Enciclopedia de la Literatura en México

El Zarco (Episodios de la vida mexicana en 1861-63)

mostrar Introducción

El Zarco (Episodios de la vida mexicana en 1861-1863) es la primera novela póstuma de Ignacio Manuel Altamirano. En tanto novela histórica, relata los episodios de lucha, amor y venganza desatados en Yautepec, Morelos, por la violenta irrupción de los bandidos de tierra caliente. Los cuales asolaban la región central de México, resguardados bajo la agitación política y militar entre 1861 y 1863, después de la Guerra de Reforma o Guerra de Tres Años (1857-1860), y a inicios de la Segunda Intervención francesa en 1862. Escrita entre 1874 y 1888, sería publicada hasta 1901 por el Establecimiento Editorial de J. Ballescá en Barcelona. A esta obra le sigue Atenea (1889), que salió a la luz en 1935 bajo el sello de la Imprenta Universitaria. El Zarco es una de las obras más leídas del autor, junto con Clemencia (1869) y La Navidad en las montañas (1871).

Sustentada en el Realismo, la novela nos ofrece una estampa del paisaje y las costumbres de la población de Yautepec, que vive bajo un constante miedo por los plateados, apodo en referencia a los adornos de plata que cubrían las vestiduras y sillas de montar de los bandidos. Aderezado con una intriga amorosa entre El Zarco, Manuela y Nicolás, el trasfondo histórico de la guerra civil se hace patente, sobre todo en la mención de personas y datos que corresponden a la realidad de ese periodo. Elaborada con un interés pedagógico, dispone a sus personajes como encarnaciones antagónicas que, a juicio de Altamirano, integraban la realidad mexicana: El Zarco, cabecilla de los plateados, frente a Nicolás, el indígena trabajador, modesto y honrado; Manuela frente a Pilar, una blanca y ambiciosa, otra morena y humilde.

mostrar Escribir para educar

A diferencia de su producción poética, escrita durante su juventud, la novelística de Altamirano es obra de madurez, donde se sirvió del género narrativo: 

[…] para poner de manifiesto –afirma María del Carmen Millán– sus preocupaciones nacionalistas. En efecto, las novelas recogen muchas de las ideas del maestro y especialmente su doctrina fundamental. El momento histórico es siempre el telón de fondo de sus ficciones; pone en evidencia los males que aquejan al país como el militarismo, la educación deficiente, los desajustes sociales que dejan como saldo lamentable la proliferación de asaltantes, bandidos, malhechores de profesión, causas directas de las cruentas guerras internas.[1]

Miembro de la élite política encargada de reconstruir el país después de la Guerra de Reforma y de la Intervención francesa, Ignacio Manuel Altamirano buscó a través de la novela una vía para elevar el nivel educativo y cultural del pueblo. Tarea imprescindible, según Edith Negrín, “para que la igualdad y la libertad entre los hombres, preconizadas por el liberalismo clásico [que Altamirano defendió con su vida], pudieran ser realidad”.[2] El Zarco, una de las novelas mejor logradas del siglo xix –como afirma Manuel Sol– forma parte de este proyecto nacionalista destinado a que “aquellos conocimientos encerrados en la altura de la nube, [descendieran] a la tierra en la forma de lluvia menuda y fecundante”.[3] Altamirano confiere, pues, una función social a la novela en tanto libro de masas, cuyo objetivo era la difusión de ideas, la instrucción y el conocimiento de la historia nacional para educar y ayudar a crear una conciencia en el pueblo, de modo que éste pudiera reconocer y aceptar su realidad. 

— ¡Ay!, ¡no, Manuela! Tú eres animosa porque eres muchacha y ves las cosas de otro modo; pero yo soy vieja, tengo experiencia, veo lo que está pasando y que no había yo visto nunca en los años que tengo de edad, y creo que estos hombres [los bandidos] son capaces de todo. Si yo supiera que había aquí tropas del gobierno o que el vecindario tuviera armas para defenderse, estaría yo más tranquila, pero ya tú bien ves, que hasta el prefecto y el alcalde se van al monte cuando aparecen los plateados, que el vecindario no sabe qué hacer, que si hasta ahora no han asaltado la población es porque se les ha mandado el dinero que han pedido, que hasta yo he contribuido con lo que tenía de mis economías a dar esa cantidad; que no tenemos más refugio que la iglesia o la fuga en lo más escondido de las huertas. ¿Qué quieres que hagamos, si un día se vienen a vivir aquí esos bandidos como han vivido en Xantetelco y como viven hoy en Xochimancas? ¿No ves que hasta los hacendados les mandan dinero para trabajar en sus haciendas? ¿No sabes que les pagan el peaje para poder llevar sus cargamentos a México? ¿No sabes que en las poblaciones grandes como Cuautla y Cuernavaca sólo los vecinos armados son los que se defienden? ¿Tú piensas quizás que estos bandidos andan en partidas de diez o de doce? Pues no; andan en partidas de a trescientos y quinientos hombres, hasta traen sus músicas y cañones y pueden sitiar a las haciendas y a los pueblos. El gobierno les tiene miedo; y estamos aquí como moros sin señor...[4]

