2015 / 14 oct 2018
Julio Torri Máynez (1889-1970), figura tutelar de géneros híbridos como el poema en prosa por ser el creador de piezas sorprendentes por su brevedad, perfección y dificultad de clasificación. Es considerado precursor del microrrelato y la tuitliteratura posmodernos. Reunió su obra bajo el título Tres libros, que incluye algunos ensayos de crítica. Tradujo del francés, inglés, alemán, portugués e italiano. Apegó su escritura a unos cuantos principios fundamentales: elección de vocabulario preciso, ritmo acentual lindante con el de la poesía, ironía en la anécdota, cantidad estricta de palabras y el apoyo en algún sesgo de obras canónicas, combinación que invita a que los lectores transiten de la gracia de los textos torrianos al conocimiento de las más altas expresiones literarias. Su proceder delata las improntas esteticistas que consolidó en sus años juveniles cuando compartió lecturas, charlas e intereses con el cenáculo del Ateneo de la Juventud, integrado por Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconcelos, entre otras personalidades. Promovió la literatura de manera perdurable aunque discreta a través de la Editorial Cvltvra, el proyecto editorial de José Vasconcelos y la docencia secundaria, preparatoria y universitaria. Dio lectura al ensayo “Algunas notas acerca de la Revista Moderna” el 21 de noviembre de 1953 para ocupar la Silla xii de la Academia Mexicana de la Lengua.
El entorno familiar
Julio Torri fue nieto, por línea paterna, del comerciante Enrique Torri y, por la materna, del ingeniero agrimensor Miguel S. Máynez. Sus padres, Julio Simón Torri y Sofía Máynez Mena, lo bautizaron un 15 de julio de 1889 en la Parroquia de San Esteban, a unos metros de su casa natal en la ciudad de Saltillo. Los estudiosos de su obra que también se han ocupado de su biografía (Melvin James Done, Elsa Contreras y Beatriz Espejo) coinciden en señalar que en su infancia Torri estuvo rodeado de música y libros ya que su padre impartió clases de solfeo en el Ateneo Fuente. Podemos ampliar un poco esta información y añadir que, entre los muchos negocios que emprendió su padre, estuvo el de la comercialización de papelería fina, hecho que tal vez propició el desempeño futuro de Torri como editorialista y su aprecio por los libros de manufactura exquisita. Por la línea materna, su tío Eduardo Máynez se dedicó a la distribución de libros. Según recuerda el Ing. Enrique Torri, uno de sus sobrinos, casi todos los miembros de la familia Torri tocaban algún instrumento. Con estos datos, es posible imaginar los umbrales del bibliófilo y del escritor que supo integrar la musicalidad a la prosa.
Poco después la familia Torri-Máynez se muda a Parras y en 1896, según Espejo,[1] o en 1897, según Done, se traslada a Torreón donde cursa unos años de la preparatoria en el Colegio de la ciudad, estudios que concluye en el colegio Juan Antonio de la Fuente de Saltillo. Uno de sus biógrafos señala que tuvo una predilección temprana por la ciencia y que destacaba en los concursos de composición.[2] El ahora conocido como Ateneo Fuente era un plantel de élite, laico, con programas de estudio centrados en las ciencias, y que ofrecía educación tecnológica de avanzada; fue el primer centro educativo en el norte del país en ofrecer talleres de mecanografía. En marzo de 1908 Torri ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia en la Ciudad de México. Se gradúa como abogado en octubre de 1913 con la tesis “Breves consideraciones sobre el juicio verbal”, que no sólo se adelanta por poco más de un siglo al proceso jurídico oral en el país, sino que constituye una muestra precoz de la brevedad y el refinamiento de la escritura torriana.[3]
El Ateneo de la Juventud
En febrero de 1905 Torri publica “Werther”, su primer relato, en la página 3 de La Revista. Órgano de la Sociedad Científico-Literaria “Valdés-Carrillo”, citada por sus críticos como La Revista de Saltillo. En él hace gala temprana de su brevedad, agudeza e imaginación y del recurrir a algún sesgo de las obras consagradas. En este caso, Torri evoca el aspecto imaginativo del Werther de Goethe. Con la educación esmerada que había recibido y una excepcional sensibilidad para la literatura le fue fácil entablar amistad con el neolonés Alfonso Reyes, compañero de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, su contemporáneo y par de conversaciones literarias, y con el dominicano Pedro Henríquez Ureña, su guía de literatura inglesa y norteamericana, áreas poco conocidas entre los jóvenes mexicanos que frecuentaban más a los escritores consagrados de la lengua francesa: Baudelaire, Aloysius Bertrand, Gautier, Maupassant, y a los modernistas Amado Nervo, Enrique González Martínez, José Juan Tablada, Efrén Rebolledo, entre otros. Los amigos asistían asiduamente a las tertulias encabezadas por Antonio Caso; en ellas se acercaron a los filósofos