Enciclopedia de la Literatura en México

Modernismo

En cuanto al periodo modernista, los estudios generales son abundantes. Algunos de ellos tocan la historia de las ideas estéticas que fueron, entonces, particularmente importantes, pero ninguno de estos estudios se ha consagrado en especial a la materia. Por otra parte, esta investigación de las ideas literarias durante el modernismo debe considerar, al mismo tiempo, el debate que en aquellos años se suscitó entre los partidarios de la renovación y el cosmopolitismo modernistas, por una parte, y los discípulos aún fieles del maestro Altamirano, que aspiraban a mantener la empresa nacionalista y popular que había sido tan fértil. Cuando se estudie adecuadamente esta polémica literaria, una de las más interesantes de nuestra historia, podrá advertirse que, en la época llamada extensivamente modernista, ésta no era la única corriente significativa en aquellos años; y que acaso la mayor justificación histórica asistía a sus opositores. Sin embargo, debe reconocerse que los modernistas, con todo y su descastamiento, con todo y su desarraigo de lo nacional y sus pretensiones de cosmopolitismo, realizaron una obra de excepcional calidad literaria y contribuyeron a encauzar nuestras letras en una circulación universal, que es tan necesaria para la salud de una literatura como aquel arraigo en lo nativo que propugnaron los novelistas adictos al nacionalismo.  

Me parece que la mayor importancia de esta polémica radica en el hecho de que en ella se establecen por primera vez con precisión y en conceptos modernos, los términos de las dos actitudes que van a dominar en la literatura de la primera mitad del siglo xx. Ciertamente, desde los días de Fernández de Lizardi se habían planteado aquellas posturas, y hacia 1868 Altamirano proclamó la necesidad de una literatura nacionalista y popular, como el mejor de los recursos con que podían contribuir nuestras letras a la integración de la cultura mexicana; pero la tendencia que ellos representaban no tuvo, ni en uno ni en otro caso, una oposición doctrinaria y práctica digna de considerarse. Por el contrario, las ideas que expusieron Amado Nervo y Jesús E. Valenzuela, representantes del modernismo, por una parte, y la doctrina nacionalista y popular que defendieron Victoriano Salado Álvarez y José López Portillo y Rojas, por otra, contenían teorías de corrientes literarias destacadas, e implicaban, además, todo un repertorio de actitudes ante la sociedad y ante la cultura.

En la misma situación que los estudios de las ideas literarias durante el modernismo se encuentran los concernientes a la época contemporánea. Existen muchas observaciones y esbozos útiles en los estudios de literatura general, pero aún no se ha emprendido ninguno dedicado especialmente a la historia de las ideas.

Faltan, pues, sobre todo, estudios de conjunto para las diferentes épocas de nuestra literatura, estudios que nos permitan apreciar cuál ha sido el curso seguido por las ideas que han movido nuestra expresión literaria.

En los últimos cuatro lustros del siglo xx, se advertía la aparición de una actividad literaria importante en los países de habla española. A este movimiento se le aplicó el nombre de Modernismo. Esta revolución estética tuvo lugar en todos los países hispanoamericanos y después se extendió hacia España.

La posible caracterización del término Modernismo ha dado lugar a copiosas discusiones entre los estudiosos de la época. Este vocablo, a decir de Max Henríquez Ureña, fue empleado inicialmente “para señalar el movimiento de renovación literaria de la América española”.

Según José Emilio Pacheco, la publicación de la obra fundamental: Breve historia del Modernismo, de Henríquez Ureña, “suscitó una respuesta automática: Modernismo igual [al libro de Darío] Prosas profanas”.

La confusión del término surge, en cierta medida, de pretender incluir numerosos movimientos finiseculares tanto hispánicos como europeos en una caracterización unívoca y generalista que se denomine Modernismo. Rafael Gutiérrez Girardot cuestiona la huera insistencia de algunos historiadores de la literatura en definir el término Modernismo; es decir, en reducirlo a una univocidad, estrechando su carácter plural y equívoco.

La disputa ha girado alrededor de dos puntos centrales: primero, la paternidad de un movimiento que revolucionó las letras hispánicas, y segundo, los lineamientos que deben definir su nombre.