No hay que olvidar que en el terreno de la literatura, Altamirano, junto con Guillermo Prieto, Luis de la Rosa y José María Lafragua, entre otros, consideraban que la situación histórica y el interés político debían estar presentes en cualquier obra literaria, especialmente en la novela, la cual tenía que expresar las deficiencias y excelencias del país y apartarse de la imitación de las literaturas extranjeras. Dentro de este contexto, la crítica ha considerado El Zarco, Clemencia y La Navidad en las montañas como las mejores obras de Altamirano y, entre su vasta producción novelística, las más representativas de la novela como proyecto de nación.

mostrar Novela nacional

El Zarco, penúltima de sus novelas y publicada póstumamente, evoca el periodo histórico entre el final de la Guerra de Reforma y los inicios de la Intervención Francesa, años que fueron clave en la historia política de México. La Guerra de Reforma (1857-1860) comenzó con la proclamación de la nueva Constitución de 1857, donde, en especial, se promulgaba la separación de la Iglesia y del Estado, lo que provocó la reacción de la primera y el partido conservador, pues, entre otras cosas, los bienes eclesiásticos serían nacionalizados; los matrimonios, nacimientos y defunciones pasarían a la jurisdicción del fuero civil y se decretaría la libertad de culto. Entonces el bando conservador expide el Plan de Tacubaya que desconocía la Constitución de 1857. De esta suerte, el presidente en turno, Ignacio Comonfort, se ve obligado a suspender algunos artículos de ésta y a adherirse al Plan de Tacubaya. Esto ocasionaría que la presidencia constitucional recayera en Benito Juárez, quien decide salir de la ciudad y establecer un gobierno itinerante, al mismo tiempo que Félix Zuloaga gobernaba en la ciudad de México. Las diferencias de estos dos provocaron la guerra civil y la formación de dos “ejércitos”, uno conservador y otro liberal. Este último en poco tiempo abusaría de su posición para transformarse en un grupo de bandoleros. Al triunfo de la guerra, Juárez es elegido presidente constitucional e inmediatamente ratifica las leyes reformistas. Además, licencia las tropas liberales, lo que contribuye a la formación de cuatreros, como el Zarco.

La aparición de los plateados en Morelos se debió, en parte, a este licenciamiento decretado por el gobierno:

Yautepec –dice el narrador de El Zarco, al principio de la novela– no había tomado parte activa en las guerras civiles, pero muchas veces había sido víctima de ellas. Más adelante, al trazar a grandes rasgos lo que podríamos llamar la prehistoria del Zarco, refiere que éste había pertenecido a las tropas liberales en donde se les había dado cabida a varias partidas de plateados, que no hacían más que asolar las poblaciones por las que atravesaban, razón por la cual el general Jesús González Ortega había fusilado a varios de ellos.[5]

La estructura equilibrada, armónica y sencilla de El Zarco es el resultado de un plan rigurosamente meditado durante varios años. Ausente de digresiones innecesarias, la trama cumple discretamente su cometido didáctico, al amparo de una escritura limpia, construida con “esmero y elegancia”. Con base en un credo artístico austero, con reticencia frente al adorno verbal y los preciosismos, construyó una prosa sencilla, sin profusión de adjetivos, coherente con sus intenciones de someterla a un proyecto de ilustración masiva. Centrado en esta finalidad educadora, y como defensor de un estilo fácil de ser comprendido por todos, logró imprimir en las letras mexicanas “un carácter hasta entonces apenas esbozado: el del nacionalismo”,[6] señala Emmanuel Carballo.

Altamirano aspiró a fundir la historia y la literatura en esta sola, robusta y nueva orientación nacionalista de la novela, lo que confiere a El Zarco un carácter evidentemente histórico, señalado desde el propio subtítulo: Episodios de la vida mexicana en 1861-1863. Al respecto, Carlos González Peña afirma que el escritor: “con un gran sentido de proporción, de unidad, de sobriedad distribuye y armoniza episodios de suerte que la historia, en gradación admirable, va ganando en emoción e interés”.[7] Con su tratamiento narrativo se inicia una nueva etapa en la novela mexicana “en la que se recurre al oficio y [se] mira con malos ojos a la improvisación”,[8] según Emmanuel Carballo. Como advierte Manuel Sol, el narrador de El Zarco

