De antemano sé que algunos lectores van a sonreír, otros a bostezar, y los graves, los que estén en perfecta posesión de salud, arrojarán lejos de sí este libro y encogerán los hombros al saber el fin triste de Luis. Pero este cuento, que no lo es tanto como se imaginará algún lector, lo escribo para esos sensitivos que la ciencia moderna llama degenerados, para esos espíritus enfermos que reconocerán aquí algunos síntomas de sus fiebres, de sus delirios, de sus desfallecimientos que tanto me interesan y me aterran.
Aquellos de quienes "el Florista del Mal" dijo que desde la infancia sus espíritus habían sido "touched with pensiveness", siempre dobles: acción e intención, realidad y ensueños, siempre los ensueños usurpando la parte de las realidades, siempre los sueños anonadando las facultades para la vida real. Esos seres quizás encuentren un débil interés en las líneas siguientes; estos que juzgan el Universo y su alma "sub especia aeternitatis" e intentan asimilar su partícula miserable de alma, a la eterna, inmensa e inmutable alma universal, convendrán conmigo en que nada hay tan bello, tan grandioso, tan fascinador y tan inquietante como lo misterioso de la existencia.