11 oct 2019
Miguel Nicolás Lira Álvarez (Tlaxcala 1905-1961) nació el 14 de octubre y murió el 26 de febrero. Abogado de profesión, escribió poesía, corridos, cuento, novela, teatro y ensayo. También se dedicó al periodismo y realizó una incansable labor editorial y de promoción cultural. Fue un escritor prolífico de profundo arraigo y amor a su tierra, principal motivo en su literatura, además de la Revolución. Entre sus obras de mayor reconocimiento están las novelas La Escondida y Una mujer en soledad; los poemarios Tú, La Guayaba y su colección de corridos Corrido de Domingo Arenas; los dramasVuelta a la tierra, Carlota de México y La muñeca Pastillita. Como editor hizo la revista Fábula junto a Alejandro Gómez Arias y, con Crisanto Cuéllar Abaroa, publicó Huytlale. Correo Amistoso. Fundó la Imprenta de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la cual fue el primer jefe. De esta labor surgió la revista Universidad (Mensual de Cultura Popular) que dirigió de 1936 a 1938. Su editorial Fábula fue pie de imprenta para autores mexicanos, hispanoamericanos, algunos de los españoles transterrados y para obras del propio Lira.
Evitó las capillas literarias, pero firmó el segundo manifiesto estridentista; perteneció a la Compañía Teatro de México A.C. y al Consejo Técnico Cultural del Espectáculo; sin embargo, Los Cachuchas fueron su verdadero grupo; con ellos asumió el nacionalismo, luchó por la autonomía universitaria y vivió una amistad entrañable.
Recibió varios premios y la Academia Mexicana de la Lengua lo designó como su miembro Correspondiente en 1955. Aspiró a la gubernatura de su estado y esto le costó el exilo a Tapachula, Chiapas. Regresó a Tlaxcala en 1959. A cien años de su natalicio, se le proclama Benemérito de Tlaxcala, como a su abuelo, el coronel Lira y Ortega. En 2006 se inauguró el Museo Miguel N. Lira en pleno centro de la ciudad de Tlaxcala.
Sus padres fueron el médico Guillermo (Álvaro Gilberto) Lira Herrerías y Dolores Álvarez Canales. El linaje de los Lira es muy antiguo y su tatarabuelo, Diego José de Lira, lo remontaba hasta el tlahtoani Maxixcatzin, gran aliado de Cortés,[1] por eso tuvieron riqueza y privilegios que fueron perdiendo al consumarse la Independencia; sin embargo, su abuelo Miguel (Tiburcio Valeriano) Lira y Ortega (1827-1882) recuperó el prestigio familiar –no la bonanza económica– al luchar en favor de la Reforma y contra la Intervención francesa, ser asesor del Congreso Constituyente de 1857, gobernador interino y constitucional, en dos ocasiones, lo que no le impidió dedicarse a su vocación inicial: las letras. Su legado consta de poesías, novelas, cuentos, dramas y monumentales obras históricas sobre Tlaxcala. También le gustaron y practicó la tipografía y el dibujo. En 1868, se le designó Benemérito de Tlaxcala y se convirtió en figura tutelar de Miguel N. Lira quien trató de seguir sus pasos como heredero de sus afanes profesionales, políticos, literarios, de su importante biblioteca y de su nombre Miguel, muy especial en la tradición familia;[2] desafortunadamente, lo mismo que él, el nieto también padeció el exilio por reveses de la política estatal.
La bisabuela paterna, María Ignacia Ortega, presumía entre sus antepasados al arzobispo Juan de Ortega Montañés y también por el lado materno corría sangre española. Los Álvarez habían llegado de España en el siglo xix y fueron convirtiéndose en una de las familias tlaxcaltecas más conocidas y, al igual que la paterna, poseían varias propiedades en la capital. Su madre, nacida en España, era una mujer abnegada, muy religiosa y pasó la pena de sobrevivir a cuatro hijos, entre ellos a Miguel. Su padre, aparte de medicina, estudió en la Academia de San Carlos, y el dibujo y el teatro fueron dos de sus pasatiempos heredados a su quinto y menor hijo, Nené, como le decían al futuro escritor.
Los primeros cinco años de la niñez de Lira, el país vive los estertores del Porfiriato y, al surgir y avanzar la Revolución “toda sonora de cañonazos y de repiques de campanas”, la familia se traslada a Puebla (1914).[3] Allá Lira continúa su educación –iniciada en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús y en el Instituto Científico y Literario de Tlaxcala– en la primaria anexa a la Normal de Profesores, en la Gustavo P. Mahr y en la José Ma. Lafragua los concluye. Fueron únicamente nueve años de su infancia en Tlaxcala, aunque suficientes para dejar una impronta en su personalidad y en su escritura. La vida tradicional tlaxcalteca está colmada de vestigios vitales y culturales indígenas, en franco sincretismo con la herencia de los primeros conquistadores, lo cual da un perfil especial a esta región, sobre todo a la capital la “Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Tlaxcala”. La fina sensibilidad del autor testificó la tranquilidad provinciana otorgada por un gobierno afín a Díaz –el de Próspero Cahuantzi; vivió el lento transcurrir del tiempo cotidiano entre la familia, la iglesia y las pocas diversiones de la época hasta que el movimiento revolucionario le hizo sufrir un primer exilio a Puebla. Los años en ciudad tan religiosa, donde acolitó, lo hacen decir: “La influencia de esos días de incienso y devoción está grabada en la mayor parte de los versos que ornan su primer libro”;[4] allá también vio de frente los horrores del movimiento armado, aunque en su natal Tlaxcala lo conoció en las entrañas de una tierra de campesinos dispuestos a acabar con su explotación. Sus ojos de juventud vieron el horror de la bola y su corazón nunca olvidaría esa “infancia acrisolada en la amargura”.[5] Esta etapa se convierte en otro de sus temas literarios. Infancia y Revolución son binomio temático recurrente en su obra de polígrafo.
Los días felices de San Ildefonso
Cuando corría el año 1919, Lira parte a la Ciudad de México para inscribirse en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP). Vasconcelos era el director y el país se encaminaba hacia la institucionalización de la Revolución; el nacionalismo iniciaba una cruzada apabullante. El tlaxcalteca llega a la gran capital en enero con el espíritu inquieto, con una mirada aguzada, fácil a la sorpresa de lo nuevo: “Llegó a México en la noche. Esa vez no pudo dormir por pensar que estaba en México”.[6]
Ingresa a la ENP en febrero y ahí encontrará la amistad, el amor, la poesía, el periodismo, la rebeldía y será descubierto como poeta en ciernes por sus profesores Ramón López Velarde y Erasmo Castellanos Quinto, quien, al escuchar unos versos de Lira, “[…] frunció el entrecejo, dio su aprobación y dijo: ‘A ver, Lira, vuelve a leer… muy bien, muy bien’”.[7]
Por esos años escolares conoce a una estudiante guanajuatense de la Escuela Nacional de Profesores, que era compañera de Frida Kahlo, (María de la Luz) Rebeca Torres Ortega, con quien se desposará el 29 de diciembre de 1928 y vivirá 32 años de un estable matrimonio, pero, a pesar de sus deseos, no conciben descendientes. Ella colabora con Miguel en el trabajo editorial y será la primera presidenta municipal de la ciudad de Tlaxcala (1956-1958).
