Enciclopedia de la Literatura en México

Arqueles Vela

Rodrigo Leonardo Trujillo Lara
2016 / 14 ago 2018

mostrar Introducción

Arqueles Vela Salvatierra (1899-1977, Ciudad de México). Periodista, escritor, educador y poeta, autor de La señorita Etcétera (1922) primer relato de vanguardia en Iberoamérica y uno de los principales representantes de la prosa vanguardista en Latinoamérica. Estéticamente, sus obras de ficción transitaron desde un marcado experimentalismo cosmopolita de los años 20, hacia una narrativa de contenido social centrada en México. Su primer libro El sendero gris y otros poemas inútiles (1920) es de clara influencia romántica y postmoderna, en él destacan un tono melancólico y una voz poética sentimental y desesperanzada.[1] Sus crónicas periodísticas de los años 20 y 30 se distinguían tanto por un estilo original como por sus temas, pues a partir de aspectos aparentemente frívolos, los espacios públicos y la vida nocturna, se muestran los cambios externos en la ciudad y las consecuencias emocionales en los sujetos que en ella viven, a través de imágenes y metáforas que desautomatizan lo cotidiano, haciéndolo novedoso.[2] En 1922, Arqueles Vela fue el primero que se sumó al Estridentismo (1921-1927) iniciado por Manuel Maples Arce, contribuyendo decisivamente al impulso de renovación de las formas literarias en México.

mostrar Inicios

Hijo de David Vela y Arango y Matilde Salvatierra Salvatierra, su familia era guatemalteca. Existe un acta que indica como su lugar de nacimiento la fronteriza ciudad de Tapachula, Chiapas, el 2 de diciembre de 1899, sitio en el que, según Germán List Arzubide, habría nacido “por azares de estancia de su familia”,[3] versión que el mismo Vela respalda.[4] Sin embargo, el mismo List Arzubide dice en otra entrevista que Arqueles Vela era guatemalteco de nacimiento y que fue gracias al entonces embajador mexicano en Guatemala, Juan de Dios Bojórquez, que “consiguieron que apareciera como que había nacido en un pueblo del estado de Chiapas, Tapachula”.[5]

Sobre su vida hay lapsos de poca certeza. Al decir del propio autor, estudió en un colegio jesuita “en donde todo era opresión y dogma”,[6] vivencia que recrea en novelas como El intransferible (escrita entre 1927 y 1928, aunque fue publicada por primera vez en 1977) y El picaflor (1963), donde sus protagonistas se pronuncian contra la educación rigorista. Su hermano menor, el también periodista y escritor David Vela, recuerda que Arqueles llegó a México por primera vez en 1919; sin embargo, en un paraje llamado Paso del Macho, el tren en que venía fue asaltado por una partida de revolucionarios, por lo que viéndose privado de cuanto traía, Arqueles tuvo que volver a Guatemala.[7] Al año siguiente estaba de vuelta en México, al parecer gracias a la mediación de Juan de Dios Bojórquez.

En la primera mitad de la década de los 20, Vela trabajó en el área de redacción del semanario cultural El Universal Ilustrado, dirigido por Carlos Noriega Hope, llegando a ser jefe de redacción. Es en este periodo que se suma al movimiento estridentista, que tuvo al semanario como principal medio de difusión. En 1925, el grupo estridentista se muda de la Ciudad de México a Xalapa, Veracruz; sin embargo, el autor permaneció en la capital del país, aunque por breve tiempo. En 1925 o 26[8] marchó a España, donde estuvo en contacto con personalidades como Benjamín Jarnés y Ramón Gómez de la Serna. En Madrid debía haberse publicado El intransferible (1977), pero sobrevino la expulsión del autor por el gobierno de Miguel Primo de Rivera, debido a la cercanía de Vela con los republicanos. Se trasladó a Francia y luego a Alemania, desempeñándose como corresponsal ocasional para El Universal Ilustrado y Revista de Revistas, así como bailarín de variedades, según contaba él mismo.

Durante su estancia en Europa, Arqueles Vela tomó cursos de literatura y filosofía en algunas universidades de Madrid, París, Roma y Berlín;[9] sin embargo, no se han hallado registros. Hacia el final de su estancia europea, el autor tuvo un hijo, llamado Arqueles Vela Bouchery (1932-1953), de nacionalidad francesa, quien fue maestro de secundaria y murió prematuramente a los 21 años, en la Ciudad de México.[10]

Regresó a México hacia 1932 o 1933. En este último año, dirigió el suplemento de El Nacional, participó junto con Ermilo Abreu Gómez en la formación de los primeros grupos de teatro escolar y con Agustín Yáñez en cursos radiofónicos impartidos por la Secretaría de Educación Pública.[11]

Cronológicamente, enseñó en la Escuela Nacional de Maestros (1935), fue director de la Escuela Secundaria Nocturna número 1 y de la Escuela Secundaria Experimental (1939-1958), fue profesor y director de la Escuela Normal Superior[12] y director de la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior (1957-1967). Junto a su labor magisterial, publicó libros sobre estética e historia del arte al tiempo que siguió escribiendo novelas.

