2016 / 05 dic 2017
Nostalgia de Troya es una novela escrita por Luisa Josefina Hernández. Fue publicada en 1970 por la editorial Siglo xxi, en la colección La Creación Literaria, y en 1971 recibió el Premio Magda Donato a la mejor composición narrativa de ese año. En 1986, se dio a conocer una coedición preparada por la Secretaría de Educación Pública (Colección Lecturas Mexicanas) y Siglo xxi. Finalmente, en 2003, Siglo xxi sacó a la luz su segunda edición.
La obra está dividida cronológicamente en seis capítulos y narrada por cinco voces. Cuenta la vida de René, fotógrafo, novelista y escritor de guiones de televisión, desde su niñez hasta los 35 años. Debido a que el protagonista es un viajero constante, los sucesos narrados tienen lugar en diferentes ciudades del orbe: París, Roma, Ottawa, La Habana, Ixtapan de la Sal y el Valle de México, las cuales están apoyadas visualmente con mapas insertados al inicio de cada capítulo.
La crítica define a esta novela como intimista y realista. En ella se abordan los conflictos existentes entre las relaciones de hombres y mujeres y del sujeto consigo mismo. Otros temas presentes en la novela son el desamor, la imposibilidad de convivir con el otro, el viaje como la búsqueda de uno mismo y el abandono de los seres queridos.
México en la década de los sesenta
En 1965, Josefina Hernández residía en la Ciudad de México, impartía la cátedra Teoría y Composición Dramática en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, y dos años antes, había dirigido un seminario de dramaturgia en La Habana, Cuba. Asimismo, participaba activamente en suplementos y periódicos de la época. Durante aquellos años México, gobernado por Adolfo López Mateos (1958-1964), había tenido dificultades financieras debido a que se recurrió a préstamos privados, públicos y extranjeros. No obstante, a finales de su mandato, pareció que se resolverían los principales problemas económicos. Sin embargo, se anunciaron nuevos conflictos estructurales, que durante su gobierno no se solucionaron.[1] La cultura en México había tomado nuevos bríos: se crearon varios museos como el de la Ciudad de México y el de Arte Moderno. Para ese entonces, Jaime Torres Bodet, como secretario de Educación Pública, apoyó activamente en la organización de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos.
Al tomar posesión de la silla presidencial, Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) "no intentó ya abandonar la ortodoxia desarrollista y desistió de todo intento de cambio en materia de equidad […], esta vez se presentaron problemas con la clase media. Fue en su periodo cuando el régimen tuvo que hacer frente a las manifestaciones urbanas de descontento más serias de este sector, que hasta entonces se había considerado como un sólido producto y sostén del sistema".[2]
Aunado a lo anterior, durante su mandato se hizo visible el crecimiento y el desarrollo de las ciudades más importantes del país y continuaron las migraciones del campo a la Ciudad de México; esta “concentración en ciudades del grueso de la población llevó necesariamente a que la prestación de servicios, desde el comercio hasta la educación, de la salud a los bancarios, ocupara al grueso de la población económicamente activa”.[3]
De acuerdo con Edith Negrín, Nostalgia de Troya fue escrita en 1965, pero se publicó un lustro después.[4] Este dato permite situar la obra en el mismo año de publicación de otras tres novelas de la misma autora: La primera batalla, La noche exquisita y El valle que elegimos. Junto con Nostalgia de Troya, este trío novelesco forma una tetralogía caracterizada por abordar asuntos de la clase media, y de los centros urbanos, entre otros. Así pues, como bien señaló Severino Salazar: “en la mitad de los sesenta la ciudad era un motivo ineludible, estaba en los ojos de todos los narradores”,[5] aunque, como se verá más adelante, el protagonista de Nostalgia de Troya pertenece a la clase alta y recorre tanto espacios urbanos como rurales.
Las cuatro obras antes mencionadas vieron la luz en diferentes casas editoriales, a saber: Joaquín Mortiz, la Universidad Veracruzana, ERA y Siglo xxi. Esto da pie para hablar sucintamente sobre dos puntos importantes de la producción narrativa de Luisa Josefina Hernández: en primer lugar se vislumbra, si se toman en cuenta todas las obras teatrales y narrativas publicadas antes de 1965, el trabajo constante en la escritura de Luisa Josefina Hernández durante las décadas de los cincuenta y sesenta. Por otra, permite observar que la autora de El valle que elegimos tuvo la oportunidad de publicar en diferentes imprentas nacionales, las cuales, desde entonces, contaban con prestigio y fama en el mundo literario mexicano.