El poeta dirá que San Ildefonso fue el lugar “donde se quedaron prendidas mis mejores esperanzas y mis más caros anhelos”.[8]
En la ENP coinciden nueve espíritus inquietos, rebeldes, intelectuales y divertidos: Alejandro Gómez Arias, Miguel N. Lira, Manuel González Ramírez, José Gómez Robleda, Agustín Lira, Alfonso Villa, Jesús Ríos y Valles, Carmen Jaime y Frida Kahlo conforman la cofradía de Los Cachuchas,[9] en la que Lira era “el provinciano hasta la exageración”.[10]
El grupo llevaba ese nombre porque “en vez de sombreros usábamos cachuchas. Así de simple, aunque así de subversivo, pues la costumbre de vestir con sombrero o ‘carrete’, según la temporada del año, era muy rígida, aun para los preparatorianos”.[11] Lombardo Toledano, a la sazón, director de la ENP, les prohíbe su uso y ellos le argumentan que “por ser pobres no podían adquirir sombreros”; desafiaron su autoridad y, al segundo día, estrenaron cachuchas del mismo color.[12] Pese a sus diferentes inclinaciones y personalidades, la amistad entre algunos se mantendrá de por vida, aunque tempranamente Miguel, Alejandro y Frida se vuelven un trío inseparable. Dromundo habla del noviazgo entre Lira y Frida, La Teutona, por lo que se le conocía como El Teutón. Alejandro será también su “amante joven”[13] y su gran amor. Los tres mantendrán una correspondencia más allá de la preparatoria; Arias lo saludará diciéndole Mike y Frida lo tratará de “hermanito”, Chong Lee (Fu), Chong Leesito o Príncipe de Manchuria por haber traducido poesía china,[14] oficio en el que lo alentó Francisco Orozco Muñoz, quien, seguramente, celebró el viaje de Lira a tal país en los años 20.
Su ingreso a la Escuela Libre de Derecho en 1923 no fue por vocación, sino por el deseo de seguir los pasos de su abuelo gobernador y no los de su padre y la medicina. Lira sabe que nació para la poesía y sigue dedicándose a ella más que a la abogacía. Confiesa: “No da ninguna importancia a sus estudios. El Derecho es cosa aburrida para él, le provoca bostezos, cansancio”.[15] A Cuéllar Abaroa le dice: “mi profesión no es una cosa que me seduzca. Es fea, es escabrosa, es inútil. No le tengo cariño”.[16] Paradójicamente, al Derecho se dedicó, fructíferamente, tres décadas y ocupó cargos importantes en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en Tlaxcala y en Tapachula. Pero nunca dejó de leer ni de escribir, ni de relacionarse con el mundo literario: al casarse con Rebeca se estableció en México, en Benito Juárez 23, colonia Portales; esa casa fue hogar, hasta 1951, para mucha gente del medio literario, artístico en general. La tertulia sabatina en casa de los Lira acogió, además, a los exiliados españoles.
Las letras también le permitieron ejercer la docencia en la ENP donde impartió la materia de Literatura Mexicana e Iberoamericana entre 1930 y 1932[17] y Literatura Mexicana Hispanoamericana en la preparatoria de Tlaxcala en 1952.
La tipografía, otro arte de su abuelo Lira y Ortega,[18] también lo fue de Miguel Ene quien,[19] consciente de las ventajas de hacer sus propias ediciones, en 1930 adquiere una prensa de mano, pequeña, vieja, jubilada del portal de Santo Domingo, y con ella, “La Caprichosa”, funda su imprenta Fábula (1933);[20] después, con ayuda de una Chandler eléctrica, edita, junto con Gómez Arias, la revista homónima con el subtítulo –Hojas de México– sin grupo, sin egolatría. Sin otro compromiso que escuchar con humildad atenta, las voces de México, que alcanzó 9 números en 1934. Como editor, publicó a consagrados, pero también la ópera prima de jóvenes cuyo talento percibió. El caso más conocido es el de Octavio Paz Lozano y Luna silvestre (1933). Con este sello editorial, activo hasta 1951, Lira publicó unos 50 libros y también maquiló para Letras de México, Papel de Poesía y otros pies de imprenta.[21] Supersticiosamente, conservaba el ejemplar número 13 de sus tirajes.
Reconocido por su quehacer tipográfico y de impresor,[22] realizado con el empeño de un artesano que en cada obra entrega una parte de sí mismo, en 1936 fue nombrado jefe de la Imprenta Universitaria (talleres y editorial). En febrero surge la revista Universidad. Mensual de Cultura Popular con Lira en la dirección. Esta aventura editorial duró hasta el número 28 de mayo de 1938. Ahí planeó la serie Pensamiento Americano, pero no se realizó, a diferencia de las Biografías Populares de personajes del arte y la cultura, propuestas por el Departamento de Acción Social de la UNAM. Siendo Jefe de Prensa y Propaganda en la Secretaría de Educación Pública coordinó la colección El Pensamiento de América (1942-1944) y la Biblioteca de Chapulín (1943), además de la revista del mismo nombre (Revista del niño mexicano). En estas empresas colaboraron, en la ilustración, Angelina Beloff, Chávez Morado, Julio Prieto, entre otros.
Lira retoma su papel de buen editor cuando reside nuevamente en Tlaxcala y saca a la luz Huytlale. Correo Amistoso de Miguel N. Lira y Crisanto Cuéllar Abaroa.[23] Circuló más allá de Tlaxcala y lo mismo recibió la colaboración de autores locales que solicitó la de nacionales y extranjeros desde su primer número de 1953 hasta el último de 1960.
El Corrido del marinerito triunfó en los Juegos Florales de Mazatlán en 1941 y el Corrido de Manuel Acuña en los de Saltillo, 1949. En teatro, Linda fue considerada una de las dos mejores obras de 1941 por el Consejo Técnico Cultural de Espectáculos del Departamento del Distrito Federal; para 1943, Carlota de México es designada la mejor obra teatral mexicana de la temporada por el mismo organismo. En 1957, el INBA y la SEP le reconocen su contribución al teatro infantil.
Por sus novelas, en 1946 obtuvo Mención en el Premio de Literatura Ciudad de México de la Dirección General de Acción Social del Gobierno capitalino por Donde crecen los tepozanes; en 1947, La Escondida recibe el Premio Miguel Lanz Duret convocado por El Universal y la ciudad que lo recibió en el exilio le otorgó la Medalla Tapachula por sus merecimientos literarios en 1958.
El congreso del Estado de Tlaxcala estableció el premio que lleva su nombre para la trayectoria periodística en 2002 y, en el centenario de su natalicio, lo designó Benemérito de Tlaxcala e instituyó la Presea en su honor.[24]
Miguel N. Lira es, ante todo, una sensibilidad poética que nunca esconde en sus escritos, sean del género que sean. Publicó su primer poema, “Catecismo sagrado”, en un periódico local; pero quedó fuera de sus poemarios, así que, formalmente, se inició en la poesía con la publicación de trece poemas de marcado acento provinciano reunidos en Tú (1925), aunque en Biografía de mi poesía (inconclusa) confiesa haber escrito versos desde los once años[25] y en la ENP era famoso parodiando poemas en Policromías y Alpha, donde publicó la del Nocturno de Acuña; estando en la ENP ganó la Flor Natural por haber hecho el elogio del Indio Feo.[26]
En Tú, según el propio autor, reunió los poemas escritos hacia 1922, durante su paso por la ENP y luego de haber leído tres libros decisivos para su creación: La sangre devota de López Velarde; Con la sed en los labios de Fernández Ledesma y Campanas de la tarde de González León, quien escribe el Prólogo a la obra inaugural del tlaxcalteca.
