2015 / 26 sep 2017
Rafael Bernal García (1915-1972), bisnieto del historiador Joaquín García Icazbalceta, nació en la colonia Santa María la Ribera de la Ciudad de México el 28 de junio; murió en Berna, Suiza, un 17 de septiembre y aunque según voluntad expresa, sus restos quedaran allá, tiempo después sus familiares los trasladaron a la Catedral Metropolitana de México D.F.
Publicó poesía, cuento, novela, ensayo y teatro. También cultivó la historia a la manera de Emil Ludwig y Stefan Zweig.
Si bien sus primeros libros lo colocaron en la prosa antirrevolucionaria (criticó la gesta no sólo por los elementos de corrupción que se introdujeron en ella, sino por los despojos que sufrió su familia), diversificó su producción hacia los relatos marinos y el cuento policial clásico, es decir, de puro enigma. Le pertenece el honor de haber escrito la primera novela policiaca negra en México, es decir, aquélla de fuerte contenido social. Con Tierra de gracia insertó su narrativa en el regionalismo y en el asedio del gran tópico de la literatura hispanoamericana: el de civilización y barbarie. Este proyecto guarda una notable afinidad con Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier.
Por su empleo en el servicio exterior, no perteneció a grupo literario alguno, pese a que Agustín Yáñez lo apoyó para que publicara en el Fondo de Cultura Económica.
Aunque un tiempo militó en el sinarquismo, lo abandonó al comprobar los oscuros intereses que movían a sus líderes. Se ha dicho que encapuchó la estatua de Benito Juárez en el Hemiciclo, pero eso se puede desmentir si observamos en la Enciclopedia de México la foto de aquel instante, mismo en que Bernal leía un texto ante un micrófono.
Rafael Bernal cursó sus primeros estudios en el Colegio Francés de San Borja y en el Instituto de Ciencias y Letras de la Ciudad de México. Hizo el bachillerato en el Noyola College, de Montreal, Canadá, y después estuvo en la Universidad Nacional Autónoma de México. En la sobrecubierta de El gran océano puede leerse: “Muy joven comenzó a escribir poesía, cuento y novela, así como libretos para el cine. Fue periodista durante la segunda guerra mundial, con sede en París. A su regreso a México fundó la Editorial Canek con el escritor José Muñoz Cota. Al mismo tiempo colaboró en varios periódicos capitalinos y en revistas literarias […]. También fue catedrático de historia en varias universidades de México y del extranjero”.[1]
En la década de los cuarenta del siglo pasado residió tres años en la costa de Chiapas, hecho que sería determinante para la escritura de Trópico, Caribal y Su nombre era muerte.
“En 1956 llegó a Caracas, Venezuela, como gerente de producción de Televisión Venezolana. Fruto de esta experiencia sería su novela Tierra de gracia. En 1959 ingresó al Servicio Exterior Mexicano y fue enviado como encargado de negocios a Tegucigalpa, Honduras. A fines del mismo año fue nombrado Secretario de la embajada de México en Filipinas. Para 1965 sería trasladado a Lima, Perú y, finalmente, en 1969, a Berna, Suiza, como Ministro. Allí murió el 17 de septiembre de 1972”.[2] Este mismo año, la Universidad de Friburgo le concedió el doctorado en letras suma cum laude.
La Revolución mexicana
Como Bernal empezó a publicar en 1941, su obra ya no documenta los episodios revolucionarios, sino los evalúa, negativamente, como Gregorio López y Fuentes. Su trabajo se inscribe, asimismo, en el regionalismo y en la novela de la tierra. Otra faceta suya fue la de cultor del relato de enigma y es, con El complot mongol, el fundador, en México, de la novela negra.
Las primeras obras de Rafael Bernal nacieron en el campo de la poesía: Federico Reyes, el cristero (1941), poema narrativo que abordó la causa religiosa propiciada por las luchas de los caudillos revolucionarios; Improperio a Nueva York y otros poemas (1943), que impugna la voracidad del capitalismo y la deshumanización de la gran urbe. Fiel a sus primeras ideas, exalta la obra del conquistador frente a la idolatría de los indígenas.