En 1943 salió a la luz un volumen de cuentos por el que la crítica lo ubicó dentro de la literatura de corte neorrealista y de compromiso social,[13] lo que significó una importante diferencia respecto de sus obras vanguardistas anteriores que, en general, no exploran temas sociales ni políticos. En 1956 publicó La volanda, novela que presenta un compromiso social y denuncia la corrupción estatal y el abuso de poder, elementos que en mayor o menor medida se harán presentes en sus siguientes novelas, El picaflor (1963) y Luzbela (1966), y que pueden verse ya en El intransferible (1977). Estas novelas de la segunda mitad del siglo xx muestran aún algunas características provenientes de la poética vanguardista de los años 20, aunque la experimentación formal está atenuada. Suelen tener un trasfondo histórico, preocupaciones políticas y un carácter, de cierto modo, irrealista o fantasioso, además de convertir el lenguaje en objeto mismo de la creación, rasgos, hasta cierto punto, coincidentes con lo que suele apuntarse sobre las novelas del “Boom”, movimiento en el que Vela no participó.

Autor inquieto que en sus distintos periodos se acercó a varias de las corrientes estéticas que caracterizaron la modernidad literaria en México y Latinoamérica, por lo que su obra rebasa etiquetas como estridentista o neorrealista.

mostrar Contexto ideológico

Al inaugurarse el siglo xx, México, como gran parte de Latinoamérica, vio una vuelta hacia lo autóctono, en parte como respuesta a la integración dependiente de la región al sistema capitalista mundial. Parte de esta tendencia fue el Neocolonialismo literario y arquitectónico, así como cierto indigenismo que dejó huella en la arquitectura y la pintura, sobre todo como elemento de sustento para la idea de mestizaje.

A partir de 1920, año de llegada de Arqueles Vela a México y de Álvaro Obregón a la presidencia, se sientan las bases de una modernización fundamentada en la instrumentación del Estado mexicano. Paralelamente, José Vasconcelos y un equipo de personas como Ezequiel Chávez, Enrique O. Aragón, Alfonso Caso, Alberto Vázquez del Mercado, Manuel Gómez Morín, Genaro Estrada y Mariano Silva, impulsan un proyecto de educación que se convertirá en proyecto cultural de instrucción popular, publicaciones y, en general, de promoción del arte y la cultura occidentales, a pesar de la posterior ruptura entre Vasconcelos y los presidentes Obregón y Calles. La ruptura no impidió el desarrollo educativo de México con los proyectos llevados a cabo por Bernardo J. Gastélum y José Manuel Puig Casauranc.

De cualquier modo, el efecto notable fue abrir las puertas a los jóvenes para participar en la vida cultural y política del país. Así, se constituyó el movimiento muralista mexicano, cuya misión educativa fue ejemplar, y también se integraron a la vida pública y cultural varios de los Contemporáneos. En mayo de 1923, Vasconcelos convocó a un Congreso de Escritores y Artistas, en el que participaron, entre otros, José Juan Tablada, el Dr. Atl y Arqueles Vela.[14] Dicho congreso planteaba la mejora de las condiciones de vida y posibilidades de desarrollo para los artistas. También puso a discusión, aunque con poco éxito, la cuestión del nuevo papel del artista en la sociedad posrevolucionaria, así como las fuentes y temas de los que habría de nutrirse su obra toda vez que implicaba una identificación entre revolución política y revolución estética. Parte de las irresueltas cuestiones del congreso reaparecieron en la polémica de 1925, sobre el afeminamiento de la literatura. Polémica que, a través de los periódicos, dejó en claro la coexistencia de distintas tendencias literarias discordantes, como postmodernistas, costumbristas, colonialistas y vanguardistas, es decir, un abanico que iba de los veteranos del porfiriato, a jóvenes como los estridentistas y los futuros Contemporáneos.

De estas tendencias, las que mejor representaron la modernidad literaria fueron el Estridentismo y Contemporáneos, debido a su estética renovadora, cuyas poéticas los llevaron a experimentar formalmente con la poesía y la narrativa, como es el caso de las narraciones de Arqueles Vela. Ambos grupos se diferenciaron en que la vanguardia estridentista desarrolló un discurso político y social.