Sintiéndose bien en la línea temática de las tradiciones, fiestas y costumbres del pueblo volvió a poetizarlas en su siguiente libro La guayaba (1927). Este poemario, dice Arreola, marca tres derroteros de su trabajo posterior: la provincia, un cierto criollismo ciudadano y la memoria de la Revolución cantada en corrido.[27] El mismo Lira expresó: “Tratando de delinearme una fisonomía particular en poesía, caí en el sabor y olor penetrados de ambiente popular que hicieron surgir mi libro La guayaba”.[28]
En su afán de experimentar incursionó esporádicamente en vanguardias como el surrealismo y el estridentismo. Segunda soledad apareció en 1933 y en él recupera la poesía lírica. La soledad es uno de sus motivos –lo mismo la infancia– que combina con el canto de la amada ausente y con algunos asomos de surrealismo, aunque Elvira Vargas percibe en este “volumen de fina unidad lírica, poesía de ternura muy humana y real”, un toque de barroco: “desde el título, parece vivir en la mejor espuma barroca de 1600, pero hecha actual, juvenil […] Seguro de sus recursos técnicos.[29]
En diciembre de 1933 se publica, ya en Fábula, el poema México–Pregón que, declamado en voz de Berta Singerman, acercó a Lira con un amplio público. Su intención de acercarse el pueblo, de donde provenía gran parte de su inspiración, se iba haciendo realidad, incluso más allá de México.
Tlaxcala ida y vuelta apareció en 1935 incluyendo los poemas Camino, Bosque, Río y Ciudad. Sus versos se presentan en verdadera epifanía de colores, texturas, sonidos, sentimientos y sabores encerrados en metáforas prolongadas más allá de los octosílabos que se riman asonante y consonantemente. En estas páginas, Lira hizo el feliz descubrimiento de Tlaxcala para la poesía, labrando su imagen con el cincel del amor a su terruño, asido desde la infancia.
El privilegio de poder editar en su propia imprenta lo ocupa nuevamente en Música para baile (1936) cuya edición incluyó ilustraciones de Julio Prieto. Este texto reúne tres poemas: Rumba, Tango y Mariachi, ritmos populares con los que el poeta se acerca a la cultura tradicional de otros países, dando muestras de su intención de traspasar las fronteras locales para llegar al corazón de lo popular en cualquier latitud.
El binomio infancia-tierra natal se volvió a conjugar en En el aire de olvido, publicado por Fábula, en 1937, con una viñeta de Rafael Alberti e inspirado en el verso de Lope de Vega que sirve de epígrafe. Recuerdos de su niñez, primeros amores, memorias de tiempos idos, organizan la materia del discurso poético. Al año, sale otro ejemplar de Fábula, Carta de amor, ahora con cita inicial de Pedro Salinas. La temática no varía mucho: el temor a la ausencia, al olvido. El texto consta de siete partes que corresponden a distintos estados anímicos del poeta respecto a su amada. El amor, siempre asunto importante en su poética, aparece en el arrullo Canción para dormir a Pastillita (1943) dirigido a un niño, mostrando a un poeta lleno de ternura con los infantes, recordando, tal vez, las penurias, propias y ajenas, de su niñez durante la lucha armada. Se publicó en la Biblioteca de Chapulín y, otra vez, el arte de Beloff adornó la edición. La juguetería mexicana está presente y resalta el caballito blanco que dará título a otro libro y fue uno de los símbolos en el óleo pintado por Frida Kahlo a Lira.[30] El blanco y el azul ya se perciben en la gama de colores recurrentes en su obra. También es notoria la adjetivación del niño como de miel, la cual había empleado ya para la protagonista del Corrido de la niña de miel. Lo dulce –la miel, el azúcar, los almíbares frutales– es otra preferencia liriana para su literatura. Confesó que la muñeca se iba a llamar Paletita en honor a una sobrina, pero por la asociación con lo frío, prefirió Pastillita, algo dulce.[31]
Gabriel Fernández Ledesma ilustró el siguiente trabajo poético de Miguel N. Lira, Romance de la noche maya de 1944. Se trata de un poema erótico, organizado en quince estrofas, donde se cuenta el recuerdo de una aventura amorosa. Es una de las primeras y pocas veces que Lira rozó el erotismo, desafortunadamente.
Además, hay poemas que aparecieron en distintas revistas y periódicos. Entre ellos están Décimas de olvido, 1936; Corrido de Marcial Cavazos, 1939, con música de Ángel Salas; Décimas, 1940; Jarabe Tlaxcalteca de 1947; En el desvelo de la noche, 1953; Soneto de la niña pensativa, 1956; el poema La ciudad tuya y mía, 1959, dedicado a Tlaxcala en verso libre.
El poeta presiente su muerte y lo manifiesta en el soneto Acción de gracias, 1960, escrito precisamente la noche del 24 de diciembre. El último poema publicado fue Carta abierta a la Revolución en la revista Estaciones en enero de 1961. Nuevamente, se trata de una evocación a su infancia coartada por la lucha armada, cuya asociación quedó en su mente con el espanto y los sobresaltos, tal como lo anota al final de la Carta: “Así te conocí, Revolución,/ frente al espanto de los ojos/ y las arritmias en el corazón”. Otros textos poéticos, no fechados, son Nocturno, Corrido de Adelita y de Hilario Primavera,Canción de cuna y Sinfonía tonta del Cu-cu.
La poesía con tema revolucionario alcanza su mejor expresión en el Corrido de Domingo Arenas de 1932, compuesto por siete textos en los que la biografía de caudillos locales tiene el protagonismo.[32] Cronológicamente, fue el tercer libro de Miguel N. Lira y fue decisivo en su trayectoria, pues en él se amalgaman su talento poético al servicio de la sensibilidad popular con el oficio de un buen poeta. Se lo dedicó a Gómez Arias y lo ilustró Justino Fernández; pero varios textos están dedicados a sendos escritores entre quienes están Novo, Azuela, Reyes.
Otro canto con éxito fue el Corrido del marinerito. Lo editó en Fábula con dibujos de N. Bustamante. Lira lo mete a concurso en los Juegos Florales de Mazatlán en 1941 y, sujetándose al tema de la convocatoria (el mar), poetiza a un marinero enamorado y aprovecha para recuperar en los versos parte de su infancia, etapa de niño marinero en retrato y debarquitos de papel a nado, según lo dice en En el aire de olvido. Vuelve a concursar, y gana, en otros Juegos Florales, los de Saltillo (1949), dedicados al centenario de nacimiento de Acuña, con el Corrido de Manuel Acuña, figura literaria por quien sentía especial aprecio ya que en su juventud había parodiado el Nocturno. Pasarán varios años para que escribiera el Corrido de amor a Tapachula de 1958 como tributo a la tierra que lo recibió en su exilio. Su impresión en una sola hoja tiene el valor, además, de lo grabado por el muralista Desiderio H. Xochitiotzin en el marco.
