1995 / 29 nov 2017 08:43
Nació en 1825 y murió en 1894 en la Ciudad de México. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Durante la invasión norteamericana peleó en el batallón Victoria. Políglota, impresor y autor de estudios bibliográficos, históricos y literarios. Filólogo y lingüista, fue, según Menéndez Pelayo, el "gran maestro de toda erudición mexicana". En Memorias de la Academia Mexicana publicó Provincialismos mexicanos.
Notas: Algunos de sus primeros trabajos aparecen en el Diccionario Universal de Historia y Geografía (1852-56). Editó y prologó innumerables documentos.
1958 / 17 sep 2017 10:54
[Fue el] “maestro de toda la erudición mexicana”, como lo llamó Menéndez y Pelayo. Traduce y adiciona a Prescott; contribuye al ya citado Diccionario universal de historia y geografía, publica importantes colecciones de documentos, estudios sobre lenguas indígenas, una biografía de Zumárraga, la Bibliografía mexicana del siglo XVI, de las más perfectas y excelentes que posea nación alguna, y que es muchísimo más que una mera bibliografía. Hombre de cuantiosa fortuna, la consagró toda a resucitar la tradición mexicana. Fue autodidacto, porque pisaba terreno virgen, y lo dejó fecundizado con su intensa labor. Aún llegó a contar con imprenta propia para mejor cuidar sus publicaciones. Escribe exactamente la prosa que conviene a sus disciplinas.
1993 / 05 sep 2018 08:51
Los Escritos infantiles
La presente obra[1] recoge algunos de los escritos infantiles de Joaquín García Icazbalceta, que nos permiten conocer las primeras manifestaciones de la singular personalidad de quien llegaría a ser nuestro más eminente historiógrafo.
Su padre fue don Eusebio García Monasterio,[2] miembro de una familia de cosecheros de vino de las provincias de Rioja y Andalucía, que se trasladó a México con capital y estableció un negocio en ese ramo. Su madre fue doña Ana Ramona Icazbalceta y Musitu, de familia mexicana acomodada, a quien pertenecía la hacienda de Santa Clara Montefalco; los hermanos de doña Ana Ramona poseían las haciendas de Santa Ana Tenango y de San Ignacio Urbieta, en el estado de Morelos, que luego pasarían a ser de don Eusebio.
El décimo hijo de don Eusebio y doña Ana Ramona fue Joaquín. Nació el 21 de agosto de 1825 en la Ciudad de México, en la calle de la Merced número 3, hoy Venustiano Carranza número 135, donde en 1925, centenario del nacimiento de García Icazbalceta, la Academia de la Historia colocó una placa conmemorativa.
Eran aquéllos los primeros azarosos años de la República Mexicana. Gobernaba el primer presidente Guadalupe Victoria. Y en el año del nacimiento de Joaquín ocurriría la capitulación de San Juan de Ulúa, último reducto de la resistencia española, la conspiración del padre Arenas y levantamientos antiespañoles en varios lugares del país.
Las tensiones contra los españoles radicados en México culminarían en las leyes que decretaron su expulsión en 1827, en 1829 y en 1833. La segunda medida, del 20 de marzo de 1829, que fue general y sólo exceptuaba a los enfermos, le tocó aplicarla al segundo presidente, Vicente Guerrero, quien a pesar de haberse conmovido por los ruegos de las esposas e hijos de los españoles nada pudo hacer contra la ley expedida por el Congreso.
Los García Monasterio tuvieron que partir también en 1829. Los barcos estaban congestionados de refugiados. Encontraron medios para viajar primero a Nueva Orleáns y poco después a Burdeos, donde residieron por algún tiempo. Luego pasaron a Cádiz y don Eusebio volvió al negocio de vinos. La familia permaneció en España hasta 1836, en que reconocido el gobierno de México por la antigua metrópoli, se reanudaron las relaciones diplomáticas y los expulsados pudieron volver a su país. Joaquín vivió, pues, en España de sus cuatro a sus once años de edad. Nunca más viajaría fuera de México.
