2015 / 05 dic 2017
Días de guardar, dedicado a Fernando Benítez, es el primer libro de crónicas de Carlos Monsiváis. Fue publicado en 1970 por el sello editorial Era. Consta de treinta y tres textos cuya orientación es la urbe, principalmente la Ciudad de México. Monsiváis encuentra aquí el espacio para ejercer su vocación periodística, tal como lo hicieran Tom Wolfe y Norman Mailer en Estados Unidos bajo los parámetros del Nuevo Periodismo.
Versando sobre la realidad cotidiana, o el descubrimiento de lo inadvertido, donde un evento de masas se convierte en el pretexto ideal para la reflexión crítica, el libro consigue una suerte de radiografía de la identidad mexicana; entrevé las motivaciones de una sociedad en proceso de cambio y su inserción en los caóticos escenarios de la vida posmoderna. El título deriva de la cosmovisión mexica, según la cual, existen cinco días de guardar a los que se atribuyen los malos presagios y las calamidades. Mismos que podrían relacionarse con los acontecimientos de 1968 en México, descritos en crónicas como “Yo y mis amigos”, donde el autor analiza la sensibilidad que inspiró a los estudiantes a iniciar las protestas que derivaron en la masacre del 2 de octubre. Con el tratamiento de este y otros asuntos relativos a la identidad nacional, en Días de guardar se inicia la carrera de quien sería el cronista más importante de México.
Una parte de la literatura publicada en la década de los setentas estuvo marcada por la tragedia del 2 de octubre de 1968 y la necesidad de exponer el hecho, así como de interpretarlo dentro en un marco más amplio de política y cultura nacional. De ahí que la masacre estudiantil, acompañada por cientos de exilios y encarcelamientos, haya dado pie a la construcción de todo un legado escritural referente al movimiento. Este es, precisamente, el contexto en que Monsiváis nos presenta al primero de los libros de su carrera como cronista.
La llamada Literatura del 68 se caracterizó por su alto grado de politización y la recurrencia de temas como la protesta, la militancia política de izquierda y las manifestaciones, según la define el Diccionario de Literatura mexicana. Siglo xx,[1] donde además de la obra de Monsiváis se menciona por ejemplo la filiación de títulos como De la Ciudadela a Tlatelolco (1969), de Edmundo Jardón Arzate y La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska. Días de guardar manifiesta una postura a favor de las demandas estudiantiles y dedica una serie de páginas a la narración puntual de los acontecimientos en crónicas como “La manifestación del rector”, emblemática por su silencio: “Los estudiantes se iban adhiriendo, conformando según el tono solemne de la ocasión, y uno se repetía en voz baja (en ese susurro esporádico de los últimos años, que había terminado pareciéndose tanto al recuerdo de la infancia)”.[2] En este sentido, el volumen completa un trabajo que, desde su Autobiografía (1966), el autor había comenzado cuando describe el ambiente estudiantil, las protestas y represiones de los años sesenta.
Todo esto ocurría en el México de entonces, donde paralelo al despertar social que significó el año de 1968, las estrategias políticas y la reacción de los ciudadanos ante ellas imprimieron un matiz particular a las nuevas voces de la literatura mexicana. Algunos detonantes para este hecho son por ejemplo, la enfatizada promoción que el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) había hecho sobre el rescate de los valores nacionalistas, mediante la exaltación del amor a una patria que se desmoronaba en medio de un presente caótico; al tiempo en que aparecía, resplandeciente, ante la mirada del mundo exterior.
En palabras de Monsiváis, la tragedia fue precedida (y por lo mismo predecible) por acontecimientos como la represión del movimiento normalista (1958), la protesta de los médicos (1965), la matanza de Acapulco (1967) o la invasión de la Universidad de Sonora (1967), que ya dejaban al descubierto la gran fisura que el Estado trataba de encubrir mediante una idea de progreso sin fundamentos reales: “Casi en sentido estricto, el acto genocida de Tlatelolco es un epílogo de la fiesta desarrollista”, puntualiza.[3]
Lo anterior constituyó un eco en la obra de autores mexicanos como Carlos Fuentes, quien entregó en 1958 a la narrativa nacional una de sus novelas emblemáticas: La región más transparente. Según el autor de Días de Guardar, el rasgo que ha conferido importancia y representatividad a esta obra es, precisamente, su sinceridad, su transparencia implacable ante lo sórdido: “Sin temor a la contaminación, usándola y exhibiéndola, Fuentes rehúsa a los tabúes del nacionalismo literario para captar, aprehender la situación nacional”.[4] Y es que, una de las convenciones que figuran en dicha estética es la correspondencia entre la atmósfera vital de los países latinoamericanos, con todas sus problemáticas y los ambientes creados por el imaginario de exponentes como Julio Cortázar en Argentina, Gabriel García Márquez en Colombia y Mario Vargas Llosa en Perú.
