Enciclopedia de la Literatura en México

Rubén M. Campos

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 28 nov 2017 09:47

Nació en Guanajuato, Guanajuato, en 1876 y murió en la Ciudad de México en 1945. Poeta, narrador y folklorista. Profesor de la Preparatoria y la Normal. Fue cónsul en Milán. Investigador y conferencista del Museo Nacional. Fundador de la Revista Moderna y colaborador de El Demócrata, La Gaceta Musical, El Mundo Ilustrado, Nosotros, México, Vida Moderna, El Universal, El Centinela, etc.

Notas: José Juan Tablada alude a las riquezas de rima, léxico suntuoso y armonía presentes en la obra de Campos.

 

Alejandro Ortiz Bulle-Goyri
2007 / 03 ago 2017 18:58

Nació en Guanajuato, Guanajuato, y murió en Ciudad de México. Etnomusicólogo, escritor y dramaturgo, miembro del Ateneo de la Juventud. Su libro El folklore musical de las ciudades influyó notablemente en la revaloración de la música popular. Se destacó también como narrador y como dramaturgo. Escribió argumentos de ópera y obras del teatro de masas con temas prehispánicos. Impartió cursos en la Escuela Normal Preparatoria y Normal para Maestros desde 1898. Amigo de poetas  y literatos como Luis G. Urbina, Amado Nervo y José Juan Tablada, publicó en la Revista Moderna. Fue cónsul durante dos años en Milán, Italia. Laboró como investigador y conferencista en el Museo Nacional. Es autor de varios libros de relatos, cuentos, poemas y memorias: Cuentos Mexicanos (1897), La flauta de pan (1900), El bar, la vida literaria en México 1900, Claudio Oronoz (1906), Chapultepec, su leyenda y su historia (1919), y sobre todo de su célebres estudios El folklore literario de México, El folklore y la música mexicana, El folklore musical de las ciudades y La producción literaria de los aztecas. Obra dramática: Zulema, libreto para ópera (en colaboración con Ernesto Elorduy), Tlahuicole (1925) y Quetzalcóatl (1925).

José Luis Martínez
1995 / 31 jul 2017 17:01

Las primeras indagaciones folklóricas fueron de Rubén M. Campos (1876-1945) quien, además de sus obras ya mencionadas, compuso tres valiosos aunque desordenados volúmenes de esta materia: El folklore y la música mexicana (1928), El folklore literario en México (1929) y El folklore musical de las ciudades (1930), que lleva, además, ocho reconstrucciones de leyendas indígenas.

José Juan Tablada
1903 / 03 ago 2017 11:26

Una eterna sonrisa vaga sobre su máscara criolla patinada por brisas tropicales de quién sabe qué florestas cuya savia fragante lustra el brillante colorido de los versos del poeta.

Campos debutó en las columnas de la prensa de combate, entre cuyas prosas corrosivas y violentas incrustaba crónicas pintorescas llenas de sol, con ambiente de plain-air y versos entre cuyos hemistiquios se adivinaba el latido impetuoso de una sangre urente. Un regionalismo sincero salido de lo más hondo de un temperamento, perfumaba con acres aromas nativos aquellas rimas amorosas y aquellos versos panteístas cuyo numen en indolentes éxtasis se complacía, complicando la pulpa de las frutas con las voluptuosas carnalidades.

Más tarde, Rubén, a quien predestinaba su nombre para una labor exquisita de poeta artista, dejó el campo de menestrales y felíboes y sufrió en una rápida evolución la imperiosa conquista del modernismo cuyos cánones aquilatan, depuran y enaltecen la inspiración poética, obligándola a pacientes trabajos de técnica y de documentación.  En esta etapa de su vida, Rubén ha definido su personalidad y como una plantación, arraigada en el terruño, vuelve sin cesar su faz, siguiendo al esplendoroso sol de Lutecia, en su sideral carrera, deslumbrante y fecundadora.

Las últimas poesías de Campos ostentan el corte original de una personalidad que se ha encontrado y las riquezas de rima, el léxico suntuoso, la armonía de las obras sabiamente meditadas y robustamente concebidas.

En el cuento, Rubén Campos ocupa un selecto lugar y por el talento que ahí revela, por las facultades de que alardea, se afirma como un escritor maduro ya para la novela de aliento y de trascendencia.

Manuel Ugarte, el nervioso prosista y elegantísimo poeta argentino, escribió desde París una justa notación de la personalidad de Campos que transcribimos:

 Rubén Campos, de palabra lenta y armoniosa, de tez morena y ojos vivos, con un pequeño bigote de azabache a caballo sobre los labios, es el campeón de la frase perezosa, el que ve correr la vida con desdén, de codos sobre las mesas de mármol, sonriendo a grupos de mujeres virginales que pasan muy lejos entre el humo. El galope de los versos de Rubén, nos arrebata en un vértigo monstruoso donde se confunden las tiaras, los cetros y los sombreros puntiagudos de los papas, los reyes y las damas de honor de esa brumosa Edad Media donde se refugia su espíritu.