en el capítulo xxii, al hablar de Martín Sánchez Chagollán, dice que éste era un personaje “rigorosamente histórico”, lo mismo que Salomé Plasencia, el Zarco y los demás bandidos que habían intervenido en la narración. Por otra parte, hemos visto que en el capítulo primero maneja datos de carácter estadístico y que, incluso, aunque sin citarla, alude a la encuesta hecha sobre el Estado o Departamento de México [...] que apareció en 1854 bajo el título de Anales del Ministerio de Fomento [...] que algunos de los personajes y muchos de los datos manejados por Altamirano en la novela corresponden a la realidad y que los plateados fueron unos famosos bandidos que asolaron las haciendas y las poblaciones, particularmente de los actuales estados de Morelos, Puebla y Tlaxcala.[9]

En esta línea, El Zarco se emparenta con otras obras de carácter histórico anecdótico como Historia del bandalismo en el Estado de Morelos (1912) de Lamberto Popoca Palacios, “Chagoyán y los Plateados” de Enrique Juventino Pineda en Morelos legendario, Los plateados de tierra caliente (1891) de Pablo Robles y las novelas Los bandidos de Río Frío (1889-1891) de Manuel Payno y Astucia (1865 y 1866) de Luis G. Inclán.

mostrar Claroscuros

El Zarco se conforma de veinticinco capítulos, que pueden dividirse, según Manuel Sol, en una introducción (capítulo i) y tres unidades narrativas diferenciadas, atendiendo sobre todo a la acción de los personajes: primera parte (capítulos ii-ix), presentación de la época, del tema y de los personajes; segunda parte (capítulos x-xvii), narración y clímax; tercera parte (capítulos xviii-xxv), narración y desenlace. El relato comienza con una detallada descripción del paisaje de Yautepec, zona que Altamirano conoció durante su juventud:

De cerca, Yautepec presenta un aspecto original y pintoresco. Es un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes, frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por dondequiera con extraordinaria profusión. Diríase que allí estos árboles son el producto espontáneo de la tierra; tal es la exuberancia con que se dan, agrupándose, estorbándose, formando espesas y sombrías bóvedas en las huertas grandes o pequeñas que cultivan todos los vecinos, y rozando con sus ramajes de un verde brillante y oscuro y cargados de poemas de oro los aleros de teja o de bálago de las casas.[10]

El escenario descrito de la zona limítrofe entre el Estado de México y Morelos es el espacio para las acciones terribles de los plateados, banda lidereada por el Zarco, que asola a las comunidades y haciendas de la región. En Yautepec habitan doña Antonia, su bella hija Manuela y su modesta ahijada Pilar. Preocupada por la inseguridad reinante y la amenaza que le significa la belleza de su hija, doña Antonia intenta procurarse una figura protectora encarnada en el herrero del pueblo, Nicolás, a quien ofrece a Manuela en matrimonio. Sin embargo, su hija altiva rechaza al hombre trabajador por su aspecto indígena y prefiere encontrarse con el Zarco, con quien huye.

Personajes de inconfundible traza romántica, según Emmanuel Carballo, funcionan como símbolos: doña Antonia es la imagen de la madre abnegada, viuda por la guerra, que se sobrepone al duelo en el intento de resguardar la virtud de su hija Manuela, quien, seducida por el afán de riqueza y aventura, a su vez atizado por su arrogancia de mujer blanca y hermosa, la desoye, y se inclina hacia el camino del error y la tragedia. La ahijada Pilar encarna la contraparte de aquella hija desdeñosa: la virtud que sufre en silencio y sobrelleva su papel marginal, secundario, por la vía de la resignación trabajadora y humilde, correspondiente a su papel de mujer y su carácter mestizo. Así, a diferencia de Manuela, “aparición satánica”, Pilar personifica lo angelical:

La una como de veinte años, blanca, con esa blancura un poco pálida de las tierras calientes, de ojos oscuros y vivaces y de boca encarnada y risueña, tenía algo de soberbio y desdeñoso que le venía seguramente del corte ligeramente aguileño de su nariz, del movimiento frecuente de sus cejas aterciopeladas, de lo erguido de su cuello robusto y bellísimo o de su sonrisa más bien burlona que benévola [...] La otra joven tendría dieciocho años, era morena con ese tono suave y delicado de las criollas que se alejan del tipo español sin confundirse con el indio, y que denuncia a la hija humilde del pueblo. Pero en sus ojos grandes, y también oscuros, en su boca dibujaba una sonrisa triste siempre que su compañera decía alguna frase burlona, en su cuello inclinado, en su cuerpo frágil y que parecía enfermizo, en el conjunto todo de su aspecto había tal melancolía, que desde luego podía comprenderse que aquella niña tenía un carácter diametralmente opuesto al de la otra.[11]

