Con un manejo escrupuloso de la palabra y una descripción objetiva de la Roma de su tiempo, Plinio enriquece, con sus Cartas, el conocimiento del pasado y permite acceder a su cotidianidad, que es la del ciudadano relevante.
Como hombre de Estado comenta los trabajos públicos: debates en el Senado, procesos jurídicos, actuaciones de políticos; manifiesta inquietud por los desórdenes en los comicios y la persecución a opositores. Como individuo aconseja, advierte, invita a la reflexión; exalta la conducta de mujeres vulnerables, estimula la creación literaria y exhibe su sensibilidad afectiva.
Plinio otorga al suceso trascendente y al anecdótico el espacio justo que reclama su índole. Es notable, en el primer caso, la narración de Tácito sobre la erupción del Vesubio en el año 79.
El epistolario consta de diez libros, el último de los cuales reúne consultas e informes breves dirigidos al emperador Trajano. Dos de estas cartas se refieren al trato que habría de darse a los cristianos.
Plinio nació en Como, ciudad de la Galia Cisalpina (norte de Italia) en el año 61 o 62; aunque era un apasionado de la poesía, no se conservan más obras suyas que las Cartas y un discurso, el Panegirico a Trajano. Administrador hábil y filántropo, fue muy estimado por su juicio y elocuencia. A los 19 años se inició como abogado; ejerció la cuestura, el consulado y la gubernatura, ésta en la Bitinia, donde se cree que falleció en el año 113.