En el apunte autobiográfico que poco antes de 1880 escribió García Icazbalceta para Victoriano Agüeros,[3] anotó: "Nunca he estudiado en parte alguna, ni aun he pisado una escuela de primeras letras; nada aproveché tampoco con los maestros que me proporcionaron mis buenos padres". En los años de su infancia en Cádiz, lo más probable es que la primera enseñanza la recibiera sobre todo de sus padres o de sus hermanos mayores. Su vocación de escritor y de indagador de hechos y circunstancias nació al final de aquel periodo. A partir de 1835 y hasta 1840, de sus diez a sus quince años de edad, comienza Joaquín a escribir pequeños periódicos, diarios y misceláneas de apuntes y observaciones, que prefiguran en cierta manera su vocación de historiador y erudito.
El primer conocimiento directo de uno de estos escritos lo debo a Francisco Giner de los Ríos. En mayo de 1977, en su casa de Atocha, en Madrid, llena de libros y memorias mexicanos, me obsequió El Ruiseñor, número 3, fechado en México, 1836, cuadernito que a su vez se lo había regalado José Porrúa en una Navidad hacia 1951. Prometí entonces a Francisco que daría a conocer esta curiosidad pero antes me propuse indagar si existían otros de estos escritos infantiles de don Joaquín. Sólo logré encontrar los que guarda el doctor Ignacio Bernal, de la estirpe de don Joaquín: un número más, el 6, de El Ruiseñor, sin fecha; El Elefante, número 1, de Cádiz, 1835, y la Miscelánea número 2, sin fecha, que debe ser de 1839-1840. Gracias a su amistad, se reproducen también en la presente obra. No he podido dar con el paradero de otros.
En el apéndice que puso Luis García Pimentel y Elguero al libro de Manuel Guillermo Martínez sobre García Icazbalceta, antes citado,[4] dice que tiene en su poder "muchas hojas en cuarto impresas con versos efusivos para don Eusebio García Monasterio padre de mi abuelo, en el día de su santo y esos versos unos están firmados por don Joaquín y otros por sus hermanos. Todos están impresos por él, y muy bien".
Además, en este libro, don Luis transcribe y reproduce en parte el relato Mes y medio en Chiclana, fechado en Cádiz, 1835, que es probablemente lo primero que conservamos de la pluma de don Joaquín, y reproduce también tres fragmentos de El Ruiseñor –que parece haber sido la publicación infantil más constante del niño Joaquín–: la primera página del manuscrito del número 20, de 1838, un prospecto impreso de México, 1839, y la primera página, impresa del tomo ii, número 29, de México, 1840, estos dos últimos quizás los primeros impresos de don Joaquín. Consultado al respecto Felipe Teixidor, de la Editorial Porrúa, editora del libro sobre García Icazbalceta, no tenía indicios del paradero de los cuadernitos de don Joaquín. Agradezco a don José Antonio Pérez Porrúa su permiso para reproducir de esta obra estos textos y grabados. Pregunté también sobre los originales a la biblioteca de la Universidad de Texas, en Austin; pero no tenían, entre los libros y papeles de García Icazbalceta que conservan, ninguno de estos cuadernitos.
A pesar de que los escritos infantiles de Joaquín García Icazbalceta que se reproducen y transcriben en la presente obra sean sólo una parte de los que tenemos noticia que escribió, parecen suficientes para darnos cierta idea de sus peculiares inicios literarios.
No es raro que los niños comiencen a escribir obras de imaginación o relatos de viaje. Las páginas conocidas del diario de viaje de Cádiz a la cercana población de Chiclana, que escribió Joaquín a los diez años, no es aún ninguna empresa singular, aunque ya comienzan a ser notables las frases breves y precisas y la propiedad de las designaciones.
Aún en España, y a la misma edad, el niño Joaquín compone la revista miscelánea El Elefante, número 1. Preocupado ya con las comillas, decide emplearlas, al contrario de las reglas, para señalar lo propio y no lo copiado de otros. Suyos son pues la presentación del periódico –que no tuvo al parecer continuación–, el artículo sobre el café, la fábula "El gavilán y los dos gallos", la nota sobre el elefante y una charada; y son copiados, probablemente extractados de revistas de la época, los otros textos de El Elefante, que muestran preocupación por dar "placer y utilidad" a sus lectores. Pero en el artículo sobre los "Efectos del hambre" se cita a Plinio y a la memoria de la Academia de Ciencias de 1700, y en la página 13 se confiesa una errata deslizada en el manuscrito dos páginas atrás, que hubiera sido más fácil enmendar. El gusto por las notas al pie de página no lo abandonará desde entonces.
