2014 / 30 nov 2017
De la isla de Cuba recibe y acoge la literatura mexicana a Julieta Campos (1932-2007), novelista, cuentista, ensayista, dramaturga y cronista de viaje. Considerada por un número reducido de lectores como una de las más originales y valiosas escritoras de la literatura mexicana contemporánea, Julieta Campos no sólo llegó a sentirse profundamente parte de México (cuya nacionalidad adoptó por matrimonio), sino que además se comprometió e involucró –como pocos lo han hecho– con su cultura y su gente. Tal “heroísmo secreto” estuvo presente en las distintas etapas y perfiles de su vida.
Doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de la Habana, desempeñó un papel protagónico en la promoción y difusión de la literatura. Como varios de los autores de la Generación de Medio Siglo, practicó con ahínco la crítica literaria. En sus ensayos, la lucidez y rigurosidad de su prosa fueron fruto de profundas reflexiones y un amplio conocimiento de las tendencias artísticas de su tiempo. Simultáneamente, fue traductora para el Fondo de Cultura Económica y Siglo xxi Editores, así como investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y profesora de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán. Además, presidió el PEN Club México y fue directora de la Revista de la Universidad.
Su obra de ficción es exigente, desafiante y original, sobre todo porque responde a una búsqueda muy personal, relacionada con su propia concepción del arte y la escritura –de la que dejó constancia en sus ensayos de teoría y crítica literaria, con los que sus narraciones comparten varios elementos–; una búsqueda que también versaba sobre su propia identidad, por algún tiempo escindida entre sus dos nacionalidades, así como entre su creatividad artística y su preocupación social. Lo anterior se refleja en muchos de los temas principales de su narrativa: la muerte, la escritura, el viaje, la isla, el amor y la utopía, entre otros. Un primer ciclo caracterizado por la experimentación formal y la función predominante del lenguaje lo conforman sus tres novelas Muerte por agua (1965), Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (1974, Premio Xavier Villaurrutia) y El miedo de perder a Eurídice (1979), así como la antología de cuentos Celina o los gatos (1968) y su obra de teatro Jardín de invierno (1988).
Tras un periodo de silencio narrativo –inducido, en gran parte, por los años que vivió en Tabasco acompañando a su esposo Enrique González Pedrero, cuando fue gobernador de este estado, y a partir de lo cual publicó ensayos de corte más bien sociológico, como el conocido ¿Qué hacemos con los pobres? La reiterada querella por la nación (1995)–, la autora regresó a la literatura con un enfoque muy distinto. En la etapa que completa su trayectoria creativa, aparece por primera vez la visión histórica: la novela La forza del destino (2004) es una extensa genealogía de una de las primeras familias españolas que llegan a Cuba y su desarrollo a lo largo de cinco siglos. Todavía alcanzó a preparar para su publicación sus Cuadernos de viaje (2008), en los que da cuenta de los múltiples viajes que realizó durante gran parte de su vida. Al final, logró reconciliarse con la parte cubana de su identidad, y en sus propios orígenes volvió a encontrar un mito que nutrió su vida y su obra: la utopía.
Julieta Campos de la Torre nació el 8 de mayo de 1932 en La Habana, Cuba, y murió el 5 de septiembre de 2007 en la Ciudad de México. Fue la hija única de Aurelio Campos Morilla, de origen andaluz, y María Teresa de la Torre Díaz, mejor conocida como Terina de la Torre. De su familia materna, de vieja ascendencia cubana, destaca la figura de su tío abuelo, con quien tuvo una relación cercana: el científico malacólogo y zoólogo Carlos de la Torre Huerta, eminente investigador y catedrático, rector de la Universidad de La Habana (1921-1924) y posteriormente profesor emérito de ésta.
La primera etapa de la vida de Julieta Campos transcurrió en su ciudad natal. El paisaje insular –tanto natural como cultural– le resultó tan estimulante, tan cargado de sugestiones, que permeó profundamente su obra, toda ella escrita en la edad adulta y lejos de Cuba. Sin duda alguna, en el universo de sus ficciones, en los espacios y la atmósfera en que se mueven sus personajes e incluso en la estructura misma de sus narraciones, la presencia de la isla y del mar resulta decisiva.