Como resultado de estas incursiones que reflejaban fielmente las circunstancias del escenario latinoamericano, los lectores de la época se refugiaron en una literatura que, para bien o para mal de sus autores –señala Monsiváis–, proveía a la población de modelos de conducta y espacios para la búsqueda de sus respectivas identidades.[5] El cronista observa todo esto con la nitidez crítica que le caracteriza y, aún consciente de la responsabilidad implicada en esta labor de oráculo, no consigue que su aporte literario escape a los flujos de esas corrientes determinadas por la época.
Debido a su experiencia como reportero en medios masivos, la escritura de Monsiváis retoma algunas de las características del Nuevo Periodismo norteamericano y de los géneros considerados como literatura no ficcional. En el primer caso, nos referimos a una corriente de investigación surgida en Estados Unidos con exponentes como Tom Wolfe y Norman Mailer, que buscaron imprimir al periodismo matices creativos sin perder de vista el apego a la verdad obligatoria en el oficio. El movimiento obedecía a la necesidad de dirigirse a las masas desde la cercanía de la experiencia compartida y no desde la aséptica distancia de los escritorios de redacción. En sus crónicas, Monsiváis tiende a un estilo en el que se busca la concordancia con dichos intereses; de tal suerte que, aunque la situación planteada pudiera contener elementos ficcionales, el resultado crítico no. Tal como lo expresa Linda Egan en su ensayo “Cada renglón es un verso”,[6] en el trabajo de Monsiváis se inaugura una poética en torno a la “Nueva crónica mexicana” –como la distingue Egan–,[7] misma que empleaba, ya en esos años, un lenguaje distinto al de géneros como la nota informativa, el ensayo y el relato breve. Por definición, enfrentarse a estos textos es estar ante una la mezcla sintética de editorialismo y habilidad artística.
La adquisición de una nueva conciencia sobre el quehacer literario y periodístico en el país se explicita en la vastedad de recursos que la técnica otorga a la obra (el ensayo, la crónica, y el relato ficcional, así como sus hibridaciones) marcando una etapa distinta en la producción del autor, que ha reunido para entonces, el espíritu del crítico mordaz con la observación detenida, objetiva y a veces melancólica de su lugar de origen.
México se hallaba en tiempos de transformación. Pasaba por lo que en términos de física sería descrito como estado de homeostasis; donde un sistema tiende a la búsqueda de autorregulación en medio del caos. Este escenario entrópico lo conformaban la gran herida del 68, la inestabilidad política durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, y la crisis que desató problemas como el desempleo y la marginación, contrastantes con el aparente crecimiento económico y el interés extranjero volcado en el país gracias a eventos deportivos como las olimpiadas y el mundial de fútbol que tuvieron lugar en México. El sistema nacional intentaba definirse a sí mismo y restablecer sus estructuras, dando lugar a los fenómenos que el autor analiza y cuestiona; viene el drama de la elección entre los valores nacionales y la novedad del mundo exterior, vienen el amor romántico y el repudio hacia lo mexicano, el orgullo y la vergüenza del origen, y finalmente, llegan los Días de guardar. Días en que “el melodrama, la caracterización y el despliegue interpretativo”[8] posicionan la imagen de México en el mundo y garantizan su permanencia. Al respecto, el cronista reconoce con dolor que “En materia de ofrecimientos visuales, sólo la desdicha y la tragedia de un amor imposible superan a la Revolución”,[9] y esta forma de autoconciencia le preocupa, pues advierte en ella el doble peligro de la enajenación interna y la asimilación equívoca de lo nacional en el exterior. A esa angustia se deben la mayoría de los trabajos recogidos en el libro.
El consumismo y la búsqueda de la mexicanidad
En Días de guardar son frecuentes los tópicos sobre el desarrollo de la cultura de masas y la influencia de los medios de comunicación en el constructo de la identidad mexicana. En relación con esto se abunda en la crónica “Raphael en dos tiempos y una post-data”, donde el espacio de la narración es el concierto del español, un afamado intérprete de música pop en la década de los setenta. A simple vista, un concierto pareciera no aportar ninguna revelación sobre la psicología de las masas, pero para Monsiváis, el griterío de las adolescentes, el desorden y la aglomeración que imperan en el momento son un observatorio social: “Oír a Raphael gratis era vengarse o recobrarse el cerco de una burguesía exclusivista”, nos dice en un intento por esclarecer la relevancia del suceso, mediante un criterio de estratificación social.