Al año siguiente, 1959, escribe el Corrido que dice: ¡Viva el obispo Munive!, con motivo de la designación de este prelado en el recién constituido obispado de Tlaxcala. Ya en noviembre de 1960, Lira trabaja en el Corrido a Desiderio Hernández Xochitiotzin, sin embargo, su enfermedad pulmonar le impide concluirlo. Los corridos de Marcial Cavazos y el de la muerte de Pancho Villa se incluyeron en El corrido mexicano de Vicente T. Mendoza y el de Adelita y de Hilario Primavera (sf) quedó suelto.
El corrido fue un género caro a Lira con el que también honró, sin negarlo nunca, a Lorca, pese a las más acerbas críticas, aminoradas por otras francamente elogiosas: “El ‘Corrido de Catarino Maravillas’ es sencillamente admirable. Lo más bello que usted ha escrito (de lo que yo conozco) y lo más profundamente nuestro después de ‘La suave Patria’”, le escribe Orozco Muñoz.[33]
Lira reconoció que fue Bertha Singerman quien le aconsejó escribir teatro[34] y el propio escritor justifica su paso a este género diciendo: “Creo que para todo escritor llega un momento, en su trayectoria literaria, por insignificante que ésta sea, en que siente la necesidad de ver animados, vivos en la realidad que sólo el teatro concede, los conflictos y figuras de su mundo”.[35]
Los primeros tanteos de Lira por el drama están entre la poesía y el drama, pues derivan de corridos del mismo autor; por una parte, El coloquio de Linda y de Domingo Arenas de 1932 y, por otra, el suceso, en realidad tragedia, Linda de 1937. Estas obras se inscriben en su filiación poética costumbrista, romántica. Asimismo, confirman su tesis sobre cómo el atrevimiento sentimental se paga con creces, sobre todo, por parte de la mujer.
Sí con los ojos de 1938 constituye un experimento simbolista en su teatro. Ese mismo año, se hace la puesta en escena de Vuelta a la tierra. Nuevamente, la acción se sitúa en el campo tlaxcalteca con Isabel y Andrés en el rol de protagonistas trágicos al transgredir la norma matrimonial de su comunidad. El tono poético es evidente y será sello de la primera etapa del teatro de Lira. Es la obra que más se conoce por haberse incluido en Teatro mexicano, siglo xx (1956), t. ii, de Antonio Magaña Esquivel. Su estreno fue un éxito y Berta Singerman, a través de una carta de su marido y empresario, Rubén Stolek, le dice a Lira: “Yo siempre estuve segura que Lira iba a ocupar el sitio dentro de nuestro idioma desocupado por Lorca como autor de teatro poético”.[36] No se equivocó, tampoco Menéndez Plancarte cuando afirmó: “Vuelta a la tierra podría ser el título […] de la obra entera de Miguel N. Lira”.[37]
De 1939, Una vez en las montañas continúa su teatro de tradiciones mexicanas tocando a dos de los seres del imaginario indígena, el nahual –al que el dramaturgo humaniza por el amor– y la bruja o hechicera. El pueblo tlaxcalteca, sus creencias, tradiciones y paisaje motivan la historia que será convertida, posteriormente, en novela (Donde crecen los tepozanes).
El público asociaba a Lira con los temas costumbristas, folclóricos con los cuales se le había identificado desfavorablemente. Carlota de México (1941) marca la ruptura con ellos. El drama hace patente el conocimiento del pasado histórico del país, que siempre le interesó, como a su abuelo, y su habilidad para crear personajes femeninos en conflicto.[38]
En 1942, a solicitud del INBA,[39] escribe un drama infantil, La muñeca Pastillita. Vuelve al tono poético y a Bellas Artes para el estreno. Lira demuestra su versatilidad literaria y su deseo de hacerse de un público poco atendido por los autores de la época, pero el mismo año regresa al campo tlaxcalteca con El camino y el árbol, estructurada a partir de un conflicto sentimental de notable influencia shakespeariana por el conflicto entre familias vecinas lo cual no fue muy bien visto por la crítica.
Para 1943, Lira tiene lista la comedia fársica El diablo volvió al infierno, llevada al escenario en 1944 (Fábula, 1946). Esta obra mostró, nuevamente, a un dramaturgo capaz de salirse de su propio estilo y trabajar un nuevo género –la farsa– que, por desgracia, no volvió a cultivar, aunque demostró que podía dominarlo y, de paso, sacar por ahí una de sus facetas menos conocidas: la de crítico de la realidad de su tiempo.
Entre 1947 y 1948, Lira vuelve al teatro con Tres mujeres y un sueño, estrenada en 1955 en Chihuahua. Los personajes femeninos están, de nueva cuenta, en conflicto amoroso. La acción dramática es débil, el lirismo se impone acaso porque el polígrafo siempre supo que era “un poeta en receso”.[40]
Durante 1954 continuó Julieta y Romeo, iniciada en 1948, pero sólo escribió dos de tres actos. Lo interesante es insistencia en la intertextualidad con Shakespeare, al menos en el título.
El fracaso de su candidatura para gobernador del estado (1956), aun cuando Vasconcelos lo apoyó, queda dramatizado en Casa de cristal (1959), comedia que pudo dar para mucho más al tratar los laberintos de la corrupción electoral, pero la cercanía con los hechos no lo permitió; sin embargo, como en El Diablo…, parte de su valor está en la reflexión crítica sobre la política mexicana y en el testimonio de lo vivido.
El pequeño patriota (1960) está basada en el cuento de Jack London, “El mexicano”. La adaptación es buena, sabe aprovechar, para el teatro, a un personaje boxeador (Lira practicó box en su juventud) al servicio de la lucha revolucionaria, tema significativo en la poética liriana donde siempre se combina con lances sentimentales. Su escritura obedece al encargo del INBA para celebrar los cincuenta años del inicio de la Revolución. Lo novedoso fue la inclusión del ciclorama en el primer acto. El Benemérito tlaxcalteca estaba en plena evolución escritural.
Lira fue novelista de gran sensibilidad lírica. Varias páginas de sus narraciones pueden considerarse prosa poética de buen ritmo, imágenes logradas, con destacada descripción del paisaje y creación del ambiente. El primer ensayo de novela, con tono estridentista, fue “Lista de clases”, fragmento que publicó en Universidad en 1937.[41] No la concluyó nunca y, en cambio, pasa del teatro indigenista a la narrativa del mismo tipo oyendo ahora a Villaurrutia: “Es más consecuente y más lógico expresar al indio en la escultura o en la pintura y aun en la novela que en el drama”.[42] Lo hace en los años cuarenta cuando en México se publican novelas decisivas para el perfil que delineará a la narrativa de la segunda mitad del siglo xx y se anuncia un giro en la temática y en la técnica que hasta el momento habían empleado buena parte de los escritores mexicanos. La urbe se irá posicionando en la preferencia de autores y lectores, lo que prepara el terreno para el boom narrativo en Latinoamérica, mientras la vida rural irá quedando sólo en manos de unos cuantos narradores, entre ellos Lira, cuya primera novela, Donde crecen los tepozanes (1947), recrea la vida turbulenta y romántica de un nahual y de una hechicera tlaxcaltecas. Por su temática indigenista (recuperada de su drama Una vez en las montañas) continúa la línea principal de las letras del autor en franca resonancia nominal y temática con el personaje cervantino y lorquiano de Preciosa.