Nostalgia de Troya es la novena obra narrativa de Luisa Josefina Hernández. Anteriormente la autora había dado a conocer: El lugar donde crece la hierba (1959), La plaza de Puerto Santo (1961), La calle de la gran ocasión (1963), La cólera secreta (1964), entre otras, cuyos fragmentos o primeros capítulos se insertaron por primera vez en las páginas de revistas y periódicos como La Palabra y el Hombre, Revista de la Universidad de México, Casa de las Américas y Ovaciones. Nostalgia de Troya no apareció en periódicos ni revistas, sino que directamente se publicó en formato de libro.
Al igual que El lugar donde crece la hierba, novela de tendencia psicológica e intimista, en Nostalgia de Troya se describe el mundo interno del protagonista, constantemente en conflicto consigo mismo; idea que va de la mano con lo expuesto por sus compañeros de Medio Siglo: “ella siente la inquietud de asomarse a los andamios interiores de los seres humanos, y de experimentar formalmente para escribirlos”.[6] Así como en La primera batalla, en Nostalgia de Troya reaparece la ciudad de La Habana como uno de los escenarios preferidos por la autora. Otro punto en común en la narrativa de Hernández es la ubicación geográfica en zonas rurales, que se hace presente tanto en La plaza del Puerto Santo como en la novela ganadora del Premio Magda Donato.
Como bien apuntó Martha Robles: "Lo mismo en La cólera secreta que en El valle que elegimos o en Las fuentes ocultas y Nostalgia de Troya, en su obra se advierte una misma tendencia a destacar el impulso vital de quienes se oponen a su origen buscando relaciones más interindividuales que sociales, a la manera de Ortega y Gasset".[7]
Sin embargo, a diferencia de sus predecesoras, Nostalgia de Troya es una novela de signos e imágenes, en la que se busca una Troya “perdida y simbólica, culminación de los sueños y los dolores” de la niñez de su protagonista.[8] Es, también, una historia conformada por imágenes y cuadros cristianos –recuérdese que la autora se doctoró en 1972 en Iconografía cristiana– como La Anunciación de Rogier de Van der Wayde, de la cual, la escritora se sirvió para montar la escena del segundo capítulo donde Pierre Martin y Elise esperan la llegada del hijo que traerá bienestar a la familia Duchamps.
La producción novelística de Luisa Josefina Hernández ha sido clasificada en etapas por algunos críticos como Severino Salazar, Elsa Margarita Saucedo, Gloria Prado y Martha Robles. El primero de ellos asienta que la primera época narrativa de la autora de Nostalgia de Troya oscila entre el Distrito Federal y la provincia; una ciudad en la que se adentra en los espacios pequeños y rincones, y una provincia más compleja, más actualizada, es decir, ya no será la urbe totalizadora de Carlos Fuentes ni pueblos como los de Agustín Yáñez y Juan Rulfo. En esta división se ubican: Los palacios desiertos, La cólera secreta, La noche exquisita, etcétera. La segunda época está marcada por espacios y tiempos ontológicos, en los que surgen los mitos, en lo surrealista y lo medieval, lugares propicios para la gestación de hagiografías y leyendas. Aquí se incluyen: Los trovadores (1973), Apostasía (1978), Apocalipsis cum figuris (1982), entre otras.[9]
En su tesis de doctorado, Elsa Saucedo dividió la creación narrativa de Luisa Josefina en etapas a partir de cortes cronológicos y temáticos. A la novela en cuestión, la colocó junto con Los trovadores y Las fuentes ocultas (1980) por los siguientes motivos: 1) las tres se publicaron entre 1970 y 1980, 2) expresan “una visión del mundo ético-religiosa”, y 3) replantean “los conceptos tradicionales de la religión para remitirnos a la espiritualidad desde una perspectiva de la mujer”.[10]
A decir de Gloria Prado, la división temática de las novelas de Luisa Josefina Hernández está marcada por "la vena intimista representada con los problemas familiares; la segunda, de preocupaciones sociales y la tercera en donde la fábula se nutre de imágenes de la plástica medieval y de sueños colectivos, novelas que han sido consideradas por la crítica como místicas o religiosas, pero en realidad son fábulas cósmicas".[11]
Finalmente, Martha Robles incluyó las novelas El lugar donde crece la hierba, Los palacios desiertos, La cólera secreta y, con ciertas excepciones, Nostalgia de Troya en un grupo caracterizado por las tramas de estas cuatro historias: "complejas relaciones amorosas entre protagonistas atrapados en su propio desorden: hombres y mujeres que la autora describe, mediante elementos externos, en situaciones violentas que propician el acoso que padecen. Miembros, en su totalidad, de la clase media, dispuestos a asimilar 'lo nuevo' como antagonismo de la tradición".[12]
En general, la clasificación de la obra narrativa de Hernández propuesta por la crítica fue hecha, en su mayoría, a partir de un rasgo en común: la intimidad. No sólo una intimidad en términos emocionales, sino también en términos espaciales. Novelas como Los palacios desiertos tienen el desarrollo de su historia en espacios más íntimos, pequeños: un edificio, un departamento. Mas hay que considerar que al proponer generalidades se excluyen automáticamente las singularidades. Tal es el caso de la novela en cuestión, en la que los espacios son diferentes entre sí: ciudades como Roma y Ottawa contrastan con zonas rurales como Ixtapan de la Sal y las afueras del Valle del México.
