2015 / 05 dic 2017
Los recuerdos del porvenir (1963), galardonada con el Premio Xavier Villaurrutia el mismo año de su publicación, es la novela más reconocida de la también dramaturga mexicana Elena Garro (1916-1998). En 1968 fue llevada al cine por Arturo Ripstein. A la voz de Ixtepec, narrador omnisciente y omnipresente, se suman las de los habitantes del pueblo para contar su desencanto con el orden impuesto después de la Revolución mexicana y su desgracia por la Guerra Cristera. Las historias del general Francisco Rosas, de las familias pudientes del pueblo, de Isabel, Juan y Nicolás Moncada, de la beata Dorotea, del forastero Felipe Hurtado, de la enigmática Julia o de Juan Cariño dan cuenta del destino trágico de un pueblo que ha renunciado a la ilusión.
La obra, considerada por muchos dentro de la corriente del realismo mágico, sustenta la fuerza de la narración en recursos poéticos, que lejos de confundir potencian la trama. La historia del pueblo, la vida anodina y nostálgica de los pobladores después de la guerra, cambia cuando Felipe Hurtado, un forastero, llega para llevarse consigo a Julia, la querida del general Rosas. Esta huida se resuelve por medio de un artilugio tan fantástico como verosímil, sostenido por el andamiaje de la poesía. De igual modo, cuando narra la desgracia de los habitantes, que no hallan cómo salir de su circunstancia y el telón de fondo es la Guerra Cristera, él único oasis en ese desierto son las palabras. Así, la novela nos muestra un complejo entramado de planos narrativos entretejidos por la voz pétrea y sombría de Ixtepec.
Un continente, dos tiempos, tres culturas: nuevas maneras de contar
A partir de los años cuarenta se originó en Hispanoamérica una renovación de la narrativa, que culminaría con el llamado boom latinoamericano. Libros como Ficciones (1944) y El Aleph (1949) de Jorge Luis Borges; o Final de juego (1956) y Las armas secretas (1959) de Julio Cortázar introdujeron una manera distinta de concebir el tiempo dentro del relato. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias dio a conocer en el mismo año El señor presidente (1946) y Hombres de maíz (1946) donde se integra el imaginario del mundo indígena a la narración. Por su parte el cubano Alejo Carpentier publicó El reino de este mundo (1949); Los pasos perdidos (1953) y El siglo de las luces (1962), trilogía de novelas, que le permitieron exponer lo que llamó lo “real maravilloso”; donde, a su juicio, radicaba la originalidad de América Latina.
En México ya se había dado a conocer Juan Rulfo con El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955); también El luto humano (1943) de José Revueltas, las tres obras comparadas temática o estructuralmente con Los recuerdos del porvenir.
Algunas fuentes señalan que la novela fue escrita en Berna, en un periodo que iría de 1945 a 1948, a la par que Elena Garro estableció contacto con artistas como André Breton, Francis Picabia, Benjamin Péret, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y César Vallejo; otras, la sitúan en 1953. No son muchos los años de diferencia entre una y otra fecha, y ambas coinciden con la transformación narrativa aludida. Por ello las preocupaciones estéticas y culturales presentes en los libros mencionados, así como del surrealismo, son rastreables en la temática y la estructura de la obra.
El manejo del tiempo cíclico y el histórico como esqueleto, la integración del imaginario indígena mexicano al mundo de los años cincuenta, la crítica a los resultados de la Revolución y el conflicto de la Guerra Cristera son asuntos que esta novela comparte con las anteriores. Por otro lado, cabe decir que Garro incorpora su experiencia como dramaturga al ejercicio de su narrativa. En obras como Los perros (1958) o La señora en su balcón (1960) también hallamos un juego con el tiempo cíclico, mientras que la pieza dramática Felipe Ángeles (1967), escrita alrededor de 1955, da cuenta del interés de Garro por sucesos históricos de México, como la figura del general villista o la Cristiada.
John Brushwood, quien le dedica algunos párrafos en México en su novela, señala que para 1964 en la narrativa mexicana casi ha desaparecido la estructura tradicional, esto es, introducción, desarrollo, clímax y fin. En su lugar, “la estructura predominante usa segmentos narrativos que rompen el orden cronológico ortodoxo, comúnmente para alcanzar un efecto de simultaneidad o aprovechar múltiples voces narrativas. Frecuentemente, las técnicas requieren más explicaciones que los temas”.[1]
Ciertamente, la novela nos enfrenta a una anécdota relativamente sencilla: la vida de un pueblo, el amor no correspondido y la traición, todo ello en el marco de la Guerra Cristera, pero la forma en que está construida la narración es lo que detona toda la complejidad de la obra; así como los distintos niveles de lectura que suscita.