Memorias de Santiago Oxtotilpan (1945) es su primera novela. En ella el mismo pueblo hace su historia de cuatro siglos: colonia, independencia y revolución, una revolución de magros resultados pero abundantes abusos y violencias. Toma partido por los hacendados que se ocupan de sus peones y cuestiona la revolución y la reforma agraria.
La selva
Frutos de su estancia en la selva chiapaneca son tres libros: Trópico (1946), volumen de cuentos cuya unidad deriva de que tres de sus seis relatos se ubican en Las Palmas, un poblacho habitado por caimaneros y prófugos de la justicia. Según los usos y costumbres planteados en la narrativa telúrica, el Chino es el cacique usurero que vende y alquila escopetas, canoas, atarrayas y paga con vales para su propia tienda.
Su nombre era muerte (1947) fue el segundo texto que Bernal dedicó a la selva chiapaneca. Es su incursión en el relato de ficción científica porque leemos las memorias alucinadas de un hombre que ha logrado interpretar el lenguaje de los moscos para reordenar el mundo de los hombres en donde reina la desigualdad. Esta novela es también un acercamiento al relato indigenista porque el narrador vivió entre los lacandones para enseñarles a cultivar la tierra y a criar ganado.
Caribal. El infierno verde (publicada por La Prensa en 16 tomitos semanales, del 4 de septiembre de 1954 al 5 de enero de 1955), inspirada en textos como Huasipungo, de Jorge Icaza, Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, y La vorágine, de José Eustasio Rivera, es una novela de la selva chiclera, cuenta episodios atroces de la vida de los caucheros, y busca la redención de los habitantes de la selva. En virtud de que la historia se desarrolla en la frontera sur de México, los personajes son mexicanos, guatemaltecos, beliceños y, fugazmente, aparecen los lacandones.
En estos volúmenes selváticos, Bernal señala una oposición entre la costa y las alturas: "Arriba, los cafetales sombríos y olorosos, los caminos bordeados de tulipanes y té limón, los ríos limpios como venados entre las piedras".
"Abajo las aguas de los esteros se pudren inútilmente y la selva engendra la maldad en el corazón de los hombres. Abajo está la muerte entre los lodazales, están el oro fácil, el aguardiente y la sangre, siempre la sangre".[3] Y lanzaba su hipótesis sobre el origen de la maldad: "Abajo reina la codicia. Ella mueve a los hombres. Ella es la reina de la costa, destructora de impulsos. Porque en la selva húmeda no ha entrado la palabra de Dios, ni el nombre de Cristo; y en los esteros y las pampas los hombres han arrojado a Dios de sus corazones, para entregarse a la codicia, engendradora de males...".[4]
Los escritos policiales
Rafael Bernal dedicó varios de sus libros al relato policial de enigma. Primero publicó la novela Un muerto en la tumba (1946) y Tres novelas policiacas (1946), protagonizadas por el detective aficionado Teódulo Batanes, hombre miope y desgarbado que tiene el vicio de usar sinónimos en cuanta cosa dice. Este mismo detective aparece en los cuentos que Bernal entregó a la revista Selecciones Policiacas y de Misterio: "La muerte poética" (tomo cinco, enero de 1947). Al año siguiente, en la misma revista, aparecería "La muerte madrugadora".
Veintitrés años después, la vena policiaca de Bernal dio un giro de 180 grados. Si sus relatos de enigma, un tanto mecánicos, le dieron aplomo en este terreno, pronto, gracias a la lectura de los escritores duros norteamericanos, y muy probablemente a su trato con ellos durante sus años hollywoodenses, pero sobre todo ante la visión de lo que los escritores onderos estaban haciendo en México, emprendió la aventura de El complot mongol (1969), que resultó, a la larga, la primera novela policiaca negra mexicana, la primera novela policiaca de contenido social y violenta expresión lingüística.