De regreso a México, en 1836, Joaquín olvida al parecer El Elefante y decide emprender una nueva revista, El Ruiseñor, que llegará al menos al tomo II, número 29, en junio de 1840. Los primeros números que conocemos completos, el 3 y el 6, son cuadernitos manuscritos tan pequeños que caben en la palma de la mano. Como lo explica su autor en el Prospecto que imprimió en 1839, aumentó el formato, aún como manuscrito, hasta el número 21 y, a partir del número siguiente y hasta el 29, apareció impreso. De los primeros Ruiseñores manuscritos debió hacer dos o tres copias, y de los impresos algunos más. Según me ha relatado Ignacio Bernal, se contaba que el niño Joaquín era muy insistente en la venta de su revista dentro de la familia y sus allegados; pero ninguno de sus clientes tuvo el cuidado de guardar una colección de ellas, y si lo hizo, ésta desapareció. Porque desde las publicaciones más antiguas que conocemos, los precios de venta tienen un lugar importante, y aun aumentan en El Ruiseñor, de un real el número 3, a tres y medio reales el número 6, con sus correspondientes tarifas para suscripción. Pero cuando El Ruiseñor comienza a aparecer impreso, los precios bajan de nuevo a un real, y a uno y medio reales los impresos "en papel más fino".
El contenido de los números conocidos de El Ruiseñor revelan curiosidad y seriedad para explicarse las cosas del mundo, algo extrañas en un niño de once años. Así se forme este contenido con resúmenes de artículos de revistas y haya muy poco de la propia pluma del autor, lo que elige son siempre materias graves, con frecuentes alusiones mitológicas y menciones de autores importantes: el sueño, los nombres de los meses del año y de los días de la semana y su origen y explicación de los signos del zodiaco, todo con ilustraciones. Antes de este último texto, incluyó Joaquín dos composiciones sobre el estío y el invierno, una en verso y otra en prosa, de Ignacia García, una de sus hermanas mayores, con el mismo tono circunspecto y culto y las alusiones mitológicas de los escritos de Joaquín, y las insulsas convenciones poéticas de la poesía neoclásica de la época.
La Miscelánea número 2 es un cuaderno para anotar curiosidades que, tanto por algunas de las fechas que consigna como por su letra más cuidada y clara, debe ser de 1839 y 1840. Contiene poesías originales y ajenas, sin mérito: epigramas, charadas, letrillas, de alguna manera adecuadas al gusto de los niños de entonces. Lo más frecuente son copias de datos y anécdotas al gusto de los almanaques de ayer y de hoy: recursos marítimos y terrestres de las potencias de la época, la deuda inglesa, la firma de Napoleón, estadísticas del contenido de la Biblia y de nacimientos y muertes, y la copia de un laborioso y extenso "Catálogo de constelaciones", más otras inserciones menudas.
Estas "variedades" provienen de periódicos ingleses, franceses, españoles y del Diario del Gobierno de México. El niño Joaquín registra, pues, su curiosidad por el mundo de su tiempo, pero es sorprendente advertir que, quien dedicaría su vida al estudio de las fuentes históricas de México, sólo escribe, en estos primeros intentos, dos líneas sobre su país. La única mención que encuentro de un dato relativo a México aparece en el más tardío de sus escritos infantiles, El Ruiseñor, número 29, del 14 de junio de 1840, donde registra el volumen de la acuñación de moneda realizada en México de 1787 a 1822. Acaso pueda pensarse en cierto resentimiento en contra del país que, pocos años antes, había expulsado a los españoles y a sus hijos, así formaran ya familias mexicanas.
En los años siguientes a 1840 cesan estos escritos infantiles de recreación y curiosidad. Joaquín debió proseguir, en sus años de juventud, su aprendizaje de lenguas. En 1844, publica algunos artículos en la revista Liceo Mexicano. Y en 1849 inicia sus estudios históricos con la traducción y apéndice de la Historia de la conquista del Perú, de William H. Prescott.
