Jaime Labastida (Los Mochis, 1939) ha oscilado a lo largo de su vida de escritor entre la poesía y la filosofía. En ésta se ha especializado en Kant y, sobre todo, en Descartes. Así, su poesía nace de la oposición entre la rigurosa lógica racionalista cartesiana y el irracionalismo que tan caro le es al arte —aunque, ciertamente, no lo defina—, lucha que imprime un toque muy especial a su obra poética.
“Sus palabras —escribió Agustí Bartra— cuelgan de las negras horcas de la interjección o suenan como flautas de alfarería que convocan a los conjurados del alba. ¡Abajo las estrellas!, vocifera. Pero se inclinaría a recogerlas, si cayeran. No cree en Dios pero sí en el Ecce Homo, y le duele la piel dura, seca y sonora de Xipe Totec, dentro de la cual el viento le dicta furiosas primaveras.”
Labastida, por su parte, cartesianamente define las reglas de su poesía de esta manera: “Estoy por un arte que no olvide al hombre, aborrezco la indiferencia. No es hombre aquel que permanece indiferente al desgarramiento de un pueblo, o al parto de la bestialidad actual. El arte, justo es decirlo, nunca ha derrocado tiranías. Sólo se trata de la posición que asumamos como hombres. Las posiciones puristas me parecen inhumanas y cobardes. Las posiciones comprometidas olvidan, a veces, el requisito fundamental de todo arte: que lo sea. El arte es guerra y me impongo a la obligación de encontrar caminos de certeza. Por eso estoy con los luchadores y no con los evasivos.”
Plenitud del tiempo reúne dos muestras de esta tentativa poética: los volúmenes Obsesiones con un tema obligado y De las cuatro estaciones.