Sin embargo, la narración más conocida de Miguel N. Lira es La Escondida, premio Lanz Duret 1947, por haberse filmado con el mismo nombre. El origen del argumento está en su obra Linda, a la vez glosa del Corrido que dice: Ya viene Máximo Tépal (1932). La acción está situada en los tiempos de la Revolución en Tlaxcala, eje espacio-temporal que también sirve de trasfondo al romance entre Gabriela y Felipe Rojano para el que Máximo Tépal será un obstáculo. Pero esta romántica historia le costó ser señalado de posible plagio de la novela La revancha (1930) de Agustín Vera. En su defensa, Lira contaba que el argumento provenía de una historia muy conocida por la gente de Tlaxcala, que incluso los hijos del general Garza vivían allí con su verdadero apellido. Arreola, su gran biógrafo, lo exculpa demostrando la mera coincidencia de historias[43] y Lira se pregunta ¿no pudo ser posible que este señor [Vera] hubiera conocido la historia verdadera, que acaeció en Tlaxcala? Si los tlaxcaltecas fundaron Saltillo y llevaron con ellos sus historias y leyendas, cabe la posibilidad.[44]
Con Una mujer en soledad (1956), el escritor cambió el rumbo de los temas y técnicas de su novelística incursionando en la novela urbana, policiaca, como él mismo dijera, con cierto matiz psicológico y ya más en la tendencia moderna. El epígrafe de Henry Barbusse “No hay más infierno que el furor de vivir” es claro indicio para entender que la pasión y la muerte son elementos trabajados como en ninguna otra novela del autor, aunque también la resolución del crimen mantiene la atención del lector. La narración, mediante misivas, fue la única publicada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) y la que le permitió su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. Tampoco estuvo libre de críticas, por ejemplo, lo endeble de la trama policiaca.
Al publicar Mientras la muerte llega. Novela de la Revolución (1958) se comprueba la persistencia para situar la acción en Tlaxcala durante ese periodo y tratar una historia amorosa truncada por la muerte, instante en el que el protagonista recuerda su pasado y toda esta evocación retrospectiva estructura la novela, como más tarde lo hará Fuentes en La muerte de Artemio Cruz. Pero, en una novela inconclusa e inédita, “La selva también muere” (1958), regresa a lo indígena, ahora situándolo también en la selva chiapaneca. La rivalidad entre familias y el amorío entre sus hijos, en pasajes de la Revolución, la dotan de un tono melodramático muy propio del tlaxcalteca, en clara alusión al conflicto shakespeariano.
Desde sus primeros pasos en las letras, Lira experimentó la necesidad de probarse en varios géneros, así que no pudo sustraerse al breve encanto del cuento; sin embargo, nunca los reunió en un libro; se publicaron de manera esporádica en distintas revistas y periódicos de la época, lo que ha dificultado su conocimiento y difusión entre lectores y críticos, inclusive, locales. El recuento de ellos es muy breve, pero en todos vuelve a dejar constancia de que fue un excelente creador de ambientes y atmósferas para sus personajes, unas veces gente del campo, otras, las menos, de la urbe.
“Cuarto abandonado” (1941) apareció en la revista Así. Narra la soledad del viudo a unas horas de enterrar a la esposa. Por la mención de cines y cafés remite a un espacio citadino, lo mismo que “Una mujer en soledad” (1949) aparecido en el suplemento cultural de Novedades anunciándose como fragmento de un texto más extenso, pero acabó siendo, –con algunas modificaciones– la primera carta de Una mujer en soledad.
Lo que inicialmente tituló “La bruma del mal dormir” se publicó en la revista Estaciones, en 1956, con el nombre “La navaja y la niebla”, una prosa de ambiente tropical. Al año siguiente, 1957, Huytlale, y la revista Metáfora publicaron “La virgen y la rosa”, texto cuya estructura reproduce la de los milagros de la literatura medieval, en donde se presenta la tentación, la caída, la salvación y el milagro. Lira no era ajeno a la tradición de la literatura española y tampoco la cultura de su tierra natal se aparta de la religiosidad traída por los conquistadores, y vivida en la familia, tal vez por ello, no sorprende que retome un tema donde la virgen es protagonista, algo similar en su siguiente cuento, “El Chipujo” (Huytlale, 1959), prosa bien trabajada con la acción en el interior de una iglesia. Respecto a su religiosidad dijo:
[…] soy, como tlaxcalteca de pura cepa, más mestizo que criollo; por lo mismo, idólatra. Creo en todos los santos y en todos los ídolos; creo en todos los fetiches, sean imágenes, monolitos, lluvia, estrella, viento, sol; y creo en la dulcedumbre de San Francisco de Asís y en la tranquila, serena, acogedora mirada de la Virgen de Ocotlán que preside, desde un templo del más puro barroco, la vida y el acontecer provinciano de Tlaxcala.[45]
Sin embargo, Lira no olvidó a su público infantil en este género; hay un mecanuscrito titulado, precisamente, “Cuentos infantiles”, formado por “El arroyito y el mar”, “La hormiguita que se quebró su patita”, “Lo que me contó el enano amarillo” y “Las mariposas de colores”.[46]
Acaso sea en este género, el cuento, donde el autor convierte a gente del pueblo en personajes memorables, con su particular visión del mundo, religiosidad y lenguaje. En el recorrido cronológico de estos textos se nota una trayectoria ascendente, buscando siempre renovarse en el estilo y los temas de su propia obra.
Lecturas para la escuela y otras prosas
Ya había hecho poesía, teatro y cuento para niños y la infancia, sus juegos, juguetes, lecturas, son un leitmotiv en la obra liriana, por eso no causó sorpresa que publicara Mi caballito blanco (1943), libro de texto para segundo de primaria, en coautoría con Antonio Acevedo Escobedo. Y la experiencia se repitió con Mis juguetes y yo (1945) para cuarto de primaria, elaborado por Lira y Valentín Zamora Orozco, quienes ganaron el concurso convocado por la SEP. José Chávez Morado lo ilustró.
Situándonos en los años de su paso por la ENP, parte de la vida académica la era la abundante publicación de periódicos y revistas literarias.[47] Lira se familiariza con esta forma de comunicación y, seguramente, colaboró con artículos o en su elaboración, pero en 1922 publica, en el Universal Ilustrado, varias veces en la sección “Entre Estudiantes y Colegialas”, con el seudónimo de Maximino Bretal, clara alusión a Máximo Tépal,[48] su apreciado héroe de corrido, aunque la leyenda “Manos poxcas” está firmada con su nombre.[49] Cabe citar aquí los múltiples comentarios provocados por su apellido: “Lira, que lleva en su nombre mismo su condición de poeta” (Díez Canedo); “su apellido Lira que, llevado por un poeta, antes parece lema o abrecadabra que apellido” (R. Avecilla); González León le escribe: “no en balde lleva usted un apellido que es un augurio”; “Miguel Lira es un poeta/ que se rasca el apellido/ y con eso solamente/ ya le saca buen sonido” rima Novo; Ledesma lo previene: “Cuidado con este compromiso emblemático del apellido”; Manuel Caballero atina al llamarlo “doble liróforo” y, en el congreso Estudiantil de Culiacán, un periodista hace una lista de preguntas con los de algunos delegados, al tlaxcalteca le toca ésta: “¿Quién es el delegado más lírico? Lira”. Nombre y apellido fueron verdadero compromiso literario para el escritor.