Aquí, Rafael Bernal, luego de practicar una literatura combativa –donde sus historias de piratas y los cuentos protagonizados por Don Teódulo Batanes fueron un remanso–, logró la total eficacia de sus recursos expresivos. Ya no habló de Dios, de la caridad ni de la civilización como alternativas frente a la maldad; no cuestionó el reparto agrario ni los hechos armados, sino demostró las taras con que nació la revolución, mismas que había señalado en obras como El fin de la esperanza. Su lenguaje se salió de los márgenes de la propiedad y se hizo ágil y soez, lleno de mexicanismos (requintadita, cobero, cachondear, fierrada, contlapache) para poder caracterizar a sus personajes y ser consecuente con su tema. En este sentido, encontramos otros dos giros importantes: el escepticismo de sus libros anteriores, con el personaje Filiberto García, se transformó en cinismo y, el tono serio y hasta solemne de sus textos precedentes, en El complot mongol se llenó de ironía. El humor macabro que era impensable en sus libros anteriores, aquí apareció contundentemente: "Y hay que sacarle el cuchillo de las costillas. No se puede gastar un cuchillo para cada muerto. Más vale que Martita no lo vea. A veces los muertos aprietan las costillas. Como que se vuelven medio codiciosos. Y a ese cuchillo le he tomado cariño. Ya solito sabe el oficio".[5]
Hasta la técnica narrativa tiene que ver con la excelencia de El complot mongol, porque Bernal, quien fue poco afecto a las innovaciones formales, jugó con la narración omnisciente y el monólogo directo e indirecto, que le dieron vigor y autenticidad a esta obra que, no gratuitamente, es el más urbano de sus libros.
Aunque El complot mongol conjuga elementos de la novela negra y de la novela de espionaje, difícilmente Bernal la concibió como una novela policiaca más pues, en Tierra de gracia, encontrábamos estas palabras: "En una mesa había dos o tres libros, novelas baratas, policiacas".[6]
Se trató de una búsqueda más para cuestionar el sistema político mexicano. Así parecen mostrarlo estas diversas líneas temáticas que la apartan de la univocidad del relato policial: la sustitución de militares por civiles en el poder, los golpes bajos que se dan los de arriba, la relación amorosa protagonizada por Martita, el intento de sacar a los rusos de Cuba, y amarguras, miserias y odios de los seres marginales entre los que sobresale Filiberto García.
Si el enigma y la acción la colocan dentro del género policiaco, Bernal se propuso, y logró, una novela sin adjetivos porque, además de su pluridimensionalidad señalada, rompe con el maniqueísmo –ese pecado frecuente de la novela policiaca–, pues Filiberto no está ni con los gringos ni con los rusos. No tiene filias ni fobias; sólo cumple órdenes. Pero si no está con el imperialismo ni con el comunismo, tampoco está con el Estado mexicano que lo contrató ya que no se siente comprometido con nadie.
Piensa Filiberto, citando un dicho de su natal Yurécuaro, Michoacán: "Si de chico fui a la escuela/ y de grande fui soldado/ si de casado cabrón/ y de muerto condenado/ ¿Qué favor le debo al sol/ por haberme calentado?".[7]
El final duro y sentimental de la novela no permitía hacer el ciclo de Filiberto García, porque eso hubiera banalizado todo lo amargo y lo tierno que había acabado de dar al traste con su vida.
Por otro lado, el licenciado borrachín que tenía su base de operaciones en el bar La Ópera, también se fue gestando con las ideas que Bernal planteó en novelas como El fin de la esperanza y Memorias de Santiago Oxtotilpan, pues su padre fue porfiriano mas no quiso hacer alianzas con los militares levantiscos y se quedó en la pobreza. El licenciado comprendió la desgracia de su padre y se dedicó a hacer amigos, porque "tener la razón vale un carajo, lo que importa es tener cuates". Estamos en la amigocracia que se organiza en las cantinas, lugar donde se quedan los menos corruptos.