griegos, a Kant y a Nietzsche y complementaron sus discusiones sobre estética con la lectura de Walter Pater, John Ruskin y Oscar Wilde. Un 28 de octubre de 1909 se formalizó la constitución del Ateneo de la Juventud, asociación que atrajo a intelectuales y artistas[4] y en la que Torri, Reyes y Henríquez Ureña hallaron eco a sus inquietudes. Aunque a los ateneístas se les criticaba su concepción elitista del arte, la convicción de que todo ser humano tiene derecho a la educación artística los llevó a impulsar apasionadamente la literatura y los estudios literarios al punto de impartir clases y a dictar conferencias gratuitas que devinieron en el estudio profesional universitario de la literatura y la lingüística en México, ideal humanista que los acompañó por el resto de sus vidas. La Revolución puso fin a las actividades del Ateneo y propició la salida del país de Reyes, de Henríquez Ureña y de algunos otros de los miembros de la agrupación. Torri se quedó en México al frente de sus padres y hermanos e intelectualmente en un aislamiento profundo, como lo hacía saber a su amigo Alfonso Reyes.[5] Aunque Torri no fue asiduo asistente a las reuniones del Ateneo, ni ejerció funciones directivas en él, la vida cultural de la que fue partícipe y los lazos amistosos que trabó con otros ateneístas como José Vasconcelos, Enrique González Martínez, Genaro Estrada, Mariano Silva y Aceves, Jesús Tito Acevedo, Rafael Cabrera y Carlos Díaz Duffoo, hijo, fueron decisivos en la creación y difusión de su obra.[6]
Trayectoria intelectual: la editorial Cvltvra y el Departamento Editorial de la Universidad Nacional
Julio Torri participó de manera importante en dos proyectos editoriales: el de Cvltvra y el del Departamento Editorial de la Universidad Nacional. De 1916 a 1923, a través de Cvltvra, editorial propiedad de Agustín y Rafael Loera y Chávez, Torri codirigió la tarea de “poner al alcance del gran público, a precios moderados, textos de literatura mexicana y extranjera difíciles de conseguir […] por los años de la Revolución” en un total de “87 tomitos publicados”.[7] La colección también subsanó la disminución de “ediciones extranjeras y [….] la exportación de libros a México [a consecuencia de] la Guerra europea (1914-1918)” mediante “traducciones nuevas y con interesantes estudios y bibliografías”,[8] algunas a cargo de Torri.[9] La colección influyó incluso a las generaciones de literatos jóvenes, como sucedió con el grupo de los Contemporáneos.[10]
En cuanto a la segunda empresa, durante el obregonismo, entre 1920 y 1921, cuando José Vasconcelos preside la Universidad Nacional –cargo que incluía la dirección de la Secretaría de Educación–, Torri es el encargado de dirigir el programa de publicaciones que, junto con una imponente campaña de alfabetización, pretendía convertir al más del 80% de mexicanos iletrados en un público lector versado en las grandes obras de la cultura universal,[11] cual lo indicaba Vasconcelos en las palabras preliminares a los tomos. Es factible rastrear la participación de Torri en la edición de los “Clásicos Verdes”, una de las colecciones del programa vasconcelista dirigida al lector adulto, si se cotejan los títulos con los que el saltillense menciona en su epistolario y con los volúmenes que poseía en su biblioteca. Por ejemplo, en una carta que dirigió a Pedro Henríquez Ureña y fechada “desde Torreón, el 5 de mayo de 1911” indicaba Torri: “Leo […] muy buenos autores: Homero (Ilíada), los evangelistas (ya acabé el Evangelio de San Mateo); Virgilio (Eneida). Dante (edición comentada por Scartazzini)”.[12] A ellos hay que agregar “Esquilo, Plutarco (dos volúmenes), Fausto [de Goethe], un volumen de Tagore, Rolland y Plotino”.[13] Ya que Torri fue un coleccionista de corridos en pliegos sueltos y un estudioso de la lírica popular, es muy probable que también haya intervenido en la selección de los contenidos de los folletines de divulgación que abrían con un corrido como “Delgadina” o “Macario Romero” y cerraban con un texto corto de algún escritor célebre, como Heine, y que alcanzaron tirajes “de 30 a 40 mil ejemplares”.[14]
Julio Torri dedicó la mayor parte de su vida profesional a la enseñanza de la literatura en varios niveles y no fue hasta 1956 que pudo estabilizarse en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Sus notas de cátedra le sirvieron de base para La literatura española, breviario de la Edad Media a los albores del siglo xx, del que Torri llegó a ver cuatro reediciones por el Fondo de Cultura Económica, la primera en 1952. Beatriz Espejo recopiló una serie de recuerdos por parte de exalumnos de Torri entre los que destacan Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco y Aurora Ocampo y paulatinamente se han sumado otros nombres como el de Margit Frenk y el de Jaime Sabines. Cuando cumplió 80 años fue homenajeado por exalumnos e intelectuales.