El niño retraído y solitario, sin escuela ni amigos, sólo rodeado por sus padres y hermanos en un ambiente religioso, grave y laborioso, que debió ser Joaquín García Icazbalceta, no concibe otros juegos ni otro humor que los adultos y convencionales de letrillas y charadas literarias ni otra imaginación que la curiosidad. Ni fantasía ni ternura, ni alegría ni rebeldía tienen sitio en su temperamento. Intenta con timidez una poesía de tono moral, que pronto abandona, y desde el principio está obsesionado por el afán de saber y por la urgencia de registrar con orden y claridad lo que aprende del mundo. Cuando escribe a los diez años la presentación de El Elefante apunta ya una persuasión que no lo abandonará: "Bien conozco mi corta capacidad para pensar", "yo no tengo talento", pero "haré lo posible [...] para que todos encuentren en él placer y utilidad". Años más tarde, en una carta dirigida en 1850 a José Fernando Ramírez, escribirá en términos paralelos todo un programa, de orgullosa humildad, de lo que sería su empresa de historiógrafo:
Mas como estoy persuadido de que la mayor desgracia que puede sucederle a un hombre es errar su vocación, procuré acertar con la mía, y hallé que no era la de escribir nada nuevo, sino acopiar materiales para que otros lo hicieran; es decir, allanar el camino para que marche con más rapidez y con menos estorbos el ingenio a quien está reservada la gloria de escribir la historia de nuestro país. Humilde como es mi destino de peón, me conformo con él y no aspiro a más: quiero sí, desempeñarlo como corresponde, y para ello sólo cuento con tres ventajas: paciencia, perseverancia y juventud.[5]
Además de la curiosidad intelectual, otra de sus aficiones infantiles que persistirán en el García Icazbalceta adulto es la del comercio. En los periódicos y misceláneas que aquí se publican aparecen artículos sobre derechos de importación y exportación, caminos, ferrocarriles, vapores, la deuda inglesa y la acuñación en México, además de que, desde el principio, estaba convencido de que era preciso recibir una paga por sus publicaciones. En su madurez, el sabio don Joaquín mantuvo una singular alianza entre los trabajos intelectuales y la atención de los negocios de sus haciendas azucareras. Sus días normales e imperturbables estaban repartidos entre las letras y los números. Y nunca lo inquietó la dualidad de su vida. Hay testimonios de que fue un hacendado recto, caritativo y generoso, y además, como lo decía a su amigo español Fernández Duro:
El "dulce jugo" alimenta a mi familia hace más de siglo y medio, por lo cual hay que verle con respeto y atención [...] es mi modus vivendi [...] y el que da para calaveradas literarias como la de la Bibliografía del siglo xvi.[6]
El “vocabulario de mexicanismos”
Desalentado en sus últimos años don Joaquín García Icazbalceta por penas familiares y por los ataques que se le hicieron por la cuestión guadalupana, renunció a emprender nuevas investigaciones y publicaciones. Como para llenar, a pesar de todo, con letras sus ocios, desde fines de 1892 comenzó a reunir “cedulitas” para un Vocabulario de provincialismos, como entonces lo llamaba. En sus cartas al doctor Nicolás León, entonces reside en Oaxaca, quedan constancias de las consultas que hacía a su amigo y de las intermitencias de su trabajo en aquel Vocabulario, que seguía “sin propósito de acabarlo ni aun de publicarlo”, apuntaba en carta del 20 de junio de 1893. Y un mes más tarde, añadía:
Ahora estoy muy tranquilo haciendo cedulitas para el Vocabulario para no aburrirme, y sin la menor intención de imprimirlas. Las hago como quien pudiera entretenerse en hacer jaulas o ratoneras. A propósito de eso: me dio V. en una cajetilla de cigarros la equivalencia bobo, pero me falta una descripción sucinta y vulgar de tal pescado, pues no acierto a hacerla.
Y en su última carta conocida al doctor León (del 28 de agosto de 1894), tres meses antes de su muerte, don Joaquín seguía refiriéndose a esta última empresa:
Estoy haciendo con infinito trabajo la letra G del Vocabulario. Ya podría V. ayudarme en los artículos siguientes. Garambullo, Giote (enfermedad), Guamúchil, Guachinango –etimología-descripción del pescado– por qué llaman en Veracruz guachinangos a los arribeños, etc.
Pocas semanas después, en la última carta que escribió a uno de sus corresponsales, dice haber terminado la letra G con la que piensa cerrar el primer tomo de su obra. Cinco años después de la muerte del más sabio de los historiadores mexicanos, su hijo Luis García Pimentel publicó el Vocabulario de mexicanismos hasta donde su autor llegó a terminarlo.
