Aunque Beatriz Espejo es una escritora joven, habría que situar las historias de Muros de azogue (1979) en una ciudad de México ya desaparecida en la que el Centro y algunas colonias, Juárez, Cuauhtémoc, Roma, Condesa, Buentono, San Rafael, Santa María la Ribera, mostraban en su arquitectura europeizante no sólo el espíritu afrancesado que procede de nuestro siglo XIX, sino su supervivencia y estabilización en un modo de ser que, en nuestro tiempo, recibe el nombre de pequeñoburgués. La especial cosmovisión de tal grupo social, sus actitudes y prejuicios, forman el telón de fondo frente al cual se desarrollan las veintiún narraciones —cuadros, escenas, cuentos— incluidas en este volumen.
Una especie de complicidad o aire de familia que se establece entre los múltiples personajes de estos textos da unidad a la diversidad de historias, de manera que éstas pueden leerse como una novela escrita a la manera de un cuadro impresionista: con pinceladas aisladas que intentan, cada una, reproducir un aspecto de la realidad, a la vez que juntas constituyen un todo.
La autora precisa: "Cualquier semejanza entre más personajes y personas de carne y hueso no es mera coincidencia; el proceso literario sometió la realidad a su visión deformante y enriquecedora, a tal punto que los recuerdos y vivencias sólo quedaron semillas irreconocibles destinadas a la página escrita. En este libro hay interrelaciones y quizá ello lo convierta en una saga familiar deshilvanada. Procuré poner en evidencia su comunismo, su enajenación, sus defectos y virtudes y su tremenda conciencia de clase."