Enciclopedia de la Literatura en México

Tropa vieja

mostrar Introducción

Tropa Vieja es la tercera novela de Francisco L. Urquizo (1891-1969). La fábula cuenta las peripecias de Espiridión Sifuentes, soldado reclutado a leva para formar parte del ejército federal, quien se convierte en testigo de los eventos más importantes de la Revolución mexicana desde su inicio hasta la Decena Trágica. Se distingue de otras obras que siguieron la estética de la época por cambiar la perspectiva y ofrecer un retrato de los soldados desde la tropa porfirista. Sin embargo, y sin caer en el maniqueísmo, la novela se construye desde una visión antibélica que cuestiona las consecuencias de la guerra y, al mismo tiempo, reinterpreta el sentir y la transformación malsana del individuo que es obligado a luchar en la Revolución. Con la favorable recepción de la novela, Francisco L. Urquizo se ganó el título de “novelista del soldado”.[1]

La novela tiene una primera versión impresa de 1940 por Editorial Juventud, conocida gracias a una fotocopia que se encuentra en el archivo personal del autor.[2] En 1943 se publica su versión más conocida, editada por los Talleres Gráficos del Departamento de Publicidad y Propaganda de la Secretaría de Educación Pública. En 1950 se reedita en la Editorial Yucatanense, en 1955 se vuelve a reimprimir para la serie Populibros de La Prensa. La edición de Populibros se caracterizó por tener una tirada “de cien mil ejemplares insólita para entonces y aún más para hoy”.[3] En 1987 se edita Obras escogidas por el Fondo de Cultura Económica en su colección Letras Mexicanas.

mostrar El general Urquizo, la Revolución y las letras

Francisco Luis Urquizo Benavides nació en San Pedro de las Colonias, Coahuila, el 4 de octubre de 1891. Recibió una modesta educación en la capital de su estado; más tarde se trasladó a México, D.F., para estudiar en el Liceo Fournier. Se especula que esta escuela –que inculcó con especial atención los saberes literarios y humanísticos– fue decisiva en la formación artística de Urquizo, en ella tuvo la oportunidad de acercarse a los clásicos literarios.[4] Al terminar su estancia en el Liceo regresó a su pueblo natal para dedicarse a trabajos de agricultura en la hacienda algodonera de su padre. Es hasta inicios de 1911 que, motivado por la Revolución y sus ideales, decide abandonar su vida pacífica de agricultor para unirse al ejército rebelde a lado de Emilio Madero.

Francisco L. Urquizo dedicó la mayor parte de su vida al ejército y su trabajo destacó notablemente tanto en la milicia como más tarde en las letras. En las tropas revolucionarias inició como soldado hasta ascender a general; fue uno de los hombres de confianza de Venustiano Carranza –al que siguió hasta el fin– lo que ocasionó que, tras el asesinato del político, Urquizo y los generales que acompañaron a Carranza fueran perseguidos, juzgados y encarcelados en la prisión militar de Santiago Tlatelolco. Fue liberado al poco tiempo y decidió exiliarse en España por seis años. En Europa se impulsó su carrera literaria.[5]

A la par de los cambios políticos y sociales en esta época, la literatura en México también se transformaba. Según Andrew Vigil desde 1900 la novela siguió dos rutas importantes: “La primera se ocupa de la vida psicológica de los hombres y las mujeres y la otra de los aspectos económicos y políticos de la sociedad”.[6] Tomás Bernal Alanís expresa que la novela de la Revolución ya tenía importantes antecedentes desde la época porfiriana entre los años 1876 a 1910.[7] Por ejemplo, Magaña Esquivel señala como precursoras las obras La bola (1887) y El cuarto poder (1888) de Emilio Rabasa, Tomóchic (1893-1895) de Heriberto Frías, y Los parientes ricos (1902) de Rafael Delgado;[8] otros estudiosos incluyen a La parcela (1898) de José López Portillo y Rojas.[9] Adalbert Dessau indica que el desarrollo de la literatura de este periodo se ubica “desde 1928-29 hasta mediados de la década de los años cuarenta”.[10] No obstante, muchos críticos señalan a Los de abajo (1915) de Mariano Azuela como el inicio de la literatura de la Revolución.

En cuanto a una definición, Antonio Castro Leal dice que

Por novela de la Revolución Mexicana hay que entender el conjunto de obras narrativas, de una extensión mayor que el simple cuento largo, inspirada en acciones militares y populares, así como en los cambios políticos y sociales, que trajeron consigo los diversos movimientos (pacíficos y violentos) de la evolución que principia con la rebelión maderista, el 20 de noviembre de 1910, y cuya etapa militar puede considerarse que termina con la caída y muerte de Venustiano Carranza, el 21 de mayo de 1920.[11]

Antonio Magaña Esquivel señala tres etapas de la novela de la Revolución: la primera corresponde a los antecedentes, “que representan el principio del realismo mexicano”. La segunda atañe a los testimonios que se caracterizan por una mirada centrada “ya sea [en] el protagonista, o bien, [en la] de un espectador de los sucesos violentos de la revolución”. En esta fase el estudioso ubica a Los de abajo (1915) de Mariano Azuela, El águila y la serpiente (1928) de Martín Luis Guzmán y Tropa vieja. Por último, se encuentra una tercera fase en la que las obras poseen una mirada retrospectiva: “que se caracterizan, en lo general, por su índole social, por su muy variada temática”. En cuanto a su contenido, el crítico propone un denominador común que es la “preocupación social”; por otra parte, se puede optar como eje narrativo las anécdotas, las memorias o las grandes figuras revolucionarias. Un rasgo que las distingue a todas es la “rebeldía contra el orden establecido, las reformas sociales, las consecuencias políticas y sociales”.[12]