La Revolución traicionada
La versátil bibliografía de Bernal se enriquece con El fin de la esperanza (1948), una novela estremecedora, pesimista e histórica llena de momentos terribles que obedecen a distintos episodios que sufre un imaginario poblado que se llama, no gratuitamente, Galeras. Su gente sufre todos los reveses que pudo deparar la historia mexicana del siglo xx. La Guerra de Reforma despojó a los clérigos de sus propiedades; los terratenientes porfiristas trajeron las tiendas de raya. La Revolución trajo más abusos y más sangre. Los antiguos porfirianos se hicieron parientes y amigos de los militares emergentes y las propiedades siguieron en las mismas manos. El hacendado que fue amigo de Don Porfirio lo será de Obregón. Después de la Revolución, la Guerra Cristera tocó a las puertas de Galeras para reclamar su tributo de odio y muerte. Y los hacendados volvieron a ponerse del lado del gobierno.
Andando los años, la burocracia pervirtió el agrarismo pues se repartieron tierras que no eran del gobierno: se despojó a los pequeños propietarios, se quemaron sus casas y el latifundio se disfrazó ayudado por los comisariados ejidales, los diputados y las fuerzas del ejército.
Como una bola más, corrupta, burocrática y militarizada, llegó la campaña irracional contra la fiebre aftosa (1946-1955) en la que los hacendados volvieron a hacer de las suyas: compraban y vendían los animales que iban al matadero, perseguían y asesinaban a quienes se negaban a entregar sus animales porque eran como parte de su familia.
El mar
El mar fue otro de los escenarios favoritos de los libros de Bernal. Gente de mar (1950) es el más poético de sus libros. El autor no se propone contar la historia de la navegación ni de la piratería sino, como hizo Marcel Schwob en sus Vidas imaginarias, recrea las biografías de personajes singulares, que resultan atractivos no por su crueldad, sino por sus ideas, por sus hazañas o sus insólitas manías: Caracciolo, napolitano que intentó llevar a la práctica, en el sur de Madagascar, la Utopía que había propuesto Tomás Moro, llamó Libertatia a su república y la fundó con piratas y corsarios que habían contraído matrimonio con mujeres negras, pues el mismo Caracciolo abolió no sólo la discriminación racial, sino la mismísima propiedad privada; Jurgen Jurgensen, fue mendigo, explorador, ballenero, corsario, espía, escritor, tahúr, predicador, editor y ¡rey de Islandia!...Como la intención de Bernal no era atormentar a sus lectores con historias sangrientas, termina su documentado libro recreando una bella historia de amor: "Gerónimo de Gálvez, piloto del rey".
Otro libro que tiene a las inmensas aguas como foco de atracción es El gran océano, que Bernal escribió por encargo de la Editorial Aguilar, de Madrid, pero que permaneció inédito hasta 1992, pues el autor murió cuando estaba preparando la bibliografía. Sobre esta obra dijo Bernal: "Desde hace muchos años, creo que desde siempre, me interesaron los estudios de la historia, a los cuales he dedicado últimamente la mayor parte de mi tiempo. En este año entregaré a Aguilar, de Madrid, el original de una obra enorme por su extensión y su ambición. Con el título de El gran océano he tratado de hacer una síntesis de la historia de todo el Océano Pacífico. Tal vez sea la última obra histórica que escriba, para volver a lo que ha dado en llamarse ficción. Es el fruto de 30 años de lecturas y estudios sobre ese apasionante tema, del cual tan poco se ha escrito en español, a pesar de que el Pacífico baña nuestras mayores costas y las de otros once países hispanoparlantes".[8]
El gran océano es un compendio que logra con creces el objetivo de Bernal: no quería la síntesis de decenas de libros, sino mostrar el pensamiento de los hombres que consumaron sus hazañas en y a través de ésas aguas; le interesaba observar cómo fueron los procesos de transculturación de los pueblos que las grandes masas marinas pusieron en contacto.
Teatro
Rafael Bernal dejó inéditas varias piezas de teatro (El cuetero, La carta, El milagro, El líder, Chapala, Macario Romero, La traición, El puente de Calderón, Soledad, El ídolo, Nancy Braun, Corrido en tres actos, El agua y el mar y El asilo), pero publicó en Editorial Jus un volumen llamado Teatro (1960) que contiene Antonia, El maíz en la casa y La paz contigo.