En cuanto al origen, hay quienes coinciden en subrayar que existe evidencia suficiente para considerar 1882 como el año de inicio del Modernismo. El cubano José Martí redacta sus “Cartas” desde Nueva York y publica Ismaelillo (1882), volumen de pocas páginas que abre el horizonte a la poesía en lengua española. La novedad en esta poética, según Max Henríquez Ureña, está en las imágenes y el tono general de la expresión, natural y sencilla, pero de gran sensibilidad.

Otros críticos, entre ellos Ángel Rama, convienen en señalar a Rubén Darío como el iniciador del Modernismo, y a Prosas profanas como el libro modernista por antonomasia.

A finales de 1888, Rubén Darío publica, en Santiago de Chile, la primera edición de su libro Azul, que ya “en muchas de sus páginas nos trae un eco del París libresco”, según Max Henríquez Ureña.

Pero, a decir de este crítico, el “galicismo mental” que Juan Valera percibió en Azul, de Rubén Darío, estaba ya presente en la obra de Manuel Gutiérrez Nájera, a quien Valera probablemente desconocía. Henríquez Ureña observa también que en la prosa de Gutiérrez Nájera, en algunos de los Cuentos frágiles (1883), estaba presente la tendencia que Darío reclamaba haber introducido: el “cuento parisién”.

Los críticos que señalan a Martí y a Gutiérrez Nájera como iniciadores del Modernismo postulan también a Julián del Casal y José Asunción Silva como parte de los precursores. Dicen algunos críticos que estos autores presentan los rasgos del Modernismo y la perfección formal en el empleo de combinaciones métricas inusuales. Henríquez Ureña dice que Julián del Casal, con Hojas del viento (1890), expone su gran influjo francés: de los románticos a los parnasianos, huellas del simbolismo y especialmente de los “decadentes”. Asunción Silva publicó en 1894, en un periódico de Caracas, el poema "Nocturno", que lo colocó en el centro del debate de las formas novedosas.

En términos de la originalidad del Modernismo hispanoamericano, Pacheco dice: “durante mucho tiempo aceptamos la inferioridad asignada por los dominadores y dijimos que los modernistas recibieron la influencia de la literatura europea. Hoy vemos que se apropiaron de la y la transformaron en algo diferente. Los materiales pueden llegar de fuera, el producto final es hispanoamericano”.

Max Henríquez Ureña caracteriza el Modernismo como un movimiento de reacción contra los excesos del romanticismo. El punto de partida fue negativo: rechazar las normas y las formas que no se avinieran con sus tendencias renovadoras y representara, en cambio, la vieja retórica que prevalecía en la literatura española de aquel momento.

El Modernismo hispanoamericano tiene ecos del parnasianismo y del simbolismo. Representaba una nueva sensibilidad que se originó en lo que Manuel Díaz Rodríguez llamó: “la violencia de vida de nuestra alma contemporánea, ansiosa, compleja”. Predominaban la angustia de vivir y el estado morbos, mezcla de duda, desencanto y, a veces, hastío.

El Modernismo se tradujo también en el ansia de novedad en términos de la forma. Sobresale el juego de las sinestesias, la abundancia de metáforas, comparaciones y adjetivación. Existía la fuerte evocación de la antigua Grecia, que provenía de las influencias parnasianas. También el Modernismo encontró eco el exotismo: los poetas buscaron elementos de inspiración en Oriente, así como en motivos de la literatura y de las leyendas nórdicas y escandinavas. En el Modernismo cabía tanto lo nuevo como lo viejo. Existió un grupo minoritario que gustó de hablar de lo “feo y lo enfermo” en sus versos.

Los modernistas apreciaban los símbolos plásticos. El cisne es su símbolo por antonomasia. Fue cantado por Baudelaire lo mismo que por Mallarmé, José Martí y Rubén Darío.

A decir de Henríquez Ureña, dentro del modernismo pueden apreciarse dos etapas. La primera consiste en el culto preciosista de la forma, favorecedor de una voluntad de estilo que culmina en refinamiento de artificios y en inevitable amaneramiento. En la segunda etapa se realiza un proceso inverso, el lirismo personal alcanza manifestaciones intensas ante el eterno misterio de la vida y de la muerte. Además, en esta etapa, prevalece el ansia por lograr una expresión artística cuyo sentido fuera genuinamente latinoamericano.

