Enciclopedia de la Literatura en México

Bernardo Couto Castillo

Ángel Muñoz Fernández
1995 / 28 nov 2017 10:23

Nació en 1880 y murió en 1901 en la Ciudad de México. Desde muy joven vivió en París en donde conoció a los artistas de la época. Comenzó a escribir en revistas siendo un niño y su único libro lo publicó a los 17 años. Fue amigo en México de todos los escritores modernistas. Murió a causa de los excesos de su vida disipada. Fundador de la Revista Moderna, ya que publicó un primer número antes de que Jesús E. Valenzuela se hiciera cargo de ella.

Notas: En la Revista Moderna publicó varios cuentos además de los doce que forman Asfódelos. Allen W. Phillips, en Texto Crítico número doble 24-25 de Humanidades de la Universidad Veracruzana, declara conocer otros 21 textos además de los 12 de Asfódelos.

 

Bernardo Couto Castillo nació en 1879 y murió el 3 de mayo de 1901 en la Ciudad de México. De su formación académica se sabe poco, cursó el bachillerato en el Liceo Francés, el cual parece nunca haber concluido.

Hijo de Bernardo Couto Couto y nieto de José Bernardo Couto Pérez, ambos jurisconsultos de gran prestigio. De posición acomodada, no se tienen pruebas hasta ahora de un trabajo desempeñado por el joven de manera particular o en el gobierno. En el campo de las letras fue reconocido como miembro de la segunda generación modernista, conocida como decadentista.

Durante 1893 perteneció a la Sociedad Artística y Literaria, cuyo presidente fue Justo Sierra y su vicepresidente José Peón del Valle. En ella leyó “Esbozo del natural”, uno de sus primeros relatos.

Al decir de sus contemporáneos, su ausencia creativa entre 1894 y 1896 se debió a un viaje que realizó por Europa, del cual se sabe que visitó Francia, Holanda y Alemania. En mayo de 1897, participó de manera indirecta en las polémicas sobre el Decadentismo mexicano, con el texto en el que defendió el recién publicado libro de poesía de Francisco M. de Olaguíbel, Oro y negro, como una de las obras más acabadas y trascendentes de dicho movimiento.

Su propio libro de cuentos, Asfódelos (1897), salió a la luz con una recepción apenas notoria entre sus compañeros de generación. Fue considerado “malsano”, porque sus personajes eran dignos representantes del Decadentismo, entes malditos que parecían salidos de los aguafuertes de Félicien Rops. Fue heredero de las propuestas estéticas de Charles Baudelaire, Villiers de L’Isle-Adam, Jules Barbey d’Arevilly, Edgar Allan Poe, entre otros. Sus temas íntimamente ligados con la muerte, el desencanto y el hastío fueron uno de los motivos por los cuales la crítica, de tendencia al arte mimético y nacionalista, ignoró el pequeño tomo de doce cuentos.

Se le considera el fundador del legendario primer número de la Revista Moderna (1898) que encargó a la Imprenta Carranza, ubicada en el callejón del Cincuenta y siete –al decir de José Juan Tablada, aquel tomo contó con dieciséis páginas, cubiertas a color y con ilustraciones de Leandro Izaguirre. Sin embargo, de acuerdo con Jesús E. Valenzuela, nunca pagó el trabajo y por eso el mecenas de éste tuvo que rescatar el proyecto y comenzarlo de nuevo.

Sus primeras colaboraciones aparecieron en los periódicos: El Diario del Hogar (1893) con las firmas Bernardo Couto Jr. o Bernardo Couto, hijo; en El Partido Liberal (1893-1894) con las mismas rúbricas y una sola vez con la de Zilah; y en la Revista Azul (1896). En estas publicaciones iniciales puede advertirse a un escritor que experimentó con las poéticas en boga en México, como el Romanticismo y el Nacionalismo nacido de éste, que luchó por encontrar su voz entre muchas y, para ello, se acercó al Modernismo en su prosa, de un estilo preciosista, cercano al poema en prosa.