Julio Torri publicó Ensayos y poemas en 1917, decisión en la que intervinieron varios amigos: Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes no cesaron de animarlo, la justificación de tiro fue del pintor Saturnino Herrán y al cuidado de la edición estuvo Genaro Estrada. Se trata de la compilación depurada de 21 piezas publicadas en distintas fechas y medios que acusan la convivencia de los géneros literarios convencionales y la exigencia de estar familiarizado con ciertas obras canónicas de la literatura occidental y de descifrar y disfrutar la ironía, imaginación y finura de la escritura de Torri. 23 años más tarde, bajo el sello de La Casa de España en México presidida por Reyes, aparece De fusilamientos, recopilación de textos dispersos e inéditos que comparten la factura preciosista de las piezas del libro anterior. 24 años después compila Tres libros, suma de los libros anteriores y de ensayos críticos varios y otras piezas.
A poco de haber sido publicado Ensayos y poemas apareció una nota anónima que elogiaba el “escalpelo de [la] ironía [de Torri…] y su espíritu delicado, mordaz y profundamente observador” en la página 13 del número 383 de Revista de Revistas. Desde entonces, con mesura cuantitativa pero con brío cualitativo, la obra de Torri ha sido objeto de apreciaciones halagadoras. Sin embargo, a la asiduidad de Serge I. Zaïtzeff se debe la revalorización de la obra del saltillense con su ensayo crítico amplio titulado El arte de Julio Torri, la recopilación anotada de Epistolarios (unam, 1995), la publicación de inéditos en distintos medios y la llamada Obra completa que incluye aún más cartas e inéditos. A su esfuerzo pionero se suman contados ensayos académicos, tesis y libros dedicados únicamente a la obra de Torri. La razón de tal parquedad pudiera atribuirse a que, a diferencia de otros textos que admiten con cierta facilidad los acercamientos desde la sociocrítica, la biografía, los personajes o ciertas tipologías narrativas, las características que hacen atrayente a la literatura torriana también constituyen su dificultad y reto. Si bien un conjunto de sus piezas puede atraer por sus protagonistas, una lectura detenida conduce a descubrir un mecanismo más general de escritura. Por ejemplo, Rafael Olea o Adriana Azucena Rodríguez parten de situaciones y personajes para ahondar uno en la brevedad, y ambos en la ironía, pilares de la obra de Torri. En otras palabras, estamos ante una escritura que incita a la reflexión metaliteraria y consideremos, en este sentido, “El ensayo corto”, “Le poèt maudit” o “El epígrafe”, piezas cuyos títulos remiten de por sí al ejercicio literario.
Torri, posmodernista y posmoderno
Actualmente la obra torriana es apreciada predominantemente desde dos puntos de vista: uno que privilegia las tendencias artísticas a las que el autor de Tres libros se adscribió fielmente, y el otro que, al detectar prefiguraciones de la escritura posmoderna, ha hecho de Torri un autor infaltable para la teoría y las compilaciones que van conformando el canon de la microficción.