La novela está dividida en dos partes. La primera, de 14 capítulos, culmina con la desaparición “milagrosa” de Felipe Hurtado y Julia Andrade, ante el azoro del pueblo entero que no alcanza a explicarse lo ocurrido: “pero entonces sucedió lo que nunca antes me había sucedido; el tiempo se detuvo en seco”.[2] La segunda, compuesta por 16 capítulos, termina con la transformación de Isabel Moncada en piedra, como en el juego de las estatuas de marfil, después de que sus hermanos han sido fusilados, los cristeros reprimidos y el general Rosas se ha vuelto loco.
Ambas escenas están provistas de una fuerza imaginativa comparable a la fantasía, quizá por ello la novela se ha identificado con el realismo mágico. Podríamos ver ciertas similitudes entre la desaparición “milagrosa” de los amantes y la “elevación” de Remedios la bella en Cien años de soledad, o con el final de Pedro Páramo. Al margen de estas consideraciones, lo cierto es que las anécdotas fantásticas de la novela no son inverosímiles porque se hallan entretejidas con hechos del tiempo de la historia.
La institucionalización de la Revolución mexicana pasó por contiendas intestinas entre las facciones vencedoras y vencidas; en muchos casos resueltas, asesinando a los detractores del gobierno en turno, o reprimiendo a quienes peleaban por las demandas agraristas. Tal es el caso de los campesinos de Ixtepec, o de los poblados cercanos, que, a sus reclamos por la tierra robada, reciben la terminante respuesta de la soga.
Por este sustrato de hechos situables en la línea del tiempo la novela ha sido considerada de corte histórico. Carlos Martínez Assad llama la atención sobre los pocos estudios sobre la novela cristera, ello aunado al escaso interés sobre la guerra en sí, quizá “porque los vencidos son casualmente los menos estudiados”. Al hablar de El llano en llamas y Los recuerdos del porvenir, difícilmente encasillables bajo el término de obras históricas, apunta que “estos textos forman parte del renacimiento novelístico de una década rica y creativa en México, cuando era imposible hacer revivir a los fantasmas del pasado; no es por ello sorprendente que sean los muertos los que hablen”.[3]
Los hechos históricos como la ocupación del pueblo por parte de un extranjero, el fusilamiento de hombres y mujeres participantes en la conjura para salvar su fe, la traición de una mujer a su pueblo por una pasión amorosa se convierten en símbolo de un tiempo que se repite. De este modo el extranjero puede ser Franciso Rosas, Hernán Cortés o cualquier otro conquistador; los conspiradores evocan a ciudadanos de todo tiempo; e Isabel Moncada recuerda ineludiblemente a la Malinche, figura femenina que pesa sobre la conciencia del pueblo mexicano.
Es posible ubicar los hechos narrados por Ixtepec en un periodo que va de 1910 a 1927, sin embargo la alteración temporal de lo narrado opone constantemente el “Tiempo de la Historia”: los hechos oficiales y lo recordado al “tiempo particular”: la cotidianidad, los dramas de los hombres, lo olvidado. Margo Glantz concluye al respecto: “La escritura se instala deliberadamente en la ambigüedad y permite una metaforización del tiempo, transformado en materia novelesca, es decir lo que ha podido inscribirse en la piedra y actuar como memoria, o más bien, la escritura ha hecho que la piedra sea el lugar de una inscripción de una memoria perdurable”.[4]
Es un lugar común en la crítica sobre la obra de Elena Garro señalar el alto contenido poético de sus piezas dramáticas o narrativas. Es el caso de ésta novela, cuyo título proviene de “Concierto breve” de Carlos Pellicer. El poema está imbuido de melancolía por la partida de la ciudad belga, Brujas: “Y estoy en ti, / Casi como en mí dentro de pocos años. / ¡Y pasa un minuto y ya siento / los recuerdos del porvenir!”.[5] El título, además, nos indica una tendencia al uso de la paradoja y del oxímoron, muy vinculados con la fuerza imaginativa.