Rubén Campos tiene para mí el encanto de la espontaneidad.

Su alma está en concordancia con su corbata Lavallière, con sus crenchas largas y con su sombrero de artista. Y en el fondo de sus palabras, cuando elogia o cuando critica, no asoma nunca esa ‘maldad de oficio’ que casi todos esgrimen, con mayor o menor fuerza, para mengua de su talento.

Completa la figura moral de Campos un detalle: es un melómano, un enamorado de la música, un discreto y delicado pianista, y es de todos los poetas y escritores artistas de la nueva generación el que ejerce con más tino, más autoridad y más talento la crítica musical.

Rubén Marcos Campos Campos nació el 25 de abril de 1871 en Guanajuato, Guanajuato, y falleció el 7 de junio de 1945 en Coyoacán, Ciudad de México. A lo largo de su vida fue literato, pianista, compositor, periodista, burócrata, docente e investigador. 

Aunque no tuvo una formación académica, la vocación artística y musical de Campos se comenzó a gestar en 1882, cuando, tras haber quedado huérfano, arribó a la ciudad de León, donde fue amparado por el presbítero Arcadio Barajas, quien tenía una escuela de música en la que el futuro pianista adquirió sus primeros conocimientos. Durante esa etapa, conoció a su maestro Ramón Valle –clérigo, político, militar y escritor–, que lo adoctrinó sobre los clásicos y quien dirigía la publicación periódica El Plectro, en la cual el joven publicó sus textos iniciales.

De acuerdo con la pesquisa hecha por Miguel López López, Campos prestó sus servicios a un importante número de dependencias, entre ellas a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, a la que se incorporó aproximadamente a finales de 1897 o a partir de 1898. En ella fungió como: administrador de la Revista de la Instrucción Pública Mexicana; oficial primero de la sección de instrucción secundaria, preparatoria y profesional (1904), y oficial de Bellas Artes (1906). 

En 1910, se integró a la Universidad Nacional de México como profesor de Lengua Nacional y de Lectura Comentada de Producciones Literarias Selectas en la Escuela Nacional Preparatoria, institución en la que impartió clases hasta el 1 de enero de 1915. Un año más tarde formó parte del movimiento revolucionario, al unirse al cuerpo del Ejército de Oriente con el grado de mayor asimilado; posteriormente, fue nombrado secretario particular de Pablo González, general jefe de su brigada. Tiempo después ocupó el cargo de inspector local honorario y conservador de monumentos artísticos en Cuernavaca, Morelos. El 30 de enero de 1917 fue dado de baja del movimiento armado, tras haberlo solicitado él mismo.

Más tarde, volvió a laborar para la Secretaría de Instrucción Pública hasta 1919, cuando, en el mes de noviembre, el presidente Venustiano Carranza lo designó cónsul de México en Milán, Italia. Esto fue aprovechado por el Departamento de Bellas Artes, que lo nombró visitador de los Conservatorios, Bibliotecas e Instituciones Educativas. Campos ocupó este cargo diplomático hasta el 31 de julio de 1921. 

A su regreso, en la Ciudad de México, fue profesor de música y etnología, y continuó laborando en la Secretaría de Instrucción Pública. Finalmente, durante sus últimos años de vida fue empleado del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, para el que también escribió artículos sobre música y folclore. 

Paralelo a su desempeño en los puestos previamente mencionados, tuvo una participación sumamente activa en los círculos culturales y literarios de México. Al decir de Alicia Perales Ojeda, Rubén M. Campos fue miembro del Liceo Altamirano –asociación literaria constituida el 5 de marzo de 1893, consecuente del Liceo Mexicano Científico y Literario–, al cual también pertenecieron importantes personajes de la época, como: Justo Sierra, Victoriano Salado Álvarez, José López Portillo y Rojas, Federico Gamboa, Luis González Obregón, Juan de Dios Peza, Luis G. Urbina, Balbino Dávalos, Enrique González Martínez, José Juan Tablada, Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, Carlos Díaz Dufoo, Jesús E. Valenzuela, entre otros.