Luz Aurora Pimentel propone tres tipos de elecciones para contar una historia a partir de la figura del narrador: desde la propia perspectiva del narrador, desde la perspectiva de uno o varios personajes y desde la perspectiva neutra, es decir, alejada de toda consciencia.[13] La primera de ellas emite un juicio de valores condicionado por una moral propia: se valoran las conductas humanas a partir de lo que se debe o no hacer, lo que es bueno o malo, por el contexto o por las circunstancias de los personajes, etcétera. Para la segunda, por el contrario, existe un collage de consciencias, diversos puntos de vista que se enuncian para criticar los acontecimientos y las conductas expuestos en la narración.
Tomando en cuenta el binomio personaje-novela en Nostalgia de Troya la historia de la vida de René está contada por cinco narradores diferentes: la señora colombiana, Pierre Martin, Laura, Paul y el propio René, los cuales, a su vez, funcionan como personajes. Esta combinación entre personaje-narrador se presenta en primera persona, siempre focalizada en René como centro de todo relato. Así pues, se puede hacer la división de dos voces: “el yo que narra” y “el yo narrado”.[14] Como ejemplo de lo anterior, podemos recordar la estancia de René en Ixtapan de la Sal en 1958, donde el narrador es el propio sujeto narrado.
La voz narrativa en primera persona o narrador homodiegético está involucrado en el mundo narrado: participa como actor en el espacio diegético. Este tipo de narrador puede ser autodiegético o testimonial. El primero de éstos emite narraciones confesionales, monólogos, epistolarios, diarios, etcétera, en los que cuenta su propia historia. Por su parte, los narradores testimoniales, no tienen en el relato el papel principal, sino que funcionan, como su nombre lo indica, como testigos. El objetivo de su narración es la vida del otro.[15] De esta clase de narrador son la señora colombiana, Pierre Martin, Laura y Paul, mientras que en la categoría de autodiegético se incluye únicamente a René. Es por medio de una carta de René a la señora colombiana, en la que el remitente habla de su presente en una casa en las afueras del Valle de México.
De acuerdo con la cronología de la obra, el primer narrador es la señora colombiana, quien a partir de una fotografía de René, recuerda su estancia con él en La Habana, Cuba. Ella es un narrador minucioso: focaliza detalles, rasgos y pequeños elementos como las manos de René, de las cuales bien se puede hacer una especie de oda, y de la foto, antes mencionada, en la que ella no aparece. La historia que este personaje-narrador evoca es el momento en que René viaja a La Habana para buscarse a sí mismo. De igual manera, pareciera que él está en esa ciudad caribeña para hallar respuestas. Entre ambos personajes se crea una relación marcada por la amistad, a pesar de que la señora colombiana esté enamorada del protagonista, quien sólo ve en ella una profunda admiración.
La segunda voz narrativa ahora es masculina. Se trata de Pierre Martin, ex oficial del Ejército Francés, que retoma su carrera de crítico literario. Al igual que la señora colombiana, aquél es un narrador-personaje centrado en la figura de René, y que hace de éste, como cada una de las voces narrativas, una prosopografía y una etopeya. Pierre Martin relata su llegada a Loire, París, donde se reencuentra con la señora Duchamps y su hija Elise. Con ambas mujeres mantiene diálogos, lo que permite una mayor movilidad en la trama. En esa ciudad se entera de que Elise contraerá nupcias con René. No obstante, se fuga meses después de la boda, así que Pierre, enamorado de Elise, cuida de ella y del hijo que espera.
Para 1958 y 1965, años en los que se desarrolla la trama de las partes tercera y sexta, respectivamente, el narrador es René. En 1958 vive en una casa de huéspedes, de la señora Mac Dowall y de su sirvienta Micaela en Ixtapan de la Sal. Es una narración muy fluida por la inserción de conversaciones y la intromisión en repetidas ocasiones de aquellas mujeres. A pesar de que René es el portador de la voz principal, no llega a ser un narrador omnisciente completo, ya que carece de mucha información específica o detallada. En 1965, René, por medio de una carta como ya se mencionó, habla de su estancia en una casa situada afuera de la Ciudad de México. El narrador, construido a través de recursos con algunas características del narrador del género epistolar, recuerda su viaje a La Habana en compañía de la señora colombiana y le cuenta ella lo que ha hecho en los últimos dos años.