Torri, el posmodernista
El fragmento, el hibridismo genérico, la brevedad y otras características sobresalientes de la obra torriana pertenecen en términos estrictos al crepúsculo del Modernismo y al Esteticismo, corrientes que Julio Torri dirigió hacia nuevos rumbos. Como lo llegó a decir, no sin cierta ironía, tomaba una frase de una obra mayor y a partir de ese motivo desarrollaba sus composiciones, de allí que se puedan leer sus piezas en diálogo con grandes autores, por lo que sería un seguidor del “arte por el arte” en cuanto a la creencia de que sólo una pieza artística puede dar pie a otra de su misma naturaleza. En ese mismo tenor, Torri confesó a Alfonso Reyes, un 13 de diciembre de 1916, que su escritura era “de pedacería, casi de cascajo”,[15] por lo que la identificación de las unidades mayores de las que provienen sus componentes permite apreciar la labor de selección, decantación y trabajo textual que Torri efectuó, cual joyero, para obtener sus miniaturas, y entender el retal como una de sus técnicas compositivas a la usanza romántica del Círculo de Jena. La innovación formal y temática de los modernistas, sus antecesores inmediatos, fue el terreno propicio para que Torri se aventurase además a experimentar con el poema en prosa pero en un momento social que acentuó el elitismo de sus composiciones minúsculas, eruditas, de altos vuelos formales, las más de las veces irónicas.
Los textos torrianos son entonces apreciados por el equilibrio casi matemático de los elementos que los conforman y la impecable elección adjetival, de vocabulario y de tiempos verbales sobre el que se erigen contrapuntos temáticos. Así sucede, por ejemplo, en “La balada de las hojas más altas”, pieza que en una diada alto/bajo el vulgo subraya la elevación de la belleza en un entorno de colorido expresado con suma originalidad,[16] o en “La Gloriosa”, donde la grisura del elemento indígena contrasta con la brillante joyería de una figura religiosa y se trasluce una sutil crítica a la superchería.[17] Este detalle y la lectura cuidadosa de otras piezas desdice las críticas que se le han hecho a Torri por desatender a los grandes problemas nacionales[18] sin antes considerar que su intención literaria fue la de recurrir a tiempos pasados y escenarios utópicos para transformar lo cotidiano en una miniatura estética “desrealizada”.[19] En esta línea interpretativa se hallan los estudios de Hervé Le Corre, Elena Madrigal, Rafael Olea, Laura Rocha, Azucena Rodríguez y Serge I. Zaïtzeff que por lo regular ofrecen visiones panorámicas del contexto de creación junto con acercamientos a textos puntuales y desde teorías sobre el fenómeno literario.
Torri el posmoderno
Al fijar su atención en una cantidad creciente de textos breves y por lo regular irónicos, hacia la última década del siglo xx Wilfrido H. Corral, Dolores M. Koch, David Lagmanovich, Esperanza López, Francisca Noguerol y Lauro Zavala emprendieron la tarea de caracterizar teóricamente la novedosa tipología literaria y se valieron de títulos torrianos para ejemplificar sus argumentos. El paso del tiempo no ha hecho sino consolidar una práctica nutrida y de calidad incuestionable favorecida por la publicación electrónica pero que no ha detenido la polémica sobre su naturaleza proteica. En lo que sí concuerdan estudiosos y practicantes de la microficción es en considerar como precursores y modélicos a “las pulgas vestidas [y a] los bonsai” de Julio Torri –parafraseando a José Emilio Pacheco–,[20] obligados en las innumerables antologías de lo “micro”.
Son varias las razones por las que las piezas torrianas han instado a la lectura desde la posmodernidad. Por no quedar circunscritas a género literario alguno, ellas ejemplifican la inestabilidad “del relato limítrofe”.[21] Las diadas antitéticas que sostienen sus argumentos han sido interpretadas a la luz de la intención de irrumpir los opuestos binarios en que se funda la civilización occidental.[22] La composición a base de cascajo ha permitido la postulación de un “arte del reciclaje”[23] y el retal remitiría a la “transtextualidad”[24] y es la base del microrrelato “saprófito”.[25] La ironía torriana se allega a la llamada “carnavalización” y los arquetipos de Torri han sido interpretados como un recurso para lograr el efecto sintético.[26] El escepticismo y el desencanto que transitan algunas de las piezas y de los aforismos coinciden en más de un sentido con el desencanto por el consumismo que todo devora o con descreimiento contemporáneo de la originalidad del arte y del ejercicio de la equidad y la justicia.
