1995 / 02 ago 2017 14:46
Nació en 1858 y murió en 1906 en San Luis Potosí, San Luis Potosí. Poeta, cuentista y dramaturgo. Abogado de profesión, ejerció en diversos estados de la República. Catedrático y diputado. Fue miembro de la Academia de la Lengua. Sus poemas y sus cuentos se publicaron en diversas revistas y diarios de su época. Colaboró en El Búcaro, El Pensamiento, La Esmeralda, La Voz de San Luis, El Estandarte, El Contemporáneo, El Correo de San Luis, El Renacimiento y El Mundo Ilustrado.
Notas: Othón está considerado entre los principales poetas del siglo XIX mexicano. Joaquín Antonio Peñalosa publicó sus poesías completas en 1974.
Othón, uno de los verdaderos clásicos mexicanos,
retrata nuestro campo con acentos que
evocan a los más altos poetas de la lengua, y entra también en el mundo
tembloroso de las pasiones con soberbio aliento. De él se ha dicho que va de
fray Luis de León a Baudelaire. Es humanista sin resabios de artificialidad
académica, y gran artista de las palabras.
Manuel José Basilio Othón Vargas nació en la ciudad de San Luis Potosí el 14 de junio de 1858, y a ella regresó a morir luego de largas ausencias en diversos municipios del estado (Guadalcázar, Santa María del Río, Cerritos) y ciudades del Norte del país (Lerdo, Tula, Torreón, Saltillo), el 28 de noviembre de 1906. Llegó al mundo en plena Guerra de Reforma y aunque en la capital potosina hubo crueles batallas entre conservadores y liberales, su vida se desarrolló alejada de los conflictos de la guerra y sin que el poeta se involucrara públicamente con ningún bando.
Othón se inscribió como alumno externo en el Seminario Conciliar Guadalupano el año de 1868, donde, comentaba don Jesús Zavala (uno de los primeros y más importantes biógrafos del poeta) que: “los nombres de Virgilio, Horacio y Cicerón asomaban a sus labios con petulancia”. Empujado por el ambiente escolar y entre los fuegos de románticos y clásicos, desde adolescente comenzó a escribir poemas. Decía don Jesús que en los cumpleaños del Rector: “relucía el ingenio de los alumnos en dísticos de pésima literatura”; fue en uno de esos eventos cuando Othón, a los trece años, se dio a conocer porque sus versos ya destacaban de entre los de sus compañeros.
Del potosino comentó el poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón que él y Manuel José eran los mejores poetas de América y, posteriormente, Ramón López Velarde afirmaría del mismo Othón: “realizó el prodigio de vaciar las inquietudes del alma moderna en la serenidad imperturbable de los antiguos modelos”; no es gratuita la dedicatoria de López Velarde en La sangre devota (su primer libro, publicado en 1916): “A los espíritus de Gutiérrez Nájera y Othón”.
La fase formativa del poeta, dramaturgo y narrador coincide con lo que José Luis Martínez llama “tercer periodo cultural mexicano” (1867-1889), etapa donde se consolida la República liberal, se intensifica la confrontación entre casticistas y nacionalistas y surge la generación modernista. En el estado de San Luis Potosí, literariamente predominan dos tendencias antagónicas: neoclásicos y románticos; mientras políticamente se enfrentan los miembros del Club Liberal “Ponciano Arriaga”, también llamados precursores intelectuales de la Revolución Mexicana, con los liberales moderados en el poder, en cierta forma conservadores vergonzantes.
