Los ocho relatos de este volumen tienen lugar en Londres, en Belgrado, en San Francisco, en Nicaragua, en la ciudad de México. Hombres y mujeres frente a frente, a menudo encontrados, todos preguntándose qué quieren del mundo, del otro y de sí mismos. Los no románticos no son sólo los varones que se preguntan cuál es su papel en el amor y cuál su lucidez y pasión ante la historia; también son las mujeres, con su propia locura e inteligencia.
En los años sesenta y setenta, muchos jóvenes mexicanos tuvieron la experiencia, reservada antes sólo a los miembros de la élite, de formarse en el extranjero. No fueron a hacer posgrado a universidades famosas, más bien hicieron suyo el mundo de las subculturas en ascenso, que tenían como profetas a músicos, cantantes, "apostoles de la expansión de la mente", "hare krisnas", autores de historietas underground. Ecos de la vida que conocieron los miembros de esta generación pueden encontrarse en lo que se denomina literatura de "la Onda".
Héctor Manjarrez (1944) puede servir como ejemplo de lo heterogéneo encasillado en aquella escritura. Su obra se destaca por su profunda inmersión en el mundo de las subculturas --que revela también su conocimiento en profundidad--.Preocupado por la verdad mágica de ciertos momentos, tiempos y espacios, no es un ordenador de sus relatos; éstos son más bien modalidades poéticas de un discurso cuya movilidad, a menudo inasible, fluctúa en la inderminación temporal. El lenguaje subraya esta libertad: la dependencia total de la estructura al estado de ánimo.
Hay en la serie de relatos reunidos bajo el título de No todos los hombres son románticos --que de acuerdo con el autor tienen una unidad, pues ofrecen las etapas de su desgarramiento--algunos rasgos que indican una resurrección de la novela gótica y la romántica --ambas ejemplo de una disensión--,pero no es posible engañarse sobre el carácter lúdico de estas preferencias. Puede haber nostalgia, pero la manera como éstas se elabora manifiesta la distancia que el autor ha establecido con ella, e incluso que la entrega al lector pasada por el tamiz de la ironía.