Posmodernista o posmoderno, Julio Torri legó una obra decantada de los libros que fueron su motivo de vida. Un 14 de enero de 1934 confesó a Alfonso Reyes: “Soy feliz y tengo muy bellos libros”.[27] Tales son los universos que encierran cada una de sus piezas y que indirectamente invitan a acrecentar el amor por los libros y a tener por modelo su escritura ingeniosa y cuidada. La lectura a sus Tres libros y el seguir sus pautas literarias son la mejor y única manera de mantener vigente a Torri por encima de la depredación y la desaparición inminente de su biblioteca material y de la pérdida de su tumba en la desmemoria.
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1995 / 16 ago 2018 15:44
Para muchas generaciones de estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México, la enseñanza de la literatura estuvo apoyada en la sabiduría y la constancia de algunos maestros ejemplares: uno de ellos, Julio Torri (1889-1970). Acaso nunca poseyó grandes recursos pedagógicos; en cambio, nadie superó su amor por las letras y su capacidad para transmitir o para inocular, a unos pocos, este amor de toda la vida. Exponía lenta y minuciosamente, como si dispusiera de toda una vida; dejaba caer de pronto, en medio de morosas cuestiones filosóficas y pormenores biográficos, observaciones sutiles y discretamente picarescas. Nunca entendió la enseñanza de la literatura como pretexto para brillantes teorías sino como una guía para el conocimiento de los textos. Gracias a su enseñanza, la literatura medieval española tiene un sentido y un fulgor permanente en muchos de sus discípulos, que no podrán volver al Poema de Mio Cid, al Libro del buen amor, a Berceo o al Cancionero de Baena sin recordar la voz velada y pausada de Julio Torri y las iluminaciones con que iba develando el encanto rudo y delicado de los viejos textos medievales.
Tenían sus lecciones, además, otro rasgo peculiar: su gusto por las figuras menores, las pequeñas joyas olvidadas y los rincones inadvertidos. En las profusas páginas de los cancioneros y las crónicas antiguas, prefería poner un poco de énfasis en la leve gracia de un poeta oscuro o en algún episodio curioso y extravagante, que en las figuras y acciones habitualmente destacadas, como si diera por sabidos aquellos esquemas escolares y se consagrara sólo a completar, amorosamente, el conocimiento de páginas venerables.
Para quienes se acercaban al maestro, el segundo privilegio era el de ser invitado a una experiencia memorable: la de conocer sus tesoros bibliográficos. En la pequeña plaza de Carlos J. Finlay se encontraba su casa. Todos hemos visto casas llenas, invadidas y atestadas de libros: la de Torri estaba solamente llena de libros, pero hermosos y raros, en anaqueles, armarios, arcones o roperos. Según el caso, don Julio iba mostrando al curioso discreto los Ovidios y los Horacios plantinianos, el Nervo forrado en el traje de novia de su madre, los poetas franceses en ediciones reservadas y, sólo a los más discretos, el rincón inagotable de la sensualidad y la fantasía. Entre los libros, lucían los retratos de algunos escritores amigos o admirados y la belleza generosa de la Venus de Cirene. A veces avivaba la conversación una copa de rompope o de jerez, mientras el viejo gato cruzaba ceremoniosamente, la cola enhiesta, por el salón vecino, como para afinar el sabor de la afirmación tímida y maliciosa que ha deslizado su amo.
Después del maestro de tantas generaciones, y del bibliógrafo, Julio Torri aún reserva otra revelación, la del escritor magistral. Alfonso Reyes, que fue su amigo adicto desde los días legendarios en que se congregó la generación que llamamos Ateneo de la Juventud, rememora al Torri juvenil y el de los años siguientes en estas líneas:
apenas salía de su infancia Julio Torri, graciosamente diablesco, duende que apaga las luces, íncubo en huelga, humorista heiniano que nos ha dejado algunas de las más bellas páginas de prosa que se escribieron entonces; y luego, terso y fino, tallado en diamante con unas rozaduras de trato, no admite más reparo que su decidido apego al silencio: acaso no le den tregua para escribir cuanto debiera “las cosas de la vida", como suele decirse, la tiranía de aquel “amo furioso y brutal” que tanto nos hace padecer.
