Se trata de una novela luminosa y festiva donde la narración y el estilo confluyen con naturalidad y los artificios no son aparentes. El motor de la historia lo constituyen seis prominentes caballeros de un oscuro puertecillo del golfo. La ociosidad, lo vacío de sus vidas, los han empujado a una absurda perversión que practican en cuanto cae la noche.
Diríase que mientras los capitalinos se la pasan maldiciendo de la ciudad, su gente, sus congestionamientos de tránsito, su ruido y la tensión que les impone, y añorando una provincia idílica, sin smog y sonriente, los provincianos discurren su tiempo sintiéndose ahogados por la pequeñez de su lugar de origen, asfixiados por la "falta de horizontes" y, sobre todo, convirtiendo en realidad el viejo dicho de "pueblo chico, infierno grande".
Dramaturga y novelista, Luisa Josefina Hernández (1928) ha ahondado en muchos de sus trabajos en el tema de la vida en provincia, describiéndola con tintes sombríos y moviendo a sus personajes en una atmósfera enrarecida. Mas en La plaza de Puerto Santo, la autora da un sesgo peculiar al universo unilareral de la provincia y, en viraje sorpresivo, los tonos sombríos muestran su rostro ridículo al ser diseccionados con el escalpelo del humor.
El resultado es una novela luminosa, festiva, llena de picardía, en la que el puritanismo recibe un fuerte golpe en la nariz. Seis prominente caballeros del pacato lugar con sorprendidos mientras se dedican a la pequeña y absurda perversión que practican para burlar el tedio de las largas noches al que los ha conducido el vacío de sus vidas. El escándalo resultante pone de cabeza a la población y en juego a un buen número de personajes y a toda la enmohecida maquinaria del fastidioso lugar. Los actores son descritos con ferocidad, paradójicamente no exenta de ternura. Las diversas anécdotas del relato están entretejidas tan hábilmente que disfrazan el complejo contrapunto con que está escrita esta novela.