El recurso más evidente es el de la personificación del pueblo de Ixtepec, que se convierte en el narrador de la novela. “Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. [...] Yo supe de otros tiempos: fui fundado, sitiado, conquistado y engalanado para recibir ejércitos”.[6] En algunas otras partes, se otorgan a conceptos capacidades de seres animados: “La violencia que sopla sobre mis piedras y mis gentes se agazapó debajo de las sillas.”[7] o bien, “La noche se deslizaba sin cesar por la puerta abierta al jardín”.[8] Esta herramienta permite crear atmósferas profundas y mantiene la ambigüedad necesaria para el desarrollo de la anécdota.
Si bien es cierto que en la prosa el ritmo y la sonoridad no son elementos constitutivos como sí en la poesía, también lo es que dentro de la narrativa de los años sesenta este rasgo fue muy explotado. Pedro Páramo, Cien años de soledad, Balún Canán y Los recuerdos del porvenir, entre otras, importan este recurso al género novelesco. Así los nombres de los personajes Francisco Rosas, Juan Cariño, Julia Andrade, Isabel Moncada, Cástulo, Félix, Elvira Montúfar, “la Luchi” o “la Taconcitos”, además de caracterizarlos, sugieren el cuidado que la autora puso en el buen sonido de su prosa.
Al empleo de la palabra y de la imagen poética se opone, como rasgo realista, el uso de diálogos directos entre los protagonistas, donde el narrador recrea, con sonoridad poética, el habla popular propia de provincia. Desde luego, la experiencia dramática de la autora le permite delinear en parcas intervenciones el carácter de los personajes, de modo que sus palabras, a la vez que nos devuelven a la cotidianidad, nutren la tensión de lo narrado.
La sequía de las tierras del pueblo alcanza las conciencias de sus habitantes, quienes sumidos en recuerdos de esperanza, libertad y redención revolucionarias son como sombras. Martín Moncada, antiguo simpatizante zapatista, lleva al extremo esta detención de sí mismo, al ordenar a su sirviente Félix que todos los días a las nueve de la noche quite el péndulo del reloj. De ese modo, el viejo espera descansar de la tiranía del tiempo de la historia que transcurrre sin él. Al final de la novela, se nos dice que tras la muerte de su esposa, años después del fusilamiento de sus hijos y de la traición de su hija, él, fiel a su mutismo, despide a los criados y cierra por dentro el portón de su casa.
Este gesto condensa el sentido de la novela. A veces en primera persona del singular, otras en la primera del plural y algunas más con ayuda de otras voces, el narrador construye una atmósfera de pesadez, no sólo por la ausencia de lluvia, sino por la sequía de palabras; Ixtepec se cuenta desde la lápida de Isabel Moncada y su rememoración nos lleva al tiempo inmóvil, donde todo está condenado a repetirse. Lo fatal de la sentencia es que este continuo devenir ocurre en el tiempo de la historia, donde “una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior”.[9] Esta idea es recurrente en la obra de Garro, como en las piezas teatrales Los perros y Felipe Ángeles.
Como si se tratara de un viejo juglar, “cuya memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible”,[10] Ixtepec nos cuenta lo mismo cosas de su fundación, como cosas de su final. El presente donde está atrapado no le impide saltar de un tiempo a otro, por medio de digresiones sobre el pasado o el futuro de sus habitantes: la infancia de los hermanos Moncada o el pasado prerrevolucionario de doña Ana en Chihuahua. Este recurso crea un efecto de tensión y de intriga a lo largo de la novela, en tanto que retarda la entrega final.
Los juegos, el amor, las palabras
Los recuerdos del porvenir compartió el premio Villaurrutia con La feria de Juan José Arreola; el hecho no es casual si pensamos que ambas novelas son innovadoras y las dos otorgan un lugar especial a lo lúdico del lenguaje y a la oralidad dentro de su configuración narrativa.
Juan Cariño es, a un mismo tiempo, el Presidente, el loco y el único libre del pueblo. “Su misión secreta era pasearse por mis calles y levantar las palabras malignas pronunciadas en el día”.[11] Desplazado por la ocupación del general Rosas y sus ayudantes, Juan Cariño y su gobierno se refugian más que en la casa de las cuscas, entre las páginas de los diccionarios. Según el Presidente, ahí reside la sabiduría humana, sin ellos las palabras no serían más que un montón de “letritas negras”. Su conciencia del poder de las palabras es tal, que además de recoger las malignas, se cuida de compartir con cualquiera ese conocimiento.