De modo general, en la primera mitad del siglo xx, las artes vieron una revalorización de lo vernáculo y lo popular, lo que fue visible también en la literatura. En las primeras décadas del siglo, la novela, particularmente, estaba dominada por el Realismo y el Regionalismo. Es en los años 20, con figuras como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, cuando cobra notoriedad la novela de la Revolución, en parte, consecuencia de la polémica de 1925, que fue una manifestación del espíritu de reconstrucción nacional, en la que participó el Estridentismo. Si bien las obras de Vela en la década de los 20, a pesar de haber sido uno de los miembros clave del grupo, no ponen especial atención a la dimensión político-social, como sí lo harán sus relatos a partir de los años 40, pues desde su regreso de Europa, sus publicaciones, en especial sus estudios sobre historia del arte y literatura, se ven fuertemente marcadas por una ideología marxista-leninista, como el mismo autor menciona en su Historia materialista del arte (1936).

La segunda mitad del siglo xx presenta un panorama distinto. Desde 1940, con la presidencia de Manuel Ávila Camacho, se dejaron de lado los proyectos de la política socialista precedente, especialmente los agrarios, en favor de un desarrollo del sector empresarial. En las décadas siguientes, en el contexto de la Guerra Fría, México se alinearía con los Estados Unidos, incluso persiguiendo a las organizaciones comunistas del país,[15] como el Partido Comunista Mexicano.

En este periodo de finales de los años 50 y principios de los 60, surge una promoción de escritores como Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, José Agustín y Josefina Vicens, por mencionar algunos de los autores con los que coincide la publicación de las novelas del segundo Vela.

Ya desde la llamada Generación del Medio Siglo, la literatura mostró un viraje de lo social y rural, hacia lo urbano, cosmopolita e íntimo.

mostrar Obras principales

La señorita Etcétera (1922) fue la primera obra relevante de Arqueles Vela. Publicada por El Universal Ilustrado en su serie La novela semanal, fue acompañada por un prólogo del director del periódico, Carlos Noriega Hope, en el que se pregunta si es una novela, un cuento o una crónica poética, debido a su carácter extraño, además de ir ilustrada con cuatro dibujos de Guillermo Castillo, colega del semanario cultural.

Esta obra fue objeto de un artículo del lingüista mexicano Pablo González Casanova,[16] que ya en 1924 destacaba, en la obra de Arqueles Vela, el empleo de originales metáforas, cuyo valor era aportar medios expresivos acordes con la modernidad, que enriquecían el idioma español. Sin embargo, fue a partir de la década de los 70, con Luis Mario Schneider, que se retomarían los estudios sobre la obra y, a partir de entonces, se han multiplicado.

Con unanimidad, la crítica señala que en esta obra no es fácil establecer la trama, pues los elementos de la historia se hallan fragmentados o ausentes, no se explicitan siempre las causas de las acciones y la temporalidad no es clara. El relato comienza con “Llegamos a un pueblo vulgar y desconocido”,[17] pero nunca se aclara la procedencia del narrador-personaje, ni la razón por la cual emprendió el viaje, o por qué, habiendo comprado un boleto hacia la capital, baja del tren antes de llegar a su destino. Tampoco puede el lector hacerse una idea clara de los personajes, ya que hay poca información sobre su pasado, su historia o su ocupación. Ignoramos incluso cuál es su nombre, lo que vuelve su identidad, evanescente.

Junto al desdibujamiento de estos elementos narrativos tradicionales, el lenguaje cobra una relevancia inusitada, con amplio uso de imágenes novedosas, metáforas y comparaciones, como señala Luis Mario Schneider,[18] lo cual le da un carácter poético al texto: “los claxon de los automóviles olfateando la traza de los viajeros, se acercaban con zalemas zigzagueantes de reconocimiento, coreando su insistencia / LIBRE”.[19] Ejemplo en el que puede apreciarse una prosopopeya que identifica metafóricamente los autos con una jauría, subsanando la elisión de explicitar que se trata de taxis, por medio de la palabra “LIBRE”, que actúa como metonimia.

Esta obra ejercita una poética donde lo fragmentario y lo paradójico son cruciales, dando como resultado un texto que habla de los sujetos que se sienten perdidos en la modernidad, en términos estructurales y lingüísticos sumamente modernos. Publicada en Jalapa cuando el autor se encontraba en España, El café de nadie (1926) fue la segunda y última publicación de Vela mientras el grupo y movimiento estridentista se encontraba vigente. El libro contiene los relatos “El café de nadie”, “Un crimen provisional” y “La señorita Etcétera”, este último con algunas variantes textuales respecto de la primera edición[20] y sin las ilustraciones.