Con su nombre, colaboró en: El Nacional (1896-1897); El Mundo Ilustrado (1896-1898); en la revista jalisciense El Verbo Rojo (1898) y en la referida Revista Moderna (1898-1901). Sus traducciones aparecidas en la Revista Moderna las firmó con sus siglas (B. C. C.). En estas últimas colaboraciones, así como en su libro, es evidente un artista con una voz más trabajada y firme que incursiona en el cuento moderno con un interés puramente estético. Durante esta etapa creó a su personaje Pierrot, un clown proveniente de la Commedia dell'Arte, con características indiscutiblemente decadentes y otras particulares de la poética del autor, como el hacer de este personaje un científico y un artista a lo largo de sus relatos.

En cuanto a la crítica, cabe resaltar que a su muerte tuvo una mayor recepción que durante su vida; “un malogrado”, un joven precoz, una llama apagada demasiado pronto, una promesa que no se cumplió, así lo denominaron algunos autores de la época. Esta leyenda negra del autor dejó de lado, por mucho tiempo, el análisis puntual de su obra como lo que había sido: uno de los mayores representantes del Decadentismo mexicano. Las opiniones de principios del siglo xx se dedicaron a repetir los mismos juicios; fue durante la segunda mitad de la centuria pasada, y lo que va de este siglo, que se han aportado nuevos enfoques y valoraciones.

Así, podemos mencionar de la primera etapa, cómo sus contemporáneos vieron aparecer su único libro como una consecuencia lógica de su temperamento hastiado y de sus lecturas pesimistas y decadentes; por ejemplo, Ciro B. Ceballos emitió la opinión de que se complacía en “copiar el mal, en las fases más extrañas de sus múltiples manifestaciones, sin embellecerlo con los exquisitismos de la forma, como lo [hiciera] Gabriel D’Anunzzio, sin ennoblecerlo con las aristocracias de la paradoja docta, sutil, como acostumbraba Baudelaire; sino a golpes de ciego, desatinados, crueles, subordinando su criterio estético al empleado por los autores que más vivamente lo impresiona[ro]n”. Por su parte, Manuel Ugarte lo describió como “el más joven del grupo, el más inquieto, el más vicioso y el que escribe más hermosos cuentos, inverosímiles y encantadores, donde hay siempre el fulgor de un rayo de luna. Bernardo Couto es casi un personaje de Baudelaire”. Otro de sus colegas de la Revista Moderna, Rubén M. Campos, no sólo leyó en sus historias aquellas influencias literarias que determinaban su escritura, sino también vio su vida desordenada plasmada en ellos: “no piensa más que en perder el tiempo como entre la garzonía latinoamericana en los jardines de Lutecia, mientras en su cerebro van incubándose sueños siniestros del sopor del Nirvana en que vive para darle forma en bellos cuentos”. En cada párrafo el autor intentó convencer al lector de que la prosa de Couto era una consecuencia directa de su anárquica existencia, cuyo final inevitable sería la muerte prematura; “la segunda víctima del bar”, muchos años después, lo llamó Campos, “el pasional que debía morir temprano, contaba en sus bellos cuentos los amores de su adolescencia”.

