En una ocación Eduardo Lizalde (1929) aseguró que construía sus poemas bajo el influjo de ciertos libros teóricos o determinadas obras literarias, aunque a veces le bastaba una idea sola tomada de toda una novela y aun un solo verso como el del lusitano Pesoa: "Dios en el nombre de otro Dios más grande". Y abandonó el asunto: "Lo difícil para producir el libro adecuado al momento artístico que le pertenece al poeta es el enorme material literario necesario para ayudar a componer qué estilo, qué forma, qué actitud artística le corresponde. Por eso el contexto cultural de un libro implica más trabajo que el de la propia redacción."
Es necesario exoner lo anterior porque Lizalde es un poeta en extremo complejo, analítico, inteligente y que, no obstante, acepta una lectura sencilla pues con frecuencia sus temas son muy generales: la pérdida del objeto amoroso, el rencor y "vino mujeres y canto" como en el viejo vals de Strauss.
Dice Nicolai Hartmann que en un cuadro de Holbein el observador puede ver mil cuadros diversos y que, mientras más superficial sea el espectador, menos verá en él. "Siempre se me ha ocurrido --comenta Lizalde al respecto-- que un espectador elemental verá en un cuadro de Holbein elretrato de un hombre, y que un espectador con mayor cultura verá en el cuadro la imagen del mundo."
Tigres, zorras y perras transitan por sus poemas, como en una fábula terrible. El tigre --tema continuo-- es el soltero, como apuntó Ramón López Velarde. Lizalde lo amplía así: "El hombre siempre ha sido soltero. La humanidad es soltera y huérfana y desgraciada." La maestría del poema transforma esta desolación en materia prima de gran belleza.