Apegado al silencio fue, en efecto, este prosista ejemplar. Paradójicamente, no obstante ser maestro de los más sabios en cuestiones literarias, publicó dos breves libros de ensayos –Ensayos y poemas (1917 y 1937) y De fusilamientos (1940), a los que en 1964 se unieron Prosas dispersas para formar el volumen llamado Tres libros–; un excelente manual acerca de La literatura española (1952) y un discurso académico sobre La Revista Moderna de México (1954). Sin embargo, tan breve obra tiene un lugar de excepción en la literatura mexicana.
La rara calidad de los textos de Torri se encuentra no sólo en la textura de su lenguaje, y en el espíritu alado que los ilumina, sino también en el hecho de que entregan despojos preciosos de auténtica y fresca vida, rescatados, tras lentos y pacientes buceos, de una existencia que fue toda ella ejercicio libresco. Para este gran sorteador de la tentación literaria, los libros y sus experiencias sobre ellos vienen a ser un contraluz en la empresa salvadora de su propia sensibilidad; un contraluz que ya sólo es humo de discreta, ladina sonrisa; reservada emoción, gracia ligera, malicia, dolorido sentir, tolerancia de las flaquezas humanas y, a veces, el roce de las alas oscuras y trágicas. En la pluma de Torri, la prosa no es un vehículo ambiguo para decirlo todo, sino un arte complejo en que pensamiento y estilo se equilibran para expresar las más sutiles nociones. Sus ensayos y sus poemas pudieran encontrarse cercanos, en ocasiones, a todos los momentos memorables de la prosa artística: Renard y Wilde, Lamb y Schwob, Bertrand y Heine, y al mismo tiempo, inconfundibles en su propia originalidad, y aun mexicanos, me atrevería a decir, en su recato malicioso. Mas aunque la de Torri sea con plena justicia prosa literaria, es al mismo tiempo extraña a ese género híbrido llamado “prosa poética”. La prosa de Torri no se deforma ni su poesía se aplana sino que una y otra mantienen sus condiciones esenciales, la sobriedad del paso y el efluvio secreto. Por una necesidad profunda, su temperamento lírico prefiere la comunicación llana y el ritmo secreto de una prosa no exenta de los prestigios de la poesía.
Como se detallará adelante, Julio Torri dirigió con Agustín Loera y Chávez, la benemérita colección Cultura, y fue el principal asesor de Vasconcelos en la preparación de los “clásicos verdes”. Entre las Prosas dispersas que publicó en Tres libros, son muy hermosas sus evocaciones de Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y Justo Sierra.
El aprecio que la obra de Torri ha suscitado alentó la recopilación de textos que, con rigor crítico, su autor excluyó de sus libros. Reunidos por Serge I. Zaïtzeff, han aparecido Diálogos de los libros (1980), que recoge también el epistolario con Alfonso Reyes; El arte de Julio Torri (1983), estudio que añade las cartas cruzadas con Pedro Henríquez Ureña y un par de textos olvidados, y El ladrón de los ataúdes (1987). Las cartas de Torri son encantadoras y dan amplia información sobre la vida intelectual de la época. Los libros de Torri fueron adquiridos, hacia 1985, por Julieta Campos y Enrique González Pedrero para la Biblioteca Pública del Estado, en Villahermosa, Tabasco.
2013 / 05 ago 2017 11:53
Escritor, crítico literario y profesor. Abogado por la Escuela Nacional de Jurisprudencia (1916), profesión que casi no ejerció, y doctor en Letras por la Universidad Nacional de México (1929), donde impartió diversos cursos la mayor parte de su vida. Autor de Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940), Tres libros (reunión de Ensayos y poemas, De fusilamientos y otros textos, 1964) e Historia de la literatura española (1952). Únicamente publicó las siguientes traducciones: “La reina del aire” de John Ruskin (en El Mundo Ilustrado, 1911); Las noches florentinas de Heinrich Heine (México, Cvltvra, 1918); “Canción” de Jean Richepin (en El Maestro, 1921); un pasaje de Don Casmurro de Machado de Assis (en La Falange, 1923); Diálogo sobre las pasiones del amor de Blaise Pascal (Buenos Aires, Babel, 1923; reed. México, Séneca, 1942); y “Hospedaje” de Ludwig Uhland (en Los Sesenta, 1965). De ellas, el pasaje de Don Casmurro y “Canción” pueden leerse en su Obra completa (México, Fondo de Cultura Económica, 2011). Para