“El café de nadie” continúa dentro de la poética fragmentaria y paradójica de La señorita Etcétera, sin una historia como eje conductor, con una temporalidad vaga y confusa, así como la identidad de los personajes, y con una importancia central en el manejo del lenguaje. Este relato a veces se relaciona con otro leído por Vela en 1924, durante una “velada estridentista”, y publicado unos días después del evento. Críticos como Jorge Mojarro[21] consideran esta “crónica” de 1924 como el mismo texto que “El café de nadie” de 1926, mientras que Evodio Escalante advierte que la crónica “no debe confundirse con el relato del mismo título que el propio Vela publicaría en 1926”.[22] La crónica, sin embargo, se titula “Historia del café de nadie”,[23] a diferencia del posterior “El café de nadie”.

A pesar de las coincidencias en el estilo, el tono, la temática e incluso en el carácter de los personajes masculinos, el texto de 1924 es mucho más breve, pudiendo considerarse como un texto distinto o como germen para el texto de 1926. La mayor diferencia es que el segundo se centra en un personaje femenino, llamado Mabelina, que está ausente en el primer texto, cuya identidad entra en crisis debido a la imposibilidad de comunicación y a la alienación que padece.

“Un crimen provisional” difiere de los relatos anteriores ya que hay un argumento claro. Se trata de un breve relato policiaco, aunque con clara impronta vanguardista en el tono paródico, que subvierte cada elemento del subgénero:[24] “El arma que le quitó la vida no es un arma cualquiera… Parece que una corriente eléctrica la hubiese desencajado… / Un revólver eléctrico de esos de última invención… / El asesino es, seguramente, un inventor…”.[25] En este caso, se apela a uno de los pilares del subgénero detectivesco: la deducción lógica. Sin embargo, la argumentación exhibe una lógica excéntrica, cuya conclusión da como resultado un texto de corte absurdista, en donde se vulnera a un tiempo la figura del detective, la lógica y la ley.

Esta obra, como los otros relatos de El café de nadie, rompe el paradigma tradicional de lectura, al centrarse en la recepción, pues, a través de situaciones irresueltas o ilógicas, invita al lector a buscar vías para dar sentido a la obra, más allá de los hábitos de lectura e, incluso, de pensamiento, en lo cual se hace perceptible la intención vanguardista de cambio de paradigma epistemológico, de uno lógico y pretendidamente unívoco, hacia otro paradójico y contradictorio. El intransferible (1977), escrito entre 1925 y 1927 pero publicado hasta 1977, fue llamado por el mismo Vela “la novela póstuma del Estridentismo”. Aunque de carácter fragmentario, se centra en las andanzas del personaje principal, Androsio, iniciando en su niñez. Sin embargo, la secuencia de la historia no explica los saltos temporales, ni los cambios de escenario, de Centroamérica a la Ciudad de México y a Alemania, lo cual es, grosso modo, el recorrido biográfico realizado por el autor, pero desarrollado en una atmósfera inestable, ambigua y delirante, donde el tiempo y el espacio dejan de ser clara referencia y se mezclan realidad, sueño y fantasía:

El sol giraba en torno sin llegar jamás al poniente, proyectando sus rayos luminosos o sombríos, en irradiaciones horizontales. Androsio cerró el paracaídas, decidido a utilizar una de las cuerdas combadas sobre el silencio cortado a pique. […] Se debatía contra la descomposición de los movimientos. Desatado súbitamente sobre el precipicio; abandonado al equilibrio, cayó sobre sí mismo, en un sobresalto, en las oquedades de la acústica, arrastrado como por un remolino oooooooooooooOOOOOOOOOOOOO.[26]

Es la primera novela en la que aparecen hechos de armas ligados a la Revolución mexicana, si bien carentes de un afán realista, pues tales hechos se ven desplazados hacia visiones fantasiosas que recuerdan al Surrealismo. Incorpora fragmentos discursivos variados, como listas y enumeraciones, lenguaje político, periodístico, mitos e incluso elementos visuales del tipo: 

intervención visual en el discurso del texto, al mismo tiempo que interrumpe, complementa el significado. Desde una perspectiva visual, representa el cruce de dos calles en una de cuyas esquinas están parados los personajes, esperando pasar. Sin embargo, el texto nunca explicita la situación espacial de los personajes, ni el hecho del crucero, sino que esta información se obtiene de la suma de lo verbal con lo visual. Esta clase de recursos otorgan a la novela una naturaleza de collage lingüístico, a menudo con un tono paródico, que pone de manifiesto su relación con las poéticas de vanguardia.

Evolución histórica de la literatura universal (1941) es un libro destacable en la bibliografía de Vela, debido al número de reediciones y reimpresiones alcanzadas (como las de 1951, 1959, 1968, 1974, 1982 y 1990), inclusive en Editorial Porrúa, cuya popularidad debe haber significado una circulación amplia de la obra. Más conocido como Literatura universal, título que lleva desde 1951, cada edición ha sido revisada y corregida, y ha sido reconocido como texto oficial en las escuelas de enseñanza media y superior en Cuba.[27] El libro es una historia de la literatura, dividida en épocas como primitiva, feudal, medieval, mercantilista, etcétera, que suelen comenzar con una descripción de la forma de vida y las bases sociales de cada periodo.