Los habitantes de Yautepec, por su parte, contrastan con los plateados: los primeros representan “la paz, la concordia, la armonía, la honradez y el trabajo frente a la guerra”, mientras que los segundos, “la discordia, el desorden, el crimen y la ociosidad”,[12] en palabras de Manuel Sol. La marcada distinción entre los personajes responde a la intención pedagógica de Altamirano, orientada por la creencia liberal en los valores del mestizaje y la laboriosidad como fundamento para la construcción de la nueva nación mexicana. La novela ofrece un concepto liberal de ciudadanía (por ejemplo, Nicolás y Pilar se casan por la ley antes que por la norma religiosa, a pesar de que el matrimonio civil había sido instituido poco tiempo antes de los sucesos narrados). Este proyecto de nación se identifica con los personajes clave, mientras que el orden social heredado de la colonia, se vincula con personajes condenados a morir por su comportamiento anti-republicano. La eficacia del mensaje ideológico de la novela, como afirma Evodio Escalante, depende en gran parte de estos claroscuros construidos por Altamirano, de esta técnica del contraste. Los tintes repulsivos de un personaje, al que se concibe como verdadero cáncer social, funcionan para destacar lo que hay de positivo en el otro. Los héroes de la novela ayudan al autor a diseminar su deseo fundacional de la nación mestiza, mientras sus villanos son proyectados como obstáculos para la construcción del ciudadano liberal.

De esta suerte, la técnica narrativa más evidente en El Zarco, como en Clemencia, es el contraste y la gradación. A la contraposición entre los personajes femeninos de Pilar y Manuela le corresponde el contraste entre Nicolás y el Zarco. En su calidad de hombre humilde y trabajador –posible autorretrato del propio Altamirano, como apunta Vicente Quirarte–el herrero Nicolás simboliza a los indios honestos del más bajo estrato que, en oposición a la arbitrariedad egoísta del criollo retratada en el Zarco –personaje inspirado en Salomé Plasencia, cabecilla de ladrones en el pueblo de Yautepec–, se dispone generosamente y arriesga su vida para superar los agravios. Nicolás perdona el desdén sufrido y ofrece su propia fuerza para realizar un destino de justicia. Es el prototipo liberal de ciudadano. En el otro extremo, el hombre blanco y de ojos azulados, cede a sus inclinaciones perversas convirtiéndose en criminal, y construye así la necesidad de su propio exterminio. La balanza que se decanta a favor de la virtud en el sacrificio no sólo muestra la reprobación que enuncia Altamirano hacia las figuras que habían dominado la faz nacional en su desgracia, sino que le permite crear un elogio de los indios asimilados y mestizos de México “fuertes, los valerosos y justicieros, los salvadores del país”. En cuanto a la gradación, las descripciones, tanto del paisaje como de los personajes, suelen comenzar en un plano general, primero, y luego desde uno particular, procedimiento que ya se observa en la descripción de Guadalajara en Clemencia y se repite en los capítulos i, ii, iii y v de El Zarco, donde se nos presenta el espacio en que sucederán las acciones y las figuras principales que las llevarán a cabo.

Altamirano construyó su obra como un entramado de piezas sencillas y de fácil tratamiento. Dotada de un lenguaje ameno y sin excesos, la estructura de la novela se divide en capítulos cortos –algunos menores a una cuartilla– que le proporcionan una adecuada agilidad de lectura. El relato se desarrolla como eje en la voz de un narrador omnisciente que presenta el contexto espacial y temporal de cada momento de la trama como un cronista: si bien el subtítulo de la novela dice Episodios de la vida mexicana en 1861-1863, el tiempo en que transcurre la acción, que se inicia un día de agosto y termina a finales de diciembre con el casamiento de Nicolás y Pilar, abarca cinco meses de 1861.

En los puntos de mayor intensidad, el narrador da paso a la voz de los personajes. El estilo directo carga con la descripción de los sucesos más trascendentes en la trama, imprime mayor velocidad y dramatismo a los hechos y destaca el carácter de los interlocutores:

—Parece que fue una cosa espantosísima –continuó Nicolás–. Ahí amanecieron tirados los cadáveres, no más los cadáveres, porque los bandidos se llevaron naturalmente los equipajes, las mulas, los caballos y todo. La noticia llegó a Cuernavaca muy temprano; los vecinos de Alpuyeca trajeron después en camillas a los muertos, entre los que había niños. Ahí tienen ustedes el porqué la fuerza del gobierno, que venía para acá, recibió orden de dirigirse en combinación con otra que salió de Cuernavaca en persecución de los bandidos.
—¿Y los cogerán? ¿Usted cree que los cogerán, Nicolás? –preguntó la señora.
—No –respondió con intensa amargura el honrado joven–, no cogerán a nadie. Son pocos, en comparación de los plateados, que deben haberse refugiado en Xochimancas. Solamente allí tienen más de quinientos hombres, bien montados y armados, sin contar con las muchas partidas que andan en todos los caminos. Además, ya estamos acostumbrados a estos vanos alardes. Cuando se comete un robo de consideración o se asalta a personas distinguidas se hace escándalo, el gobierno de México manda órdenes terribles a las autoridades de por aquí; éstas ponen en movimiento sus pequeñas fuerzas en que hay muchos cómplices de los bandidos y que les dan aviso oportunamente. Se hace ruido una semana o dos, y todo acaba allí. Entretanto, nadie hace caso de los robos, de los asaltos, de los asesinatos que se cometen diariamente en este rumbo, porque las víctimas son infelices que no tienen nombre, ni nada que llame la atención.[13]

En los contrapuntos rítmicos entre el narrador y los personajes, se imprime al texto una intensidad bien distribuida que permite fijar los acontecimientos en el lector, mediante una mezcla refinada entre los escenarios históricos y la expectativa de la resolución del conflicto.

Anduvo al paso y como recatándose por algunos minutos, hasta llegar junto a las cercas de piedra de una huerta extensa y magnífica. Allí se detuvo al pie de un zapote colosal cuyos ramajes frondosos cubrían como con una bóveda toda la anchura del callejón.
Y procurando penetrar con la vista en la sombra densísima que cubría el cercado, se contentó con articular dos veces seguidas una especie de sonido de llamamiento.
—¡Pst...pst...!
Al que respondió otro de igual naturaleza, desde la cerca sobre la cual no tardó en aparecer una figura blanca.
—¡Manuelita! -dijo en voz baja el plateado.
—¡Zarco mío, aquí estoy! –respondió una dulce voz de mujer.
Aquel hombre era el Zarco, el famoso bandido cuyo renombre había llenado de terror toda la comarca.[14]

Por otro lado, la aparición del presidente Benito Juárez como personaje resulta importante. Enfrentado al reto de pacificación nacional, Juárez autoriza a Nicolás y Martín Sánchez Chagoyán –personaje histórico, aquí agraviado por los bandidos– la recaptura de los plateados y el fusilamiento del Zarco, a quien finalmente cuelgan. Altamirano utiliza el desenlace para presentar a la autoridad civil, encarnada en Benito Juárez, como responsable de delegar a los hombres de buena voluntad el cumplimiento de la ley y su destino político: la unidad nacional en la justicia. “Era la ley de la salud pública armando a la honradez con el rayo de la muerte”.[15] La patria puede retomar entonces su orden, por medio de la reconstrucción de la alianza entre el gobierno honesto y la población de los laboriosos y humildes. La nación reunificada queda dispuesta para su pretendido progreso. El triunfo de la virtud trabajadora y modesta ofrece su moraleja en el matrimonio entre Nicolás y Pilar. El Zarco, ambicioso y mal dispuesto desde su origen, arrastra en su camino, perdido de antemano, a la mujer criolla que desatiende la prudencia de su madre por el afán de un destino que, aunque libre, se asienta en la ambición y la vanidad. Sus muertes marcan el destierro alegórico de una realidad que había llevado a México casi a su desaparición como patria, durante las guerras combatidas por el propio Altamirano.

mostrar El Zarco y la crítica

A partir de su publicación en 1901, El Zarco fue recibido por los críticos con los brazos abiertos. Francisco Sosa en el prólogo a la edición de Ballescá (1901) elogia

la prosa nítida de Altamirano; las descripciones llenas de encanto y de verdad que nos transportan a las feraces comarcas del Sur; la pintura, el retrato, diré mejor, de los guerrilleros y bandidos de la época en que se desarrollan los sucesos por él narrados, todo hace de El Zarco un libro ameno e instructivo.

Federico Gamboa, en La novela mexicana (1914) comenta que “de las pocas novelas que escribió, llévase la palma El Zarco que es bella, sincera y muy mexicana”. Treinta años más tarde, Carlos González Peña en su artículo “Altamirano novelista” (1947) celebra la composición clara y sobria, el retrato, el diálogo, la descripción “en fin, el aspecto regional, el color local, la traza de franco nacionalismo, son ya, en El Zarco, cosa plenamente lograda”.[16]

A finales del siglo xx, Carlos Monsiváis confirma que El Zarco “estudiado o leído de muy diversas maneras [...] continúa siendo un clásico por lo que, con vehemencia melodramática, nos revela de una época [...] aspiraciones ostensibles, ideales profundos, maniobreos políticos, psicología social. La actualidad de Altamirano reside en su ambición totalizadora.”