Laura, la madre de René, funge como narrador de la cuarta parte, en donde rememora las vidas de su hijo y de su esposo François en Roma en 1936, cuando René era un niño de escasos cuatro años de edad. Laura es un narrador-personaje que se coloca en el mismo nivel de importancia de René, debido a que ambos entran en constantes conflictos de convivencia y se enfrentan a la par sin tomar en cuenta las jerarquías. En tanto que este capítulo es el primero en orden cronológico –1936, el último data de 1965–, permite perfilar el carácter de René: un personaje que tiende siempre a la individualidad.
Paul es el último narrador-personaje de Nostalgia de Troya. La historia de él y René se ubica en Canadá en 1957. Es, junto con René y Pierre Martin, la tercera voz masculina que emite juicios y frases calificadoras en todo momento. Es un narrador omnisciente en tanto que describe las acciones y los sentimientos de René y de otros personajes, con los que entabla conversaciones constantes, por ejemplo, con su esposa Monique. A pesar de que René es el foco de atención de este relato, la narración permite incluir la vida de Paul más allá de simples referencias.
René: una construcción del yo y de los otros
La crítica ha dicho que “la nueva novela mexicana” se caracteriza, entre otras cosas, por ahondar en la psicología de los personajes. Luisa Josefina, perteneciente a este movimiento, cultivó asiduamente este rasgo en muchas de sus novelas: El lugar donde crece la hierba (1959), Los palacios desiertos (1965), Nostalgia de Troya (1970), etcétera. El personaje principal de esta última es el resultado de un acercamiento muy profundo al sujeto aturdido y en constante búsqueda de su yo. Por tal razón, su personalidad será compleja, contradictoria, movible, esto es, se aproximará bastante a la de cualquier ser humano.
Para comprender la imagen de la personalidad de René, es conveniente partir de dos vertientes. La primera es aquélla en que los narradores y los personajes de la historia concuerdan casi siempre entre sí al construir a René, a través de prosopografías, etopeyas y juicios de valor ético-morales. Por otra parte, se puede también crear un perfil de René gracias a la impresión que deja en los lectores: qué dice, cómo actúa, qué calla, qué refleja y qué esconde.
E. M. Forster define al personaje redondo como aquél que, a lo largo de la historia, tiene un desarrollo, es decir, es mutable, puesto que se enfrenta a situaciones que repercuten en su vida, lo que le permite el cambio y la transformación: “La prueba de un personaje redondo está en su capacidad para sorprender de una manera convincente. Si nunca sorprende, es plano”.[16]
En este sentido, René será un sujeto que nunca pasará inadvertido: siempre será mencionado por todos. Asimismo, dado que la novela aborda su vida desde la niñez hasta sus casi 40 años, se relatarán sus experiencias, viajes, amores y situaciones al límite, las cuales conformarán un individuo en constante transformación física y emocional.
Si se atiende al orden cronológico que propone la obra, es decir, variable, puesto que abarca distintos años de la vida del protagonista, la señora colombiana proporcionaría la primera alusión a la gran belleza de René. No obstante, opto aquí por llevar un orden más lógico y comenzar por Laura, quien en 1936 relata la vida de su hijo y de su esposo François en Roma. Es ella quien enuncia ufanamente: “Todo el mundo alababa la belleza del niño y la mía de paso”.[17] A partir de este dato, se puede construir una breve imagen mental sobre la hermosura del infante, quien desde entonces, será un foco de atención visual.