Suspendida la publicación de la revista Azul, en 1896, dos años después apareció la Revista Moderna, que se transformó en 1903, en la Revista Moderna de México y subsistió hasta 1911. Esta publicación se consolidó como vocero del movimiento modernista.

Salvador Díaz Mirón fue popular gracias a sus poemas románticos de la primera etapa. Después renegaría de estos versos y acudiría al Modernismo. Lascas (1901), su libro central, contiene poemas de corte parnasiano, simbolista y naturalista. Díaz Mirón –dice José Emilio Pacheco– continúo a Silva en lo que hay de ruin, feo y desagradable en las posibilidades estéticas.

Amado Nervo representó la esencia del Modernismo alrededor de la inquietud del espíritu, la angustia de vivir, la preocupación del más allá. Su primer libro, Perlas negras (1898), parece no haber sido suficientemente valorado. Escribió también Las voces (1904), La amada inmóvil (1912) y Serenidad (1914). Fue autor de crónicas y narraciones poco conocidas. Sus inclinaciones del último periodo, místicas más que literarias, hicieron que la crítica apartar la vista de su obra.

En sus primeros libros, Luis G. Urbina no fue modernista, sino romántico. Posteriormente Puestas del sol (1910) y Lámparas en agonía (1914) representan su adhesión al Modernismo. El aspecto más valioso de su obra reside en el acento íntimo y melancólico. La producción en prosa de Urbina fue principalmente periodística.

José Juan Tablada, Enrique González Martínez y Efrén Rebolledo han sido considerados como parte del Modernismo mexicano, aunque algunos críticos prefieran ubicarlos, al lado de Ramón López Velarde, como parte del posmodernismo. Es difícil tipificar a poetas de gran talla, insertos más en el trabajo creador que en estipulaciones teóricas. Estos cuatro escritores alcanzan resultados tan sorprendentes que resultan de difícil clasificación; enriquecen ambas tendencias: parte de sus obras se inserta en una de las variables del Modernismo y otra parte pertenece a la nueva corriente prefigurada en el horizonte de la primera década del siglo xx.

Según Henríquez Ureña, José Juan Tablada fue en sus inicios modernista. Sus primeros poemas, contenidos en El florilegio (1899), causaron gran revuelo en la crítica modernista. Posteriormente acogería las tendencias vanguardistas y también cultivaría el Hai-Ku japonés. Publicó caligramas a la manera de Guillaume Apollinaire, también conocidos como versos ideográficos, en el libro Li Po y otros poemas (1920).

Efrén Rebolledo fue “buen cincelador del verso”. En su primera época recorrió la temática modernista con libros como Cuarzos (1902) e Hilo de corales (1904).

Enrique González Martínez fue –para Henríquez Ureña– el último de los modernistas y el primero de los posmodernistas. Según José Emilio Pacheco, cuando en 1911 González Martínez se dice a sí mismo “Tuércele el cuello al cisne”, no está reaccionando contra el Modernismo, sino que decide dejar los elementos parnasianos y opta por los rasgos simbolistas. Los libros Silenter (1909) y Los senderos ocultos (1911) todavía contienen, según Henríquez Ureña, elementos temáticos del Modernismo, ahora manejados con mucha maestría. En Los senderos ocultos, hizo uso de los neologismos. Su vocabulario no era extenso, aunque sabía manejarlos con habilidad. A partir de Silenter, lo que prevaleció fue una actitud meditativa y honda frente a la vida: su poesía fue desde entonces un trasunto de su biografía espiritual, y tomó algo de filosofía panteísta.

También figuraron en el Modernismo mexicano escritores como Balbino Dávalos, autor de Las ofrendas. Francisco Modesto de Olaguíbel, poeta “romántico por el sentimiento y modernista por la forma”, dejó dos libros de versos: Canciones de bohemia (1905) y Rosas de amor y de dolor (1922). Luis Rosado Vega se afilió desde el comienzo al Modernismo. Uno de sus mejores libros es Libro de ensueño y de dolor (1907). Bernardo Couto Castillo fue promesa de la prosa modernista. Su muerte prematura impidió su desarrollo ulterior. Dejó un libro de cuentos: Asfodelos. Jesús Urueta también incursionó en el Modernismo. Su primer libro Fresca (1903), contiene ensayos imaginativos en “primoroso y castigado estilo”. Fue excelente orador y periodista. También fungió como diputado en los últimos años del porfiriato.