Estas características si bien dan una visión amplia de la composición de las obras de las primeras etapas, también han sido señaladas por algunos estudiosos como “defectos”, quienes atribuyen a este género una somera concentración en la anécdota. Óscar Mata expone que la novela de la Revolución no tiene “grandes virtudes literarias […] carencia que suplen con su calidad de testigos de los sucesos que cuentan…”.[13] Si bien no se realizan innovaciones, rupturas o propuestas artísticas en las obras tempranas, sus atributos, como lo expone José Luis Martínez, son otros:

El sólo aspecto anecdótico de estas novelas, la crónica que ellas contienen de las hazañas de los caudillos y de los hombres que los seguían constituye una rica galería épica de tan alto valor humano como las más ilustres de la literatura universal. En estas novelas maduraba, pues, la expresión nacional y autónoma de nuestra literatura, en cuanto en ellas se manifestaba, en su aspecto lingüístico y en su aspecto universal, lo que puede llamarse el estilo de un pueblo.[14]

Sumado a este argumento, está el testimonio de Azuela que destaca tres obras de la Revolución necesarias para la evolución de las letras en México:

Las novelas Se llevaron el cañón para Bachimba (1931) de Rafael F. Muñoz, Tropa vieja (1931) [Así en el original] de Francisco L. Urquizo y Tierra grande de Mauricio Magdaleno, son tres ejemplos que tampoco se pueden olvidar. A las memorias de adolescencia se agregan los asesinatos de los grandes jefes y la explotación de los indígenas. Todavía la escena rural se encuentra en el primer plano y el manejo del lenguaje se vincula a una realidad concreta; textos que fueron el preámbulo –necesario, experimental– de la posterior renovación que representará Pedro Páramo.[15]

Otro recurso de la novela de la Revolución –que no había sido utilizado a profundidad por la literatura en épocas anteriores– es la exploración literaria del pensamiento del individuo y la reflexión de la condición humana. Si la Revolución permitió el intercambio cultural, también propició que los artistas se cuestionaran sobre temas trascendentales como la vida, la muerte, la libertad, el valor, la patria, etcétera. Todo ello modificó la cosmovisión de los escritores, la guerra llevó al combate entre compatriotas y al enfrentamiento del individuo consigo mismo –a sus miedos y dudas–; por otra parte, la naturaleza se acopló a este nuevo reencuentro con lo interno y despertó admiración y respeto por el escenario.

En Tropa vieja, durante los periodos de paz antes o después de los enfrentamientos, el combatiente se detiene a apreciar la naturaleza, el campo, la montaña y el desierto. Naturaleza y hombre, entran en contacto y el escenario se transforma en una comparación o metáfora con la vida interna del personaje y con sus grandes dudas y cuestionamientos de la condición humana.

La novela de Urquizo se publicó cuando la tradición literaria marcada por la Revolución mexicana ya contaba con importantes exponentes, tan sólo una década antes de su publicación le precedían Mi caballo, mi perro y mi rifle (1936) de José Rubén Romero y Se llevaron el cañón para Bachimba (1941) de Rafael F. Muñoz; obras que dialogan con Tropa vieja al narrar la evolución física y psicológica del protagonista al mismo tiempo que refieren los hechos del acontecimiento armado.

Estos elementos estéticos, filosóficos y psicológicos ofrecen un panorama amplio sobre la evolución de la literatura en México a principios del siglo xx, que se apropió de los recursos de las corrientes estéticas anteriores y que propagó nuevos elementos guiados por los sucesos de su contexto nacional que marcaron la vida y el pensamiento de los individuos. Los recursos literarios que las siguientes generaciones de novelistas comienzan a emplear, asimilar y superar dan paso al que es considerado el inicio de la novela moderna mexicana con la novela que cierra el periodo de la Revolución, Al filo del agua (1947) de Agustín Yáñez.

mostrar Algunas obras de Urquizo antes de Tropa vieja

En cuanto al lugar que ocupa Tropa vieja dentro de la amplia producción artística de Urquizo, se le considera como la mejor de sus obras, “la de mayor calidad”.[16] Esta novela viene a ser la síntesis de una larga formación artística y humana, en ella se reúnen su experiencia de vida, su conocimiento como militar y su trayectoria como escritor. Sin embargo, para que la obra alcanzara tales efectos, Urquizo ya había explorado diferentes caminos literarios en los que escribió sobre temas diversos, estilos y géneros como la ciencia ficción, el humor, los relatos de fantasmas o hechos sobrenaturales y, por supuesto, su visión de la milicia y la guerra.

La época de exilio en España (1920-1926) puede considerarse como una segunda fase en la formación artística de Urquizo. El escritor relata en sus memorias que gracias a que tuvo tiempo para recorrer la Madre Patria pudo relacionarse con artistas, intelectuales, incluso con sobrevivientes de la Guerra Civil española y de la Primera Guerra Mundial. En ese periodo escribe y publica dos obras en Madrid: Europa Central (1922) y su primera novela Lo incognoscible,[17] obra de ciencia ficción cuyo protagonista es un extraterrestre.

