1995 / 10 sep 2018 19:08
Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1871 y murió en la Ciudad de México en 1952. Poeta y médico. Fue subsecretario de Educación y ministro plenipotenciario en Chile, Argentina y España. Recibió múltiples honores y distinciones y fue propuesto al Premio Nobel de Literatura. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Publicó la revista Pegaso (1917) con Ramón López Velarde y Efrén Rebolledo.
Notas: El Colegio Nacional, como homenaje, publicó en 1971 sus Obras completas. Fue el último de los modernistas y el poeta de reacción contra esa corriente literaria cuando consideró que había agotado sus posibilidades.
Enrique González Martínez, en quien ya la musa parece
hastiarse de adornos y atavíos exteriores, vuelve a las evidencias poéticas y,
en fin, “le tuerce el cuello al cisne”, como él mismo lo aconsejaba, para
concentrarse, a la manera de búho, en la meditación y la reflexión de los
motivos interiores. González Martínez recogió el saldo del Modernismo, sin pactar con él, y abrió nuevos horizontes como quien descorre una cortina.
1995 / 21 ago 2018 10:03
En la poesía de Enrique González Martínez puede advertirse el desprendimiento del modernismo, y a lo largo de medio siglo y 21 libros de poesía, un progreso constante hacia su propio reino, todo serenidad y sabiduría.
En una de las ediciones de su obra, precedió las obras de su primera época con este epígrafe:
¡Verso de incomprensiva adolescencia,
de petulante ritmo, y forma vana,
fingido amor y artificial dolencia!
que alude a las características por las que había cruzado su poesía en el periodo que el poeta ha llamado luego La hora inútil. Pero desde estos primeros libros –Preludios (Mazatlán, Sin., 1903), Lirismos (Mocorito, Sin., 1907) y Silenter (Mocorito, Sin., 1911)– el poeta frenaba el sensualismo y la propensión retórica, peculiares de la poesía de la Revista Moderna de México, para volverse al silencio y a los senderos ocultos, en cuya compañía pasará un largo tramo de su vida poética. En su tercer libro aparecen por primera vez, alternando con poemas de inspiración y factura modernistas, los peculiares llamados de la poesía de González Martínez hacia la soledad atenta al ritmo secreto de la vida; llamadas que en Los senderos ocultos (Mocorito, Sin., 1911) ocuparán la mayor parte del libro, con esa grave y serena nobleza distintiva de su obra. Allí mismo el poeta erigirá un túmulo al cisne modernista, sirviéndose de materiales pertenecientes a la misma escuela que proscribía. Mas lo importante en el soneto famoso no era ese verso todavía demasiado sonoro y ese esplendor plástico del primer cuarteto, sino la nueva actitud ante la vida que proclama. En el ejemplo del búho, silencioso espectador de la naturaleza, encontrará González Martínez una lección de profundidad y continencia del espíritu que oponer al culto de las doradas superficies que había establecido una sección del modernismo.
En los libros que van de Los senderos ocultos a El romero alucinado (1923) el poeta llamaba a la comprensión de un mundo cuya nobleza debemos descubrir con fortaleza, bondad y ensueño –como decía en uno de sus libros–, mas no para deleitarnos con su apariencia sino para amarlo o perdonarlo. Sustituía, pues, en cierta manera la actitud estética por una actitud ética. Y esta lección de su poesía, con su peculiar parafernalia: el romero, la lámpara, la alforja, los caminos y senderos, la serenidad y el silencio, fueron adoptados por muchos de los poetas jóvenes de estos años –sobre todo los Contemporáneos en su poesía inicial– que sintieron la atracción de este credo lírico.
Pero esta poesía del recogimiento meditativo y de las admoniciones morales –que algunos críticos han considerado como característica general de la poesía de González Martínez– fue sólo una etapa, aunque la más escuchada, de la evolución lírica de nuestro poeta, que tendría aún nuevos temas y acentos. Las experiencias de los viajes, las nuevas máquinas, lo cotidiano, el humor y la ironía aparecen en Las señales furtivas (1925). Una década más tarde, en Poemas truncos (1935) y Ausencia y canto (1937), la muerte de su mujer Luisa, en 1935, hará surgir del dolor poemas tan emocionantes como hermosos: "Dolor", "Sombra" y sobre todo "El condenado".
