"El primer momento de conciencia se parece muy poco a un momento de conciencia, y yo quiero olvidar y estar seguro de que me espera la tranquilidad. Así, de ese olvidar, de esas ganas de olvidar, de ese tener ganas de olvidar, voy retornando a una conciencia de cosas que no sucederán, de miradas que ya no ordenarán, que ya no parecerán miradas, que ya no lo serán."
"Pero todo esto se parece muy poco a la conciencia. Es como si de repente el mundo se hubiese vuelto de natillas, de flanes, de budines que nadie comerá porque papá enfermo se va a morir y la casa ya no será la misma casa (en un rincón del patio crecerá un nuevo limonero y una de las puertas, podrida por la lluvia, será sustituida por otra más propicia a unos ladrones que se llevarán entre otras cosas una muñeca vieja de mi hermana)". Así inicia Didascalias de Juan Manuel Torres, cineasta y escritor mexicano obsesionado con el mundo de la adolescencia. Narrador raro y director obsesivo, Torres trabaja la prosa con meticulosidad de un orfebre que mira todo desde un lente angular.