El señor Pierre Martin, tras su llegada a Loire, proporcionará un cuadro más detallado sobre la apariencia de René, al decir que:
Sus características inquietantes eran exteriores. En primer lugar, no podía tener más de veinte años, y esta juventud extrema, combinada con un gran aplomo, un buen hablar y una gentileza llevada al grado más alto, tenía algo de sospechoso, de… sórdido por decirlo así. Los ojos de un verde intenso, afilados y duros, poseían un atractivo único, y el resto de su rostro era la armonía misma. Me preguntaba si a todas las personas les haría esta primera impresión tan fascinante y tan repelente al mismo tiempo.[18]
Los ojos de René son un aspecto que sobresale y que alude a un tópico de la beldad: “Los ojos de un verde intenso, afilados y duros” de René tienen su correspondencia con sus dientes y huesos: “tenía unos dientes muy crueles. Sus huesos, ocultos debajo de la carne, eran crueles”.[19] Es así como, en visión de Pierre Martin, se advierten los rasgos corpóreos del personaje principal de Nostalgia de Troya y se califican negativamente con adjetivos de orden psicológico-emocional. No obstante, la propia historia, en palabras de una voz narrativa femenina, nos provee otro retrato, más ameno:
Unas manos que poco se llevaban con una cierta fragilidad suya, proyectada por su carácter, su físico no es débil, sino musculoso y atlético. Tiene un cuerpo de nadador o de tenista. […] Sus manos. Rudas, más grandes de lo previsto, con algo inescrupuloso, que golpeaba la imaginación. Con esas manos podía hacerse cualquier cosa, podía tocarse cualquier cosa. […] Rubio, ojos verdes, saco de cuero y contaba con los sucedidos [así fue escrito en el original] más maravillosos.[20]
Esta descripción es de la señora colombiana, quien como se ha señalado, está enamorada de René, por lo que la gran mayoría de sus comentarios serán positivos, a diferencia de los de Pierre, los cuales están filtrados por los celos que siente por René al tener éste como esposa a Elise.
René es un sujeto contradictorio. Él dice que: “Soy, inevitablemente, un espíritu estático”.[21] Sin embargo, sus acciones lo delatan: ha viajado por muchas partes del orbe: Canadá, Bélgica, Holanda, Ámsterdam, África, México, París, Italia, Centroamérica y el Caribe. Su espíritu tiende, entonces, a la movilidad, a buscar nuevos espacios, nuevos lugares. De igual manera, su profesión, fotógrafo, ha contribuido en gran medida a ello junto con el apoyo económico de su madre. Esta característica de movilidad perpetua tiene que ver con lo que la crítica ha señalado: René es un sujeto que siempre se escapa, huye para no volver:
La fuga se convierte en persecución de lo que creen haber dejado atrás; es decir, de sí mismos. […] Lejos de la colectividad, Luisa Josefina Hernández recrea a partir de fragmentos un ser único y distinguible. La huida adquiere nuevas dimensiones; aparte de una metáfora, constituye el proceso mismo que da forma a la novela. Nos encontramos así ante una fuga perpetua, un eterno perseguirse. Sin duda el sino de René, protagonista de la historia, es escapar […]. Escapar de los otros y, a un mismo tiempo, añorarlos infinitamente. Asumir esta contradicción significa tomar la decisión de saltar el abismo, de completar el ser discontinuo que somos.[22]
Su anhelo por nunca estar asido al otro, pues jamás ha permanecido estable o quieto por mucho tiempo, se nota desde sus primeros años: “desde temprana edad, dio señales de independencia, ansias de libertad y aun gusto por el libertinaje”.[23] Para controlar su movilidad, sus padres lo metieron en un internado. Sin embargo, su verdadero espíritu de inestabilidad lo condujo desde muy joven a ser un viajero perenne: "[…] la soledad de René, el hombre que de manera más difusa se debate entre la huida permanente, viejas asociaciones religiosas y ningún compromiso verdadero. Con él, Luisa Josefina continúa los signos del propio aniquilamiento de otros personajes […]. En René, precisamente, quien apunta una probabilidad de conciliarse con su origen a través de reflexiones, todavía imprecisas, sobre el amor".[24]
Empero, hay que recordar que regresa a Loire. De ello da cuenta el último capítulo de la novela, escrito a modo de epístola. En él, René le comunica a su amiga, la señora colombiana, su quehacer como escritor en una pequeña casa en las afueras del Valle de México. Ya en Loire, se entera de que su padre ha fallecido y su madre está sumergida en una fuerte depresión. A pesar de que René está en esa ciudad al igual que la hija que procreó con Elise, no decide verla. Aparece entonces, otra de sus características más sobresalientes: la imposibilidad de estar junto al otro.
El vástago de la señora Laura rechaza en todo momento la convivencia: “Y la convivencia me repele”.[25] Él mismo se define como: “un pésimo elemento para la colectividad”.[26] Por lo mismo también se aparta de toda aquella actividad que involucre a dos o más personas como el matrimonio: “El matrimonio me parece una institución monstruosa” y las relaciones sexuales: "De muy joven, era peor, fui casto hasta que me casé. Mira Paul, por más que me esfuerzo, no me interesan las mujeres / —Eso no es normal. / —Quiero decir que disfruto un acto sexual tanto como cualquiera, pero nunca encuentro suficientes motivos para llevarlo al cabo y luego me siento idiota".[27]
Los otros personajes, como la señora Duchamps, esperan que René cambie al contraer nupcias: “—¿No piensa usted que esta boda será de un efecto extraordinario sobre el carácter de René”.[28] No obstante, después de algunos meses de haberse casado con Elise, René escapa y la deja embarazada. Lo mismo sucede con Charlotte en 1957, a quien abandona en Ottawa.