A su regreso a México, Francisco L. Urquizo inicia otra de sus etapas artísticas que se caracterizó por ser su periodo de mayor actividad literaria, en la que dio a conocer sus obras con regularidad desde 1930 hasta 1960. Publicó con frecuencia en El Universal, Novedades, Excélsior, La Prensa, entre otros.[18] De esta época se reúnen obras cortas de distinta índole como ensayos, cuentos, artículos, memorias, guiones de radio, cine, teatro y cómic. En lo que respecta a su participación en la vida intelectual y artística del país, esta fue modesta, su interés se centró en su carrera militar y, de forma más reservada, al ambiente artístico. No obstante, se tiene registro de que mantuvo correspondencia con Gerardo Murillo, “Dr. Atl”, y con el pintor español José Cembranos Vélez, al que menciona en su crónica Madrid de los años veinte (1961).[19]

De las primeras obras editadas en México está la novela Mi tío Juan, publicada en 1934, al igual que Lo incognoscible recurre a la ciencia ficción para exponer una visión utópica de México. Su siguiente obra H.D.T.U.P. (Hay de todo un poco) de 1935 reúne 14 cuentos con diversos temas –militares, humorísticos y sobrenaturales–. En cuanto a H.D.T.U.P., la obra revela algunos aspectos de la evolución artística de Urquizo: se acerca a situaciones, personajes y temas que son más tarde explorados a profundidad en la etapa madura del escritor. En H.D.T.U.P. aparece el tema militar en los cuentos “Lesa”, “Lo imprevisto”, “Mi batallón”, “De retirada”, entre otros. En estas narraciones el escritor no sólo experimenta con algunas técnicas literarias que son recurrentes en Tropa vieja, también traslada frases o párrafos completos de algunos cuentos a la novela.[20]

Con este breve recorrido en su formación artística se observa cómo la Revolución fue un suceso determinante en la vida del escritor, su experiencia en la guerra fue significativa para pasar de narrar relatos de extraterrestres y fantasmas a explorar la literatura de crítica social. De lo contrario, como señala José L. del Castillo, Urquizo hubiera obtenido un “destacado lugar entre ‘Los Raros’ de Rubén Darío” por su originalidad e irreverencia.[21]

mostrar Espiridión Sifuentes y la vida militar

Espiridión Sifuentes es el protagonista y la voz principal del relato. Él da cuenta, en primera persona, de sus vivencias en los cuarteles del ejército. Al iniciar la fábula Espiridión es caracterizado como un personaje libre, “altanero” e inteligente que, gracias a que recibió una modesta educación en la que aprendió a leer y sumar, evita que los campesinos de la hacienda sean engañados. Tal característica de rebeldía ha sido señalada por algunos críticos –Marta Portal, Adolfo Castañón y Alejandro Katz[22] como rasgos típicos del personaje de la novela picaresca, por lo tanto, se juzga a Tropa vieja como una. No obstante, si bien el personaje presenta tales atributos éstos no se mantienen en toda la narración. La función del protagonista no radica en la delincuencia o la rebeldía, ni se centra en las peripecias de un viajero desafortunado con la necesidad de sobrellevar el día a día. En Tropa vieja, Espiridión representa a un personaje colectivo; mientras que en su caracterización particular se observa una elaboración artística de la transformación interna, de la rebeldía juvenil a su madurez humana después de ser soldado y esposo, y externa al presentar relaciones entre los cambios físicos y su estado anímico conforme se enfrenta a la guerra.

Un ejemplo del cambio que experimenta Espiridión en la novela se observa en el contraste que hay en la voz y la perspectiva del personaje y su mundo. Nótese la actitud de sus primeros pasos en el ejército –justo después del reclutamiento y antes de iniciar la Revolución–. El narrador presenta un héroe ingenuo que es seducido o manipulado fácilmente por la vida militar, así se expone durante su primer “saludo a la bandera” en el ejército:

En aquellos momentos se me olvidaron los golpes y las patadas; las malas razones de los cabos y de los sargentos. Se me olvido el rancho, mi madre […] y sólo tenía en mi cabeza la bandera tricolor.
¡Con qué ganas hubiera gritado con toda mi alma un viva México!, ¡con qué rabia hubiera peleado contra un invasor![23]

No es el mismo personaje que, abatido por la guerra y la muerte, sueña –semejante al estilo horaciano– con la tranquilidad del campo y con la meta utópica de igualdad y libertad:

…hubiera yo querido ser libre y vivir con ella como viven los matrimonios, como Dios manda; aunque fuera en un jacal de los más pobres, en lo alto de algún cerro, o en lo espeso de un monte […]
Algún día dejaríamos de ser como animales para convertirnos en gentes. No más mariguana para olvidar las penas, no más mezcal para entonar el cuerpo, no más cargar la mochila y el fusil.
Qué bien ha de ser aquello de poder decir: “Hoy no tengo ganas de trabajar y no trabajo” […] ¡Qué bien disponer cada quien de su persona y sentir la libertad! Con razón las gentes y los pueblos pelean por su libertad, por conseguirla y no perderla.[24]

En cuanto a su voz, el estilo del lenguaje que forma literariamente al protagonista, se distingue que alterna entre un discurso emotivo y uno doxal. El primero para expresar su sentir ante la guerra y la injusticia; el segundo para adoptar una postura antibélica.

Por otra parte, el encuentro con lo femenino revela los momentos de transformación del protagonista: su iniciación sexual con una soldadera, después la unión con su primera “esposa”, la Chata Micaela, y, finalmente, su matrimonio con Juana –a la que alude en el párrafo citado.

Otro elemento que marca la transformación del héroe es su nombre, que denota la evolución y el cambio y adquiere importancia como rasgo característico en la narración. En su primera etapa de juventud es conocido como Espiridión, posteriormente pierde su identidad y solo se remite al número de su batallón; en su etapa madura el personaje deja de llamarse Espiridión y cambia su nombre a Juan, aludiendo al “apodo” o nombre con el que se les llama a los miembros del ejército: “Juanes”. El héroe adquiere otra visión de sí mismo, renuncia a su vida pasada y a la recuperación de su libertad, que sólo alcanza hacia el final de la historia, cuando se le amputa el brazo después del asedio de la Ciudadela. En esos últimos momentos de la novela el personaje regresa al punto de partida de su viaje, cuando se identifica al ver la marcha de los reclutas. Este “retorno” metafórico o estructura cíclica acentúa la evolución del héroe que si bien llega a un figurativo punto de partida, el personaje no es el mismo, está transformado interior y exteriormente.

mostrar Los “Juanes”, las soldaderas y los “hijos del cuartel”

Marta Portal señala que en Tropa vieja hay “interpolación de otras historias”,[25] entendida como la interrupción del relato por analepsis –o la narración de sucesos pasados–, para presentar a otros personajes y ofrecer puntos de vista adicionales a los del protagonista. Las diferentes irrupciones alejan momentáneamente al lector de la figura del héroe para ofrecer el testimonio de otros soldados. John Brushwood destaca cómo la novela no se centra en la figura del protagonista sino en la colectividad,[26] imposible si el foco narrativo sólo estuviera en Espiridión.