En la primera obra volvió al tema de la Revolución mexicana y presentó al militar violador, voraz e incendiario y su antítesis, el hombre de armas que era enemigo del robo, de las orgías y de la sangre derramada inútilmente. La añoranza de la vida provinciana y apacible, en armonía con los elementos de la naturaleza y que observaríamos en varios cuentos de En diferentes mundos, aparece a menudo en las mentes de estos personajes que se han embarcado en la aventura de la Revolución.
El maíz en la casa es una tragedia que presenta la dolorosa situación de México luego de la Revolución; el reparto de la tierra no se dio como se había prometido, los campesinos siguieron emigrando a Estados Unidos, o permanecieron en sus lugares de origen viviendo miserablemente y, lo que es peor, pasaron a ser víctimas del gamonalismo, ese absurdo social que tantas obras memorables propició en la literatura hispanoamericana.
La paz contigo, se desarrolla durante la Guerra Cristera y gira en torno de un atentado a Álvaro Obregón. Los personajes son un sacerdote que aparece como chivo expiatorio, una prostituta que ejerce en la mítica calle del Órgano y varias beatas. Esta pieza postula la caridad como medio para vivir en armonía. Se declara enemigo del fanatismo que fabrica mártires inútiles, pero también censura las arbitrariedades de la policía que condena inocentes con tal de que aparezca como un organismo eficiente.
Civilización y barbarie
Tierra de gracia (1963) retoma un viejo tópico de las letras hispanoamericanas que Bernal ya había abordado en Caribal y en Su nombre era muerte: el de civilización versus barbarie. El escenario de la novela es la ciudad de Caracas, Venezuela, y los raudales del Orinoco, que le permiten hacer extensivas sus consideraciones a todo nuestro continente. Bernal confronta la "barbarie" de los habitantes de la selva y los raudales (piaroas, waikas, maquiritares y el mismo Catire Mendoza) con la "civilización" de los intelectuales y los burgueses de la ciudad de Caracas pero a fin de cuentas nadie sale bien librado: los indígenas, entregados al alcoholismo, no pueden ser redimidos por el cristianismo que les llevan los misioneros. Antes bien, son sucios y asesinos. Los civilizados, por su parte, viven el mundo de la simulación y de la conveniencia; son veletas que están con quien los busque, les monte una obra o les preste un teatro. Son frívolos y cobardes.
La novela tiene como marco histórico la lucha para derrocar a Marcos Pérez Jiménez (quien gobernó de 1952 a 1958), y por todas sus páginas señala las flaquezas humanas.
Por el mundo
México en Filipinas (1965) fue escrito para celebrar el viaje que Adolfo López Mateos hizo a esa tierra. Bernal estaba terminando su gestión como Ministro en aquellas islas y publicó su investigación que hacía la historia de las relaciones de ambos países que estuvieron unidos gracias a los galeones de Manila que llegaban al puerto de Acapulco. El autor, además de los componentes raciales, culturales y lingüísticos filipinos, destaca la cristianización de las islas, la importancia del mar y las hazañas de personajes como el pirata chino Li-Ma-Hong. Como puede observarse, los intereses de Bernal son recurrentes, porque insisten en aspectos ya abordados, pero hay una proyección de los temas que abordará en futuros libros. Dicho de otro modo, México en Filipinas anticipa lo que nuestro autor hará en un libro póstumo, Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo xvi, mismo que le sirvió de tesis para obtener el grado de doctor en Letras que le otorgara la Universidad de Friburgo.
En diferentes mundos (1967), libro de cuentos que le sirve para continuar el cosmopolitismo del volumen anterior, reúne textos que se ubican en distintas partes del planeta (México, Manila, Nueva York y Hong Kong) para reflexionar sobre el respeto a los ancianos, el amor al terruño, la necesidad de ayudar a los desposeídos y el bienestar de los hombres en general sobre los intereses particulares de cualquier país.