Si bien los años treinta en Cuba fueron turbulentos debido a una serie de conflictos políticos y sociales muy violentos (entre ellos, la caída del dictador Gerardo Machado en 1933, seguida de una larga etapa de dura represión al mando del nuevo coronel-jefe del Ejército, Fulgencio Batista), la infancia de Julieta Campos fue tranquila gracias a la protección de su madre y su abuela, quienes la aislaron de las agitaciones externas. Desde niña su imaginación se alimentó más bien de los otros mundos que descubrió en la literatura: Virgina Woolf, Katherine Monsfield, Elizabeth Bowen, James Joyce, Rainer Maria Rilke y Thomas Mann fueron algunos de los autores que marcaron su juventud. Su avidez por la lectura estuvo acompañada por sus primeros acercamientos a la escritura creativa; desde su adolescencia llevaba un diario y, asimismo, empezó a escribir textos de ficción que nunca publicó (sólo póstumamente, la Revista de la Universidad de México dio a conocer uno de estos cuentos iniciales, titulado “Y se fue tranquilo al río…”, cuyo original mecanografiado está fechado en La Habana, 1950). Esta inclinación por la literatura fue determinante para que, en 1948, iniciara sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana.
A ese temprano interés se sumó otro fundamental: los viajes. Desde pequeña se contagió del espíritu libre y aventurero de su padre –influido, a su vez, por su propio padre, capitán de la marina mercante española–; paulatinamente fueron creciendo en ella la curiosidad y el deseo de conocer el mundo. Así, en 1953, seis años antes de la Revolución cubana, Julieta Campos salió de la isla para irse a estudiar un diplomado en Literatura Francesa Contemporánea en La Sorbona, con una beca que le otorgó la Alianza Francesa. Este viaje cambió radicalmente el curso de su vida.
París significó para Julieta Campos, además de una experiencia desbordante en nuevos estímulos, un encuentro con México: durante ese año de estudios vivió en la Casa de México de la Ciudad Universitaria, donde coincidieron muchos jóvenes mexicanos de grandes inquietudes y talentos, como Margo Glantz (gran amiga suya de ahí en adelante), Salvador Elizondo, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Francisco López Cámara y Jorge Portilla, entre otros. Ahí conoció al mexicano Enrique González Pedrero, quien después se convertiría en un destacado catedrático, político y diplomático. Con él contrajo matrimonio en agosto de 1954 en una alcaldía parisina (fueron compañeros durante toda su vida). Tras una corta separación en la que Campos regresó a Cuba, en donde obtuvo el grado de doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana (18 de febrero de 1955) y poco después dio a luz a su único hijo, el escritor Emiliano González Campos (25 de marzo de 1955), se reencontró con su esposo en México, donde eligió radicar permanentemente.
La inserción de Julieta Campos en el entorno intelectual mexicano fue paulatina, pero segura: era una mujer sumamente lúcida, inteligente y sensible, con mucho talento y una amplia cultura; además, en distintos círculos intelectuales, ella y su marido entablaron muy buenas relaciones personales. Todo ello le permitió adentrarse cada vez más en el ámbito editorial y de la gestión cultural, hasta llegar a ubicarse en el centro mismo de la efervescente actividad cultural de un país en pleno proceso de modernización y cuyo contexto literario pasaba, en los años cincuenta, por una etapa de transición.
Al poco tiempo de haberse instalado en México, ya estaba traduciendo libros del inglés y del francés; primero para el Fondo de Cultura Económica y, más tarde, también para la editorial Siglo xxi, recién fundada en 1966 por Arnaldo Orfila Reynal –de hecho, ella y su esposo fueron de los intelectuales que apoyaron a Orfila tras su despido como director del Fondo de Cultura Económica por un conflicto político que, en cierto sentido, empezó a gestarse con la publicación del libro de Wright Mills, Escucha Yanqui (un libro de entrevistas con revolucionarios cubanos) traducido justamente por el matrimonio González Pedrero–. A lo largo de catorce años, Campos tradujo 38 libros sobre política, economía, historia, psicología y sociología, algunos de los cuales tuvieron un gran impacto en el ámbito hispanoamericano, como Los condenados de la tierra de Frantz Fanon.