la antología Grandes cuentistas (Buenos Aires, Jackson, 1949; reed. México, CONACULTA/Océano, 1999) realizó la selección, el estudio preliminar y las notas biobibliográficas, tradujo tres relatos de Il Novellino, dos novelas del Decamerón, la novela IV de Le novelle de Francesco Sacchetti, “Adiós” de Guy de Maupassant y “La desaparición de Honorato Subrac” de Guillaume Apollinaire, y revisó las traducciones de “Una pasión en el desierto” de Honoré de Balzac y “El velo negro del pastor” de Nathaniel Hawthorne. Para Torri, “traducir a los escritores de nuestra predilección es un ejercicio muy útil; se perfecciona la técnica propia y a la vez se enriquece nuestra literatura con modelos y orientaciones que no siempre han de ser infecundos, aparte de que se trabaja por alcanzar una adaptación mejor de nuestra lengua al pensamiento moderno”. Su labor como traductor no escapa a los enigmas que legendariamente han rodeado su obra y personalidad. Por una parte, está la manifestación de los juegos autoriales de Torri, por ejemplo, en su confesión temprana a Pedro Henríquez Ureña: “No soy un traductor muy fiel, pues la infidelidad no es sino un aspecto de mi debilidad por los embustes”. Esta máscara ha llevado a Beatriz Espejo a insinuar que recurrió a una versión en francés para traducir Las noches florentinas. Pero es el poeta Gerardo Deniz (Juan Almela) quien, a partir de cotejos de traducción e indicios epistolares sobre el aprendizaje del alemán por parte de Torri, presenta argumentos serios que ponen en tela de juicio la traducción directa. La cuestión podría dirimirse a partir del cotejo con los ejemplares en alemán y en francés de las obras de Heine, actualmente en el Acervo Julio Torri. Por el contrario, existen evidencias documentales sobre la legitimidad de sus traducciones. Así sucede con los pasajes de Machado de Assis que, en la última línea de una versión mecanografiada, ostentan la aclaración “Tradujo J. T.” y la indicación de que la nota sea eliminada de la versión a publicar. También es el caso de “Hospedaje”, traducción cuestionada por Deniz, pero aclarada contundentemente por otro manuscrito del Acervo. Según se desprende de intercambios epistolares entre Torri, Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, también tradujo Lady Windermere’s Fan de Oscar Wilde, algunos ensayos de Studies in the History of the Renaissance de Walter Pater, Peter Pan de James Mathen Barrie y un ensayo de Charles Lamb. No se tiene, sin embargo, más noticias de estos textos, pero pudieran algún día surgir a la luz, como sucedió con las traducciones torrianas de algunos pasajes de Gaspard de la nuit de Aloysius Bertrand. En una carta de octubre de 1986, Serge I. Zaïtzeff manifiesta a J. García Terrés que destina a La Gaceta algunas traducciones torrianas de Bertrand; así fue, pues aparecieron en el número 200 de la revista (agosto de 1987) dos poemas en prosa, “El albañil” y “Los arrieros”, publicados más tarde por el propio Zaïtzeff, al lado de otras traducciones de Torri, en “Versiones de Aloysius Bertrand” (en la revista Biblioteca de México, 2000). Torri promovió la difusión de traducciones durante su labor como editor de Cvltvra y de la colección vasconcelista de los “Clásicos Verdes”. Con ironía y festividad exuberantes, sin embargo, también admitió el plagio de algunas traducciones para el segundo proyecto en su carta a Reyes del 9 de junio de 1922. De la duda, inequívocamente se salvan Mimos y La cruzada de los niños de Marcel Schwob (Cvltvra, 1917), que incluye un ofrecimiento impreso a Torri por Rafael Cabrera, responsable de la versión; la Antología del amor asiático de Adolphe Thalasso (Cvltvra, 1918), con emotiva dedicatoria manuscrita a Torri por parte de Cabrera, y La linterna sorda de Jules Renard (Cvltvra, 1920), dedicada a Torri por Genaro Estrada, traductor y autor del estudio introductorio. Los ejemplares en cuestión se encuentran en perfecto estado y ricamente encuadernados en el Acervo Julio Torri.
Bibl.: Gerardo Deniz, “El Heine de Torri”, Biblioteca de México 10 (1992), 59-60. || Beatriz Espejo, “Julio Torri traductor de Enrique Heine”, Tierra Adentro 46 (1989), 69-72. || Serge I. Zaïtzeff, “[Introducción a] Versiones de Aloysius Bertrand”, Biblioteca de México 55 (2000), 22-25.