De la mano de las palabras viene el teatro, que en la novela representa la ilusión. El único momento en que el pueblo parece despertar de su letargo, la única lluvia que moja sus tierras, ocurre mientras los hermanos Moncada y Felipe Hurtado ensayan una obra que no llega a realizarse. Junto con ellas también caminan la oralidad y las creencias populares que forman parte importante de los registros incorporados a la narración. Los habitantes de Ixtepec están hechos de habladurías. Cuando el forastero Hurtado llega, brota alrededor de él una serie de dichos como que extrae del aire un par de cigarrillos o que camina por las calles sin dejar huella; lo cual anticipa su fantástica huida con Julia. De igual modo, los sucesos inexplicables como la traición de Isabel son aprehendidos, por lo menos narrados, mediante lo que otros dicen.
Los corridos como el de la “Adelita”, perduran en la memoria de doña Ana Moncada, nostálgica de alguna catástrofe que convierta su vida en otra distinta. Finalmente, la infancia y sus juegos son de suma importancia. Uno muy popular hasta nuestros días es el de las estatuas de marfil, que consiste en que los jugadores mediante la pronunciación de una palabra queden convertidos en piedra. Isabel y sus hermanos lo jugaban cuando niños, y sin darse cuenta su vida y su muerte se definen por ese juego.
Gracias a la ambigüedad del tiempo y el espacio creada por el narrador, los personajes de la novela pasan de su presente histórico al tiempo mítico por obra de la palabra o de la imaginación. Así Isabel, cuando de niña juega del lado de Cartago, nombre de uno de los árboles, que alude a un pueblo vencido; o bien, la fallida obra que se ensaya en un jardín llamado “Inglaterra”, evidentemente vinculado con Shakespeare. Este rasgo también aparece en algunos cuentos de La semana de colores (1964) como en “El día en que fuimos perros”, donde las niñas protagonistas se transforman en perros, Cristo y Buda, y se entregan al instinto animal.
El autoexilio de Elena Garro tras los sucesos de 1968, cuando fue acusada de dirigir un complot en contra del gobierno y repudiada por los intelectuales de izquierda, trajo un efecto negativo hacia su obra. Luz Elena Gutiérrez de Velasco sobre este punto cita a Anita Stoll, quien señala la existencia de un grupo denominado “círculo Garro”, que comprende una serie de investigadores y escritores interesados en la obra de la mexicana.[12] Entre los más conocidos encontramos a Emmanuel Carballo, Fabienne Bradu, Gloria Prado, Elena Poniatowska, Esther Seligson, sin contar aquellos estudiosos canadienses, franceses, estadounidenses y holandeses. A esta nómina se pueden añadir otros nombres que desde la década de los noventa se han interesado en la obra de la dramaturga.
Además de los estudios de carácter histórico señalados anteriormente, encontramos el de Ute Seydel, quien advierte el ejercicio, común en la narrativa contemporánea latinoamericana y europea, de reescribir la historia oficial desde discursos relegados, en este caso, desde los zapatistas, los pueblos de provincia, las mujeres. Según la estudiosa alemana, la novela “Abstrae de la experiencia individual de Isabel para transmitir la esencia de la memoria colectiva, como recuerdo de la gran tragedia que significaron la revolución mexicana y la Cristiada para muchos mexicanos”.[13]
Por otro lado, tenemos estudios que tratan sobre la novedad narrativa de la novela como el de Margarita León Vega, quien en La memoria del tiempo ahonda sobre la configuración del tiempo y el espacio en Los recuerdos del porvenir. Ella misma ha elaborado artículos en torno a temas específicos como la influencia del surrealismo.[14] En otro rubro, es preciso señalar los estudios con perspectiva de género, hechos dentro de la corriente de estudios culturales norteamericana como Structures of power and their representations in tree fictional works by Elena Garro.
Patricia Rosas Lopátegui, biógrafa de la autora, también ha dedicado amplias reflexiones en torno a sus obras. De igual modo, se han realizado congresos y coloquios fuera del país sobre Garro, aunque no todos los trabajos se han publicado. A partir de la muerte de la escritora en 1998 ha habido una revaloración de su obra, espejo fiel del imaginario mexicano y aguda crítica a los complejos de nuestra idiosincrasia.
Brushwood, John, México en su novela: una nación en busca de su identidad, trad. de Francisco González Arámburu, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Breviarios, 230), 1993, pp. 92-93.
Garro, Elena, Los recuerdos del porvenir, México, D. F., Joaquín Mortiz, 2003.
----, Elena Garro: reflexiones en torno a su obra, México, D. F., Instituto Nacional de Bellas Artes/ Centro Nacional de Investigación y Documentación Teatral Rodolfo Usigli, 1992.