Tablada lo recordó como “un pálido tripulante en el siniestro buque fantasma del tedio… Artista exquisito fue Couto, un sediento de Ideal. Casi niño, pero ya virilizado por una admirable precocidad”. Por su parte, Pedro Escalante afirmó: “Su libro, Asfódelos, es un poema a la muerte […]. El autor del libro la amaba con todas las fuerzas de su alma para él la muerte era la vida”. Mientras, Jesús E. Valenzuela rememoró en Mis recuerdos que, para publicar el segundo número de la Revista Moderna, tuvo que buscar a Couto en todas las cantinas, “pues era muy vicioso a pesar de no haber cumplido los veinte años”. Evocarlo de este modo no sólo se debió a su temprana muerte, pues, según Jesús Sánchez Azcona, a su propia familia le parecía “que era un niño muy raro”, pero “la rareza de aquel niño consistía en que tenía talento, en que tenía mucho talento […], de tal suerte prematura que Bernardo habló cuerdamente de la vida antes de haberla vivido, adivinando su alma de poeta lo que su experiencia aún no penetraba”. Para Alberto Leduc, al no sentirse Couto parte de la “buena sociedad […], era natural que en sus prematuros tedios, buscase un refugio en las peligrosas lecturas de pesimistas contemporáneos, que le envenenaron la vida, si bien en provecho del arte literario nacional”. Por último, no podían faltar los comentarios de Victoriano Salado Álvarez, antagonista del grupo modernista, a quien los textos de Couto le parecieron una muestra de la poética decadentista –de la que estaba tan en contra–; en ellos, a decir del crítico jalisciense, se sugería que, “como una muestra de refinamiento y de buen gusto hay quien sienta placer al matar a su manceba por simple afán de colorista, por ver correr la sangre roja sobre la piel blanca, o quien experimenta tentaciones de matar a sus hijos en razón de no sé qué tiquis miquis filosóficos y sentimentales y todo lo demás que ustedes con la mayor seriedad escriben”.

Como puede apreciarse en los comentarios citados, desde principios de la pasada centuria, el proceder de Couto lo convirtió en una leyenda; una leyenda negra plasmada en cada escrito, idea que fue mantenida y repetida por la crítica durante un largo tiempo. En su mayoría, los estudios que, ya en el siglo xx, abordaron su producción literaria funcionaron a manera de anecdotario. Ahora bien, aunque sus cuentos fueron reconocidos como manifestaciones de una época, nunca se dejó atrás esta visión autobiográfica de la “precocidad viciosa” y la inexperiencia literaria del autor. Cinco décadas después tenemos a Julio Torri, en su Discurso de ingreso a la Academia Mexicana (1954), apuntando sobre Couto que murió antes de cumplir los veintiún años, víctima lamentable de la vida irregular que arrastraban los bohemios y artistas de su tiempo.

Casi década y media más tarde, apareció el “Estudio preliminar” de Héctor Valdés al Índice de la “Revista Moderna” (1967), obra fundamental para el estudio del movimiento modernista; en él, aún es notorio el estigma que caracterizaba a la figura de Couto. Posteriormente, María del Carmen Ruiz Castañeda publicó un artículo en 1972 que acaso es uno de los pocos trabajos de rescate del autor; en él, la autora reafirma la idea de que “Couto, [era] un narrador exótico de gran potencia imaginativa, aunque en muchos de los cuentos publicados por él en la Revista Moderna, y en su único libro: Asfódelos (1897), se trasluzca su corta edad y su cierta inmadurez literaria”. Luego de diez años, Allen W. Phillips intentó hacer una crítica objetiva; en realidad, su ensayo es una descripción del cuento modernista y de las narraciones de Couto Castillo. Así, tampoco logró una visión renovadora sobre la producción del autor, pues, no distó demasiado de la expuesta por Salado Álvarez casi un siglo antes.

En esa misma década, Fernando Tola de Habich en su Museo literario (1986), presenta una reseña biográfica de Couto, en la que incluye algunos datos difíciles de corroborar, como que murió en un manicomio o que era homosexual. Ya en el siglo xxi, Emmanuel Carballo reprodujo la opinión de Héctor Valdés en su Diccionario crítico de las letras mexicanas del siglo xix (2001). Como puede observarse, tales opiniones no arrojaron luz sobre la poética del autor o sobre las tendencias estéticas de su producción; por el contrario, contribuyeron a que se continuara con la lectura de su obra como un espejo fiel de su biografía. Al respecto, en 2001, Vicente Quirarte dice que “si bien Couto no tuvo después de muerto una entusiasta despedida, su leyenda se había forjado en vida”. Asimismo, en la edición de Ángel Muñoz Fernández de varios de los cuentos, Cuentos completos (2001), el crítico mantiene el análisis de la obra a través del espejo de su vida.

