Anteayer cené con el anciano perverso. Habló de muchas cosas, pero casi al final insistió en una palabra: obsolescencia. “Recuerde su última estancia en Sevilla: el vetusto edificio del Archivo General de Indias… ¿tiene ya esa imagen en su memoria? Una construcción remozada, impecable, antes depósito de información obsoleta, casi inútil; al fin, receptáculo de antigüedades, objetos cuyo único valor verdadero es su precio entre los coleccionistas. Sí, hay que tener coraje para deshacerse de lo obsoleto, pero sólo los genios son capaces de sacarle jugo”. En aquel instante, sus palabras me hicieron percibir, de golpe, la enormidad de nuestra situación. Sí, es cierto, todo ha cambiado. Justo cuando la desesperanza se apoderaba otra vez de mi espíritu, me hizo una propuesta inquietante. No puedo dejar de pensar en ella. Es por eso que ahora escribo, para darme fuerza, para reflexionar y tomar una decisión.
Juan Manuel Malda