vivos aún, y no pertenecen a Inglaterra solamente, sino al mundo".[46] La magnitud de la figura de Shakespeare para los artistas ha hecho de él un modelo y ejemplo, mas en este ensayo se resalta la soberbia que existe en algunos dramaturgos en su deseo por superar a Shakespeare pues, según Usigli, las aspiraciones artísticas del creador deberían radicar en su trabajo y la humildad.
Fernando del Paso ha tratado la vida y obra de Shakespeare como dos temas que no están separados del todo. Según el autor de Noticias del imperio, la curiosidad que nos lleva al teatro para conocer las tragedias de los demás es la misma que nos impulsa a querer conocer la vida de los escritores. Aún más en el caso de Shakespeare, cuya biografía es un enigma; incluso se sospecha que él no fue autor de su obra.[47] Para del Paso el nombre adquiere valor gracias a los textos –no al revés– y en cómo éste se transforma en leyenda: “Shakespeare no puede dejar de ser Shakespeare, ni siquiera en el caso de que Shakespeare no fuera el nacido y registrado con ese nombre en la partida de bautismo de la iglesia parroquial de Stratford”.[48]
Juan Villoro ofrece otra perspectiva de la obra shakesperiana en su ensayo “El rey duerme. Crónica hacia Hamlet ”. Este texto, que abre su libro De eso se trata (2007), es una de las más extensas reflexiones sobre el tema. En él –además de recuperar los apuntes que tomó en un seminario impartido por Harold Bloom sobre «la originalidad en Shakespeare»– Villoro trata la persistente discusión acerca de la identidad de Shakespeare: “Escribir como Shakespeare es una desmesura, ser Shakespeare es banal”.[49] Más adelante agrega: “Shakespeare escribió al margen de su posible estatura, sin vigilarse, movido por el placer y la urgencia, con la misma libertad con que Cervantes abandonó su pretensión de ser un dramaturgo de eminencia para divertirse con el Quijote”.[50]
Otras opiniones toman la figura y obra del dramaturgo para explicar algún aspecto de la cultura o las letras americanas. Por ejemplo, el escritor Richard Rodríguez retoma a Calibán, personaje de La tempestad, para exponer un aspecto muy discutido entre los estudiosos de la obra de Shakespeare que es su visión de América:
Los vocabularios europeos no tienen un silencio lo suficientemente rico como para describir la fuerza existente dentro de la contemplación india. Sólo Shakespeare comprendió que los indios tienen ojos. Shakespeare vio a Calibán ojeando los libros de su amo; bueno, ¿por qué no también a su amo? El mismo deseo bruto.[51]
Shakespeare en la literatura mexicana
La figura y obra de William Shakespeare se han convertido en material valioso para la creación literaria. En México hay diversos ejemplos de poesía, cuento y novela que, como homenaje o diálogo, asimilan la obra del dramaturgo inglés para mostrar la actualidad y el valor universal de su legado.
En lo que respecta a la poesía, hay testimonios del interés de la obra de Shakespeare en los modernistas. Por ejemplo, en el “Prólogo” a la obra inconclusa Dulcinea, de Jesús Urueta, se presentan como personajes a Shakespeare, Cervantes, Ofelia y el Quijote. Esta pieza inacabada se publicó en la Revista Moderna en 1901, y es quizá la primera obra teatral mexicana que incorpora al bardo de Avon como un personaje. La devoción que el grupo de intelectuales y poetas tuvieron por el dramaturgo también dejó interesantes anécdotas; por ejemplo, Luis G. Urbina (1864-1934) fue un gran conocedor de la obra shakesperiana: "... cuando se le preguntaba si conocía tal pasaje de Shakespeare contestaba prestamente "¡cómo no!" y hacía gala de recitar el pasaje íntegro en inglés”.[52]
En la obra de Urbina se citan personajes o pasajes de la obra de Shakespeare como comparativos del sentir de la voz poética. Por ejemplo, Gerardo Sáenz encuentra en el poema final de Los últimos pájaros una notable apropiación del dramaturgo inglés.[53] Por otra parte, en “La elegía de mis manos” la figura bondadosa de una mujer se contrasta con la de Lady Macbeth;[54] en "De profundis" se clama a la poesía como la amante y, para expresar tal pasión, se cita una frase de Romeo y Julieta: “No te vayas, no es tiempo todavía”.[55] De igual manera, en el poema "Suicida" Julieta y el sentir amoroso que lleva a la muerte se convierten en elementos simbólicos. En la poesía de Urbina no faltan las referencias a Hamlet, ya sea como comparativo de desesperanza o como en el poema "¡Sola!" en el que se acompaña de Ofelia y la locura, y de Julieta y la pena amorosa:
Las glorias del amor vuelan deprisa;
siempre hay una beldad llorando a un bardo;
Julieta que se queja con la brisa,
o la nevada toca de Eloísa
sobre el yerto sepulcro de Abelardo.