También empezó muy pronto a publicar ensayos y reseñas: en 1957, Carlos Fuentes incluyó en la Revista Mexicana de Literatura un estudio suyo sobre el diario de Samuel Pepys y, a partir de entonces, Julieta Campos no dejó de colaborar en algunas de las publicaciones culturales más importantes del país, por ejemplo, la Revista de la Universidad de México y los suplementos dirigidos por Fernando Benítez: México en la Cultura y La Cultura en México. Incluso más tarde, en las décadas de los setenta y ochenta, participó en las revistas Plural y Vuelta, fundadas por Octavio Paz y, de esta última, formó parte del consejo editorial; en esos dos foros, señala Fabienne Bradu, "ella era prácticamente la única voz femenina que contrapunteaba el ilustre coro crítico". [1]
Su amistad con Paz fue estrecha y duradera, lo que sin duda le abrió muchas puertas. Por solicitud del poeta, a partir de julio de 1978 asumió la dirección del PEN Club de México junto con Elena Poniatowska como tesorera, cuando Mario Vargas Llosa presidía el PEN Club Internacional. Bajo su liderazgo se organizaron valiosos ciclos de lecturas, como el titulado "La experiencia literaria" que se llevó a cabo a mediados de 1979 en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán –donde por muchos años (1976-1982) Campos fue docente e impartió talleres literarios–, o el Encuentro de generaciones inaugurado en enero de 1980 en la Librería Universitaria, en el cual se presentaban en una misma sesión un escritor consagrado con otro joven: Octavio Paz con David Huerta, Carlos Fuentes con María Luisa Puga, Sergio Pitol con Juan Villoro, etcétera. Procuraba así Julieta Campos cumplir con el deseo que ella misma pronunció en el discurso de reinauguración de esta asociación: que fuera “un espacio propicio al encuentro, un imán de confluencias”.[2] Igualmente sus esfuerzos se encaminaron a luchar por el respeto a la libertad de expresión; tras asistir en Río de Janeiro a un congreso internacional del PEN Club en 1979, anotó en su diario: “Presidir el PEN en México tiene sentido para mí únicamente si logramos difundir, en el ambiente intelectual de México, las terribles acechanzas que persiguen, por todas partes, incluyendo a Cuba, a quienes pretenden ejercer el derecho al uso libre de la palabra”.[3]
Un año antes de que terminara de cumplir este cargo, comenzó a dirigir la Revista de la Universidad de México (lo hizo desde 1981 hasta inicios de 1985). En sus palabras de presentación al primer número de su gestión, el de mayo de 1981, hay resonancias de la misma línea de libertad, inclusión y apertura atenta a la disidencia:
En el nombre [la revista] lleva el sello de su idiosincrasia: ámbito de encuentro entre la cultura que germina en México y la que se hace en todas partes, plural como la institución que la propicia, no ha sido ni será órgano de grupos sino foro abierto a la expresión libre sin otro requisito que la calidad, la autenticidad y la vigilancia intelectual.[4]
Campos no trataba únicamente de respetar o reforzar los lineamientos básicos de los organismos que presidía; su postura era perfectamente afín a la intensa confluencia de voces y textos ajenos que caracteriza su propia obra literaria. Ya que, afortunadamente, ella supo conciliar su faceta pública –que gozaba y se enriquecía del intercambio directo y abundante con los demás– con los frecuentes espacios de soledad que buscaba cuando se dedicaba a su escritura.
Los ensayos sobre crítica y teoría literaria
Cuatro libros reúnen el extenso trabajo de Julieta Campos como crítica literaria: La imagen en el espejo (UNAM, 1965), recopilación de sus ensayos escritos durante los siete años anteriores; Oficio de leer (FCE, 1971), que colecciona su trabajo como reseñista en La Cultura en México entre 1968 y 1969; Función de la novela (Joaquín Mortiz, 1973), el más teórico de sus escritos, realizado con un patrocinio brindado por la Coordinación de Humanidades y el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, donde la autora trabajó como investigadora de 1969 a 1970; y, por último, Un heroísmo secreto (Vuelta, 1988), libro que recoge ensayos publicados entre 1975 y 1982 en Plural, Vuelta y la Revista de la Universidad de México.
Son notables las diferencias entre una compilación de ensayos y otra. Por un lado, mientras que la selección de libros reseñados en Oficio de leer respondía sobre todo a las novedades del mercado editorial, en La imagen en el espejo y Un heroísmo secreto los textos críticos –pensados con más calma– reflejan abiertamente las afinidades personales de Julieta Campos: en el primero, profundiza sobre el nouveau roman francés y los autores más representativos de este movimiento, y también trata sobre la obra de Alejo Carpentier, Agustín Yáñez y Juan Rulfo; en el más tardío, dedica ensayos a Djuna Barnes, Anaïs Nin, Eliseo Diego, Alejandro Rossi, Severo Sarduy y Lezama Lima, por nombrar sólo algunos.
Por otro lado, estos tres libros son una recopilación de textos publicados originalmente en distintos momentos y medios; en consecuencia, tratan temas muy disímiles. A diferencia de ellos, Función de la novela es un largo ensayo organizado en tres capítulos que mantienen una clara estructura y coherencia internas; además, su intención unitaria tiende hacia un planteamiento teórico, más que hacia la crítica. En él, la autora se dedica a estudiar de cerca el género novelístico, pero en un sentido más amplio, también abarca ciertas problemáticas del arte en general. Algunas de las ideas expuestas ya habían sido tratadas antes por ella, sin embargo, aquí las reúne y sistematiza, dándoles un mayor aliento.