La preocupación de García Icazbalceta por conservar y estudiar el idioma hablado de México se remontaba a años atrás. En el excelente estudio acerca de “Provincialismos mexicanos”, que leyó en una sesión de la Academia Mexicana y se publicó en el tomo iii de las Memorias (1886-1891) –reproducido por García Pimentel al frente del presente volumen– , señalaba la urgencia de registrar estos modismos en un diccionario que los conserve antes de que desaparezcan.
La destrucción –escribe– es tan rápida, que los que hemos llegado a edad avanzada podemos recordar perfectamente voces y locuciones que en la época, por desgracia ya lejana, de nuestra niñez eran muy comunes, y hoy han desaparecido por completo.
Si bien don Joaquín sólo alcanzó a disponer para su publicación hasta la letra G, había trabajado ya mucho el resto de la obra. Como es natural en este tipo de tareas, iba acopiando apuntes, papeletas y consultas que hacía a múltiples corresponsales, entre ellos a filólogos hispanoamericanos con los que procuraba establecer las relaciones de los mexicanismos con otros provincialismos. El doctor Ignacio Bernal conserva, de su ilustre antecesor, una preciosa caja que contiene lo mismo papeletas ya terminadas, tanto de la parte impresa como de la faltante del Vocabulario, que numerosos apuntes en diverso estado de elaboración así como cartas que recibía don Joaquín con informes solicitados.
Pero si él no lograría concluir su trabajo ni pudo ver impresa su primera parte, la empresa proseguiría más de medio siglo más tarde otro filólogo, don Francisco J. Santamaría, miembro también de la Academia Mexicana. Cuando Santamaría ingresó el 2 de abril de 1954 a esta corporación, decía en su discurso que traía un libro bajo el brazo, el Diccionario de mejicanismos (1a. ed. Editorial Porrúa, México, 1959), con el que quería hacer “ofrenda votiva a un nombre excelso e inmortal”, el de don Joaquín. Y precisaba Santamaría que su Diccionario:
Está destinado a continuar hasta la Z el Vocabulario que García Icazbalceta dejó inconcluso hasta la G.
Y añadía que:
Nos ha parecido de elemental e ineludible acatamiento y reverencia a su autoridad, no emprender una obra como trabajo desligado del suyo, sino llevar a término la constitución de su obra misma, reproduciendo desde luego todo aquello que él pudo realizar, para aprovechar más de sus luces a la vez que revivir lo que parece que se va olvidando, ora por lo raro de su libro, cada vez más agotado, ora por la despreocupación o por el poco interés que existe por estas cosas del decir en el común de las gentes.
A pesar, pues, de que la obra trunca de García Icazbalceta corre incorporada –aunque modificadas o modernizadas algunas de sus definiciones– en el Diccionario de mejicanismos, de Santamaría, y por los mismos méritos de autoridad y rareza que este último autor señala, la Academia Mexicana, en ocasión de su centenario, reproduce el original Vocabulario de mexicanismos en homenaje a don Joaquín García Icazbalceta, que fuera uno de los principales animadores de la Academia en sus primeros años y su iii Director.
2018 / 20 nov 2018 14:23
Joaquín García Icazbalceta nació el 21 de agosto de 1825 en el seno de una familia española en la Ciudad de México, donde falleció el 26 de noviembre de 1894, luego de sufrir un ataque de apoplejía cerebral. En virtud del Decreto de Expulsión de los Españoles (1828), vivió en Cádiz de 1829 a 1836, año en el que regresó a México.
Pese a que no tuvo educación escolar formal, sí contó con maestros particulares. A su llegada a México, se dedicó al estudio de las lenguas y las ciencias, mostrando especial interés por la historia y dominando desde corta edad los idiomas: inglés, francés, italiano, alemán y latín.
En su infancia y adolescencia, a partir de 1835 y hasta 1840, redactó periódicos manuscritos que él mismo ilustró: El Elefante (Cádiz, 1835), El Ruiseñor (México, 1836-1840) –que parece haber sido su publicación infantil más constante– y Miscelánea (1839-1840). Posteriormente, publicó algunos artículos en la revista Liceo Mexicano (1844) y en la Voz de Morelos (1873), y fue colaborador de la Edición Literaria de El Tiempo (1883).
En su juventud, auxilió a su padre en la administración de sus haciendas azucareras, Santa Clara y Tenango, en Cuautla de Amilpas, Morelos, y durante su madurez conservó un equilibrio entre los trabajos intelectuales y la atención de los negocios de sus propiedades.