Para José Emilio Pacheco, Altamirano es el primero que se enfrenta a la novela como obra de arte y que intenta resolver sus problemas estéticos. Hábil para armar sus historias resulta, sin embargo, en la opinión de Emmanuel Carballo, más que un novelista o un poeta, un hombre de letras que subordina su talento artístico a la conquista de valores que sirvan al engrandecimiento de la patria. La consecuencia negativa más inmediata es el maniqueísmo excesivo que circunda la presentación de las contradicciones históricas y entre los personajes.

Evodio Escalante afirma, a propósito de La Navidad en las montañas, que la novela de Altamirano no trasciende el sistema social, ya que no propone un tipo de organización que rompa con los esquemas conocidos; es una utopía conciliatoria, al igual que El Zarco.

En palabras de María del Carmen Millán, El Zarco “es la novela de la plena madurez del autor. Un espejo muy fiel de lo que fue México en un momento dado, con su respectivo marco histórico, que refleja, en imagen elocuente, dónde está la verdad y dónde el error para encontrar el camino cierto que pueda llevar a la reconstrucción de la patria.”[17]

No sin cierta ingenuidad, como deja ver José Joaquín Blanco, Altamirano se impuso forjar una nación a partir de la literatura –que en el proyecto republicano cumple funciones morales, políticas, económicas y hasta religiosas– y crear una literatura nacional. México, sin embargo, contaba con poca población alfabetizada, y entre ella, una microscópica porción de literatos empeñados en moldear, según sus inspiraciones europeas o norteamericanas, a millones de peones, indios o “plebe”, carentes de “civilización”.

Recientemente, Manuel Sol ha afirmado en su edición crítica de El Zarco (2000) que ésta “es una obra perfecta, equilibrada y armónica y un claro ejemplo de todas aquellas ideas que Altamirano había expresado en sus Revistas literarias sobre la novela y en particular sobre el nacionalismo”. 

No hay que olvidar que la narrativa de Altamirano se inserta dentro de los cánones del Romanticismo decimonónico, forma parte de toda una estructura social y cultural que intentó disciplinar, regular y civilizar. La modernización defendida por Altamirano adquiría la forma de un mestizaje que podría ser de tipo cultural, regulado por costumbres y valores. La integración de los elementos indígenas al proyecto nacional exigía su asimilación, guiados por las figuras ejemplares de Benito Juárez y el propio Altamirano, antes de que esta visión se modificara con la irrupción de los liberales positivistas de la siguiente generación. A pesar de todo, según José Salvador, el concepto de una nación mestiza, en un tiempo donde el mestizo se asociaba con la figura negativa del lépero, tenía tintes revolucionarios a tal grado que sería retomada por los pensadores posrevolucionarios en su proyecto de reconstrucción nacional.

mostrar Apéndice: escritura y ediciones de El Zarco

La historia compositiva y editorial de El Zarco suma varios capítulos porque fue publicada ocho años después de la muerte de Ignacio Manuel Altamirano. Manuel Sol refiere que la redacción comenzó hacia 1874. Se basa en una descripción del primer capítulo, de acuerdo con la cual se levantó un censo de los naranjos y limoneros de Yautepec por las autoridades de la región en 1854, veinte años antes del momento en que el narrador comienza su relato. Por otra parte, las veladas literarias del Liceo Hidalgo fueron el sitio donde se escucharon por vez primera los capítulos iniciales de la obra en 1884. Tres años más tarde –febrero de 1887– la novela fue comprada por el editor español, Santiago Ballescá. En ese momento, sólo habían sido escritos trece de los veinticinco capítulos que finalmente la integrarían. Los doce capítulos restantes fueron entregados por su autor a la vuelta de un año.

En 1888, según refiere Santiago Ballescá, confió el autógrafo original a un copista español. Sin embargo, éste trabajó sobre una copia, como afirma Manuel Sol, porque el texto original permaneció en México en manos de Luis González Obregón, quien probablemente sea la pluma detrás de la transcripción primera. Esto dio origen a una serie de modificaciones y alteraciones, efecto del trabajo de ambos copistas. La edición de 1901 se pobló de las enmiendas del copista mexicano y, en mayor medida, de las del español. En la página quedaron los usos de pronombres enclíticos, demostrativos, del pasado de subjuntivo y algunas de las preferencias léxicas de la norma del español de la península. Incluso, señala Manuel Sol, el segundo copista llegó a matizar algunas expresiones para “salvaguardar de cualquier mancha la imagen de los españoles”.[18]