Considerada en su conjunto, la larga trayectoria de la escritora cubano-mexicana en el terreno de la crítica, la acredita como una lectora ávida, reflexiva y muy consciente de las tendencias teóricas y artísticas de su tiempo. Es constante su inquietud acerca de los problemas esenciales que plantea el arte literario; más específicamente, el proceso de escritura, su relación con la realidad y su recepción por parte de los lectores. Las respuestas las busca en la obra y los testimonios de otros autores, aunque también indaga en su propio proceso de creación e, incluso, en los resultados mismos de su escritura. Debido a que tal exploración puede parecer controlada por la razón, se le ha considerado como una escritora “«cerebral», reservada y distante”, pero en opinión de Bradú, este juicio es precipitado: “temo que sólo se trate de una confusión, en la que solemos incurrir, entre la razón y la inteligencia”, sostiene.[5]
Los textos ensayísticos y de narrativa de Julieta Campos se publicaron de manera alternada a lo largo del tiempo, pero además presentan entre sí múltiples vasos comunicantes. Como lo aclara Reina Barreto: “Una lectura de los ensayos de Campos a la par de su literatura muestra que sus ideas principales acerca de la escritura también resultan ser los temas fundamentales de sus narraciones, las mayores preocupaciones teóricas de sus narradores y las estructuras que dan forma a sus textos”.[6]
El cruce entre la crítica y la creación literaria era algo bastante original en las décadas de los sesenta y setenta en México. No obstante, fue practicado con frecuencia entre los autores de la llamada Generación de Medio Siglo, a la que, en cierto sentido, Julieta Campos pertenece (ella misma se consideraba parte de la Generación del '32, un subgrupo de la Generación de Medio Siglo, el cual incluye a los autores Alejandro Rossi, Juan García Ponce, Salvador Elizondo y Sergio Pitol). No sólo la edad, su decidida vocación crítica y su participación en las instituciones culturales que apoyaron a esta generación la acercaban a los autores de este grupo. También compartió con ellos muchos intereses estéticos y un estilo literario preocupado por la experimentación con la forma y el lenguaje; Armando Pereira lo describe como “una misma voluntad de decir libremente fuera de los cauces convencionales y ajenos a las normas de la cultura establecida”.[7]
En efecto, en términos generales, su primera etapa narrativa se distingue por la caracterización ambigua de los personajes (sin contorno ni destino), la ausencia de argumento, la intervención del flujo de la conciencia, la fragmentación, las reiteraciones, las coordenadas inestables de espacio y tiempo, la estructura conjetural, la metaficción, la acumulación de referencias culturales y el papel predominante del lenguaje. En estos rasgos hay influjos de las técnicas narrativas vanguardistas de aquel momento, particularmente del nouveau roman, que tanto conocía y admiraba Campos. Sin embargo, también reflejan el difícil proceso de integración de la autora a su nuevo entorno mexicano. En su preámbulo al volumen Reunión de Familia (FCE, 1997), donde se recopilan estos textos, precisa: “Aquel ficcionar fronterizo, que bordeaba siempre el relato sin acabar de abordarlo, no fue un divertimento cerebral o ingenioso, sino una cuerda floja donde el derecho a sobrevivir estaba en juego”.[8]
Una dolorosa experiencia personal marcó la redacción de su primera novela: la muerte lenta de su madre (lejos en La Habana) por cáncer de pulmón; el inicio de su escritura narrativa, afirmaba la autora, respondió a una necesidad muy profunda de intentar recuperar, a través de la palabra, un mundo y un pasado que para ella se estaban desintegrando. Muerte por agua (FCE, 1965) es la crónica de un naufragio: un día y medio en la intimidad de tres personajes (una pareja y la madre de ella) que habitan una casa aislada por el agua –de la lluvia y del mar– que todo lo deteriora. La acción externa es mínima. La novela más bien se construye a partir de la recreación del proceso psicológico de sus personajes y de lo que Nathalie Saurrate llamaba “subconversaciones”, escondidas detrás de los diálogos triviales que aparecen en el texto. La valiosa aportación de Muerte por agua a la literatura hispanoamericana, escribió José Emilio Pacheco en 1966, es traer “una nueva conciencia estética del lenguaje, un ahondamiento en la ilimitada exploración de la realidad”.[9]
En los siguientes libros, la autora continúa con la experimentación formal. Celina o los gatos (Siglo xxi Editores, 1968), escrito con el apoyo de una beca del Centro Mexicano de Escritores, es una antología conformada por un ensayo y cinco relatos. La prosa clara y bien argumentada del texto inicial sobre la historia y la naturaleza de los gatos contrasta con los universos de los cuentos, cargados de ambigüedad y misterio. Su segunda novela, Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina (Joaquín Mortiz, 1974), ganó el Premio Xavier Villaurrutia el mismo año de su publicación. Tampoco aquí puede identificarse una historia clara: entre la incertidumbre creada por múltiples fragmentos, voces, referencias y contradicciones, el lector apenas vislumbra la anécdota: desde un mirador en un hotel de Acapulco una joven contempla el mar, mientras que en otro lugar un hombre escribe; sin embargo, en realidad, el tema principal resulta ser otro: el proceso de gestación de la escritura.