Participó activamente en reconocidas sociedades mexicanas y correspondiente de algunas europeas. Se unió a la Sociedad de Geografía y Estadística en 1850, y en 1865 a la Academia Imperial de Letras y Ciencias, fundada por Maximiliano de Habsburgo. En 1875, al crearse la Academia Mexicana correspondiente de la Real Academia Española, Icazbalceta, que había sido miembro correspondiente de la Española desde 1871, se convirtió en su primer secretario. En 1883 fue nombrado director provisional de la Academia y en 1885 tomó posesión como director, cargo que ocupó hasta su muerte. Perteneció también a la American Antiquarian Society (1881), fue integrante honorario de la Real Academia de Historia de Madrid (1882) y de la Société Scientifique de Brussels (1889).
Dentro de los intereses escriturarios del autor destacan el historiográfico, el biográfico, el bibliográfico y el filológico. Realizó importantes y numerosas traducciones como la Historia de la conquista del Perú (1849-1850), de William H. Prescott, con la que dio inicio a sus estudios históricos. Colaboró en la elaboración del Diccionario Universal de Historia y Geografía (1853-1856) en siete volúmenes, coordinado por su amigo Manuel Orozco y Berra. Para este proyecto, redactó más de cincuenta y cinco artículos, entre los que sobresalen “Historiadores de México” (1854) y “Tipografía mexicana” (1855).
Se dedicó a reunir materiales fundamentales sobre la historia de México; producto de dicha labor fueron los dos volúmenes de su Colección de documentos para la historia de México, aparecidos en 1858 y 1866, respectivamente. Realizó numerosas ediciones de obras hasta entonces desconocidas en la imprenta que instaló en su casa desde 1852. En ella publicó sus Apuntes para un catálogo de escritores en lenguas indígenas de América (1866), testimonios de gran parte de los sucesos de la Nueva España en el siglo xvi.
Por otra parte, fue el primero tanto en publicar la Historia eclesiástica indiana: obra escrita a fines del siglo xvi (1870), de Gerónimo de Mendieta, como en traducir y reimprimir, con notas de su autoría, México en 1554: tres diálogos latinos que Francisco Cervantes Salazar escribió en México en dicho año (1875); así como, en comentar a los poetas del siglo xvi, entre ellos Antonio de Saavedra Guzmán, de quien editó El peregrino indiano (1880), a partir de la versión publicada en Madrid en la casa de Pedro Madrigal en 1599.
Entre sus obras originales caben mencionar: Don fray Juan de Zumárraga, primer Obispo y Arzobispo de México (1881), Bibliografía mexicana del siglo xvi (1886) –trabajo que mereció los elogios de Menéndez Pelayo como “obra en su línea de las más perfectas y excelentes que posee nación alguna”–; los cinco volúmenes de la Nueva colección de documentos para la historia de México (1886-1892), y la investigación histórica sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe escrita al arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, titulada Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México (1896).
Con su fallecimiento en 1894 quedó inconcluso el Vocabulario de mexicanismos, que su hijo Luis García Pimentel publicó en 1899.
Con las iniciales “F.M.” firmó una crítica del trabajo de William H. Prescott en El Álbum Mexicano.
En cuanto a su recepción, uno de los textos clásicos sobre Joaquín García Icazbalceta es la obra de Jesús Galindo y Villa, Don Joaquín García Icazbalceta. Su vida y sus obras (1925), publicada por la Sociedad Científica Antonio Alzate en México, que contiene una de las biografías más completas del autor –con datos y detalles corregidos por el propio Icazbalceta–, además de una rigurosa enumeración de la producción literaria de éste.
Otro texto sobre el autor es el artículo de Robert Ricard, “Don Joaquín García Icazbalceta, 1825-1894”, contenido en el volumen 36 del Bulletin Hispanique (1934), en el que se esboza la existencia del historiador mexicano a partir de un abundante expediente, rico en recuerdos domésticos e información de todo tipo que le envió el nieto de Icazbalceta, Joaquín García Pimentel, a Ricard.
Sobresalen, también, las obras Don Joaquín García Icazbalceta como católico. Algunos testimonios (1944), publicada en México por el nieto del autor, Luis García Pimentel y Elguero, que contiene cartas, testimonios y elogios de diversos padres y obispos sobre la vida de García Icazbalceta como católico; y el folleto Homenaje al insigne bibliógrafo mexicano Joaquín García Icazbalceta (1954), de Emilio Valton, impreso en México por la Imprenta Universitaria en el aniversario número sesenta de su muerte. En él se destaca la relevancia de sus investigaciones sobre problemas relacionados con la historia y la bibliografía mexicanas.