En sus últimos libros, entre sus setenta y sus ochenta y un años, el poeta llora la muerte, en 1939, del hijo poeta, Enrique González Rojo –Bajo el signo mortal (1942)–; despierta de nuevo al amor –Segundo despertar y otros poemas (1945)–; y se revela, con tonos apocalípticos, contra la confusión y la matanza de las guerras –El diluvio de fuego (1938) y Babel (1949). Su último libro, póstumo, El nuevo Narciso y otros poemas (1952) es una revisión de su conciencia y una despedida a las sombras amadas y a la naturaleza consoladora.
La extensa y múltiple obra poética de González Martínez mantuvo una ascensión constante hacia mayor serenidad y sinceridad –como se ha señalado–, al mismo tiempo que hacia mayor pureza lírica. Los acontecimientos afortunados e infortunados de su vida los transmutaba en fuente de poesía que, sin perder su poder consolador, aclaraba con los años su timbre y acrecentaba su limpidez. Léase, por ejemplo, el soneto "Muerte de Amor", de Tres rosas en el ánfora, de 1939:
Amor me resucita y me da muerte;
hiere mi corazón y me ilumina
con su cárdena luz, o me calcina
y me arroja a la escoria de mi suerte.
Amor me hace caer y me alza fuerte;
a su empuje soy caña y soy encina;
me ha dado la canción que me alucina,
y el silencio profundo, que me advierte.
No te vayas, amor, que el ansia dura;
muéveme a tu placer y a la ventura;
no te escapes, amor, que aún es temprano.
Salga tu nombre, que mi sed invoca,
con el último aliento de mi boca...
Y muera por la herida de tu mano.
No fue González Martínez un poeta –como López Velarde o Pellicer–para quien la palabra fuera un territorio seductor, campo de experiencias y audacias. "Su poesía –afirmó Federico de Onís en 1934– influyó mucho en el posmodernismo pero no sirvió para preparar el ultramodernismo. Por el contrario, éste parece haber influido en el leve cambio hacia la ironía y la familiaridad que se nota en las últimas obras de González Martínez". En efecto, preocupado por su mensaje, su experiencia o su testimonio, mucho más que por los medios con que los expresaba, prefirió un lenguaje neutro y dúctil cuya sobriedad no excluye su perfección formal y su calidad poética. Junto a la lección moral de su pensamiento y a la fiesta de sus visiones, el ejemplo formal de la poesía de González Martínez fue igualmente fecundo para la poesía mexicana. Mientras se nos alentaba a todas las audacias y rupturas, él continuó enseñándonos el arte de acoger las sustancias válidas de las nuevas tendencias, en cuanto pudiesen fertilizarnos.
González Martínez fue un excelente traductor de poesía en lengua francesa, en Jardines de Francia (1915).
Los años de su larga vida, sus grandes dolores, sus triunfos y caídas, y su múltiple cosecha poética e intelectual nunca anquilosaron su mente, que se mantuvo fresca y animosa, como lo relató con terso y conversable estilo, en sus memorias, El hombre del búho (1944) y La apacible locura (1951).
Su discurso de ingreso en la Academia Mexicana, "Algunos aspectos de la lírica mexicana", de 1932, contiene hermosas evocaciones de algunos poetas que le precedieron: Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Luis G. Urbina y Amado Nervo.
Las Obras completas de Enrique González Martínez –incluidos todos sus libros y traducciones poéticos, sus tres cuentos, su discurso académico y su autobiografía; y excluidos prólogos, conferencias, discursos y epistolario– los preparó Antonio Castro Leal, como homenaje de El Colegio Nacional, en 1971, centenario del nacimiento del poeta.
Enrique González Rojo (hijo), prologó una nueva edición de la autobiografía de su abuelo don Enrique, bajo el título de Misterio de una vocación (2 vols., 1985).
