Desde sus primeras ediciones españolas en la década de los treinta, ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Rafael F. Muñoz (1899-1972), no sólo consagró internacionalmente al autor como uno de los más genuinos narradores del tema de la Revolución Mexicana, sino que elevó a esta novela como el prototipo de una forma de contarla. El estilo entrecortado, casi cinematográfico, la crudeza de los episodios, la estructuración literaria –en la que cada capítulo podría valer como un cuento independiente–, la extraordinaria y sorprendente de Pancho Villa, más la del personaje ficticio de Tiburcio Maya, hacen de esta novela una de las más atractivas e impactantes de la Revolución. Hechos históricos –como el asalto a Columbus, la expedición punitiva contra Villa, su refugio, herido, en la cueva de una montaña– constituyen la esencia de ¡Vámonos con Pancho Villa!, novela en la que la ficción se ajusta a una determinada realidad y, quizá, hasta una veracidad de la naturaleza humana al enfrentarse a circunstancias muy especiales, tremendamente crueles, y en las que el comportamiento y la psicología individual se alteran de forma radical.
Vámonos con Pancho Villa de Rafael F. Muñoz es, con Cartucho de Nellie Campobello, una de las visiones más profundas de esa especie singular de luchador revolucionario que fue el soldado villista. Esta novela de Muñoz se distingue por la magistral estructuración de un relato de largo aliento. Con sabiduría serena y sin énfasis retórico, Muñoz funde la epopeya del ejército de Villa en la toma de Torreón con uno de los testimonios más trágicos y desgarradores de la fidelidad revolucionaria. Los años que han transcurrido desde su publicación permiten que nuestra mirada recupere la fuerza y la osadía de esta crónica épica e íntima de la Revolución mexicana.
Lejos de la visión domesticada de la Revolución mexicana, folklorizada, empobrecida y neutralizada, esta novela de Rafael F. Muñoz nos ofrece la posibilidad de leer la revolución con ojos nuevos, provistos de una mirada que nos acerca a los acontecimientos históricos para revelarnos su sentido más asombroso, su sentido más doloroso, más descarnado, más deslumbrante.
En estas páginas, Muñoz se distingue por la sabiduría serena y carente de énfasis retórico que fue uno de sus talentos distintivos. Su notable maestría funde la crónica épica del ejército villista en la toma de Torreón con uno de los testimonios más trágicos y desgarradores de fidelidad revolucionaria, la de Tiburcio Maya.
Tras el asesinato de su mujer y su hija a manos de Villa, Muñoz describe la reacción de Maya: “Con los ojos enrojecidos y la mandíbula inferior suelta y temblorosa, las manos convulsas, sudorosa la frente, sobre la que caían como espuma de jabón los cabellos blancos, el hombre tomó a su hijo de la mano y avanzó hacia la puerta. Al primer villista que encontró le pidió una cartuchera, que terció sobre su hombro; le pidió la carabina, que el otro entregó a una señal del cabecilla y echó a andar por la tierra de su parcela que los caballos habían removido, hacia el Norte, hacia la guerra, hacia su destino, con el pecho saliente, los hombros echados hacia atrás y la cabeza levantada al viento, dispuesto a dar la vida por Francisco Villa...”
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