Escritores y poetas jóvenes habían fundado en 1907 el grupo Sociedad de Conferencias, convertido después en el Ateneo de la Juventud y, por último, en el Ateneo de México. Este grupo fundaría una revista más alrededor del Modernismo, llamada Savia Moderna, bajo la dirección de Luis Castillo Ledón.

A decir de Henríquez Ureña, esa generación es la que señala el advenimiento del posmodernismo en las letras mexicanas. El gusto modernista está en los primeros libros de los componentes del grupo: de Ricardo Gómez Robelo, En el camino (1906); de Rafael López, Con los ojos abiertos (1912); de Manuel de la Parra, Visiones lejanas (1914); de Luis Castillo Ledón, Lo que miro y lo que siento (1916); de Eduardo Colín, La vida intacta (1916); de Alfonso Cravioto, El alma nueva de las cosas viejas (1912): de José de J. Núñez y Domínguez, Holocaustos (1915); de Alfonso Teja Zabre, Poemas y fantasías (1914), y de Alfonso Reyes, Huellas (1922).

No todos los integrantes de este grupo perseveraron en la escritura de poesía. Algunos tomaron el camino de la filosofía, la política o la sociología. En adelante, la literatura mexicana encontraría otros derroteros.

Configuraron la corriente literaria del modernismo mexicano la confluencia del romanticismo tardío con las del parnasianismo y el simbolismo francés; no constituyó una escuela, sino una variedad de tendencias, puestas de manifiesto según el escritor o poeta de que se tratara, por lo que no se puede considerar que la corriente literaria haya sido representada por un grupo determinado.

Como autores precursores del modernismo tenemos a Justo Sierra, Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón. La publicación que acogió a esta corriente fue la Revista Azul (1894-1896), habiendo llegado este movimiento literario a su mayor expresión con la Revista Moderna, cerrándose su publicación en 1911.

Fueron características del modernismo: el individualismo exaltado, la obsesión por la muerte, el escepticismo por la fe, el pesimismo hosco y la rebeldía del espíritu. En cuanto a la forma se refiere, se apartó de la métrica castellana, prefiriendo combinaciones de métricas antiguas (versos de nueve, diez, doce o catorce sílabas, no comunes). Como aportación de esta corriente contamos con el ritmo del verso, mediante una innovación en la distribución de los acentos, la aparición de vocablos y giros caídos en desuso y creación de otros nuevos. El simbolismo predominó sobre el parnasianismo.

En la primera década del siglo las letras mexicanas alcanzaron su mejor momento, favorecidas por una mayor difusión de la cultura en un ambiente cosmopolita.

Los poetas de la Revista Azul fueron: Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), Salvador Díaz Mirón (1853-1928), Luis G. Urbina (1869-1934), Amado Nervo (1870-1919), José Juan Tablada (1871-1945), Enrique González Martínez (1871-1952). Además colaboraron con textos traducidos autores europeos y también hispanoamericanos.

En la Revista Moderna fueron colaboradores: Jesús E. Valenzuela (1856-1911), Balbino Dávalos (1866-1951), Francisco M. de Olaguíbel (1874-1926), Efrén Rebolledo (1877-1929), Rubén M. Campos (1876-1945), Luis Rosado Vega (1876-1958), Manuel Puga y Acal (1863-1930), Francisco A. de Icaza (1863-1925), María Enriqueta Camarillo de Pereyra (1875-1968), así como autores hispanoamericanos y europeos.


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Camarillo y Roa de Pereyra, María Enriqueta Campos, Rubén M. Colín, Eduardo Cravioto, Alfonso Dávalos, Balbino Díaz Mirón, Salvador Gómez Robelo, Ricardo Gonzaga Urbina, Luis González Martínez, Enrique Gutiérrez Nájera, Manuel Icaza, Francisco A. de López, Rafael López Velarde, Ramón Nervo, Amado Olaguíbel, Francisco Modesto de Pacheco, José Emilio Parra, Manuel de la Puga y Acal, Manuel Rebolledo, Efrén Reyes, Alfonso Rosado Vega, Luis Sierra, Justo Tablada, José Juan Teja Zabre, Alfonso Urueta, Jesús Valenzuela, Jesús E.