El mismo tema está presente en la novela El miedo de perder a Eurídice (Joaquín Mortiz, 1979), en donde el personaje de Monsieur N., sentado en una mesa de un café llamado "El palacio de Minos", hace numerosas anotaciones en su diario de viaje, en las cuales deja constancia de las reflexiones que le suscitan sus múltiples y azarosas lecturas sobre las islas. Su historia se entrelaza con otros muchos fragmentos de encuentros y desencuentros amorosos igualmente vinculados al tema de la isla. Y, por si fuera poco, un narrador distinto comenta los proyectos, dudas y dificultades que tiene mientras está escribiendo simultáneamente las dos líneas narrativas mencionadas. La insólita disposición tipográfica de la novela –formada por columnas de texto de diferentes dimensiones y 47 pequeñas citas dispersas en el margen del libro (citas de otros autores que aluden directa o metafóricamente a la isla)– permiten reunir en el espacio de la página la compleja variedad de islas que componen este asombroso archipiélago literario, el cual ha sido considerado por la crítica como uno de los primeros y más vitales ejemplos del postmodernismo latinoamericano.
Julieta Campos también incursionó en el terreno del teatro con su drama de un sólo acto: Jardín de invierno, en el que, al igual que en otras de sus narraciones, juega con el recurso de la metaficción: una mujer (la escritora) se asoma desde un piso alto a la escena que se está desenvolviendo abajo entre los personajes que ella “anima”. La pieza fue escrita en 1979, pero estrenada siete años después en el teatro Wilberto Cantón de la Ciudad de México, y publicada por Ediciones del Equilibrista, en 1988. Con ella se cierra el primer ciclo poético de la autora, corte que coincide con una nueva circunstancia que provocó otro vuelco drástico en su biografía.
En 1982 sobrevino en la vida de la escritora un acontecimiento inesperado: Tabasco. Su esposo Enrique González Pedrero fue nombrado gobernador de ese estado al sureste de México, lo que llevó al matrimonio a vivir en la ciudad de Villahermosa. La estancia de casi seis años en Tabasco significó para Julieta Campos un cambio radical tanto a nivel personal como en su trayectoria profesional; ahí, decía ella, descubrió al “otro México”, pero también a otra Julieta, una que de pronto sintió la vocación de modificar la realidad, ya no por medio de palabras sino de acciones, para mejorar las condiciones de vida de los pobres. Con gran entusiasmo e ímpetu, puso en práctica un programa integral a favor del desarrollo comunitario en las zonas indígenas de la región, procurando estrechar el vínculo entre ese desarrollo y la cultura. Así, por ejemplo, promovió junto con su fundadora María Alicia Martínez Medrano el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, un proyecto en el cual se montaban obras dramáticas clásicas en escenarios naturales al aire libre, con participación de las comunidades indígenas.
En consecuencia, durante muchos años su escritura tomó un rumbo muy diferente al de la narración: en esta etapa su prosa se enfocó en la naturaleza, la sociedad, la historia y la cultura de la región. Tres de sus libros exploran la supervivencia de la visión de mundo de la cultura maya-chontal en el Golfo de México: La herencia obstinada. Análisis de cuentos nahuas (FCE, 1982), Bajo el signo de Ix Bolon y El lujo del sol (ambos de 1988, editados por el Gobierno del Estado de Tabasco). En cambio, su extenso ensayo ¿Qué hacemos con los pobres? La reiterada querella por la nación (Aguilar, 1995), el más difundido de los que escribió entonces, es una reflexión profunda sobre la pobreza –desde sus orígenes hasta la actualidad– y las maneras de enfrentarla, entre ellas consolidando la capacidad de autogestión de la gente. Así lo subraya en Tabasco: un jaguar despertado. Alternativas para la pobreza (Aguilar, 1996), donde da testimonio de su experiencia y aprendizaje como directora del programa integral de desarrollo comunitario.