Puede consultarse: La obra de Enrique González Martínez. Estudios prologados por Antonio Castro Leal y reunidos por José Luis Martínez. Se publican con motivo del octogésimo aniversario del poeta. Homenaje de El Colegio Nacional a su Miembro Fundador, 1951.
1904 / 04 ago 2017 14:46
Bajito, delgado, nervioso, de complexión fina, de voz penetrante pero acariciadora, de ojos negros como cuentas de azabache, así le conocí, y creo que así se conserva todavía.
Estudiaba la carrera de medicina; pero solía desviarse del recto, polvoso y árido camino que lleva al conocimiento de "aquella ciencia enmarañada y torpe", para divertirse por los umbrosos senderos que le brindaban con flores aromáticas y frutos suculentos. Y acontecía, que de aquellas excursiones trajera, sin necesidad de mucho andar ni de correr mucho, lo más fino y lo mejor que se producía en los repuestos bosquecillos, en las cuevas ocultas o en las lindes de los sembrados, y que lo distribuyera y lo regalara con gesto de pródigo a quien se le escapan las monedas y las joyas, porque tiene llenas las manos de unas y otras.
Concluyó la carrera, y presa, quizás, de ese hastío prematuro de la vida, que en otra época llevaba a los jóvenes al claustro, o de ese temor inconsciente de los males y traiciones con que la vida amenaza, se refugió en un pueblecito de Sinaloa, que contará a lo sumo dos mil vecinos. Allí ha seguido hollando el camino polvoso y árido de la medicina; pero emprendiendo, más que nunca, excursiones fructuosas a las sendas floridas que se encuentran cerca de la que andan carros y peatones. Es como aquellos frailes seglares que consienten algunas órdenes, que pueden comerciar, vender, recibir, dar y entregar; pero que a solas, y sin que nadie se percate de ello, cultivan la vida interior, y pulen y tallan para su sola edificación el diamante de su alma selecta.
El año pasado publicó González Martínez un libro que contiene algunas de sus composiciones líricas; es un bello monumento levantado a la forma pura y elegante, al decir castizo y a la poesía sencilla y fuerte. Con él ha comprobado el poeta aquella sentencia del divino France: que hay una forma de seducción al alcance de los más humildes, que consiste en la naturalidad. Y González Martínez, que es humilde, porque no busca ni ama el aplauso, ha visto con sorpresa que el aplauso, como la montaña, ha ido a buscarle a su Patmos solitario, a su Tibur sin galas y sin primor. Algunas de las composiciones que ese libro contiene (verbigracia, un delicioso poema en sonetos) serán famosas, no lo dudéis, cuando ostenten la pátina del tiempo —ese amigo galante que suele prestar nueva hermosura a lo que es hermoso de suyo.
Los intelectuales mexicanos conocen a González Martínez como poeta; pero ignoran que también hay en él un prosista brioso y elegantísimo, y un novelista fino, sagaz y de amplia mirada psicológica.
Yo sueño con una vida de artista como la de González Martínez; vida igual, callada, dulce y tranquila; vida exenta de odios, de rencores, de celos y de pasiones; vida dedicada sólo a desentrañar el ideal de fuerza y de hermosura que el artista lleva dentro.
Semejante a Cellini joven, al paso que los demás hacen resplandecer el oro de las divisas latinas en las pastas ricas y florecientes, y mientras los aprendices se mueven por impuro amor hacia las vírgenes impasibles, él, callado y serio, sin ver nada, sin oír nada, se ocupa sólo en cincelar un combate mitológico en el pomo de una daga buida y brillante.
Que siga oculto muchos años en el fondo de su provincia; que siga curando los males de aquellos excelentes vecinos, que de fijo, no han de padecer esas horribles y complicadas dolencias que padecen las gentes de las ciudades, y que no han de figurarse que su físico es un hechicero que pueda, a su antojo, hacer gozar, sufrir, llorar y reír, a muchas leguas de distancia; que de cuando en cuando nos mande la palabra que haya desentrañado del enigma eterno de belleza, y que cuando su obra esté completa la deje para edificación y para ejemplo.