Como Análisis de la expresión literaria (1965), se trata de un manual hecho según la dialéctica marxista, cuya visión intenta abarcar el fenómeno literario a lo largo de la historia de la humanidad, considerándolo en relación con las estructuras económicas. Cuentos del día y de la noche (1943) es una colección de cuentos que se aparta de la estética vanguardista, cada cuento trata de una historia cuyos hechos siguen una secuencia temporal y lógica, reconocibles. El lenguaje se aparta del intenso uso de metáforas y recursos poéticos, las historias dejan de enfocarse únicamente en la clase media y se ocupan también de tipos populares de condición social desfavorecida, por lo que autores como Luis Leal lo inscriben en la literatura realista de corte social:[28] “Los días de plaza son la única diversión de la gente pobre que tan sólo goza, mientras hay circo, de la música de la banda y de la exhibición de los payasos y de las mujeres vestidas con medias rosadas hasta los senos que se pasean por las calles, anunciando las funciones de la tarde y de la noche”.[29] Este último aspecto es antecedente de las novelas que el autor publicaría en los años 1950-1960, las cuales se centrarán en personajes de corte picaresco.

La volanda (1956) es una novela difícil de inscribir dentro de la estética vanguardista. El manejo del lenguaje, la temática, los tipos y personajes la acercan a Cuentos del día y de la noche. Sin embargo, antes que una novela tradicional, es un texto discontinuo, pues los “libros” (equivalentes a capítulos) que la componen, oscilan entre escenas urbanas, cuadros de costumbres, escenas románticas, episodios revolucionarios y de la cristiada, sin vínculo explícito o claro, como en el caso del libro cuarto y la primera mitad del quinto, que tienen por uno de sus pocos elementos comunes a un personaje llamado simplemente “Chafirete”, a quien vemos primero como chofer de autobús en la Ciudad de México y después de los Dorados de la División del Norte de Francisco Villa, en las sierras de Chihuahua. Temáticamente hay, en general, denuncias de injusticias y corrupción en la Revolución, así como crítica a las autoridades y a personalidades de la cultura:

Entretanto, el hombre en garras, minucioso, había sacado del bote de la basura el muestrario de su colecta: […] las Memorias de Abreu Gómez, para mayor gracia, inventadas; las Predicciones de la Madre Matiana, en estampa incunable; el perfil del hombre en México, empastado al estilo del siglo pasado […] el anillo de la Emperatriz Carlota, regalado por Rivera a la pintora desconocida; el arte ortopédico de Frida Khalo [así escrito en el original]; un ejemplar de la Constitución, con una dedicatoria de un diputado al Congreso de la Unión, a una diputada local; los estatutos del Pan, del Pum y del Pri […]. Después de disponer en desorden el botín de la miseria, el hombre en garras se echó a caminar con su lío a cuestas, a lo largo de la Tlaxpana.[30]

El lenguaje incorpora metáforas, canciones, versos y juegos de sentido, que tienden a representar el ingenio y visión de lo popular.

El picaflor (1963) continúa de cerca con la línea de La volanda, siendo la obra más cercana a ella. Consta de seis partes, varias de las cuales tienen como hilo conductor a Androsio, personaje sedicioso y de rasgos anarquistas, que se mueve en un ámbito picaresco de bajos fondos sociales, como destaca en la parte cinco, en que ocurre un congreso de vagabundos cuyos discursos, a veces de lenguaje cantinflesco y absurdista, caricaturizan o denuncian las promesas y retórica de la política:

El trabajo excedente en los campos aumenta el número de desocupados agrararios [así escrito en el original]… sin convertirse en vagabundos… Sobran niños sin escuelas… y faltan escuelas sin maestros… al mismo tiempo que faltan maestros sin alumnos… Se importan hombres clandestinamente y se exportan mujeres de contrabando… Se desecan lagos y ríos… y la tierra la echan al mar en erociones [así escrito en el original].[31]

Junto con un realismo que exhibe la represión y la injusticia del arbitrario uso del poder, se mezcla la imaginación como visión contestataria, así como un cuestionamiento de las creencias religiosas y mágicas que problematiza la idea de identidad cultural nacional: “Tláloc vuelve cayendo en forma de nube cargada de agua y se cierne sobre las sequías milenarias… para castigar los intentos de desecación del lago de Texcoco y del río Lerma…”.[32]

Análisis de la expresión literaria[33] (1965) es un texto pedagógico que funciona como guía para cursos de estudios literarios. Trata sobre el lenguaje y las formas artísticas, de su naturaleza y función en los géneros poesía, prosa y teatro. Con detalle se detiene en corrientes como el Realismo, el Idealismo y el Sobrenaturalismo, la literatura pura y “en servicio” o comprometida. Atiende aspectos como la metáfora, el ritmo, la repetición y las aliteraciones. En sus análisis, Vela suele referirse a la relación entre la creación literaria, el hombre, la organización de la sociedad[34] y sus procesos históricos, lo que pone de manifiesto la filiación marxista de su pensamiento, visible ya desde su libro Historia materialista del arte (1936).