El dramaturgo, poeta y narrador concluyó su educación primaria en el Seminario Conciliar Guadalupano, como alumno externo; en 1876 se inscribió en el Instituto Científico y Literario para estudiar la carrera de jurisprudencia, ahí se graduó como abogado en 1881. Justo el año en que inició sus estudios jurídicos escribió su primera obra dramática titulada El escándalo (desconocida hasta 1979, fecha en que tuve la fortuna de encontrarla y darla a conocer), por lo tanto Herida en el corazón (drama en verso escrito en 1877), no fue su primera obra de teatro como siempre se creyó. El escándalo es una obra en tres actos cuya última parte quedó inconclusa debido a la inicial impericia del poeta en la escritura del género dramático, aunque el valor de este primer intento radica en la aparición de la temática que habría de sostener a lo largo de su producción teatral (y narrativa): conflictos en donde los personajes femeninos son protagónicos; una implícita simpatía por la mujer víctima de las circunstancias sociales decimonónicas. En 1883 Othón se casó en la iglesia del barrio de San Sebastián de la ciudad de San Luis Potosí, con Josefina Jiménez, hermana de la poeta y revolucionaria zapatista Dolores Jiménez y Muro.
En una carta del año 1897 Manuel José explicó que abandonó San Luis “sin intenciones [de] volver” porque se le desestimaba como abogado y también se le restaban méritos literarios; por lo que resulta significativo que en su principal libro, Poemas rústicos (1902), desconociera todos los poemas escritos antes de 1890, y lo dedicara a “la capital del estado de Jalisco […] pues de sus hijos he recibido, hasta hoy, los pocos bienes y las únicas grandes satisfacciones que han alegrado mis días”. El año de 1899, a raíz de la publicación del poema “Pastoral”, el poeta modernista José María Facha Othón, hijo de una de sus dos hermanas y nacido en la casa a donde Manuel José regresaría a morir, escribió en el periódico local El Estandarte: “Los cultos han tributado una ovación al talento de Manuel José, la que ha pasado desapercibida para los oídos de los burgueses, para esos oídos cerrados a todo lo que es arte, pero que se abren al tin-tin metálico del dólar”.
Desde adolescente el poeta fue atraído por el teatro y se relacionó con actores y gente del ambiente. Pronto aprendió los secretos del género teatral y antes de ser reconocido como poeta lo fue como dramaturgo. Después de El escándalo (1876) escribió Herida en el corazón (1877); La cadena de flores, redactada en verso en 1878; Después de la muerte (1883), también en verso, fue su más importante drama, se estrenó en San Luis Potosí ese mismo año y en el Teatro Principal de la Ciudad de México en 1885. Manuel Gutiérrez Nájera escribió en El Partido Liberal del 7 de junio de ese año: “Si el Teatro Principal no se llenó la noche en que la compañía Servín puso en escena la obra del señor Othón es porque en México ha muerto ya el gusto por el drama, y porque todo lo nuestro nos apesta”. Don Jesús Zavala contó que el autor fue invitado al estreno pero éste no pudo asistir por problemas económicos, lo pudo hacer para la última función de la temporada porque “amigos y admiradores de su ciudad natal, reunieron entre todos una cantidad de dinero para que el poeta se trasladara a la capital de la República”.
En 1886 compuso el drama en tres actos y en prosa Lo que hay detrás de la dicha; después, en 1892 escribió un monólogo –único texto humorístico– con el título de Viniendo de picos pardos; luego un segundo monólogo en 1894, redactado para que lo actuara la hija del general Bernardo Reyes al cumplir sus quince años, titulado “A las puertas de la vida”. En 1905, cuando retornó a San Luis un año antes de su muerte, escribió el drama en un acto y en prosa El último capítulo, una recreación de los años finales de Cervantes, estrenado en el Teatro de la Paz de la capital potosina, como parte de las celebraciones por el tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote de la Mancha; la obra concluye cuando Cervantes informa a su familia de la suerte de su personaje “porque recobró la razón”, y a la pregunta de la hija “¿Por qué le habéis tornado cuerdo?”, contesta: “Porque había perdido la esperanza”, igual al propio Othón, quien está concluyendo su Idilio salvaje y al mismo tiempo terminando la relación con la mujer que lo inspiró.
Othón participó en diversos proyectos editoriales fundando o colaborando con publicaciones locales (El Pensamiento, El Búcaro, La Esmeralda) y periódicos (La Voz de San Luis, El Contemporáneo, El Estandarte); además, fue un colaborador asiduo de la Revista Moderna, editada en la capital del país. En San Luis también fundó la Sociedad Alarcón. Como abogado ejerció su profesión en algunos municipios del estado, fue Ministerio Público en la capital potosina y por un breve tiempo profesor en el Instituto Científico y Literario (hoy Universidad Autónoma de San Luis Potosí); fue miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Como diputado suplente durante el año 1900 se integró al Congreso de la Unión en la Ciudad de México, lugar al que solía llamar “la gran Babilonia” y el cual visitaba periódicamente para convivir con los poetas de la Revista Moderna, con quienes disfrutaba a plenitud el propio alcoholismo y su permanente melomanía.
Antonio Castro Leal dice de la producción narrativa del potosino: “Proviene de la sana tradición clásica y no hay duda que, en este género, su principal maestro fue el autor de El Quijote”. Como narrador, Othón fue un cuentista tardío, aunque en 1879 escribió su primer cuento, “El padre Alegría”, hasta diez años después retomó el género. Manuel José llamaba indistintamente a sus textos en prosa “leyendas en verso”, “cuentos”, “novelas cortas” o “novelitas”; en las Obras de Manuel José Othón, editadas en 1928 por la Secretaría de Educación Pública, en la sección llamada Novelas cortas aparecen: El último trovador, Una fiesta casera, El exclaustrado, Un nocturno de Chopin y El puente de dios, conjunto de obras que resulta lo menos interesante de su narrativa; en la sección correspondiente a Novelas rústicas: El montero Espinosa y El pastor Corydón, ambos magníficos y trágicos relatos, en ellos Othón lleva al extremo la complejidad de las relaciones de pareja, especialmente entre marido y mujer, la infidelidad, los celos, el adulterio, la separación, en fin, el conjunto de asuntos frecuentemente desarrollados en casi todo lo escrito por Othón en los tres géneros en los cuales se expresó a lo largo de su vida literaria. Y los tres últimos cuentos, publicados en el año de 1903 bajo el título general de Cuentos de espantos, los que según algunos críticos, y así lo creo, son los más logrados: “El nahual”, “Coro de brujas” y “Encuentro pavoroso”; especialmente el titulado “El nahual” resulta una magnífica narración, donde a diferencia del cuento fantástico tradicional el cual sustenta su verosimilitud en la duda, en éste, pese a que el autor hace explícitos los mecanismos formales del misterio, singularmente se mantiene impecable la extrañeza de la situación narrada.
En el prólogo a su obra poética, concentrada en el libro Poemas rústicos, escrita entre 1890 y 1902, Othón planteó elementos de su poética: “El artista ha de ser sincero hasta la ingenuidad. No debemos expresar nada que no hayamos visto; nada sentido o pensado a través de ajenos temperamentos, pues si tal hacemos ya no será nuestro espíritu quien hable y mentimos a los demás engañándonos a nosotros mismos”; en dicho libro incluye lo que él consideró lo mejor de su repertorio, textos como “Himno de los bosques” también señalado como el primer “poema sinfónico” en la poesía mexicana, por la enorme cantidad de referentes sonoros animales y vegetales, paradójicamente escrito por alguien casi sordo, cito algunos versos: Mezcla aquí sus ruidos y sus sones / todo lo que voz tiene: la corteza / que hincha la savia ya, crepitaciones, / su rumor misterioso la maleza. Del poema el autor señaló: “La idea primitiva de este poemita y sus primeros versos nacieron al calor de la lectura de un libro escrito por el juicioso crítico, inspirado poeta y querido amigo mío, don Manuel Puga y Acal, quien se quejaba de no encontrar en México un poeta que comprendiera, amara y descubriera la Naturaleza”. Otros poemas notables en ese libro, sin duda, son: “Noche rústica de Walpurgis” (22 excelentes sonetos), “Poema de vida” y “Pastoral”.
