''Toda la vida de don Francisco fue una milicia continuada'', resume lapidariamente la primera biografía de Quevedo, la de Tarsia, en propio siglo XVII. No la vida de un soldado distinguido, como la de Cervantes, sino la de un importante personaje en la España de los Felipes, en una España que es todavía panaeuropea e internacional. Tampoco, como la de Cervantes, una vida heroica, luego reprimida y transfigurada en poesía con lenta torsión, maravillosamente segura. No, sino milicia, ejercitada con enorme intensidad, y cortada aquí y allí por intermedios de cansancio y desesperación.
Los dos centenares de cartas, o poco menos, que de Quevedo sobreviven, marcan las peripecias de ese agitado camino: el que lleva hacia el Buscón, los Sueños, los Sonetos a Lisi, la Hora de todos, la Vida de San Pablo, pero también a los golpes –dados y recibidos– de la riña literaria, politica y religiosa, a las conjuraciones de Niza y Venecia, a la marea de favor y disfavor en la corte, al proceso, al destierro y a la cárcel. Y desde las cartas más tempranas, nisiquiera escritas en español, sino en latín, ¡qué inconfundible y de una pieza se nos da ya Quevedo, impaciente, agudo y verbalista!