La crítica aquí, apunta al hecho de que las clases altas asisten al concierto en busca de legitimar su estatus. Éstas se regodean en la apariencia, los atuendos de última moda y los peinados extravagantes, o en la exhibición de cualidades morales como la generosidad, puesta de manifiesto en donaciones para los necesitados hechas en público al término del evento. En el otro costado están quienes integran las clases medias y bajas y acuden deslumbrados, a imitar los excesos y la falsa filantropía de los “glamurosi”, vocativo con que el crítico “bautiza” desde ese instante y a perpetuidad a las clases adineradas. Pero el partido que saca Monsiváis de sus apreciaciones es tal, que en otro orden de ideas, logra encontrar en la lectura del concierto una visión sobre las problemáticas de género y violencia doméstica. Habla, por ejemplo, de las mujeres que, con asistir, obtuvieron la posibilidad de apropiarse de un espacio lejano a la dominación del marido. Dotado ahora de una clarividencia cruel, señala: “Las manos que mecen la cuna, también aplauden a Raphael”, y todo esto forma parte del México de entonces, sofisticado al amparo de la modernidad, o como mejor diría Monsiváis, robustecido al ojo del amo.[10]
A propósito del refrán, llama la atención que en Días de guardar, la inserción de voces populares, dichos y expresiones del habla coloquial convivan con un lenguaje culto y a veces académico, combinación de registros verbales que es una de las características más notables del estilo prosístico del autor.
Por otra parte, la agudeza crítica y el humor sardónico (ese que muerde hasta los huesos) también son recursos que participan de una elocuencia que hace mofa de los funcionarios públicos en despiadados aforismos como: “Todos los políticos mexicanos de tercera fila parecen miembros de un trío romántico”,[11] o de la ideología hippie a partir de la transcripción del comentario de uno de sus adeptos: “Me dedico a secar flores con el poder de la concentración mental, el otro día fatigué un montón de geranios en la casa de mis tíos”,[12] decía el joven, mientras el ingenio de Monsiváis reía para sí, cuestionando el sentido de sus palabras.
México ante las ideologías emergentes
En algún punto, el ejercicio de observación impone a Monsiváis un coste emotivo y éste parece reírse de sí mismo y de sus orígenes con una carcajada triste: “La autocompasión nos despoja de la libertad penosamente adquirida”,[13] nos dice consciente de que la tarea de radiólogo que se ha impuesto implica mirar directo hacia las sombras de una compleja lámina en que factores como el consumismo, la filosofía de la “Era de acuario” o el movimiento de “la Onda” existen paralelamente a valores de tan vieja raigambre como el sentimiento de pertenencia, o la voluntad de establecer el concepto de mexicanidad.
En “Con címbalos de júbilo”, describe el desplazamiento de la teología cristiana por el “¿De qué signo eres?” y la creencia en una era de progreso y logros científicos, en contraste con la anterior (la de Piscis) entendida como sinónimo de sufrimiento y crucifixión.
Más adelante menciona el auge del esoterismo hecho patente en prácticas como la astrología y la quiromancia, y dedica varias páginas al estudio de su relación con otros fenómenos como el consumismo, la globalización y el vacío de sentido. Otra filosofía asociada a la época es la de “la Onda”, explicada como un culto al “aliviane” en el texto “Dios nunca muere”. Según Monsiváis, “alivianarse” supone lo contrario de “azotarse”, de modo tal que: “Los solemnes se azotan, los prejuiciosos se azotan, los exagerados se azotan y los represores se azotan. Azotarse es aferrarse, abdicar a las alturas, rehusarse a la percepción amplificadora”.[14] La ideología de “la Onda” propone, por contraste, una concepción desapasionada de la vida y una renuncia a la formalidad.