Luzbela. Novelerías (1966) puede considerarse la última novela de Arqueles Vela. Estilísticamente, guarda coherencia con las anteriores. En ella, el lenguaje sigue siendo una preocupación central y el autor hace uso de metáforas sugerentes y neologismos, con párrafos que recuerdan a “La señorita etcétera”, debido a la identidad intercambiable femenina:

—…yo sólo tengo el cuerpo de la mujer que buscas… tal vez mañana… tendré la [así escrito en el original] alma… Entonces, recordé que algunas veces, en las aglomeraciones, se confundía con la alegría; y otras, en las soledades, con la tristeza… aunque siempre, al suplantar la una a la otra, yo me avenía a su naturaleza en tránsito […]. Así, no supe al final quién me conducía al último peldaño… No obstante, en cuanto me tuvo en sus brazos, comprobé que era como la primera visión que me persiguió en los comienzos de los sueños…[35]

Los personajes, principalmente Androsio, se ven envueltos en situaciones improbables e inverosímiles, que llegan incluso a ponerlos en conflicto con las autoridades. La mayoría de las acciones ocurren en Europa, apareciendo en la primera parte, como trasfondo histórico, el conflicto entre republicanos y las autoridades dictatoriales de Miguel Primo de Rivera, situación que encuentra su origen en la biografía de Vela, cuando fue expulsado de España. Aun así, en la novela hay saltos súbitos a México, París o Italia, con los que se rompen las secuencias espacial y temporal.

Notoriamente más que en el resto, en esta novela abundan las referencias cosmopolitas y al arte, que se vuelven objeto de disquisiciones y comparaciones, y a través de las cuáles enfrenta, e incluso transforma, la realidad. Por medio de las obras de arte, Vela vuelve a la compleja relación de la realidad frente a la fantasía, la creación y la ficción, tema que recorre toda su obra, desde la época estridentista:

—Ya lo dijo Delacroix… la verdad puede componerse de muchas falsedades…
—...el arte busca resolver lo que no ha podido resolver la naturaleza…  
—No se trata de pintar al pie… de la línea y del color… 
—Sin duda, la pintura narra lo que hay de inenarrable en la vida… 
—Entonces… el retrato… es una narración… 
—No… pero… es una proposición…
—Algunas veces; otras, es una anotación…[36]

El conjunto de la obra de Arqueles Vela representa una de las facetas más experimentales de la narrativa mexicana. El primer periodo, de los años 20, es el más osado desde el punto de vista estético y técnico: “Los visillos de las ventanas se desprenden de las ensoñaciones que les ha hecho vivir el hipnotismo de la noche, y los pensamientos que no se exteriorizarán nunca, caen de los voltaicos”.[37] En este ejemplo volvemos a ver la prosopopeya, que infunde experiencias y emociones humanas a los objetos inanimados de la modernidad.

El segundo periodo, aunque más moderado en sus recursos técnicos, escapa a la narrativa tradicional y es más atrevido en su temática, en el sentido de una temática social:

Todo se fue acabando poco a poco… a medida y desmedida que despilfarraba el dinero en la búsqueda de un yacimiento de riquezas que le permitiera no trabajar… Ahora, sólo quedaban, ellos, pies con cabeza a lo largo de la hamaca colgada en los soportales del corredor del casco de la Hacienda en litigio… Lo demás, convertido en humaredas, flotaba en el aire confundiéndose con las nubes.[38]

La ruptura de la linealidad temporal y espacial, así como los rasgos antirrealistas en el uso del lenguaje, son predominantes, si bien en el segundo periodo se combinan con una aguda observación de las condiciones sociales. También es característica la atención a la dimensión psíquica, en el México posrevolucionario, “sobre todo a nivel de las repercusiones manifiestas en el marco de la ciudad y, de manera más sutil, en la secuela emocional que marca a los sujetos”,[39] cuya conciencia e identidad son siempre escurridizas.