No puede reflejarse la esperanza
sobre tu nívea frente de camelia,
el amor es así: mal y asechanza;
que mientras Hamlet sueña en la venganza,
suspira y canta y enloquece Ofelia[56]
Hamlet adquiere un significado distinto en el poema "Íntima" cuyos versos adquieren pesimismo:
Que si en el libro de la vida leo gloria, amor, esperanza,
me digo como Hamlet, el sombrío:
“¡Bah; palabras, palabras!”[57]
Otra forma de apropiación de Shakespeare en la poesía mexicana fue mediante procedimientos como el monólogo dramático. Ladera (1934), el primer poemario de Rafael Solana, incluye una sección de poemas titulada “Festival Shakespeare”, en los que se da voz a distintos personajes como Hamlet, Ofelia y Macbeth, tal como ha señalado Jorge Mendoza Romero puede tratarse de la primera muestra de monólogos dramáticos en México.
“El fraile converso” (1913) de Alfonso Reyes es un cuento que inicia con la puesta en escena de Medida por medida de William Shakespeare. En lo que parece ser una obra de estilo realista, el autor da un giro al final para matizarlo con rasgos fantásticos, pues entra en la acción el fantasma de Shakespeare. Posteriormente apareció “La memoria de Shakespeare” de Jorge Luis Borges. El escritor argentino no sólo tenía un profundo conocimiento sobre la obra del dramaturgo inglés; además, compartía una estrecha relación intelectual y de amistad con Alfonso Reyes al que consideraba su maestro.[58] Por este motivo, se puede suponer que, como Luis Leal señala, “los cuentos-ensayos de Reyes han marcado una pauta, ya discernible en Borges y sus contemporáneos”.[59] Es significativo por lo tanto que Reyes se adelantara en llevar al cuento la figura de Shakespeare como personaje, y que después Borges diera otro matiz al tema al centrarse en la memoria del propio dramaturgo inglés en una reflexión sobre la muerte, la figura enigmática del artista y el recuerdo.
La cabeza de la hidra de Carlos Fuentes es un ejemplo de novela y diálogo con el poeta isabelino. Según el estudio de Edith Negrín, William Shakespeare es el autor más citado en la obra.[60] El escritor "imita circunstancias y palabras"[61] de algunas obras del dramaturgo inglés pero no como mero postizo sino como homenaje –a veces como parodia– y como recuperación del canon mezclándose armoniosamente con la estructura, personajes y acción de la novela; lo que demuestra el “conocimiento profundo de la obra shakesperiana”;[62] en el libro se citan diez piezas distintas del dramaturgo inglés.[63] En palabras de Edith Negrín, “El autor se ha servido del entramado del teatro de Shakespeare como si fuera un gigantesco rompecabezas del cual extrae piezas que encajan en su propio acertijo”.[64] Por ejemplo, en este diálogo se mezcla El mercader de Venecia con la referencia a México y a una de las calles de la capital mexicana: Génova.
—Good News, respondió Félix con la voz quebrada.
—ha, ha, reí. Where?
—In Genoa, murmuro Félix. I pray you, which is the way to Master’s Jew’s?
—He hath a third a Mexico, and other ventures he heath.[65]
Uno de los primeros textos críticos acerca de Shakespeare realizado en México, La Celestina y Otelo, apareció en 1957. En él, Margarita Quijano, profesora del Departamento de Letras Inglesas de la Universidad Nacional Autónoma de México, analizó las dos obras desde la perspectiva de la literatura comparada; su propósito era desmentir cierta tendencia de la crítica española que le atribuía ventajas a la obra de Rojas por encima de algunas de las principales obras de Shakespeare. Posteriormente, la investigadora dedicó otros dos libros a la obra del bardo: Hamlet y sus críticos (1962), un recuento de los juicios alrededor de una de las piezas más célebres, y Hamlet, Otelo y El rey Lear. Análisis de sus temas (1970).