Una obra póstuma
Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo xvi (1994), sirvió de tesis para obtener el grado de doctor en Letras por la Universidad de Friburgo. El gran océano, libro póstumo, es otra muestra de la erudición y capacidad que Bernal tenía para la investigación historiográfica y que había mostrado en su libro México en Filipinas. Aquí describe el estado de la sociedad española y de sus letras, y hace un repaso de lo que se escribía en América en las lenguas indígenas. Luego muestra los rasgos de la novedosa producción criolla, esto documentado en el lenguaje nacido de ese encuentro cultural, hecho que habla de la formación lingüística adquirida por este versátil escritor.
Bernal, Rafael, Federico Reyes, el cristero, México, D. F., Ediciones Canek, 1941.
----, Improperio a Nueva York y otros poemas, México, D. F., Ediciones Quetzal, 1943.
----, Memorias de Santiago Oxtotilpan, México, D. F., Polis, 1945.
----, Trópico, México, D. F., Jus, 1946, 2ª ed., México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Lecturas Mexicanas. Tercera serie), 1990.
----, Un muerto en la tumba, México, D. F., Jus, 1946.
----, Tres novelas policiacas, México, D. F., Jus, 1946.
----, Su nombre era muerte, México, D. F., Jus, 1947.
----, El fin de la esperanza, México, D. F., Editorial Calpulli, 1948.
----, Gente de mar, México, D. F., Jus, 1950, 2ª ed., México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Clásicos para Hoy), 2000.
----, Caribal. El infierno verde, México, D. F., La Prensa, 1954. // 2ª ed., México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Lecturas Mexicanas. Cuarta serie), 2002.
----, Teatro, México, D. F., Editorial Jus, 1960.
----, Tierra de gracia, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas; 76), 1963.
----, México en Filipinas, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Históricas, 1965.
----, En diferentes mundos, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas; 85), 1967.
----, El complot mongol, México, D. F., Joaquín Mortiz (Novelistas Contemporáneos), 1969.
----, El gran océano, México, D. F., Banco Nacional de México, 1992.
----, Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo xvi, México, D. F., Banco Nacional de México, 1994.
----, “Nada en la vida me divierte tanto como escribir”, Sábado, suplemento de Unomásuno, núm. 511, 18 de julio de 1988, pp. 1, 5 y 6.
Torres Medina, Vicente Francisco, La otra literatura mexicana, México, D. F., Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 1994.
Aguilar Sosa, Yanet, “Rafael Bernal el pionero de la novela policiaca”, El Universal, (consultado el 26 de marzo de 2015).
F. Coronado, Xabier, “Rafael Bernal entre el olvido y el reconocimiento”, La Jornada Semanal, (consultado el 26 de marzo de 2015).
García Muñoz, Gerardo, El enigma y la conspiración: del cuarto cerrado al laberinto neopoliciaco, Tesis de doctorado, Universidad Autónoma de Coahuila, 2010.
Nació en la Ciudad de México, el 28 de junio de 1915; muere en Berna, Suiza, el 17 de septiembre de 1972. Bisnieto de Joaquín García Izcalbalceta (1825-1894). Dramaturgo, novelista, publicista, narrador, periodista, historiador, guionista de radio, cine y televisión, y poeta. Entre 1930 y 1933 estudió Filosofía y Letras en el Instituto de Ciencias y Letras de la Ciudad de México. Estudió en la Universidad de Friburgo donde recibió el doctorado en Letras, otorgándole un Summa Cum Laude, con la tesis Mestizaje en el idioma español en el siglo xvi en México (julio de 1972). De 1938 y 1939 colaboró como guionista en las películas “Mujeres y toros y “Juan sin miedo”, dirigidas por Juan José Segura y protagonizadas por el torero Juan Silveti. En 1940 estudió cinematografía en París. En 1941 fue corresponsal de los periódicos Excélsior y Novedades, en la Segunda Guerra Mundial. Regresó a México en 1943 y convivió en El Café París con los integrantes del grupo Contemporáneos. Fue colaborador de Excélsior, Hojas de Poesía, La Prensa Gráfica, Lectura, Novedades, Revista de América, Tiras de Colores y Unitas (Filipinas). Obtuvo el primer lugar en los Juegos Florales de San Luis Potosí de 1950 con el poema Hernán Cortés. En 1945 empieza a trabajar en la radio y la televisión. En 1946 se volvió sinarquista y se adhirió al Partido Fuerza Popular. Fundó “Gran Teatro”, el primer teatro en la televisión (1950), su obra La Carta fue la primera obra de teatro que se montó en la televisión mexicana, el 8 de agosto de 1950. Realizó su labor teatral en México de 1947 a 1956, destacan sus obras Antonia, El ídolo, El maiz en la casa y La paz contigo. Su radionovela más importante fue Caribal. El infierno verde que se transmitió en 1954. Vivió en Caracas, Venezuela de 1956 a 1960, trabajó como productor y director de teleteatro para la Cadena de Televisión Venezolana, S. A. De 1960 a 1972 trabajó en el Servicio Exterior de México, su labor principal fue fomentar la cultura mexicana en Honduras, Filipinas, Perú y Suiza, países en los que realizó una labor magisterial en las principales universidades. Después de recibir el doctorado, murió el 17 de septiembre de 1972, en Berna, Suiza.
