Concha Urquiza (1910-1945). Su precocidad literaria se inició con la lectura de clásicos españoles, griegos y latinos. A partir de los once años publica sus primeros poemas en la Revista de Yucatán y en Revista de Revistas. Durante la juventud pasó de la militancia en el partido comunista a la adopción de diversas teorías estéticas y políticas. En 1937 entra en una crisis que la lleva a romper su pasado. "El temperamento de Concha —dice Rosario Castellanos—se quemaba entre dos fuegos: la inteligencia y el fervor religioso. Le preocupaba sobremanera el problema de su salvación y se entregó apasionadamente a la búsqueda de los medios para alcanzarla." En 1938 ingresa a un convento de monjas docentes; al poco tiempo lo abandona y se traslada a San Luis Potosí, en cuya universidad enseña lógica e historia de las doctrinas filosóficas cristianas. Este periodo se ha considerado como el más fecundo de la poeta, si bien la mayoría de los escritos fueron quemados después de su muerte. La recopilación de Gabriel Méndez Plancarte en Obras. Poemas y prosas (1946) posee un profundo sentido filológico, complementado por José Vicente Anaya en la presente edición de El corazón preso, donde se reúne toda su poesía.
Pese a las amistades de Concha Urquiza con algunos escritores y críticos de su tiempo, la suya es una obra al margen de cénaculos literarios. A lo sumo puede hablarse de una esquina de la generación de los Contemporáneos al referirse a las atmósferas poéticas de El corazón preso, como lo ha hecho José Joaquin Blanco; pero, ciertamente, la imagen que mejor corresponde a esta poesía es la de una orquídea en el desierto.
"Ay, quién como Fray Juan hubiera sido, / amante tuyo en tan divino exceso, / que vio su propio espíritu perdido! / Y alma con Alma en inefable beso / derramara su vida por la boca, / entre tus labios intangibles preso!"