El primer periodo significa un antecedente de la experimentación llevada a cabo por escritores como Carlos Fuentes y Salvador Elizondo, hacia los años 60, pues, hablando de la vanguardia, “muchas de sus innovaciones técnicas, si bien destiladas y moderadas, fueron aprovechadas por los narradores del ‘boom’, que no constituyó […] una generación huérfana, sino que supo aprovechar con maestría las piruetas técnicas, los aportes y las experimentaciones de las generaciones precedentes”.[40]

Una de las mayores diferencias entre los dos periodos es que, a partir de Cuentos del día y de la noche, Vela desarrolla una dimensión político-social explícita, que se convierte en centro de sus preocupaciones. Gran crítico del fracaso de la Revolución mexicana, el autor exhibe el caos y la confusión de los violentos enfrentamientos de facciones, entre los que se ve atrapada la sociedad, situación tematizada en los episodios de lucha armada, que incluyen la Decena Trágica y la Guerra Cristera:

Eran como las once de la noche del 18 de septiembre del año de la revuelta cristera. El Cura y El Hombre Encapuchado se dirigieron a la iglesia. Un montón de gente tascaba con impaciencia una espera de muchos meses, mientras se ultimaban los arreglos de la asonada que estallaría al alba. En el momento en que el Cura iba a dar la orden de ataque, se escucharon algunos disparos entre la lejanía y seguidamente, un tropel de cabalgaduras y voces en desconcierto.[41]

Vela también denuncia el incumplimiento de las promesas y la traición de los ideales revolucionarios por parte de los gobiernos priístas, así como la corrupción y el malestar social de las mayorías. La representación de estos desafortunados resultados conforma un mosaico de varias décadas, donde los hechos pierden sentido y se vive una realidad absurda.

Lo popular, ausente del primer periodo, se pone de relieve en la segunda mitad del siglo xx, a través del mundo en que se desenvuelven los personajes y tipos. El punto de vista del autor coloca el arte como forma redentora de (auto) conocimiento del sujeto.

Androsio es el personaje principal desde El intransferible y Cuentos del día y de la noche, hasta Luzbela. Puede decirse que se trata del mismo personaje, hombre impráctico, encantador e inverosímil, especie de alter ego del autor, cuyas vivencias son parcialmente autobiográficas.

mostrar Recepción crítica

Centrada en el primer periodo, la recepción de la obra de Arqueles Vela, por parte de la crítica, ha sido sumamente parcial. Existen numerosos trabajos sobre los relatos incluidos en El café de nadie. Algunos son abordados dentro del contexto de la literatura estridentista, como en el caso de Luis Mario Schneider (1970), Evodio Escalante (2002) y Katharina Niemeyer (2004). Otros, se abocan específicamente a la obra del autor, ya sea en su conjunto o particularmente, como los de Evelyn Picón Garfield e Iván A. Schulman (1980), Carmen de Mora (1997), Sandra María Benedet (2008), Jorge Mojarro (2011), Rodrigo Trujillo Lara (2014), Ángela Cecilia Espinosa (2014), por mencionar algunos.

En los anteriores, se destinan, a veces, algunas páginas a El intransferible, donde destaca el artículo de Ida Vitale (1977) sobre esta novela; sin embargo, estos trabajos no sólo han rescatado al Estridentismo o la obra estridentista del autor, al mostrar sus alcances y aportaciones, sino que han contribuido a inscribirlo dentro del canon de la literatura mexicana.

En cambio, sobre el resto de su narrativa y libros de teoría, es prácticamente inexistente la crítica académica, reduciéndose la recepción a reseñas hemerográficas –algunas firmadas, otras no– sobre una publicación particular, generalmente en el año de aparición del libro en cuestión, como las de Jesús Zavala (1946), María Elvira Bermúdez (1956), Manuel Torre (1956 y 1961), Velia Márquez (1964), Andrés Henestrosa (1965), Demetrio Aguilera Malta (1965), Raúl Leiva, Ermilo Abreu Gómez, Enrique González Rojo (1966). En este contexto crítico, destaca el libro de Carmen de la Fuente (2010), sobre La volanda. Sobre la faceta de crítico y teórico de Vela, dice Andrés Henestrosa:

Su consagración al estudio, a la creación literaria, a la autoinvestigación, le permiten enriquecer sus informaciones con ocurrencias y hallazgos personales. Por caminos propios, ha coincidido con otros autores, y alguna vez, se les ha adelantado […] Su obra se ha significado por su anticipación, en la América Hispana, a la tentativa de fundamentar los estudios artísticos y literarios en principios científicos.[42]

Falta aún rescatar buena parte de la obra, de cuyo conjunto puede decirse que:

no reclama nada acríticamente la participación de México en la modernidad universal […] Y a la vez introduce una voz discordante en el panorama ideológico: se niega tanto al conservadurismo burgués como al optimismo revolucionario de izquierdas.[43]

Razón por la cual escapa a las categorías cómodas, hecho que ha reforzado la desatención hacia buena parte de la obra de este original autor, cuya escritura de ficción fue desarrollándose esmeradamente a contrapelo de las corrientes estéticas dominantes del siglo xx mexicano.

mostrar Bibliografía

Bolaño, Roberto, “Tres estridentistas en 1976 (Arqueles Vela, Manuel Maples Arce, List Arzubide)”, Plural, núm. 62, noviembre, 1976, pp. 48-60.