Ensayos sobre arte, historia nacional, reseñas, crítica literaria, biografías, eran de su autoría en sus propias revistas Fábula y Huytlale, pero también en Alcancía, Universidad, Vida de México desde Puebla, Así. Destacan en este tipo de escritura “De Martín Fierro a Máximo Tépal”, su amplísimo estudio introductorio a Héroes de corridos y las crónicas de viaje “Yo viajé con Vasconcelos” (1959) e Itinerario hasta el Tacaná (Notas de viaje) de 1958, resultado de su poder de observación e interpretación de los sucesos que consideraba importantes.
Lugar aparte tiene su correspondencia de unas 10 mil cartas, de las cuales sólo se reunieron 284 en el Epistolario (1991). Aun así, dan cuenta de sus actividades, sentimientos, deseos, aspiraciones, fracasos, frustraciones de 1921 a 1961 a través del diálogo con sus múltiples interlocutores del medio artístico, cultural, intelectual y político del mundo y de un México en tránsito de la Revolución armada a su institucionalización apoyada en un nacionalismo que, paradójicamente, intentó olvidar las raíces indígenas y su pervivencia en el mestizaje del pueblo mexicano (lo cual Lira recreó en su literatura) para consagrar a la modernidad urbana en modelo de vida. Es aquí cuando el entusiasmo y la confesión de Lira: “no me choca el calificativo de rural, porque es decir campo, y eso es lo que he sido siempre: campo en mi sangre, en mi pensamiento, en todo yo” se comprenden plenamente al comprobar la relación consecuente y dialéctica entre su poética y su natal Tlaxcala, territorio y cultura determinantes para el origen de la nación mexicana.
Dos son los principales biógrafos del escritor tlaxcalteca por antonomasia y varios, antes y después de ellos, han abonado a la gran empresa de dar a conocer y explicar su quehacer en los distintos ámbitos que incursionó. “La influencia Lorquiana en Miguel N. Lira” (1942) es el primer acercamiento de Arreola Cortés quien, años después, escribe “Notas sobre la obra poética de Miguel N. Lira” (1963), pero el trabajo literario y sus fronteras alcanzadas quedaron documentados en Miguel N. Lira. El poeta y el hombre (Jus, 1977) donde recorre, acuciosa y críticamente, el camino personal, familiar, escritural, profesional, laboral y político de los 55 años de vida de Lira por una provincia y una capital ya lejanas, pero cimentadoras del México moderno.
Antecedente del texto arreoleano es el de Alfredo O. Morales Miguel N. Lira. Vida y obra (Cajica, 1972) cuyo énfasis está en la revisión de los géneros por los que transitó Lira. El volumen fue su primer acercamiento al tlaxcalteca y de ahí se dio a la tarea de ir compilando gran parte de la producción liriana con el apoyo de Jeanine Gaucher-Morales, ambos de la Universidad de Los Ángeles. En 1991, el Epistolario. Cartas escogidas 1921-1961; después la Obra poética 1922-1961 para luego reunir el Teatro completo (2002) en dos tomos.
González Ramírez contribuyó con estudios sobre la labor tipográfica y editorial. Manuel Pedro González, también de la Universidad de Los Ángeles, hizo lo propio en Trayectoria de la novela en México (1951) y Antonio Castro Leal incluyó La Escondida, con la correspondiente nota analítica, en La novela de la Revolución Mexicana (1964).
Como reseñistas, cronistas o comentaristas de la obra del tlaxcalteca en diversos periódicos y revistas están varios colegas –Villaurrutia, Abreu Gómez– y varios periodistas: Magda Donato, C. Denegri, R. Avecilla, Teja Zabre.
Entre los estudiosos de la región destacan, primero, Salvador Cruz, Crisanto Cuéllar Abaroa, José García Sánchez, Candelario Reyes, y, más recientemente, el albacea Rubén García Badillo y Jaime Ferrer quienes han proporcionado información e imágenes relevantes de Lira y de su relación con Frida Kahlo. Rafael García Sánchez ha logrado la digitalización sus revistas y de otros materiales en el portal Revistero Cultural Tlaxcalteca lo que favorecerá más estudios, pues apenas se ha hecho lo esencial para apreciar la vasta obra de Lira.
La opinión sobre la literatura popular e indigenista de Lira siempre ha estado entre el elogio y la condena: “Lira es un buen poeta, dentro de la escuela provincialista, con la inteligente agilidad moderna del poema nuevo, con la imagen precisa y suntuosa aunque sencilla del verso suyo”,[50] tal vez a modo de reflejo del México dividido entre la urbe y el campo, la capital y la provincia, lo capitalino y lo provinciano, lo nuevo y lo tradicional sobre todo a partir de los años 60. Celestino Gorostiza insiste en “su vinculación tan entrañable con el suelo de origen, su bien logrado empeño de dar vida perdurable a las páginas de su poesía, sus novelas y sus comedias a la más jugosa y verídica sustancia tlaxcalteca, en un intento por dar contenido universal a lo específicamente regional, todo ello es digno de recordarse”.[51]
Por otra parte, la crítica de su tiempo se ensañó resaltando la influencia lorquiana en sus corridos, en varias poesías y dramas, con lo que los demeritaban. Lira aclaró:
Mucho se ha dicho –a veces con sinceridad sin dobleces y en otras con marcada malevolencia–, que en mis corridos se encuentran huellas flagrantes de la encantadora gitanería de García Lorca. Nunca he rectificado esa presunción. Aunque me bastaría para destruirla con el dato que se consigna en el libro Romance y corrido de Vicente T. Mendoza, relativo a corridos míos de fechas anteriores a la que se conoció en México, el Romancero gitano y si acaso en ellos se advierte alguna resonancia lorquiana, es porque tanto el poeta de Granada como Nicolás Guillén en su Sóngoro Cosongo y yo en mi Corrido de Domingo Arenas aparecemos unidos en un mismo intento, para citar a Juan Marinello: “dar cuerpo a una poesía limpiamente popular afincando el pie en un modo tradicional”.[52]
Donde la crítica no discrepa es en la calidad de su trabajo tipográfico que, incluso, fue expuesto en Nueva York (1943). Edward Larocque Tinker, quien seleccionó los materiales, le escribe a Lira: “Muchos de nuestros tipógrafos y editores dicen que las obras elaboradas en la Secretaría de Educación sobrepasan por mucho en diseño y maestría los trabajos de cualquier Departamento Federal o Estatal de los Estados Unidos.[53]
Estudiosos de la actualidad se acercan con la intención de apreciar en su justa medida la escritura creativa de Lira. Desde la Academia, Laura Navarrete, Adolfo Castañón, y José Ramón Enríquez son algunos de los investigadores que le han dedicado atención a la literatura liriana. Tesis mexicanas que han profundizado en algún tema o libro son las de Micaela Morales López, Olimpia Guevara y Daniel de Lira Luna. Asimismo, otros escritores han aportado al conocimiento de sus libros al presentarlos o dictar conferencias: René Avilés Fabila, Guillermo Vega Zaragoza, José María Espinasa, Pável Granados, Miguel Capistrán; pero queda mucho por hacer con su legado artístico y cultural, por ejemplo, la edición de sus obras inéditas, estudios biográficos actualizados, publicación de otra parte de su amplio epistolario y la revaloración de sus letras en la perspectiva del siglo xxi, considerando lo dicho por Paz: “Lira es notable en la historia de la poesía mexicana, porque trató de asimilar las corrientes poéticas modernas al corrido, […] pero también era editor; como editor hizo ediciones muy hermosas, de modo que tengo un recuerdo muy grato, de este hombre, generoso, cordial, y un poeta de verdad”.[54]