Glantz, Margo, “Los enigmas de Elena Garro”, Anales de Literatura Hispanoamericana, núm. 1, vol. xxviii,1999, pp. 681-697, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Gutiérrez de Velasco, Luz Elena y Gloria Prado (eds.), Elena Garro: recuerdo y porvenir de una escritura, México, D. F., Tecnológico de Monterrey (Desbordar el canon)/ Universidad Iberoamericana/ Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, 2006.
León Vega, Margarita, La memoria del tiempo: la experiencia del tiempo y del espacio en los recuerdos del porvenir de Elena garro, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Ediciones Coyoacán, 2004.
Martínez Assad, Carlos, “Regiones en la historia y en la literatura”, en Conrado Hernández López (coord.), Historia y novela histórica, Morelia, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 2004, pp. 31-62.
Pellicer, Carlos, Poesía completa, comp. de Luis Mario Schneider y Carlos Pellicer López, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Universidad Nacional Autónoma de México/ Ediciones El Equilibrista,1996, vol. 1.
Seydel, Ute, “Memoria, historia e imaginación en Los recuerdos del porvenir y Pedro Páramo”, Casa del tiempo, julio 2002, pp. 67-80, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Los recuerdos del porvenir, [fragmentos de puesta en escena], publicados el 8 de junio de 2007, duración: 6:17, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Compañ, Jasso, “Elena Garro y el tiempo suspendido”, La Jornada, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Los recuerdos del porvenir, IMDb, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
“Patricia Rosas Lopátegui pide que honren a Elena Garro”, Informador.mx, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
Peralta, Jorge Luis, “La configuración del tiempo mítico en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro”, Biblioteca Digital UNCUYO, (consultado noviembre de 2012).
Rosas Lopátegui, Patricia, “Nuevos recuerdos del porvenir”, Casa del tiempo, (consultado el 23 de noviembre de 2012).
El título de la novela Los recuerdos del porvenir, tan sugerente y a la vez tan ambiguo fue, fue inspirado por el nombre de una pulquería así bautizada por el ingenio profundamente inmenso en la vena popular de su anónimo dueño, género que se debe también al misterioso "Mi vida es otra". Los nombres han corrido con suerte y pasado al ambiente literario.
Elena Garro (Puebla, 1920) se inició en la literatura escribiendo pequeñas obras de teatro que fueron reunidas en un volumen (Un hogar sólido, 1957). Seleccionó el título Los recuerdos del porvenir con el doble fin de enraizar su novela en lo popular y, al mismo tiempo, aprovechar el impulso hacia el realismo mágico que el nombre sugiere. En ella una ciudad mexicana. Ixtepec, síntesis compleja de varias poblaciones mexicanas con habitantes y problemas similares, se convierte en la narradora de la impresionante serie de acontecimientos que la afligen, junto con sus habitantes, durante uno de los movimientos más complejos y menos comprendidos del México moderno: la revolución cristera.
La guerra civil enfrenta entre sí a todos los sectores de la población e incluso a los miembros de una misma familia. Esta situación de crisis es aprovechada a fondo para proponer una visión del hombre colocado en una situación límite. Así, la última y enamorada sobreviviente de una de las familias en pugna , la Moncada, escribe la carta que justifica el título de la obra. Esta novela ganó el Premio Xavier Villaurrutia el año de su aparición.
Con una arte maestro de sus propios recursos, Elena Garro ha escrito una novela que confía su eficacia a dos elementos, poesía e imaginación, raras veces empleados tan diestramente en la narrativa mexicana. Desprendido de la geografía o la crónica inmediata, Ixtepec evoca los días petrificados que el estallido revolucionario vino a romper y sustituyó por un orden de terror. En ese marco vemos surgir una galería extraordinaria de seres que cercan la tragedia de amor y desamor del general Francisco Rosas. Mientras se urde el juego de la muerte, otros son capaces de detener un tiempo que al fluir muestra y esconde a Julia y a Felipe Hurtado, fusila a Nicolás Moncada... Extraviado en lo real, en lo imposible, Francisco Rosas se hunde como en los planos de un espejo; Isabel permanece enterrada con su amor como recuerdo del porvenir mientras duren los siglos.