En este punto es destacable que Irasema Calderón señale que Nostalgia de Troya es
una novela de amor, y de incapacidad para desarrollar el amor, lo que sería equivalente al desamor. René, el protagonista, es el personaje más afectado por esta incapacidad. A través de él, la autora logró recrear estéticamente el alma profundamente lastimada de un hombre en extremo inteligente y sensible que no puede involucrarse ni afectiva ni amorosamente con el otro, ni mucho menos comunicar sus emociones con facilidad, por lo cual toma como esquema de vida el camino de la evasión.[29]
La falta de tolerancia a los demás y el rechazo rotundo al otro del protagonista de Nostalgia de Troya, bien puede llegarse a notar en lugares públicos como los hoteles: “Todos van a un hotel organizado como balneario a quitarse la mala digestión, las arrugas o la sobra de peso. Ese hotel me produce repugnancia”[30] –he aquí la razón por la que decide alojarse en la casa de huéspedes de la señora Mac Dowall. En síntesis, se puede decir que René es un hombre ensimismado, como su padre que se encasilló en sus estudios para estar alejado de su esposa y del entorno; es, también, heredero del Romanticismo decimonónico: la convivencia con el otro sólo se lleva a cabo si se obtiene, al final, un beneficio propio, si el contacto resulta favorable para él.
Para Raquel Mosqueda en cierto sentido, los personajes de Hernández parecen inscribirse en la paradoja del Narciso posmoderno, quien, de acuerdo con Lipovetsky, se encuentra ‘[…] demasiado bien programado en absorción en sí mismo para que pueda afectarle el otro, para salir de sí mismo, y sin embargo insuficientemente programado ya que todavía desea una relación afectiva’.[31]
A pesar de que el ser de René está absorbido por él mismo, sin que le afecte el otro, no desea ya una relación afectiva, pues huye perennemente del contacto del otro. Es incapaz de mantener una relación afectiva, incluso, como se ha visto, la rehúye rotundamente, no la busca. Sólo quiere pequeños momentos de gozo, fragmentos que le permitan subsistir. En síntesis, el proyecto existencial de René es intentar buscarse así mismo en los viajes que ha hecho alrededor del mundo; viajes que se traducen también en introspecciones, ora realizadas por el propio René, ora por quienes lo rodean.
Finalmente, como bien señala Irasema Calderón en su tesina: de alguna manera su amiga colombiana es como su espejo: los dos son hermosos, atractivos, curiosamente nacidos en el mes de noviembre con pocos días de diferencia […]. Los dos buscan huir de su problemática familiar, los dos encuentran refugio en las actividades artísticas: él, en la fotografía, la cinematografía y posteriormente en la literatura; ella, en el arte como maestra en historia del arte.[32]
Aunado a lo anterior, cabe mencionar que la vida de ambos está marcada por la confusión; de la de él, Pierre Martin comenta que: “era una roca sin posibilidades de acercamiento y sin orden alguno que lo rigiera. Era el resultado de la confusión”.[33] Mientras que de la de ella, se menciona que el viaje a La Habana lo hizo por: “impulso enloquecido que me apartaba de aquello que era la confusión más absoluta”.[34] Así pues, probablemente la confusión sea el elemento que ha determinado muchas de las acciones de René. Yace, entonces, el personaje principal en el desconcierto de su propia existencia. Trata, también, de buscarse a sí mismo en ocasiones con personas como la señora Mac Dowall y la señora colombiana quienes le permiten verse en un espejo o autojuzgarse. Sin embargo, no puede hallarse en sujetos como Elise o Paul, ya que son sus opuestos: ambos tienden a ser estáticos, pasivos, anclados en instituciones como el matrimonio y la familia que son tradicionales, estabilizadores e inmutables.