Entre los participantes del Proyecto Shakespeare, coordinado por María Enriqueta González Padilla, se encuentran Luz Aurora Pimentel, Gabriel Linares, Alfredo Michel Modenessi y Federico Patán quienes han realizado los prólogos de El rey Lear (1994), Sueño de una noche de verano (1997), Macbeth (1999) y Hamlet (2000), respectivamente. En la preparación de los volúmenes han colaborado Érica Fisher Dorantes, Alejandra Luna Guzmán y Adrián Muñoz García. Todos han demostrado su profundo conocimiento en el cuidado íntegro de los tomos que, desde 1980, se publican en la colección Nuestros Clásicos, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En el desarrollo de las ediciones se trabaja en equipo a manera de seminario. El proceso consiste en la elaboración de ficheros con miras a la redacción de prólogos y notas; el análisis exhaustivo de cada fragmento antes de proceder a vertirlo al español; la traducción, para la cual normalmente se cuenta con la ayuda de un actor que provee oído y sensibilidad dramáticas al texto y, finalmente, el cuidado de la prueba de imprenta. El estudio introductorio, de treinta y cincuenta cuartillas, debe tratar las fuentes, temas, estructura, caracterización, estilo y, en general, todos los datos que puedan iluminar la lectura de la obra y su puesta en escena.
El mexicano Martín Casillas de Alba ha escrito 37 estudios monográficos sobre obras del bardo, publicados entre 2004 y 2007 por la editorial El Globo Rojo. También coordinó, junto con la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México, el primer foro-taller en línea sobre Shakespeare, dedicado a la lectura, análisis y comentario de Romeo y Julieta. Ha impartido seminarios sobre la obra del dramaturgo inglés en el Instituto Tecnológico Autónomo de México y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
Alfredo Michel Modenessi, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México, es el único mexicano miembro de la Shakespeare Association of America, la International Shakespeare Association y la International Shakespeare Conference, así como corresponsal de la World Shakespeare Bibliography. Su línea de investigación se centra en el estudio de la traducción del dramaturgo inglés en Latinoamérica y la presencia de su obra en el cine mexicano. Sus artículos se han publicado en el anuario Shakespeare Survey de la Universidad de Cambridge, y en los libros Shakespeare and the Language of Translation (2004), Latin American Shakespeares (2005) y World-Wide Shakespeares (2005), por mencionar algunos.
Más allá de los análisis específicamente literarios, en México la figura de Shakespeare ha sido objeto de estudio para numerosas disciplinas. Por ejemplo, Espacios isabelinos (2008), del escenógrafo Alejandro Luna, se centra en la arquitectura y las convenciones escénicas contemporáneas a la dramaturgia shakespiriana. La última tempestad (2000), de Carlos Antonio Sierra, rastrea cómo distintos pensadores latinoamericanos se han apropiado de esta pieza de Shakespeare.
Además, la vigencia de la obra del bardo en el ámbito académico mexicano queda constatada en las decenas de tesis acerca de Shakespeare, algunas provenientes de áreas como el psicoanálisis, la didáctica y el derecho.
Algunas de las instituciones encargadas de difundir la cultura británica en México han organizado actividades artísticas y académicas en conmemoración del iv centenario del nacimiento y la muerte de Shakespeare en 1964 y 2016, respectivamente.
El Instituto Anglo-mexicano de Cultura y el Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes celebraron los cuatrocientos años del nacimiento del Shakespeare con una serie de conferencias en inglés y en español. Además, México fue parte del itinerario del montaje de Sueño de una noche de verano y El mercader de Venecia, dirigida por David Walker, que The Shakespeare Festival Company llevó a distintas partes del mundo como parte de los festejos. Las representaciones tuvieron lugar en el Palacio de Bellas Artes.
Para 2016, el Consejo Británico, instituto encargado de la difusión de la lengua y cultura inglesas en el mundo, ha propuesto una celebración internacional de la vida y obra del escritor con el nombre de Shakespeare Vive. Las actividades para conmemorar al dramaturgo inglés en México dieron inicio en diciembre de 2015 en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, cuyo invitado de honor fue Reino Unido. A lo largo del año, tendrán lugar una serie de eventos y actividades entre los que destacan: la puesta en escena de obras de Shakespeare a cargo de la Coordinación de Teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes; conciertos como la Suite de Enrique v, interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional; ciclos de cine y literatura en la Cineteca Nacional, entre los que destaca un curso especializado coordinado por Ignacio Durán y actividades académicas como el curso que impartirá Luz Aurora Pimentel en el marco del programa Grandes Maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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