Ediciones sucesivas reprodujeron la de 1901. Y aquellas que no lo hicieron, multiplicaron los errores, como la de la editorial Austral que, una vez más, afirma Manuel Sol, se sustentó en la publicada en San Antonio, Texas, por la librería Quiroga. Por su parte, la edición de Austral corrió la suerte de ser la más reimpresa del siglo pasado. María del Carmen Millán comenzó la tarea de cotejo de las ediciones conocidas con el autógrafo original. De este modo apareció en 1966 su edición de El Zarco, sancionada por Manuel Sol favorablemente: “es, entre todas las publicadas hasta ahora, la más pulcra y la más cuidada; sin embargo, no siempre resulta congruente con sus criterios”.[19]  En 1986, apareció la edición de José Luis Martínez –anunciada desde la década de los sesenta– en el tomo correspondiente a las novelas y cuentos de la obra completa de Ignacio Manuel Altamirano. Con el mismo espíritu de respetar el manuscrito, José Luis Martínez emprendió su tarea, no obstante: “pese a su firme intención –consigna Manuel Sol– de respetar el texto del manuscrito original, lo modificó y corrigió en innumerables ocasiones. Su edición nos ofrece, pues, no solamente un texto libre de errores, olvidos o descuidos de autor, sino un Altamirano ‘correcto’, desde un punto de vista gramatical y académico”.[20] Finalmente, en la última década del siglo xx aparecieron dos importantes ediciones de El Zarco. En 1995 se imprimió la versión manuscrita con prólogo y transcripción de Manuel Sol, que reproduce el autógrafo original. En el año 2000 el mismo investigador estuvo a cargo de la edición crítica, que incluía las variantes textuales y notas aclaratorias. Esta última conmemora el siglo de la publicación.

mostrar Bibliografía

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----, El Zarco. La navidad en las montañas, introd. de María del Carmen Millán,  México, D. F., Porrúa (Sepan Cuántos; 61), 1977.

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mostrar Enlaces externos

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Rojas Otálora, Jorge Enrique, “Clemencia y El Zarco: la mirada dual de Altamirano”, Literatura Mexicana, (consultado el 8 de junio de 2016).

Villalpando, José Manuel, Christian Gazmuri y Pablo Serrano, “Diálogos Iberoamericanos del Bicentenario. La novela fundacional en Iberoamérica”, (consultado el 21 de noviembre de 2012).

Esta novela, escrita entre 1887 y 1889 y publicada póstumamente, lleva como subtítulo: Episodio de la vida mexicana de 1861 a 1863. En El Zarco se presenta un mayor acercamiento entre acción, personajes y medio. En la acción se produce por la confrontación de dos fuerzas con posiciones distintas ante la sociedad y conformadas también dentro de valores y realidades distintas, aquéllas que ofrecen las comarcas donde se realizan los hechos: Yautepec y Xochimancas. 
Los personajes, aunque con la diferenciación similar a la de su novela anterior (Clemencia), se encuentran comprometidos con la posición social que han asumid o y cuyo propósito se halla más allá de los límites individuales. 
Es cierto que existen elementos románticos en El Zarco;  por ejemplo, podemos mencionar todos aquéllos que se relacionan con el cumplimiento de destinos infortunados, esa desdichada relación entre Manuela y el bandolero, esa visión siniestra de jinetes apocalípticos, o la diabólica imagen de la amante de El Zarco envuelta en la codicia, etc., pero en la obra de Altamirano impera la razón y sólo se aprueba el sentimiento cuando se adecua a las normas morales que imperan en el medio. 
Según el argumento, bien podría pensarse que nos hallamos ante una narración de aventuras: el bandido y sus amores; mas no se trata del legendario o del valiente que roba a los ricos para darles a los pobres o que repara injusticias, El Zarco es el contrario, abyecto que asalta, roba y siembra el caos entre los honrados vecinos.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 1950. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


Ignacio Manuel Altamirano, político y literato mexicano, nace en 1834 de origen indio. Al terminar la carrera de Derecho se afília al partido de Juárez y combate en la intervención francesa. Al hacerse la paz, llegó a ser presidente de la Suprema Corte  de Justicia; fundó el Correo de México y colaboró sobre política y crítica  tetatral en varios periódicos. Entre sus obras figuran novelas y poesías, destcanado entre ellas El Zarco, esta obra  de ambiente vivza, en la que se iluminan con el sol fuerte  de aquellos paisajes, episodios de la vidamexicana acaecidos entre 1861 y 1863.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 1972. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