Fell, ClaudeJosé Vasconcelos. Los años del águila (1920-1925), México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1989.

Fuente, Carmen de laLa volanda: evolución del estridentismo, México, D. F., Instituto Politécnico Nacional, 2010. 

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Nació en Tapachula, Chiapas, el 2 de diciembre de 1899; murió en la Ciudad de México, el 25 de septiembre de 1977. Escritor, periodista y educador. Profesor, normalista, realizó cursos de posgrado en las universidades de Madrid, París, Berlín y Roma (1925-32). Fue profesor de la Escuela Nacional de Maestros (1935) y de la Universidad Nacional Autónoma de México, director de la Escuela Secundaria número 1 y de la Escuela Secundaria Experimental (1939-58), así como profesor y director de la Escuela Normal Superior. Redactor de El Demócrata (1920), secretario de redacción de El Universal Ilustrado (1921), donde publicó la sección "Mientras el mundo gira", con el pseudónimo de Silvestre Paradox. En el mismo periódico se publicó por entregas su primera novela La señorita Etcétera (1922). Director del suplemento dominical de El Nacional (1933). Participó en el programa de cursos radiofónicos de la Secretaría de Educación Pública, promovidos por Agustín Yáñez, y formó los primeros grupos de teatro escolar, junto con Dolores Velázquez, Germán Cueto y Ermilo Abreu Gómez. Participó en la elaboración de los programas de educación artística de la Escuela Nacional de Maestros (1934), fundó las escuelas nocturnas de arte para trabajadores (1935) y los cursos para posgraduados (1936), antecedente de la Escuela Normal Superior. Fue una de las principales figuras del estridentismo. Miembro de la Sociedad Internacional de Críticos de Arte. Maestro en letras ex oficio por la Escuela Normal Superior (1939). En 1949 el gobierno francés lo condecoró con las Palmas Académicas.

Obtuvo el título de maestro en Letras en la Escuela Normal Superior, en 1939. Fue periodista en El Demócrata (1920) y secretario de redacción de El Universal Ilustrado (1921). Con Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide fundó el movimiento literario estridentista. En 1925 viajó a Europa, donde tomó cursos de Literatura y Filosofía en las Universidades de Madrid, París, Roma y Berlín. A su regreso a México, en 1933, dirigió el suplemento de El Nacional. Colaboró con Ermilo Abreu Gómez en la formación de los primeros grupos de teatro escolar y con Agustín Yáñez en los cursos radiofónicos impartidos por la Secretaría de Educación Pública (sep). Fue catedrático de Historia del Arte y de Literatura en la Escuela Normal de Maestros (1935), donde participó en la elaboración de los programas de estudio; profesor de Ética y Estética en la Escuela Nacional Preparatoria (enp); fundador de las Escuelas Nocturnas de Arte para Trabajadores (1935), de los "Cursos para Postgraduados" (1936), antecedente de la Escuela Normal Superior, y del Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de la República; director de la Escuela Secundaria Nocturna, número 1 (1939-1958), de la Escuela Secundaria Experimental (1939-1958) y de la Escuela Normal Superior. Colaboró con artículos sobre literatura mexicana, narraciones y poemas, en Revista de Revistas, Jueves de Excelsior, El Universal Ilustrado, donde fue secretario de redacción (1921) y publicó la columna "Mientras el mundo gira", con el seudónimo de "Silvestre Paradox", Ruta, Nivel, La Palabra y el Hombre, y en los suplementos de El Nacional y Novedades.

Arqueles Vela cultivó la poesía, el cuento, la novela corta y el ensayo. Su poesía, inscrita en la corriente del estridentismo, se caracteriza por la innovación en el lenguaje, con la invención de vocablos, el uso de voces latinas y la musicalización. Dentro de su prosa, en Cuentos del día y de la noche, plantea hondos problemas humanos; en sus ensayos, de carácter didáctico, aplica el método dialéctico para estudiar temas estéticos y literarios. En su novelística, además de La Volanda, El Picaflor, novela picaresca, y Luzbela, continúa la herencia de los autores costumbristas como Manuel Payno, mientras que El intrasferible, novela póstuma, pertenece de lleno al estridentismo.

Seudónimos:
  • Silvestre Paradox

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Instituciones, distinciones o publicaciones


Asociación de Escritores de México AEMAC

Revista de Revistas
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El Universal Ilustrado. Suplementos culturales.
Fecha de ingreso: 01 de enero de 1921
Secretario de Redacción

El Nacional
Colaborador

La Palabra y el Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana
Colaborador