Por otra parte, el estudio Joaquín García Icazbalceta: su tiempo y su obra (Secretaría de Educación Pública, 1955), de José García Pimentel, resalta que se narra una biografía de tono intimista de García Icazbalceta, aportando información sobre su nacimiento, infancia, historia familiar y condiciones de escritura y publicación de sus obras, al tiempo que se las relaciona con los eventos históricos de la época.
Ahora bien, el artículo de Antonio Saborit, “Joaquín García Icazbalceta: bibliofilia y desaliento”, aparecido en el número 25 de Biblioteca de México (1995), aborda la figura del autor desde una perspectiva distinta, al realizar un recuento de los últimos años del historiador, retratando sobre todo su estado anímico y las preocupaciones del final de su vida, principalmente a partir de su correspondencia con el médico e historiador aficionado Nicolás León y con el librero norteamericano Wilberforce Eames.
En cuanto a los estudios sobre la obra de García Icazbalceta, cabe mencionar el de Manuel Guillermo Martínez, Don Joaquín García Icazbalceta. His place in mexican historiography (1947), impreso en Washington por The Catholic University of America y traducido al español y anotado por Luis García Pimentel y Elguero (1950). En esta obra, que consta de cinco capítulos, se realiza un recuento de la vida del historiador y de su camino académico, así como un análisis acerca de su madurez como historiador, su presencia como exponente del método científico, y su influencia y reconocimiento.
Asimismo, el artículo “Joaquín García Icazbalceta, iniciador de la bibliografía moderna en nuestro país”, de Ludiska Císarova, incluido en el volumen 18 de Investigación Bibliotecológica (2004), en el que se enfatizan las variadas actividades intelectuales de García Icazbalceta, aludiendo a ciertos momentos de su vida, al mismo tiempo que se presenta la situación bibliográfica nacional en los años sesenta del siglo xix.
Dentro de las investigaciones recientes cabría mencionar las tesis de Ricardo Candia Pacheco: Vida de un tigre. Una nueva visión sobre el historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta 1825-1894 (unam, 2004) y Pensamiento religioso e historia en Joaquín García Icazbalceta (unam, 2013). En la primera, desarrolla los juicios sobre el autor, sus orígenes, su modus vivendi, su ideario político y su formación como historiador, mientras que en la segunda realiza una biografía del autor y analiza la obra Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Igualmente, puede mencionarse el ensayo de Ernesto de la Torre Villar “Joaquín García Icazbalceta”, contenido en el volumen iii de La República de las Letras (unam, 2005). Este ensayo subraya el interés de García Icazbalceta por exaltar el valor de la imprenta y de los libros en tanto portadores del pensamiento universal y medios para fomentar y difundir la cultura. Además, el crítico afirma que, en el siglo xix, nadie realizó labor semejante ni ejerció esfuerzos parecidos a los del historiador, quien se consagró a publicar amplias, serias y valiosas colecciones documentales.
Otras investigaciones son los artículos de Rodrigo Martínez Baracs: “La correspondencia de Joaquín García Icazbalceta con Manuel Remón Zarco del Valle”, publicado en el número 61 de Historias (2005), y “Joaquín García Icazbalceta y el Diccionario Universal de Historia y de Geografía”, publicado en el volumen xvii del Boletín del IIB (2012); en el primero afirma que la correspondencia epistolar fue un instrumento fundamental para llevar a cabo la tarea colectiva que implicó la documentación en torno al siglo xvi, emprendida por García Icazbalceta; y el artículo de Emma Rivas Mata, “Estrategias bibliográficas de Joaquín García Icazbalceta”, contenido en el volumen 8 de Istor (2007), en el que no sólo se estudia su vocación por el acopio de documentos y recopilación de fuentes, sino también se describen las estrategias que utilizó para alcanzar su objetivo de salvaguardar las fuentes documentales mexicanas y escribir su historia. Por último, se debe mencionar el hallazgo de Bárbara Cifuentes publicado en el número 143 de la revista Biblioteca de México, que presenta el Preliminar al vocabulario de mexicanismos, suplemento que continuaba el Vocabulario de mexicanismos.
- F.M.