Este nuevo lenguaje se constituye a partir de la influencia de los mass media, el culto a las figuras del rock, la revolución sexual y la concepción de la juventud como agente de una vanguardia universal que se oponía al “provincianismo” e intentaba abolir modelos caducos de vida. De acuerdo con la definición de Monsiváis, el movimiento es “el idioma de las drogas, la cárcel y la frontera”.[15]
De igual manera, ante la popularización del camp en México –esto es, de un tipo de sensibilidad estética que promueve la banalidad, la artificialidad y el humorismo– Monsiváis nos confía nuevamente su azoro. El término se refiere a la prioridad de la forma sobre el contenido; idea retomada de la ensayística de Susan Sontag, que el autor ubica en nuestro contexto al pensar en la gravedad de las figuras públicas y su apología de las apariencias en detrimento de la vida interior:
El juego óptico de Bette Davis, la insistencia del dandismo Wildeano de elaborar frases para auspiciar la vida, la personalidad estridente y ubicua de Jean Cocteau, el decorado de interiores en las novelas de D´Annunzio, la gesticulación de las divas de cine italiano, son fenómenos que hoy disponen de una razón de ser radicalmente ajena a las instancias dramáticas o culturales de donde partieron.[16]
Detalla Monsiváis en preludio a su síntesis del concepto: “La decoración es la tarea clasista más importante. Hay que utilizar nuestra capacidad escenográfica para ocultar cualquier (mí, nuestra) identidad”.[17]
El cronista de México ante el mundo
La publicación de Días de guardar no solamente fecha el surgimiento de uno de los cronistas más importantes de nuestra cultura en el siglo xx; sino el inicio de una confrontación muy lúcida con la realidad del México moderno. A partir de recreaciones volcadas sobre el papel con absoluta honestidad, Monsiváis nos descubre los aspectos más sórdidos del devenir cotidiano en tiempos de un silencio impuesto por la censura.
Actualmente, este voto de sinceridad es uno de los rasgos que han merecido a su obra mayor reconocimiento en lo tocante a temas como la marginación social, la impunidad, las fallidas estrategias gubernamentales hacia el progreso económico y la ausencia de identidad nacional. Para María Cifuentes, esta compilación marca un hito histórico al ser la primera en documentar el doloroso nacimiento de una noción de identidad: “El público en Días de guardar es aquel amenazante ante los ojos de la élite, pero es a la vez el que empieza a desenfadarse del papel del Estado como modelador de las sensibilidades colectivas”. Este ángulo de observación permite al cronista llegar a una de las cumbres de su contemplación. En palabras de Cifuentes: “Monsiváis desenmascara en sus crónicas el fracaso de la política nacionalista cultural de su país, promovida por los seguidores de la Revolución”.[18]
En la opinión de Darío Flores Arcila, es justamente a partir de estos hallazgos que el autor encuentra oportunidad para abordar el asunto de la estratificación y las manifestaciones de una cultura marginal, que viene a ser, pese a su condición de exilio, aquella que conserva más pura la sustancia de lo mexicano: “Los polifónicos libros de Monsiváis hablan múltiples voces: la naquiza, los desempleados, los mecánicos, los empleadillos, los profesionistas frustrados y las divas deslumbradoras. Monsiváis dio con claves de valor cultural y humano que la academia desconsidera”.[19] En este punto, coinciden otros estudiosos como Vittoria Borsó, quien señala al autor, a raíz de sus colaboraciones en la revista Nexos, como “El representante de la autoconciencia de la ‘cultura popular’ y de su fuerza como ‘contracultura’”.[20] Atribuyendo a esta última la función depositaria de los valores que escapan al concepto de “alta cultura” generado por la élite social, o establishment, en términos de Monsiváis.
Por ello es que Días de guardar, cuya columna vertebral son los textos relativos al 68, logra una trascendencia al margen del momento histórico y se retira la etiqueta de documento testimonial para posicionarse, junto a El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz, entre los títulos fundamentales para la comprensión de lo mexicano. Su carácter es, por tanto, atemporal, longevo en cuanto a su vigencia y exacto en su calidad de radiografía.
Borsó, Vittoria, “Fronteras de poder y umbrales corporales. Sobre el poder performativo de lo popular en la literatura y la cultura de masas de México (Rulfo, Monsiváis, Poniatowska)”, Iberoamericana. America Latina, España, Portugal (Alemania), núm. 16, 2004, pp. 87-106.
Cifuentes, María Angela, “Sobre medios, cultura popular en las crónicas de Carlos Monsiváis”, Íconos, núm. 36, 2010, pp. 147-156.
Egan, Linda, Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo, trad. de Isabel Vericat, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Tierra Firme), 2004.
----, “Cada renglón un verso, todo el arte un poema. Monsiváis, el juglar de la crónica mexicana”, Andamios, núm. 15, vol. 8, 2011, pp. 141-172.