Del conjunto de personajes, son dos los que aparecen con mayor detalle en la narración –no obstante, sólo participan en la primera parte de la novela–. Después del protagonista, la segunda voz importante de la fábula pertenece al soldado Juan Carmona que narra sus orígenes como minero, retratando la pobreza y la injusticia en la lucha contra los poderosos y la necesidad de recurrir al robo para sobrevivir:

Yo soy de Pachuca, ya tú lo sabes, de allá de un mineral muy lejos de estas tierras, cerca de México, de la mera capital de la República. Allí era yo minero como casi toda la gente pobre de la población. […] Son las minas infiernos por lo caliente y por lo lóbregas que están. Los hombres parecen condenados; desnudos, bañados en sudor y en agua, gastando el alma con el pico y con la pala […] oro y plata revueltos con el sudor y con sangre de la pobre gente que vive como topos en la tierra lejos, muy lejos de la luz del sol.[27]

La perspectiva dada por Carmona es la más pesimista en el relato, se caracteriza por sus abundantes reflexiones “filosóficas” que contrastan significativamente con la ingenuidad de Espiridión o con el optimismo “romántico” de Jacobo Otamendi:

¡Libertá!, ¿quién sabe nunca lo que es eso? Yo creo que los únicos libres sólo son los muertos, que ya se libertaron de sus mismos cuerpos. Nadie es libre en este mundo; a unos hombres, los mandan otros hombres y los que parecen más libres, los mandan sus mujeres, o sus dolencias, o sus vicios, o sus necesidades. El estómago manda, la cabeza manda, cada cosa del cuerpo manda. ¡Qué más da estar aquí o en otra parte![28]

Se ha mencionado anteriormente algunas características de Jacobo Otamendi, “periodista revoltoso” y librepensador, cuya estancia en el ejército se debe a sus artículos y periódicos clandestinos. Se distingue por ser la “voz de la conciencia” de los personajes más jóvenes o cegados por el miedo o la ignorancia. A menudo sus participaciones son para exaltar los objetivos utópicos de la Revolución o para aconsejar a sus compañeros:

No te atreves a sacudir la coyunda y a ver más allá de la labor, más allá del cuartel en que te tienen encerrado. Si tienes una cabeza aunque sea pelada al rape, no es sólo para que te pongas el chacó, y si tienes un arma no es para defender a un tirano, sino para conseguir tu libertad. Piensa tantito, no ya para ti mismo, sino para los demás, para tu hijo, para tu vieja, para los que han tenido todavía la suerte de no caer de leva, pero que viven de idéntica manera a todos nosotros.[29]

El principal interés de Otamendi consiste en escapar del ejército y unirse a la Revolución, así lo hace tan pronto encuentra la oportunidad de desertar en una de las batallas. Tanto Carmona como Otamendi muestran la ironía en Tropa vieja, pues los dos son destruidos por lo que más desean. En el caso de Carmona es la súbita revelación de la lucha por un ideal tras el asesinato de su hijo; con Otamendi, la muerte a manos de los revolucionarios.

Actores importantes en la fábula son las soldaderas y los “hijos del ejército”. Si bien las actividades de las primeras son descritas superficialmente, son fundamentales para la vida militar: conseguían alimento, cocinaban, eran enfermeras, incluso hacían contrabando de alcohol y drogas. Una de las tareas más resaltadas en la novela es su labor como mensajeras al llevar y traer información del exterior a los cuarteles. Por ejemplo, la primera esposa de Espiridión, la Chata Micaela, es la encargada de dar a conocer las noticias más importantes de las luchas revolucionarias. La función de las soldaderas es indispensable al punto de que cada “juan” no puede prescindir de su respectiva compañera. El lector puede conocer la situación política y social en la diégesis gracias a las intervenciones de estos personajes, quienes ofrecen marcas temporales e históricas. Todos estos rasgos de caracterización hacen de estas mujeres personajes referenciales; nutren y refuerzan el imaginario literario de la “soldadera”.

Por otra parte, los hijos de las soldaderas –a veces de padre desconocido pues se convierten en mujeres de “toda la tropa”– son los “niños del ejército” que nacen en el cuartel y son criados por el batallón. Estos personajes, que recuerdan a la estética del Naturalismo, son víctimas del determinismo que los arroja a la vida militar por nacimiento:

… ya de muchachones acaban como nosotros, de soldados; soldados veteranos desde que comienzan la carrera, porque ya antes pasaron por todo; ya están curtidos en el cuartel y saben todas las mañas de la tropa vieja […] ¿tú crees que a los que así crecieron, les importan los golpes y las maltratadas? Ni mella les hacen; si nunca oyeron hablar palabras buenas, ni vieron otra cosa que las cuadras cuarteleras […] Y como son rete águilas, pronto ascienden a clases, y, ¡qué clases!; son los peores, los que más maltratan a los reclutas y los que más pegan.[30]

Uno de esos niños es Juanito, hijo de Carmona y Juana, cuyo nacimiento se convierte en una ceremonia espiritual –mas no religiosa, pues carecen de sacerdotes o credo– que une a la tropa. Los soldados se transforman en “hermanos” durante el “bautizo a lo militar” del niño:

En nombre de la nación mexicana, que quise yo hacer libre e independiente, sin que hasta hora todavía logre serlo, yo te bautizo, compatriota recién llegado, nacido entre la tropa del Noveno batallón de infantería. Eres de la juanada y Juan te has de llamar. Si llegas a ser hombre cabal, procura ser libre, y si tus manos empuñan un fusil, que no sea para matar a tus hermanos en defensa de tiranos…[31]

Estos son algunos de los rasgos más característicos de los principales actores que forman Tropa vieja. Los miembros del ejército federal no son retratados como el bando antagónico, con lo que se resalta un aspecto de la condición humana.

mostrar El lenguaje y el habla de los personajes

Una de las características más alabadas de Tropa vieja es el lenguaje, cuya enunciación corresponde a la condición social e ideología de los personajes. Magaña Esquivel destaca que Tropa vieja está “plegado de mexicanismos, del habla popular, de dichos del cuartel”.[32] En esta misma línea, Marta Portal señala que la disposición del discurso en Tropa vieja es “espontáneo, llano, natural, extraordinariamente realista”.[33] El juicio que revela la esencia de ese atributo lo ofrece José Emilio Pacheco:

Una de sus grandes virtudes es el manejo del diálogo, inmensa dificultad para los novelistas mexicanos, sobre todo cuando se trata de hacer hablar a personajes populares. O es “literario” entre comillas o es caricaturesco. Escribir no es hablar. El diálogo es una representación ideal y utilitaria (en el sentido de funcional para los fines de la novela) de cómo hablamos. Maestro del diálogo, Urquizo supera en este campo a muchos narradores profesionales.[34]

La naturalidad del lenguaje y su capacidad para plasmar la personalidad de sus personajes, del pueblo y el ejército, son elementos importantes en Tropa vieja. Sin embargo, a pesar de estos juicios favorables no se puede pasar por alto otra perspectiva crítica que cuestiona la sencillez en el lenguaje de la novela. Según Víctor Díaz Arciniega la simplicidad del estilo de Urquizo es una característica que no la hace competir con la prosa de otros grandes artistas. Bajo este tenor, el investigador señala que el lenguaje en manos del escritor no supera lo “convencional” ni se aproxima a una “exploración de un lenguaje que rebase lo pragmático”,[35] por lo tanto, su lenguaje se convierte en meramente referencial.

No hay que olvidar que las técnicas empleadas en esta etapa de la novela de la Revolución aún no perseguían un fin de innovación estética. Comenzaba la exploración y tratamiento de un tema, en el caso de Urquizo exploraba diversas formas de modelar el lenguaje de la novela. Por ejemplo, es conveniente señalar una alteración considerable en la enunciación de Tropa vieja. El siguiente fragmento es una carta de la madre del protagonista:

Orisonte, Cuaguila 15 de mallo de 1910.
Señor Espiridion Sifuentes.
Cuartel del Nobeno Batallon en Monterrey. N. L.

Cerido igo: Le pido a Dios yala virgen santicima que te aigan alludado y te cigan alludando en ese infierno en que as de estar tu. Llame afiguro los asotes que estaras recibiendo alla y las malas pasadas que tendras que sufrir igo asta quando te bolbere aber seme afigura que primero me muero lla estoi bieja y abandonada i enferma.
[…]
Tuermano Jose se jullo desde queteagarraron ati de leva por ai andara quen sabe en donde llo no tengo noticias del ni para un remedio los amos de aqui tambien son gachupines i les gusta sintariar alos piones.[36]

El efecto que causa al lector el encuentro con esta carta es de asombro ante la muestra del habla popular trasladado al lenguaje de la novela, contraste considerable con el resto del discurso, que presenta numerosos momentos descriptivos, de profundo diálogo, pensamiento y acción. Con la ruptura del esquema preestablecido para implantar, con cierta rudeza, el reflejo fiel y literal del habla común, Urquizo se adelantó –varias décadas– a lo que posteriormente se hace con algunas de las novelas experimentales en México.

mostrar El espacio y el tiempo de la diégesis

Tropa vieja se conforma de diferentes cronotopos y escenarios que dialogan con la historia. En primera instancia se encuentran los lugares o los sitios donde se desarrollan los hechos –Torreón, la Ciudad de México, la prisión militar Santiago Tlatelolco, La Ciudadela–, que por el impacto social e histórico durante la Revolución logran un contraste significativo con el espacio ficcional que depende de la construcción literaria y simbólica; por ejemplo, los niveles de construcción metafórica del cuartel.

Hay que distinguir entre el tiempo y su función como referente histórico, en contraposición con la temporalidad de la narración y los distintos cambios en el tempo según las demandas del texto y las acciones. El tiempo histórico o las coordenadas por las cuales se conoce el transcurso de los eventos, se establece gracias a la descripción de las diferentes batallas o hechos relevantes del periodo en el que se ubica la diégesis: centenario de la independencia, inicio de la Revolución, toma de Torreón o Decena Trágica. Gracias a estos datos se establece la relación entre la narración, los hechos que interpreta y su verosimilitud.

Mieke Bal señala que “en muchas historias de viajes, el movimiento es una meta en sí mismo. Se espera que resulte en un cambio, liberación, introspección, sabiduría o conocimiento”.[37] Es decir, el espacio en Tropa vieja, que se distingue por su dinamismo, es tanto una recreación de la intensa movilidad social e ideológica de aquellos años, como una marca de las distintas etapas de aprendizaje de Espiridión. Cada momento del viaje con su respectivo escenario dominante otorga “conocimiento y sabiduría” al héroe, por ejemplo, lo que aprende en el cuartel, tanto de la condición humana como de lo político y social, o lo que descubre en el campo de batalla, en la prisión o durante el asedio de la Ciudadela.