A pesar de lo anterior, es posible encontrar otros estudios sobre la obra del joven escritor, que se circunscriben al examen de su poética y le otorgan un mérito particular, sin querer atribuirlo a su vida personal. Mario Martín, por ejemplo, menciona que “en algunos cuentos de Couto Castillo se devela al individuo como un campo irracional de posibilidades de ser y deber ser en conflicto”; por su parte, Ana Laura Zavala Díaz analiza los aspectos decadentistas de algunas de sus narraciones en Asfódelos, en su libro De Asfódelos y otras flores del mal mexicanas (2012). Podemos mencionar también a José Ricardo Chaves, quien ubica de manera precisa al autor dentro del Decadentismo en la rama del “pesimismo epocal, en el nihilismo incapaz de avizorar algún fundamento más allá de la muerte, en la petrificación del alma”. Andreas Kurz, asimismo, propone de forma sugestiva que Couto prefiere a Pierrot como personaje, pues en “el entorno de la commedia dell’arte encuentra un ambiente ideal: un mundo hermético”; sin embargo, debido a que da por sentado que la recopilación de Ángel Muñoz Fernández es una edición total de la obra de Couto, incurre en algunos errores, cuando afirma que todos los relatos sobre Pierrot fueron publicados en la Revista Moderna o que Couto comenzó a usar al artista como protagonista hasta su regreso de Europa, en 1896. A estos estudios debemos sumar varias tesis de licenciatura y maestría que han dedicado sus esfuerzos a dilucidar la obra del autor de una manera más crítica.

Finalmente, en 2014, se publicó la edición crítica a cargo de Coral Velázquez Alvarado, Obra reunida de Bernardo Couto Castillo (2014); este volumen presenta el rescate más completo hasta ahora de la obra del autor, por medio del cual puede estudiarse de manera integral su poética.

Seudónimos:
  • B.C.C.
  • Bernardo Couto Jr.
  • Bernardo Couto
  • hijo
  • Zilah

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Bernardo Couto Castillo. Cuentos

Editorial: Factoría ediciones
Lectura a cargo de: Gabriel Pingarrón
Estudio de grabación: Radio UNAM
Dirección: Eduardo Ruiz Saviñón
Música: Gustavo Rivero Weber. Piano
Operación y postproducción: Francisco Mejía
Año de grabación: 2009
Género: Narrativa
Temas: Bernardo Couto Castillo (1880-1901), estrella fugaz de las letras mexicanas. Joven a quien un prematuro interés por divulgar sus cuentos, traducciones y artículos lo llevaron a incursionar, desde los catorce años, en las principales publicaciones del país. Por la sorprendente temática y lenguaje de sus obras fue aceptado por los escritores del círculo modernista. En 1897 publicó su único libro: Asfódelos, doce relatos en que destacan las expresiones de la vida moderna y personajes invadidos por el tedio. Murió a los 21 años, preso del alcohol y las drogas. Su obra narrativa fue compilada por Ángel Muñoz Fernández en Cuentos completos (2001). A continuación reproducimos “Blanco y rojo” y “La alegría de la muerte”, dos cuentos contenidos en Asfódelos que, desde distintas perspectivas, rondan los escenarios de lo que sucede o sucedería al ponerle punto final a la vida ajena. Mientras que en “Blanco y rojo” atestiguamos las confesiones de un asesino en serie, cuyo supremo acto ha sido el de segar la vida y ver manar el carmín hipnotizante de la sangre sobre la blanquísima piel de una mujer, en “La alegría de la muerte”, la mismísima Reina del Hades recorre diferentes parajes terrenales a la caza de sus siguientes víctimas, a fin de despojarse del mal humor con que amaneció ese día. Agradecemos la colaboración musical de Gustavo Rivero Weber. D.R. © UNAM 2010