Haberse quedado en el provincialismo, haberlo defendido a ultranza, sin aceptar otras propuestas ni considerar las posibilidades de la literatura, en un mundo que se abría paso entre la ciencia, la tecnología y nuevas formas de la política económica fueron condiciones que no le permitieron comprender las tendencias literarias emergentes y las nuevas formas discursivas de las letras. En la literatura mexicana de la primera mitad siglo xx, en plena tarea nacionalista, el trabajo poético de Miguel N. Lira prosiguió la recreación del ambiente, paisaje y vida del México fuera de la capital cuyos pilares fueron López Velarde, González León y Fernández Ledesma y, en este contexto, su trabajo levantó comentarios alentadores: Frank Duster le escribió a Arreola: “Lira es el más grande poeta provinciano de México, con excepción del López Velarde de ‘La suave Patria’”.[55] Además, con sus corridos se forja un lugar especial (la “élite” no podía hacerlos) sin librarse de detractores que, en el teatro y en la novela, fueron más crueles; sin embargo, en esta situación no sólo estaba en juego una la defensa de una estética u otra, sino el futuro de la administración de la política cultural mexicana que caminaba por otra vía, más urbana y cosmopolita. Desde sus inicios se da cuenta: “empecé a escribir versos […] cuando los poetas que formaban en México el grupo Contemporáneos habían integrado una mafia tan estrecha que era imposible colarse dentro de ella o llamar, por lo menos su atención”.[56] No sólo él, pero en especial él, acaso también por su decisión de no formar grupos ni pertenecer a las élites culturales, fue quedando al margen de las ediciones, los espacios y los cargos oficiales, Además, la escena cultural mexicana contaba ya con figuras difíciles de superar: su teatro, por ejemplo, competía con el de Usigli, pero en franca desventaja porque pertenecen a estéticas distintas y su narrativa ya no pudo alcanzar la hondura técnica de otros indigenistas, y menos la maestría de Rulfo. Con su regreso a Tlaxcala, en 1951, quedó más aislado del desarrollo cultural que el México alemanista trazó hacia la prevalencia de los citadino, lo moderno, lo que no olía a indio vivo, a mestizo provinciano viviendo todavía entre las lenguas nativas y la magia del pensamiento indígena.
Lira intentó salir de su imagen de literato rezagado en lo idílico de la vida provinciana, y no logró sino los primeros pasos en su novela y teatro, pero se lamentaba del curso que iba tomando la cultura nacional diciendo: “No sé por qué el oropel de los falsos banderines sean los que triunfen política, social y artísticamente”.[57] La discusión sobre lo que debiera ser la literatura no era exclusiva de él. En el mismo tenor andaban Agustín Yáñez y Genaro Estrada quien apunta: “Pues lo mismo en los libros y en las revistas; mientras más se acercan a un sentido universal, significa que México sale de lo curioso y de lo pintoresco y entra en lo permanente y substancial”.[58]
Por otra parte, el descalabro sufrido por una candidatura que no llegó, después de vivir las envidias del gremio artístico en el antiguo DF y del político en su estado, lo hicieron ver todo desde otra óptica y siempre resintiendo la marginación o la indiferencia ante su obra en el centro del país, a pesar de estar en antologías importantes y de triunfar con su teatro en otros países.[59] Actualmente, son muy pocos los lectores de Lira y menos las historias de la literatura que le dan un lugar. Ha caído en el olvido de la cultura oficial más allá de su Estado y su mención es, con mucha frecuencia, al lado de Frida Kahlo, o de Los Cachuchas, o de las instituciones en la que laboró.
En otras lenguas y en otras artes
Lamentablemente, las traducciones de los textos de Lira, si las hubo, sólo se quedaron al nivel escolar: Helen Yeats, jefa del Departamento de Lenguas en Midwestern University, Wichita Falls, Texas, solicitó autorización para la traducción de La Escondida y Carlota de México para ser usadas por estudiantes de español. También Maurice Gnesin, profesor en The Arte Institute of Chicago, pretendió la traducción de Vuelta a la tierra. No se sabe si lo logró.[60]
Pero el cine mexicano de la Época de Oro sí aprovechó algunos éxitos de Lira para integrarlos a la cartelera melodramática predominante en la cual el trasfondo revolucionario –Revolución sólo como eso– era importante para reafirmar al partido revolucionario en el poder. En este marco, el suceso dramático Linda fue el primero hecho película con el sugestivo nombre de Tierra de pasiones (1942), con Jorge Negrete y Pedro Armendáriz en los papeles estelares. Después, la novela La Escondida se convirtió en el filme del mismo nombre con la dirección de Gavaldón en 1955 quien se encargó de lucir en la pantalla a la diva María Félix y a Pedro Armendáriz. José Revueltas, Gunther Gerzo y el propio Gavaldón hicieron el guion; la fotografía, estuvo en manos de Gabriel Figueroa y Juan Rulfo realizó la fija. Se llevó un Ariel por la Mejor Edición (Jorge Bustos), pero en Cannes no pudo competir con Talpa. Lira logró que se filmara en Tlaxcala, pero no quedó satisfecho con el resultado.
El tercer texto llevado al cine fue Mientras la muerte llega, anunciado en cartelera como Cielito lindo (1956), dirigida por Miguel M. Delgado quien lució a los protagonistas Jorge Negrete, Rosita Quintana y Luis Aguilar sin tener el éxito esperado.
Julián Soler quiso llevar al cine Vuelta a la tierra (1956), pero no se logró;[61] tampoco la película que le propuso Walt Disney en 1943. Lira comentó que La muñeca Pastillita se hizo ballet,[62] pero no se tienen datos de la adaptación.
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Nació en Tlaxcala el 14 de octubre de 1905; muere el 26 de febrero de 1961. Narrador, poeta, editor y tipógrafo. Estudió Leyes. Fue jefe de los departamentos editoriales de la SEP, donde coordinó las colecciones El Pensamiento de América y Biblioteca del Chapulín, y de la UNAM. Profesor de Literatura Mexicana e Hispanoamericana en la Escuela Nacional Preparatoria y en escuelas secundarias, fundó su propia imprenta y la editorial Fábula; y fue cofundador de la revista Universitarios. Su labor como impresor, editor y director de publicaciones fue ampliamente reconocida en el medio literario de nuestro país. Colaboró en Alcancía y Huytlale. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua correspondiente a la Española A. C., en Tlaxcala desde 1955. Premio del Consejo Técnico del DDF 1943. Premio de Literatura Miguel Lanz Duret 1947. Premio Saltillo 1948.
1995 / 08 ago 2018 15:30
En la obra de Miguel N. Lira (1905-1961), los temas populares y de preferencia la historia y las leyendas de Tlaxcala, ganan nuevo prestigio expresados en un lenguaje lleno de frescura y plasticidad en el que maduraron las resonancias de García Lorca. Entre sus poema sobresalen La guayaba (Tlaxcala, 1927), que incluye textos de amigos: “Lirate” de Genaro Estrada, “Corrido” de Salvador Novo, “Guayaba” de Alejandro Gómez Arias y “Guayabate” de Ángel Salas, con partitura; y varios corridos: el de Domingo Arenas (1932), México-pregón (1933), Coloquio de Linda y Domingo Arenas (1934), Corrido del marinerito (1941) y Romance de la noche maya (1944).