En un texto titulado “Esa maraña intrincada”, en donde, mucho tiempo después, la autora comparte su lectura del período que pasó en Tabasco, revela que también fue definitoria porque indujo, en varios sentidos, su reencuentro con Cuba, la otra parte de su identidad escindida: “todo, en el entorno físico, propiciaba un retorno a la matriz de la infancia cubana […] Tabasco ofrecía el escenario de atmósfera, vegetación, olores, colores, sabores de la infancia remota”.[10]
La reconciliación con sus orígenes
Desde 1980-1981 había empezado a insinuarse en Julieta Campos el deseo de escribir lo que sería muchos años después su última novela, La forza del destino (Alfaguara, 2004). Pero antes de que se sintiera lista para comenzar su redacción en 1996, pasaron tres eventos que, más que interrumpir su proyecto, le ayudaron no sólo a concretarlo, sino también a enriquecerlo: después de su estancia en Tabasco (1983-1988), vino el año que vivió en España (1990) acompañando a su esposo como embajador de México –fue éste el punto de partida de la ardua recopilación de información histórica que le sirvió como material para su novela– y luego el viaje que hizo a Miami en 1991, el cual contribuyó en gran medida a afianzar ese proceso de acercamiento con su propio pasado cubano.
Todo esto tuvo que ver con el hecho de que por primera vez en su narrativa aparecieran explícitamente una visión histórica y una postura ante el contexto político, social y cultural de Cuba. Si bien, al igual que muchos intelectuales latinoamericanos, Campos apoyó en un principio la Revolución cubana de 1959, teniendo grandes expectativas “de algo completamente nuevo, de una transformación libertaria y democrática” –como dijo en una entrevista con Danubio Torres Fierro–,[11] con el paso del tiempo la escritora fue perdiendo esas ilusiones al constatar que se iba instaurando cada vez más abiertamente un sistema totalitario. Así, cuando viajó de nuevo a La Habana en 1975 su lectura de la situación insular fue bastante negativa: “No me gustó lo que vi, lo que oí y lo que no oí. La Isla se había vuelto ostensiblemente silenciosa”, continuó explicando en la entrevista citada; y en sus Cuadernos de viaje anotó como una de sus impresiones de esa misma visita: “El fracaso de la Revolución Cubana se ha debido, sobre todo, a la pretensión de borrar del mapa la libertad de opción”.[12] La misma postura crítica persiste en La forza del destino, pero aquí aparece dimensionada por la perspectiva histórica: en la novela Campos rastrea el mito de la isla de Cuba como una utopía, idealización presente desde la época de la dominación española, y utilizada por el régimen de Fidel Castro.
Igualmente en lo que respecta al estilo, en esta novela la autora se aleja de su narrativa anterior. Aunque el texto no deja de tener elementos experimentales, como sus primeras setenta páginas, los cambios frecuentes y sorpresivos de la voz narrativa o la fragmentación de la historia en múltiples historias, tiene un argumento claro y respeta, en su mayor parte, la lógica temporal y espacial. Su diseño sigue el de una larga genealogía (la de la familia de la autora) a través de cinco siglos; en ella se involucran ampliamente la historia de Cuba y también, hacia el final, ciertos elementos autobiográficos. Según Rafael Rojas, “por su largo aliento y su densidad histórica”, La forza del destino se inscribe, más que en la “nueva novela histórica hispanoamericana”, o en la nueva ola de novela histórica cubana escrita dentro y fuera de la isla a partir de los años noventa y la crisis económica en la que se ve envuelta Cuba, en otra vertiente de la tradición: la de los “proyectos de narración integradora del tiempo cubano”.[13]
Desde otro punto de vista, sin embargo, La forza del destino prolonga el recorrido delineado por sus primeras creaciones. Ya la apertura misma de la novela lo sugiere: “Empeñados, siempre, en narrar la Isla. Así seguimos”.[14] Este último texto lleva al lector de nuevo hasta el punto exacto de partida: viaje al origen, a la isla madre, viaje a la semilla –tanto en el sentido espacial como en el temporal–, la etapa que verdaderamente sella esta trayectoria literaria es la etapa del retorno, en la que se vuelve para reconocer de una manera distinta la propia identidad. En este sentido, los retratos de familia con los que abre y cierra la travesía a la que invita la lectura del conjunto de la narrativa de Campos, íntimo en el caso de Muerte por agua y ambiciosamente vasto y abarcador en La forza del destino, forman un círculo en cuyo centro queda contenida, una y otra vez, desde múltiples perspectivas, la isla.
En la etapa final de su vida, Julieta Campos estuvo de nuevo ligada al ámbito político, al fungir como secretaria de Turismo del Distrito Federal (2000-2006). En forma paralela, preparó el manuscrito de su último libro, Cuadernos de viaje, publicado póstumamente por la editorial Alfaguara (2008). Es el diario de los múltiples viajes que la autora realizó por Latinoamérica, Estados Unidos y Europa entre 1975 y 1999; este lapso incluye la escritura de El miedo de perder a Eurídice y el proyecto y redacción inicial de La forza del destino, por lo que en estos Cuadernos de viaje hay asimismo anotaciones con respecto a su proceso creativo.
Tras una larga lucha contra el cáncer en los pulmones que padecía, la autora falleció el 5 de septiembre de 2007 en la Ciudad de México, a la edad de setenta y cinco años. Tanto las reimpresiones, reediciones y traducciones de su obra, como los varios homenajes que desde entonces se le han dedicado, dan testimonio de la profunda huella que dejó en el ámbito cultural mexicano y en el campo de las letras hispanoamericanas. Es de esperarse que con el tiempo cada vez más lectores se atrevan a hacer el viaje por el universo insular de Julieta Campos.
Barreto, Reina, Blurred Boundaries: Theory and Practice in Julieta Campos’ Writing, Tesis de doctorado, México D. F., Florida State University, 2002.
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----, “Esa maraña intrincada: Julieta Campos”, en Denise Dresser (coord.), Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres, México, D. F., Random House Mondadori/ Hoja Casa Editorial, 2004, pp. 109-116.
----, “Y se fue tranquilo al río…”, Revista de la Universidad de México, núm. 47, enero, 2008, pp. 80-81, (consultado el 1° de junio de 2014).
----, Cuadernos de viaje, México, D. F., Alfaguara, 2008.
García Flores, Margarita, “Julieta Campos”, en Cartas marcadas, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1979, pp. 245-254.
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Pacheco, José Emilio, “Novela versus lenguaje poético [reseña de Muerte por agua]”, Revista de la Universidad de México, núm. 10, junio de 1966, p. 35.
Pereira, Armando, La Generación de Medio Siglo: un momento de transición de la cultura mexicana, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1997.
Rojas, Rafael, “Utopía y desencanto”, Letras Libres, núm. 63, marzo de 2004, pp. 70-72.
Tompkins, Cynthia, “Intertextuality as Différance in Julieta Campos’ El miedo de perder a Eurídice: A Symptomatic Case of Latin American Postmodernism”, en The Postmodern in Latin and Latino American Cultural Narratives, ed. de Claudia Ferman, Nueva York, Garland, 1996, pp. 153-180.
Torres Fierro, Danubio, “Entrevista: un transcurso transterritorial”, en Elena Urrutia (ed.), Nueve escritoras mexicanas nacidas en la primera mitad del siglo xx, y una revista, México, D. F., Instituto Nacional de las Mujeres/ El Colegio de México, 2006, pp. 231-242.
Polidori, Ambra, “Julieta Campos”, Material de lectura, (consultado el 1° de junio de 2014).
Nació en La Habana, Cuba, el 8 de mayo de 1932; muere en la Ciudad de México, el 5 de septiembre de 2007. Narradora, ensayista y dramaturga. Vivió en México desde 1955. Por matrimonio, adquirió la nacionalidad mexicana. Obtuvo el Doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y estudió Literatura Francesa contemporánea en La Sorbona. Fue maestra en la unam; directora de la Revista de la Universidad de México; miembro del consejo de redacción de Vuelta; presidenta del Pen Club de México (1978–1982) y colaboradora de numerosas revistas y suplementos culturales. Premio Xavier Villaurrutia 1974 por Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina. Parte de su obra ha sido traducida al inglés.
Obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, ciudad donde residió hasta los veinte años. Cursó un diplomado en Literatura Francesa Contemporánea en la Sorbona de París (1953-1954). Llegó a México en 1955, donde residió desde entonces, naturalizándose mexicana, pero sin renunciar a la nacionalidad cubana. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores en la promoción 1966-1967 con un proyecto de cuento que sería después su libro Celina o los gatos. Fue contemporánea de la llamada Generación de Medio Siglo, lo que le dio oportunidad de conocer a Inés Arredondo, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Carlos Valdés, Salvador Elizondo, entre otros. Publicó sus primeros cuentos entre los años cincuenta y sesenta. Fue traductora de la Editorial Siglo xxi y del Fondo de Cultura Económica para las que realizó, del inglés y el francés, cerca de cuarenta títulos; investigadora en el Instituto de Investigaciones Estéticas, de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) (1969-1970) y profesora en la enep-Acatlán. Colaboró como reseñista y crítica literaria en revistas y suplementos culturales: Universidad de México, que dirigió entre 1981 y 1984; Revista Mexicana de Literatura, Diálogos, Plural, Vuelta, en la que también fue miembro de su consejo editorial; Letras Libres, “México en la Cultura” y “La Cultura en México”. Durante la gubernatura de su esposo, Enrique González Pedrero, en Tabasco (1982-1988), Julieta Campos apoyó la creación y labor de la compañía teatral llamada Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena de Oxotlán, que llevó a escena obras del repertorio clásico, en lengua indígena, como Bodas de sangre, de Federico García Lorca, que tuvo gran recepción. Fue titular de la Secretaría de Cultura del gobierno de la Ciudad de México (2000-2006). La mayoría de sus obras fueron traducidas al inglés y al francés.
Julieta Campos de la Torre, ensayista, narradora y traductora. Fue una profunda conocedora de la literatura contemporánea francesa. Como estudiosa de la teoría literaria se distinguió por sus investigaciones sobre la novela, el proceso creativo de la escritura y la recepción de la lectura en tres de sus libros publicados entre los años sesenta y setenta, en los que se aprecia la influencia de la llamada nouveau roman. Julieta Campos publicó cuento y novela. Celina y los gatos, su primer libro de cuentos, es una secuencia de varios “instantes” narrativos en los que se acude al suicidio de su protagonista, Celina, en medio de una serie de rituales, donde los gatos simbolizan la destrucción de la pareja. En su primera novela, Muerte por agua, aborda la nulidad del suceso y la inmovilidad de sus personajes en un ámbito espacial también latente, en el que el agua de la lluvia “pastosa e imperturbable” es un símbolo de la ausencia y la muerte, en la que se condensa la cita a Heráclito: “para las almas, la muerte consiste en volverse agua”; pero en la que, no obstante, existe una referencia explícitamente política en la fecha, 15 de octubre de 1959, un solo día en el que ocurre esta historia. Sus novelas siguientes mantienen la teorización dentro de la ficción, la simbología, el lenguaje poético, la ausencia de una historia como tal, la anulación del tiempo y la permanencia de sus personajes en un mismo y determinado lugar desde el cual observan. La trama de su novela Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina transcurre en un día, el 8 de mayo de 1971: en el puerto de Acapulco se encuentra un personaje femenino en un cuarto de hotel Promontorio observando a otra mujer, que podría ser ella veintidós años antes, sin advertir que, al mismo tiempo, está siendo observada por un hombre desde otro cuarto llamado el Laberinto; el agua, esta vez del mar, nuevamente está presente como un lugar simbólico: “el mar es la memoria”, como considera José Emilio Pacheco. En El miedo de perder a Eurídice la autora desarrolla una historia de amor dentro de un sueño, en la que se utiliza la confrontación y desdoblamiento de varias parejas de amantes históricos y mitológicos; La forza del destino da un giro en su novelística, ya que el propósito es contar la historia de Cuba a partir de la genealogía de catorce generaciones desde la llegada de los españoles, precedida por una introducción polifónica de personajes históricos de la literatura y la política exiliados, en el que predomina una manifiesta crítica al régimen castrista y a su figura protagónica mediante el lema: “Yo soy la Revolución. Yo soy el pueblo. Yo soy Cuba”. Su única obra de teatro, Jardín de invierno, continúa el proceso creativo de su narrativa: “lo que sucede es la palabra” y lo que se privilegia es la mirada, pues uno de sus personajes, una escritora, se encuentra creando la obra de teatro que el espectador está mirando, por lo que la autora lo involucra como parte de la obra. Julieta Campos fue autora de ensayos como ¿Qué hacemos con los pobres? en el que explora las condiciones de vida de las comunidades rurales como los chontales, los zoques y los choles de la sierra tabasqueña, o Tabasco: un jaguar despertado, que traza un recorrido histórico por ese estado.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Centro Mexicano de Escritores
Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores
La pajarita de papel. Publicación del PEN Club de México
Vuelta. Revista mensual
Revista de la Universidad de México
Editorial Siglo XXI Editores
Fondo de Cultura Económica FCE
Instituto de Investigaciones Estéticas IIE (UNAM)
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM
Revista Mexicana de Literatura
PEN Club de México
Diálogos. Artes/Letras
Plural. Crítica y literatura
Secretaría de Cultura