Juan Antonio Rosado | Angélica Tornero.
2004 / 31 oct 2018 12:27
La llamada Literatura de la Onda podría situarse a partir de la segunda mitad de los años sesenta, con la aparición de dos novelas: Gazapo (1965), de Gustavo Sáinz, y De perfil (1966), de José Agustín, y continuaría con Pasto verde (1968), de Parménides García Saldaña.
La noción fue creada por Margo Glantz en el “Estudio preeliminar” a su antología Onda y escritura en México (1971), aunque ya en el “Prólogo” a la antología Narrativa joven de México (1969), Glantz se había referido a la Onda y al título de José Agustín: “Cuál es la onda”. Este término es utilizado para definir a aquella literatura mexicana escrita por jóvenes nacidos en México entre 1938 y 1951 y cuyas obras –compuestas principalmente por novelas y relatos– presentaban características muy específicas. De acuerdo con las opiniones de Margo Glantz, la Literatura de la Onda nace en un contexto histórico marcado, principalmente, por el preludio de lo que posteriormente sería el movimiento estudiantil del 68 (que daría lugar a la Literatura del 68), las manifestaciones contra Vietnam, el desequilibrio social –producto de la sociedad de consumo y del capitalismo– y el descreimiento de la juventud frente a todo lo que oliera a autoridad (ya fuera la familia o el Estado y sus instituciones). En Días de guardar (1970), Carlos Monsiváis se refiere a la Onda como el primer grupo que divulga el slang en la literatura mexicana.
En su vida cotidiana y en sus obras, los jóvenes de la Onda subrayan la suciedad como valor contra la limpieza y las “buenas maneras”, proclaman el amor y la paz contra la violencia, ejercen la libertad sexual, rompen tabúes y acepta la pornografía, consumen drogas, adoptan el hipismo norteamericano como forma de vida, son fanáticos del rock y de la música pop, se asombran ante el universo tecnológico que durante esa década abrió nuevos caminos al música y al sonido, desprecian a los que se alinean al sistema, a los “fresas”, a la “momiza”, describen el deterioro y la crisis de la familia, viven la amenaza de ser devorados por el sistema, de ser absorbidos por la sociedad que rechazan, o bien, temen perder su “autenticidad”, pues muchos de ellos se encuentran en la edad crítica de los treinta años y, ante la amenaza de la “edad adulta, retoman actitudes adolescentes.
Escritas por y para adolescentes, las novelas y relatos de la Onda reflejan el mundo de los jóvenes, su rebeldía contra la sociedad, contra las generaciones que los antecedieron y contra todo tipo de ataduras; están marcados por la ruptura y la protesta desorganizadas; expresan la hiperactividad del adolescente, su necesidad (o la de su grupo) de desplazarse, de “viajar” –por el mundo o con la ayuda de las drogas– de recorrer la ciudad, los cafés, los bares, los cuerpos de otros adolescentes.
La Onda recibe la influencia de la literatura de la generación beat. Las situaciones narrativas son descritas por los propios protagonistas para reproducir el instante en el que experimentaron sus vivencias. Esto se traduce en la multiplicidad de las anécdotas (algunas veces sin definición ni justificación) y en la vertiginosidad de los hechos narrados, que generalmente son “acciones sin freno”.
El lenguaje de los textos está creado expresamente por el joven para delimitar su territorio, para separarse del mundo de “los demás”; en él, se da una mezcla de expresiones juveniles desenfadadas, jerga citadina y albures, que se combinan con el ritmo de la música pop y con un nuevo sentido del humor –que puede provenir de las tiras cómicas, del cine o de la literatura norteamericana–. Este nuevo lenguaje, aunado a la temática novedosa, produce formas distintas de aprehender la realidad del adolescente; literariamente, la Onda produce una nueva forma de realismo que “apela a los sentidos”, a la pura sensación, escindida, por supuesto, de cualquier intento de racionalización.
La literatura de la Onda crea nuevas mitologías, nuevos espacios míticos (como es el caso de la colonia Narvarte, que frecuentemente sirve de escenario para las aventuras juveniles en la narrativa de Parménides García Saldaña, José Agustín o Gustavo Sáinz), nuevos héroes que se expresan en forma directa o mediante el uso del slang, de frases tomadas de los Doors, de los Rolling Stones, de Bob Dylan o de los Beatles, de expresiones copiadas de distintos sectores marginados de la sociedad, que se combinan entre sí con juegos de palabras para dar sonoridad a una realidad que pretende entregarse al lector tal como es percibida por el joven. De aquí que el teléfono, la televisión, la radio, la grabadora o las tiras cómicas tengan en esta literatura un papel fundamental para producir ese efecto vertiginoso y simultáneo de la realidad que experimentan los adolescentes.
Aunque hay algunos críticos que incluyen dentro de “la Literatura de la Onda” a algunas obras de autores como Orlando Ortiz, Manuel Echeverría o Juan Manuel Torres, los principales representantes de esta literatura son: José Agustín, con la citada novela De perfil (1966), Inventando que sueño (1968), Se está haciendo tarde (final en la laguna) (1973) o La mirada en el centro (1977), entre otros textos; Gustavo Sáinz, con la citada novela Gazapo (1965), Obsesivos días circulares (1969), La princesa del Palacio de Hierro (1974) y Compadre lobo (1977), por mencionar sólo algunos ejemplos, y Parménides García Saldaña, con Pasto verde (1968) y El rey criollo (1970). Publicaron algunos relatos y fragmentos de novelas en Diálogos, México en la Cultura (suplemento cultural del periódico Novedades), La Cultura en México (suplemento cultural de la revista Siempre!), Cuadernos del Viento, Bellas Artes, Universidad de México, Punto de Partida, Mester, Estaciones, Pop, La Piedra Rodante, Claudia (revista de modas) y Caballero (revista para hombres).
Agustín, José Echeverría, Manuel García Saldaña, Parménides Glantz, Margo Monsiváis, Carlos Ortiz, Orlando Sainz, Gustavo Torres, Juan Manuel