Por otra parte, tiempo y espacio se nutren simbólicamente del dinamismo y la inmovilidad. Según Antonio Lorente Medina “El dinamismo espacial de los primeros capítulos contrasta con el estatismo de su estancia cuartelera, que contiene las múltiples experiencias que lo anonadan hasta convertirlo en un autómata que reaccione ante las órdenes dadas a toque de corneta y el recuerdo abrumador de las leyes penales militares”.[38] La inmovilidad del encierro en el ejército se relaciona con el estado interno del personaje, su condición de esclavo o prisionero crean un ritmo lento; por otra parte, el espacio exterior, los momentos de paz, la contemplación de la naturaleza e incluso las batallas, se caracterizan por el cambio súbito, en el que escenarios y descripciones se dan con un tempo veloz.

Los diferentes escenarios en los que se lleva a cabo la acción se dividen en espacios abiertos y cerrados, agrupados en contraste según el orden de aparición en la fábula: campo-cuartel, cuartel-desierto, ciudad-prisión, etcétera. Esta misma idea se complementa con el símil de vida y muerte, siendo la muerte la liberación de las penas, según expresa uno de los personajes: “Yo creo que los únicos libres sólo son los muertos, que ya se libertaron de sus mismos cuerpos”.[39]

Otro ejemplo del uso del tiempo en la novela se encuentra en su división. Tropa vieja se compone de dos partes: la primera finaliza con la toma de Torreón (15 de mayo de 1911); mientras que la segunda sección de la obra inicia año y medio después. Al inicio de este último apartado se hace uso de la analepsis para relatar brevemente los hechos transcurridos después de la derrota del ejército federal. Es de notar que el personaje señala el significado del salto temporal: “soy el asistente de un jefe y me la paso muy regaladamente. El tiempo que ha transcurrido me parece un soplo y mi deseo más grande sería el poder seguir tal y como me encuentro…”.[40] Existe, por lo tanto, una aceleración que responde a los “momentos felices” en contraste con el tiempo “largo” que se relaciona con la esclavitud del soldado.

Existe en la novela una técnica narrativa en la que hay supresión del diálogo y la voz del narrador se funde con la descripción. Este proceso de configuración del espacio privilegia la contemplación del paisaje y la naturaleza con dos matices: hostilidad del medio o libertad. En el primer matiz el efecto se acentúa cuando la naturaleza se acompaña de rasgos psicológicos o físicos como tristeza, enojo o sed. Edmundo Valadés señala que el paisaje es uno de los grandes personajes de la novela de la Revolución mexicana, pues fue "escenario de la rebelión iniciada en 1910, enmarca, captada por pluma de los escritores que lo describe casi siempre como testigos oculares [...] que excede al de la simple descripción".[41] No sólo tiene una función referencial, también es un importante recurso estético que emplea lo literario como una forma de lograr una “pintura” o “mural” de los hechos narrados. Así lo señala Valadés cuando refiere cómo el paisaje se convirtió para el artista-testigo en "una revelación estética, de la que habría de derivarse el genio pictórico de sus grandes maestros pintores".[42] Coincide con este argumento Manuel López Oliva, para quien "La narrativa intentó obtener los efectos de la pintura, convirtiéndose en pintura verbal" y cuya función no sólo fue estética, pues dependió de "aquella problemática dramática" de la Revolución mexicana.[43]

Para Jane Allard el espacio es un medio que expone el estado anímico que los escritores pretendieron plasmar: “los autores de la Revolución, se aprovechan de la naturaleza y en todos sus variados estados de ánimo la entrelazan con sus personajes para producir una atmósfera peculiar en la que se deja sentir su influencia a través de la cual pueden proyectar alegría, tristeza, serenidad, nostalgia, etc., según sea el caso que describan o comenten”.[44] La investigadora concede peso simbólico al paisaje en la literatura de la Revolución por la experiencia que tuvieron los escritores de esta generación con la tierra y el fervor a la naturaleza.[45]

En Tropa vieja se observa la apropiación de este recurso en la elaboración literaria del paisaje: se proponen cuadros llenos de plasticidad de lo bélico o de lo social. Urquizo usa el tempo y la “cadencia del verbo" –término usado por Marta Portal– para formar una descripción que mezcla, armoniosamente, la crítica social con elementos retóricos:

Tierra abandonada de la mano de Dios, sin agua ni verdor; tierra suelta hecha polvo, como para cobijar de un solo soplo de aire a los viandantes hambrientos y cansados que por allí pasaran. Tierra maldita, castrada, infecunda como las mulas que nunca han de parir. Tierra sin consuelo, tierra triste y sedienta como el pobre, como el gañán que vive y que vegeta y que ni espera nada porque nada han de darle. Tierra blanca, pardusca y sucia como los calzones de manta de los hombres del campo; tierra que se adelantó a la muerte y que se hizo polvo antes de morir.[46]

Portal identifica esta técnica literaria en otras novelas como El resplandor (1937) de Mauricio Magdaleno;[47] más tarde, Agustín Yáñez también utilizó la cadencia del verbo en el “Acto preparatorio” de Al filo del agua.

Si bien el paisaje adquiere rasgos hostiles que funcionan como símiles de la situación social, también es notable que la naturaleza se impone como la verdadera representante de la libertad:

México llegaba nomás que hasta el castillo de San Juan de Ulúa; de allí, para adelante, el mar inmenso, que no es de nadie. La riqueza de la tierra, el poderío, las ambiciones, llegaban hasta allí; para adelante, mar y cielo, el poder de los hombres; cáscaras de nuez, juguetes de las olas y del viento […] Cielo y mar, hembra y macho dueños de todo el mundo…[48]

A diferencia del retrato del campo, las imágenes del cuartel, la cárcel, la hacienda, o cualquier otro espacio relacionado con el encierro o la guerra, adquieren un tono y ritmo distinto de descripción: lento, monótono como los cantos de los centinelas que describe Espiridión en el cuartel, y se destaca el uso de adjetivos que acentúan la opresión:

Era un caserón hecho de piedra y de ladrillo, tan grande como una manzana de casas; en medio, un zaguán enorme como un garitón a cada lado; en toda la fachada ventanas altas con rejas de fierro; arriba, en la azotea, el astabandera, almenas y garitones. Todo lo demás: tapias muy altas de piedra para que nadie pudiera escaparse […]
Afuera, encima del portón, estaba pintada un águila parada sobre un nopal y comiéndose una víbora; arriba de ella había un letrero que decía: “9° Batallón de Infantería”. La tropa mal intencionada decía que el águila representaba al general y la víbora a la tropa bien apergollada.[49]

Si bien todos estos espacios son comunes o habituales (hacienda, cuartel, mar, desierto, etcétera) también son simbólicos; en contraste con ellos hay otro tipo de escenarios que adquieren otra función por su significación social e histórica. Estos lugares son la ciudad de Torreón, Coahuila; la prisión militar Santiago Tlatelolco y el edificio de La Ciudadela, en la Ciudad de México. El elemento distintivo que crea la ilusión referencial corresponde a la unión de eventos históricos y los recursos que entran en juego –fechas y personajes históricos– para lograr verosimilitud.

La ciudad de Torreón es importante como espacio para la novela y significativo para el lector cuando el protagonista refiere el asalto y genocidio en mayo de 1911; Espiridión como personaje testigo elabora la narración detallada de los hechos sin dejar de lado la emoción trágica del evento. La prisión de Santiago Tlatelolco, que es un lugar importante en la historia nacional porque ahí fueron encarceladas importantes figuras de la Revolución, incluso el propio Urquizo, adquiere peso simbólico a través de los ojos de Espiridión, quien da a conocer el ritmo de vida y las costumbres de los prisioneros. Por último, el edificio de La Ciudadela se convierte en el último escenario de relevancia histórico-simbólica al ser uno de los sitios en los que se desarrollan escenas de la Decena Trágica; en el universo narrativo se transforma en el punto de “no retorno” o liberación de la vida militar de Espiridión, quien deja de ser apto para el combate al perder un brazo.

mostrar Tropa vieja y su recepción

Tres líneas de investigación se han reunido alrededor de Tropa vieja desde su publicación. La primera responde a su naturaleza testimonial e histórica; la segunda, es lo que la crítica ha llamado “memoria novelada” o “retrato de la pura anécdota”;[50] la tercera, presente a partir de la década de los noventa, corresponde a su revaloración literaria y a la asimilación de lo histórico-social en comunión con una variante del género narrativo. Es decir, en esta última línea de estudio el análisis se centra en el impacto que tuvo la Revolución en la construcción del héroe, para ello se ha buscado luz interpretativa en las características de la novela picaresca y de la novela de formación.

Es recurrente encontrar en la recepción de la obra la preferencia por el análisis que se apoya en las perspectivas antropológicas e históricas. Dichos trabajos ofrecen una variedad de estudios cuyas principales líneas son: el papel de las figuras revolucionarias dentro de la ficción, el carácter antibélico de la obra, las costumbres en la vida militar de la época, el papel de la mujer o soldaderas en la Revolución y el uso de drogas y alcohol en el ejército. De este cúmulo de propuestas se destaca la propensión a minimizar los elementos literarios a favor de los rasgos testimoniales o de aquellos recursos que aproximen al lector a una comprensión de la época y su sociedad.

En 1955 se publicó una reseña de Carlos Valdés cuya importancia radica en hacer el primer acercamiento a los rasgos más característicos de Tropa vieja, así como perfilar las propuestas de estudio que más adelante se volvieron recurrentes. Valdés señala que los elementos más atractivos de la novela son la riqueza del lenguaje, la verosimilitud, la ironía o el “humor del mexicano ante la muerte”, el retrato del paisaje y el “realismo escéptico-optimista […] sombrío; pero no deprimente”.[51]

A esta misma línea, que destaca el elemento de verosimilitud, se sumó la opinión que Salvador Novo dio en una entrevista en 1958, en la que, además de valuar a la novela de la Revolución como “aburrida”, destaca la sinceridad testimonial en Tropa vieja: “La mayor parte de los novelistas de la Revolución no tuvieron el valor de decir lo que en realidad sucedió en los campos de batalla y en los gabinetes privados de los grandes jefes e ideólogos. La novela más auténtica es Tropa vieja”.[52] Estas palabras de Novo se convierten en unas de las más citadas, tanto por polemizar a los novelistas de la Revolución, como por ser un juicio favorable que destaca la labor testimonial y autenticidad de la novela de Urquizo. De igual forma se revela otro aspecto que domina las tendencias en el estudio y que se mantuvo por varias décadas: la reflexión del carácter histórico-social de Tropa vieja.

En 1964 Antonio Magaña Esquivel publicó el análisis más extenso de Tropa vieja que si bien siguió resaltando el valor testimonial e histórico de la obra, también aportó otros elementos dignos de mención. Magaña Esquivel elogia el habla en la novela y la califica como pintoresca pero “profundamente humana”.[53] En segundo lugar, y este es el argumento que ocupa mayor espacio en el estudio, analiza la construcción de los personajes: no sólo reflexiona sobre el papel del protagonista, sino que destaca lo que éste representa. Es decir, Espiridión como un personaje colectivo que es el ejército. Para Magaña Esquivel, el retrato del soldado se convierte en un elemento distintivo de la novela: “En ello está uno de los atractivos de Tropa vieja: en presentar, con perfiles precisos, exactos, humanos, el cuadro del humilde soldado víctima de la leva porfirista”.[54]

En 1966, John S. Brushwood publicó un estudio en el que expone cómo Francisco L. Urquizo se aleja de la narrativa autobiográfica. El crítico señala que la novela no limita la atención a la figura del protagonista sino la amplía a la colectividad; recurso que permite la “humanización del soldado”: Para el soldado de Tropa vieja la vida es lo importante. Urquizo da una perspectiva existencial del individuo, entre su yo interior y las fuerzas exteriores que lo dirigen”.[55]

En 1967 se publicó en Alemania un estudio relevante para la literatura de la Revolución mexicana a cargo de Adalbert Dessau. En ese trabajo Tropa Vieja sólo se menciona brevemente, el espacio que ocupa en el análisis se resume a un intento de organización temática. Ubica a la obra dentro del grupo de “memorias y hechos novelados”,[56] lugar que comparte con las novelas de José Vasconcelos, Rafael F. Muñoz, José Mancisidor, Nellie Campobello, José Rubén Romero, entre otros.