“¡Y yo que no quería hablar de mi novela!”: la recepción y la crítica
Hernández es considerada una escritora prolífica tanto en su faceta novelística como en la dramática, no obstante como señala Raquel Mosqueda: su fecundo (y persistente) quehacer novelístico continúa en espera de un abordaje crítico capaz de situar esta parte de su labor creativa en un lugar que sin duda merece.[35]
Ello debido, posiblemente, a que 1) se ha abordado más su trabajo como dramaturga que comenzó años antes que el narrativo y que fue conducido por Rodolfo Usigli, Eric Bently y Seki Sano, figuras preponderantes del teatro mexicano de la primera mitad del siglo pasado; 2) su carrera como docente en el campo de la teoría teatral ha tenido mayor impacto en generaciones de dramaturgos y actores de la Universidad Nacional Autónoma de México, y 3) Luisa Josefina fue “una escritora que no tuvo tiempo –ni ganas–, de promoverse: le parecía deshonesto. Una escritora que las editoriales no supieron vender y que la crítica fue olvidando”.[36]
A pesar de que la novela Nostalgia de Troya recibió el Premio Magda Donato en 1971, como se ha dicho, y cuenta actualmente con tres ediciones (1970, 1986, 2003), ha sido poco estudiada tanto por la crítica nacional como por la internacional. Sin embargo, es una obra excepcional en las letras mexicanas debido al gran desarrollo de sus temas, a las caracterizaciones complejas de sus personajes y al tratamiento de las situaciones en cada capítulo, lo cual la autora consiguió gracias a su intensa labor como novelista durante la década de los sesenta.
Pese a la poca atención que ha recibido, Nostalgia de Troya ha sido acreedora a críticas positivas desde su aparición y hasta nuestros días. Entre las primeras valoraciones y comentarios emitidos, se cuenta la nota periodística del poeta Mauricio de la Selva, aparecida en el suplemento “Diorama de la Cultura” del periódico Excélsior, a mediados de noviembre de 1970.[37] En ella se describe al protagonista de la obra en cuestión como “un ser humano sensible, cuya más elocuente bandera es la inadaptación”. Es un personaje que, debido a sus continuos cambios de residencia, permanece desarraigado. Asimismo, de la Selva se cuestiona sobre la relación entre el protagonista y la señora colombiana: si ambos tienden al estoicismo y a la pureza; si evaden el mundo con la fotografía y el arte.[38]
Luego de la década de 1970, la crítica no volvió a estudiar o mencionar la novela de Luisa Josefina. Fue en la década siguiente, durante la aparición de su segunda edición, cuando salió: “Publican Nostalgia de Troya en la Colección Letras Mexicanas”, una breve noticia anónima que se dio a conocer en El Nacional en diciembre de 1986. Sucintamente, se aludió al tema de la relación conflictiva entre hombre y mujer, abordado desde una perspectiva femenina, que pone sobre la mesa y lleva hasta sus últimas consecuencias nuevas opiniones y acercamientos.[39]
En 1990, la investigadora Elsa Margarita Saucedo tomó la batuta de los estudios y análisis de Nostalgia de Troya que se hicieron a lo largo de esta década y principios del siglo xx. Como en su tesis lo marca –Las tres etapas en la narrativa de Luisa Josefina Hernández (1959-1980): una perspectiva feminista–, la sustentante analizó la producción novelística de la escritora a través de una mirada feminista. Asimismo, colocó la novela junto con Los trovadores (1973) y Las fuentes ocultas (1980) en la última etapa de producción de Luisa Josefina con base en los criterios cronológico y temático, como ya se mencionó en la Introducción. Sin embargo, hay que considerar que Nostalgia de Troya fue escrita en 1965, época en la que se publicaron El valle que elegimos y Los palacios desiertos, novelas que por sus temas, estructuras y caracterización de los personajes se acercan más a aquélla.
En 1991, Christopher Domínguez Michael, en su Antología de la narrativa mexicana del siglo xx, apuntó que: en 1970 aparece Nostalgia de Troya donde la economía de medios, alguna sutileza en el trazo espiritual, el desencanto erótico y la habilidad en los cambios de perspectiva narrativa lograron una de sus mejores novelas.[40]
Comentario que va de la mano con el emitido por Wilma Detjens: Nostalgia de Troya es un ejemplo de la obra novelística que debe asegurar su lugar entre las principales autoras mexicanas de hoy día,[41] en el artículo “La Troya perdida de Luisa Josefina Hernández”, publicado en Confluencia en 1996. En él, la crítica señala los temas principales de la novela: las relaciones entre hombre y mujer, las relaciones entre ser humano y naturaleza y las relaciones entre el individuo y su propio pasado,[42] el simbolismo presentado por las figuras de Troya y el sentimiento de la nostalgia, que fungen como los hilos conductores del propio artículo, y los recursos técnicos y temáticos utilizados por la autora.
En el presente siglo, Irasema Calderón presentó su tesina titulada Análisis de los personajes de la novela Nostalgia de Troya de Luisa Josefina Hernández (2007) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En su trabajo, por medio de teorías narratológicas, estudió formalmente la obra. En las conclusiones señaló las referencias teatrales en la novela y en la producción narrativa –idea que ha sido mencionada por otros autores como Edith Negrín–, la influencia de Eurípides tanto en la obra narrativa como en la dramática de la autora, las alusiones a imágenes, mitos y símbolos presentes en los conflictos de los protagonistas, así como el rasgo intimista y realista de la novela.[43]
Queda, así pues, el camino libre para los estudios y los análisis de esta novela que ha quedado aún en las estanterías y los libreros y que no ha recibido el lugar que le corresponde en la literatura mexicana, a pesar de ser en la vasta producción de Hernández, como aseveró Christopher Domínguez, “una de sus mejores novelas”.
Anónimo, “Publican Nostalgia de Troya en la Colección Letras Mexicanas”, El Nacional, 4 de diciembre de 1986, p. 6.
Antología de la narrativa mexicana del siglo xx, 2ª ed., selec., introd. y notas de Christopher Domínguez Michael, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1996, t. 2.
Calderón Ortiz, Irasema, Análisis de los personajes de la novela Nostalgia de Troya de Luisa Josefina Hernández, Tesina de licenciatura, México, D. F, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007.
Detjens, Wilma, “La Troya perdida de Luisa Josefina Hernández”, Confluencia, núm. 2, vol. xi, Spring, 1996.
Garci-Gómez, Miguel, “Los ojos verdes rasgados de Melibea. Su retrato en el marco europeo”, (consultado el 19 de marzo de 2015).
Hernández, Luisa Josefina, Nostalgia de Troya, México, D. F., Siglo xxi/ Secretaría de Educación Pública (Lecturas Mexicanas; 64), 1986.
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Nostalgia de Troya. Las ciudades, sus habitantes, sus noches, sus paseos y sus límites. Los hombres –un hombre–, las amistades, las mujeres –una madre, una esposa, amigas ¿amantes? La novela de Luisa Josefina Hernández va descubriendo, a través de capítulos por sí solos culminantes, cada uno narrado por un personaje distinto, la manera de pensar, la vida y los hechos de un hombre, a través del ambiente de seis distintas ciudades, que camina sin tregua, busca, ensaya, intenta, triunfa y fracasa, capta y renuncia. Novela nostálgica, el pasado va revelando las fuentes del sueño, las fronteras del ser humano.
Luisa Josefina Hernández ha destacado como autor teatral y como novelista. Sus últimas obras: El lugar donde crece la hierba, La plaza de Puerto Santo, Los palacios desiertos, La cólera secreta, La primera batalla, La noche exquisita y El valle que elegimos.
Lugar: diversas ciudades de dos continentes. Época: la actual, aunque el tiempo se maneje en niveles distintos. Personajes: siempre parejas que se encuentran, se desencuentran, se conocen, se desconocen. Tema: casi único y obsesionante, el de la relación hombre-mujer, siempre conflictiva, observada desde el punto de vista femenino, sin que esto aclare, por supuesto, el problema de la pareja sino que simplemente le añada enfoques nuevos y dimensiones que, puede decirse, alcanzan ya lo infinito.
Luisa Josefina Hernández (1928) ganó el premio Magda Donato de novela con Nostalgia de Troya (1971). Aunque es una escritora que se ha dedicada básicamente al teatro, actividad literaria en la que se inició desde sus días en la Facultad de Filosofía cuando formó grupo con Emilio Carballido y Sergio Magaña, la novela no le es un campo extraño. Al contrario, se desempeña muy bien en ella como lo demuestran El lugar donde crece la hierba (1960) y La Plaza de Puerto Santo (1962).
En esta novela premiada, la autora abandona una de sus "locaciones" favoritas, la provincia, con su cortejo de seres frustrados o desesperados por la mezquindad del ambiente. Así, Nostalgia... es una novela cosmopolita que podría ser la antítesis de varios de los trabajos de la escritora, pero, como se verá, el cambio no hace que sus personajes se sientan menos derrotados: desligados de su medio, esto no impide que se descubran sujetos al yugo y dando vueltas a la eterna noria.
Nostalgia de Troya. Las ciudades, sus habitantes, sus noches, sus paseos y sus límites. Los hombres, un hombre–, las amistades, las mujeres, –una madre, una esposa, amigas, ¿amantes? La novela de Luisa Josefina Hernández va descubriendo, a través de capítulos por sí solo culminantes, cada uno narrado por un personaje distinto, la manera de pensar, la vida y los hechos de un hombre, a través del ambiente de seis distintas ciudades, que camina sin tregua, busca, ensaya, intenta, triunfa y fracasa, capta y renuncia. Novela nóstalgica, el pasado va revalando las fuentes del sueño, las fronteras del ser humano.
Luisa Josefina Hernández se ha destacado como autora de teatro y como novelista.