Desde 1928 en que aparece la Antología de la poesía mexicana moderna firmada por Jorge Cuesta y que expresa los puntos de vista de los Contemporáneos, no se había publicado en México una selección de poemas tan rigurosa y brillante como ésta de Carlos Mosiváis. Se trata de una obra que no pretende quedar bien con Dios y el Diablo, con las preferencias muy personales del antólogo y los juicios de valor que por establecidos se han vuelto lugar común. A partir del prólogo, Monsiváis da a entender claramente que su único criterio es el estético y que su actitud es inflexible: es decir, que prefiere arriesgarse antes que cometer la deslealtad de aceptar sin discutirlas las preferencias ajenas.
Si se compara con obras similares, La poesía mexicana del siglo XX se distingue por estas características: responde a una nueva toma de conciencia, la de los años sesenta, de lo que es entre nosotros el fenómeno poético; distante en el tiempo de ciertos períodos críticos y de ciertos autores venerados o deturpados con indéntica vehemencia, puede enjuiciar sin fanatismo, absolver sin remordimiento y disminuir sin complacencia. Equidistante de cualquier actitud sectaria, a favor del arte comprometido o en contra de la expresión lúdica, sitúa poetas y poemas con objetividad y depurado gusto estético.
Principia con Francisco González León (1862-1945) y concluye con Homero Aridjis, nacido en 1940. El poeta de Campanas de la tarde es una fecha brumosa y el de Mirándola dormir, una esperanza a largo plazo. Si se atiende a los textos definitivos, la antología empieza con López Velarde y termina con Bonifaz Nuño. Da señales de vida en 1916 con La sangre devota y alcanza su último gran momento con Fuego de pobres, dado a conocer en 1961. De uno a otro año, pasa revista a varias decenas de poetas significativos.