En El Zarco, Altamirano luce ya como uno de los novelistas de visión más penetrante de su época. La novela es valiosa porque logra estudios psicológicos y observaciones agudas del contexto social y político de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Los sentimientos y las sensaciones de los personajes y las condicionantes de un medio económico y cultural que los determina y gobierna constituye la parte fundamental de la obra. Por venir de un autor de orígenes románticos, El Zarco sorprende por su tendencia a la novela realista: las descripciones de las paisajes, la radiografía de los estados de ánimo de los personajes y el amor de Manuela por los bandidos escapan a todo enfoque romántico, lo que marca una etapa importante en la carrera creativa de Altamirano

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2000. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


El Zarco es la novela más importante de Ignacio Manuel Altamirano, de un romanticismo vivo, narra la historia de Los Plateados —los bandidos que asolaron la Tierra Caliente a finales del siglo XIX— comandados por El Zarco, de ojos claros y tez blanca, bien vestido da charro y ricamente adornado con plata, que enamora a Manuela. La acción se desarrolla en Yautepec y sus alrededores y el trasfondo histórico es la lucha de los liberales contra estas partidas, que para ellos representaban lo más alejado del espíritu nacional.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2013. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


En Clemencia, obra clásica que va mucho más allá del romanticismo,nos encontramos en 1863 y el ejército francés domina cada vez más el territoriomexicano. Los liberales deben replegarse en Guadalajara, donde los comandantes Enrique Flores y Fernando Valle entran en un juego de seducción con Clemencia e Isabel. Ambas se apasionan por el carismático Flores, pero Valle se enamora de Clemencia. Cuando las tropas francesas llegan a Guadalajara, las jóvenes y sus familias tienen que huir. El lector averiguará quién de los comandantes es el traidor a la patria en esta trágica novela de amor, odio y venganza, cuya primera edición es de 1869. En El Zarco, obra póstuma (1901), la vida idílica del poblado de Yautepec es interrumpida por la llegada de los plateados, banda de criminales rigurosamente histórica. Para evitar que su hija Manuela sea raptada por los bandidos,doña Antonia pretende casarla con Nicolás, indio honesto y trabajador, a quien Manuela repudia por su fealdad.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2015. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


Ignacio Manuel Altamirano es, por su obra y su labor magistral, uno de los padres fundadores de la literatura mexicana. Además, su condición de indio puro, su actuación militar contra la invasión francesa y su ideología liberal le convirtieron en héroe patrio y en símbolo de la nación durante el proceso de construcción de la identidad nacional. Su literatura y sus esfuerzos políticos y didácticos contribuyeron también a forjar una conciencia nacional. "El Zarco" lo hizo en el contexto del Porfiriato, en el que la novela de bandidos se había convertido en parte del esfuerzo estatal por cambiar la imagen nacional. Oponiéndose a la tradición del bandido romántico, "El Zarco" presenta una imagen odiosa de los forajidos, contradice las idealizaciones de la literatura extranjera y propone un nuevo tipo de héroe: indios y mestizos humildes pero trabajadores que encuentran un camino para integrarse en la nueva nación. Además, "El Zarco" muestra hasta qué punto Altamirano se sintió incómodo con las medidas expeditivas que presidentes como Juárez y Porfirio Díaz emplearon para acabar con el bandidaje. Estamos, en suma, ante una novela de bandidos y ante una obra clave de la literatura mexicana del siglo XIX.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2016. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


El México del siglo XIX está lleno de historias fantásticas y de leyendas memorables. El Zarco, es una de ellas y en esta ocasión presentamos la obra maestra de Altamirano en novela gráfica, lo que le permitirá al lector disfrutarlo mayormente.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2016. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


En 1861 el antes apacible Yautepec es presa del terror, asolado por los plateados, bandidos crueles de tierra caliente.El Zarco es uno de los más temidos, pero la altiva Manuela se ha prendado de él y lo seguirá sin importarle el sufrimiento de su madre, la decepción del digno herrero indígena Nicolás y el desencanto de su prima Pilar.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2017. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.



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Producción:  Radio Educación; Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas, Secretaria de Educación Pública SEP
Productor: Alejandro Ortiz Padilla
Guion: Carmen Limón
Música: Vicente Morales
Género: Radionovela
Temas: Actuación: Víctor Trujillo, Guadalupe Noel, Carlota Villagrán, Genoveva Pérez, Edith Kleiman, María Eugenia Pulido, Luis Pablo Montaño, Arturo Guízar, Manuel Guízar, et al. Dirección artística de Carlos Castaño.
Participantes:
Actuación: Víctor Trujillo, Guadalupe Noel, Carlota Villagrán, Genoveva Pérez, Edith Kleiman, María Eugenia Pulido, Luis Pablo Montaño, Arturo Guízar, Manuel Guízar, et al. Dirección artística de Carlos Castaño.
Fecha de producción: 1981
Duración de la serie: 07:05 hrs.

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