Reflejo de su significativa aportación al ámbito cultural y artístico de su tiempo es la larga nómina de publicaciones periódicas en las que Campos participó. En buena parte de sus colaboraciones conjuntó sus ideales escriturales, sus conocimientos etnográficos y musicales con su misión de periodista. De acuerdo con la búsqueda y revisión de Serge I. Zaïtzeff, el escritor guanajuatense vio aparecer sus firmas en los siguientes títulos: El Plectro (León, Guanajuato), El Partido Liberal, El Demócrata, Revista Azul, El Mundo, El Mundo Ilustrado, El Nacional, El Fígaro, La Patria, El Combate, Revista Moderna, Revista Moderna de México, El Universal, La Gaceta, Crónica (Guadalajara), El Imparcial, Gaceta Musical, El Diario del Hogar, Arte y Letras, El Entreacto, El Observador (Guanajuato), Cosmos, Revista Blanca (Guadalajara), El Diario, El Arte, El Independiente, Revistas de Revistas, Nosotros, México, Revista Nacional (Veracruz), Vida Moderna, Gladios, Revista Mexicana (San Antonio, Texas), El Universal Ilustrado, Pegaso, El Pueblo, Revista Musical de México, Zig-Zag, Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, Chapultepec, Gaceta Musical, Nuestra Ciudad, Nuestro México, Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, México Musical, Guanajuato, Boletín Latinoamericano de Música, Universidad. Mensual de Cultura Popular, El Popular, Lumen (Guanajuato), El Universal Gráfico, Actas de la primera sesión del xx Congreso Internacional de Americanistas, Pró-Cátedra (León, Guanajuato). 

Si bien Rubén M. Campos es su firma más conocida y bajo la cual publicó la mayoría de su obra, este autor utilizó, según María del Carmen Ruiz Castañeda y Sergio Márquez Acevedo, otros nombres para publicar sus textos como: Rubén Martínez o R. Martínez, en El Plectro; R. Martínez Campos, en El Plectro; Oro, en El Demócrata, El Nacional, La Patria; R.M.C., en El Folklore Literario de México, y Rudel, en El Universal Ilustrado. Además de un anagrama, Benamor Cumps, con el que se refiere a sí mismo en El bar. La vida literaria en México en 1900

Su inquietud creativa, así como los medios de producción, lo llevaron a cultivar distintos géneros, entre los que figuran: el artículo, la crónica, el cuento, el ensayo, la novela, la poesía, la ópera, el relato de viajes y las memorias. Asiduo escritor de columnas en la prensa, en la última década del siglo xix y en las dos primeras del xx destacó como autor de crónicas y cuentos, los cuales tuvieron una recepción casi inmediata, tanto por el interés que despertaron los temas tratados, como por su extensión, y el medio de producción donde aparecieron: el periódico. Por otra parte, entre la tercera y cuarta década del siglo xx , sus artículos y trabajos sobre el folclore nacional gozaron de prestigio. 

La creación literaria de Rubén M. Campos, aunque fue vasta y reconocida en su tiempo, quedó perdida en medio de páginas de diarios y revistas. Sin embargo, en la actualidad su obra ha sido revalorada, debido, mayormente, al rescate y al fino análisis que llevó a cabo Serge I. Zaïtzeff, quien publicó: Obra literaria (1983), Cuentos completos, 1895-1915 (1998), El bar. La vida literaria en México en 1900 (1996), volúmenes que además cuentan con prólogos y estudios preliminares que contextualizan y aportan nuevas lecturas de los textos literarios de Campos. 

Asimismo, Zaïtzeff estudió la recepción y poética de la primera novela de Campos: “Más sobre la novela modernista: Claudio Oronoz, de Rubén M. Campos” (1976), la cual, además, prologó en su última edición. Esta obra también fue trabajada por Roland Grass, quien, acertadamente, señaló que tanto dicha narración como el movimiento estético en el que se forjó, el modernismo, fueron armas críticas contra las fallas del proyecto moderno en el Porfiriato.

Por otra parte, una valiosa aportación es la tesis de maestría de Miguel López López, Rubén M. Campos y su obra (1964), cuyos principales méritos radican en la reconstrucción de la vida del autor guanajuatense, así como la búsqueda de piezas periodísticas y por comentar los textos que fueron impresos en forma de libros y que, no obstante, hasta el día de hoy son poco asequibles. 

Por último, existe una tesis de licenciatura presentada por José de Jesús Arenas Ruiz, Diez artículos sobre la literatura realista mexicana de Rubén M. Campos (2006), en la que su autor se dio a la tarea de contextualizar, analizar y hacer una edición anotada de un conjunto de artículos que Campos escribió sobre las obras de Ciro B. Ceballos, Heriberto Frías, Alberto Leduc, Amado Nervo, José Ferrel, Federico Gamboa, Luis G. Urbina, Manuel Larrañaga Portugal y Rafael Delgado; textos que vieron la luz el año de 1897, en el diario El Nacional. El estudio de éstos abre una de las facetas menos trabajadas del quehacer escritural de Campos: la de crítico literario. 

Los trabajos citados amplían la visión sobre la vida y la prolija producción de Rubén M. Campos y, como consecuencia, abren nuevos derroteros para su investigación, así como para la de su época, en beneficio de la historia y la cultura nacional.

Seudónimos:
  • R.M.C.
  • Rubén Martínez
  • R. Martínez
  • R. Martínez Campos
  • Oro
  • Rudel
  • Benamor Cumps

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