Nació en Saltillo, Coahuila, el 27 de junio de 1889; muere en la Ciudad de México el 11 de mayo de 1970. Ensayista. Comenzó sus estudios en el Colegio Torreón y los continuó en el Ateneo Fuentes de Saltillo. En 1908 emigró a la Ciudad de México para estudiar la carrera de Leyes. En 1909 se convirtió en socio numerario del Ateneo de la Juventud. Colaboró en 1910 con la Antología del Centenario. En 1913 se graduó de abogado. Fue secretario de Jesús Tito Acevedo, director de Correos del gobierno de Victoriano Huerta. Formó reagrupamiento del Ateneo bajo la dirección de José Vasconcelos. Fundó y dirigió el Departamento de Bibliotecas, que más tarde se convertiría en el Departamento Editorial de la Universidad. Dirigió la colección de los “Clásicos”, promovida por José Vasconcelos desde la Secretaría de Educación Pública. Entre 1916 y 1923 dirige la Editorial Cultura junto con Agustín Loera y Chávez. Colaboró como profesor invitado en la Universidad de Texas donde impartió cursos de verano. En 1933 obtuvo el Doctorado en Letras en la UNAM. Profesor de literatura española y francesa en la Escuela Nacional Preparatoria, así como en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1942. Profesor emérito de la UNAM en 1953. Realizó la traducción de Las noches florentinas, de Heine y el Discurso sobre las pasiones del amor de Pascal, entre otras.
Inició sus estudios en el Colegio Torreón y los continuó en el Ateneo Fuentes de Saltillo. En la Ciudad de México se graduó como abogado en 1913 y obtuvo el doctorado en Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) en 1933. Formó parte del Ateneo de la Juventud, con Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán y otros. Fue fundador y director del Departamento de Bibliotecas, más tarde, Departamento Editorial de la Universidad; como tal realizó varios viajes por el interior del país en representación de Vasconcelos y dirigió la Colección "Clásicos". De 1916 a 1923 compartió la dirección de la editorial Cvltvra con Agustín Loera y Chávez. Asistió en calidad de primer secretario de la embajada de México, en representación de Vasconcelos, al centenario de la independencia de Brasil (1922) y a la trasmisión del mando del presidente de Argentina, en 1923. También, como profesor invitado, estuvo dos veces en la Universidad de Texas para impartir cursos de verano. En 1952 visitó Inglaterra, Francia, España, Alemania e Italia. Fue profesor en la unam durante treinta y seis años, en los que impartió las cátedras de Literatura Española y Francesa, tanto en la Escuela Nacional Preparatoria como en la Facultad de Filosofía y Letras (1929-1964).
Julio Torri Maynes, ensayista, cuentista y traductor. Fue uno de los mejores prosistas de su generación. Sabio maestro en cuestiones literarias fue autor de tres libros de ensayo, narrativa y poemas en prosa: Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940) y Tres libros (1964), el cual recoge las dos anteriores más "Prosas dispersas". Esta breve obra de creación tiene la rara calidad de entregar fragmentos preciosos de auténtica y fresca vida, rescatados de una existencia que fue toda ella ejercicio literario. Su temperamento lírico prefirió la comunicación llana de una prosa no exenta de poesía, plena de humor discreto, reservada emoción, malicia y suave tolerancia de la flaqueza humana. Torri es autor también de un Breviario del Fondo de Cultura Económica (fce) sobre La literatura española (1952), de estudios críticos y de prólogos a obras de Goethe, Esquilo, Urbina, Luis Rius y Banda Farfán, y a antologías de romances y de grandes cuentistas. Tradujo a autores como Heine, Pascal y Machado de Assís, y colaboró con cuentos, artículos de crítica literaria y traducciones en revistas como El Mundo Ilustrado, Revista de Revistas, Nosotros, México Moderno, Contemporáneos, Examen, y de otras de México y del extranjero, así como en periódicos como El Nacional, Excelsior y El Heraldo de México.
Instituciones, distinciones o publicaciones
Centro Mexicano de Escritores
Pegaso. Revista Ilustrada
Academia Mexicana de la Lengua
Universidad Nacional Autónoma de México UNAM
Revista de Revistas
Nosotros
México Moderno. Revista de Letras y Artes
Contemporáneos. Revista Mexicana de Cultura
Examen. Revista de Crítica
El Nacional