1. Preludios, Mazatlán, 1903.
Médico, diplomático y poeta. Ejerció la medicina durante muchos años, pero la inquietud por las letras lo acompañó siempre. Ocupó cargos públicos y perteneció al servicio exterior mexicano, posición que lo llevó a vivir en Chile, Argentina, España y Portugal entre 1920 y 1931. Formó parte del Ateneo de la Juventud, del cual fue presidente en 1912. Dirigió y creó las revistas literarias Arte (1911), Argos (1913) y Pegaso (1917). Fue profesor de la Escuela Nacional Preparatoria y de la de Altos Estudios, donde enseñó literatura francesa. En 1911 empezó a adquirir reconocimiento como poeta con su libro Los senderos ocultos, en el que incluyó el famoso soneto titulado “Tuércele el cuello al cisne”, considerado por la crítica como un manifiesto literario contra el Modernismo, si bien González Martínez matizó que solo constituía su reacción contra ciertos tópicos de aquel movimiento. Fue nominado al Premio Nobel de Literatura en 1949. Quizá la importancia de su labor poética ensombrece su trabajo como traductor, a pesar de su trascendencia en su formación literaria. En sus memorias relata que hizo su primera traducción de poesía a los catorce años y que ganó un concurso con ella. En sus primeros poemarios Preludios (Mazatlán, M. Retes y Cía, 1903), Lirismos (1907), Silenter (1909) y Los senderos ocultos (1911), estos tres publicados por la Imprenta de la Voz del Norte (Mocorito), incluyó junto a su poesía, algunas traducciones. En Preludios hay versiones de Edgar A. Poe, Alphonse de Lamartine y William Shakespeare; en Lirismos de Paul Verlaine, Charles Baudelaire y José-María de Heredia; en Silenter de Paul Fort, Maurice Maeterlinck, Jean Moréas, J.-M. de Heredia, Maurice Vaucaire, Gabriele D’Annunzio y Henri de Régnier; en Los senderos ocultos de Albert Samain, Maurice de Guérin, Éphraïm Mikhaël, P. Fort, Charles de Mazade y Francis Jammes. En las ediciones posteriores de estas obras estas traducciones no se incluyen: a veces se colocan en un apéndice o en una sección denominada “Exóticas”, a veces simplemente se omiten. La decisión de separar las traducciones de su producción original la tomó el mismo González Martínez, quien consideró más apropiado presentarlas en un volumen aparte. En 1915 reunió su traducción de poesía francesa moderna en un tomo que tituló Jardines de Francia (México, Librería Porrúa Hnos.). En 1919 fue reeditada por Cvltvra, con nuevos textos de Samain y de Jammes, de quien también tradujo El pensamiento de los jardines (México, Porrúa, 1917). La versión definitiva del libro incluía a Verlaine, Baudelaire, Heredia, Maeterlinck, Fort, Samain, Jammes, Émile Verhaeren, Mikhaël, Moréas, Maurice Rollinat, Vaucaire, Régnier, Guérin, Mazade, Anna de Noailles, Renée Vivien, Saint-Pol-Roux, Ernest Raynaud, Fernand Severin, Georges Rodenbach y Francis Vielé-Griffin. Por razones obvias, quedaron fuera de esta antología sus versiones de poesía no francófona, las cuales aún están saliendo a la luz gracias a las últimas recopilaciones de sus obras completas. En la actualidad se considera que sus traducciones son tan importantes como su obra original. La decisión de incluir en Jardines de Francia a tres poetas belgas (Maeterlinck, Verhaeren y Rodenbach) refleja la visión de González Martínez sobre la extensión de la patria lírica francesa. Expresó su admiración por estos autores en una conferencia dictada en el Museo Nacional de México en 1918 a propósito de su poesía. Dicha conferencia sirvió de prólogo a la antología Tres grandes poetas belgas. Rodenbach-Maeterlinck-Verhaeren (México, Cvltvra, 1918) dirigida por González Martínez, la cual incluía sus traducciones junto con algunas de Eduardo Marquina, Enrique Díez-Canedo, Ángel Vegue y Goldoni, Andrés González Blanco, Ramón Pérez de Ayala, Francisco González Guerrero, Fernando Fortún y Max Henríquez Ureña. En 1909 inició una relación epistolar con el poeta y traductor español Díez-Canedo, quien preparaba su antología La poesía francesa moderna (Madrid, Renacimiento, 1913), en la que González Martínez colaboró, junto con su compatriota Balbino Dávalos. Si bien son pocos sus testimonios sobre la traducción, a partir de unas notas sobre la poesía francesa podemos rescatar su opinión sobre el asunto. En ellas confiesa que la traducción no fue para él una labor asidua y sistemática, sino un ejercicio al que se entregaba cuando sus lecturas se lo sugerían. Consideraba la traducción como un servicio estético, una forma de homenaje, en el que debía procurarse no ofender o menoscabar la riqueza del original. Gracias a este empeño el poeta que traduce es -en su opinión- el más favorecido pues su léxico se depura y enriquece.