La evolución de la crítica de Tropa vieja alcanzó un punto importante en 1977 con el trabajo hecho por Marta Portal y su recopilación de estudios de la novela de la Revolución mexicana. La investigadora no sólo recupera las propuestas anteriores, sino que realiza un profundo análisis de los elementos literarios que conforman la novela y crea nuevas tendencias interpretativas, como el juicio en el que clasifica a Tropa vieja como novela picaresca,[57] argumento de gran peso en la posterior recepción de la obra. Un elemento destacado por Marta Portal es la “interpolación de otras historias”, entendida como diversos relatos de otros personajes que se insertan en la diégesis; también señala las “reflexiones moralizadoras”, a las que califica como “sentencias filosóficas pedestres”,[58] que se refieren a los diversos momentos de introspección de los personajes para cuestionarse sobre asuntos existenciales como la libertad, la muerte, el tiempo, etcétera. De esta forma, la crítica literaria de Tropa vieja en años posteriores se desarrolló en torno a estas propuestas.

Fue hasta 1991 que José Emilio Pacheco hizo una revalorización de la obra de Urquizo y abrió un nuevo panorama de estudio, no sin antes cuestionar los juicios hechos con anterioridad:

Una novela no picaresca aunque con rasgos picarescos; por ejemplo, la autobiografía supuesta y el viaje […] Resulta una novela documental en el sentido de que cuanto narra ocurrió así, aunque no le pasó a Espiridión sino a muchos otros que el resume y simboliza. Es una novela de aventuras que tiene como trasfondo la historia mexicana de 1910-13. Es una novela antiheroica, antiépica y antibélica al modo de las novelas de la primera posguerra.[59]

El debate en torno a los elementos de Tropa vieja comenzó a ser de interés para los académicos que cuestionaron las anteriores vías de análisis y reavivaron las polémicas sobre el carácter autobiográfico, lo testimonial y lo picaresco.

Otro paso significativo en la recepción apareció con el estudio de la novela de la Revolución hecho por Antonio Lorente Medina en 2008. En su trabajo, el investigador destaca el aprendizaje del protagonista como un elemento enriquecedor en la construcción del personaje;[60] en un segundo estudio publicado en 2015, retomó este argumento y calificó por primera vez a Tropa vieja como novela de formación o Bildungsroman.[61] Sin embargo, esta última postura crítica ya se había desarrollado con más detalle por Juan Antonio Rosado en 2011. En su investigación, Rosado se aparta del estudio de la obra desde los aspectos de la novela picaresca y expresa la semejanza de los elementos estructurales de la obra con la novela de formación pues “hay una metamorfosis radical del individuo y un paulatino y doloroso proceso de aprendizaje, con sus ritos iniciáticos en un cuartel crudo y pesadillesco que funciona como microcosmos de una sociedad injusta”.[62]

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mostrar Enlaces externos

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Al general Francisco L. Urquizo se le ha llamado con justicia, "novelista del soldado". Militar y revolucionario de larga ejecutoria, une con singular destreza sus vívidas experiencias militares a una fértil imaginación de novelista, para brindarnos, en páginas amenas y sencillas, la trama heroica de nuestras luchas internas que a la postre son, por afinidad de hermanos, las de todos los pueblos indolatinos que habitan el Continente.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 1955. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


Al general Francisco L. Urquizo se le ha llamado con justicia, "novelista del soldado". Militar y revolucionario de larga ejecutoria, une con singular destreza sus vívidas experiencias militares a una fértil imaginación de novelista, para brindarnos, en páginas amenas y sencillas, la trama heroica de nuestras luchas internas que a la postre son, por afinidad de hermanos, las de todos los pueblos indolatinos que habitan el Continente.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 1974. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


Tropa vieja, del general Francisco L. Urquizo (1891-1969), constituye un caso excepcional dentro de la literatura de la Revolución mexicana, pues presenta los acontecimientos desde el campo de las fuerzas federales, uno de los lados menos conocidos de las luchas revolucionarias.

Actor y testigo de los hechos que narra, Urquizo nos ofrece un testimonio certero y honesto de las esperanzas y desilusiones del pueblo mexicano en su lucha por lograr una vida mejor y más justa en medio de profundos conflictos sociales y complejas contradicciones ideológicas.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 1979. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


El general Francisco L. Urquizo (1891-1969) formó parte de las fuerzas revolucionarias desde 1911 y fue testigo de la tragedia que concluyó con el asesinato de Francisco I. Madero (1913), y años más tarde, estar al lado de Venustiano Carranza la noche de su asesinato en Tlaxcalantongo (1920). Esta vívida experiencia militar y humana la contó Urquizo en más de 30 volúmenes, la mayoría de ellos de carácter histórico y pletórico de anécdotas propias y de los personajes que trató y conoció. Pero a la vez que esta amplia obra histórico-testimonial, el autor también incursionó en la narrativa de ficción, destacándose entre ellas la tan celebrada Tropa vieja, novela narrada en primera persona por un "Juan" a quien la leva porfirista enroló en las filas del ejército federal. Considerada como la mejor obra de Urquizo, la crítica también la sitúa entre una de las novelas mejor escritas sobre la Revolución Mexicana.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2016. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.



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