Rafael Bernal (1915-1972), autor de una extensa obra, como narrador escribió excelentes novelas policiacas con inquietantes alegorías: Tres novelas policiacas (1946); Su nombre era muerte (1947); El fin de la esperanza (1948); Tierra de gracia (1963) y El complot mongol (1969).
Estudió el bachillerato en Filosofía y Letras en el Loyola College de Montreal, Canadá; en la ciudad de México realizó estudios en el Colegio Francés de San Borja y en el Instituto de Ciencias y Letras. Viajero incansable, de 1930 a 1938 recorrió los Estados Unidos, Europa y Canadá; de 1956 a 1960, Centro-América, Colombia, Venezuela y Cuba. Como diplomático, desde 1961, viajó a Perú, Filipinas, algunos países orientales y Suiza. Por muchos años se dedicó al periodismo por radio y televisión, medios en los que fue pionero. Escribió radionovelas como Senderos de angustia, Juan Diego, el indio predestinado, Sangre en la tierra, La mina y otras. En el cine fue productor e hizo algunas adaptaciones. Su novela, El complot mongol, fue adaptada para el cine. Colaboró en las páginas informativas y editoriales de Novedades, Excelsior, La Prensa Gráfica, Orden, Revista de América, Comment, Unitas de Filipinas y en otras publicaciones periódicas.
Rafael Bernal y García Pimentel, novelista y diplomático, también escribió poesía, teatro, cuento y ensayo. Tradujo algunas obras de autores alemanes. Cultivó el género policial y fantástico. En sus obras plasma, de diversas maneras, sus experiencias de viajes y los problemas nacionales. En Gente de mar reúne biografías de viajeros de otros tiempos, navegantes, piratas o simples trotamundos; México en las Filipinas presenta, a manera de crónica, una investigación acuciosa sobre las islas y la región asiática-sudoriental, la conquista por parte de España, su historia, su religión y su cultura. En diferentes mundos incursiona en la crítica social y relata acontecimientos sobresalientes a los que se enfrentó en distintos lugares y circunstancias. En La paz contigo reconstruye la persecución de los asesinos de Obregón; en Federico Reyes, el cristero aborda, a través del verso libre, aspectos de ese movimiento; en Memorias de Santiago Oxtotilpan sataniza la repercusión de la Revolución en la vida pueblerina; en El fin de la esperanza plantea los problemas agrarios de la época, el cacicazgo y la marginación. En los cuentos reunidos en Trópico describe, con rigor y crudeza, la lucha constante por sobrevivir, pese al aislamiento de los chamulas, frente a la civilización opresiva, el inclemente clima de la selva, el acoso, la codicia, la violencia y el atraso. Como dramaturgo retoma algunos de los temas ya mencionados; las repercusiones de la revolución en Antonia, donde destaca los abusos de los revolucionarios y, en El maíz de la casa, los de un cacique. El ámbito diplomático y el derecho de asilo, aparecen en El asilo. En El ídolo aborda el tema de la creación de estrellas en el cine.