Bibl.: Armando Cámara, “Advertencia preliminar” en E. González Martínez, Obras. Poesía I, México, El Colegio Nacional, 2002, XXVII-XXXV. || Antonio Castro Leal, “Prólogo” en E. González Martínez, Obras completas, México, El Colegio Nacional, 1971, iv-xv. || Aurora Díez-Canedo, “Correspondencia entre Enrique Díez-Canedo y Enrique González Martínez”, Literatura Mexicana 16:2 (2005), 187-205. || Enrique González Martínez, “La poesía francesa” en Obras. Prosa II, México, El Colegio Nacional, 2002, 393-403. || Enrique González Martínez, “El hombre del búho” en Obras. Prosa II, México, El Colegio Nacional, 2002, 573-697. || Pedro Henríquez Ureña, “La poesía de Enrique González Martínez” en E. González Martínez, Obras. Poesía I, México, El Colegio Nacional, 2002, 405-415. || José Emilio Pacheco, “Prólogo” en Antología del modernismo: 1884-1921, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1970, XI-LIV.
Lili Atala García
09 oct 1993 / 20 ago 2018 16:44
Recibió las primeras enseñanzas de su padre, el profesor José María González y su madre, Feliciana Martínez, orientó su vocación poética. Estudió en la Preparatoria, en el Seminario Conciliar y en el Liceo de Varones del Estado de Jalisco. En 1885 publicó sus primeros versos y al año siguiente participó en diarios y revistas de Guadalajara. En 1893 obtuvo el título de Médico Cirujano y Partero y fungió como profesor adjunto de Fisiología. Emigró con su familia a Sinaloa, donde contrajo matrimonio con Luisa Rojo en 1898. Colaboró en los diarios y revistas de la provincia y de la ciudad de México. Hasta 1911 desempeñó el puesto de prefecto político en los distritos de Mocorito, El Fuerte y Mazatlán, y el de secretario general del gobierno de Sinaloa. En ese mismo año estableció su residencia en la Ciudad de México e ingresó en el Ateneo de la Juventud, cuya presidencia ocupó en 1912. En ese año fundó Argos y fue editorialista de El Imparcial. Fungió como subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1913; secretario general del Gobierno de Puebla, en 1914. Fue profesor de Lengua y Literatura Castellanas y de Literatura General, y jefe de clases en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Normal de Señoritas, en 1915. Ocupó la cátedra de Literatura Francesa en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México (hoy Facultad de Filosofía y Letras). En 1917 dirigió, en compañía de López Velarde y de Efrén Rebolledo, la revista Pegaso. En 1920 empezó su carrera diplomática en Chile (1920-1922), después estuvo en Argentina (1922-1924), en España y Portugal (1924-1931). Por medio de estos cargos estableció lazos de amistad con los principales intelectuales de esos países. A su regreso a México ocupó otros puestos en calidad de consejero, para la Secretaría de Relaciones Exteriores (sre). En 1935 murió su esposa y en 1939 su hijo, el poeta Enrique González Rojo, acontecimientos que marcaron profundamente su vida y su obra. Perteneció a las más importantes asociaciones culturales del país. En 1944 recibió premios por su obra, que se publicó ese mismo año bajo el título de Poesías completas. Sus restos reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Enrique González Martínez, de renombre universal, se le considera como el último gran poeta modernista. Gabriel Méndez Plancarte señaló que no es, el de González Martínez, el modernismo extravertido y fastuoso de la primera