En 1963 –cuatro años antes de la publicación de Cien años de soledad– apareció en México una novela singular, historia de amor sombría, misteriosa, que cambió el tono de la narrativa mexicana de tan profunda y sorprendente manera como Pedro Páramo de Juan Rulfo. Me refiero a Los recuerdos del porvenir... La asombrosa novela de Elena Garro es gótica y barroca... Más que una crónica –que sí lo es, de la Revolución Mexicana y de la guerra de los Cristeros– es una nostalgia y una soledad, es la voz de un pueblo iluminado, hallado y perdido, que habla en una primera persona desesperanzada y triste... Una familia y otra familia, más las amantes solitarias, el loco del pueblo, las cuscas, los soldados, las beatas, un cura y un sacristán, más un campanario y una joven endemoniada de amor por el general Francisco Rosas, constituyen los solistas, las parejas y las comparsas de esta bella, ebria y condenada Danza de la Muerte. Es una tentación decir que la novela de Elena Garro queda como una extraña partitura que García Márquez años después ejecutó a gran orquesta. No hablo, por supuesto, de influencias sino de concordancias. Ambos novelistas comparten el conocimiento secreto de la comunicación con el submundo de la realidad fantástica latinoamericana.
Fernando Alegría
Los años y las generaciones han pasado sobre el pueblo de Ixtepec, que un día decide recordarse y nos cuenta su historia. Gestos, voces, anhelos, desengaños quedan intactos en el tiempo; sus pobladores son personajes sin futuro, recuerdos de sí mismos, sólo vivientes en el proceso devastador de la memoria. En ese retroceder veloz hacia la muerte que constituye el porvenir, la evocación de lo ocurrido es finalmente irreal: la verdadera realidad es lo que no ocurrió.
Ixtepec, un pueblo escondido en el territorio mexicano, es quien nos cuenta la amarga historia de los hermanos Moncada. Durante un sangriento episodio de la Guerra cristera, el siniestro general Francisco Rosas se enamora de una bella y misteriosa mujer llamada Julia. Su obsesión crece cuando esta le abandona. Entonces Isabel Moncada se entrega a él presa del miedo y la admiración sin intuir el drama. La búsqueda del amor imposible y las ansias de libertad propician la tragedia. Los recuerdos del porvenir no es sólo un relato histórico, sino una reflexión, más allá del tiempo, de la sumisión a la tiranía, la pasividad, la cobardía y el abandono.
OCTAVIO PAZ
«Un realismo que anula el tiempo y el espacio, que salta de la lógica al absurdo, de la vigilia a la ensoñación y al sueño.»
EMMANUEL CARBALLO
La historia de los hermanos Isabel, Nicolás y Juan transcurre violentamente en torno a un episodio de la Guerra cristera (1926-1929) en Ixtepec, pueblo escondido en el territorio mexicano que se convierte en el perplejo narrador de la tragedia. El siniestro general Francisco Rosas, la misteriosa belleza de una mujer esquiva llamada Julia, y las aventuras de las queridas de los militares, conforman el pintoresco marco donde la búsqueda del amor imposible y las ansias humanas de libertad propician una lucha encarnizada, que concluye sin vencedores ni vencidos. Personajes inolvidables como el loco Juan Cariño o el héroe Nicolás Moncada, que se somete como cordero de Dios al sacrificio, dan sustancia a una novela que la crítica revaloriza año tras año, describiéndola como la gran precursora del realismo mágico que tanta trascendencia cobrara a mediados del siglo XX.
Los recuerdos del porvenir no sólo es una obra clásica de la literatura latinoamericana, sino también la cumbre artística en la producción de Elena Garro.
Escrita con una prosa dotada de deslumbrantes poderes sensoriales, Los recuerdos del porvenir marcó el luminoso arranque en la trayectoria de Elena Garro.
El pueblo de Ixtepec es quien cuenta en estas páginas una sucesión de episodios en los que se mezclan la crueldad y la fe, la pasión y el odio, la mentira y la perfidia, con la mirada propia de los grandes relatos fantásticos, a través de un amplio reparto de personajes de las distintas capas sociales, desde las prostitutas y los campesinos hasta las antiguas familias y los religiosos.
Ixtepec se ubica en la tierra caliente del corazón de México, en un sitio que es todos y es ninguno, pues se trata del pueblo imaginario en que Elena Garro ambientó su representación de los convulsos años posrevolucionarios de un México en el que la injusticia del despojo de tierras, el racismo y la violencia contra las mujeres eran, como lo son hoy, un asunto de todos los días.
Fábula poderosa de las heridas históricas de un país y una época, Los recuerdos del porvenir está llamada a ocupar, finalmente, su sitio como un clásico indiscutible de la literatura hispanoamericana.
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