Posteriores a Poemas rústicos se publicaron entre otros: “En el desierto. Idilio salvaje”, del cual José Emilio Pacheco señala cómo, en un mismo poema, Manuel José dice adiós a la mujer y a su propia existencia, y Octavio Paz añade que ese conjunto de sonetos “hacen a Othón uno de los más hondos, veraces y trágicos poetas de la poesía en lengua española”; “De un poema” es un texto donde el autor anticipa a la protagonista del Idilio salvaje y el cual concluye con el terceto: Más vayas a la muerte o a la vida, / es lo mismo. ¡Te adoro! Y es lo mismo / que vengas del infierno… ¡Bienvenida!; finalmente, “Elegía”, escrito a la muerte del académico Rafael Ángel de la Peña y en donde parece aludir a su propia cercana muerte: ¡Cuánto envidio a los muertos cuya estela / marca en los mares el camino luengo / que dejará su nave de áurea vela!; estos son algunos entre los más conocidos y elogiados de su intensa producción poética posterior a Poemas rústicos.
04 ago 2017 15:08
Manuel José Othón (con la venia pastoral de Monseñor Clearco Meonio, altísimo poeta, árcade esteta que no quiso, por aristocracia artística, desceñirse el coturno áulico al dejar la campiña del Latium por las vegas veracruzanas), es el poeta más personal del naturalismo en América.
No es idílico en Bión, ni eglógico en Virgilio, ni neogriego en Moréas, ni parnasiano en Leconte, ni felibrés en Mistral. Canta la naturaleza ampliamente, en vigorosos poemas sinfónicos acordados en las voces todas de la madre fecunda. Su musa donóle una lira de oro, pero él la guardó para las canciones íntimas de amor y escogió el órgano de concierto de los seres para concertar su poderoso himno panteísta.
En sus versos no aparecen los cuernecillos del fauno, acechador tras el bosquecillo de laureles, de la desnuda y yacente ninfa Antiope; en sus versos no huracanea la fuga de centauros perseguidos por las flechas de Febea, airada porque fue sorprendida en su ablución cabe la fontana de oro; en sus versos no esplende el grupo de grupas de sirenas que se hunden en aletazo natatorio a la vista del tritón sirenero, barbudo y cervicornio. Othón bebió el agua del Letheo al dejar el archipiélago de mármol y rosas, y de Anakreón solamente guardó el carquesio para el momento augusto de la elevación al sol y al cielo, a las cosas que esplenden al día, a la sonrisa de la primavera y al beso del amor.
En sus versos poderosos, Manuel José Othón —¿no os hiere la música de su nombre como el nombre eurítmico Publio Virgilio Marón?— ha tonalizado con vigoroso colorido la poesía de las Horas gratas a las Musas, plastizadas por Puvis en sus frescos dignos del Renacimiento rafaelita, abatidas sobre praderas de mirtos y asfodelos, la clámide flotante y la lira enhiesta. Su cármina aparece joyante de ámbares transparentes, de azul diáfano, de gris perla, de índigo ojeroso, de anaranjado deslumbrante, de ocres cárdenos; y a menudo sus fondos son quiméricos y pavorosos (véase la “Walpurgis Rústica”), que recuerdan los de Ruelas, aunque no gira eternamente en los círculos dantescos del visionario admirable, sino que emerge de las simas en una eclosión de aurora vivida y triunfal.
Su temperamento retentivo ha cristalizado la percepción de lo bello, y pues que una obra de arte, según la sentencia del osado artista del Paradou, es un rincón de la Natura vista al través de un temperamento, la obra de Othón refleja gloriosamente la visión de su retícula, transformada en arte por su organismo pensante. Su espíritu contemplativo tomó de la luz y el color las radiaciones más sensibles, y devolvió en música el don gozado; fervoroso y puritano, rindió parias a la causa suma de la vida, toda vez que hallaba hermosa la obra, y sus poemas tienen por tanto la fuerza de la fe, la intensidad de la convicción. Su verso es salmo de verdad y de vida. Lo que pudiera desearse de arcaísmo exterior en su poesía, queda ampliamente resarcido con su vigor interno, con su esencia pura, que trasciende como del cáliz de una flor, del alma de este verdadero poeta.
Sus poemas son primitivos, salvajes, fieramente bellos, y así no hay que pedir en ellos sino miel virgen, vino fragante, leche fresca y agua pura, lo que no cansa nunca porque lo da Dios.
- Juan M. Vargas