El sol ardiente, el filo de la tarde, las calles blanquecinas y desiertas, el tiempo inmóvil, las situaciones tercas en su desesperación absurda. Ésta es la atmósfera de los cuentos de Jesús Gardea —nacido en Ciudad Delicias, Chihuahua, en 1939—. Sus personajes son seres solitarios y quietos que viven intensamente su resignación. El movimiento en ellos es invariablemente fatalístico. Padecen de inopinados ataques de risa o llanto, que más que desahogos en un presente monótomo son rachas de nostalgia por algo que sólo se ve insinuado por la situación extrema en que se encuentran: desde la pobreza total unos, hasta el absurdo extremo otros.
Los cuentos están ubicados en un pueblo indefinido, en donde existe un patrón feudal, o cuando no, un alcalde. Un fuerte. La presencia del oprimido se ve meticulosamente diferenciada de la masa o grupo, pero preserva la aureola de un destino más global que su propia historia individual. Es el enfrentamiento de un mundo contra el otro.
Hay también cuentos que se desarrollan dentro del otro lado: la casona, la tiranía de las horas de la comida, la amarillenta fuerza de los objetos en esos momentos sin principio ni fin que a veces pueden ser la rabia de los adultos. O sus tristezas.
No es la injusticia social lo que empuja a Gardea a escribir. Es más un ansia de traducción a sus propios términos; una necesidad de transladar la realidad a sus propias normas de espacio y tiempo, en las que aparecen reflejadas, inconfundibles, las estructuras, fuerzas, desproporciones, opresiones que nos hacen.
El sol ardiente, el filo de la tarde, las calles blanquecinas y desiertas, el tiempo inmóvil, las situaciones tercas en su desesperación absurda. Ésta es la atmósfera de los cuentos de Jesús Gardea —nacido en Ciudad Delicias, Chihuahua, en 1939. Sus personajes son seres solitarios y quietos que viven intensamente su resignación. El movimiento en ellos es invariablemente fatalístico. Padecen de inopinados ataques de risa o llanto, que más que desahogos en un presente monótomo son rachas de nostalgia por algo que sólo se ve insinuado por la situación extrema en que se encuentran: desde la pobreza total unos, hasta el absurdo extremo otros.
Los cuentos están ubicados en un pueblo indefinido, en donde existe un patrón feudal, o cuando no, un alcalde. Un fuerte. La presencia del oprimido se ve meticulosamente diferenciada de la masa o grupo, pero preserva la aureola de un destino más global que su propia historia individual. Es el enfrentamiento de un mundo contra el otro.
Hay también cuentos que se desarrollan dentro del otro lado: la casona, la tiranía de las horas de la comida, la amarillenta fuerza de los objetos en esos momentos sin principio ni fin que a veces pueden ser la rabia de los adultos. O sus tristezas.
No es la injusticia social lo que empuja a Gardea a escribir. Es más un ansia de traducción a sus propios términos; una necesidad de transladar la realidad a sus propias normas de espacio y tiempo, en las que aparecen reflejadas, inconfundibles, las estructuras, fuerzas, desproporciones, opresiones que nos hacen.