época, sino el introspectivo y profundo; más ávido de la hondura emocional que del hallazgo puramente visual y auditivo de los Cantos de vida y esperanza. Desde su primer libro (Preludios) muestra su afirmación lírica. No obstante su cercanía con algunos de los mejores poetas de su tiempo (Gutiérrez Nájera, Pagaza, Othón, Díaz Mirón y Nervo, entre otros), con la de los simbolistas franceses, con las resonancias de Horacio y la inquietante sugestión de Poe, su voz personal y propia se va purificando en constante ascenso. Las lecturas de Platón, Pascal, Novalis, Nietzsche, Bergson y Rousseau lo alejaron del cientificismo positivista de la época y orientaron su obra hacia la metafísica y el relativismo. El trascendentalismo de Emerson, la filosofía oriental y el misticismo español asoman tras su poesía, en un intento de "reconstrucción espiritual en el contexto de un mundo en caos". En su famoso soneto: "Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje...", en que como Verlaine sugiere acabar con la elocuencia, se ha querido ver como símbolo de su poesía al búho, opuesto al cisne entronizado por Darío. El poeta mexicano aconseja el alejamiento del preciosismo esteticista y superficial y sugiere el emblema de la meditación, la sabiduría; la reacción, en fin, contra el modernismo exótico y huero. La poesía de González Martínez es "reflexiva y abstracta, de mayor profundidad que amplitud, de más solidez arquitectónica que animación sensual y colorida". Desde el afrancesamiento voluptuoso y mitológico de sus primeros poemarios, pasando por la influencia del simbolismo, la contemplación del mundo caracteriza su obra poética. Fue autor de ensayos y textos críticos y prólogos a las obras de otros escritores. Destacan sus obras Algunos aspectos de la lírica mexicana, El hombre del búho y La apacible locura, su autobiografía en dos volúmenes, y sus traducciones de la poesía francesa moderna.
Nació en la ciudad de Guadalajara, el 13 de abril de 1871; muere en la Ciudad de México, el 19 de febrero de 1952. Escritor, médico y diplomático. En el año de 1886 ingresó a la Escuela de Medicina. Se desempeñó como delegado y prefecto político en Sinaloa, así como Secretario General de Gobierno. Fue miembro y presidente del Ateneo de la Juventud. Subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1913. Secretario General del Gobierno de Puebla en 1914. Ocupó la cátedra de Literatura Francesa en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional. Ministro Plenipotenciario en Chile, Argentina, España y Portugal. Consejero en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Fundador de la revista Argos. Colaborador de El Imparcial. Dirigió la revista México Moderno y, con Ramón López Velarde y Efrén Rebolledo, dirigió la revista Pegaso. Impulsor de editorial Cvltvra y las ediciones de México Moderno. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, del Seminario de Cultura Mexicana y del Colegio Nacional. Premio Nacional de Literatura en 1944.
- E.G.M.
- Antón Zotes
- Guzmán de Alfarache
- Mudarra
- Marcos de Obregón
- Sganarelle
- Licenciado Vidriera
Instituciones, distinciones o publicaciones
Academia Mexicana de la Lengua
El Colegio Nacional (COLNAL)
Arte
Argos. Magazine
Pegaso. Revista Ilustrada
México Moderno. Revista de Letras y Artes
Seminario de Cultura Mexicana
Facultad de Filosofía y Letras FFyL (UNAM)
Academia Mexicana de la Lengua
Cvltvra