Bien llamado por Quintiliano, el “Príncipe de los poetas”, Píndaro fue el mayor lírico de su momento (518-¿438? A.C.). Por Homero y Hesiodo sabemos que el género de la poesía lírica, el más antiguo de todos, ofreció una poesía propia para ser cantada y bailada en todo tipo de festejos en que la música y la danza acentuaron el carácter colectivo de las celebraciones. Durante los siglos VII, VI y parte del V a.C, Grecia encontró el mejor vehículo de expresión de su pensamiento en esta forma de manifestación artística, además de que ella surgió, por primer vez, el individuo como concepto histórico y moral. Las Odas o Himnos triunfales de Píndaro están compuestos por cuatro libros de epinicios, que son los únicos que han llegado completos a nosotros. Con estos cantos se festejó la victoria de los Grandes juegos de la Hélade, cuyo profundo carácter religioso provocó, incluso, la suspensión de cualquier guerra entre ciudades. Por celebrar a diferentes deidades del Olimpo es que estos eventos se llamaron olímpicos, píticos, nemeos e ístmicos. En sus Odas, Píndaro transmitió claramente la idea que los griegos tenían sobre los atletas, como partícipes de una virtud divida, social y moral que debía regir el destino de las ciudades. Sólo es posible conocer la gloria de los héroes por el poeta que los canta, opinaba; por él, la gloria de los dioses y de los hombres permanece. La preocupación por hacer clara esta misión del poeta en el mundo aparece constantemente en este libro cuyas reflexiones morales engarzan escenas de los momentos en que el pueblo griego sublimó en el deporte y en el mito la consciencia de su naturaleza casi divina. Es grato el sabor que nos deja su lectura y grato saber que desde entonces es el poeta quien ha abierto los ojos de los otros frentes a lo maravilloso.