Su primera novela, Donde crecen los tepozanes (1947) se refiere a un nahual en un pueblo indígena tlaxcalteca. La escondida (1948) vuelve al tema de la Revolución, como en sus corridos, y refiere una animada historia de los principios de la lucha armada, también en Tlaxcala. Dos héroes de los corridos de Lira, Domingo Arenas y Máximo Tépal, reaparecen en La escondida. Su tercera novela es Una mujer en soledad (1956), en forma epistolar, y la última, Mientras la muerte llega (1958), sobre la Revolución.
Lira escribió para el teatro siete obras, algunas de ellas adaptaciones de corridos, otras de tema infantil y una histórica, Carlota de México (1944).
Su labor como tipógrafo y editor en el taller de Fábula –nombre también de una notable revista (1934)– fue importante. En Tlaxcala publicó solo o en unión de Crisanto Cuéllar Abaroa, la revista Huytlale, luego Hueytlalli (Tlaxcala, 1953-1959).
Sobre este autor véase: Raúl Arreola Cortés, Miguel N. Lira, el poeta y el hombre, México, Jus, 1977.
10 dic 1997 / 12 oct 2018 17:39
Estudió Leyes en la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) (1928). Combinó su trabajo como juez (tanto en la ciudad de México, como en Tlaxcala y Tapachula, Chiapas) con la de editor, tipógrafo y catedrático en la escuela preparatoria de Tlaxcala y en distintas universidades. Fundó la editorial Fábula y la revista del mismo nombre; las revistas Alcancía y Huytlale, esta última junto a Crisanto Cuellar Abaroa. Colaboró como editor en la Secretaría de Educación Pública (sep) (1941), donde creó la colección El Pensamiento de América, y en la unam (1935 y 1938), en donde fundó la Imprenta Universitaria y dirigió la revista Universidad (Mensual de Cultura Popular) (1936–1938). Además de ser un incansable promotor de la cultura, formó parte de la Compañía El Teatro de México (1943), a lado de Concepción Sada, Julio Castellanos, Ma. Luisa Ocampo, Julio Prieto, Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza, para dar un abierto impulso al teatro mexicano. Algunas de sus obras fueron llevadas al cine.
La obra de Miguel N. Lira abarca todos los géneros literarios, la poesía, el teatro, la novela, las epístolas y las crónicas de viaje. Recrea la provincia, las tradiciones indígenas, el movimiento revolucionario, la vida urbana, la crisis de valores, que interfiere en la organización familiar, y la mujer. Son novedosos en su obra la estructura, el manejo lingüístico, la ambientación y el tratamiento del tiempo, lo que permite ubicarlas en distintos momentos y circunstancias. Su poesía lírica, apegada a la métrica y rima tradicionales, se enfoca en lo autóctono, temas populares y regionales. En sus corridos se ocupa del amor o de la Revolución, como en el Corrido de Catarino Maravillas que narra la evolución del movimiento revolucionario desde Madero hasta Obregón. El Corrido de Domingo Arenas se ocupa del caciquismo y la Revolución, la barbarie y los abusos. Ha exaltado la imagen de héroes tlaxcaltecas que intervinieron en la lucha armada y sus relaciones de amor y desamor. Tiene poemas y corridos que recrean y rescatan tradiciones culturales como Retablo del niño recién nacido, México-pregón, Romance de la noche maya, poema erótico que recuerda una vieja leyenda y que se complementa con los dibujos de Gabriel Fernández Ledesma. Escribió corridos de homenaje como el dedicado a Manuel Acuña y el de Alfonso Reyes. En el Corrido del marinerito presenta un drama de amor que tiene como fondo a los elementos de la naturaleza. Música para baile reúne letras de canciones de amor. En su teatro intercala diálogos-poemas que retoman a algunos personajes de sus corridos y novelas. Vuelve a la tierra incluye poesía, danza y cantos; se ocupa de un rito pagano, de una tradición tlaxcalteca sobre la virtud y el matrimonio. En La muñeca Pastillita incursiona en el teatro infantil, cuyos personajes son los animales recreados en la juguetería tradicional mexicana.. En El camino y el árbol, obra de la que no existe original (según declaró el autor a Magaña Esquivel en su correspondencia), retoma la propuesta shakesperiana de las familias rivales que ubica en la provincia y plantea los valores patrios. Linda es un drama de amor entre un guerrillero y la hija de un terrateniente; termina con un corrido. Carlota de México y El pequeño patriota son obras de tema histórico; la primera se ocupa de la vida atormentada de la emperatriz y la segunda de la lucha maderista, cuyo héroe es un boxeador que ayuda con recursos económicos a la lucha. En la farsa Y el diablo volvió al infierno, la mención de Satanás como personaje es un mero pretexto para plantear el rompimiento de valores en el interior de una familia mexicana, que se adapta a la modernidad de los años cuarenta. En el drama Tres mujeres y un sueño, la desesperación ante la muerte es el detonante de la locura de la madre, quien a la vez provoca una serie de enredos amorosos entre sus hijas y sus parejas. La temática de sus novelas añade la intriga policiaca. Donde crecen los tepozanes narra la historia legendaria de un nahual, ocurrida en una comunidad indígena de Tlaxcala; en ella rescata el lenguaje indígena y recrea un mundo de misticismo y superstición. Esta obra se adaptó al cine como Cielito lindo y al teatro como Una voz en la montaña. Con La escondida, adaptada también al cine, obtuvo el Premio Lanz Duret, en esta novela reaparece el tema de la Revolución, es una historia de amor, donde se manejan valores psicológicos, históricos y sociales; sus personajes, Máximo Tepal y Domingo Arenas, recurrentes en otras obras, se enriquecen. Mientras la muerte llega el amor platónico del personaje central tiene como marco contextual la rebelión maderista desatada en Tierra Grande. A través de los recuerdos del personaje frente al pelotón de fusilamiento, se da cuenta de la descomposición social, la explotación y el cacicazgo en el ambiente de provincia. Una mujer en soledad es una novela epistolar y policiaca en la que dominan el monólogo, los recuerdos y el amor. El personaje central es una mujer en crisis que comete un crimen, hecho que resulta una forma de liberación; los valores, la vida urbana y el tráfico de drogas complementan la intriga. Otro aspecto que cabe destacar en Miguel N. Lira es su trabajo epistolar, en el cual encontramos gran variedad de asuntos ligados a sus afectos y a su trabajo intelectual; acuses de recibo y propuestas editoriales, experiencias de viaje, palabras de aliento y recuerdos comunes que permiten conocer la movilidad intelectual de una etapa de la literatura mexicana. Su Itinerario hasta el Tacaná, desde Tlaxcala al Soconusco se integra de crónicas de viaje con estampas, paisajes y costumbres de la provincia mexicana.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Academia Mexicana de la Lengua
Premio Lanz Duret
Revista de la Universidad de México
Fábula. Hojas de México
Huytlale. Correo amistoso de Miguel N. Lira
Secretaría de Educación Pública (SEP)
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM