En uno de los poemas de El aprendiz de brujo (1960), Sergio Mondragón deja claramente definido el eje en torno al cual girará su poesía: "no quiero ser un yogui maldito, un poeta maldito, un hijo de Baudelaire./Quiero seguir los caminos de San Juan de la Cruz". Esto es, entre la poesía que busca la perfección formal hasta agotarse en sí misma y que con denominaciones distintas continúa su marcha hasta nuestros días, y ese indefinido "orientalismo" que llegó a la poesía moderna a través de la literatura inglesa, Mondragón se inclina por lo clásico. Y ¿quién lo es más que el autor del Cántico espiritual? Mas esta elección no hace sino reafirmar el choque entre opuestos presente en la persona y en la obra del poeta: De la Cruz es un clásico, pero a la vez es un místico en el que la claridad y la oscuridad van de la mano.
Mondragón mismo ha llevado una vida que, en cierto modo, apuntala la encrucijada en que se mueve su labor literaria. Estudió periodismo y trabajó, en calidad de cofundador y codirector, en la revista literaria El Corno Emplumado; más tarde fue corresponsal periodístico en el Lejano Oriente, lo que le sirvió para entrar en contacto pleno con un mundo por el que siempre se ha sentido atraído. Llevó la vida contemplativa y serena al lado de los monjes budistas y se impregnó de filosofía orientalista. Finalmente, y esto lo considera como un cambio básico en su manera de aprehender el mundo, como periodista de una publicación de la Central Campesina Jacinto López, Bandera, convivió a lo largo de cinco años con indígenas mexicanos de diferentes regiones del país, "un territorio -dice- que nos falta conocer y que es lo mejor que tenemos. Es una reserva que está esperando y que todavía no aprovechamos".