Estrada, Gerardo, “Una opinión imprescindible: Carlos Monsiváis”, Este País (México), núm. 231, julio de 2012, pp. 39-40.
Flores Arcila, Rubén Darío, “Carlos Monsiváis, el descifrador de los discursos populares. Entre la imagen y el enunciado”, Forma y función (Colombia), núm. 1, vol. 23, 2010, pp. 183-185. Portal Digital de Revistas de la Universidad Nacional de Colombia, Web.
Monsiváis, Carlos, La cultura mexicana del siglo xx, México, D. F., El Colegio de México (Historia Mínima), 2011.
----, Días de guardar, México, D. F., Era, 2010.
Ochoa Sandy, Gerardo, “Las exequias mediáticas de Carlos Monsiváis”, Este País (México), núm. 232, agosto de 2010, pp. 12-15.
Pereira, Armando (coord.), Diccionario de literatura mexicana. Siglo xx, colabs. de Claudia Albarrán, Juan Antonio Rosado, Angélica Tornero, México, D. F., Ediciones Coyoacán/ Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.
López, Jesús, Mario Muñoz y Mayabel Raner, “En recuerdo de Carlos Monsiváis (1938- 2010)”, entrevista por el Comité Editorial de Sociogénesis, Sociogénesis. Revista electrónica de sociología, núm. 4, julio-diciembre de 2010, p. 8, Repositorio Institucional de la Universidad Veracruzana, Web, (consultado el 27 de enero de 2016).
Monsiváis, Carlos, ”Cultura urbana y creación intelectual”, Texto Crítico, núm. 14, julio-septiembre de 1979, pp. 9-27, Repositorio Institucional de la Universidad Veracruzana, Web, (consultado el 27 de enero de 2016).
No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vió: multitud en busca de ídolos en busca de multitud, rencor sin rostro y sin máscara, adhesión al orden, sombras gobernadas por frases, certidumbre del bien de pocos, consuelo de todos (sólo podemos asomarnos al reflejo), fe en la durabilidad de la apariencia, orgullo y prejuicio, sentido y sensibilidad, estilo, tiernos sentimientos en demolición, imágenes que informan de una realidad donde significaban las imágenes, represión que garantiza la continuidad de la represión, voluntad democrática, renovación del lenguaje a partir del silencio, eternidad gastada por el uso, revelaciones convencionales sobre ti mismo, locura sin sueño, sueño sin olvido, historia de unos días.
En su primera recopilación de ensayos, que tiene por eje la contradicción entre la realidad y la apariencia del México de nuestros días, Monsiváis investiga las raíces de los mitos sociales, artísticos y políticos; desmenuza al detalle las grandes ceremonias que presiden la vida nacional; comparte el latido de la inconformidad juvenil, sin dejar de tener ante ella una actitud crítica... Un estilo audaz, tan destructor como renovador del lenguaje, expresa una visión lúcida, regocijada, dolorida, y hace del humor una punzante forma de lirismo.
En su primera recopilación de ensayos, que tiene por eje la contradicción entre la realidad y la apariencia del México de nuestros días, Monsiváis investiga las raíces de los mitos sociales, artísticos y políticos; desmenuza al detalle las grandes ceremonias que presiden la vida nacional; comparte el latido de la inconformidad juvenil, sin dejar de tener ante ella una actitud crítica... Un estilo audaz, tan destructor como renovador del lenguaje, expresa una visión lúcida, regocijada, dolorida, y hace del humor una punzante forma de lirismo.
En su primera recopilación de ensayos, que tiene por eje la contradicción entre la realidad y la apariencia del México de nuestros días, Monsiváis investiga las raíces de los mitos sociales, artísticos y políticos; desmenuza al detalle las grandes ceremonias que presiden la vida nacional; comparte el latido de la inconformidad juvenil, sin dejar de tener ante ella una actitud crítica... Un estilo audaz, tan destructor como renovador del lenguaje, expresa una visión lúcida, regocijada, dolorida, y hace del humor una punzante forma de lirismo.
En su primera recopilación de ensayos, que tiene por eje la contradicción entre la realidad y la apariencia de México de nuestros tiempos, Monsiváis investiga las raíces de los mitos sociales, artísiticos y políticos; desmenuza al detalle las grandes ceremonias que presiden la vida nacional; comparte el latido de la inconformidad juvenil sin dejar de tener ante ella una actitud crítica... Un estilo audaz, tan destructor como renovador del lenguaje, expresa una visión lúcida, regocijada, dolorida, y hace del humor una punzante forma de lirismo.